lunes, 4 de abril de 2011

Más allá del bien, del mal, de Nietzsche... y de la Filosofía (II)

Nietzsche: el último "mohicano"

Nietzsche fue a mi criterio el primero y el último en radiografiar al filósofo del pasado y del presente de manera radical (en el sentido de dirigir la vista y la voz hacia la raíz del asunto) aunque sin dejar de sugerir que aún quedaba espacio para La Filosofía: la "del futuro". Tal vez pudo ser radical porque su siglo (especialmente en Alemania) fue, según dijera Heidegger antes de perder la confianza y el terreno firme, "el más oscuro de los tiempos modernos". Tal vez personificó una esperanza insuficiente. Tal vez porque había llegado el tiempo de la desesperanza, las "tineblas de la noche del mundo" (Heidegger de nuevo tras la frustración)... desde el punto de vista de quienes se sentían con el derecho a abrir juicios universales. Y a creerlos tales so pena de renunciar a "decir más".

Lo cierto fue que Nietzsche veía posible y necesaria la llegada de unos "filósofos del futuro" de los que se sentía precursor. Ellos, como él mismo, debían confiar en la capacidad de alumbrar un mundo diferente, ajustado al predominio del coraje intelectual al que apelaba, es decir, en definitiva, a estar dispuesto a dar la vida por La Vida y La Verdad, la vida de La Verdad y viceversa. Su esperanza, que remitía a la posteridad, no se realizaría sin embargo, al menos hasta nuestros días, y, según nos dicen a gritos todos los indicadores, cada vez estamos más lejos de un tal advenimiento. Los sueños de la Razón morían y siguen agonizando, la marcha de las cosas está aplastando La Filosofía y extinguiendo a los filósofos que la harían posible... que incluso la reinventarían. Nietzsche, en el límite de su conciencia filosófica, se halló en el mismo límite de acabar con ella... La duda, acariciada por el propio Nietzsche al final del aforismo 211 de su Más allá... ("¿No tienen que existir tales filósofos?"), se resolvería por obra de los hechos: la necesidad de esos filósofos del futuro no sería sino una expresión de deseos más. ¿Y si, como volviese a declarar (Ecce homo, Prólogo, af. 2), no se debía a que pretendiese "mejorar a la humanidad", cuál sería y cuál llegó el mismo a avizorar como su motivación? ¿Habría sido capaz de verse a sí mismo incluido cuando señalaba que "aquí, como en otras partes, un instinto diferente se ha servido del conocimiento (¡y del desconocimiento!) nada más que como un instrumento" (ibíd., af. 6)? ¿Era pues la especie de "máscara" a la que todo "hombre profundo" es profundamente afecto (ibíd., af. 40) la supuesta "responsabilidad" que le atribuye al "filósofo entendido en el sentido en que los entendemos nosotros, nosotros los espíritus libres--, como el hombre que tiene la responsabilidad más amplia de todas, que considera un asunto de su conciencia el desarrollo integral del hombre" (ibíd., af. 61), o tenía cierto convencimiento interior de que "los fuertes, los independientes, los preparados..." estaban "predestinados al mando" (ibíd.), entendiendo esa fortaleza y preparación como atributo de los sabios... o, como él preferiría decir, de los pensadores, esos que, simplemente, habrían autojerarquizado "sus instintos más íntimos" (ibíd., af. 6) sin, en cualquier caso, tener "derecho alguno" a hacerlo (ibíd., af. 16)?

¿No hay aquí ya demasiada confusión, inclusive demasiado esfuerzo por vadearla o, mejor, por ocultarla, con el objeto de tomarse en serio... lo imposible (es decir, todo lo imaginable)?

El problema, a mi criterio, es que Nietzsche mismo es víctima de la realidad imperante, a la que simplemente (o no tanto, o quizás dolorosamente), decidirá subordinarse: ¡ese y no otro es su "Sí a la vida" (como sostiene bastante explícitamente en su Más allá..., Sección novena, porque "así lo seguirá siendo siempre")!, y no sólo por mera resignación o realismo (que también, como cuando reconoce que responde tan sólo a su idiosincrasia, que sin embargo valora jerárquicamente y hasta sacraliza... sin duda, precisamente, por fidelidad a esa idiosincrasia) sino tomando partido con rotundidad por su afirmación... sin duda a costa de idealizar la marcha de las cosas y inventarse una nueva narrativa ideal. Víctima, pues, de su conformación en un mundo que conforma inevitablemente, como alcanza a ver al sostener: "en su último fondo, el experimentar vivencias sólo ordinarias y vulgares tiene que haber sido la más poderosa de todas las fuerzas que han dominado a los hombres hasta ahora. (...) progressus in simile..." -ibíd., af. 268, y más en af. 287-. Y que me invita a preguntarme: ¿por qué no también esas "vivencias" que precisamente como tales "fuerzas", como esas referencias colectivas adoptadas e instituidas -que, con Castoriadis, he llamado "magma de significaciones imaginarias" dándole sin embargo al concepto una vuelta más de tuerca, o, con Mary Douglas, "un estilo de pensar"; conceptos que con más o menos rigor apuntan a un asunto capital-, en las que cada uno se conforma (¡se cuece!) y hasta conforma sus aspiraciones, parezcan "elegantes" o "virtuosas" o "fuertes" o "divinas" a los propios ojos pero en todo caso se acepten como necesarias de adoptar y se adopten volitivamente en apariencia, sin que se sepa -ni se quiera saber- de dónde vienen y ante las que sólo se siente perplejidad por no saberlo e incluso por dificultad y dolor para saberlo; y que se adoptan para "oponerse" (ibíd.) a la horfandad y a la indiferencia, o se reinventan para edificar un nuevo grupo...? ¿No es lo que está en la base de la persecución a cualquier precio de "la obra", la defensa a cualquier precio del yo que hace un todo con el perfil socio-profesional, con la facultad más segura con la que se cree contar y tal vez con la que se cuente; lo que lleva a Nietzche a seguir con y sin amigos a buscarlos más allá de su propio tiempo, en la posteridad, a escribir y rumiar para ellos; lo que lo lleva a decir (postumamente sin intención propia) "Alguna vez necesitaremos valores nuevos..." (Nietzsche, La voluntad de poder, libro I, af. 4)?

Una realidad que sin embargo, toda vez que los espíritus libres se han subordinado a ella, les ha pasado por encima, o los ha convertido en instrumentos de los verdaderos amos... mientras los ha ido llevando hasta el límite de su extinción, creando las condiciones en las que ya no valgan nada.

