viernes, 26 de noviembre de 2010

"La vida de los otros"

Publicado en mi blog Una nueva conciencia, el 18-3-2007, he rescatado de bajo los escombros este articulito sobre la película alemana "La vida de los otros" a cuento de su exhibición esta semana en el Doré (Filmoteca) dentro de un ciclo muy interesante en torno a los Archivos o la documentación en el cine (que por cierto, me permitirá ver mi tantas veces citada "S21, la máquina de matar de los jemeres rojos").
 
Entonces, decía que había visto "ayer" esa "película alemana" para seguir luego:

... Sí, remarco lo de alemana porque no puede negar su idiosincrasia. La historia se sigue linealmente para dar una panorámica de las dificultades y penurias que ocasionó a todos sus habitantes la vida bajo el régimen burocrático-comunista en la RDA.

Todos sufren las consecuencias de la atmósfera gris que los envuelve y cuyos efectos se prolongan más allá de la caída del muro: unos mueren con el peso de la traición en la conciencia, otros ven sus carreras afectadas o lisa y llanamente caen en desgracia a pesar de su altísima profesionalidad y capacidad (policial, dramática...), otros sufren el desgarro debido a su elitista sentido de la vida (siendo colocados ante la disyuntiva de anularse, voluntaria o involuntariamente mediante métodos expeditivos de una sutileza macabra, o pasar a la clandestinidad con todas sus consecuencias), etc.

Todos van siendo empujados al abismo: a la traición más difícil y abyecta para no traicionar sus ansias más vitales, al suicidio, a la puesta en peligro de la libertad y de la vida...

Cinematográficamente, sobra más de una explicación innecesaria puesta en boca de uno u otro personaje. Literariamente hay varios lugares comunes que intentan explicar la psicología de los personajes más allá de la propia mecánica de la dictadura y el control policial que se ejerce sobre sus vidas: drogas, soledad. Creo que no hacía falta ninguna de esas apoyaturas extraordinarias, aunque sin duda todas esas cosas pueden haber sido reales; al menos no remarcadas tal y como están, con el carácter de explicaciones adicionales. Los saltos (demasiados) sucesivos en el tiempo a modo de injertos de episodios deberían haberse resuelto de una sola vez, en un único salto o mediante otros trucos, quizá con toda la película contada menos linealmente.
Sin duda les ha parecido más importante a los creadores de la película que el protagonista sepa lo que pasó exactamente que el impacto dramático orientado al espectador, impacto que se resiente por culpa de esas declaraciones explícitas.

Por último, al salir del cine, volví a pensar en las mismas cosas en las que pienso siempre (qué remedio) y volví a concluir en lo terrible que debió ser vivir en esos países para quienes justifican su existencia en la trascendencia de sus obras o de su papel intelectual. Y en la alegría que debió significar para ellos la caída del muro, la entrada de la luz en sus vidas grises y en todo caso secretas, de la pérdida de la angustia de vivir en la inseguridad, vigilados, sospechosos, sometidos a los caprichos de una burocracia sin principios que les exigía una lealtad sin condiciones a esos mismos principios simplemente publicados para consumo de las masas y para justificar sus acciones kafkianas y salvaje y miserablemente egoístas al mismo tiempo. Alegría, claro está, consolidada por el éxito, el prestigio, el status social... que se puede alcanzar en democracia por decir casi todo lo que se quiera, en los huecos infinitamente mayores que sus resquicios dejan. Y volví a tener una visión de la humanidad formada por grupos que no pueden ser sino irreconcilliables, que no pueden hacer nada que no sea por ellos mismos (o morir, o asfixiarse, enloquecer o migrar), ignorando o negando los intereses ajenos cuando no levantando banderas en su defensa con toda hipocresía y para su propio beneficio.

En fin, que volví a verme ante una selva donde unos devoraban a (o vivían de) los otros mientras ellos se relamían felices.

lunes, 22 de noviembre de 2010

De la "filoignorancia" que recela bajo la máscara tragicómica de la "filosofía"


Del mundo pueden destacarse diversos aspectos según se quiera privilegiar uno u otro discurso... Se lo ha visto, al menos el contemporáneo, y desde la ciencia ("ciencia económica" y "materialista"), como "un gran almacén de mercancías". Y también como un gigantesco espectáculo donde el observador miraría por el ojo de una cerradura o a través de una grieta, como mejor guste a su vez. Se ha descrito como la coyuntural materialización o corporización visible de un mundo eterno y paralelo de conceptos tan fijos como se diría luego de las viejas estrellas ptolomeicas, y se lo consideró inasible al modo en que lo fuera el agua corriente de un río... Podemos posicionarnos en favor y en contra respectivamente de algunas de esas descripciones, defendiendo la postura con los argumentos más apropiados para convencer... porque de eso se trata cuando se elabora un discurso: de separar, de unir, de arrastrar, de ocupar una posición de privilegio en un grupo dado; de identificar, en fin, a propios y a extraños. Y tal vez no lo podamos evitar, se  sea o no consciente de la causa, se la construya o no dentro del propio discurso, etc.

