El conflicto entre la sociedad y el individuo es una vieja cantinela, y sobre el mismo hay incontables referencias... y también muchos mitos. Leo Strauss ejemplariza en la condena de Sócrates las dificultades trágicas que se habrían manifiestado "siempre" entre La Ciudad y Los Filósofos. Platón dio buena cuenta de ello en su Diálogo Eutifrón. Sin embargo y en primera instancia, no todos "los filósofos" tuvieron conflictos con La Polis, como sin ir más lejos evidencia Jenofonte en su Hierón o en sus elogios a Ciro, Aristóteles al educar a Alejandro, Platón mismo al pretender educar al hijo del rey de Siracusa. Los Filósofos, por lo que puede deducirse, preferían los Reyes y Tiranos a la Ciudad Democrátizada, y Sócrates, en sus últimos momentos, se inclinaba por preferir directamente a los Dioses, con los que pensó que, por fin, podría dialogar (Apología...). Es más, los filósofos, y no sólo los clásicos, se sintieron siempre un complemento necesario del Poder Bueno, que no era sino el que en una u otra medida daría pasos con su sabia ayuda hacia el mundo que se diseñaba en su mente como "mejor".
Parecería, pues, que el conflicto que se presentaría en base a la idiosincrasia del perfil socio-profesional del afectado se agudiza por el distanciamiento del individuo respecto del Poder, sea bajo la forma de una marginación voluntaria o impuesta, sea a causa de un desface entre las partes... El Poder no hiere la hybris "ambiciosa" o "loca" del individuo sino la hybris infantil, primaria, que sufre ante la ausencia de consideración, de atención... Lo vemos una y otra vez en las revueltas, cuando la confluencia de los muchos individuos que encuentran en la masa la fortaleza capaz de animarlos se lanza a las calles, reclamándolas.
En este sentido, la literatura, la narrativa, la puesta en escena por medio de personajes nítidos, tiene la última palabra.
La tragedia griega despertó la consideración de los más renombrados pensadores occidentales. El caso de "Antígona" es uno de los más notables ya que ha sido considerada un punto de inflexión tanto en un sentido formal como conceptual, como manifiestan los estudios y disecciones de la tragedia dramática a la que Sófocles tituló con el nombre de la heroína, presentada por el autor como una víctima de sí misma en la figura de su hybris reaccionaria, aunque castigada en vez de premiada a instancias de la propia (hybris) de un tirano... polos ambos del Destino... que de nuevo resultará... insondable.
La pregunta aflora igualmente de nuevo a la "conciencia atenta", a la reflexión que no soporta contentarse con un "así será"... y pretende dar con una explicación satisfactoria.
Si algo hoy salta de inmediato a la vista a la luz del recorrido que ha tenido el pensamiento occidental, es que esos hechos extraños, esa incontinencia de las diversas hybrys individuales puestas en escena, esas dificultades para lo llamado "sensato" y "razonable", ese "destino" que se cierne inexorable, inevitable, se encuentra históricamente definido, es decir, es relativo, como explicaré a continuación aunque en oposición modos al relativismo posmoderno que no consigue a su pesar explicar nada sino... apuntalar la dirección en que ese "destino" marcha de por sí, como algo ineluctable. Algo que ya se ha adoptado, pero que me parece insuficiente; que, en fin, puede ser llevado un poco "más allá..."
Me basaré en lo poco que he podido llegar a recopilar sobre el asunto: por una parte, en el texto original (sobre el cual no tengo elementos para asegurar cuán fiel o infielmente haya sido traducido), por otra en la disección debida a Reinhard de la obra completa de Sófocles desde el ángulo de la crítica literaria, también en los comentarios que Heidegger hace al respecto pero sobre todo en el texto donde trata el problema de "la conciencia" según Hegel (El concepto de experiencia de Hegel, en Caminos de bosque, Alianza Universidad), donde esa facultad humana es re-valorizada, y por fin en las breves pero significativas consideraciones re-modernizadoras de Cornelius Castoriadis (Antropogenia en Esquilo y autocreación del hombre en Sófocles, en Figuras de lo pensable, FCE) donde el hombre es re-descubierto como único ser autocreable de la Evolución (es decir, de "La Creación"), redescubrimiento que habría tenido un hito definido y que enlazaría con la emancipación humana cara a su lastre marxista/racionalista/humanista/cosmopolita.
Es de hacer notar, justamente a propósito, la inevitable intencionalidad ideológica, característica de la intelectualidad, que asoma detrás de todas esas "reflexiones", y no pretendo negar en absoluto que el pequeño estudio que sigue me interesa fundamentalmente en la medida en que reitera la sustancia nuclear de esa intencionalidad.
Ciertamente, la tarea de la crítica y/o del análisis crítico acaba siendo parte en lo fundamental de la búsqueda de armas e instrumentos de combate. No puedo dejar de señalar los ajenos en el curso de mi propio rearme así como confesar que mis propias intenciones son equivalentes. Volver, como ellos, a teñir de proféticas, promisorias, salvadoras, superadoras, iluminadoras, etc., mis propias hipótesis, conclusiones y juicios, tiene tan poco derecho como posibilidad de fundarlo.