Como todo pensador empedernido (pero también, reclamo y reitero este enfoque: como todo individuo que cree en aquello que más le sirve en la vida), Nietzsche jamás pudo dejar de ofrecer su mesa y su copa desbordante que, al menos en una buena parte y en una buena medida y como todo lo que vive o tiene su tiempo, acabaría siendo como Yorick, "un banquete para los gusanos". Eso que le producía perplejidad y confusión como a todo ser reflexivo, pero que crecía y desbordaba casi descontroladamente, como en todo ser extremadamente reflexivo. Y que, precisamente, es lo que más invitaba a la esperanza.

Pero que, precisamente, acabará transformado en slogans y simplificaciones tergiversadas con fines justificatorios y hasta de agit-prop a manos de los operarios políticos del momento mientras lo sustancioso (en todo caso para él mismo) acababa enterrado o arrastrado por el viento (algo que, Nietzsche, ciertamente, vio venir -véase, por ejemplo, ibíd., afs. 262, 264, así como su reiterada preocupación por ser "entendido" y "confundido" a partes iguales-... aunque no como algo imparable y arrollador como ha sido el caso... sino como un fenómeno históricamente superable mediante contramétodos que volvían a requerir unas manos diferentes... decididas... a fin de cuentas, sin escrúpulos... y por ello capaces de dirigir "la selección" artificial propia de la "domesticación" -como se esboza en el af. 262 de MABM, y lo que emboza su reclamo de una idílica aristocracia de cuño arcaico que sólo podrían ser los ya famosos "políticos" que Spinoza acabó considerando "necesarios"-).

Evidentemente: el banquete de gusanos no será otro que el de la burocracia académica, política y empresarial que conocemos, que se desarrolló y sigue desarrollándose en el caldo de cultivo de la complejidad socio-política y que se aceleraría notablemente a instancias del espacio democrático-representativo abierto, de la fragmentación cada vez más alambicada desde su conquista, de la creciente artificialización, de la creciente pérdida de utilidad política de lo intelectual y de lo reflexivo... y no, a mi criterio, por mor de alguna enfermedad de la mediocridad o algún deterioro natural del género humano. Es decir, a causa de la propia marcha de las cosas, una y otra vez amasada con los elementos previamente construidos e instituidos a lo largo de los senderos trazados. Marcha ante la cual el pensamiento filosófico y/o el científico demostrarían cada vez más su incrédula impotencia, su escasa operatividad directa y su mucha operatividad mediatizada.

Como supo ver Heidegger (a la manera ciertamente en que todos ven la paja en el ojo del vecino), Nietzsche no pudo evitar ser platónico (y por ende, como apuntó también, "el último metafísico", como él mismo a su turno y a su manera). No pudo, en fin, dejar de ser moderno, incluso kantiano, y conservarse en los marcos del racionalismo (occidental) que naciera en la Atenas democrático-imperialista glosada en el Discurso Fúnebre de Pericles y que se recompone tras el ropaje monacal escolástico hasta el Renacimiento, en el que se rescata en apariencia la libertad crítica (que nunca existió) como símbolo de una identidad nueva basada en nuevas reglas, en una nueva Ley indiscutible a la que había que volver a servir, un Retorno a la disciplina por encima de la duda "...En el nombre del Padre..." la novísima disciplina, el novísimo discurso, de La Ciencia Moderna basada en la investigación tal como ella misma la normalizara.

Por lo visto, La Filosofía no ha podido dejar de ser platónica aunque caminase sobre las manos y escribiese con los pies. Pero aún hay que despojar de formalismo a ese calificativo que suele reducirse a señalar al idealismo formal. La Filosofía es toda ella platónica debido ni más ni menos a que se edifica sobre la conjetura del alma, se la llame así o de otro modo, se la disfrace de una u otra forma... El alma, que la investigación científica tiende sin duda a poner en entredicho en tanto que ente espiritual o inmaterial, pero que a lo que más bien optó por no mirar de frente, fue en todo caso embozada por la ideología cientificista tras una máscara de incondicionalidad, un absoluto, equivalente a lo inscrito en el dogma de la fe, lo que tendía a dar al científico "la posibilidad" del poder supremo -o sea, su ejercicio-, realizando el arcaico sueño de poder de los sacerdotes de fijar el dogma, ahora fijando las reglas de su desarrollo garantizado... y, desde el mismo, los parámetros decisivos de una ontología definitiva del mundo, aunque fuese a largo plazo y por entregas. (1)

Si la Filosofía ha nacido y ha subsistido fue gracias a que se atribuye al alma el carácter de fundadora de certeza, lo que a su vez remite a Dios a pesar de los intentos por escamotearlo o sustituirlo por entes aparentemente más tangibles. El hombre remite a lo místico en la medida en que experimenta perplejidad y asombro ante sus propias potestades... inseparables de sus limitaciones. Y en este sentido es cierto que todo lo demás nos arroja al nihilismo o a la resignación, y en todo caso... al fin de las preguntas... a la pérdida de interés por la Filosofía... a la pérdida de su valor como Justificación. Eso sí, nunca por completo, naturalmente armados para retroceder en tanto que organismos sanos, que se engañan incluso con tal de decirle "Sí a la vida".

El alma está en el centro de la controversia y en el centro de algunos esfuerzos refundadores de hoy en día nacidos de la lucha por conservar el poder de una subespecie que agoniza (por eso son tan podo filosóficos y cada vez más ideológicos y hasta mágicos). El concepto está en la pretensión clásica de alcanzar lo que ella misma definió como sabiduría (la verdad del ser) y en su nombre dio de sí el cógito cartesiano, el espíritu que Hegel recuperó como ente y que Kant había preferido ignorar ontológicamente, fijándole sin embargo cómo debía operar, el demiurgo positivista que separó las aguas para dejar a un lado aquello de "lo que se puede hablar" y al otro aquello que simplemente "se muestra" y cuyos misterios deben ignorarse o descartarse por decreto, e incluso en la dependencia o subordinación inevitable de Nietzsche y de Heidegger al mecanismo del pensar en sí... Tratado en cualquier caso como un don divino, el alma humana no es un invento casual, sino que hace referencia a una experiencia real (de la que dio cuenta Hegel en particular) que puede interpretarse, a posteriori de mil maneras diversas como ha sucedido, no hay más que verlo. Esa experiencia real, sin duda confusa, ha resultado un hueso muy duro de roer por los que posaron su mirada reflexiva en ella... experimentando de nuevo lo mismo al hacerlo: su potencia, su poder, su capacidad de previsión. Y, a pesar del hombre y debido al mismo mecanismo que manifiesta su conciencia, ha tenido que llegar un tiempo de colapso (de tendencia manifiesta al caos) que lo haya obligado a abandonar, hipócrita u honestamente, la pretensión de salvar el alma de la quema... y con ella a su religión más sofisticada, su "atavismo" como dijera Nietzsche, La Filosofía.

