miércoles, 30 de diciembre de 2009

El alienista

En su relato o quizá "noveleta" (como la llama el traductor de la versión con la que cuento) cuyo nombre se extiende a la colección, fue escrito por Machado de Asis a finales del XIX. En él se construye un mundo imaginario donde las cosas salen tal vez demasiado ajustadas, al menos en algunos aspectos, al guión. Pero, además de ser producto del habitual Deux ex machina que todo escritor representa en sus propias historias, Machado de Asis demuestra, también como los mejores, hasta qué punto un escritor, acuciado por la realidad del mundo, consigue desvelar las tripas de una realidad subyacente (que sin duda ha percibido observando e intuyendo). Verlas y mostrarlas de manera conmovedora... incluso más allá de sus propios deseos y pretensiones, de su grado de certeza o convicción y de sus intenciones apaciguadoras o reformadoras, a veces esperanzadas, a veces comprimidas por la frustración y el pesimismo que dan lugar a la ironía furiosa, incluso agresiva. A veces más y a veces algo menos libres de alzar el vuelo...

De nuevo, podemos apreciar cómo la literatura escapa en mayor o menor medida (y cuanto más lo hace, a mi criterio, mejor literatura es) de lo racionalmente deseado por el autor, de la ciudad buena o mejor con la que sueña. De, en fin, las moralejas, las enseñanzas o recomendaciones, los consejos reformistas o morales, los intentos totalitarios de cada ser humano en todos ellos encofrados...

Y consigue mostrarnos lo que nos define, de lo que no podremos, en principio, escapar: lo que somos, lo que es nuestro mundo, nuestra realidad.

Sólo para ilustrarlo, sírvanse, mis eventuales lectores para apreciar, en sí, o sea desde la óptica por mí propuesta, así como por su buena factura literaria, un extracto que habla en ambos sentidos por sí mismo (donde me he permitido corregir algún que otro término usado por el traductor mejicano que realizó la versión del que lo he tomado), precedido por una breve puesta en situación para que podais todos circunscribir el tema:

Sinopsis de situación: Un "alienista", dominado por el racionalismo y el cientificismo más vehemente imaginable, va encerrando progresivamente a casi todo el pueblo en el manicomio (todos van encajando en la categoría de la enfermedad). Un día, a instancias de la propia absurdidad y el miedo, estalla en el pueblo una revolución. El jefe revolucionario, barbero de profesión, que ha comandado a las masas en contra del manicomio y del excesivo y peligroso celo científico del médico, se dirige a casa de éste apenas conseguido el triunfo donde se presenta con un destacamento que aposta fuera. El médico lo recibe segura y lógicamente temeroso por su vida (así se inicia el capítulo IX): ¡es para pensar que ha triunfado la sinrazón revolucionaria! Por lo que de entrada se ofrece a someterse a la nueva ley (pidiendo que en todo caso "no lo obligara a asistir personalmente a la destrucción de la Casa Verde" (el manicomio en cuestión).

Ante esto, el barbero-líder revolucionario, habla:
"-Se equivoca Vuestra Señoría -dijo el barbero, después de una pausa-, se equivoca en atribuir al gobierno intenciones vandálicas. Con razón o sin ella, la opinión general cree que la mayor parte de los locos allí metidos están en su perfecto juicio, pero el gobierno reconoce que la cuestión es puramente científica, y no piensa en resolver con actitudes precipitadas las cuestiones científicas. Además, la Casa Verde es una institución pública. Así la aceptamos de manos de la Cámara disuelta. Sin embargo, por fuerza, debe haber un juicio equitativo que restituya la tranquilidad al espíritu público.

"El alienista mal podía disimular su asombro; confesó que esperaba otra cosa, el allanamiento del manicomio, su prisión, el destierro, todo menos...

"-El asombro de Vuestra Señoría -intervino gravemente el barbero- viene de no atender a la grave responsabilidad del gobierno. El pueblo, poseído por una ciega piedad que le da en este caso legítima indignación, puede exigir del gobierno cierta especie de actos; pero éste, con l responsabilidad que le incumbe, no los debe practicar, por lo menos totalmente, y esta es nuestra situación. La generosa revuelta que ayer derrumbó a una Cámara vilipendiada y corrompida, pidió a gritos el allanamiento de la Casa Verde; pero ¿puede entrar en el ánimo del gobierno eliminar la locura? No. Y si el gobierno no la puede eliminar, ¿está por lo menos apto para discriminarla, reconocerla? Tampoco. Es materia de la ciencia. Así, en asunto tan delicado, el gobierno no puede, no quiere prescindir de la colaboración de Vuestra Señoría. Lo que pide es que de cierta manera le demos alguna satisfacción al pueblo. Unámonos y el pueblo sabrá obedecer. Una de las ideas aceptables, si Vuestra Señoría no indica otra cosa, sería hacer retirar de la Casa Verde a aquellos enfermos que estén casi curados y también a los maníacos de poca importancia, etcétera. De ese modo, sin gran peligro, mostraremos alguna tolerancia y benignidad.

"-¿Cuántos muertos y heridos hubo ayer en el conflicto?- preguntó Simâo Bacamarte (el alienista), después de unos tres minutos.

"El barbero se quedó admirado de la pregunta, pero en seguida le respondió que once muertos y veinticinco heridos.

"-Once muertos y veiticinco heridos -se repitió dos o tres veces el alienista.

"Y en seguida le respondió al barbero que la idea no le parecía buena, pero que iba a buscar alguna cosa y dentro de pocos días le daría respuesta. Y le hizo varias preguntas sobre los sucesos de la víspera, ataque, defensa, adhesión a los dragones, resistencia de la Cámara, etcétera, etcétera, a las que el barbero iba respondiendo con gran prodigalidad, insistiendo principalmente en el descrédito en que había caído la Cámara. El barbero confesó que el nuevo gobierno no tenía por sí, todavía, la confianza de los principales de la villa, pero el alienista podía hacer mucho sobre eso. El gobierno, concluyó el barbero, se alegraría si pudiera contar no ya con la simpatía sino con la benevolencia del más alto espíritu de Itaguaí, y seguramente del reino. Pero nada de aquello alteraba la noble y austera fisonomía de aquel gran hombre, que oía callado, sin envanecimiento ni modestia, impasible como un dios de piedra.

"-Once muertos y veiticinco heridos -repitió el alienista, después de acompañar al barbero hasta la puerta- He aquí dos lindos casos de enfermedad cerebral. Los síntomas de duplicidad y descaro de ese barbero son positivos. En cuanto a la idiotez de los que lo aclamaron, no es necesaria otra prueba además de los once muertos y veiticinco heridos. ¡Dos lindos casos!

"-¡Viva el ilustre Porfirio! -gritaron unas treinta personas que aguardaban al barbero en la puerta.

"El alienista miró por la ventana y oyó todavía el final de una pequeña charla del barbero con las treinta personas que lo aclamaban:

"....Porque yo velo, podéis estar seguros de eso, por la satisfacción de los deseos del pueblo. Confiad en mí y todo se hará de la mejor manera. Sólo recomiendo orden. El orden, amigos míos, es la base del gobierno...

"-¡Viva el ilustre Porfirio! -gritaron las treinta voces, agitando los sombreros.

"-¡Dos lindos casos! -murmuró el alienista."

Y llegado a este punto (he transcrito hasta el final el capítulo IX), dejo a mis lectores sumidos en sus propias reflexiones...

jueves, 24 de diciembre de 2009

¡Vivid, vivid malditos!


A pesar de todo lo que está pasando (y no sólo en la superficie).

A pesar de lo que nos espera.

A pesar de la mesquindad inservible (para nosotros, los demás).

A pesar de los hechos y las palabras desconcertantes.

A pesar de los débiles que no pueden hacer otra cosa (por esodecimos que son débiles).

A pesar de todo lo que cada uno sabe o inventa.

¡Vivid, vivid malditos!


sábado, 19 de diciembre de 2009

Schopenhauer vilipendiado por el racionalismo con el fin de ponerle una losa encima como sea

¡Pobre Schopenhauer! Tantos esfuerzos para acabar siendo "superado" y para que el positivismo y el racionalismo en general, que acabaron conquistando la Ciudadela de los Expertos (que no Sabios) lo aherrnjaran al montón de los casos exóticos e inservibles... (a su propio juicio, claro).

Véase si no en base a qué y cómo un tal Alexia Philonenko (con el que me he topado en busca de unos datos) se digna a despachar (que no a "desmontar) a Schopenhauer:

"Al meditar quizás sobre los criminales (?), como lo harían Nietzsche y Dostoievski, Schopenhauer llegó a rehabilitar esa razón que tanto había hecho por superar. Lo hizo en un apéndice del párrafo 36 (!!) del Mundo como voluntad y representación. La locura tiene diferentes caras... (...) ¿En qué consiste... (...) en el apego a la vida? Esto es lo que toda la filosofía de Schopenhauer nos invita a pensar (¡y a lo que Philonenko la reduce con el fin de despacharla sin más con un finale apropiado para el olvido!). Pero él da una explicación muy distinta, que no dejará de sorprender (?) si se recuerda todo lo que ha dicho del tiempo..." (y aquí Philonenko hace un resumen restringido al tema de la "alienación" y cita a Schopenahauer al respecto... como si esa cuestión fuera lo más significativo e importante a destacar de sus escritos. Todo para concluir:) "Como se puede ver, Schopenhauer da la espalda a su propia doctrina. Más exactamente, renuncia (...) a adentrarse en una fundamentación radical del pesimismo." ("Historia de la filosofía" -una muestra de la cultura francesa de divulgación-, tomo 8, capítulo 3, Siglo XXI Editores, México, 1980, págs. 90-91; los paréntesis con signos y notas, así como la negrita irónica son todos míos)

¿No es una pena? ¿No da sinceramente pena... extraer tan poco y pretender pasar página como si nada (¡la pretende pasar un don nadie que ha ejecutado un encargo editorial!)? ¿Ser incapaz de leer bien y lo sustancial, reducir un pensador que llegó a ver tantas cosas (las que don nadie no quiere ver, claro) a cantor del pesimismo y, presentándolo como traidor y renegado de su propia causa, hacerse fácil, simpático a sí mismo y a los lectores meramente enciclopedistas que hayan llegado hasta su texto, el trago de olvidarlo para siempre.¡De que no se ocupen de leerlo!

Pues por mi parte, me propongo leeré bien a todo el que haya pensado con fuerza y vida, actuando el personaje propio libre de toda mezquindad, contra todos aquellos que ni siquiera son capaces de sobreponerse a la suya un poco y la trasuntan hasta mostrarla en el disfraz elegido como sucios lamparones de sudor. Ellos sí, mezquinos representando la mezquindad intelectual, incapaces y sin luces suficientes cómo para encontrar la manera de huir de los descubrimientos que los ponen al borde del abismo, abismo que no saben cómo evitar saltar para volar, lastrados por la relativa pero siempre insatisfactoria comodidad a la que se resignan sin dejar de quejarse... Y mostraré hasta dónde llegaron esos pensadores desprendidos, que sin duda fue lejos; al menos mucho más lejos que lo que señalan los mapas de esos bienpensantes proletarizados o corruptos que apenas saben bailar mal bajo las estrellas fijas.


sábado, 17 de octubre de 2009

Literatura en "estado puro"


Para una de las primeras pinceladas de retrato de un personaje del común, sano en el sentido en que lo consideraríamos todos, y poseedor como tal de sus contradicciones y convicciones, Camus pone en sus labios la siguiente frase sobre el tema sin duda más conmovedor de la condición humana individual:

"La muerte no es nada para hombres como yo. Es un acontecimiento que les da la razón." (La Peste, Albert Camus, Pocket Edhasa, 1977, pág. 116)

Es no sólo el reflejo de la reacción de un individuo particular (que hay que conocer para verse parcialmente reflejado en él), pero también es más que eso. ¿Acaso algún filósofo, el que sea, haya descrito más exacta y más profundamente TODO lo que al leer esa frase tan breve nos hace vislumbrar; a la vez lo particular y lo genérico?

¡"La Peste"!, un ejemplo de la mejor y la más grande Literatura. De poesía hecha con prosa.


(Esto lo he extraído de un viejo post, pero pienso que separado y reproducido aquí brillará mejor, como otra luciérnaga temblorosa atrapada en esta botella).

domingo, 4 de octubre de 2009

De nuestros denodados esfuerzos por hacernos comprender (tercera y tal vez última)

Se puede pretender ser comprendido a toda costa en nombre de la Razón que se cree tener, o reconocer, aún creyendo lo mismo, que eso no será nunca posible ni tendría sentido alguno (y también, por qué no, sentir que no se hace sino llevar a cabo un ritual como lo hacen los otros). ¿De qué depende? Pues yo pienso -lo he dicho ya otras veces- que del grado de madurez alcanzado por la intelectualidad honesta (*), es decir, como se desprende de la psicología evolutiva a la que me permito hacerle un guiño: del grado en que se haya asumido la frustración (cosa que depende de los tiempos que corran).

