lunes, 11 de julio de 2011

Incongruencias de la idiosincrasia

Quisiera evitar entrar en debates con esos innumerables "filosofastros" de hoy en día que se agolpan en los espacios virtuales jugando a dueños de la verdad ávidos de seguidores "políticos", muchas veces mediante simples digestos mal digeridos que previamente debieron consumir con avidez. Esos que toman aquello que les suena muy mesiánico y lo propagan a los cuatro vientos como panaceas de la solución final o sus caminos regios. Mucho ruido, sí. Pero, ¿cómo puede uno esperar otra cosa de estos tiempos? Hoy todos saben y todos dictan cátedra a base de esforzados años de inculcación retórica, y pontifican sin más y sin buscar "algo" que ponga en duda sus certezas dogmáticas sino todo lo contrario: buscan y reciben sólo aquello que se las reafirmen. Son los que disponen de una más o menos aceptable alforja llena de verborrea "política", "económica", "histórica", "social", "psicológica", etc., que se dispara como flechas a la menor puesta en cuestión o dificultad. Lo grave para ellos sería escapar de sus torrecillas de cartón y perder el grupo, o que un genio diabólico les regalara un cetro prodigioso... con el que no sabrían qué hacer, cómo resolver el problema de la horfandad de la potencia así adquirida. Son los hijos de los que necesitaban de Dios. Y, obviamente, nunca tienen nada que aprender, sólo que enseñar, es decir, re-pe-tir, a-gi-tar...

Pero a veces... no puedo resistirme y meto la cuchara... y revuelvo hasta que ya es tarde... y esa noche no duermo de la indignación...

Resulta sofocante tanta seguridad sobre la base de tantas incoherencias que a fin de cuentas debo pensar que obedecen a "razones" (por motivos) "tacticistas" del mismo orden que las que mueven a los políticos profesionales que nos (des o mal)gobiernan (o simulan gobernarnos). Sin duda, ese "estilo de pensar" ha calado en las "masas ilustradas del presente", gran parte de las cuales cree "por fin" ser propietaria de "un saber" y "una verdad"...

¿Cómo van a ver el absurdo y el horror de su mundo (que cae sobre ellos igualmente... "con azúcar" o "con vaselina") si son parte inseparable y necesaria de su ridícula marcha?

¿Acaso vale la pena decírselo si es que lo deben rechazar en tanto se deban a sí mismos? Incluso los más inteligentes (y la inteligencia aquí es la capacidad para verse a sí mismo a pesar del dolor, para preferir querer la nada antes que preferir dejar de querer), no pueden dar pasos demasiado largos. Incluso a ellos les resulta "difícil" entender lo que hay debajo del pensamiento más alto alcanzado (pensamiento de los grandes pensadores) y descubrir allí sus propias miserias. Por eso, hasta ellos se quedan en la superficie de esos pensamientos: pescando en sus aguas los peces que afloran a la superficie, muertos... esto es, convertidos en slogans que puedan agitarse unos contra otras en su "pelea de gallos".

¿Cómo no acusarlos de esa vieja debilidad que antiguamente caracterizó a "la plebe" (cuando aún no se había extraído de sí una porción "ilustrada" adecuadamente para las nuevas servidumbres) y que la propia fragmentación del mundo, orientada, como no podía sino ser, hacia su permanencia o conservación, es decir, hacia la permanencia de los domesticadores sobre los domesticados, la marcha de las cosas a través de esa fragmentación, ha conseguido reproducir, copiar, incluso "mejorar" de generación en generación... aunque de tanto en tanto marginando a quienes acabarían no pudiendo sino denunciar los hechos, la fuerza por la fuerza de unos, la debilidad mendicante de los otros, la cobertura de los acomodados productores de ideas...? ¿Y cómo, a la vez, no comprenderlos, no disculparlos...?