Así, ninguna suerte de pensamiento radical sino los hechos han sido los más radicales en la consecución de la tarea, como entiendo que demuestran las preferencias crecientes por el Relativismo o el Pragmatismo en sus diversas formas y gradaciones (es decir, más o menos consecuentes hasta donde puedan serlo) así como en los intentos de recuperar el lugar perdido mediante uno u otro experimento de Retorno, se lo fundamente más o menos de manera formal (me refiero tanto a a los intentos de restaurar el racionalismo moderno suavizando o relativizando asimismo sus extremos más absolutistas o los de notorio tinte teísta como los de Voegelin o Agamben o mágico como los de Kingsley, y hasta, en cierto modo, como el de Leo Strauss bajo la forma de una amalgama entre Jerusalem y Atenas, aunque su obra pretenda mucho más servir de guía para la buena lectura -lo que, al menos yo, agradezco, reivindico y pondero-).

Insisto: hablo de la Filosofía hasta Nietzsche (Heidegger se consideró fuera de ella, persiguiendo una "ciencia estricta" según las directrices de Husserl, por lo que él mismo se excluye -hablaré de ello en detalle en mi tercera entrega-), y señalo que todo lo que siguió con tales pretensiones ha sido propio de los mismos "filosofastros" a los que Nietzsche denuesta en su Más allá del bien y del mal por "hacer filosofía" (esto es, fabricarla -¡y difundirla... y popularizarla...!- de manera proletaria o industrial, sacerdotal, disfrazando la retórica sucedánea extendida gracias a la mentada democratización educativa e informativa que se realiza como divulgación).

Como filósofo, Nietzsche reconocía de hecho la entidad del alma al autoconsiderarse... "un psicólogo sin igual" (EH, Por qué escribo tan buenos libros, af. 5) por encima de todo; "el primero" (psicólogo) "entre los filósofos" (EH, Por qué soy un destino, af. 7). Sin entrar en la cuestión de la ontología del alma, Nietzsche incluso ve en la psicología el refugio supremo de la filosofía, esperando que "la psicología vuelva a ser reconocida como señora de las ciencias" y señalando que "a partir de ahora vuelve a ser la psicología el camino que conduce a los problemas fundamentales." (MABM, af. 23). Más o menos vinculada/separada de lo físico, la entidad del alma volvía a entrar por las rendijas, derivándola parcialmente de la naturaleza, incluso de la materia... tanto como la creación del hombre apuntara en la Biblia al barro, potencia a su vez tan potencialmente creadora como la del Dios inventado para justificarla, y por ende poco menos que divina. ¡Renunciar a este enfoque habría sido renunciar a La Filosofía, es decir, al encumbramiento valorativo e instrumental, privilegiado o superior del... espíritu!

Sin duda, es imposible no reconocer la eficacia de la capacidad observadora del hombre que acaba desplegándose sobre sí mismo (esto es, sobre lo que siente alma con mayor o menor sensación de dualidad o desdoblamiento digan lo que digan las teorías al respecto) en tanto que individuo consciente o reflexivo, con limitaciones que por lo general prefiere no explicar y que la psicología misma, como disciplina, se ha visto obligada a subsanar atendiendo al efecto bumerang a que da lugar un enfoque restringido a cada ámbito particular (el caso de la Psicología Evolutiva da cuenta de ello), lo que hace la investigación científica tan peligrosa para las creencias y los dogmas y la vocación de estos por mantenerla bajo control de una moral.

Ahora bien, ese refugio en la psicología (y no sólo su uso como arma, a la manera del Sócrates platónico), no puede ser visto como un resultado casual, ni tampoco producto de las modas imperantes o algo parecido. Desde sus inicios, la Filosofía se había encontrado con que solamente podía acudir a la propia vivencia personal y a la introspección y observación, a las percepciones y los sueños, a todo lo que se daba en sí como fenómeno interior capaz de permitir la proyección de pasos y hacer efectivos los engaños, las trampas, la indispensable "detección de mentirosos"... ("calcular", como prefiere Heidegger) y hacer de su colección (que iría ordenando de diversos modos y completando con diversas conjeturas -los dioses y otras fuerzas invisibles entre ellas-) su principal referencia (tradición, conocimientos...).

Entre otras cosas, el hombre se reconoció por esos medios como un individuo, y un individuo que por fin se descubriría diferente de todo lo demás, un individuo capaz de experimentar su propia idiosincrasia (y sólo ella en cuanto tal, pudiendo en todo caso extrapolarla a lo demás, a sus semejantes, a los dioses, incluso a los animales, objetos y fenómenos -lo que hemos dado en denominar animismo-). He ahí la base psicológica -¡qué si no!- del mito, de las teogonías, del mencionado animismo..., un individuo que además de no contar con ningún referente que no sea producto de su imaginación, deba experimentar la confusión que le produce la posesión de una facultad que llamamos conciencia, confusión y perplejidad ante su potencialidad limitada pero misteriosamente prometedora, y que resulta necesariamente incomprensible; necesariamente en un sentido biológico, incomprensible en un sentido psicológico.

Un individuo que pueda hacer (realizar, crear...) aunque no (¡ay!) de manera ilimitada (y en esto basa su proyección en Dios: el hombre-animal divinizado), observando a la vez que hay cosas que se hacen por sí mismas (y que atribuye a los dioses entre los que también reina el Azar). Que puede, en fin, ser un "escultor" incluso de la humanidad ideal (MABM, af. 225, y que reitera en Ecce homo, Así habló Zaratustra, af. 8).Y directamente rindiendo tributo a esa experiencia de poder que parece contenido pero a la vez en fuga, que por momento parece perderse, y que lo conduce rectamente a decir: "Criatura y creador están unidos en el hombre" (ibíd.), demostrando que no puede renunciar a la idea típicamente intelectual, tipica e inseparablemente propia de un individuo reflexivo, a esa experiencia de certeza, y que, de todos modos, sería a fin de cuentas la máscara de la voluntad de poder, de la filotiranía mencionada, de la dependencia del amor propio y de la propia omnipotencia; una máscara que presupone el alma de uno mismo, que responde a su "instinto" -como manifiesta, inevitablemente, en MABM, af. 36, y que sostiene inevitablemente en serio... a la vez que con una cierta ironía subterránea que a veces aflora, dolorida, melancólica...-, que se experimenta como divina por lo que cree capaz de hacer, por lo que puede imaginar y... por lo que se siente con derecho a exigir. Y que, en atención a la duda, al escepticismo invasor que la frustración induce, ha sido tantas veces y de tantas maneras cedida o devuelta, en una u otros medida, al Dios, explícito o embozado, al margen o no de La Filosofía. Un Dios a imagen y semejanza del que habita -y experimenta dentro de sí-, de manera directamente proporcional al grado en que el hombre es un hombre reflexivo. (2)