Nietzsche dice que Sócrates provocó su propia muerte, que "él fue quien se dio la copa de veneno, él forzó a Atenas a dársela..." ("El crepúsculo de los ídolos", "El problema de Sócrates", 12, Alianza Editorial, Bolsillo, Madrid, pág. 43), ¿y él mismo; no se entregó él a la sífilis y a la locura...?

A raíz del juicio al que es sometido, Sócrates da claras muestras de estar decepcionado de Atenas, su decepción lo lleva a decir (¿convencido o dolido?, ¿bien o mal interpretado por el decepcionado Platón?) que piensa hallar mejores interlocutores en el Hades ("... si o creyese encontrar en el otro mundo dioses tan buenos y tan sabios y hombres mejores que que los que dejo en este, sería un necio si no me manifestara pesaroso de morir", "Fedón", "Diálogos", Editorial Porrúa, México, 2007, pág. 547), eso según Platón, debió impulsarlo a darse la copa de veneno, como dice Nietzsche. Y según Platón, estaba convencido incluso de que los cielos lo habían reclamado; creía según Platón que era "preciso que dios nos envíe una orden formal para morir, como la que me envía a mí este día" (ibíd., pág. 546).

En cualquier caso, era, o mejor dicho, podemos pensar que fue, un acto nacido de una decepción. Una decepción propia de la infancia de la filosofía (**).

El Nietzsche de la madurez, el Nietzsche que augura la venida del superhombre a la luz del mediodía... ya no piensa así, ya no está seguro para nada de que será comprendido, ni se dirige "a todos" ni al "pueblo", y casi vislumbra la mezquindad de las élites corrompidas por la polis...

Pero aún muestra su decepción por momentos. Y por eso ve en Sócrates algo tan diferente de él mismo. Por eso lo dibuja especialmente nefasto y vuelve a condenarlo, esta vez desde la tribuna de los sabios. No admite que su caminar hacia la muerte fuese en realidad parte inseparable del caminar hacia la vida; del deseo, sin duda vital, en fin, de llevar al mundo hacia su mejor vida.

Y no equipara su propio "sí a la vida" que esgrime contra los demás como si de un martillo se tratara con su propio caminar hacia la muerte.

Sin duda, Nietzsche aún no había alcanzado la madurez necesaria como para abandonar toda pretensión de trasmitir futuro. No había roto el cordón umbilical que lo hacía sentir responsable por la humanidad. No había rumiado lo suficiente la indudable frustración que le produjo y que produce a todo pensador la vida, ni a ver por ende que esa facultad de pensar "bien" era uno de los tantos recursos posibles del hombre: el que él, como Sócrates, habían elegido como el más idóneo... O, como diría el propio Sócrates de Platón en su "Banquete", acorralado por su propia dialéctica racionalista: "el más justo". ¡Vaya, ni más ni menos!

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(*) Creo haber reconocido de manera satisfactoria para mi propia persona (tal vez por la cuenta que me trae) que existen (existimos) pensadores honestos, serios, rigurosos, responsables... con relación a su preocupación trascendental (lo es aunque sea imaginariamente hablando), aquellos que no pusieron ni ponen por delante de sus pensamientos una meta inmediatista o un "ideal" que entiendo equivalente (la mezquindad, en fin, vestida de etiqueta para asistir a un evento social), todos... (quizás de hecho y en parte hasta los mismísimos "oportunistas") no son o serían después de todo sino repeticiones del rey Midas en procura de Sileno (cito la leyenda muchas veces y en la nota del post previo): el hecho de tener una herramienta que tiende siempre a excederse (la conciencia) nos fuerza a todos los humanos -y a unos más que a otros- a intentar capturar el mundo más allá de lo que se necesita y la mayoría de la gente y de las veces, hace y se hace para "capturarlo" o dominarlo. Creo firmemente que ahí está "todo" (lo significativo) dicho (como diría Wittgenstein). Sobre lo demás (parafraseando al lógico en concreto): "no podemos callar".

(**) No por nada la pregunta en la que todavía se cae, se reconozca o no, sigue siendo "quid sit deus" (Leo Straus, "La ciudad y el hombre", frase final, Katz Editores, Bs.As., pág. 341)

viernes, 2 de octubre de 2009

De nuestros denodados esfuerzos por hacernos comprender (cara segunda)

Si consideramos el inmensurable volumen de lo escrito desde que la corespondiente técnica de registro se inventara, y hiciéramos lo propio luego con la escasa comprensión que lograron con los escritos sus autores en esos 4.000 años de existencia, tanto durante su vida como a través de las generaciones sucesivas... ¿es o no pertinente preguntarse para qué escribimos?

La experiencia directa e indirecta es contundente. A la mayoritaria apropiación parcial, a veces carroñera (por su orientación a mezquinas fibras, vísceras repugnantes y médula de huesos), de rapiña, se suma la tergiversación interesada, consciente o no, de "los colegas" y las traiciones de la traducción.

En el Prólogo que Schopenhauer escribe para su obra cumbre (Arthur Schopenhauer, Prólogo a la primera edición -1818-, "El mundo como voluntad y representación", tomo I, Ediciones Orbis, Barcelona, 1985) que ya citara en la "primera cara" de esta doble luna (véase mi post inmediatamente anterior), tenemos también esta "segunda", inevitable como todo indica, en donde se establece la otra precondición para conseguir ser comprendido:

"... si el lector..." (pág. 9), etc.

Todo recomendaría el abandono. Y sin embargo se sigue, como si se tratara de la a-voluntaria Tierra de Galileo que es incapaz de hacer lo que la Inquisición habría deseado.

En consecuencia: ¿por qué o para qué seguimos escribiendo?

¿Es hasta ese punto posible de absurdidad que es compulsivo? ¿Es acaso parte de una vocación o voluntad idílica que sueña, cuando no cree firmemente, que al final del calvario de incomprensión y distorsión señalado habrá de hallar La Redención o un Paraíso? ¿Es así de ingenuo el hombre que lo intenta, el escritor, el pensador en concreto que vuelca sus pensamientos por escrito y los publica (nótese que quedan fuera de un plumazo todos aquellos que escriben para entretener o para burlarse, o sólo para captar adeptos para su propia iglesia, es decir, para cumplir con una misión inmediatista, como mucho de agitación y propaganda, como mucho política), en fin, el inútil filósofo con su pretensión de arrancar La Verdad de las entrañas de los hechos y... su necesidad de "ver manos extendidas" (*)?

Pongamos que La Verdad sea realmente un atractor tan poderoso siendo a la vez un fantasma imaginario.

Pongamos que el caso del rey Midas (**) fuese un caso prototípico del intelectual fiel a su mecánica (¡vaya dificultad para definirlo cuando lo hacemos con parte de lo definido!), un ser que persigue denodadamente a Sileno hasta cazarlo... para nada. No, para nada no, sino para decepcionarse... No, ni siquiera, porque Midas es tal (aunque la leyenda no narra ni sugiere la segunda parte) que a Sileno... no le cree, que consideraría su declaración un engaño, una manera de preservar el secreto, una burla... o, en todo caso, una falta de información veraz y profunda que quizás sólo el dios tenga... Y en el tercer acto, después de deducirlo, superado el llanto desesperado inicial y realizadas las conclusiones pertinentes y sosegadoras... Midas marcharía, ignorando a Sileno o incluso matándolo, en pos del mismísimo Dionisos, el que "realmente" "debe" "saberlo todo".

¿Sería pues así, sería que no podemos renunciar a nuestras ilusiones, que no podemos dejar de creer que más allá existirá un alivio para el hombre, un Eden como el que acariciamos con vehemencia y fruición?

La certeza, al situarse en el límite, es inmediata: abandonar es morir, es acabar con una marcha sin sentido, con un constante paso a paso para nada a través del juego y el placer (sin duda muy satisfactorios... aunque muy... ¿animales?). Y rechazamos morir. Incluso, contradictoriamente es obvio, lo hacemos mediante esas prácticas de búsqueda infructuosa precisamente al tomárnoslas en serio, no al llevarlas a cabo como meros juegos, como proveedoras de placer... Tenemos que hacerlo así... rechazando o ignorando cualquier conciencia al respecto.

No me extraña que Sócrates y Platón se creyeran poseídos, títeres de una conciencia superior que, ella sí, sabía, tal vez o no como Sileno, La Verdad, El Sentido... y la propia no fuera capaz de arrancarle el secreto o de ser para aquella suficientemente fiable como para que se lo pudiera revelar.

No veo en absoluto que haya sido una cuestión de primitivismo, de infantilidad, de ausencia de la Razón Desarrollada o... Científica, que no los habría aún asistido. Ni tampoco de miedo en tanto que determinante. Creo que, como hoy sigue siendo a pesar de la voluntad que se pone para silenciarlo, se trataba de la única explicación posible. Hoy, repito, se continua haciendo lo mismo aunque no se le de a esa fuerza sobrenatural el nombre honesto de Demon. Yo, en los límites de la depresión que cada tanto me invade (lo que sucede cuando de repente todo deja de devolverme la sensación de que existe un más allá prometedor, es decir, cuando la gratificación es nula), me armo de voluntad diciéndome: ¡hay que vivir, hay que evitar que la depresión -¿un Demon alternativo o su otra cara malévola?- te tumbe; si te dejas llevar... morirás; esa conciencia... podría no ser más que un ataque de locura que hay que evitar o combatir con alguna medicina: tómala pues, tómala antes de que sea tarde, tómala ya mismo!

Así, el "deber ser" se impone, tal vez a causa de un mecanismo que se desarrolló hasta conformar como una de sus caras poliédricas el miedo; ahora sí: el miedo a no ver más, a no sentir más, a no saber más, a no poder nunca más ser querido y apreciado, a perder toda posibilidad por remota y utópica que sea de salir de la trampa y vencer...

Volviendo circularmente al punto de partida (¿qué si no esto es lo único que cabe hacer?), Schopenhauer, después de señalar sus "exigencias" y recomendar a quienes no estuviesen dispuestos a seguirlas que mejor harían en no perder "ni una hora en ocuparse" y en todo caso (de haberlo ya comprado) "cerrar en seguida este volumen", reconoce explícitamente que su obra "... está destinada a una corta minoría de personas..." y que, en todo caso, puesto que "la acción de la verdad se extiende a lo largo del porvenir y su duración es larga: digamos la verdad" (ibíd., págs. 12-13; lo que entenderé simplemente como expresión de la voluntad de ser honesto) y en donde también se pone de manifiesto que Schopenhauer no contemplaba, y en todo caso ignoraba, los peligros de tergiversación que ese futuro, al que apela esperanzado, encierra.

¡Esperanzado, sí, y autoengañado más o menos adrede, porque ninguna buena escritura garantiza lectores que nos lean según nuestra voluntad ni evitará que las aves de rapiña se posen sobre nuestro cadáver con la intención que deriva de su idiosincrasia! ¡Porque nada nos puede hacer omnipotentes y capaces de controlar el mundo y su futuro! ¡Porque vanitas vanitatum et omnia vanitas! ¡Porque en todo caso, lo único posible son esas esporádicas migajas de cariño y reconocimiento que nos tocan en vida y en las que creemos (y queremos) ver muestras del Paraíso lejano e imposible!

¡Es monstruoso... incluso un tanto penoso, pero también es maravilloso! ¿Qué? Pues: darse cuenta ("apropiarse", que diría Hidegger) sin dejar de estar... Darse cuenta de las sutilesas de la trampa que nos lleva a "apropiarnos" del vapor de agua que pasa por entre los dedos para acabar difuminado en la neblina. La misma conciencia a fin de cuentas que aflora mientras avanzamos por un texto bien elaborado y per eternum misterioso.



(*) F.Nietzsche, "La gaya ciencia", parágrafo 342, Pequeña Biblioteca Calamvs Scriptorivs, Barcelona, 1979, pág. 186.