Nietzsche dijo poco más o menos: "ayudemos a mejorar el mundo eliminando la debilidad". Al hacerlo evidenció, según lo veo, estar preso de un error de doble faz que le valió ser condenado por las buenas conciencias y en todo caso valorado de manera sesgada. Una cara del error habría sido reiterar el sueño maquillado y enmascarado y edulcorado... de Platón y de la filosofía: el sueño de un "mundo mejor" o el anhelo de una "ciudad buena", un mundo que nacido de la razón y de la lógica se pudiera imponer a todos los hombres, lo quisieran o no... eso sí, justamente, conservando la domesticación y la fragmentación en los términos en que estaba vigente en su propio mundo (¿o acaso Platón excluía a los esclavos de un tal mundo?, ¿excluyen los actuales platónicos al Tercer Mundo de verdad, la división entre productores de cultura, arte, ocio y planificación y los productores de manufacturas?). La segunda cara del error, fue proveer de material a los poseedores de la fuerza bruta y maestros de la hipocresía, el tacticismo, la inmediatez, la mezquindad, la falta de escrúpulos, el sadismo incluso... los "señores de la guerra", de la fuerza bruta, del poder por el poder.

Pero Nietzsche no podía dejar de sentir nauseas ante la personalidad del "débil" ("los borregos del rebaño") que una y otra vez se disponía a esperar, más allá en realidad del límite de su paciencia, que le tocara una pizca al menos del botín que ayudaba a sus señores a ganar... Más allá del límite, sí... porque en realidad, repito, sólo se han sabido movilizar encontrado un señor nuevo que le prometiera una nueva guerra de reparto, una nueva redistribución, de la que algo obtendrían, algo... a veces sólo la muerte, a veces sólo "una parcela de cielo" (Marx dixit quizás con cierta inconsciente hipocresía o, si se prefiere, una hipocresía prefigurada, un esbozo a completar y a materializar, tan errónea en todo caso como la de Nietzsche... o la de Rousseau...)

Una debilidad que, como todas las características idiosincrásicas, parece llevar antes la muerte que a un cambio de actitud, una renuncia a lo aprendido, a lo adoptado, a lo aceptado y valorado por los grupos a los que cada uno se va integrando durante la vida, pasando de uno a otro (el de la familia y los amigos de la familia, el del colegio y del barrio, el de las fiestas estudiantiles o populares, el del equipo de trabajo, etc.). Una debilidad que no sirve para nada a quien a fin de cuentas permanece solo, dependiendo únicamente de sí mismo, en cierto modo apartado por o para volverse un excéntrico al que si no calla se lo puede llegar a acusar de loco, de perturbador, de pervertidor... y ahí está Hipaso y Sócrates, y muchos más pasando por el propio Nietzsche... Y que por eso... no todos hacen suya, ni más ni menos: porque no le es la herramienta o el arma más útil, la que mejor se adapta a su brazo y a su mente. Y que la marcha misma de las cosas selecciona de manera artificial, como si fuera natural sólo que mediante la intervención humana, creativa, que a ello le debe el calificativo (por ahora), al menos de mi parte.

Una debilidad, como puede verse (y si se lee bien, éste es el sentido ya presente en Nietzsche) no es la de pertenecer a una u otra etnia, cosa que se argumentó como manera de autoetiquetarse "arios puros" (esto es, "humanos de verdad") por la sempiterna vía negativa, la del "no somos eso", la de "Isra-el" (que significa "contra El", el dios cananeo o babilónico). La debilidad que se expresa en aquellos que delegan la voluntad propia de poder en la voluntad de poder de otros... (algo que a fin de cuentas, por esa propensión a la esperanza de esa otra debilidad, la propia de los idílicos pensadores, la debilidad de la impotencia enrabietada, rechazada, contumaz, afectó sin duda al propio Nietzsche incluso así como a todos los filósofos desde Platón -recuérdese Siracusa-, hasta -sí, casi acabando- con Heidegger, tal vez el último filósofo, el filósofo de la autodestrucción o autodilución de la filosofía.

Una debilidad que yo me resigno a soportar, igualmente impotente, aunque no sirva para nada, sabiendo que no servirá para nada... al menos para nada bueno; la debilidad de quien se resigna a la certeza definitiva de que el mundo del mañana no está ni mínimamente en sus manos, ni como asesor del poder ni como la vanguardia de los débiles. Aunque, como todos, muera estúpidamente por permanecer fiel a tal idiosincrasia... en la que hasta el fin me sentiré muy cómodo, conocedor de sus ardides y peligros.


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