Nietzsche llegó sin duda hasta la frontera del problema, incluso al extremo de considerar que sólo cabría ya "reír", pero a fin de cuentas no pudo prescindir de la autoseguridad que lo obligaba a la consecución en sí de la propia "obra". Habiendo filotiranía filosófica... habiendo "voluntad de poder" filosófica... ¿cómo no va ésta a realizarse... si es lo más "alto" de la vida y del hombre en concreto... si "parece" tan capaz, en tanto sea "inteligente"... de cualquier cosa que se le pueda ocurrir... es decir, de domeñarlo todo...? ¿Y no es esto lo que está detrás de la idea de "convencer" y de "educar" adecuadamente a las masas? ¿Y no es lógico, desde ese enfoque, con esa convicción profunda, anidada en la experiencia gracias a tantas situaciones exitosas, que se vea cosa del mal a lo que sea que cause su fracaso?

En esa línea, Nietzsche alcanzó lo que para mí es la frontera que separa el territorio filosófico (en realidad el paisaje específico que se dieron determinados individuos especialmente sensibles dentro del territorio más amplio de lo humano o de lo consciente), territorio de fructificación de desconsuelo y de resignación (algo sobre lo que ya di algunas vueltas preliminares y, comme il faut, confusas y que seguramente volveré a tratar más ampliamente una y otra vez), como cuando declaró:
"Yo no creo, por tanto, que un instinto de conocimiento sea el padre de la filosofía, sino que, aquí como en otras partes, un instinto diferente se ha servido del conocimiento (¡y del desconocimiento!) nada más que como de un instrumento" (MABM, af. 6)
...aunque lo restringiera aún, como he señalado, a la previa elección moral de índole ideológica ["¿a qué moral quiere esto (quiere él-) llegar?"] que aún le asignaba un carácter volitivo y no de mera necesidad, de mero instinto en acción en medio de un mundo de interacciones, como creo que se debe hacer para comprender mejor la mecánica y el proceso que da lugar al fenómeno... e incluso a todos los fenómenos.

Y por eso, entiendo, dejó sólo una sospecha capciosa... propia de "un eremita", es decir, denostándose a sí mismo al exponerla:
"Toda filosofía es una filosofía de fachada... (...) esconde también una filosofía, toda opinión es también un escondite, toda palabra, una máscara" (MABM, af. 289)
... lo que no queda sino sostener a la par del reconocimiento antihegeliano, antimoderno, antirracionalista que expresaba con la hipótesis de "Que la verdad sea más valiosa que la apariencia (...) no es más que un prejuicio moral; es incluso la hipótesis peor demostrada que hay en el mundo." (MABM, af. 34), dado que: "La cuestión está en saber hasta qué punto ese juicio (la falsedad de un juicio) favorece la vida, conserva la vida, conserva la especie..." (MABM, af. 4).

Todo lo cual, también, enmascara el interés particular de conservar esa vida por sobre cualquier otra, de valorarla por encima de cualquiera... ¡incluso cuando agoniza, y a cualquier precio (sin duda, como haría y hace cualquier otro organismo vivo antes que extinguirse o mutar en cuanto las condiciones ambientales resultan imbatibles o indomeñables)! ¡Habrá al menos que reconocerlo de una buena vez, aún cuando no pueda reprimirse ni extirparse!

Sólo así se puede ser fiel a la idea de que hay que "contar entre las actividades instintivas la parte más grande del pensar consciente y ello incluso en el caso del pensar filosófico" (MABM, af. 3), lo que sin embargo no le sirvió suficientemente a Nietzsche para abandonar del todo (sino sólo para relativizar si acaso) la valoración a fin de cuentas sacralizadora de "la parte más grande del pensar", en la que seguirá hasta el fin depositando las principales esperanzas. Y por más que considerara todo principio como un quizás inscrito en el Eterno Retorno (que habría que situar en el campo del pensamiento y no de la realidad incondicional como Nietzsche hace cuando lo describe), insistirá en situar al hombre superior (miembro de una humanidad única superior indudablemente moderna, cosmopolita, kantiana) en el futuro, en una post-historia y en una post-moral... Sin duda, más dispuesto a querer la nada que a no querer... como había señalado él mismo cuando aún era schopenhaueriano y lo entendía como respuesta típicamente humana (siendo más bien específicamente intelectual). Y es que no se podía desembarazar de esa sensación gratificadora de "la responsabilidad" del "escultor" de hombres (a su imagen y semejanza... a imagen del Dios muerto... y sustituido). Se trataba obviamente de sí mismo, de "su obra", de su idiosincrasia (inseparable de su perfil socio-profesional por cierto, para decirlo en concreto de una buena vez, un perfil conformado). Y ello a pesar de negarse el derecho para hacerlo (MABM, afs. 16 a 20; donde arremete claramente contra "el espíritu" de Hegel, las "simplezas" de Descartes, la "superficialidad" de Looke y contra todos los que "vuelven a recorrer una vez más la misma órbita").

En cualquier caso, es evidente que no se puede alcanzar la radicalidad extrema si se está convencido de que el futuro producirá lo que, en realidad y mal que le pese, se aleja cada vez más adentrándose en la Historia Real... un futuro que se imagina con los elementos perentorios y parciales del presente y para su provecho.

Esto, insisto, sólo puede obedecer al predominio de la omnipotencia y del amor propio (fenómenos que tienen también su razón de ser, su causa; que no se dan de repente, que no son un don ni un maleficio...). El idealismo, el platonismo, la filosofía como responsabilidad, como... deber ser, etc., nacen de aquello. La idea del alma, del espíritu, de la conciencia histórica, del saber científico, de la capacidad para recibir La Revelación, del don divino o semidivino experimentado (y autoatribuido o autointerpretado), esconde el florecer de esos fenómenos perturbadores y motores. La esperanza se sostiene sobre todos esos pilares conjeturales, a ellos tributa unas vez puestos en pie. Nos situamos en el infierno (como dijo Ítalo Calvino con dolor), y hemos atravesado su umbral sin abandonar toda esperanza (como ejemplifica el propio Ítalo Calvino).