(**) Para quienes no conozcan la leyenda, transcribo la preciosa narración que hace de la misma Nietzsche en su "El nacimiento de la tragedia" (Alianza Editorial, Bolsillo, Madrid, 2007, pág. 54; la itálica pertenece al original), que él toma a su vez de Apolodoro:

"Una vieja leyenda cuenta que durante mucho tiempo el rey Midas había intentado cazar en el bosque al sabio Sileno, acompañante de Dioniso, sin poder cogerlo. Cuando por fin cayó en sus manos, el rey pregunta qué es lo mejor y más preferible para el hombre. Rígido e inmóvil, calla el demon; hasta que forzado por el rey, acaba prorrumpiendo en estas palabras, en medio de una risa estridente: "Estirpe miserable de un día, hijos del azar y de la fatiga, ¿por qué me fuerzas a decirte lo que para tí sería muy ventajoso no oir? Lo mejor de todo es totalmente inalcanzable para tí: no haber nacido, no ser, ser nada. Y lo mejor en segundo lugar es para tí - morir pronto".

jueves, 1 de octubre de 2009

De nuestros denodados esfuerzos por hacernos comprender

En mi pretensión de conocer mejor los antecedentes del pensamiento de Nietzsche, bajé de los estantes de mi biblioteca el primer tomo de los dos en que se divide la edición de que dispongo de "El mundo como voluntad y representación", la de Ediciones Orbis de 1985, que, parece mentira haya esperado tan pacientemente durante todo este tiempo, como otros cuantos, a que por fin lo abordara (y ya puede darse con un canto en los dientes).

Esto sucedió ayer, y como comprenderán, especialmente si supieran cómo de lento leo, y por cuántos desvíos me dejo llevar mientras consumo líneas, significa que no podré apenas decir algo de su contenido sustancial. No obstante, las reflexiones que siguen son una continuación del efecto que produjo en mí lo que Schopenhauer se sintió movido a decir en su "Prólogo, de la primera edición" de 1818, lo que no puede estar, entiendo un tanto a priori, desligado de lo que vendrá a continuación y que en breve comenzaré a rumiar.

Lo que concretamente me desvió hasta las siguientes reflexiones fue lo que a continuación transcribo:

"Un sistema de pensamientos debe tener siempre un encadenamiento arquitectónico... (...) En cambio un pensamiento único, por vasto que sea, debe conservar unidad perfecta. (...) En este supuesto, es evidente que, para comprender bien mi pensamiento, no hay otro recurso que leer dos veces el libro... " (Arthur Schopenhauer, op.cit., pág.9)

Y poco más abajo:

"... he hecho concienzudamente cuanto me ha sido posible (...) para poder ser comprendido. En general, no he perdonado medio para ser claro y comprensible." (ibíd.)
Etc.

Me impactó el preámbulo, la descarada intención de influir o, mejor dicho, controlar los pasos del lector, de pretender un lector a la medida... Y me sentí reflejado, al margen de que yo actúe o no del mismo modo, por vergüenza o por conciencia de la impotencia que tuviese al respecto salvo... en relación a los discípulos fieles allí donde pudiera tenerlos... imaginariamente. Pero, sobretodo, supe ver en ello la esforzada pretensión de Schopenhauer de ser, simplemente, comprendido. Y me puse a reflexionar (desviándome de la lectura como de costumbre, como este artículo acredita por cierto) acerca del por qué de tal esfuerzo.

Exactamente: ¿por qué nos preocupamos tanto por conseguir un lenguaje riguroso, una conceptualización que apunte sin confusiones al objeto (a veces confusiones mediante), una narrativa que conduzca al lector a tener sed para darle a beber luego lo que pretendemos que tome luego como si fuera agua pura? ¿Por qué el hombre ha fraguado lo mejor posible las armas de su lengua y su escritura, no cesa ni cesará nunca -deduzco- de mejora sus diseños, de mantener su filo y su efectividad...? ¿Por qué yo igualmente insisto, cono tantos más, en que sea bien leído?

Bajo una óptica freudiana, válida para empezar como cualquier otra, se diría que aprendemos a hacerlo desde que nos expulsan (y/o extraen) del seno materno y comenzamos a quejarnos mediante el llanto de tamaña violación de nuestra seguridad (comodidad incluida), de nuestros derechos adquiridos. A partir de ese momento, comenzaría un duro aprendizaje, de prueba y error, sin mediación de otra escuela que la de la propia vida, en busca de un lenguaje que nos permita conseguir lo necesario (mezcla de lo real y de lo imaginario en el caso que nos ocupa de los seres humanos); un lenguaje violento o seductor... un lenguaje que nunca será lo suficientemente perfecto ni alcanzará nunca una efectividad insuperable.

Lo cierto, sin duda, es que desde esos primeros tiempos: "el que no llora no mama".

Y también que en el mundo cada vez más diverso que descubrimos a nuestro derredor, un mundo que ni siquiera es el ya frustrante hogar exterior -supuesto el más idílico inclusive-, nos veremos empujados a mejorar más y más ese lenguaje, a depurar y a sofisticar (incluyendo enmascarar, distorsionar, adornar... etc.), nuestros mensajes.

Esto podría sugerirnos que somos simples presas de una inercia de la que no nos desembarazamos nunca. Que no conseguimos ni conseguiremos romper nunca con aquel trauma primigenio, con ese deseo frustrado de recuperar aquel Paraíso Perdido... Y que, todo lo dice a gritos, que vamos más allá de la queja o la protesta en un intento de realizar esa recuperación de algún modo adaptativo, a medias resignados a hacerlo en el mundo real, con las facultades reales y usando los medios que logremos hallar a nuestro alcance y los que con ellos logremos fabricar... Lenguaje, tecnología (escritura incluida, instituciones incluidas, esclavitud impuesta, etc.), se harán de ese modo inseparables e irrenunciables... El objetivo, en el fondo, sería... volver.

Me pregunto y me contesto positivamente acerca de si allí se halla pues la cara y la cruz de todos los fenómenos sociales por los que pasaron de una u otra manera los grupos humanos desde que fueron invadidos por esa nueva arma a la vez arrolladora y dolorosa que representó la conciencia autoreflexiva más allá de un cierto punto. La producción de alimentos, el Estado, la opresión, las leyendas bíblicas y equivalentes... la propia queja capital de Cristo... el mecenazgo,la democracia, la burocratización...

En fin, si es así qué remedio: óigaseme, pues, léaseme bien y reconozcaseme.



* * *

Adendum (a 6-10-2009):

¡Pobre Schopenhauer! Tantos esfuerzos para por fin ser "superado" y para que el positivismo y el racionalismo generalizado que acabaron conquistando la Ciudadela de los Expertos (que no Sabios) lo arrinconaran entre los casos exóticos e inservibles... Véase si no en base a qué y cómo un tal Alexia Philonenko (con el que me he topado en busca de unos datos) se digna a despachar (que no a "desmontar) a Schopenhauer:

"Al meditar quizás sobre los criminales (?), como lo harían Nietzsche y Dostoievski, Schopenhauer llegó a rehabilitar esa razón que tanto había hecho por superar. Lo hizo en un apéndice del párrafo 36 (!!) del Mundo como voluntad y representación. La locura tiene diferentes caras... (...) ¿En qué consiste... (...) en el apego a la vida? Esto es lo que toda la filosofía de Schopenhauer nos invita a pensar (¡y a lo que Philonenko la reduce con el fin de despacharla sin más con un finale apropiado para el olvido!). Pero él da una explicación muy distinta, que no dejará de sorprender (?) si se recuerda todo lo que ha dicho del tiempo..." (y aquí Philonenko hace un resumen restringido al tema de la "alienación" y cita a Schopenahauer al respecto... como si esa cuestión fuera lo más significativo e importante a destacar de sus escritos. Todo para concluir:) "Como se puede ver, Schopenhauer da la espalda a su propia doctrina. Más exactamente, renuncia (...) a adentrarse en una fundamentación radical del pesimismo." ("Historia de la filosofía" -una muestra de la cultura francesa de divulgación-, tomo 8, capítulo 3, Siglo XXI Editores, México, 1980, págs. 90-91; los paréntesis con signos y notas, así como la negrita irónica son todos míos)

¿No es una pena? ¿No da sinceramente pena... extraer tan poco y pasar como si nada página? ¿Ser incapaz de leer bien y lo sustancial, reducir un pensador a cantor del pesimismo y, presentándolo como traidor y renegado respecto de su propia causa, hacerse fácil a sí mismo y a los lectores enciclopedistas que hayan llegado hasta su texto, el trago de olvidarlo para siempre.

Pues por mi parte, me propongo leeré bien a Schopenhauer contra todos los mezquinos del mundo intelectual que no saben ya cómo huir de todo descubrimiento que los ponga ante el abismo, que no saben cómo evitar saltar para volar, desprendiéndose del lastre con el que rinden tributo a la escasa comodidad insatisfactoria a la que se resignan sin dejar de quejarse... y mostraré hasta dónde llegó un pensador desprendido, que sin duda fue lejos; al menos mucho más lejos que lo que señalan los mapas de esos bienpensantes proletarizados o corruptos que apenas saben bailar mal bajo las estrellas fijas.

lunes, 14 de septiembre de 2009

De la sensibilidad en "los infiernos"

Lampedusa, en sus sencillas y a la vez sustanciales notas sobre Shakespeare ("Shakespeare", Ed. Nortesur, Barcelona, 2009), nos sitúa ante la realidad de las representaciones teatrales en tiempos del poeta y dramaturgo inglés, un cuadro que normalmente queda fuera de nuestra consideración receptiva y tranquila propia de nuestro tiempo y condición (las masas, en todo caso, ven estas obras en su versión cinematográfica, pero del mismo modo, cada uno en su butaca, por lo general silencioso y contemplativo). En estas condiciones, apreciamos el pasado medieval o antiguo que se retrata en primer plano y sentimos el roce y hasta el latigazo del dilema subyacente, propio del hombre, que brota una y otra vez sin paliativo. El dilema que tan bien circunscribiera Nietzsche, precisamente, en "El nacimiento de la tragedia" y que Shakespeare fue capaz de traslucir con esa genialidad conmovedora y efectiva que la hizo perdurable.

"El magnífico Enrique V de Olivier", nos cuenta Lampedusa, "nos ha mostrado una sala de representación isabelina, pero ha atenuado los tonos y suavizado su rudeza. Estas hospederías-teatro estaban situadas en la orilla derecha del Támesis, por entonces totalmente silvestre, a dos pasos del puerto. Y el público estaba mayoritariamente compuesto por marineros y braceros, por taberneros y mujeres de mal vivir, Ser director de un teatro equivalía entonces a ser una mezcla de propietario de prostíbulo y de capo de mafia. Todos los marineros eran, o habían sido recientemente, piratas. Eran los que habían saqueado Cádiz, los que habían degollado a los españoles de la Armada que habían sido arrojados por un temporal a las costas de Irlanda, los que pocos meses antes de cada representación habían perpetrado los más innobles horrores en las colonias españolas de América Central. Magníficos especímenes de aventurero, sin sombra de prejuicios, sin la idea de una educación y que sin atisbo de miedo lanzaban un cuchillo a la más mínima provocación. En 1597, precisamente el año del Enrique V y del Julio César, se produjeron en los dos teatros de Londres nueve homicidios por altercados. Casi todas las representaciones eran precedidas por la matanza de una ternera, en escena, llevada a cabo por un actor, escena de sangre de la que el público era especialmente voraz. El desenfreno sexual no tenía límites y los acoplamientos se producían en plena platea. Cuando un artista o un drama no gustaba no se contentaba con desaprobar con la voz, sino que se lanzaban a escena carroñas de perros y gatos, ratas muertas (esas grandes ratas del puerto de Londres) o, benevolentemente, huevos y fruta podrida." (Giuseppe Tomasi di Lampedusa, op.cit., págs. 33-34)

Ahora que tenemos delante la realidad en medio de la cual las obras de Shakespeare venían a la vida, nos resulta un tanto increíble que un público como el descrito, habituado a ser más actor que espectador y en todo caso a serlo en simultáneo con la diversión que le causaba la violencia gratuita, crueldad, burla, menosprecio al menos de la debilidad y de la desgracia ajena, orientados por mor del grupo y los instintos apreciados por este a la chulería traicionera y a la lealtad al jefe que fortaleciera todas esas manifestaciones, demostrara ser tan sensible a la absurdidad del mundo como para aceptar ver esas obras con deleite.

Sólo así podemos explicarnos esa situación, entender cómo desde ese ámbito las obras de Shakespeare se hicieron famosas, cómo en ese ámbito pudieron coincidir cultos e incultos, unidos ambos por la sensibilidad que esas obras conseguían despertar hasta en las conciencias más adormecidas, hasta en las vidas de las que más habían sido marginadas.

Los imagino ahora al completo, espectadores en su entorno, aplaudiendo con satisfacción las ocurrencias de Hamblet, su astucia, su desparpajo, su estocada a la rata escondida tras el cortinado, su frialdad o su relativismo ante el propio error... su resignación en fin ante el absurdo de cuya corriente no ve escapatoria, ni la pretende; su sometimiento al rol que le impusieron las circunstancias, su sometimiento al propio yo, a la idiosincrasia que no sabe ni puede reaccionar de otra manera ante esas circunstancias concretas, ante ese mundo implacable que se presenta en cuanto nos damos cuenta y que por fin aplasta o arrasa dejándonos sin nada, tornando nada todo lo realizado como decisivo, como... trascendente.

