sábado, 12 de marzo de 2011

Más allá del bien, del mal, de Nietzsche... y de la Filosofía (I)



 ¡Aproximáos, amigos; dialoguemos como tales!

Fuese o no Platón el primero (se sitúa a Heráclito y a Parménides en estos puestos más bien como antecesores, mientras que Sócrates puede considerarse sólo una idealización que Platón habría "rescatado de la calle", como sugiere Nietzsche -Más allá del bien y del mal, de ahora en adelante MABM, af. 190; citas tomadas de la versión de Alianza Editorial, libro de bolsillo-), fue él quien se ganó para sí la imagen prototípica del filósofo. Una figura idílicamente (exclusiva y esencialmente) ligada a la tarea de desentrañar la realidad en la que estaría prisionero el hombre, en orden a orientar su marcha (esto es, a ayudarlo a trazar esos "senderos interrumpidos" -Heidegger dixit- en los que según yo lo veo se interna sin más metas que las que modela en torno a lo que se le impone a tenor de lo ya trazado y penetrado del mundo). Según Aristóteles, en busca de la verdad; según Nietzsche, de "todo lo problemático y extraño en el sentir", todo lo "hasta ahora proscrito por la moral", dándole así a la actividad filosófica o "del pensar" un aire heroico (las dos citas precedentes son de Ecce homo, Prólogo, de ahora en adelante EH, las citas serán de la edición de Alianza, Libro de bolsillo), pero desde uno al otro extremo, hablándonos a pesar de todo de una práctica compulsiva, de una respuesta a un deber ser (es decir, a pesar de pretender distanciarse diametralmente de Platón y de Kant), de la obediencia y la sensación de ser deudor (a la naturaleza, a Dios, a sus encarnaciones... , es decir, a la obligatoriedad de devolver lo recibido, repitiendo bajo nuevas formas el arcaico ritual del potlatch -remito a Marcel Mauss, Ensayo sobre el don-), de sentirse obligado a no cesar sino a continuar a cualquier precio "la propia obra" (Nietzsche dixit), fieles a la naturaleza narcisista y a las conjeturas inevitables que podrían despejar la perplejidad en que nos sume la conciencia del propio poder, de tributar y venerar, über alles, esa facultad más divina entre todas las posibles, ese regalo más exquisito de todos los imaginables: la de pensar, una facultad que sería al fin sacralizada, adoptada como razón de ser. Sin lugar a dudas, todos los que se sintieron "responsables" de la "conciencia humana" en su conjunto (considerando "asuntos de su conciencia el desarrollo integral del hombre" -MABM, af. 61-, algo que declaró igualmente Heidegger. Incluso, colgando esa responsabilidad a toda la especie de una manera embozada y mentirosa, básicamente... democrática, lo que prepararía su propia ruina o su miseria. Aristóteles, en concreto, en su intento magno por dar forma a la disciplina (Metafísica), señalaba el amor a la sabiduría como propio de todo ser humano (aunque sabemos que excluía a muchos del género... cosa que el cosmopolitismo moderno ha preferido ignorar en defensa y adorno de su democracia).Sin duda, ha servido para el objetivo perseguido desde el principio y siempre: sacralizar el pensamiento filosófico y darle el primer puesto en la tabla de valoración occidental.

¡Esa es la idiosincrasia filosófica, lo que viste de gala la dedicación a la filosofía, a la búsqueda de la verdad, eso sí, siempre bajo las reglas en sí de una u otra disciplina, o al acabamiento de la obra que la desvelaría, o a la actividad intelectual que por fin, alguna vez, nos la regalaría como fruto, es decir, cultivándolo como a cualquier otro dominio...! (No hay forzamiento alguno de los términos al usar aquí el de intelectual, al menos en base a la definición de intelectual que he adoptado. El concepto ha entrado precisamente en nuestros tiempos a cobrar sentido, a disolver la mentira que lo venía y aún lo viene adormando).