Nietzsche lo niega al tiempo que da a la voluntad unas connotaciones apenas menos mágicas por momentos que las que les daba Schopenhauer -que hasta la encontraba en el movimiento de una piedra- (y al sostener que "el futuro del hombre es voluntad suya..." -MABM, af. 203-, para lo cual se deben hacer -justamente como ya observáramos que se deducía de la idea- cosas encaminadas a que ello sea ¡aprendido por el hombre!, incluso mediante "ensayos de disciplina y selección" y "una nueva especie de filósofos y hombres de mando" -ibíd.-). ¿Qué hombres, cómo se llegará a ello, según qué leyes de la Historia o del Destino, según qué Razón y la de quiénes contra "el absurdo y el azar", y por qué métodos magistrales de "cálculo"? ¿No sigue habiendo aquí racionalismo, modernismo, rousseaunianismo... seguimiento en "la misma órbita"? (Y, por otra parte: ¿será posible seguir alguna otra... senda, trazarla al margen de lo ya trazado...? ¿Quiénes, con quiénes, hasta qué punto...?)

En su intento vano (como todos los de este tipo, que a lo sumo producen un uso popular estereotipado de los términos: maquiavélico, nietzscheano... entre tantos otros) realizado mediante la redacción de ese "ensayo de autovaloración" que pretendió ser Ecce homo, insiste en que ése Nietzsche no habría sido nunca él: "La última cosa que yo pretendería sería mejorar a la humanidad" (EH, af. 2). A pesar de que sistemáticamente y fundamentalmente Nietzsche hizo todo lo posible por combartir "la mentira del ideal" esa "maldición contra la realidad" (ibíd.), nos ha dejado su desesperado llamamiento a los valientes y a los nobles, a esa aristocracia resurgente asociada a la mitología aria que cabalgaba sobre las notas de Wagner, representada más allá por Julio César y Alejandro (¡discípulo por cierto de un filósofo prototípico!), cuya nobleza, cuyo amor a la vida, serían garantías de una superhumanidad futura. Y de perfilar los "valores nuevos..." que "necesitaremos" (La voluntad de poder que ya he citado).

Si nos atrevemos a ser radicales, observaremos que la esperanza de Nietzsche fue a fin de cuentas muy similar a la que asistiera a Platón cuando viajó a Siracusa con idílicas intenciones, a pesar incluso de atisbar y advertir acerca de la ingenuidad y peligrosidad que ello implicaba ("¿... no sería tiempo de que la filosofía abjurase de la fe en los gobernantes?", como se llegó a preguntar -MABM, af. 34-). Y como Platón, acabó a punto de la esclavitud, que se realizó en la subsiguiente sucesión de reencarnaciones... intelectuales. La esperanza de Nietzsche era la de un cosmopolitismo integrador dejado en manos de los superiores... pero los superiores habían pasado a ser los tontos (Adorno dixit), los mediocres, y el sueño se demostraría totalmente no-posible... No sé si alguna vez los sabios puedan vivir en un pequeño grupo autónomo, dependiente de máquinas electrónicas inteligentes, abandonando a los demás a su suerte y prescindiendo de todos tanto en su carácter de brazos firmes o brazos trabajadores... (un sueño así puede exigir igualmente el caos y la destrucción) a lo que deberán en todo caso renunciar junto con la esperanza... de mantener sus propias manos limpias de sangre, la frente limpia de sudor y la conciencia limpia de injusticia, maledicencia, culpa, explotación, opresión y malas artes, realización de la venganza, de la vanidad, de las cesiones al honor y a la pasión... limpia en fin del ejercicio de sus impuros pensamientos tiránicos (los que deseaba Hierón, como cualquier tirano que se preste).

Soñaba con ello y no en secreto; soñaba al menos para compartir su sueño con los pocos que lo supieran escuchar, esos "ojos y oídos" "doctos" que nunca logró reunir al parecer, esos "nuevos amigos" a los que convoca una y otra vez (MABM, Desde altas montañas, Épodo)... que no llegarán nunca o llegarán sólo... para esperar amigos nuevos. Y, como todos, fue presa del canibalismo tergiversador y utilitario de los filósofos obreros que denostara. Pero los filósofos del futuro, en cualquier caso, sólo podrían intentar de nuevo seguir buscando la piedra filosofal capaz de resolver la perplejidad motora a la que están encadenados... presos del Eterno Retorno tanto como los habitantes de El mundo invertido de Priest lo estaban de su fe, insistiendo en ver la pregunta como si se tratara de la lámpara de Aladino, frotándola una y otra vez con el objeto de que dé de una vez por todas la respuesta que Sileno nunca quiso darle a Midas por compasión (he citado esto muchas veces y me parece de lo más excelente, aunque, cuidado, el problema puede ser despojado de la alegoría y la poesía difusa que envuelve el problema... para que aún se pueda dudar de su existencia, dudar de su insolubilidad...).

Fueron necesarias las experiencias burocráticas extremas, la nacional-socialista, la fascista, la bolchevique y todas sus variantes posteriores, algunas abortadas antes de dar frutos (como la trotskista, que buscó autodiferenciarse para tener éxito), todas resultado del desarrollo de la burocratización real (cuyo desarrollo en condiciones de equilibrio permitirían las variantes socialdemócratas y keynesianas de todo tipo y la reducción a sectas de liberales y neomarxistas "consecuentes"), para que la perplejidad disolviese la esperanza. La gran verdad quemaba: los tontos demostrarían ser los listos, los miserables los conquistadores, la miseria el mundo a construir... Esto había ido hasta un grado de irracionalidad y absurdo tales que no dejaría lugar salvo para la claudicación, una forma de esperanza realista, en aún se admitiría la actividad filosófica profesional. La decadencia cerraba todas las puertas... y la democracia formal se ganaría el beneplácito de ser el mal menor... a pesar incluso de irse vaciando de contenido paso a paso, de irse licuando cada vez más... ¡A pesar incluso de no cejar en la voluntad intrínseca de parir la tiranía, de empujar y empujar...!

El idealismo platónico subyacente en Nietzsche (y en Heidegger) se materializará así en el deseo de una raza pura aristocrática, una "casta" formada por "bestias más enteras" (MABM, ¿Qué es aristocracia?, af. 257) cuya "fuerza psíquica" no sería ni mucho menos garantía de "engrandecimiento" sino más bien de "decadencia" final. Y en unos especímenes responsables cada vez más raros de hallar, que aún dicen sentirse obligados a asumir la elevación del hombre como verdaderos Atlas sobre sus espaldas: "El filósofo, entendido en el sentido en que lo entendemos nosotros (...) como el hombre que tiene la responsabilidad más amplia de todas, que considera asunto de su conciencia el desarrollo integral del hombre" (MABM, af. 61).

