sábado, 17 de octubre de 2009

Literatura en "estado puro"


Para una de las primeras pinceladas de retrato de un personaje del común, sano en el sentido en que lo consideraríamos todos, y poseedor como tal de sus contradicciones y convicciones, Camus pone en sus labios la siguiente frase sobre el tema sin duda más conmovedor de la condición humana individual:

"La muerte no es nada para hombres como yo. Es un acontecimiento que les da la razón." (La Peste, Albert Camus, Pocket Edhasa, 1977, pág. 116)

Es no sólo el reflejo de la reacción de un individuo particular (que hay que conocer para verse parcialmente reflejado en él), pero también es más que eso. ¿Acaso algún filósofo, el que sea, haya descrito más exacta y más profundamente TODO lo que al leer esa frase tan breve nos hace vislumbrar; a la vez lo particular y lo genérico?

¡"La Peste"!, un ejemplo de la mejor y la más grande Literatura. De poesía hecha con prosa.


(Esto lo he extraído de un viejo post, pero pienso que separado y reproducido aquí brillará mejor, como otra luciérnaga temblorosa atrapada en esta botella).

domingo, 4 de octubre de 2009

De nuestros denodados esfuerzos por hacernos comprender (tercera y tal vez última)

Se puede pretender ser comprendido a toda costa en nombre de la Razón que se cree tener, o reconocer, aún creyendo lo mismo, que eso no será nunca posible ni tendría sentido alguno (y también, por qué no, sentir que no se hace sino llevar a cabo un ritual como lo hacen los otros). ¿De qué depende? Pues yo pienso -lo he dicho ya otras veces- que del grado de madurez alcanzado por la intelectualidad honesta (*), es decir, como se desprende de la psicología evolutiva a la que me permito hacerle un guiño: del grado en que se haya asumido la frustración (cosa que depende de los tiempos que corran).

Nietzsche dice que Sócrates provocó su propia muerte, que "él fue quien se dio la copa de veneno, él forzó a Atenas a dársela..." ("El crepúsculo de los ídolos", "El problema de Sócrates", 12, Alianza Editorial, Bolsillo, Madrid, pág. 43), ¿y él mismo; no se entregó él a la sífilis y a la locura...?

A raíz del juicio al que es sometido, Sócrates da claras muestras de estar decepcionado de Atenas, su decepción lo lleva a decir (¿convencido o dolido?, ¿bien o mal interpretado por el decepcionado Platón?) que piensa hallar mejores interlocutores en el Hades ("... si o creyese encontrar en el otro mundo dioses tan buenos y tan sabios y hombres mejores que que los que dejo en este, sería un necio si no me manifestara pesaroso de morir", "Fedón", "Diálogos", Editorial Porrúa, México, 2007, pág. 547), eso según Platón, debió impulsarlo a darse la copa de veneno, como dice Nietzsche. Y según Platón, estaba convencido incluso de que los cielos lo habían reclamado; creía según Platón que era "preciso que dios nos envíe una orden formal para morir, como la que me envía a mí este día" (ibíd., pág. 546).

En cualquier caso, era, o mejor dicho, podemos pensar que fue, un acto nacido de una decepción. Una decepción propia de la infancia de la filosofía (**).

El Nietzsche de la madurez, el Nietzsche que augura la venida del superhombre a la luz del mediodía... ya no piensa así, ya no está seguro para nada de que será comprendido, ni se dirige "a todos" ni al "pueblo", y casi vislumbra la mezquindad de las élites corrompidas por la polis...

Pero aún muestra su decepción por momentos. Y por eso ve en Sócrates algo tan diferente de él mismo. Por eso lo dibuja especialmente nefasto y vuelve a condenarlo, esta vez desde la tribuna de los sabios. No admite que su caminar hacia la muerte fuese en realidad parte inseparable del caminar hacia la vida; del deseo, sin duda vital, en fin, de llevar al mundo hacia su mejor vida.