¡Ay, sin duda, eso es lo que tiene el arte narrativo y las palabras para todos los hombres, para todos los trágicos; eso es lo que tienen todos los hombres para su propio y para el ajeno bien y mal!

lunes, 7 de septiembre de 2009

La ingeniosa invención de la escritura

Según los datos obtenidos hasta ahora, la escritura nace en el curso del desarrollo de las primeras civilizaciones, esto es, una vez establecidos, como grupo, en asentamientos sedentarios, capaces de sostener a un número superior a 100 (por decir algo) y por tanto de producir (o al menos poder recolectar in situ) alimentos suficientes para ello.

Esto se desprende de las investigaciones que se detallan en "Armas, gérmenes y acero" de Jared Diamond (Editorial Random House Mondadori, Debolsillo, Barcelona, 2009) y no hay razones que me hagan pensar que ese no haya sido el contexto en el que surgiera la escritura. Otra cosa son las inferencias que se desprenden para el autor al respecto y en relación con otros aspectos del paso de la actividad de caza y recolección previa a la de producción de alimentos, algunas de las cuales pueden discutirse más o menos.

Pero en lo que atañe a la escritura, ese contexto en el que indudablemente surgiera tuvo necesariamente que marcar su función. No se trata de sostener que la escritura no pudo surgir sino dadas esas condiciones, que tal vez... sino de aceptar que ello allá sido así para definir la influencia mutua que pudo establecerse de echo entre la forma emergente de las sociedades sedentarias primitivas y la aparición de la escritura.

¿Qué es por cierto escribir? De entrada yo diría que equivale a registrar, a inscribir, a fijar lo dicho de un modo intencionalmente perdurable, inclusive con la pretensión de eternizarlo. Si hubiesen contado con mi cámara de video o al menos con una grabadora, indudablemente las habrían usado para registrar la voz de manera directa, y quizás nunca habría existido la escritura, nada similar a jeroflíficos, ideogramas, abecedarios y otros signos, ni el papel ni gran parte de la actual industria... En esta suposición surrealista, los sacerdotes de las religiones no habrían sido escribas, sino operadores de video o de televisión, expertos en imagen y sonido... que si me leen ahora podrían sentirse inclinados a revertir, más vale tarde que nunca, la anomalía producida con tanto derroche, contaminación ambiental y desforestación.

Bromas y imaginería aparte, hay que reconocer que una actividad tan complicada tuvo que requerir expertos.

En este sentido, parece verosímil lo que apunta Diamond: (1) hacía falta capacidad social para mantener a especialistas (imagino que primeramente dedicados al culto y a sostener los mitos aglutinadores), (2) hacía falta contar en la propia población con individuos propensos a imaginar (lo que incluye la astucia necesaria para justificar ante la sociedad su rol privilegiado).

Si la situación previa al establecimiento de grupos sedentarios fue el nomadismo de las mutas de caza y de recolección, deberíamos ir a ellas para comprender mejor sobre qué base se produjo la evolución necesaria.

Diamond muestra cómo la recolección y las cortas estancias, así como la productividad del entorno frecuentado que se debió ir estrechando haciendo innecesarias incursiones depredadoras dispersas en la misma medida en que el entorno era propicio y la recurrencia humana incrementara su productividad (en un intercambio de adaptación al medio y del medio), dio lugar a asentamientos sedentarios previos al comienzo de las domesticaciones de plantas y animales, así como a favorecer el tránsito de la recolección en un entorno a la producción consciente. Los entornos sin duda favorecieron una conducta que retroalimentó los entornos y así in crecendo. Suena muy bien.

Una región del mundo donde al parecer muestra ese proceso con nitidez documentada es la que ocupara la población jomon, esto es la del Japón actual, hasta que fue invadido por otros provenientes según todos los indicios de la actual Corea; me aventuro a deducir, en base a los datos que nos ofrece Diamond, hordas desplazadas de allí pertenecientes a alguna de las tres tribus que perdieron allí la guerra en favor da la cuarta regida por el rey . Conservando con cierta lógica, a través de los tiempos, de las generaciones y de los mitos, la enemistad originaria (le cedo gustoso la hipótesis a Diamond si es que tan sólo evitara revelarla).

Veamos qué pasó según los datos existentes: (1) los jomon se volvieron sedentarios sin dejar de ser cazadores/recolectores gracias a las carácterísticas del entorno propicias para producir alimentos sin domesticación y evitando al mismo tiempo la depredación sistemática del hombre; (2) no desarrollaron a pesar de ello la escritura aunque sí... la cerámica (¡12.700 años atrás, algo propio de los asentamientos permanentes!)

¿Es que los jomon no necesitaron registrar sus mitos orientadores o lo que fuera? ¿Podemos concebir que no los tuvieran o no necesitaran trasmitirlos? ¿O es más bien que no aparecieron entre ellos nadie que se le ocurriera justificar su rol social por ese motivo y con ese medio; nadie que pusiera en cuestión, ¡durante 10.000 años!, que la tradición oral podía superarse con una innovación innovadora... que favoreciese la formación de un grupo especializado y esotérico; nadie en fin que lo pudiese valorar y lo premiase; nadie, en fin, por lo que la sociedad le diese un trato único?

Los sacerdotes o magos aparecen sin embargo en las tribus nómades, pero se reproducen por vía oral, mediante aprendices a los que educan en secreto. No se les ocurrió inventar algo así.

Pero ni los jomon ni las tribus como esas tienen esclavos y al parecer sí los tuvieron los pueblos en los que la escritura tuvo lugar. ¿Será cierto el rol de dominación que Lévi-Strauss le atribuyera a la escritura? Es obvio que una vez que existe lo es: diferencia a unos especialistas privilegiados que no obstante no dirigen directamente las sociedades en las que ocupan esos puestos elevados, permaneciendo a la sombra del poder y sin duda influenciándolo y orientándolo, negociando con él... con diferente suerte. Los hace indispensables por una razón más. Los configura como burocracia subordinada (lo será hasta que el estallido de la Revolución Francesa les permitirá alcanzar el poder propio, separándose de los especialistas reflexivos, filosófico-científicos, usurpando su saber de manera abreviada, poniéndolos a la vez a su servicio, reduciendo su espacio hasta no dejarles más opción que proletarizarse o corromperse).

Pero esa es la otra cara de la historia. En cuanto a la escritura en sí, ¿surge acaso ex profeso para el fin mencionado o acaba desempeñando ese rol desde un principio y con él todos los demás que hoy tanto se valoran y tanto han marcado el rumbo al registrar, inscribir, transmitir, mistificar, informar... desinformar... engañar... confundir...?

Quizás no tenga demasiada importancia precisarlo. En todo caso, lo más relevante a mi criterio sería el hecho de que unos individuos supieron aprovechar sus facultades intelectuales para ganar privilegios y una cuota de poder ciertamente competitiva, tal vez alcanzada poco a poco una vez conseguido el objetivo tal vez inicial de conseguir del Poder efectivo ser separados del trabajo físico y de la plebe, para vivir más cómodamente y mejor; premiados por sus facultades especiales y su astucia.

En esos ancestros nos reconocemos unos cuantos.

viernes, 7 de agosto de 2009

Detrás de las valoraciones elitista y masiva del arte y de la ciencia

En una entrevista relativamente reciente, Rebecca N. Goldstein ofrece en Edge el siguiente punto de vista acerca de la literatura, las ciencias y en particular las matemáticas, que ella practica en paralelo con la filosofía (tal vez habría que decir, o ella preferiría decir, como un todo, aunque no sea estrictamente así):

"To me the affinities are natural. It's a matter of different forms of beauty. Mathematicians and physicists are just as guided by principles of elegance and beauty as novelists and musicians are. Einstein told the philosopher of science Hans Reichenbach that he'd known even before the solar eclipse of 1918 supported his general theory of relativity that the theory must be true because it was so beautiful. And Hermann Weyl, who worked on both relativity theory and quantum mechanics, said "My work always tried to unite the true with the beautiful, but when I had to choose one or the other, I usually chose the beautiful." I would say the same thing about writing novels. The question comes up, when you're using ideas in math or physics or philosophy in a work of fiction, just how far can you distort the idea to make it work in the novel, work as a metaphor. I try to keep as close to the truth as possible, but when I have to choose, then I choose Weyl-ly.

Mathematics seems to be the one place where you don't have to choose, where truth and beauty are always united. One of my all-time favorite books is A Mathematicians' Apology. G.H. Hardy tries to demonstrate to a general audience that mathematics is intimately about beauty. He gives as examples two proofs, one showing that the square root of 2 is irrational, the other showing that there's no largest prime number. Simple, easily graspable proofs, that stir the soul with wonder. I read G.H. Hardy's book the summer after graduating college, right before going on to graduate school. It was the same summer that I read Newman and Nagel's lovely little book, Gödel's Proof. It was great to read them at the same time. Nothing could have convinced me more of Hardy's point about mathematics and beauty than reading at the same time about Gödel's proof.

Hardy's book is not only intellectually engaging but also moving, even elegiac, because he was mourning his loss of mathematical creativity. He was in his fifties, and, as he wrote, mathematics is a young man's game. He wrote the book after his first suicide attempt and before his second—and successful—suicide attempt. C.P. Snow talked him into writing a book that would describe the special joys of mathematical creativity to those who had never experienced it. The book had a big impact on me, impressing me with the hollowness of bifurcating the intellect and the passions. The intellect is passionate.

And of course it was Snow, too, who coined the phrase that you've one-upped, the two cultures, warning that practitioners of the mathematical sciences, on the one hand, and the arts and humanities, on the other, are losing the ability to understand each other, to the impoverishment of all. Your idea of bridging the two cultures, creating a third culture, approaches the bridge primarily from the scientific side. A lot of your Edge scientists engage themselves with the kinds of questions that have traditionally been addressed by humanists, questions that have to do with what it means to be human. But there's movement from the other direction as well. There are other other narrative artists —I'm thinking of the novelists Richard Powers, Alan Lightman, and Dan Lloyd, and the playwrights Michael Frayn and Paul Parnell (who wrote QED about Richard Feynmann) —who are integrating mathematical and scientific ideas into their work. It's a hopeful spot in the culture.

I like to think that the shallower aspects of the intellectual scene of the last century have played themselves out. I mean in particular the assaults on objectivity and rationality, which often take the form of attacks on science. There's nothing less exhilarating than reducing everything to social constructs and to our piddly human points of view. The pleasure of thinking is in trying to get outside of ourselves—this is as true in the arts and the humanities as in math and the sciences. There's something heroic in the idea of objective knowledge; the farther away knowledge takes you from your own individual point of view, the more heroic it is. Maybe the new ideas that are going to revitalize the arts and humanities are going to be allied with the sciences. It's not, of course, that novels will all address scientific themes—that would be ridiculously restrictive. But I hope that the spirit of expansiveness that's associated with the pursuit of scientific truth can get infused into the arts and humanities"

El problema de la relación de la realidad con la literatura tiene varias dimensiones y muchos matices. ¿Qué la hizo nacer y a qué se vincula su desarrollo en el tiempo o la Historia, qué pretende y por qué, qué ofrece y qué produce la lectura, qué persigue, más allá de la imperiosa necesidad humana de comunicar y de conmover al otro y en especial a quien es realmente el prójimo (esto es, el más próximo, el que con nosotros podría hacer algo por nosotros), para cuyo objeto el propio esfuerzo, el propio trabajo, el propio extremado cuidado, cuando se realizan, ya producen por sí mismos el placer necesario y buscado, el premio que confirma la certeza íntima de que esa comunicación, esa trasmisión, esa conmoción serán logradas?

Se aprecian tales rasgos de modo indiscutibles, pero también se observa que hay otros objetivos que a la luz de la pureza racionalista acabaron acusados de perversión o de alienación. Esa misma pureza prefirió siempre resaltar de la escritura y de la narrativa sus perfiles virtuosos y no sus perversidades (en realidad... meras manifestaciones de un animal superior que no tiende sino a sobrevivir): como su utilización para el engaño o la opresión...

Se trató y se trata sin duda de la búsqueda de un público que aplauda tras ser suficientemente conmovido (a veces... porque se usan iconos ante los cuales hay un público que caerá seducido porque así debe ser) o simplemente de la conquista de posición y/o de dinero... que permiten escalar hasta o al menos hacia la cumbre social establecida, con los propios o entre los superiores, a su servicio pero también aprovechándose del vínculo.