Esta supuesta pulsión permitiría a Nietzsche, a Heidegger, a Paul Eluard, a Sartre a autoengañarse, llevándolos al cumplimiento de la tarea abyecta de servir a la propaganda (cada vez más visible, o sea, cada vez menos idílica y más condenable) de los responsables de los mayores horrores de la Historia (y a alimentar sus arsenales de desconcierto), la misma en definitiva que vemos en los peores y más elementales servidores de la Kampuchea Democrática, cuyas conductas nos producen, desde la autoconvicción y el bienestar, desde la limpieza de nuestras propias manos, incomprensión absoluta, repugnancia, asco, nauseas, y que por fin condenamos sin paliativos como "conductas animales" o "bárbaras"? ¿Es lo que lleva a Marx a concluir que debe ensuciarse las manos directamente (en Marx sólo hasta la expulsión y el estigma al opositor, en Lenin ya será otra cosa...), lo que lleva a la misma conclusión a Robespierre? ¿Es la utopía un rasgo inseparable de la reflexión... o lo es sólo cuando ello sirve al reflexivo para alcanzar el dominio o conservarlo? ¿Es la utopía la antesala de la claudicación o lleva esta en las entrañas?

¿Qué conclusión lleva a Nietzsche a ver la conciencia como un instinto de preservación del hombre y a la reflexión aguda como forma particular del mismo en la persona de los más reflexivos; cuál es el punto de partida? ¿No será precisamente lo que se pone ante los ojos bajo la forma de la personificación que adopta cada hombre en la vida cotidiana (¡ese escenario!), y que se manifiesta al fin como socio-profesionalmente instituida, o sea... encajando en una determinada sociedad, históricamente delimitada, donde a la conciencia en abstracto se le imponen los imperativos del instinto, de la constitución y conformación, tanto como de lo establecido, lo instituido, lo adoptado, los valores considerados, las significaciones imaginarias dominantes, los estilos de pensamiento adoptados y en todo caso los referenciales de nuevos agrupamientos identitarios que se construyen bajo su cobertura para facilitar nuevos dominios, o codominios, con una u otra extensión -tanta como sea alcanzable (apuesta máxima mediante)-, como se ha visto hasta ahora, tanto en grande como en pequeña escala...?

Cuando Nietzsche dice: "...es una historia vieja, eterna: lo que en aquel tiempo ocurrió con los estoicos sigue ocurriendo hoy tan pronto como una filosofía comienza a creer en sí misma (lo cual Nietzsche deja sin explicar y da, como suele hacerse, el hecho por "natural" y punto). Ella crea siempre el mundo (ideal, deseado, debió añadir) a su imagen, no puede actuar de otro modo (justo lo que se debe explicar); la filosofía es ese instinto tiránico mismo, la más espiritual (!!) voluntad de poder, de crear mundo, de ser causa prima..." (MABM, af. 9; los paréntesis son míos obviamente), ¿no parece que además de darlo por inevitable... lo trate con respeto? ¿Al reconocerlo como inevitable, no lo asume y punto, no lo adopta conscientemente por considerarlo inevitable? ¿No son la base de los "valores nuevos..." que "necesitaremos", que él ya tiene in mente, y que tienen por objeto básico "preservar" a Nietzsche, el "(pre)filósofo del futuro" en todo caso?

Sin duda, Nietzsche nos dio a beber mucho de su copa desbordante, tal vez consiguiendo, por ejemplo en mí mismo un "nuevo amigo" post mortem (por eso, en ese sentido, la experiencia propia me dice: ¡parece posible, parece alcanzable, cabe la esperanza de soñarlo...! Y en cierto modo me lleva a dudar acerca de mis propias dudas), aunque sé que es mi "amor propio" el que me engaña, que mi omnipotencia vuelve a entonar para sí misma cantos de sirena, motivaciones alagüeñas, dulces caricias que mantienen a uno vivo (y bien, lo hago, pero sabiéndome mal acompañado). Nietzsche nos dio grano que cabe ser separado de la paja para ir más allá...

Nos desveló que la mentira era un arma fundamental de la supervivencia humana (de cada hombre en un grupo de hombres), y toda filosofía y teoría como la gran organización de la mentira (por ejemplo, con ideas como el cosmopolitismo embozando a la grupalidad) como arma. Dejó en evidencia, en todo caso, que el equilibrio de fuerzas era el único freno concreto para el asalto tiránico de la omnipotencia individual que sólo puede buscar el beneficio propio (sea esto o no posible, idílico, utópico... se subordine en uno u otro grado a la necesidad del grupo, se deje seducir por engaños o autoengaños y por la adopción en uno u otro grado del estilo de pensar dominante, prometedor-del-paraíso-igualador/encubridor-de-la-fragmentación, que tantas veces lo llevará a ir en contra de sí mismo). Nos habla de la inevitabilidad de la creación sistemática de artificialidad como medio y estilo de desenvolvimiento de los grupos humanos y, por fin, de la inevitabilidad relativa del coraje intelectual, del coraje de la conciencia, de la puesta por ésta en el límite de la nada, de la pérdida de todo sentido en tanto que todo sentido se descubre artificial... gracias a su necesaria (o natural) imperfectibilidad, y debe buscarse por imperativo de la misma. (Redirijo la atención a mi previa nota (1))

Luego, uno termina sintiendo, de nuevo, ¡porque pertenecemos aún a un mundo que en la parte que nos atañe a "nosotros" aún sobrevive, que la cuestión (¡"la responsabilidad"!) consiste en señalar el origen y la contingencia del problema, señalar que no tiene (lamentablemente para muchos aunque no para la mayoría ni para sus dirigentes) que ser así, que ello no represente ni lo mejor ni lo más bueno ni lo más santo ni lo más divino ni lo más eficaz... para conservar la especie... aunque sí para conservarnos a "nosotros", la subespecie que reflexiona más profundamente (a la que le perturban las contradicciones... que alcanza a reconocer), y que vive de la reflexión y de sus resultados. (3)

A fin de cuentas, el tiempo de Nietzsche sigue siendo grossomodo el nuestro y el actual, y no es menos oscuro de lo que Heidegger calificara al siglo XIX (a fin de cuentas... "es una historia eterna", o sea, que lo parece). En todo caso, en él han penetrado luces falsas y engañosas en mayor medida... los fuegos artificiales propios de las famosas ondas benevolentes del sistema y, en todo caso, cuando la redistribución y las promesas agotan sus recursos, la luz cegadora de las lámparas de interrogación totalitarias y las chispas que producen los instrumentos de tortura y las detonaciones de la pólvora y del átomo.