Y no equipara su propio "sí a la vida" que esgrime contra los demás como si de un martillo se tratara con su propio caminar hacia la muerte.

Sin duda, Nietzsche aún no había alcanzado la madurez necesaria como para abandonar toda pretensión de trasmitir futuro. No había roto el cordón umbilical que lo hacía sentir responsable por la humanidad. No había rumiado lo suficiente la indudable frustración que le produjo y que produce a todo pensador la vida, ni a ver por ende que esa facultad de pensar "bien" era uno de los tantos recursos posibles del hombre: el que él, como Sócrates, habían elegido como el más idóneo... O, como diría el propio Sócrates de Platón en su "Banquete", acorralado por su propia dialéctica racionalista: "el más justo". ¡Vaya, ni más ni menos!

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(*) Creo haber reconocido de manera satisfactoria para mi propia persona (tal vez por la cuenta que me trae) que existen (existimos) pensadores honestos, serios, rigurosos, responsables... con relación a su preocupación trascendental (lo es aunque sea imaginariamente hablando), aquellos que no pusieron ni ponen por delante de sus pensamientos una meta inmediatista o un "ideal" que entiendo equivalente (la mezquindad, en fin, vestida de etiqueta para asistir a un evento social), todos... (quizás de hecho y en parte hasta los mismísimos "oportunistas") no son o serían después de todo sino repeticiones del rey Midas en procura de Sileno (cito la leyenda muchas veces y en la nota del post previo): el hecho de tener una herramienta que tiende siempre a excederse (la conciencia) nos fuerza a todos los humanos -y a unos más que a otros- a intentar capturar el mundo más allá de lo que se necesita y la mayoría de la gente y de las veces, hace y se hace para "capturarlo" o dominarlo. Creo firmemente que ahí está "todo" (lo significativo) dicho (como diría Wittgenstein). Sobre lo demás (parafraseando al lógico en concreto): "no podemos callar".

(**) No por nada la pregunta en la que todavía se cae, se reconozca o no, sigue siendo "quid sit deus" (Leo Straus, "La ciudad y el hombre", frase final, Katz Editores, Bs.As., pág. 341)

viernes, 2 de octubre de 2009

De nuestros denodados esfuerzos por hacernos comprender (cara segunda)

Si consideramos el inmensurable volumen de lo escrito desde que la corespondiente técnica de registro se inventara, y hiciéramos lo propio luego con la escasa comprensión que lograron con los escritos sus autores en esos 4.000 años de existencia, tanto durante su vida como a través de las generaciones sucesivas... ¿es o no pertinente preguntarse para qué escribimos?

La experiencia directa e indirecta es contundente. A la mayoritaria apropiación parcial, a veces carroñera (por su orientación a mezquinas fibras, vísceras repugnantes y médula de huesos), de rapiña, se suma la tergiversación interesada, consciente o no, de "los colegas" y las traiciones de la traducción.

En el Prólogo que Schopenhauer escribe para su obra cumbre (Arthur Schopenhauer, Prólogo a la primera edición -1818-, "El mundo como voluntad y representación", tomo I, Ediciones Orbis, Barcelona, 1985) que ya citara en la "primera cara" de esta doble luna (véase mi post inmediatamente anterior), tenemos también esta "segunda", inevitable como todo indica, en donde se establece la otra precondición para conseguir ser comprendido:

"... si el lector..." (pág. 9), etc.

Todo recomendaría el abandono. Y sin embargo se sigue, como si se tratara de la a-voluntaria Tierra de Galileo que es incapaz de hacer lo que la Inquisición habría deseado.

En consecuencia: ¿por qué o para qué seguimos escribiendo?