El trabajo de la crítica se me antoja parecido a lo que un niño (como el que yo fui y sigue prisionero dentro mío, cada vez más arrinconado) haría al encontrar la sepultada o arrinconada caja de herramientas de un abuelo o un tío; la caja de la herencia cultural donde a fin de cuentas seguiremos pensando que se hayan los más adecuados, y más útiles o más probados instrumentos para llevar a cabo la confirmación de los criterios propios, sean estos los edificados sobre las Grandes Esperanzas o las insondables frustraciones. Una caja donde revolvemos hasta dar con aquello que creemos nos abrirá las puertas de lo desconocido, lo que, en especial los intelectuales, vivimos como la antesala por antonomasia de nuestro acceso al poder en todo o en parte.
En definitiva, se puede observar con facilidad... si se pone la lupa sobre el texto y no sólo para distinguir mejor la forma de las letras, hasta qué punto se reafirma que la búsqueda de todo intelectual está determinada y precedida por lo que desea hallar y lo que quiere encontrar, es decir, que sean búsquedas contaminadas por el deseo, y la necesidad de imponerse. Y en este aspecto, se puede ver hasta qué punto el tratamiento de la obra original en los demás textos mencionados resultan aprovechables para la reducción publicitaria e ideológica.
A pesar de no guardar la menor esperanza... consciente, poniéndome a mi mismo en la trampa, intentaré no obstante meterme en la piel de Sófocles, esto es, transportarme a un tiempo en el cual se había "puesto de moda" (por instituido, por adoptado, como "estilo de pensar"...) explicar la tragedia de los individuos libres en un mundo sometido al capricho y en todo caso a las leyes sabias de los dioses (lo que hoy se ha acabado por denominar y describir como lo absurdo), donde cada individuo podía reconocerse en el conjunto de los otros, todos necesitados, ante la realidad impuesta (el absurdo y el resultado de la debilidad humana), de actuar de manera inconexa, disímil, contradictoria, incoherente, etc., dando lugar a resultados de los cuales se arrepentían y/o tomaban como penalidades injustas. Un tiempo, en fin, en el que emerge como figura clara y perfilada la del intelectual, y por tanto, un tiempo que aún dura... (Y que tal vez por ello, por ser parte del nuestro, aún nos lo permite).
De esa manera puedo identificarme con Sófocles en su intento de hallar una base sólida que le permitiese responder al Qué hacer, o sea al Qué es lo mejor que podemos hacer... que sin duda le preocupaba y que sin duda se sentía obligado por su idiosincrasia (la de los que sabemos que nuestra mejor arma, la mejor entrenada, es la facultad del intelecto y de la imaginación) a preocuparse de responder por y para todos los demás... incluyendo sus hijos, los hijos de sus hijos, en fin, toda la posteridad.
Pero penetremos antes en el entramado de Antígona... y digamos que coincido con los autores mencionados antes en cuanto a considerar Antígona como un punto de inflexión tanto literario como ideológico. No por nada la obra despertó tantas atenciones ni pueden encontrarse en ella tantos elementos dispares con aparentes interpretaciones diversas... que se identifican con lo que podemos aislar como la intencionalidad del autor. La obra sigue conmoviendo al hombre reflexivo contemporáneo como la obra que fue de un hombre reflexivo; es decir, de un hombre que de primitivo no tenía nada. Esto es básicamente lo que permite la mencionada reducción publicitaria e ideológica que no sería posible sin contradicciones demasiado notables de tratarse del reflejo de unas fantásticas conductas alienígenas o de las demasiado remotas hallables en culturas ancestrales o residuales, como la reflejada en el potlatch que Marcel Mauss nos invitara románticamente a recuperar (Ensayo sobre el don), que sin duda manifiesta la problemática trágica en la que se ve envuelto el hombre (y que no deja de reaparecer sistemáticamente aunque bajo formas más complejas ).
Castoriadis sostiene que allí donde Esquilo, en Prometeo encadenado, consideraba "aún" el "destino" del hombre como "dibujado por los dioses", en la Antígona de Sófocles se lo comprende ("por primera vez" en territorio artístico y en concreto dramático, "anticipándose entre 20 y 30 años a la distancia que separa a Heródoto y Tucídides" -y he citado libre pero sustancialmente-) como debido a los "planes" que trazaría el propio hombre con más o menos inteligencia o lucidez, intuición u olfato ciego, para llegar a... alguna parte, parte que sería, digo yo, la que se plasmó en la Historia de manera no sólo efectiva sino satisfactoria (aunque en ambos casos siempre de manera transitoria hacia... otra parte). Parte, también por tanto, que sería racionalmente rescatada y calificada como superior o más conveniente según la previa escala de valores cuyo origen o causa debería estar en otra parte, y que sin embargo queda en la penumbra bajo la lápida de la incodicionalidad que esa misma moral necesita para luchar por la conquista y el dominio con la indispensable implantación de la misma de uno u otro modo... Parte, en fin, que se podría planificar o al menos vislumbrar, para hacer que realmente "el hombre" se perfile a sí mismo... Lo que es en realidad, que unos hombres, los visionarios, asuman la edificación del futuro de/para todos los que un día vendrán al mundo por los primeros diseñado... hombres nacidos tras la necesaria instauración de un proceso de selección artificial o de domesticación definido dentro de la misma concepción y estrategia que se encargará de diseñarlos a ellos mismos en esa armonía con la que sin duda Kant soñara entre dudas idealistas y Marx soñara con malicia materialista.
Así, nos re-encontramos con la famosa hybris humana que se reviste a sí misma de una omnipotencia discutible. Una hybris que no duda en juzgar la de los demás, la de todos, asistido por lo único que se podría oponer teóricamente a aquella, la conciencia; lo que por fin le permite adjudicarse el derecho de dominarlos a todos, o de reclamarlo.