Seguimos pues, con Nietzsche, creyendo que ya va siendo hora de una postura radical, e incluso coincidiendo en muchas cosas que pusiera sin compasión ante nuestros ojos. Y según lo veo, va creándose cada vez más espacio para ello, paradójicamente... en la medida en que el espacio intelectual se estrecha. No es, no obstante, como lo viera en parte y contradictoriamente Nietzsche (y esto se mantiene en toda la Filosofía, Heidegger por supuesto incluido), una cuestión de voluntariedad, sino, como dijera también Nietzsche: "Se carece de oídos para escuchar aquello a lo cual no se tiene acceso desde la vivencia" (EH, Por qué escribo tan buenos libros, af. 1). Siendo algo que, por otra parte (es decir, más allá de su idealidad) y en todo caso, sólo puede proponérselo como tal voluntariedad un intelectual y nunca la humanidad en su conjunto, que no marcha salvo en lo aparente hacia ninguna instancia superhumana o divina o tan siquiera sabia o justa, en concreto, los dos semicoros que, precisamente, sostienen y profundizan la fragmentación: de una parte la burocracia redistribuidora, de otra las masas receptoras de la redistribución (y conjuntamente con las funciones y efectos de la represión, del control de la información, etc., etc.)

La pregunta del por qué de la filosofía, en cualquier caso, no ha sido aún respondida radicalmente, sino sólo para su propio contento; para, en fin, poco más que para "conservar seres tales como nosotros" (MABM, De los prejuicios de los filósofos, De los prejuicios de los filósofos, af. 3), es decir, como una manera particular de encontrar cómo vivir mejor de acuerdo con nuestras facultades más apreciadas, según lo que dicta y preserva la confianza en uno mismo, nuestra autoestima, nuestro amor propio. Sin embargo, parece posible producir de una vez por todas radical descontento en la medida en que el descontento se instala de todas las maneras, y por fin, desengañar y desengañarnos del todo... aún a riesgo de perder toda esperanza.

Parece, pues, ser la hora de responder a la pregunta: ¿por qué unos hombres entre otros muchos -una minoría, realmente- ha insistido de ese modo, siempre sobre lo que parece reiterarse; siempre buscando, por lo que parece, sólo otras fórmulas, otros disfraces, otras máscaras y escudos, incluso otros adornos...? Para lo que, como bien sintiera Nietzsche, hace falta coraje, "valentía de la conciencia" (MABM, De los prejuicios de los filósofos, af. 4), hace falta para llevar a cabo "un acto de suprema autognosis de la humanidad" (EH, Por qué soy un destino, af. 1). La respuesta de Heidegger en modo alguno va mucho más allá, incluso en algún aspecto retrocede.

Claro que el coraje sólo es aceptable cuando las circunstancias ofrecen una chance creíble al individuo para ponerlo en juego, ya que en caso contrario sólo puede haber temeridad. Y en este sentido, dicho sea de paso para quienes tienden a ver la paja en ojo ajeno etc.....deben considerarse con mucha más comprensión las circunstancias en las que se suelen encontrar de por sí y generalmente las masas, el pueblo llano, las clases medias, o como se prefiera llamar a esos conjuntos irregulares que en condiciones de bienestar aceptable (de acuerdo con los cánones establecidos) o en una extrema situación de terror y control, no atine a manifestar ese coraje que los propios intelectuales suelen exigir en nombre de entelequias que escoden un llamamiento a una mera alternativa formal. De todos modos, si nos limitamos al campo de lo que podríamos llamar coraje intelectual, aquel del que de hecho sentíase practicante Nietzsche al igual que yo mismo, el que Nietzsche llamaba a tender voluntariamente para ser un "superhombre" o un "filósofo del futuro", debo decir lo mismo: ese coraje sólo puede ser un mero resultado, básicamente involuntario, en un contexto particular. Una reacción que, en todo caso, puede esfervecer... podría (o no) encontrar el caldo de cultivo propicio para su desarrollo.

En esa línea, entiendo que hoy en día podríamos por fin, algunos pensadores especialmente excéntricos, especialmente marginados y solitarios como los que valoraba positivamente Nietzsche... a su pesar sin duda, volvernos capaces de mirar(nos) con ojos despreocupados, ¡despreocupados por la propia suerte y no con el miedo del que teme delatarse y perder algo tangible o en todo caso su posibilidad!