Por tanto, ¿qué otra cosa se puede esperar al mismo tiempo, tras la máscara, que no sea... una tiranía contemplativa, amiga, cómplice... de uno mismo; la única que sólo es una utopía a medias? ¿Qué otra cosa que el deseo de dominar, como sea, en todo lo posible, todas las cosas incluyendo a los demás seres parlantes, aunque sea a través del dominio real que ejercerían otros (otros que a su vez tampoco lo ejercen en el límite, sin consecución alguna, etc.) a los que se acepta servir con ese fin, y a quienes les basta y les sobra, y cada vez en mayor medida, con "los filosofastros" y hasta con bastante menos? ¿Actuar acaso sólo por amor propio mientras, por ello, desaparece todo sentido para seguir filosofando (no por falta de gusto, de elegancia... sino por extinción pura y dura de los filósofos con los únicos que puede existir el filosofar, es decir, de aquellos con los que se puede hablar de filosofía y pensar filosóficamente?

Pues de seguir las cosas el rumbo que siguen, sustituidas por otras cosas... más relativas y pragmáticas que no se interesan en realidad por dar respuesta a las grandes preguntas, ¡y menos a las que conducen a la miseria que nos impulsaba a hacerlas!, sino que se han resignado a entretenerse... ¡y en todo caso a animalizarse (sea o no volviendo la vista a Dios para devolverle en parte el atributo de la propia omnipotencia)!, y ceder el poder real y efectivo, absurdo, sin meta que pueda ser creída (aunque sí memorizada), a los semidioses idiotas que nos llevan a la vida de rebaño más extrema que se pueda concebir... y todo ello, comme il faut, con las contradicciones que tanto atormentan a los que reflexionan demasiado. (4)

Esto ha sido pues dilucidado, lo que hoy se ha hecho posible, precisamente tal como lo entiendo, en la medida en que todo camino hacia los mundos buenos de la mano de los sabios se ha cerrado por los cuatro costados -al menos por mucho, mucho tiempo... lo que tampoco lo hace ya promisorio-; incluso hasta el extremo mismo de que dejen por mucho tiempo de haber sabios. Esto ha sucedido a cuenta de la burocratización en tanto que proceso irreversible (que no puede ser "controlado" o "suavizado" como sueñan los "demócratas" de hoy en día dando cobertura a las maniobras reales que avanzan bajo tales pieles de cordero), y que ha penetrado en las venas mismas de los miembros de la vieja intelectualidad (devenidos "especialistas" y "relativistas", o sea, hasta que también ella se ha "licuado").

Nietzsche pedía a sus filósofos del futuro que fueran valerosos, tan valerosos como los caballeros arcaicos. Pero la nobleza arcaica era otra conjetura, otra idealización, otra variante del fenómeno de encarnar a los dioses después de haber divinizado al hombre, otra "mentira ideal" y por tanto "otra maldición para la realidad". El deseo de Nietzsche, su esperanza, se ha demostrado idílica como ya he sostenido; lo era en sí misma y representa una contradicción o constituye una incongruencia. Una incongruencia que pagarían muchas veces todos los intelectuales, por ejemplo y en grado extremo, Heidegger, que en nombre de "nosotros" acabaría por quedarse solo y marginado, incluso denostado y por lo pelos, nunca mejor dicho, considerado por "la voz de los tiempos" como digno de ser rapado por colaboracionista (un filósofo como Castoriadis lo califica sin dudarlo como "nazi", sin más... sin que se atreva a decir cosas parecidas de Marx a quien igualmente critica).

Quedaría exigirle más radicalidad a Nietzsche al haber perdido la batalla frente a quienes pregonaban: "... ahora se camina rápidamente hacia el final (...) nada se mantiene en pie hasta pasado mañana, excepto una sola especie de hombres, los incurablemente mediocres. Sólo los mediocres tienen perspectivas de continuar, de propagarse (,,,)-- ellos son los hombres del futuro, los únicos que sobreviven; ¡sed como ellos! ¡haceos mediocres!", lo que "dice a partir de ese momento la única moral que todavía tiene sentido, que todavía encuentra oídos", recoociendo al mismo tiempo que"¡... es difícil predicar esa moral de la mediocridad!", es decir, que nos extinguiremos siendo lo que somos y que incluso dejaremos de reproducirnos, "nosotros, los espíritus libres".

Queda, sí, la crítica (poner al descubierto la raíz, los motivos), lo que presupone seguridad y convicción, sensación de certeza, dar fe de conciencia de lo que uno mismo es y de cómo es. La utilidad es otra cosa, tal vez publicar la crítica acerque algún amigo de hoy o del futuro mientras sin duda aleje a la mayoría mediante la indiferencia o el desinterés... La crítica ha demostrado no decidir nada ni orientar más de lo que ya se encontraba en el ambiente y en los poros: los retrocesos, los repliegues, las claudicaciones, la hipocresía, el autoengaño que sirve al engaño, las frustraciones, la melancolía... estaban allí, eran visibles y respirables. En todo caso, la lucidez que sentimos tener al encajar las piezas nos es tan necesaria como un buen plato de buena cocina. Y, claro, también queda, por último, la risa, "la carcajada áurea" (MABM, af. 294).

En todo caso, ante el infierno, repito, queda abandonar toda esperanza; abandonarla definitivamente. Queda ir no sólo más allá del bien y del mal sino del aguardar nietzcheano (es decir, del viejo intelectual). Queda dar por muerta la filosofía (que nuca dejó de ser engañosa, de fachada) y abandonarla a su reduccción a un lenguaje y a un debatir vulgarizado, al cuidado formal de los mentirosos asalariados, de los mentirosos sostenidos, de los defensores de lo establecido y los críticos refundadores de lo mismo, de los conservadores imposibles y los que pretenden contener las cosas antes de que llegue el peligroso caos, incluso de los autoengañados... que le darán cada vez más forma líquida o gaseosa con fines utilitarios, pragmáticos y desvergonzadamente desconcertantes.

Ciertamente, no es fácil evitar la pena, pero la selección de hombres no estará ni puede estar de ningún modo en nuestras manos ni puede imponerse desde los buenos sueños de un puñado de particulares bienintencionados que ni siquiera pueden presumir seriamente de no estar (irremediablementa) contaminados ni de evitar una conducta básicamente histriónica (de "comedia"). Al menos deberíamos tenerlo definitivamente claro: la domesticación incluye obviamente el uso intensivo  sutil de la selección artificial, y esta ha funcionado no sólo para producir vacas lecheras y granos comestibles. La batalla, nuestra batalla (que no la de un futuro imprevisible), está perdida.