En el mercado que hoy en día nos contiene, un público amplio y diverso es garantía de fortuna y prestigio (lo que abre puertas al poder). En realidad, no hacen falta amigos doctos que lean lo que de verdad haya querido decirse, sino oyentes superficiales, entregados al olvido, la evasión, la inopia, la pereza mental... oyentes dispuestos a reconocer los mismos iconos, marcas, etiquetas reafirmatorias de su esclavitud y conformismo, de su esperanza cómoda, de su preferencia por la supervivencia asistida.

Incluso, siendo así... ¿para qué complicar las cosas con profundidades, por qué no contar simplezas llanas, meros juegos de entretenimiento que no provoquen nada, que permitan seguir con el letargo en vida, al fondo el traqueteo del metro conduciéndonos de un lugar a otro, de ida y de regreso...?

Y ojo, no hagan propias estas consideraciones aquellos que rechacen esas conductas por menos humanas atribuyéndose la verdadera humanidad a sí mismos. Aquí sólo se han descripto... meras alternativas posibles de las que se han excluido otras como por ejemplo la del sueño eterno...

¿Pero, abundando, da esto el calor de la masa que necesitaba el vanidoso bardo... o el vacío se ahonda ahogado antes o después en el mar de sus siempre hambrientas vanidades, convertido en algo más que uno pero nunca en dos y de manera fugaz y dolorosa?

¿Cómo es que a pesar de no acceder al arte y a la ciencia, las masas las rechacen a la vez que las admiren, las respeten (dejando el desprecio para la verguenza que actúa soto voce)? ¿Cómo es que, de todos modos, se desarrolla una creciente ola de arte menor, mediocre, aparente, comercial, de entretenimiento que le llaman para justificarlo contra el elitista de otros tiempos... y para, también, avergonzarse menos de no alcanzar eso que todos siguen considerando Sublime?

¿Qué tiene que ver su producción con el mercado y con el proceso de divulgación, de transmisión o meramente histriónico, qué relación hay entre sus contenidos, sus intenciones y la forma en que se ofrece (libro, blog...)? ¿Es acaso un sucedáneo alienado, una cosificación de esa comunicación, de esa proximidad; un simulacro expresado en unidades de venta del cariño que se persigue, del calor humano indiscriminado que se prefiere porque no se es capaz de buscar otro, más intenso, más particular, más profundo aunque menos multitudinario? ¿Acaso un cariño que se escapa entre los dedos dejando mera prostitución y sexo mecánico?

La literatura, como las matemáticas o la filosofía, aparecen como superiores, como elevadas, como más cercanas a los dioses... pero esos dioses no son sino los creados para que así sea, los ideados para ser condescendientes con el ser humano; esto es, el proceso inverso. La superioridad a fin de cuentas sólo se puede medir en base a lo que sirvió para resistir o dominar el mundo en comparación con otras cosas. Los Eloi que se sirven de los frutos que les dejan los Morloks en bandeja acaban admirando la fuerza de sus depredadores: esa fuerza ajena es su vía de subsistencia para la misma nada que persiguen los otros alimentándose de ellos...

No es extraño que los intelectuales que son los que practican y desarrollan arte, filosofía y ciencias, y que sean los únicos capaces de autovalorarse en esos mismos aspectos, lleguen a conclusiones como las citadas al principio. "Belleza" y "Verdad" les parecen unidas y maravillosas en aquellas obras que más han conmovido a los miembros de su propio grupo y que a la vez más lejos están de ser alcanzadas y practicadas por la masa, por lo que esta las ve también como sublimes, aunque no las comprenda en su totalidad y a veces en modo alguno.

Sin duda, algo tiene de maravilloso, de mágico, de incomprensible esa habilidad humana capaz de conmover y de orientar al mismo tiempo. Pero no "fuera de nosostros mismos" como dice Rebecca sino desde nosotros mismos.

Todo se mira a fin de cuentas desde la propia historia, de cuyos resultados logramos vivir... o de los que pretendamos hacerlo, esperanzados e ilusos según las circunstancias. Cada mirada tiene ese origen, cada hecho que nos roza pertenece a esa dinámica por mucho que nos gustaría que tuviera otros significados más sublimes y por mucho que nos impresionen, como a Narciso, nuestras propias habilidades.

Y todo lo que parece eterno y sublime está sujeto a dejar de serlo en nombre de lo que le confirió esa apariencia.

jueves, 2 de julio de 2009

Refugiarse en la ironía: Aristófanes y la salida de la desolación y la debilidad

En "Las Nubes", Aristófanes pone en escena la pugna entre el Discurso Malo y el Bueno por la educación del joven Fidípides, y la resuelve con el triunfo del primero. La discusión, que se mantiene en su mayor parte en el terreno de la Lógica, es una lucha retórica en más de doce de las casi catorce páginas que ocupa. Empero, al final, no se dirime en ese campo sino gracias a la repentina y brutal apelación del Discurso Malo a la cruda realidad. Entonces es cuando este Discurso logra vencer al otro el cual, curiosamente, acepta el resultado y se retira con una ciertamente exagerada resignación, ciertamente presentada de un modo muy simplificado y alegórico. Al final, los hechos fácticos y tangibles zanjan la discusión fuera del terreno en el que inicialmente se planteara...

Acerquémonos un instante al final tal y como me llegó traducido (Cátedra, Letras Universales, Madrid, 2006):


Discurso Malo: -¿Qué dirás si te derroto en este punto (en el que el Bueno ha considerado que a instancias de su oponente, Fidípedes no podrá evitar ser visto como un "culo ancho" -lo que en la traducción que uso deviene "maricón" tal como reproduzco fielmente- lo que tal vez podríamos transcribir como "cabrón" a efectos de una lectura más adaptada a nuestros tiempos, lo que en todo caso no considero que haga a la cuestión esencial que pretendo resaltar aquí. En este sentido: no se trata de compartir con Aristófanes las diversas cosas que le molestaban de su mundo a su criterio y según su visión ni a qué le atribuía sus miserias y defectos; este paréntesis es mío, CS)?

Discurso Bueno: - ¿Qué cosa podría hacer?

Discurso Malo: - Pues venga, dime los procuradores, ¿de dónde salen?

Discurso Bueno: - De los maricones.

Discurso Malo: - Te creo. ¿Y los actores trágicos?

Discurso Bueno: - De los maricones.

Discurso Malo: - Dices bien. ¿Y los políticos?

Discurso Bueno: - De los maricones.

Discurso Malo: - ¿Reconoces pues que no dices más que tonterías? Y los espectadores, fíjate de qué grupo son la mayoría de ellos,

Discurso Bueno: - Ya me fijo.

Discurso Malo: - ¿Y qué es lo que ves?

Discurso Bueno: - Mayoría aplastante de maricones, por los dioses. A este de aquí lo conozco, y a ese de allí, y al melenudo aquel.

Discurso Malo: - ¿Y ahora qué dices?

Discurso Bueno: - Nos han derrotado. ¡Oh jodidos!, tomad mi manto, en nombre de los dioses: deserto y me paso a vuestro bando.


La escena encierra obviamente ciertas ambigüedades y algunas incoherencias aparentes: ¿por qué el Discurso Malo aceptó inicialmente la discusión en el terreno de la dialéctica retórica, por qué esperó o perdió tanto tiempo para abandonarla y apelar a... La Realidad o Evidencia -casi como si la hubiese descubierto de improviso, o como si tras intentar triunfar en el terreno noble y concluir en que eso no sería posible puesto que en él no hay vencedor posible... o simplemente porque hubiese acabado por aburrirse-?, ¿por qué el Bueno acaba rindiéndose ante la evidencia y no insiste más en la lógica?

Aritófanes es el autor de este montaje alegórico, un tanto forzado y, como dije antes, muy simplificado (en todo caso, yo diría que abrupto y sorprendente); él y su propio discurso deben darnos la clave para comprenderlo todo.

Convengamos antes en que la evidencia que se señala de repente estaba al simple alcance cotidiano de la vista, e incluso presente en el teatro...: la realidad del Mundo de los Hombres que puede repasarse recordando lo que nos rodea y mediante ejemplos servidos del propio público. El mundo está ahí, es el que viene hasta el teatro a reírse del hombre... es decir, de ellos mismos...

Por otra parte, no podemos sino concluir que El Bueno no cuenta con tales recursos. Su fuerza relativa está en la retórica, en la pura presentación argumental basada en la lógica formal y el mundo de los conceptos puros. La realidad para él resulta contrapuesta a sus argumentos y sin duda ha tratado de ignorarla. A fin de cuentas la admite sin embargo como prueba irrefutable de su error (es en esto más honesto -o Bueno- que muchos amigos nuestros y seguramente muchos de nuestros propios espectadores), y se da por vencido, tal vez demasiado fácilmente, quizás alegóricamente y no como habría sido de tratarse de una discusión real entre un virtuoso idealista y un pragmático pesimista... de los nuestros.

Lo cierto es que el Discurso Malo descubre La Realidad como argumento... sabiendo de antemano que con ella ganará. Para él, entre otras cosas (aunque por ser éste mi guión, es el que marca los significantes), la realidad es contundente cuando se la considera inamovible o, si se prefiere, natural. En este enfoque coinciden el Malo, el Bueno... y Aristófanes (que no tiene prurito alguno en montarlo de ese modo). Y ahí está ya la conclusión, la... moraleja...

Aristófanes muestra un desprecio básico por todo el mundo y se burla de todo y de casi todos: de Sócrates y de la Filosofía, del pueblo llano, de la vejez, de la juventud y del futuro... Para él, dicho sea de nuevo, no hay remedio, no existe cura posible, ni mucho menos redención. El hombre (su naturaleza, como él lo entiende) está condenado a repetirse, a hacer una y otra vez del mundo lo que fue, es y será en lo que a él más parece importarle: su sempiterna estupidez. A ser lo que debe ser, como dirá el Acreedor 1ro. A engendrar su propio castigo. En su fuero interno, guarda sin embargo el recuerdo atávico de un supuesto tiempo pasado donde la virtud parecía llenar el mundo (y tal vez fuera su casa). Pero es pesimista incluso respecto de la hipotética y deseada restauración de la Tradición que añora. Un pesimista que sufre su impotencia.

En el horizonte, el telón cae sobre la mezquindad y las formas más rudimentarias del arrepentimiento: el que acaba culpando a los demás, a los que habrían educado en el error y la falsedad, que son los que filosofan (¿qué otra cosa argüirán los que escuchan?), los que crean las leyes tanto para el funcionamiento de la Justicia como del Pensamiento. La ciudad de los inútiles y de los ilusos reacciona linchando a los inútiles e ingenuos. Todo se resuelve entre ellos como siempre, con canibalismo irracional y simple, elemental, como bien se podría decir. En ausencia de salvación o redención.

Pero, sin duda, la pugna entre el Discurso Malo y el Bueno, sitúa al comediante mejor que cualquier otra de las escenas de la obra. El comediante está detrás del decorado y de la acción, entre bambalinas, invitando simplemente a todos a reírse con él... de todos. Ahí está La Realidad que tan deseablemente nos gustaría que siguiese nuestros guiones, que funcionase según nuestras narrativas imaginarias y nuestros sabios modelos lógicos. Y de la frustración que La Realidad produce se deriva su única salida: Aristófanes, decepcionado, se ha refugiado en la ironía porque ha comprendido suficientemente que no podrá hacer nada para cambiar las cosas o reencaminarlas.



* * *


Adendums (junio 2013):

He encontrado un enfoque muy coincidente respecto del sentido de la ironía en general y en Aristófanes en particular en Kierkegard, Temor y temblor, de lo que me congratulo.

Asimismo, he encontrado la siguiente visión sobre el tema debida a Northrop Frye que simplemente transcribo: "...la literatura no sólo [40] nos conduce hacia la restauración de la identidad, sino que también separa este estado de su contrario, del mundo que no nos gusta y del que queremos huir. El tono que adopta la literatura hacia este mundo no es un tono moralizante, sino el tono que llamamos irónico. El efecto de la ironía es permitir que nos elevemos por encima de una situación." (Northrop Frye, La imaginación educada)



miércoles, 10 de junio de 2009

Se levanta otro nuevo telón

Por el momento: cuelgo de esta manera el cartel de "Bienvenidos" que aunque no veais cada vez al entrar, enterrado como corresponde bajo las futuras historias, siempre estará presente: fantasmal y esperanzado.

Como en mi otro blog, me he subido a este nuevo escenario desde donde la misma obra se vestirá con ropajes propios.

Sin duda, tras las últimas temporadas, la experiencia de un servidor (no se lo crean del todo) ahora es un hecho.

Es como ponerse las botas, día tras día, con las que... ay... habremos de morir.

Pero, mientras tanto, que estalle la alegría, que la danza se desate, que el vino y la sangre (unas gotas rituales) salpiquen las ropas sudorosas. Saltemos, enredémonos, entrecrucémonos, cantemos, no perdonemos al débil (pero ayudémoslo a andar recto... hasta donde nos sea posible y lo permita esa paciencia mortal que en uno u otro grado todos acarreamos)...