¿Es hasta ese punto posible de absurdidad que es compulsivo? ¿Es acaso parte de una vocación o voluntad idílica que sueña, cuando no cree firmemente, que al final del calvario de incomprensión y distorsión señalado habrá de hallar La Redención o un Paraíso? ¿Es así de ingenuo el hombre que lo intenta, el escritor, el pensador en concreto que vuelca sus pensamientos por escrito y los publica (nótese que quedan fuera de un plumazo todos aquellos que escriben para entretener o para burlarse, o sólo para captar adeptos para su propia iglesia, es decir, para cumplir con una misión inmediatista, como mucho de agitación y propaganda, como mucho política), en fin, el inútil filósofo con su pretensión de arrancar La Verdad de las entrañas de los hechos y... su necesidad de "ver manos extendidas" (*)?

Pongamos que La Verdad sea realmente un atractor tan poderoso siendo a la vez un fantasma imaginario.

Pongamos que el caso del rey Midas (**) fuese un caso prototípico del intelectual fiel a su mecánica (¡vaya dificultad para definirlo cuando lo hacemos con parte de lo definido!), un ser que persigue denodadamente a Sileno hasta cazarlo... para nada. No, para nada no, sino para decepcionarse... No, ni siquiera, porque Midas es tal (aunque la leyenda no narra ni sugiere la segunda parte) que a Sileno... no le cree, que consideraría su declaración un engaño, una manera de preservar el secreto, una burla... o, en todo caso, una falta de información veraz y profunda que quizás sólo el dios tenga... Y en el tercer acto, después de deducirlo, superado el llanto desesperado inicial y realizadas las conclusiones pertinentes y sosegadoras... Midas marcharía, ignorando a Sileno o incluso matándolo, en pos del mismísimo Dionisos, el que "realmente" "debe" "saberlo todo".

¿Sería pues así, sería que no podemos renunciar a nuestras ilusiones, que no podemos dejar de creer que más allá existirá un alivio para el hombre, un Eden como el que acariciamos con vehemencia y fruición?

La certeza, al situarse en el límite, es inmediata: abandonar es morir, es acabar con una marcha sin sentido, con un constante paso a paso para nada a través del juego y el placer (sin duda muy satisfactorios... aunque muy... ¿animales?). Y rechazamos morir. Incluso, contradictoriamente es obvio, lo hacemos mediante esas prácticas de búsqueda infructuosa precisamente al tomárnoslas en serio, no al llevarlas a cabo como meros juegos, como proveedoras de placer... Tenemos que hacerlo así... rechazando o ignorando cualquier conciencia al respecto.

No me extraña que Sócrates y Platón se creyeran poseídos, títeres de una conciencia superior que, ella sí, sabía, tal vez o no como Sileno, La Verdad, El Sentido... y la propia no fuera capaz de arrancarle el secreto o de ser para aquella suficientemente fiable como para que se lo pudiera revelar.

No veo en absoluto que haya sido una cuestión de primitivismo, de infantilidad, de ausencia de la Razón Desarrollada o... Científica, que no los habría aún asistido. Ni tampoco de miedo en tanto que determinante. Creo que, como hoy sigue siendo a pesar de la voluntad que se pone para silenciarlo, se trataba de la única explicación posible. Hoy, repito, se continua haciendo lo mismo aunque no se le de a esa fuerza sobrenatural el nombre honesto de Demon. Yo, en los límites de la depresión que cada tanto me invade (lo que sucede cuando de repente todo deja de devolverme la sensación de que existe un más allá prometedor, es decir, cuando la gratificación es nula), me armo de voluntad diciéndome: ¡hay que vivir, hay que evitar que la depresión -¿un Demon alternativo o su otra cara malévola?- te tumbe; si te dejas llevar... morirás; esa conciencia... podría no ser más que un ataque de locura que hay que evitar o combatir con alguna medicina: tómala pues, tómala antes de que sea tarde, tómala ya mismo!

