lunes, 11 de mayo de 2020

De los usurpadores mediocres de dios




   A cada rato me encuentro con situaciones que reavivan mi desazón, que me llevan a inclinarme hacia la tristeza (cuando podrían) en la que a la vez no acabo de caer gracías a la escapada (creo que vital) que me permito hacia la indignación; una indignación a veces furibunda, otras, las más, tan reflexiva ella (claro, otra manera de soslayar tanto la tristeza como los feroces impulsos combativos... "la conciencia"... en exceso o poco menos, la "certeza" que, anclada en una experiencia reiterada, insoslayable al parecer, una y otra vez alimentada por esas "situaciones" a las que he empezado a referirme aún en abstracto, en suspenso a cuenta de esta digresión a lo que siento ante ellas, muchas, demasiadas... sí, que encarnan y reencarnan, que saltan sobre mí, aumentando esa "certeza" en que cada vez serán más y peores porque no hacen mas que reproducirse, que inundar, que ahogarme a mí y creo que a varios, quizá bastantes, más...), tan de este modo reflexiva, que en el fondo no hace sino invitarme a callar, a huir, a dejar de saber más de lo que está pasando a mi alrededor, al mío y no en el fondo a la totalidad del mundo que globalmente no se entera de que esas situaciones se multiplican, cabalgando sobre todos e influyéndoles empero, creyendo así poder evitarlo. Volveré sobre este punto, quiero decir, al respecto del efecto que me producen esos hechos y por qué entiendo que me empujan a arrinconarme, a dejar caer "la pluma" como se decía cuando estas se usaban. Insisto: que me empujan y no, como algunos dirían sacralizando una supuesta "voluntad", "electividad" o "libre albedrío". Se trata para mí de una respuesta, tan mecánica, o instintiva, a esas situaciones, como todas las reacciones humanas en general, sean o no para muchos sublimes o despreciables, admisibles o repugnantes. En este caso, las que digo que me mantienen, a mí, a mitad de camino entre las varias reacciones posibles, todas inconducentes, dejándome en el aire, sin suelo sobre el que fijar el rumbo.
Esas situaciones (empecemos por develar de una vez el tipo en el que se resumen) vienen de la mano de ese para mí terrible y trágico poder de la Razón para lograr reunir en un discurso y ordenar mediante él, hipótesis contrapuestas entre sí, y así llevarlas a un estado falso, confuso pero efectivo (volveré también sobre esto) que no sólo es construido por convicción tanto como por vanidad del discursan o del escritor, sino que es buscado por "el público que lee" y por los gestores de los textos que ellos entienden que ese "público" busca, unos y otros en una complicidad que se realimenta y va produciendo su propia multiplicación ad Infinitum.

   Puedo reconocer que no haya posibilidad humana alguna que nos permita ofrecer "la última verdad", y que esto de lugar a esos discursos y a esos textos contradictorios y por fin desconcertantes que, pese a ser "buscados" como se buscaría "la última verdad", acaban siendo incomprendidos mediante una también falsa y distorsionada comprensión que los reduce a lo que ya le susurraba a cada cual su demonio. ¿Cómo pedirle a nadie, ¡cómo pedirme!, que se le pueda llegar a proponer a otros una claridad definitiva, capaz de resolver todas las grietas del camino de la vida? Todo lo que se aproxime a esas respuestas no podrá sino encontrar la nada, el vacío, la autoconmiseración; a reconocer ante los demás esa incapacidad que no ofrece guía maestra alguna porque no lo puede ser para el propio enunciador. Y aquí estamos pues ante el rechazo del que ya hablaba Sileno a Midas: el rechazo a comprender que lo mejor habría sido no nacer. Ah, lo que no significa "corregir el problema" mediante un acto suicida, ya que eso no evita precisamente el haber nacido y por ello tener que actuar incluso para darse muerte, para sufrir hasta el último aliento, para morir asustado, sino todo lo contrario. Se trata de aceptar que una vez vivos no nos quede otra cosa que vivir. Se trata, en un segundo paso, de aceptar que esa vida es por lo tanto un sinsentido en sí misma (incluso si se entendiera que nos fuera impuesta por un Dios... o por la casualidad). Se trata en un tercer paso de aceptar que cada una de los actos y quehaceres que asumimos o que nos vemos obligados a realizar a pesar nuestro, son actos gratuitos, exentos del "valor" sublime que no dejamos de buscar y encontrar, de tomar como ciertos para seguir viviendo con una cierta calma, es decir, con esperanzas en una salida, en una liberación, en, al fin, poco más que una nueva fase que nos ayude a continuar o que nos vuelva a frustrar... y así a volver a esperar (a volver, precisamente, como vuelven Estragón y Vladimir... a esperar a que nunca se presenta ni se presentará, ni junto al árbol que invita a ahorcarse ni en ninguna otra parte). Se trata de las mil y una maneras de cumplir con la condena a la que nos llevó un nacimiento no-autista, un nacimiento como seres que acabarán por alcanzar la edad de la razón. Y todo eso... es demasiado duro, demasiado pesado. Es mucho mejor seguir volviendo, seguir yendo a ver si esta vez se presentará Godot con la respuesta, porque, en realidad, al no haberlo hecho "aún", cómo asegurar que no se presentará nunca, que no vendrá al día siguiente, alguna vez? Hacerlo es sin duda propio de una vanidad estrepitosa, de una autosuficiencia exclusiva de Godot, de un usurpador. Porque, si sabes eso, si crees firmemente  que los hombres ya han sido frustrados las suficientes veces como para dar por inútil su búsqueda, que volverán para nada, "autoengañándose sin más" (como se diría autoproclamando la propia justeza y yo mismo podría llegar a decir al dar por fehaciente mis propias convicciones)... es que lo deberías saber todo, y podrías decirle a la humanidad, en cuanto quisieras hacerlo, algo mucho más efectivo que lo que dijo un simple fauno a un rey; justamente, lo que se busca y se pretende de la palabra de Godot.