La botella está a desbordar de luciérnagas, de estrellas minúsculas y aladas, de ganas de llegar hasta donde no se ha llegado y hasta donde tal vez no lleguemos... tal y como podemos pensar que seremos y tal y como nos gusta pensar que ellos lleguen a serlo...

Y está ya destapada... dejando escapar lo que contiene... hasta que se agote todo lo que se recrea y bulle y se recrea de nuevo dentro; sopa de lagartija y gato negro.

Bienvenidos, pues; pasen y escuchen con los ojos sin esperar a que haya muerto o me hayan encerrado.

domingo, 31 de mayo de 2009

Repugnante a la naturaleza del espacio-tiempo

Se dijo, por segunda vez: “Yo soy Manuel Tarascón y estoy donde debo estar”. Pero había algunos detalles molestos. Al menos, que no coincidían con sus expectativas. ¿Acaso porque estuviese soñando todavía? ¿Acaso porque algo hubiese perturbado lo que debió soñar? Se preguntaba cosas debido a las inconsistencias, pero el propio hecho de preguntarse esas cosas ya era en sí mismo algo inconsistente. ¿Qué tal hacer un pequeño y muy concreto resumen para fijar ideas? La noche, por ejemplo. Eso, que en ese momento fuese de noche, eso estaba bien. Miró luego en derredor, buscando otros signos positivos, pero no los encontró. Incluso, haber aparecido así, tan desprotegido, en medio de la calle, no, eso no estaba demasiado bien. La calle misma o la expectativa que le costaba ignorar se contraponían, una de las dos estaba fuera de lugar, aunque fuesen, ambas, reales, muy reales. Tembló de arriba abajo, el frío era espantoso. Era ridículo estar allí con ese pantalón corto y esa camiseta con lo que solía dormir todas las noches del año, suerte de pijama de algodón y lino más que aceptable para estar en la cama de su cuarto, pero completamente inapropiado para la ocasión por más que se tratase de un excéntrico como él, eso sí, como él era y como debía ser según su conocimiento.