Así, el "deber ser" se impone, tal vez a causa de un mecanismo que se desarrolló hasta conformar como una de sus caras poliédricas el miedo; ahora sí: el miedo a no ver más, a no sentir más, a no saber más, a no poder nunca más ser querido y apreciado, a perder toda posibilidad por remota y utópica que sea de salir de la trampa y vencer...

Volviendo circularmente al punto de partida (¿qué si no esto es lo único que cabe hacer?), Schopenhauer, después de señalar sus "exigencias" y recomendar a quienes no estuviesen dispuestos a seguirlas que mejor harían en no perder "ni una hora en ocuparse" y en todo caso (de haberlo ya comprado) "cerrar en seguida este volumen", reconoce explícitamente que su obra "... está destinada a una corta minoría de personas..." y que, en todo caso, puesto que "la acción de la verdad se extiende a lo largo del porvenir y su duración es larga: digamos la verdad" (ibíd., págs. 12-13; lo que entenderé simplemente como expresión de la voluntad de ser honesto) y en donde también se pone de manifiesto que Schopenhauer no contemplaba, y en todo caso ignoraba, los peligros de tergiversación que ese futuro, al que apela esperanzado, encierra.

¡Esperanzado, sí, y autoengañado más o menos adrede, porque ninguna buena escritura garantiza lectores que nos lean según nuestra voluntad ni evitará que las aves de rapiña se posen sobre nuestro cadáver con la intención que deriva de su idiosincrasia! ¡Porque nada nos puede hacer omnipotentes y capaces de controlar el mundo y su futuro! ¡Porque vanitas vanitatum et omnia vanitas! ¡Porque en todo caso, lo único posible son esas esporádicas migajas de cariño y reconocimiento que nos tocan en vida y en las que creemos (y queremos) ver muestras del Paraíso lejano e imposible!

¡Es monstruoso... incluso un tanto penoso, pero también es maravilloso! ¿Qué? Pues: darse cuenta ("apropiarse", que diría Hidegger) sin dejar de estar... Darse cuenta de las sutilesas de la trampa que nos lleva a "apropiarnos" del vapor de agua que pasa por entre los dedos para acabar difuminado en la neblina. La misma conciencia a fin de cuentas que aflora mientras avanzamos por un texto bien elaborado y per eternum misterioso.



(*) F.Nietzsche, "La gaya ciencia", parágrafo 342, Pequeña Biblioteca Calamvs Scriptorivs, Barcelona, 1979, pág. 186.

(**) Para quienes no conozcan la leyenda, transcribo la preciosa narración que hace de la misma Nietzsche en su "El nacimiento de la tragedia" (Alianza Editorial, Bolsillo, Madrid, 2007, pág. 54; la itálica pertenece al original), que él toma a su vez de Apolodoro:

"Una vieja leyenda cuenta que durante mucho tiempo el rey Midas había intentado cazar en el bosque al sabio Sileno, acompañante de Dioniso, sin poder cogerlo. Cuando por fin cayó en sus manos, el rey pregunta qué es lo mejor y más preferible para el hombre. Rígido e inmóvil, calla el demon; hasta que forzado por el rey, acaba prorrumpiendo en estas palabras, en medio de una risa estridente: "Estirpe miserable de un día, hijos del azar y de la fatiga, ¿por qué me fuerzas a decirte lo que para tí sería muy ventajoso no oir? Lo mejor de todo es totalmente inalcanzable para tí: no haber nacido, no ser, ser nada. Y lo mejor en segundo lugar es para tí - morir pronto".

jueves, 1 de octubre de 2009

De nuestros denodados esfuerzos por hacernos comprender

En mi pretensión de conocer mejor los antecedentes del pensamiento de Nietzsche, bajé de los estantes de mi biblioteca el primer tomo de los dos en que se divide la edición de que dispongo de "El mundo como voluntad y representación", la de Ediciones Orbis de 1985, que, parece mentira haya esperado tan pacientemente durante todo este tiempo, como otros cuantos, a que por fin lo abordara (y ya puede darse con un canto en los dientes).