   Pero, claro, la carga de la reflexividad tiene por lo visto su propia incontinencia. Si damos por válido (como hoy nos inclinamos a hacer a tenor de su mecánica misma) que el cerebro humano es un resultado impuesto por la vida como un arma innovadora que pueda garantizar ni más ni menos que su continuidad, debemos reconocer que se extralimita sin alternativa, a pesar precisamente de la vida que no piensa ni se lo habría podido por lo tanto esperar: la conciencia reflexiva, nacida en el curso de la evolución, se le ha escapado de las manos por así decirlo. Debía estar al servicio exclusivo de la supervivencia... pero no sólo lo está, sino que se lo cuestiona; quiere, como la planta de origen misterioso de la Tienda de los Horrores, "saber más", saberlo "todo".
Y aquí enlazo todo este circunloquio con lo que a mí, a mi desbordada reflexividad, a mi tendencia a la locura, me "desquicia", me "abruma" más precisamente, me mantiene entre la tristeza y la indignación, entre el silencio y la rebeldía... ¡Las situaciones o hechos en los que veo, en los que siento (yo, a saber por qué misterio), esos espectáculos de la incongruencia, para mí lacerantes, donde, en medio de la pista y ante gradas nunca muy abarrotadas, se ha situado por derecho propio, sobre un tonel a modo de pedestal, un sofista (ni siquiera un filósofo esforzado en dar coherencia a su discurso a base de un apriorismo cualquiera... que le servirá para sostenerse en pie), un sofista que llega a veces a dominar la retóricia (y a veces ni siquiera eso) y que, tomando piezas sueltas halladas a lo largo de su camino, sostiene "la verdad"! Piezas entre las cuales hay un cierto número de conclusiones derivadas de la propia experiencia (reforzada mediante el encuentro con la ajena merced a la lectura)... pero también otras que contradicen a las primeras y, ¡ese aquí lo que creo y por lo que me arisco a apostar!... no se derivan de experiencia alguna sino... de la asunción de que se debe conservar el engaño en nombre de la propia felicidad, propia y de sus feligreses carroñeros, esos que no pueden comprender lo que dice sino a trozos, a mordiscos, quedándose normalmente con lo peor, las vísceras  aún pestilentes. Queda así montado el espectáculo circense de la actual intelectualidad y sus lectores, la sofística contemporánea que, como la antigua, como decía Eutifrón (lo cito de memoria y mediante una malintencionada reinterpretación, y no textualmente o según una determinada traducción puesta a mi alcance del correspondiente diálogo platónico que llevara el nombre de ese personaje precursor): permite vivir del cuento, y tanto al futurólogo (y casi astrólogo) como a su público, tanto al usurpador mediocre de Godot como a Estragón y Vladimir.
La reiteración de este resultado que suele frustrar tanto a los idílicos “mejoradores del mundo” para acabar quedándose en la queja contra “la supina idiotez” del “pueblo llano” y la “increíble astucia” de los “listos” que lo engatusarían, muestra en realidad ser fruto de una confluencia momentáneamente cómplice y por fin siempre “traicionera” (igualmente derivada de la frustración).
Esta complicidad ha sido dada, en general, sobre la base de la impotencia inevitable (hasta ahora si se quiere conservar alguna suerte de esperanza utópica) de ese “pueblo” para autgibernarse o para encumbrar un “sabio” guía que los pudiera contentar, algo que más allá de la mascarada propagandística no se les ofrece desde tiempos inmemoriales.
La oferta pública y efectivable está de por sí restringida a las camarilllas largamente organizadas y estructuradas entre las cuales los electores pueden optar según sus intereses (a los que se han condenado en función de sus respectivas actividades dependientes).
Intereses a su vez aparentemente contrapuestos según la lectura sociológica que predomina, pero que una vez más reproduce la situación global en la esfera menor que la constituye: la empresa, el negocio, la institución, el gremio... En cada uno de estos ámbitos vuelve a darse la división complica que obliga a los débiles a ceder la dirección a los poseedores de recursos o a quienes se atrevan a hacerse con ellos.
Qué podríamos considerar sustancialmente que ofrecen los menos a los más en cada caso y que logran o creen lograr los más manteniéndose en la dirección de los negocios respectivos? Podemos pensar en que tanto unos como otros buscan conseguir a su manera cimentar hasta dónde les resulta posible en el tiempo y mediante las triquiñuelas que tengan al alcance, otra cosa que la supervivencia antediluviana?
No es precisamente sobre esta base que los menos chantajean a los más y los más consienten ser amparados a la sombra de los menos?
No es sobre esta base sobre la que se alza el dogma de cada época y cada estructura social se amalgama?
Si es la voluntad o instinto vital, multiplicador y transmisor de las características de cada individuo por todos los de la misma especie, la última motivación prevaleciente, y queremos ir más allá de una enunciación a fin de cuentas vacía, pura cobertura abstracta que si se la toma de manera operativa nos deja sin respuesta y nos lleva al mismo callejón sin salida que cualquiera de los dogmas posibles, démonos adentrarnos por debajo de una máscara tan simple, de darle forma concreta, lo más que sea posible. Esto en el marco de lo humano nos obliga a considerar la mediación a que da lugar la manera a la que apelan los individuos para realizarla de modo que consiga evitarla precisamente para que pueda cumplir su cometido último. Esto es así porque para el hombre es imposible el sencillo comportamiento animal que se contrapone con la propia experiencia, que lo muestra poseedor de una diferencia prácticamente inadmisible, de modo que opta por operar una serie de sustituciones y concatenaciones imaginarias.