La cuestión se reduce en cualquier caso a vagar en la penumbra, a callar al llegar a aproximarse, a sostener ambigüedades y favorecer el desconcierto... o a parapetarse detrás de lo coyuntural y lo grupal a cualquier precio, para lo cual hay que alzar con valentía y hasta con temeridad las banderas de la lucha abierta, declarándose en primera instancia, poseedor de La Verdad...

Todos los discursos intelectuales (no hay otros que merezcan este nombre salvo que se incluya, con criterio posmoderno, a la retórica, a la propaganda y hasta la agitación) han "pecado" y "pecan" a mi juicio de ello; como refleja la mentirosa sentencia aristotélica con la que el griego que gestionaba su fructífera Academia y viviera de educar a hijos de reyes y demás patricios a cuento de la moda que se había extendido en la Grecia Clásica del Bienestar Insuperable (¡no olvidemos que Aristóteles, en las antípodas de Tucídides (e incluso de nuestros más próximos Machiavello o Goethe) sostenía esto también en paralelo!) abre su Metafísica: "El hombre por sobre todo quiere saber"; algo en todo caso aplicable, y superficialmente si sólo vemos en ello una simple vocación sin más sustento que un especial apetito del alma, a los que se saben poseedores de la facultad de reflexión y de elaborar discursos como de su mejor herramienta para sobrevivir. Es decir, una de las diversas maneras de perseguir, "sobre todo", no el saber, si se prefiere en sí, sino, si se prefiere rigurosamente, el poder... en cuyo nombre se puede acabar... mintiendo y tergiversando todas las intuiciones y todas las evidencias necesarias.

¿Cómo escapar a estas diyuntivas que parecen cada vez más endebles e incoherentes, cada vez más sujetas al desgaste y a la ruina a corto plazo, en una época de acelerada decadencia que no por nada ha sido vista (¡positivamente o atribuyéndole un valor positivo... que no es explicado sino en base a referencias supuestamente prácticas, de eficacia inmediata, o de impotencia idiosincrásica de un estereotipo humano fabricado, nuevamente, desde el propio discurso!), como... resultado de una "necesaria" progresión hacia "lo líquido"...?


Yo creo que es factible un discurso elucidador, iluminador. No para suponer una "Verdad" absoluta válida más allá de la fragmentación humana, los tiempos o épocas y las situaciones concretas de orden socio-político que en buena medida se imponen a los hombres. Pero sí para comprender las dinámicas que vienen estableciéndose como común denominador y para establecer el marco histórico amplio en el que se inscribió su puesta en marcha y se podría pensar en un final (sea o no apocalíptico o caótico). Y, como se desprende de mi discurso, esa posible comprensión no podrá estar, de estarlo, al alcance de otros que no sean mis propios pares, es decir, los que no escriben la historia ni su verdad sino... para proveer de extractos útiles a unos y a otros extremos de la fragmentación social imperante.

Ese discurso, entiendo, sólo puede, por otra parte, pasar por la valiente y por tanto riesgosa identificación de las motivaciones que están detrás de los actos así como de las condiciones para que esas motivaciones tengan lugar en cada caso concreto e incluso se pretendan ocultar o desfigurar en atención a su realización (tanto si es "honesta" como si es "tramposa"). Por lo que debe pisar terreno exotérico y aceptar ser perseguido (esto será de por sí esotérico, pero sólo en tanto el discurso intelectual no puede evitar ser incomprensible y elitista, lo que a la vez, por cierto, a veces lo salva de la quema... aunque no de la muerte que representa el aislamiento y la marginación).

Sin duda, un discurso de esta naturaleza debe ser capaz de explicarse a sí mismo. Debe por tanto ser capaz de señalar las propias motivaciones subyacentes y demostrar a la vez que su intencionalidad es nula, porque sólo siéndolo, esto es, pretendiendo una gratuidad absoluta (negando la posibilidad misma y por ello la imposibilidad de convencer a "la humanidad" en su conjunto -sobre la base de una evidente fragmentación insuperable a la vez que la misma está en estrecha relación con la idiosincrasia de cada grupo e incluso de cada individuo, ambos producidos a lo largo de la Historia mediante un proceso real de sucesivas interacciones, intrusiones e imposiciones-, negando a la vez toda posibilidad y por ello la imposibilidad de "imponer" ese discurso -en base a la propia idiosincrasia de su constructor y defensor, al estado alcanzado por la "sociedad humana" en el momento en que se alza y, por fin, en atención a la propia repugnancia que ese discurso manifiesta por la pérdida que implica del propio yo para llevar a cabo una tarea dictatorial como esa-, negando por fin la utilidad y la potencia que el productor de este discurso y de todos los discursos -el intelectual- tiene socio-políticamente hablando -como confirmara la Historia en cada una de sus etapas-, etc.) puede sostenerse como tal, en cierto modo ahogándose a sí mismo y reconociendo que nada lo mantiene vivo que pueda salirse realmente, concretamente, honestamente (en relación a uno mismo), de los marcos del simplísimo amor propio, de la pura defensa del yo...                             