Algo había fallado, y no precisamente él.
Por lo demás, todo parecía estar en regla, es decir, era una noche fría y las casas eran del estilo de las que podía esperar ver. Como correspondía a esa hora (tenía una idea muy aproximada de la hora que era), las calles se encontraban desiertas, lo que al menos reducía su temor a estar confundido o perdido. Sí, temor, aunque no comprendía cómo podía experimentar algo así cuando tan sólo un instante antes se estaba mesando los cabellos mientras se decía: “¿Cómo se me pueden ocurrir esas cosas? Venga, Manuel, vete a la cama que mañana va a ser un día muy duro con todos esos tipos que vendrán a auditar el proyecto y a decidir si meterán o no más dinero en él.” Recordaba esos pensamientos a la perfección y también la idea peregrina que lo había hecho levantarse de la cama para ir hasta la ventana a contemplar la calle desierta donde estaba su casa, una calle por cierto que no era ninguna de las que tenía a su alrededor. Y recordaba que se había quitado esa idea repugnante de la cabeza sin ningún remordimiento. Todo lo contrario, como si con ello hubiese reafirmado su salud mental. En todo caso con algo de condescendencia hacia sí mismo, con un poco de clemencia.
¿Es que había sucedido algo impropio en el…? ¡Vaya, de eso se había olvidado! ¿Habría hecho algo más? ¿Algo que no recordaba, algo que no hizo bien durante…? ¿El… S.A.I.A.? ¡Sí, pero eso…! ¿Debía recordar esas cosas que todavía no habían…? ¿Podía hacerlo? ¿No era, se dijo, un poquito repugnante, como aquella idea peregrina?
El pavimento estaba mojado como después de una fuerte lluvia y ello volvió a poner en cuestión su grado de certeza, quizá todavía… ¿inmaduro? La inteligencia no parecía estar de acuerdo, pero no lograba determinar con qué. "No lo comprendo", se dijo por fin, sin moverse de donde se hallaba, "¿Pudo haber cambiado el clima mientras venía hacia aquí?" La explicación era plausible y, si era una justificación, sentía que se la estaba dando a otro. Pero, si esa era una conclusión plausible, también eso de “haber llegado de este modo” debía tener una explicación razonable, una causa, un origen… “anterior”. También estaba la cuestión de si debía o no preguntarse ese tipo de cosas, si debía tener esos pensamientos absurdos, “repugnantes”, si debía preocuparse o sorprenderse. ¿No sería más sensato que se dejase llevar?
Manuel dio algunos pasos por la mitad de la calle y se detuvo ante la fachada del bar en cuyo letrero luminoso parpadeaban ocho de sus diez letras ("Ba... ¿Lagarto?"). El guiño del neón había estado haciendo bailar la calle y sus adoquines húmedos mientras pensaba y tiritaba. Se aproximó. Las ocho letras estaban distribuidas como si fuesen un acertijo: BA LAGA TO, con dos espacios oscuros entre BA y LAGA y otro entre LAGA y TO. Dos segundos, un segundo. Dos pasos, un paso. Dos individuos, un individuo… Pero había otra cosa, si no fuese porque los gatos no balaban, él habría reagrupado las letras para leer BALA GATO. Para que todos lo leyeran. ¿Y eso? ¡Otra cosa muy rara! También habría dicho VA LA GATA, adonde fuera que fuese; algo que tenía mucho más sentido, ¿verdad? ¡Muy raro, sí, ponerse a corregir en esas circunstancias un evidente error gramatical! De inmediato se acercó hasta el escaparate y miró dentro a través del cristal. La luz intermitente sacaba cada dos por tres el interior desierto de las penumbras en que se encontraba. Las sillas estaban apiladas sobre las mesas y, al mirar hacia abajo, pudo observar los hilillos de agua jabonosa que se escurrían por la hendija de la puerta hacia la calle, donde se mezclaban con el agua que había dejado la lluvia. Habían cerrado hacía poco, acabada la limpieza.
Esa situación anómala hacía sonar una alarma persistentemente que apuntaba a un lugar vacío en su memoria, un sitio donde encontraba un abismo sin asidero donde, si alguna vez había habido algo, ya había saltado al vacío. Y, no obstante, persistía esa sensación de dejà vu. “Algo ya visto, sí.” ¿Cómo en una premonición, como en un vaticinio? “¿Cómo podía pensar esas cosas un científico?”, se reprochó de inmediato, automáticamente, porque él era un científico. Entonces, ¿qué hacía allí, pasando frío, perdiendo cada vez más tiempo, en lugar de estar en su casa, en la casa del Doctor Manuel Tarascón, investigador de la Facultad de Ciencias Físicas, en la casa donde tendría que despertar cuando llegara el amanecer, siguiendo en todo caso…? ¡Sí, esa última instrucción que aún no había borrado su huella, que se estaba borrando por puro sentido del deber, incluso por sensatez, por sentido de la lógica, como el residuo de un sueño, un sueño muy raro por cierto! Era inaudito sentir con tanta vehemencia que había llegado hasta allí por algún motivo externo a sí mismo y de algún lugar extraño al propio, pero a algo se tenía que aferrar. Debía ser reflejo de esa sensación de extrañeza y remembranza que el lugar le había inspirado vaya a saber por qué, y que lo había desviado de su rumbo de un modo invencible para llevarlo a conclusiones equivocadas, demenciales, que tenía que rechazar hasta que desaparecieran de su mente.
Por intentar algo, probó identificar el supuesto hecho remoto que se encendía y se apagaba en su mente con la frecuencia con que lo hacía el letrero. Quizá se tratara de algo tan simple que más valía recordarlo y acabar así con toda esa incertidumbre perniciosa. Tal vez otro bar, otro letrero tuerto, muchos errores gramaticales. Asfixiado por sus propias indeterminaciones, Manuel se refugió de nuevo en su memoria y volvió a la idea de que pudieran ser restos de algún sueño, restos, por qué no, de aquel sueño del Dr. Tarascón cuyos ecos habían pasado, aunque demasiado vagos, a él durante la transferencia. ¡Vaya, eso también estaba en su memoria, eso de lo que no habría debido acordarse nunca! ¡Y eso no debía ser nada bueno, nada bueno ni para él ni para el mundo! ¡Eran las reglas, el programa o las reglas del programa que había alcanzado a ver de refilón a un lado de la camilla o de la cama, mientras despertaba y se dormía y soñaba un sueño que no había tenido nunca hasta ese momento a la vez que aceptaba esa sensación de haberlo estado imaginando hasta que lo despertaron; hasta que despertaron al otro para algo, para algo que él ya no conocería nunca…!
¡Ay! Manuel hizo un gesto involuntario de hastío y experimentó un ligero mareo cuando intentaba darse la vuelta para alejarse de ese lugar imprevisto y dejar de ver ese texto, el que no se veía especialmente cuando se miraba al letrero, esas dos… letras de menos. Tenía que moverse, quizá avanzar por esa calle hasta encontrar un punto de referencia concreto, realmente conocido por el Dr. Tarascón, que le sirviera de guía para llegar a tiempo a su casa, a tiempo para meterse en la cama donde él, Manuel, debía hallarse, a tiempo para despertar al día siguiente sin que nadie notara que algo había cambiado. La ciudad tenía que ser ésa, y éste el tiempo, hora más, hora menos; de noche porque era cuando casi todos dormían y nadie iba a notar la sustitución. Y bueno, en un lapso muy breve puede cambiar el clima, llover rápida y fugazmente, incluso con fuerza, levantarse un repentino viento frío, algo que ni Manuel Tarascón ni quien sea que estuviera controlando el proceso habría podido prever. Debió ser así. Había que dejarlo así.
Manuel tiró del cuello de la camiseta con la que el Doctor Manuel Tarascón debió volver allí esa noche, saliendo de la cama, llegando hasta este sitio de algún modo y por algún motivo, para cubrirse de ese modo un poco. Pero, al mirar en torno, volvió a sentir que ese barrio donde se encontraba le resultaba desconocido por completo. "Ahora recuerdo que eso me sucede a veces.", pero se dijo eso sin ninguna convicción, como si hubiese intentado justificar a alguien y de ese modo enmendar el error que debió cometer todo el Sistema; otra cosa incorrecta y ridícula que no debía ser de su incumbencia ni por lo que debía sentirse ni mínimamente culpable. De todos modos, seguía estando claro que no recordaba haber estado allí con anterioridad. Salvo en lo concerniente a ese letrero del BA LAGA TO que, a pesar de no poderlo situar en ningún otro contexto, le venía a la memoria como algo que ya la había pertenecido a su memoria en origen y que, sobre esa base, él debería ser capaz de situar sin dificultad en el espacio y el tiempo. ¿En qué? Se pidió un poco de concentración y volvió a lo que le preocupaba. Una posibilidad: que se tratarse de un sueño de su inmediato pasado, del pasado del Dr. Manuel Tarascón que había despertado y que tenía que volver a despertar en su propia casa para retomar así la actividad interrumpida. ¿Interrumpida? Por el sueño, sin duda, por ese sueño olvidado. Una posibilidad...
Pero Manuel seguía dejando pasar lastimosamente el tiempo sin hacer nada y eso le parecía peligroso. Una vez en casa, se volvería a acostar (nuevamente recordó que había estado mirando a través de la ventana, aunque no hacia esa calle mojada y rescató ese recuerdo como propio y cercano), se repondría de los efectos del proceso y ya avanzada la mañana haría eso que el Dr. Tarascón hacía generalmente, bajar a comprar el periódico antes de desayunar. Y leería los titulares y observaría otra vez la calle desde la ventana para confirmar la corrección de su destino y acabaría el café y saldría por fin hacia la Facultad, quizá llegando un poco tarde, algo que no resultaría sospechoso aunque esa mañana lo estuvieran esperando. ¿Quién sino el Dr. Tarascón habría de estar allí, en ese mundo de siempre, presentándose, aunque fuese un poco tarde a esa reunión vital para sus propios intereses? Entonces, él podría desaparecer, poco a poco pero definitivamente. Y olvidaría, como a una pesadilla, su origen futuro, la transferencia y el viaje, la sala, la camilla, aquellas reglas, esas dos letras… ¡Sí, quería olvidarlo todo, todo lo que no fuera propio de… de lo que fuera, qué más daba! Olvidaría las reglas y el programa, referencias que no debieron recordarse nunca; olvidaría ese barrio, el Bar Lagarto y la humedad de las calles y el agua jabonosa y el inesperado aire frío; se olvidaría de él y del Manuel Tarascón tal como ahora lo recordaba, como a otro, y dejaría paso a la vida cotidiana del Doctor Tarascón bien guiada por sus propios y auténticos recuerdos que fue coleccionando hasta que se durmió esa misma noche no debía hacer sino algunas horas, tal vez menos. No quedaría nadie en el mundo capaz de imaginar la verdad; él mismo la desconocería por completo.
No obstante, seguía prácticamente inmóvil, clavado al pavimento, preocupado por la ausencia de esas dos letras en el letrero de neón a pesar de la voluntad y del deseo de acabar con todo eso. Era como si una potencia escabrosa, completamente imprevista, hubiera salido de una caja imperceptible al llamado de esas deserciones mágicas que aparecían cuando todo se apagaba. Y ahora esa fuerza que se había ido afirmando en lugar de apaciguarse tomaba la forma de una invitación poderosa a que entrara en ese lugar en busca de alguna respuesta. Manuel no podía continuar resistiéndose; estaba condicionado precisamente para hacer todo lo contrario. El era, desde la transferencia, más Manuel que nadie, el único e indiviso Doctor Manuel Tarascón de ese tiempo, su verdadero tiempo.
Se acercó decidido hasta la puerta e intentó abrirla. Tiró en vano del picaporte consiguiendo hacer bastante ruido aunque sin lograr vencerla. Y cuando se disponía a buscar otro medio de entrada, otro camino, sintió que una mano le doblaba el brazo por detrás de la espalda mientras otra lo empujaba de cara contra la pared.
-¡Quieto, no te muevas, no se te ocurra hacer nada!
Manuel pudo ver media cara de un policía de uniforme por encima del hombro.
-¿Qué haces rondando por aquí a estas horas? ¿Qué se te ha perdido dentro?
-Precisamente, agente, ha dado usted en el clavo -dijo Manuel automáticamente, como si todo ese tiempo le hubiera hecho falta esa idea, esa pieza perdida del rompecabezas-. Olvidé mi portafolios en este bar y me di cuenta cuando ya estaba llegando a casa. Y lo necesito para mañana.
El policía palpó a Manuel en busca de armas ocultas. Al comprobar que no las llevaba lo dejó libre.
-Disculpe, nunca se sabe -dijo el policía empleando un trato diferente aunque sin demasiada convicción y sin dejar de estudiarlo. Ese individuo tenía modales.
-Pero está cerrado. Tendré que esperar hasta que abran y eso complicará las cosas -dijo Manuel.
-No podrá ser, es lunes -dijo el policía señalando el cartelito que colgaba del otro lado del cristal y en el que Manuel no se había fijado- "Lunes cerrado: descanso del personal."
-¿Mañana, o sea hoy, es lunes? ¿Y qué voy a hacer yo este lunes sin mi portafolios?
Manuel seguía sin vacilar el hilo que había empezado a desmadejarse solo desde la justificación y que iba enlazando solidamente sus nuevas respuestas en un tejido cada vez más coherente. La coherencia le parecía la mayor garantía contra la sospecha ajena, posible o no, no estaba seguro, en ese mundo todavía desconocido, todavía hostil, todavía extraño. Aunque ese hilo conductor, al apuntar tan bien al objetivo final al que se debía, le hizo pensar nuevamente que más que de azar de lo que se trataba era de un recuerdo perdido (no transferido) que tenía que recuperar y que tenía que ver con ese Bar, con lo que experimentaba al respecto, incluso con ese portafolios supuestamente inventado. ¿Y si el Doctor Manuel Tarascón había estado allí la noche anterior, antes de la transferencia? ¿Y si se había dejado efectivamente un portafolios en ese sitio, seguramente el suyo? Sin embargo, Manuel no recordaba en absoluto ese suceso. ¿Sería tal vez la deformación de un sueño, una asociación con imprecisas reminiscencias y no una vieja y olvidada realidad, un pequeño y remoto suceso en la vida real de Manuel Tarascón, que por lo que fuera no debió recibir íntegramente o en el orden adecuado, él, Manuel, en el futuro, hacía ya más de media hora del presente? Quizás la voluntad de mantener la coherencia de una serie de mentiras no era la única causa, el hilo principal que las unía, sino el hecho de que, por añadidura, se había burlado inexplicablemente el proceso de transferencia, o se había mostrado imperfecto, algo hasta ahora inadmisible para Manuel y, lo suponía, también para sus creadores y utilizadores. El problema era de una importancia vital para el futuro. ¿Podía ser Manuel quién lo descubriese antes que nadie gracias a ese viaje? No se lo podía creer. Pero le gustaba la idea. ¿A quién, a qué Manuel, al androide o al hombre de apellido Tarascón que maduraba en él y a la vez se resistía a hacerlo? ¿A ser o a no ser?
De improviso, y de resultas de sus reflexiones, Manuel sintió miedo. Bajo la vigilancia del policía, Manuel miró, una vez más, hacia el final indefinido y deseado de la calle.
-Creo que tengo que tomar esa dirección -dijo en voz alta sin pensar en el policía.- Creo que será mejor que me olvide de mi portafolios para siempre.
-¿Le sucede algo? Usted no parece encontrarse muy bien.
-¿Qué? Oh, sí, no se preocupe, agente, muchas gracias. Sólo necesito llegar a casa y descansar.
Y dicho esto, Manuel habría debido moverse, reemprender la marcha, pero no lo hizo. El episodio volvió a quedar en suspenso como en una foto fija. Tal vez el policía comenzó en ese momento a sospechar que podría tratarse de droga y comenzó a observar con mayor detalle a ese individuo, sus ropas inoportunas, su mirada extraviada, silencios sin sentido… No tenía otra cosa que hacer.
Mientras, Manuel ya no podía evitar que lo asaltaran los recuerdos del proceso de transferencia y del viaje al pasado. Comenzaba a ser cada vez más consciente de que, en el curso del día siguiente, en cuanto iniciara la vida cotidiana de Manuel, se iría olvidando de aquello. Ahora volvía a repetírselo como si se aferrara a un palo ardiente, como si quisiera vencer la resistencia a olvidar que se perfilaba peligrosamente. Sabía que en muy poco tiempo sería enteramente Manuel Tarascón y sólo él. Que, en la misma medida en que los acontecimientos reafirmaran los datos obtenidos mediante la transferencia desde el original, que una vez que los hechos por venir se eslabonaran con los recordados, Manuel llegaría a sentirse tan bien y seguro como Manuel Tarascón que ya no podría distinguirse de él en lo más mínimo para el resto de su vida, ni al recordarse, ni al mirarse en un espejo, ni al verse en los ojos de sus contemporáneos. Que esa mecánica sería imparable (e irreversible) y que ella desdibujaría al viejo y circunstancial androide.
Ese proceso ya había comenzado después de todo. En consecuencia, ¿por qué Manuel habría de tener algún motivo para temer ese resultado; un resultado esperado, un resultado consciente? No, el único inconveniente estaba en ese extraño suceso en el que se había visto envuelto y que hacía que peligrara todo, que ponía todo en cuestión. Que hacía temer a Manuel que lo esperado y lo natural pudriesen fallar. Porque, ¿cómo podría sobrevivir Manuel en un mundo en el que al menos un acontecimiento minúsculo estuviese fuera del programa? ¿No era inevitable preguntárselo? ¿No era inevitable interrogarse acerca de la incógnita que encerraba ese Bar, que se ocultaba tras ese nombre aparente (¿Laga to, la gato, la gata?)? ¡Ojalá Manuel Tarascón se hubiese olvidado allí el portafolios esa noche, el portafolios que Manuel había escamoteado conciente o inconscientemente a la transferencia dejando apenas una huella difusa! ¿Pero era eso posible? Mientras seguía sin moverse y sin escuchar las nuevas preguntas del policía, hizo un esfuerzo y volvió a recuperar la confianza: podía ser que esa sensación de recuerdo olvidado que había llegado hasta LA GATA fuera un síntoma positivo de que Manuel Tarascón se afirmaba en su cuerpo artificial, en su mente recientemente renovada, por lo que había que actuar según los impulsos que nacían por más incomprensibles que pudieran parecer. Quizá fuese una suerte que Manuel recordase quién era y para qué estaba allí. Miró al policía que había callado y que lo observaba perplejo e inquisidor, esperando que se aclarase.