Esto sucedió ayer, y como comprenderán, especialmente si supieran cómo de lento leo, y por cuántos desvíos me dejo llevar mientras consumo líneas, significa que no podré apenas decir algo de su contenido sustancial. No obstante, las reflexiones que siguen son una continuación del efecto que produjo en mí lo que Schopenhauer se sintió movido a decir en su "Prólogo, de la primera edición" de 1818, lo que no puede estar, entiendo un tanto a priori, desligado de lo que vendrá a continuación y que en breve comenzaré a rumiar.

Lo que concretamente me desvió hasta las siguientes reflexiones fue lo que a continuación transcribo:

"Un sistema de pensamientos debe tener siempre un encadenamiento arquitectónico... (...) En cambio un pensamiento único, por vasto que sea, debe conservar unidad perfecta. (...) En este supuesto, es evidente que, para comprender bien mi pensamiento, no hay otro recurso que leer dos veces el libro... " (Arthur Schopenhauer, op.cit., pág.9)

Y poco más abajo:

"... he hecho concienzudamente cuanto me ha sido posible (...) para poder ser comprendido. En general, no he perdonado medio para ser claro y comprensible." (ibíd.)
Etc.

Me impactó el preámbulo, la descarada intención de influir o, mejor dicho, controlar los pasos del lector, de pretender un lector a la medida... Y me sentí reflejado, al margen de que yo actúe o no del mismo modo, por vergüenza o por conciencia de la impotencia que tuviese al respecto salvo... en relación a los discípulos fieles allí donde pudiera tenerlos... imaginariamente. Pero, sobretodo, supe ver en ello la esforzada pretensión de Schopenhauer de ser, simplemente, comprendido. Y me puse a reflexionar (desviándome de la lectura como de costumbre, como este artículo acredita por cierto) acerca del por qué de tal esfuerzo.

Exactamente: ¿por qué nos preocupamos tanto por conseguir un lenguaje riguroso, una conceptualización que apunte sin confusiones al objeto (a veces confusiones mediante), una narrativa que conduzca al lector a tener sed para darle a beber luego lo que pretendemos que tome luego como si fuera agua pura? ¿Por qué el hombre ha fraguado lo mejor posible las armas de su lengua y su escritura, no cesa ni cesará nunca -deduzco- de mejora sus diseños, de mantener su filo y su efectividad...? ¿Por qué yo igualmente insisto, cono tantos más, en que sea bien leído?

Bajo una óptica freudiana, válida para empezar como cualquier otra, se diría que aprendemos a hacerlo desde que nos expulsan (y/o extraen) del seno materno y comenzamos a quejarnos mediante el llanto de tamaña violación de nuestra seguridad (comodidad incluida), de nuestros derechos adquiridos. A partir de ese momento, comenzaría un duro aprendizaje, de prueba y error, sin mediación de otra escuela que la de la propia vida, en busca de un lenguaje que nos permita conseguir lo necesario (mezcla de lo real y de lo imaginario en el caso que nos ocupa de los seres humanos); un lenguaje violento o seductor... un lenguaje que nunca será lo suficientemente perfecto ni alcanzará nunca una efectividad insuperable.

Lo cierto, sin duda, es que desde esos primeros tiempos: "el que no llora no mama".

Y también que en el mundo cada vez más diverso que descubrimos a nuestro derredor, un mundo que ni siquiera es el ya frustrante hogar exterior -supuesto el más idílico inclusive-, nos veremos empujados a mejorar más y más ese lenguaje, a depurar y a sofisticar (incluyendo enmascarar, distorsionar, adornar... etc.), nuestros mensajes.