Esto nos remite a la problemática que tantas veces y desde tantos ángulos he tratado: la mecánica de la conciencia humana cuando llega a un grado en el que experimenta la certeza absoluta, dadora de una omnipotencia cuasi divina centrada en su cultivo. Un asunto que deja transparentar la Filosofía desde Descartes, como señala Heidegger en su estudio sobre el tema (El concepto de experiencia de Hegel, en Caminos de bosque, aunque yo entiendo que ya se encontraba en Sócrates y hasta en Parménides con su "medida de todas las cosas"), y que por fin, superadas las vacilaciones kantianas, se hace cristalino en Hegel, como queda evidenciado de la mano del propio Heidegger, añadiría que a su pesar o sea, desde su propia hybris intelectual. Y comienza a licuarse poco a poco después, en la medida en que la decadencia de la filosofía avanza inexorable.
A la vista de este fenómeno, parece inmediato el reconocimiento de un conflicto entre quienes sueñan un mundo para los hombres. piensen estos lo que piensen, se conduzcan como se conduzcan, tengan las idiosincrasia que tengan y sean cuales sean las relaciones de fuerza entre ellos, y el mundo real por esos hombres adoptado y construido en el fárrago de las múltiples interacciones que se desarrollan.
En cualquier caso, la visión intelectual (occidental, europea, moderna, cartesiana...) de Castoriadis no se puede separar del carácter de inflexión que le adjudica a la obra, como punto de ruptura entre una concepción de predestinación de origen divino y una concepción de "autoconstrucción del hombre". Sólo puede tratarse de una intento más de reescribir el pasado para ajustarlo a las necesidades del futuro deseado. Algo ciertamente comprensible... siempre que no nos dejemos engañar, ya sea valorando por sabia o semidivina la capacidad reflexiva del autor, ya sea haciendo lo propio con sus contrincantes, uno mismo incluido.
La puesta en igualdad de los personajes en pugna ya desdice una intencionalidad de carácter ideológico, propagandístico, educativo de parte de Sófocles (algo que por el contrario Castoriadis sugeriría de hecho). La problemática que viven los dos dramaturgos clásicos me parece semejante... incluso la extiendo hacia atrás por un lado y hacia adelante, hasta nuestros días: la experiencia de la conciencia no le deja al hombre nada claras las cosas; o adopta apriorísticamente una omnipotencia potencial, en vías de desarrollo hacia el absoluto, o cede, más o menos parcialmente, esa omnipotencia en Dios. En cualquier caso: reconoce no poder saber nunca (lo absoluto como inalcanzable) o reconoce una causalidad metafísica que no sabe si podrá alcanzar con sus manos. No sabe, pero justifica... (y espero que esta involuntaria aproximación al pragmatismo, esta coincidencia que es circunstancial, no se me tome seriamente en cuenta...)
En Antígona, lo atestigua tanto el final trágico de Creonte, incapaz de escapar a un destino que se le impone como castigo (conjeturalmente, metafísicamente justificado) por su excesivo celo (situar La Ley, suya circunstancialmente, claro, por encima de lo particular), como también el final trágico que, por el contrario, Antígona acepta como propio desde un principio en tanto admite ser una pieza de los dioses, de la tradición y del destino; cosa que Creonte pretende haber superado gracias al poder que considera sólo amenazado por los hombres, ya sea mediante el poder "corruptor" del dinero o las mentiras proféticas que inducen a la superstición autodestructiva, veneno de adivinos y profetas que según él buscaría doblegar a quien se cree en posesión de su destino: el dueño circunstancial del poder supremo efectivo.
Lo demás es utilllaje y los acompañamientos intrínsecos a la estancia ante el mundo: el consejero, el hijo, el adivino...
Pensando como si me hubiese podido trasladar a ese lugar y ese tiempo, me figuro que las leyes de la polis habían comenzado a exigir un lugar de privilegio en competencia con las leyes de la tradición fijadas en el dogma religioso, y que la inevitable sensación de hallarse ante las primeras de manera cada vez más ostensible las pondría ante los ojos de Sófocles, mal que le pesara ideológicamente (es decir, que lo evidenciara como irreverente a lo establecido o adoptado por todos), en contra de la democracia bajo la que se regía la vida en esa polis en convivencia y cierto grado de vinculación con la tradición aunque (como se ve en la obra) nunca sin conflictos, nunca de manera integralmente concordante. Para ello, qué mejor que revestir la fuerza contrapuesta de la polis con las ropas de una tiranía... lo que sin duda es para mí una argucia típicamente literaria que justamente engarza con "el arte de escribir" tal y como se refiere a ello Leo Strauss cuando analiza lo esotérico y lo exotérico y la inevitabilidad de la condición de perseguido de todo intelectual que se precie de pensar bastante libremente.
La tiranía de Creonte es así una figura suficientemente clara a la vez que cómoda, y en todo caso puede involucrar a la propia democracia en sus momentos de mayor corrupción o decadencia... algo que la alejaría notablemente del ideal imaginado que jamás resultará alcanzado (y ni siquiera está en su dinámica alcanzar sino todo lo contrario... para lo cual, precisamente, el ideal figura en su bandera, esto es, en la propaganda destinada al desconcierto y al engaño).
Reinhard por su parte, resalta el conflicto que Sófocles dramatiza entre el amor a los consanguíneos frente a la pretensión de la sociedad política a imponerse (el tirano es la mejor figura para ello, pero no debería verse como la forma exclusiva: la sociedad, la polis, exige su lealtad sea la que sea).