La marcha real de las cosas que lleva hasta este momento (¿podemos llamarla "Crisis de nuestro tiempo?") se inicia desde mi punto de vista mucho antes de Platón, de Heráclito y de Parménides -apenas los creadores de mitos más inteligentes (y engañadores), mitos capaces de dar una nueva y novedosa salida a... su propia realidad en medio de La Realidad...-. Me atrevo a considerarla en concreto un derivado de la entrada del ser humano en la fase de consolidación de los métodos de supervivencia colectiva basados en la domesticación, inevitablemente sedentaria, fase que le impone (u ofrece en bandeja de plata) la domesticación de los otros en lugar de la simple exterminación, donde no mediase integración, la fragmentación, la grupalidad formal, imaginaria o simbólica, que ha llegado a través de su complejización hasta nuestros días de decadencia, crisis y frustración fructíferas... y parteras de la transvalaroraciones sucesivas (remito en relación a los comienzos de la domesticación a Jared Diamond y su Armas, gérmenes y acero; esto al margen de sus conclusiones).

Precisamente, es en el actual estadio de la complejización social alcanzada cuando el espacio intelectual se estrecha lo suficiente como para dar lugar a una frustración en el límite que conduce a la excentricidad o a la claudicación. Y en estas circunstancias, cabe explicarse que el coraje intelectual sea capaz de llegar más lejos que nunca... aunque tal vez sólo como rareza extrema. Como manifestación de una especie, casi una mutación colateral o periférica, que nace para morir pronto y no, como soñaba Nietzsche, para anunciar el futuro.

Darse un lugar en el grupo y con el grupo respecto de los demás grupos en la sociedad fragmentada, darse una vida mejor que los demás en correspondencia y sabiendo explotar la propia idiosincrasia y sus habilidades -esto es... sus mentiras o sus trucos-), es algo demasiado humano. Esta tónica no pudo ser ajena a los seres humanos especialmente reflexivos capaces de producir ideas, discursos, narrativas... algo que no se hizo nunca, en el fondo, por amor al arte, sino con fines objetivos: Sin duda, como hizo Platón o su colega Jenofonte, y luego a mayor escala Aristóteles, por nombrar a los mejores, es decir, a los más creativos y perdurables, a los preparadores de la mentira mítica más grande de todos los tiempos hasta hoy: la propiedad divina y divinizadora de la Razón.

A mi criterio, Nietzsche llegó hasta el umbral a partir del cual, precisamente, "más necesario era (...) dudar de todas las cosas" (MABM, af. 2) y reconoció que "Tras haber dedicado suficiente tiempo a leer a los filósofos entre líneas y a mirarles a las manos (...) tenemos que contar entre las actividades instintivas la parte más grande del pensar consciente (...) incluso en el caso del pensar filosófico" (ibíd., af. 3). Un instinto, bien, "un instinto cognoscitivo" (ibíd., af. 6) que, inclusive, "como todo instinto ambiciona a dominar: y en cuanto tal intenta filosofar" (ibíd., af. 6), "un pequeño reloj independiente que una vez que se le ha dado bien la cuerda se pone a trabajar en firme" (ibíd., af. 6). Y concluye: "Por eso los auténticos intereses del docto se encuentren de ordinario en otros lugares completamente distintos, por ejemplo en la familia, o en el salario, o en la política..." (ibíd., af. 6). Pero, sin embargo, no nos habla de su genealogía, tomando, a fin de cuentas, ese instinto como un nuevo en sí, a pesar de su rechazo por esa cosa, ese "Dios oculto" (ibíd., af. 2). Una perspectiva que Heidegger diluirá tras sus ampulosas conceptualizaciones "estrictas" (dejando poco y nada de lo sociológico y de lo instituido, lo fragmentario, y quedándose por tanto en la generalización... filosófica de nuevo) en las que, sin embargo, el "ser ahí", "ser (por fin) en el mundo", debe ser considerado también como "un útil", exactamente como los esclavos eran considerados por los pensadores griegos (y los que realmente gobernaban o participaban del poder), en concreto: "herramientas parlantes".