Esto podría sugerirnos que somos simples presas de una inercia de la que no nos desembarazamos nunca. Que no conseguimos ni conseguiremos romper nunca con aquel trauma primigenio, con ese deseo frustrado de recuperar aquel Paraíso Perdido... Y que, todo lo dice a gritos, que vamos más allá de la queja o la protesta en un intento de realizar esa recuperación de algún modo adaptativo, a medias resignados a hacerlo en el mundo real, con las facultades reales y usando los medios que logremos hallar a nuestro alcance y los que con ellos logremos fabricar... Lenguaje, tecnología (escritura incluida, instituciones incluidas, esclavitud impuesta, etc.), se harán de ese modo inseparables e irrenunciables... El objetivo, en el fondo, sería... volver.

Me pregunto y me contesto positivamente acerca de si allí se halla pues la cara y la cruz de todos los fenómenos sociales por los que pasaron de una u otra manera los grupos humanos desde que fueron invadidos por esa nueva arma a la vez arrolladora y dolorosa que representó la conciencia autoreflexiva más allá de un cierto punto. La producción de alimentos, el Estado, la opresión, las leyendas bíblicas y equivalentes... la propia queja capital de Cristo... el mecenazgo,la democracia, la burocratización...

En fin, si es así qué remedio: óigaseme, pues, léaseme bien y reconozcaseme.



* * *

Adendum (a 6-10-2009):

¡Pobre Schopenhauer! Tantos esfuerzos para por fin ser "superado" y para que el positivismo y el racionalismo generalizado que acabaron conquistando la Ciudadela de los Expertos (que no Sabios) lo arrinconaran entre los casos exóticos e inservibles... Véase si no en base a qué y cómo un tal Alexia Philonenko (con el que me he topado en busca de unos datos) se digna a despachar (que no a "desmontar) a Schopenhauer:

"Al meditar quizás sobre los criminales (?), como lo harían Nietzsche y Dostoievski, Schopenhauer llegó a rehabilitar esa razón que tanto había hecho por superar. Lo hizo en un apéndice del párrafo 36 (!!) del Mundo como voluntad y representación. La locura tiene diferentes caras... (...) ¿En qué consiste... (...) en el apego a la vida? Esto es lo que toda la filosofía de Schopenhauer nos invita a pensar (¡y a lo que Philonenko la reduce con el fin de despacharla sin más con un finale apropiado para el olvido!). Pero él da una explicación muy distinta, que no dejará de sorprender (?) si se recuerda todo lo que ha dicho del tiempo..." (y aquí Philonenko hace un resumen restringido al tema de la "alienación" y cita a Schopenahauer al respecto... como si esa cuestión fuera lo más significativo e importante a destacar de sus escritos. Todo para concluir:) "Como se puede ver, Schopenhauer da la espalda a su propia doctrina. Más exactamente, renuncia (...) a adentrarse en una fundamentación radical del pesimismo." ("Historia de la filosofía" -una muestra de la cultura francesa de divulgación-, tomo 8, capítulo 3, Siglo XXI Editores, México, 1980, págs. 90-91; los paréntesis con signos y notas, así como la negrita irónica son todos míos)

¿No es una pena? ¿No da sinceramente pena... extraer tan poco y pasar como si nada página? ¿Ser incapaz de leer bien y lo sustancial, reducir un pensador a cantor del pesimismo y, presentándolo como traidor y renegado respecto de su propia causa, hacerse fácil a sí mismo y a los lectores enciclopedistas que hayan llegado hasta su texto, el trago de olvidarlo para siempre.

Pues por mi parte, me propongo leeré bien a Schopenhauer contra todos los mezquinos del mundo intelectual que no saben ya cómo huir de todo descubrimiento que los ponga ante el abismo, que no saben cómo evitar saltar para volar, desprendiéndose del lastre con el que rinden tributo a la escasa comodidad insatisfactoria a la que se resignan sin dejar de quejarse... y mostraré hasta dónde llegó un pensador desprendido, que sin duda fue lejos; al menos mucho más lejos que lo que señalan los mapas de esos bienpensantes proletarizados o corruptos que apenas saben bailar mal bajo las estrellas fijas.