Reinhard nos hace notar que la obra representó un punto de inflexión desde el punto de vista artístico, tanto en el conjunto de la dramaturgia clásica como de la de Sófocles en particular, resaltando dos aspectos encajados de esa índole básicamente "formales", lo que me lleva precisamente a pensar que "algo" lo habría exigido: la obra representa un cambio significativo o notable respecto de las anteriores del autor, el autor representa a su vez, todo él -toda su obra y tal vez desde esa obra en especial siendo las previas sólo preparatorias-, una ruptura dentro de la historia del teatro, del teatro griego o atrio, de la manera de realizar la creatividad... de sugerir posibilidades extremas (aunque cotidianas) que mostraran hasta dónde y hasta dónde el hombre era capaz de llegar en medio de los demás y debajo de los dioses.
Esa contraposición entre el Destino en tanto que el Absurdo que no comprendemos, como diría Camus, y la pretención dominadora y susplantadora de la omnipotencia humana es sin embargo algo que trasciende el tiempo (al menos dentro de esta era de racionalismo). La contraposición también entre las posibles conductas que se abren al respecto por culpa de lo desconocido y del Absurdo, a saber, la conducta de la omnipotencia desatada (como hybris) y de la adopción de la plena obediencia a lo Intangible, es igualmente un problema que sigue siendo actual en cierto modo; en todo caso, sólo ha sido falsamente superado o en todo caso adoptado como parte de la vida (Camus).
Heidegger (con Hegel), mal que le pese a Castoriadis (quien arremete contra la caricatura que él mismo fabrica a partir de Heidegger, la del nazi sin convicción intelectual, lo que podría dársele vuelta en su contra sobre la base de un rasero semejante), sostiene sin embargo que la obra pretende apuntalar igualmente la potencia basada en el cerebro más que en los brazos y las piernas, lo que nos diferenciaría por sobre todas las cosas de los animales (un leit motiv que signa toda la historia de La Filosofía.
Caricaturizando los brazos del hombre, que salvo en casos de insanía son controlados por el órgano de la simbología, esto es, el cerebro, Heidegger traza la línea de separación entre el animal y el hombre dentro de un territorio propio, en una variante apenas de lo que hiciera tanto Sófocles como Castoriadis, Sócrates como Hegel... es decir, la intelectualidad indo-europea desde los más tímidos tiempos del Zaratustra original sumerio y de los primeros en autolegitimarse como descriptores y enjuiciadores del mundo y diseñadores dignos de fiar de su destino... mediante la escritura, el medio ya no sólo de nombrar sino de narrar.
La tragedia, aunque se pretenda afirmar lo contrario, en todo caso inflexiona en una cosa: La Polis aparece en ella no como la excelsa obra de la autocreación humana, sino como una nueva imposición divina, algo con lo que los hombres se encuentran al crecer, como algo dado a lo que deben someterse, amoldarse, adaptarse, conformarse. Y viven esa relación de manera obviamente ambivalente: son como corresponde a La Polis, pero sufren la represión impositiva de la misma sobre sus sueños y sus apetencias.
Ante, o bajo, ella, el ser humano se descubre un actor-marioneta de los dioses o de lo que ellos debieron haber generado (no olvidemos que La Polis es sagrada y debe ser respetadas sus leyes como parte de una conducta piadosa) y de su caprichosos e incomprensibles designios, a veces justificados compasivamente y otras denostados con ira y grandes dosis de sed de justicia.
Producida indudablemente por los hombres, piedra sobre piedra, resultado experimental sobre resultado experimental (por otra parte, como la vida misma diera por resultado a cada una de las especies y organismos... conocidos o no, eficaces o no...), La Polis, la sociedad jerárquica y reglada, el Estado, las instituciones... no deja así de representarse a los ciudadanos como una imposición involuntaria que en el mejor de los casos deben resignarse a legitimar o refrendar cada día... o contestarla a veces.
Sin duda, el hecho de que esa creación colectiva, no totalmente libre e incluso muy condicionada, se sienta de ese modo, sólo puede ser explicado por el hecho de que es un resultado más de su producción colectiva de artificialidad. Aunque se trata de una artificialidad que apuntala la fragmentación, que nace de ella como modo de imponerse, creando laberintos y ritos de admisión y de rechazo.
Producción que, como manifestación por excelencia de la creatividad transformadora del mundo para beneficio adaptativo del hombre dentro del esquema de la fragmentación dada, es decir, para beneficio o apuntalamiento de la fragmentación ya instituida, siempre irracional, absurda, en la que todos colaboran aunque sea a su pesar (y ahí es donde aparece La Tragedia) es auto-condecendientemente o autocomplacientemente, como Creación Continua del Mundo Real que es... Justamente, es en esta mecánica que busca estabilizarse y consolidarse hasta el límite, donde encuentran su derecho quienes la defienden. Pero, también, quienes piden reformas que sólo pueden apuntar a conservar la estructura de la fragmentación de uno u otro modo... o la nada inoperante. Así es como se combaten de palabra las actividades y desarrollos que en realidad tienen por fin básico la guerra o el ruido mercantil del intercambio capitalista, como la sujeción de toda producción vital y propagandísticamente beneficiosa para la salud física y la reproducción -alimentación, medicinas, etc.-, la lucha política moderna, la fiebre legisladora, la ansiedad consumista, los efectos contaminantes del "progreso técnico", etc. La Polis se afirma y desarrolla (complejizándose, burocratizándose...) y es objeto de "crítica" en el entronque de las diversas facultades y debilidades de los miembros del grupo. Se impone a todos como si se tratara de algo que viene de una instancia a la que sólo queda obedecer, y ello a pesar y por el hecho mismo de que es un producto realizado por todos, una construcción colectiva que sin embargo responde inicialmente a una primera conveniencia dominadora y a su correspondiente engaño mediante promesas, para luego continuar su senda inercial en el curso de la que sólo puede intentar afirmarse a sí misma y ponerse en crisis en el límite.