Nietzsche, pues, acaba insistiendo, en contra de las pretensiones posmodernistas que se estaban indudablemente gestando (positivismo mediante al que llamaba "filosofía de la realidad") y que el sitúa simplemente en el marco de la decadencia, no sólo en base a la indudable diferencia entre obreros filosóficos, científicos y filósofos propiamente dichos (ibíd., af. 211), que la hay pero que debe ser explicada sociohistóricamente a partir del mismo tronco grupal, sino en la viabilidad de la auténtica filosofía y de los auténticos filósofos, que serían los que "considera(rían) "asuntos de su conciencia el desarrollo integral del hombre" (ibíd, af. 61), ¡la "responsabilidad más amplia de todas" (ibíd.)! ¿Eran aún otros tiempos; era aún una decadencia incipiente? ¿Aún cabía soñar con "una nueva grandeza del hombre, un nuevo y no recorrido camino hacia su engrandecimiento" (ibíd., af. 212)? Por lo visto, Nietzsche también "tocaba la flauta" (ibíd, af. 186). Eso sí, empero con dudas: "en el caso de que hoy pueda haber filósofos", preguntándose aún si "¿es hoy posible la grandeza?" (ibíd, af. 211)

De ahí que, también en el caso que nos ocupa debamos considerar las cosas de este modo para sacar conclusiones más significativas que las obtenidas hasta ahora -obtenidas para favorecer la ocultación- (definitivas incluso... siempre y cuando sigamos dentro del mismo marco que lo posibilita), y por ello, esa marcha, tal y como se ha gestado y tal y como a continuado luego hasta ahora, me da perfecto derecho de considerar a todos los filósofos como... intelectuales obrando o ejerciendo como filósofos; sea, como en el caso de los griegos, como filósofos clásicos...sea, como en el renacimiento, como filósofos modernos... etc., incluso, algunos, como "filósofos de la realidad" (como llamara Nietzsche, peyorativamente, a los positivistas; y soy consciente de que he añadido esto a título de provocación).

Platón ejerció específicamente de filósofo en Atenas (y en diversos lugares de su imperio), y como tal fue un auténtico creador de mitos y escultor de personalidades míticas, de las que la más perdurable fue la de Sócrates; un productor de mitos. ¿Cuáles son sus rasgos distinguibles, inevitablemente sociológicos? ¿Qué lo distingue explícitamente como un particular "ser ahí" que se siente diferente de los demás y que es considerado diferente por ellos; que lleva a decir a Paul Valerie, sin duda incluyéndose supongo, y al margen de que esa sea la característica dominante o no, que compone "la especie que se queja"?

La figura del filósofo, la entiendo inseparable de ciertos aspectos que en Platón adquieren forma precisa y que en definitiva le permiten a Platón autolegitimarse como algo sociológicamente nuevo: El Filósofo; una figura que debe ser definitivamente considerada socioprofesional (la idea ha sido especialmente realzada por Bagioli a partir de la figura cortesana de Galileo y su marcha legitimadora como "científico" o, más bien, como "filósofo"; véase Galileo cortesano, Editorial Katz). Esos rasgos han sido suficientemente documentados por diversos historiadores y por quienes por uno u otro motivo han necesitado referenciarlas. Se pueden resumir o agrupar en los siguientes dos:

1) Regentar una Academia (y no vagar de casa en casa y de calle en calle, como Sócrates; ni de pueblo en pueblo, como también Empédocles) gracias a lo cual le fuese posible vivir -en concreto, gracias a un respaldo institucional, inserto en la sociedad, lo que otorgaba un perfil socio-profesional (del que podía vivir)- y actuar específicamente de manera proselitista con el objeto de conformar un grupo sólido de discípulos, de "amigos", como díría Nietzsche; algo que las Academias permitirían y no, en cambio, mediante el método de los magos, los pitagóricos, los sofistas, incluso los eutifrones... Sócrates (o los profetas en general) incluidos. Esto impone unas reglas del discurso para hacerlo eficaz para la consecución de adeptos, y esto es lo que acaba por fundar el cuerpo propiamente dicho de La Filosofía, lo que la convierte en algo que merece un nombre propio, que puede ser enseñada o trasmitida (dando pie al mesianismo y la promesa de futuro y de efectos para la posteridad; un discurso que estblece su doble impronta esotérica/exotérica, es decir, sus necesidades de lucha, identificación y engaño en relación al resto de la sociedad fragmentada en la que se tienen que desenvolver. respondiendo a su verdadera responsabilidad, eufemísticamente hablando, la propia supervivencia. Ese proselitismo puede ser sólo de hecho, es decir, al margen de que digan lo contrario como es el caso contradictorio de Nietzsche que tantas veces lleva y trae a Zaratustra, montaña arriba montaña abajo ("...estaría en completa contradicción conmigo mismo si ya hoy esperase yo encontrar oídos y manos para mis verdades" -EH, Por qué escribo tan buenos libros, af. 1)... salvo que uno se silencie por entero... es decir, deje de ser (de ser ahí, obviamente) lo que es para seguir siendo.