¿O qué pudo mover fundamentalmente a Sócrates y Platón, a Agustín, Spinoza y Galileo, a Schopenhauer y a Nietzsche... etcétera, a encomendarse a la posteridad y a abrazar ferozmente la esperanza de que habría de llegar el día en que serían compredidos, en ese futuro en el que sentían que habrían debido nacer...?

¿Acaso quienes los condenaron, fuese a la cicuta, a la incomprensión o al ostracismo pueden ser considerados amantes del saber en sí... o, por el contrario, deben ser tratados, como piensan los más reflexivos, como una simple masa de ignorantes que prefieren permananecer en la ignorancia, recelando de las mil máscaras de La Sabiduría y La Verdad con las que los reflexivos suben al escenario del mundo a venderse... para no repartir nada ni para jamás ser capaces de jugarse con ellos cada vez y por cada alternativa... porque nada (les) resulta suficientemente puro ni nada podría conducir a otra cosa que al desconcierto, el recambio gobernativo y al engaño inminente... es decir, nunca a "la (impoluta) ciudad buena"? 

Y que conste que con ello no digo (¡siendo, como soy, uno de los reflexivos!) que no me parezca que pueda ser de otra manera, sino, simplemente, que cada fragmento está inevitablemente condenado a ver al otro desde su propia tragedia... o renunciar a lo que son (si es que lo son realmente, hondamente, radicalmente): las masas tras las migajas del botín que sólo los opresores pueden conquistar y por ende repartir, nosotros (los reflexivos), paralizados ante las visiones prospectivas que nos aprisionan. 

Las cosas, de todas maneras, no son fáciles de ver tan delineadas. Hoy y cada vez más al menos desde la institución de la escritura y la constitución de un fragmento técnico-social especializado en su mantenimiento y uso, hay, para mayor complejidad, muchos individuos parecen reflexionar cuando en realidad apenas si usan sus capacidades relativas para negar el pesimismo e invitar a las esperanzas conformistas cuya realización se da por sentado que residan en las manos de los opresores potenciales cuando no de los establecidos. Son los que sustituyen el deseo típicamente intelectual por la utopía por el de la reforma, con lo que se sitúan a mitad de camino entre las masas (a las que siguen despreciando y cuya dinámica por ende no comprenden) y los gobernantes de pura sangre, a los que siguen intentando orientar... Esto no es nada nuevo sino sólo más numeroso (y deberíamos recordar que el número es también cualidad, o, dicho más precisamente, que encierra significación) y lo es a instancias de la proletarización progresiva de la intelectualidad y la simultánea conversión de la facultad de reflexionar en fuerza de trabajo productora de una mercancía superflua más de las cada vez más numerosas que se diseñan y fabrican. Desde el Platón que se ofreció al rey de Siracusa como tutor para su hijo y el Jenofonte que se embarcó en la tarea ingente de racionalizar la tiranía, hasta el Sartre maoista que en realidad no fue más allá de proyectar existencialmente sus sueños mediante un personaje de tragicomedia en El diablo y el buen Dios (Goetz de nombre, para más señas, quien al final de la obra optará por ponerse a la cabeza de los campesinos... "para estar junto a ellos"), las conductas indecisas y pusilánimes de los reflexivos (tal como simplemente son juzgadas por los diversos interesados en algo diferente) han dado mil muestras de hipocresía, vacilación, incapacidad para la acción y servicio indirecto a los poderes constituidos o pretenciosos; y, allí donde se les impusiera la componente burocrática por encima de la prospectiva, es decir, el oportunismo y la inmediatez, han llegado a sumar en las filas de los más crueles y decididos tiranos, renunciando definitivamente al más mínimo amor residual por el saber y la verdad, se entiendan ambas cosas como se entiendan o se prefiera entender.

lunes, 1 de noviembre de 2010

Microfantasía a (micro)cuento de una microrrealidad


Usurpación o Ultraje
Decidieron salir todos a celebrar su fiesta, como todos los años, pero esta vez no hallaron ni un solo claro de bosque ni una sola discoteca donde poder hacerlo. Como se suele decir, "no cabía ni un alma", y todo porque los vivos, aprovechándose de la luz del crepúsculo, habían salido a celebrarlo primero. Así, tras largos años de paz de cementerio, volvieron a escucharse broncos tambores de guerra.