Esto era percibido por los dramaturgos clásicos, a quienes esa realidad se les imponía igualmente; y eso es lo que expresan sus obras. El absurdo que llegara a ser tan precisamente definido en pleno siglo XX y que invitara a una reformulación conciliadora basada en el vacío conceptual (que es lo que propone el pragmatismo y el relativismo), reside justamente allí: todos hacemos el mundo, pero no podemos evitar que se nos imponga dejándonos insatisfechos. El mundo perdido y tal vez recuperable, no tiene por qué ser el que nos propusiera Mauss con su recuperación del potlatch bárbaro o primitivo (las guerras y los genocidios son después de todo su versión compleja), sino la renuncia a la pertenencia a una Gran Humanidad y, por qué no, la separación de algún que otro grupo que pueda considerarlo, es decir, que sepa/pueda renunciar a la inercia institucional y social vigente y a lo que de ella extraiga (a costa de otros/en progresiva merma/etc.) para seguir viviendo... Algo que de todos modos no derivará de la voluntad en el sentido absoluto que se le asigna, sino de las circunstancias en cuando hayan excedido un cierto límite (que no tiene por qué ser objetivamente catastrófico en un sentido global, sino así percibido) y den alas a una cierta voluntad que quizás vuelva a presentarse como si hubiese sido "revelada".
Parecería, pues, que el conflicto que se presentaría en base a la idiosincrasia del perfil socio-profesional del afectado se agudiza por el distanciamiento del individuo respecto del Poder, sea bajo la forma de una marginación voluntaria o impuesta, sea a causa de un desface entre las partes... El Poder no hiere la hybris "ambiciosa" o "loca" del individuo sino la hybris infantil, primaria, que sufre ante la ausencia de consideración, de atención... Lo vemos una y otra vez en las revueltas, cuando la confluencia de los muchos individuos que encuentran en la masa la fortaleza capaz de animarlos se lanza a las calles, reclamándolas.
En este sentido, la literatura, la narrativa, la puesta en escena por medio de personajes nítidos, tiene la última palabra.
La tragedia griega despertó la consideración de los más renombrados pensadores occidentales. El caso de "Antígona" es uno de los más notables ya que ha sido considerada un punto de inflexión tanto en un sentido formal como conceptual, como manifiestan los estudios y disecciones de la tragedia dramática a la que Sófocles tituló con el nombre de la heroína, presentada por el autor como una víctima de sí misma en la figura de su hybris reaccionaria, aunque castigada en vez de premiada a instancias de la propia (hybris) de un tirano... polos ambos del Destino... que de nuevo resultará... insondable.
La pregunta aflora igualmente de nuevo a la "conciencia atenta", a la reflexión que no soporta contentarse con un "así será"... y pretende dar con una explicación satisfactoria.
Si algo hoy salta de inmediato a la vista a la luz del recorrido que ha tenido el pensamiento occidental, es que esos hechos extraños, esa incontinencia de las diversas hybrys individuales puestas en escena, esas dificultades para lo llamado "sensato" y "razonable", ese "destino" que se cierne inexorable, inevitable, se encuentra históricamente definido, es decir, es relativo, como explicaré a continuación aunque en oposición modos al relativismo posmoderno que no consigue a su pesar explicar nada sino... apuntalar la dirección en que ese "destino" marcha de por sí, como algo ineluctable. Algo que ya se ha adoptado, pero que me parece insuficiente; que, en fin, puede ser llevado un poco "más allá..."
Me basaré en lo poco que he podido llegar a recopilar sobre el asunto: por una parte, en el texto original (sobre el cual no tengo elementos para asegurar cuán fiel o infielmente haya sido traducido), por otra en la disección debida a Reinhard de la obra completa de Sófocles desde el ángulo de la crítica literaria, también en los comentarios que Heidegger hace al respecto pero sobre todo en el texto donde trata el problema de "la conciencia" según Hegel (El concepto de experiencia de Hegel, en Caminos de bosque, Alianza Universidad), donde esa facultad humana es re-valorizada, y por fin en las breves pero significativas consideraciones re-modernizadoras de Cornelius Castoriadis (Antropogenia en Esquilo y autocreación del hombre en Sófocles, en Figuras de lo pensable, FCE) donde el hombre es re-descubierto como único ser autocreable de la Evolución (es decir, de "La Creación"), redescubrimiento que habría tenido un hito definido y que enlazaría con la emancipación humana cara a su lastre marxista/racionalista/humanista/cosmopolita.
Es de hacer notar, justamente a propósito, la inevitable intencionalidad ideológica, característica de la intelectualidad, que asoma detrás de todas esas "reflexiones", y no pretendo negar en absoluto que el pequeño estudio que sigue me interesa fundamentalmente en la medida en que reitera la sustancia nuclear de esa intencionalidad.