Una lectura atenta y distante en todo lo posible de “lo que se admite globalmente hoy” muestra la carga determinante de los diversos puntos de vista previamente asumidos (especialmente esa “mirada global/presente).
Es como la admisión de la geometría de Euclides a partir de los previos axiomas o demostrables.
Nietzsche ya señaló respecto de la mecánica que sigue la ciencia (ella misma ya de por sí preadmitida como Referencia Absoluta): “se esconde primero algo entre los arbustos para luego ir a encontrarlo”.
Todos los puntos de vista se autoavalan de modo que hay que tenerlos en cuenta cuando se leen todas las “conclusiones lógicas”..

Bueno... no se trata tanto de un Sistema Estable sino de algo disponible que a mi modo de ver es un “resultado” o consecuencia” muy diferente con (por ejemplo) la instauración de los hornos crematorios y la industria de la muerte nazi. Aún cuando les sea conveniente “de paso”. Lo cierto es que no saben como manejar la complejidad social que tiende a desbordar haciendo añicos todos los planes... Es una máquina en marcha y no un “arma conducida” lo que significa que no la fabriquen por el camino.
El problema del discurso de Foucault por otra parte, tiene debilidades a mi entender al no haber acabado de deshacerse del lastre “econimisista” que fundó el marxismo como “base” del historicismo del que arrancó su doctrina (Hegel). Yo pienso que las causas están más atrás de “lo económico”. Creo que todas esas atribuciones a causas absolutas son dogmáticas y reduccionistas y que cada tanto acaban siendo sustituidas por otras según se van complicando y avejentando.