2) Pretender incidir en e incluso determinar la dirección política: desde las sombras o detrás del trono, a) apoyado por los resultados de la actividad proselitista mencionada, b) ayudado por la representación más o menos deshonesta de una conducta moral respetable sobretodo por los políticos (que recaban sus servicios de asesoramiento y como adorno -esto renacerá en el Renacimiento, como lo ejemplifica el caso Galileo, esta vez en paralelo con la autolegitimación de la Ciencia y del científico-, una moral que exige la presencia y eje de una propuesta mesiánica, lo que se extiende hacia la posteridad; c) afirmados por su particular capacidad discursiva que de hecho o de derecho se considera un don (divino, claro).

Estas dos grandes conjuntos de características dan corporeidad a una figura que se prolonga hasta los intelectuales del presente (aunque entrando en crisis mientras crece otra figura: la del proletario cultural). Y es esa similitud la que permite la aplicación retrospectiva del término, claro que hasta cierto punto, pero indudablemente a los filósofos clásicos. Es más, me atrevo a decir que esas características comunes o básicas están en la base misma de la autolegitimación, de la fundación de la disciplina y de los disciplinadores (tal y como volvió a suceder cuando se instituyó La Ciencia frente a la Escolástica como su antinomia -remito para más amplitud de miras otra vez a Biagioli-). Y en este proceso, nuevamente, hallamos las propias señas de identidad diferenciadoras, en su nacimiento, contra la Magia (no contra la Religiosidad).

Esto se expresa en detalles comunes:

1) viven de la Filosofía en tanto que Discurso (en el sentido definido por Foucault), sea porque la enseñan en instituciones a las que pertenencen, sea porque publican, dan conferencias, cursillos, participan en debates públicos (hoy incluso televisados), etc., y como en todos los Discursos (La Ciencia, La Magia) autodefinen sus límites, sus reglas de juego, sus requerimientos retóricos, sus precondiciones y sus púlpitos consagrados.

2) sueñan con un "mundo bueno" en la medida en que adoptan la obligatoriedad de hacerlo

3) se mantienen lejos de la lucha política concreta que a sus ojos contradice los principios, los ideales puros, etc., y eligen a los jefes capaces de actuar sin escrúpulos como herramientas de transformación (intentando o procurando reformarlos, abuenarlos, limar su irracionalidad, etc., como si estos componentes fueran puramente psicológicos y no una consecuencia inevitable de la posición -esto queda claramente ilustrado en el De la tiranía de Jenofonte, en castellano por Ediciones Encuentro, 2005-). Tales jefes nes adctrinados por ellos convenientemente, aplicarían la coerción estatal, dándoles a ellos un rol privilegiado y separado dentro de una fragmentación social que no sólo cuestionarán (salvo con fines propagandísticos que de todos modos se hace en el límite de esa figura, ya que al hacerlo ya se transita hacia la burocratización del personaje) sino que considerarán necesaria para alcanzar la recuperación o reinstauración del Paraíso Perdido.

4) sostienen posiciones elitistas o aristocráticas (y socialmente miembro de la corte en la medida de lo posible) que adscribe la existencia sojuzgada de los menos capaces para el mando (se encubre con variantes, pero se refieren a ello, y Nietzsche se desnuda como nadie al respecto, como Platón, aprobando la esclavitud sin matices... sin hipocresía). Del mismo modo, admiten con mayor o menor vehemencia la necesidad de una clase dirigente o vanguardia (Nietzsche usa el mismo término -citar- que Marx, aunque Marx escapa un tanto de la figura y debe ser tratado por separado, como fenómeno paralelo y constituyente sin embargo de la misma fase crítica actual, hacia la que hemos progresado inevitablemente), una invención, a su vez, que nace de la decepción intelectual a la vista de la realidad (que muestra que los que mandan no son los mejores: lo que los lleva a no comprender nada de lo que pasa y a ver la mano del diablo, o sea, metafísica barata, superstición...). La fragmentación social les es indispensable. Y los mantiene en lo idílico. O sea, los lleva a la crisis y/o a la claudicación. La Filosofía muere a sus propias manos sobre la base real de la marcha social.