Ciertamente, la tarea de la crítica y/o del análisis crítico acaba siendo parte en lo fundamental de la búsqueda de armas e instrumentos de combate. No puedo dejar de señalar los ajenos en el curso de mi propio rearme así como confesar que mis propias intenciones son equivalentes. Volver, como ellos, a teñir de proféticas, promisorias, salvadoras, superadoras, iluminadoras, etc., mis propias hipótesis, conclusiones y juicios, tiene tan poco derecho como posibilidad de fundarlo.
El trabajo de la crítica se me antoja parecido a lo que un niño (como el que yo fui y sigue prisionero dentro mío, cada vez más arrinconado) haría al encontrar la sepultada o arrinconada caja de herramientas de un abuelo o un tío; la caja de la herencia cultural donde a fin de cuentas seguiremos pensando que se hayan los más adecuados, y más útiles o más probados instrumentos para llevar a cabo la confirmación de los criterios propios, sean estos los edificados sobre las Grandes Esperanzas o las insondables frustraciones. Una caja donde revolvemos hasta dar con aquello que creemos nos abrirá las puertas de lo desconocido, lo que, en especial los intelectuales, vivimos como la antesala por antonomasia de nuestro acceso al poder en todo o en parte.
En definitiva, se puede observar con facilidad... si se pone la lupa sobre el texto y no sólo para distinguir mejor la forma de las letras, hasta qué punto se reafirma que la búsqueda de todo intelectual está determinada y precedida por lo que desea hallar y lo que quiere encontrar, es decir, que sean búsquedas contaminadas por el deseo, y la necesidad de imponerse. Y en este aspecto, se puede ver hasta qué punto el tratamiento de la obra original en los demás textos mencionados resultan aprovechables para la reducción publicitaria e ideológica.
A pesar de no guardar la menor esperanza... consciente, poniéndome a mi mismo en la trampa, intentaré no obstante meterme en la piel de Sófocles, esto es, transportarme a un tiempo en el cual se había "puesto de moda" (por instituido, por adoptado, como "estilo de pensar"...) explicar la tragedia de los individuos libres en un mundo sometido al capricho y en todo caso a las leyes sabias de los dioses (lo que hoy se ha acabado por denominar y describir como lo absurdo), donde cada individuo podía reconocerse en el conjunto de los otros, todos necesitados, ante la realidad impuesta (el absurdo y el resultado de la debilidad humana), de actuar de manera inconexa, disímil, contradictoria, incoherente, etc., dando lugar a resultados de los cuales se arrepentían y/o tomaban como penalidades injustas. Un tiempo, en fin, en el que emerge como figura clara y perfilada la del intelectual, y por tanto, un tiempo que aún dura... (Y que tal vez por ello, por ser parte del nuestro, aún nos lo permite).
De esa manera puedo identificarme con Sófocles en su intento de hallar una base sólida que le permitiese responder al Qué hacer, o sea al Qué es lo mejor que podemos hacer... que sin duda le preocupaba y que sin duda se sentía obligado por su idiosincrasia (la de los que sabemos que nuestra mejor arma, la mejor entrenada, es la facultad del intelecto y de la imaginación) a preocuparse de responder por y para todos los demás... incluyendo sus hijos, los hijos de sus hijos, en fin, toda la posteridad.
Pero penetremos antes en el entramado de Antígona... y digamos que coincido con los autores mencionados antes en cuanto a considerar Antígona como un punto de inflexión tanto literario como ideológico. No por nada la obra despertó tantas atenciones ni pueden encontrarse en ella tantos elementos dispares con aparentes interpretaciones diversas... que se identifican con lo que podemos aislar como la intencionalidad del autor. La obra sigue conmoviendo al hombre reflexivo contemporáneo como la obra que fue de un hombre reflexivo; es decir, de un hombre que de primitivo no tenía nada. Esto es básicamente lo que permite la mencionada reducción publicitaria e ideológica que no sería posible sin contradicciones demasiado notables de tratarse del reflejo de unas fantásticas conductas alienígenas o de las demasiado remotas hallables en culturas ancestrales o residuales, como la reflejada en el potlatch que Marcel Mauss nos invitara románticamente a recuperar (Ensayo sobre el don), que sin duda manifiesta la problemática trágica en la que se ve envuelto el hombre (y que no deja de reaparecer sistemáticamente aunque bajo formas más complejas ).
Castoriadis sostiene que allí donde Esquilo, en Prometeo encadenado, consideraba "aún" el "destino" del hombre como "dibujado por los dioses", en la Antígona de Sófocles se lo comprende ("por primera vez" en territorio artístico y en concreto dramático, "anticipándose entre 20 y 30 años a la distancia que separa a Heródoto y Tucídides" -y he citado libre pero sustancialmente-) como debido a los "planes" que trazaría el propio hombre con más o menos inteligencia o lucidez, intuición u olfato ciego, para llegar a... alguna parte, parte que sería, digo yo, la que se plasmó en la Historia de manera no sólo efectiva sino satisfactoria (aunque en ambos casos siempre de manera transitoria hacia... otra parte). Parte, también por tanto, que sería racionalmente rescatada y calificada como superior o más conveniente según la previa escala de valores cuyo origen o causa debería estar en otra parte, y que sin embargo queda en la penumbra bajo la lápida de la incodicionalidad que esa misma moral necesita para luchar por la conquista y el dominio con la indispensable implantación de la misma de uno u otro modo... Parte, en fin, que se podría planificar o al menos vislumbrar, para hacer que realmente "el hombre" se perfile a sí mismo... Lo que es en realidad, que unos hombres, los visionarios, asuman la edificación del futuro de/para todos los que un día vendrán al mundo por los primeros diseñado... hombres nacidos tras la necesaria instauración de un proceso de selección artificial o de domesticación definido dentro de la misma concepción y estrategia que se encargará de diseñarlos a ellos mismos en esa armonía con la que sin duda Kant soñara entre dudas idealistas y Marx soñara con malicia materialista.