(continúa...)


* * *

Notas:

(1) Sin duda la "experiencia"personal de la conciencia informa al individuo de la predisposición de la misma a "ir más allá" (como Heidegger señala, por ejemplo, al analizar el concepto en Hegel -El concepto de experiencia de Hegel, en Caminos de bosque, Alianza Universidad-), pero, en lugar de comprender (o interpretar) esto como manifestación de la imperfección (básicamente derivada del proceso evolutivo natural) prefirió, con condescendencia hacia sí mismo, considerar el fenómeno como manifestación de una perfectibiidad potencial o en curso, propia de una meta o destino prefijado.

(2) Más de una vez se ham observado relaciones entre el amor propio y la tiranía por un lado y con la autodivinización. Al respecto recomiendo el ensayo Sobre la tiranía de Leo Strauss, el documento en base al cual gira, el Hierón de Jenofonte, y los debates asociados del autor con Kojeve y Voegelin, que se publicaron conjuntamente por el sello Encuentro Ediciones. Sin embargo, lo que yo sugiero va más allá de una caracterización aplicable a los tiranos efectivos y se extiende a los potenciales, entre los que los filósofos, los más reflexivos o pensadores, los menos "profanos" para usar un término de Kojeve, se ponen en primera fila, demostrando con ello el vínculo inseparable que existe entre la experiencia de la conciencia profunda y el sentimiento de certeza absoluta o... divina con sus consecuencias psicológicas consecuentes.

(3) En la acusación nietzscheana contra Platón de haber creado un falso Sócrates/marioneta popular -lo que, de nuevo, evidenciaría las verdaderas intenciones no-filosóficas de Platón, sus intereses inclusive eutifrónicos o sofistas-, crítica su uso propagandístico y su claudicación ante la plebe, al imperio de lo dominante, a la necesidad de convivir con la adopción general- se puede observar también la dificultad de llevar las cosas hasta las últimas consecuencias. Para Nietzsche habría sido un error y "El error (de creer en el ideal-) no es ceguera, el error es cobardía" (EH, af. 3). Ser radical aquí implicaría sin embargo no hablar de "error" en ningún caso, sino de conductas condicionadas y no "corregibles" (como no lo son tampoco las de los tiranos a pesar de los esfuerzos que hiciera la Filosofía). Y aún así, debo reconocerlo, tiendo a sentirme identificado con el llamamiento al coraje intelectual, tal vez porque sea lo más gratificante para mi propio ego, quizás como una promesa engañosa que sólo puede intercambiarse entre iguales... entre especimenes en extinción, y siempre que se acepta el ejercicio de la crueldad irónica inter pares. Aunque reconozco que esa predisposición se debilita gracias a un contexto poco dispuesto a valorar tal heroicidad y sus resultados, es decir, ese "decir más" de mi cosecha del que hablaría Heidegger (¿Y para qué poetas?) respondiendo a la tendencia mencionada y por momentos compartida, a fin de cuentas romántica y filomodernista.

Sí, me inclino naturalmente hacia el ejercicio del coraje sabiendo sin embargo que sólo es posible en condiciones apropiadas: por ejemplo, hoy el caldo de cultivo de ese coraje es el ahogo burocrático mencionado, que está llegando a grados tan considerables que incitan a la indignación intelectual... o al paso progresivo al adocenamiento o castración... aunque los bálsamos retóricos siempre intentarán venir en ayuda del afectado. Por último, debe saberse que el fenómeno de destrucción de lo propiamente intelectual a la manera de lo que Nietzsche llamara "espíritus libres" lleva tiempo en ebullición, como lo atestigua, por ejemplo, el estudio de Lepenies ¿Qué es el intelectual europeo? más allá, precisamente, de sus bálsamos. Porque la marcha definitiva de la burocracia hacia el poder no se produce como si fuese un trueno en cielo despejado. La revolución democrática (burguesa, si se quiere) no fue sino burocrática, de los gestores y de los calculadores, y los estados centralizados primero, monárquico-ilustrados y absolutistas, y democráticos después, fueron su caldo de cultivo por excelencia (como, esto sí, viera, o mejor dicho, sintiera Nietzsche), y sus diversas expresiones no fueron accidentes evitables ni obra de las insondables fuerzas del mal (como las que nos hicieron merecedoras de la expulsión del Paraíso y otros castigos divinos... ¡ejecutados por Dios y a veces perdonados por él!), ni importadas ni parásitas del hombre, sino resultados cuyas raíces están en la realidad inmediatamente previa. intelectual, y a esa "honestidad (...) de la cual no podemos desprendernos nosotros los espíritus libres" (MABM, af. 227), unas características que yo diría adicionalmente que aflora en ciertos individuos más que en otros y nunca, como bien sabía Nietzsche, al 100 %.Más allá, pues, de la indiscutible necesidad sociológica e histórica del hombre reflexivo que una vez emergió (y que devino una posibilidad abierta a todo ser humano de por sí en tanto la reflexividad es un atributo humano) y sus diversos roles socio-históricos (mago, sacerdote, filósofo, científico), se trató de personajes a los que desde un principio se exigió claudicación que evitaron mediante una cierta resistencia: el mando les fue siempre repugnante y difícil, prefiriendo siempre la dedicación plena al pensamiento... y la enseñanza, es decir, la dirección indirecta (Spinoza lo describió muy bien en su Tratado Político y Leo Strauss nos ofreció una síntesis sustancial en su La ciudad y el hombre), y la ascensión burocrática generalizada (que nace con la democracia representativa) marcó el comienzo del fin, como uno tras otro sintieron todos aquellos que al menos alguna vez soñaron ser como la imagen que preferían de ellos mismos (el caso de Sainte Beuve específicamente considerado por Lepenies como ejemplo ilustra esa constante que se irá simplemente agravando y que Heidegger mismo asociará a la "muerte de la filosofía" -volveré sobre esto en la siguiente entrega-).

(4) Recomiendo la descripción de este dilema realizada por Tólstoi en su Confesión, donde confronta la conducta del intelectual que él era con la conducta de los campesinos y del pueblo llano en general, conducta que no es ajena incluso a nuestros disciplinados especialistas proletarizados. El tema sin duda merece un análisis específico ligado a las opciones que ofrece el fenómeno de la conciencia que he comenzado a bosquejar y publicaré en breve.


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