5) como elitistas, son antidemocráticos de hecho y lo contrario de derecho, o sea, aristocráticos; les repugna la plebe (y no son ellos quienes creen que la educación popular sirva para producir sabios sino todo lo contrario) y no son capaces de comprender sus acciones ni de ponerlas al mismo nivel que las suyas, etc., o sea, separan al hombre que ellos representarían como más próximos a los dioses, de la animalidad a la que asimilan a la plebe y sólo en contadas excepciones a los depredadores (todo es cuestión del agente en el que cifran esperanzas al que también salvan de la quema: vanguardia proletaria, tecnócratas planificadores, santos, conquistadores, nobles, valientes, solidarios, amantes de la tierra... dejando de lado todas sus taras, la mediocridad incluso. Y, entiéndaseme por si acaso, yo no ahorro -o intento no ahorrar- ni el más mínimo de los resultados del análisis crítico y radical a la democracia tanto como a los intelectuales... no pretendo tampoco denostarlos en especial sino más bien señalar de dónde vienen y hacia dónde van (o lo intentan) mientras "trazan" con los demás esos "senderos de bosque" al que ya me he referido.

Ellos se autodivinizan sintiendo llevar dentro un componente divino (textualmente: "mi divinidad" -EH, Por qué soy tan sabio, af. 3-) , como el más excelso de los compuesto de su composición, como lo "incorruptible" -o "alma"-. Claro que esto se dice de ese modo cada vez menos, sin duda por ser poco correcto, pero no sólo: la proletarización y burocratización respectivas, cuadrando en cierto modo el círculo, han minimizado ese carácter divino inclinándolo hacia lo simplemente maléfico. Aunque no por ello se tributa menos a la metafísica. Y, como tales, guiados por esa parte sublime, por ese genio que reside dentro de ellos y es capaz de escuchar los consejos del demon, o incluso de algo más sublime, son capaces de perdonar y consagrar, de hacer santos a los que los ayuden, a los que, por definición, laboren en beneficio de su continuidad y de la continuidad de su obra. ¡En esta sentencia reside la única explicación seria posible para los devaneos y las confusiones de Nietzsche y de Heidegger, pero también las más aceptables (por menos incorrectas políticamente como se diría hoy, o en todo caso por haber amenazado sólo al propio sabio) de todos los demás filósofos de todas las épocas!

De ahí en primera instancia que no parezca fácil, y tal vez sea imposible, ser filósofo sin ser platónico, sin tributar al platonismo, es decir, sin ser idealista, admitir la inevitabilidad de los apriorismos y los incondicionales y darle entidad y valor a los en sí sin someterlos radicalmente a juicio. Nietzsche re-negaba que defendiese "un ideal", al menos "la mentira como ideal", y sin embargo...

Por un lado, sobre la base del racionalismo, a veces subyacente, porque racionalizar es... ser humano, demasiado humano. Por el otro, porque establecer apriorismos, apuntalar conjeturas, crear dioses (proyectarlos a partir del propio ideal de sí mismo -e inclusive del infierno de sí mismo-), llenar de sombras vivas y efectivas una Caverna... es lo que sin duda permite la construcción de una narrativa mítica capaz de convocar a los demás, de invitarlos a solidarizarse activamente con la propia actividad, con la propia obra. Convocar es la apuesta necesaria para perseguir (al margen de su viabilidad efectiva) la legitimidad filosófica que se prentendía antes bajo la forma de una "opuesta" legitimidad sacerdotal (un espacio ya ocupado que los nuevos filósofos venían a desplazar), chamanista, mágica, como la representada por los sofistas, los pitagóricos, los órficos... (posiblemente menos adecuados al contexto del imperialismo democrático-ilustrado ateniense y el desarrollo de las cortes griegas y macedónias "ilustradas" en las que por fin Aristóteles acabaría reinando detrñas del trono y con el tiempo detrás de la propia Iglesia medieval).