Así, nos re-encontramos con la famosa hybris humana que se reviste a sí misma de una omnipotencia discutible. Una hybris que no duda en juzgar la de los demás, la de todos, asistido por lo único que se podría oponer teóricamente a aquella, la conciencia; lo que por fin le permite adjudicarse el derecho de dominarlos a todos, o de reclamarlo.
Esto nos remite a la problemática que tantas veces y desde tantos ángulos he tratado: la mecánica de la conciencia humana cuando llega a un grado en el que experimenta la certeza absoluta, dadora de una omnipotencia cuasi divina centrada en su cultivo. Un asunto que deja transparentar la Filosofía desde Descartes, como señala Heidegger en su estudio sobre el tema (El concepto de experiencia de Hegel, en Caminos de bosque, aunque yo entiendo que ya se encontraba en Sócrates y hasta en Parménides con su "medida de todas las cosas"), y que por fin, superadas las vacilaciones kantianas, se hace cristalino en Hegel, como queda evidenciado de la mano del propio Heidegger, añadiría que a su pesar o sea, desde su propia hybris intelectual. Y comienza a licuarse poco a poco después, en la medida en que la decadencia de la filosofía avanza inexorable.
A la vista de este fenómeno, parece inmediato el reconocimiento de un conflicto entre quienes sueñan un mundo para los hombres. piensen estos lo que piensen, se conduzcan como se conduzcan, tengan las idiosincrasia que tengan y sean cuales sean las relaciones de fuerza entre ellos, y el mundo real por esos hombres adoptado y construido en el fárrago de las múltiples interacciones que se desarrollan.
En cualquier caso, la visión intelectual (occidental, europea, moderna, cartesiana...) de Castoriadis no se puede separar del carácter de inflexión que le adjudica a la obra, como punto de ruptura entre una concepción de predestinación de origen divino y una concepción de "autoconstrucción del hombre". Sólo puede tratarse de una intento más de reescribir el pasado para ajustarlo a las necesidades del futuro deseado. Algo ciertamente comprensible... siempre que no nos dejemos engañar, ya sea valorando por sabia o semidivina la capacidad reflexiva del autor, ya sea haciendo lo propio con sus contrincantes, uno mismo incluido.
La puesta en igualdad de los personajes en pugna ya desdice una intencionalidad de carácter ideológico, propagandístico, educativo de parte de Sófocles (algo que por el contrario Castoriadis sugeriría de hecho). La problemática que viven los dos dramaturgos clásicos me parece semejante... incluso la extiendo hacia atrás por un lado y hacia adelante, hasta nuestros días: la experiencia de la conciencia no le deja al hombre nada claras las cosas; o adopta apriorísticamente una omnipotencia potencial, en vías de desarrollo hacia el absoluto, o cede, más o menos parcialmente, esa omnipotencia en Dios. En cualquier caso: reconoce no poder saber nunca (lo absoluto como inalcanzable) o reconoce una causalidad metafísica que no sabe si podrá alcanzar con sus manos. No sabe, pero justifica... (y espero que esta involuntaria aproximación al pragmatismo, esta coincidencia que es circunstancial, no se me tome seriamente en cuenta...)
En Antígona, lo atestigua tanto el final trágico de Creonte, incapaz de escapar a un destino que se le impone como castigo (conjeturalmente, metafísicamente justificado) por su excesivo celo (situar La Ley, suya circunstancialmente, claro, por encima de lo particular), como también el final trágico que, por el contrario, Antígona acepta como propio desde un principio en tanto admite ser una pieza de los dioses, de la tradición y del destino; cosa que Creonte pretende haber superado gracias al poder que considera sólo amenazado por los hombres, ya sea mediante el poder "corruptor" del dinero o las mentiras proféticas que inducen a la superstición autodestructiva, veneno de adivinos y profetas que según él buscaría doblegar a quien se cree en posesión de su destino: el dueño circunstancial del poder supremo efectivo.
Lo demás es utilllaje y los acompañamientos intrínsecos a la estancia ante el mundo: el consejero, el hijo, el adivino...
Pensando como si me hubiese podido trasladar a ese lugar y ese tiempo, me figuro que las leyes de la polis habían comenzado a exigir un lugar de privilegio en competencia con las leyes de la tradición fijadas en el dogma religioso, y que la inevitable sensación de hallarse ante las primeras de manera cada vez más ostensible las pondría ante los ojos de Sófocles, mal que le pesara ideológicamente (es decir, que lo evidenciara como irreverente a lo establecido o adoptado por todos), en contra de la democracia bajo la que se regía la vida en esa polis en convivencia y cierto grado de vinculación con la tradición aunque (como se ve en la obra) nunca sin conflictos, nunca de manera integralmente concordante. Para ello, qué mejor que revestir la fuerza contrapuesta de la polis con las ropas de una tiranía... lo que sin duda es para mí una argucia típicamente literaria que justamente engarza con "el arte de escribir" tal y como se refiere a ello Leo Strauss cuando analiza lo esotérico y lo exotérico y la inevitabilidad de la condición de perseguido de todo intelectual que se precie de pensar bastante libremente.