Lo leí diagonalmente y lo volveré a leer con más calma. Por lo que alcance a ver hay de hecho al menos referencias a los trabajos de Míchel Foucault que analizó el proceso de control del poder a través de un orden sobre la salud, la educación y el sistema penitenciario. Yo también creo que lleva a un totalitarismo que cada vez será más irreversible aunque no creo que el proceso llegue a concretarse por completo esta vez, aunque dará un paso de gigante sin duda.
Justamente llevo dándole vueltas a la trampa en la que fue inevitable caer al escoger “la ciudad” en vez de “la jungla”, es decir, a buscar la comodidad y la seguridad. Estoy además girando en torno a la idea de que tras la “muerte De Dios” y del más allá posmortem, se pasó de una esperanza en la inmortalidad a través de la muerte (paraíso/infierno) a una pura aspiración “más modesta” apoyada en la medicina (la tecnología de la salud) de prolongar al máximo la “vida del cuerpo”... pero tengo que seguir desarrollando algunos detalles.

El desvergonzado e irrespetuoso peso de la servidumbre política por encima del más mínimo “rigor” académico  se evidenció hace poco de manera flagrante hace unos meses en un evento supuestamente intelectual (por honesto). La anécdota me parece una vez más ejemplar:


La violencia es congénita a la vida (al “movimiento”, como decía Tucidides con la resignación sensata del que sabe que no puede ir más allá de la descripción de un mecanismo). Nace a la vez que la necesidad de la vida de abrirse paso a través de lo ya establecido antes de su aparición, debido a una violencia anterior que se volvería a aplicar al resistirse a ser alterada. Lo comprendo: esa es la mecánica; así funciona todo, que es inevitablemente ignorante de los sueños de la razón acomodada (la del mundo establecido a través de los ocupantes preexistentes que ha conseguido  un lugar que terminan viendo amenazado). Lo comprendo, pero rechazo la emergencia humana del placer morboso de los asesinos que matan por algo más que po r dinero o poder –en el fondo, seguramente todos–; de los violadores que buscan incluso causar dolor y dan lugar en todo caso a perturbaciones inolvidables; de los verdugos que se relamen con la sangre que gotea de la cabeza cortada, del rigor mortis del ahorcado, del suspiro del gaseado, de los temblores finales del electrocutado; de los guerreros de profesión o los soldados que se justifican en nombre de la patria –hasta sentirlo como una profesión–; de todos ellos, que eligen el trabajo que les permite prolongar la infancia en lo posible protegida, impune gracias a las necesidadres del poder al mantenerse o para ser conquistado. Y a los demagogos que sacan o tratan de sacar partido del caos sangriento y humeante que promueven escondiendo la mano o justificándolo. Y que, al hacerlo... je... me lleva a esperar  ayuda (idílica mente, porque sé que no responderán a mis sueños sino a sus pesadillas: difícil no apelar a lo que se tiene a mano estando dominado por la desesperanzada debilidad) de las fuerzas represoras, tanto mediante la educación coercitiva como de los palos patriarcales –familiares o estatales, es igual– y que a la vez rechazo,; aunque, sobre todo, de la igualmente idílica multiplicación paralela de la sensibilidad, que también es humana y... en el fondo, narcisista y miserable... pero que al menos dejaría a los demás en paz, ignorándolos u ofreciéndoseles en sacrificio hasta el límite particular de cada cual. Rechazo desde mi propio sentimiento de sensatez y perturbación los impulsos de destruir por destruir que no es sino un paso hacia la reconstrucción –y si no, vease en el límite el caso de las grandes guerras–. Rechazo la vergüenza que esconden los inescrupulosis (lo hizo incluso Hitler al ocultar todo lo que pudo las cámaras de gas y los hornos crematorios, lo hizo Stalin, etc.) tras justificaciones diversas, sobre todo de “la necesidad” de su función y del “deber”. Comprendo el resentimiento infantil basicamente inevitable, pero no que se enquiste en el adulto y salga con furia y crueldad descontrolada  de la larva en busca de una falsa satisfacción por el dolor ajeno, la impotencia, la degradación de los otros (como incendiar o barrer con ametralladoras un granero lleno de gente viva que no puede escapar; o gasearlos en unos supuestos baños colectivos; o cercarlos por el hambre hasta que mueran de inanición; o agotarlos por medio del trabajo sin descanso y los latigazos para "liberarlos" o "reeducarlos"; etc. Contra ello, pienso en otra posibilidad idílica que se tergiversaría a cargo de quienes la pusieran en práctica: el exterminio, la vaporización, la limpieza radical de todos ellos, la pena de muerte que frenaría sus impulsos a ir en busca del supuesto paraíso que de todos modos nunca  podrían llegar a conseguir y con el que nadie les podrá impedir ni disuadir de soñar si se lo permitieran, lo que no hacen para evitar la frustración que los paralizaría, que los haría verse como víctimas.


(Continuará)

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