-¡Oh, disculpe, agente, no ha sido nada! Es que el portafolios... mis notas de clase, ya sabe... Me he quedado en blanco pensando en cómo lo podré solucionar. En fin, no seguiré entreteniéndolo. Lo mejor será que vuelva el martes. Bueno, me tengo que marchar, gracias por todo.- Y dándole la espalda comenzó a alejarse por la calle.
-¡Oiga! -llamó el policía- ¡Un momento! ¡No ha contestado a mis preguntas!
Manuel se detuvo sin volverse. En realidad había decidido no alejarse mucho de ese lugar. No estaba dispuesto a permitir que la entrada en el mundo de Manuel Tarascón borrara para siempre esa molesta vivencia que amenazaba el buen desempeño futuro, a saber con qué consecuencias.
El policía lo esperó, pero, como no retrocedía acabó por acercarse, con aprehensión creciente, se volvió a colocar ante el individuo y le pidió la documentación personal. "Entiendo que es una buena copia", pensó Manuel entregándole el carné de identidad que llevaba en el bolsillo de la camisa. Luego, mientras el policía utilizaba su linterna para verlo, él se cruzó de brazos para darse algo de calor. ¡Sí que la noche estaba fresca!
-¿Manuel Tarascón, es ésta su dirección actual?
-Así es -respondió Manuel recordando la calle, la casa, el dormitorio, la última mujer que había dormido con él hacía de esto... ¿un par de días?, la última actualización de su documentación, una cara que…
-¿Y esta calle, por dónde cae? -preguntó el policía.
-Cerca del Palacio Real -lo recordaba perfectamente, recortada su torre contra el cielo despejado.
-¿Y qué vino a hacer tan lejos de su casa, amigo?
Manuel respiró hondo y despacio sin poder evitar que se le notara. El colmo habría sido que esa no fuera la ciudad o que ese no fuera el tiempo apropiado. Aunque peor habría sido llegar mientras el otro Manuel siguiese allí. La ridiculez le hizo gracia y sonrió de un modo extraño, pero el policía esperaba una vez más.
-Vine a tomar una copa. No recuerdo cómo llegué hasta aquí. En taxi, creo... y creo… sí, eso fue, pasábamos por aquí y de repente vi el letrero, me hizo gracia eso de LAGA TO, ¿lo ve usted?, y le dije: "Déjeme aquí", y me bajé.
Manuel no entendía de dónde estaba sacando esa estúpida historia. El policía ni siquiera miró más arriba ni más allá de la cara de Manuel, donde enfocaba la linterna con insistencia.
-Eso no pudo ser en las últimas veinticuatro horas -dijo el policía.
-¿Cómo?
-Ese paseo en taxi. Hoy hicieron huelga, amigo; mataron a uno al intentar atracarle. Y aún no hemos dado con el asesino. Sabe, amigo, creo que me está mintiendo. Vea, señor... Tarascón -dijo el policía releyendo el nombre del documento de identidad-, será mejor que me acompañe, nosotros, luego, lo llevaremos a su casa. Tal vez sean unas horas; lo necesario para que llame a alguien que lo pueda identificar. ¿De acuerdo? Tengo el coche aparcado a la vuelta de la esquina. ¿Vamos?
Manuel tembló: no estaría en casa de Manuel al amanecer sino en un calabozo del siglo veintiuno. ¿Qué consecuencias podría tener ese cambio, no en lo inmediato sino en el tiempo, en el futuro? Sin duda alguna había cometido un grave error llamando la atención antes de haber completado la sustitución. Las instrucciones del programa eran precisas. Pero también lo eran en el sentido de que sólo se debía guiar por los recuerdos del Manuel original. Y la aparición de ese BA LAGA TO... "¿Y si", se preguntó audazmente, "fuera LA OVEJA, la que BALA?"
-No lo comprende –dijo Manuel- Mi agenda está en ese portafolio. Mi memoria fue siempre un desastre. No podré llamar a nadie hasta que la Facultad haya abierto. Llegaré tarde. Se sorprenderán. Dirán que he muerto.
Se sorprendió a sí mismo con ese argumento desproporcionado que sin embargo le resultaba tan convincente, tan real. Entonces tuvo un impulso irrefrenable que se presentó como a instancias de una situación ideal en la que Manuel lo borraba todo para comenzar de nuevo, como cuando salió con la mente virgen del depósito. Eso ya no era posible, lo sabía, pero algo había que borrar y cuanto más mejor. Eso le permitiría buscar tranquilamente, sigilosamente, "Como un gato", en el bar, en la memoria, en el pasado, donde fuese necesario, antes de que fuese tarde. El único que sabía que Manuel Tarascón se encontraba en esa calle desierta cuando debería hallarse en la cama era ese maldito policía. El único que podía perturbar el futuro. Y se trataba de un maldito y minúsculo individuo del presente, nada más. Con un único movimiento juntó las manos, entrelazó bien los dedos y golpeó de abajo hacia arriba, como con un palo de golf. Dio en el mentón del agente, luego lo hizo de lado, entre el cuello y la mejilla, luego le dio una patada en la cabeza y lo mató. Arrastró el cuerpo malogrado hasta un rincón. Allí le sacó la chaqueta y se la puso. En la muñeca del cadáver brilló el reloj y se lo quitó también para colocárselo en su muñeca viva. Eran las tres de la madrugada; tenía de dos a tres horas más de oscuridad. Ya tenía la medida del tiempo de su época adoptiva. ¡Bien, esto iba a mejor! Por fin tomó la gorra y se volvió hacia el bar. "Camino de vuelta a casa echaré el reloj por una alcantarilla, no vaya a ser…", se dijo. “Y la chaqueta.” De nuevo ante la puerta, Manuel usó la gorra, dentro de la que metió el puño izquierdo (el Dr. Manuel Tarascón siempre había sido zurdo) y golpeó de ese modo el cristal. Se produjo el ruido de una botella al romperse contra la acera, nada extraño en ese barrio sin duda. Manuel pasó la mano por la abertura astillada, apartó la persiana de plástico y encontró el cerrojo. En un par de segundos estaba dentro. Todo había funcionado esta vez según los esquemas: "¡Llevas el cine en la sangre! ¿Verdad, Dr. Tarascón?", se dijo, y fundió en negro la secuencia cuyo recuerdo lo había ayudado desde que tuviera detrás al "maldito policía". "Y ahora", continuó, "¿dónde pudieron poner el portafolios de Manuel, si es que lo encontraron, si es que lo olvidó aquí?" Se dirigió hacia la barra americana y pasó del otro lado. Se puso a buscar a tientas en la parte de atrás. La luz del letrero de neón flasheaba sobre Manuel proyectando intermitentemente su silueta en negro sobre los espejos: quien hubiera observado desde el exterior habría creído que se trataba de imágenes de un kinetoscopio de otro tiempo, capturadas mucho antes y en otro lugar.
Un par de veces, Manuel se detuvo como si se hubiera descubierto a sí mismo desde una conciencia ajena para la cual su comportamiento fuera absurdo y hasta delirante. Se había visto cara a cara en el cristal con el Dr. Tarascón que lo miraba sorprendido. En ambas ocasiones lo asaltaron las mismas preguntas: ¿qué hacía allí buscando algo que sólo había tenido lugar en su imaginación, que en un principio le había servido sólo para darle una explicación plausible a un policía? ¿Acaso Manuel había estado allí esa noche, la anterior, alguna vez? ¿No se estaba desviando peligrosamente del auténtico recuerdo de Manuel, no estaba creando, desde el instante en que había llegado, meras fantasías que, vinieran de donde viniesen, se habían entrelazado con los verdaderos recuerdos de Manuel, los únicos que pudieron y debieron reproducirse y sobrevivir pero que parecían haberse contaminado de algún modo? Pero dos veces retomó la búsqueda del hipotético portafolios sin hallarlo, sin poderlo evitar. Por fin, presa de la impotencia, comenzó a merodear por entre las mesas sin ton ni son. El sitio seguía resultándole desconocido. No, Manuel Tarascón no había estado jamás en ese sitio. La luz del letrero continuaba encendiéndose y apagándose, marcando el paso del tiempo. El letrero, en cambio, seguía diciéndole algo, algo, algo. Manuel consultó el reloj del policía. Amanecería en poco más de hora y media y el Dr. Manuel Tarascón no estaría en su casa, durmiendo y soñando o con un ataque de insomnio inhabitual, mirando absorto por la ventana de su casa e imaginando alguna cosa, algo absurdo, algo ilógico, que podía haberlo despertado, sino allí, en ese absurdo Bar Lagarto, confundido de pies a cabeza, sin poder explicarse cómo había llegado hasta ese barrio, cómo se había llegado a convencer de que esa noche había perdido su portafolios en ese bar, cómo había sido posible que atribuyera a ese hecho tanta importancia, cómo había podido matar a alguien. Manuel se estremeció: ¿y si se hubiera tratado de una premonición del Doctor Tarascón?
Imaginó al Doctor Tarascón tendido en la cama de su casa momentos antes de que a él lo sacaran de la cámara en estado de latencia, allá, en el futuro. Intentaba dormir, quizá pasaba revista a los acontecimientos del día, o revivía reiteradas fantasías, deseos, rencores. De repente, zas..., "Ga-to, Ga-to", o un letrero luminoso de neón con un nombre que puede contener otro nombre, un letrero con letras ausentes como una dentadura que no tiene algunos dientes, o un error gramatical que toma forma de letrero, luego de bar, etcétera. Y en ese momento, zas..., el extraterrestre de algún tiempo que le solicita al Servicio de Aprovisionamiento de Inteligencia Aplicativa del planeta Tierra, mil años en el futuro (respecto de la hora que marcaba el reloj del policía en ese instante), que le asignen a ese ser humano llamado Manuel Tarascón que en su propio tiempo vive en Madrid, en el 15 de la plaza de Ramales, a su equipo de investigación. Según las reglas, le basta demostrar que ha leído su pensamiento y ha comprobado que "Su imaginación lo ha empujado hasta la frontera nuestra investigación y en ese punto retrocederá”, señala entre las justificaciones de la petición. El Sistema procesa, verifica los sucesos del entorno y responde aceptando. Luego determina las coordenadas del punto del espacio-tiempo donde se establecerá “el espejo” mediante cinco fórmulas que el extraterrestre entenderá, cinco fórmulas ocultas entre dos signos iguales con forma de R, algo así como “R R”, y donde el Doctor Manuel Tarascón y el androide se deben encontrar antes de volver a separarse, un punto de simultaneidad donde el extraterrestre debe recoger al Doctor. Y de inmediato, el Sistema se pone a trabajar. "En cualquier caso, será más útil conmigo que en su tiempo”, piensa el responsable del Centro mientras se entretiene vigilando el proceso sólo por esa redundante seguridad típica de los humanos. El extraterrestre sonríe en la holografía flotante con su irónica cara triangular llena de pequeñas escamas blancas. “No se, preocupe”, responde el responsable, “todo irá bien.” “Sí”, responde el extraterrestre, lástima todos esos que se perdieron por adelantarse a su tiempo.” “Hubo uno que estudié hace poco por curiosidad, se llamaba Saccheri y rechazó toda geometría no euclidiana por resultarle “repugnante a la naturaleza de la línea recta"; ¿una pena, verdad?" El extraterrestre adivina la preocupación del humano y lo interrumpe: "Lo estudié también, pero, a diferencia de Saccheri, Tarascón no mostó jamás inclinaciones estéticas colaterales hasta su muerte prematura." Dice esto como sonriendo, con esa supuesta ironía que el humano no sabe muy bien a qué se debe de ser auténtica. El responsable del Servicio de Aprovisionamiento de Inteligencia Aplicativa menea la cabeza, y observa que la transferencia se está completando con éxito. El Doctor Tarascón, raptado de su tiempo, ya se ha cruzado en “R R” con el androide previamente revitalizado y ha replicado en su cerebro virgen su memoria intelectual y emocional como correspondía al proceso. Manuel cobra vida, adquiere entidad e identidad en décimas de segundo y es depositado en el punto del espacio-tiempo donde deberá sustituir al Manuel Tarascón del pasado (para garantizar, según la teoría imperante, que el curso de los acontecimientos no resulte alterado.) Entretanto, el Manuel original, que cree que está soñando despierto, cruza el espejo en una dirección diferente y es hibernado sin pérdida de tiempo para un largo viaje durante el cual será debidamente preparado para lo que lo rodeará cuando despierte.
Ha transcurrido media hora. Manuel sale del Bar Lagarto presa de una fuerte decepción. Sigue anclado en un territorio extraño que no es el futuro ni responde a los recuerdos que almacena en su memoria. Por un instante piensa que tal vez le quede una oportunidad de ser Manuel Tarascón e intenta reponerse de la depresión que lo ha invadido. Levanta la mirada.
-¡Cuidado! -dice alguien alzando la voz- ¡Puede ir armado!
-Sí, debió ser él, ha roto el cristal, cuidado.
Dos policías lo encañonan desde la puerta abierta y Manuel se da por vencido; ya no puede seguir intentándolo. En un instante, el instinto desplaza al programa transferido. Alza las manos y confiesa:
-Soy un androide enviado al pasado por el S.A.I.A. para sustituir al Dr. Tarascón. Pueden comprobarlo mediante un análisis genético: mi ADN es sintético y mi memoria es regrabable.
Uno de los policías parpadea nervioso, la vista se le nubla un instante. De repente se le cruza por la mente un recuerdo imposible. No puede admitir una alucinación de esa clase, ese hombre que parece loco le resulta perturbador. Ha matado a un compañero. Merece morir.
-¿Qué ha dicho? -grita el otro policía sorprendido al mismo tiempo por los disparos de su compañero.
Un instante más tarde, el responsable del S.A.I.A. repasa de nuevo la Base de Acontecimientos extrañado aún por lo que le dijo el extraterrestre. El primer informe del Sistema no decía que iba a morir ese mismo día. Y no es la primera vez que observa detalles curiosos que lo llevan a pensar que la teoría según la cual hace falta sustituir al sujeto secuestrado no es más que un viejo mito. Estaba ya en el pasado que el Dr. Tarascón sufriría un extraño desequilibrio. Todo lo sucedido debía de saberse con antelación. "Es obvio, nunca peligra el curso del tiempo", reflexiona, "Las localizaciones temporal y espacial para el sustituto las tomamos siempre del registro histórico y una y otra vez, después del intercambio, todo queda en orden. Por algún motivo, el androide sustituto representa el papel que el curso natural del tiempo le reservaba al original. No obstante, algunos casos dejan entrever eslabones oscuros. ¿Por qué tuvo que pasarle aquello al Dr. Tarascón? ¿Debido a que ya no lo era? ¿Le hubiera pasado igualmente si hubiese aparecido donde se suponía según había visto antes en los registros que ya habían cambiado? Hum, ¿y si hubiese sido al revés; y el secuestro y la sustitución hubieran estado definidas y camufladas en el espacio-tiempo? ¿Y si yo debía ver lo que ví en los registros, ese pasado que no tenía ese final ni ese desarrollo?"
El responsable del S.A.I.A. se lamenta de que la Base de Acontecimientos no sea capaz de captar y almacenar con la suficiente precisión todos los detalles y que en todo caso acabe acomodándose a los hechos posteriores, borrando la predicción aparente y el pasado que pareció ser por el que realmente fue. El sabe que toda simulación es engañosa, no obstante... Tal vez al Sistema se le escapan los pequeños sucesos, como por ejemplo que en una calle el letrero de un bar encienda y apague todas las noches un par de letras de menos. ¿Toda una casualidad? Por supuesto, tampoco tiene registro previo de lo que pasaba por la mente de los protagonistas. Muchas cosas no han trascendido. Por eso el responsable del S.A.I.A. no cuenta tampoco con lo que le sucederá muy pronto a él mismo: el Sistema le augura, por el momento, otro destino. El, por su parte, permanece aún un instante con la mirada clavada en la pantalla del Sistema. Lee de nuevo las distancias temporales que separan el presente suyo y el tiempo a donde fue el viejo Tarascón del suceso anómalo. La primera es casi el radio de la burbuja; ¡estaban al límite del espacio-tiempo conocido! Y se queda atónito, dejando que su mente discurra sin concierto, obnubilada, como en sueños, por senderos imaginarios. Entonces, de repente, exclama: "¡Eso significaría que el tiempo es una...!", pero inmediatamente se reprime sin poder evitarlo y concluye recordando y comprendiendo a Saccheri: "¡Oh, no, no tiene sentido, he debido confundirme, es algo realmente repugnante!". Por ello, por pensar de ese modo, se descubre de nuevo, un segundo más tarde medido localmente, sentado igual que estaba en el mismo sillón del responsable, de regreso de su ensoñación, con la conclusión ya establecida: ilógico, ilógico, ilógico, verdaderamente repugnante. Y continúa su trabajo. En su memoria se diluye el mísero recuerdo de que fue un androide hasta hace poco en estado de latencia.




Nota: este cuento fue seleccionado y traducido por Khristo D. Poshtakov para la Antología que editó en 2009 la Editorial Lingaya de Sofía, Bulgaria como correlato del Congreso Búlgaro de Ciencia Ficción de ese mismo año. Asimismo se transcribió en el mismo idioma en la web "Ficciones argentinas" que dirige Claudia con enlace a la versión castellana aquí registrada.