La tiranía de Creonte es así una figura suficientemente clara a la vez que cómoda, y en todo caso puede involucrar a la propia democracia en sus momentos de mayor corrupción o decadencia... algo que la alejaría notablemente del ideal imaginado que jamás resultará alcanzado (y ni siquiera está en su dinámica alcanzar sino todo lo contrario... para lo cual, precisamente, el ideal figura en su bandera, esto es, en la propaganda destinada al desconcierto y al engaño).
Reinhard por su parte, resalta el conflicto que Sófocles dramatiza entre el amor a los consanguíneos frente a la pretensión de la sociedad política a imponerse (el tirano es la mejor figura para ello, pero no debería verse como la forma exclusiva: la sociedad, la polis, exige su lealtad sea la que sea).
Reinhard nos hace notar que la obra representó un punto de inflexión desde el punto de vista artístico, tanto en el conjunto de la dramaturgia clásica como de la de Sófocles en particular, resaltando dos aspectos encajados de esa índole básicamente "formales", lo que me lleva precisamente a pensar que "algo" lo habría exigido: la obra representa un cambio significativo o notable respecto de las anteriores del autor, el autor representa a su vez, todo él -toda su obra y tal vez desde esa obra en especial siendo las previas sólo preparatorias-, una ruptura dentro de la historia del teatro, del teatro griego o atrio, de la manera de realizar la creatividad... de sugerir posibilidades extremas (aunque cotidianas) que mostraran hasta dónde y hasta dónde el hombre era capaz de llegar en medio de los demás y debajo de los dioses.
Esa contraposición entre el Destino en tanto que el Absurdo que no comprendemos, como diría Camus, y la pretención dominadora y susplantadora de la omnipotencia humana es sin embargo algo que trasciende el tiempo (al menos dentro de esta era de racionalismo). La contraposición también entre las posibles conductas que se abren al respecto por culpa de lo desconocido y del Absurdo, a saber, la conducta de la omnipotencia desatada (como hybris) y de la adopción de la plena obediencia a lo Intangible, es igualmente un problema que sigue siendo actual en cierto modo; en todo caso, sólo ha sido falsamente superado o en todo caso adoptado como parte de la vida (Camus).
Heidegger (con Hegel), mal que le pese a Castoriadis (quien arremete contra la caricatura que él mismo fabrica a partir de Heidegger, la del nazi sin convicción intelectual, lo que podría dársele vuelta en su contra sobre la base de un rasero semejante), sostiene sin embargo que la obra pretende apuntalar igualmente la potencia basada en el cerebro más que en los brazos y las piernas, lo que nos diferenciaría por sobre todas las cosas de los animales (un leit motiv que signa toda la historia de La Filosofía.
Caricaturizando los brazos del hombre, que salvo en casos de insanía son controlados por el órgano de la simbología, esto es, el cerebro, Heidegger traza la línea de separación entre el animal y el hombre dentro de un territorio propio, en una variante apenas de lo que hiciera tanto Sófocles como Castoriadis, Sócrates como Hegel... es decir, la intelectualidad indo-europea desde los más tímidos tiempos del Zaratustra original sumerio y de los primeros en autolegitimarse como descriptores y enjuiciadores del mundo y diseñadores dignos de fiar de su destino... mediante la escritura, el medio ya no sólo de nombrar sino de narrar.
La tragedia, aunque se pretenda afirmar lo contrario, en todo caso inflexiona en una cosa: La Polis aparece en ella no como la excelsa obra de la autocreación humana, sino como una nueva imposición divina, algo con lo que los hombres se encuentran al crecer, como algo dado a lo que deben someterse, amoldarse, adaptarse, conformarse. Y viven esa relación de manera obviamente ambivalente: son como corresponde a La Polis, pero sufren la represión impositiva de la misma sobre sus sueños y sus apetencias.
Ante, o bajo, ella, el ser humano se descubre un actor-marioneta de los dioses o de lo que ellos debieron haber generado (no olvidemos que La Polis es sagrada y debe ser respetadas sus leyes como parte de una conducta piadosa) y de su caprichosos e incomprensibles designios, a veces justificados compasivamente y otras denostados con ira y grandes dosis de sed de justicia.
Producida indudablemente por los hombres, piedra sobre piedra, resultado experimental sobre resultado experimental (por otra parte, como la vida misma diera por resultado a cada una de las especies y organismos... conocidos o no, eficaces o no...), La Polis, la sociedad jerárquica y reglada, el Estado, las instituciones... no deja así de representarse a los ciudadanos como una imposición involuntaria que en el mejor de los casos deben resignarse a legitimar o refrendar cada día... o contestarla a veces.
Sin duda, el hecho de que esa creación colectiva, no totalmente libre e incluso muy condicionada, se sienta de ese modo, sólo puede ser explicado por el hecho de que es un resultado más de su producción colectiva de artificialidad. Aunque se trata de una artificialidad que apuntala la fragmentación, que nace de ella como modo de imponerse, creando laberintos y ritos de admisión y de rechazo.
Producción que, como manifestación por excelencia de la creatividad transformadora del mundo para beneficio adaptativo del hombre dentro del esquema de la fragmentación dada, es decir, para beneficio o apuntalamiento de la fragmentación ya instituida, siempre irracional, absurda, en la que todos colaboran aunque sea a su pesar (y ahí es donde aparece La Tragedia) es auto-condecendientemente o autocomplacientemente, como Creación Continua del Mundo Real que es... Justamente, es en esta mecánica que busca estabilizarse y consolidarse hasta el límite, donde encuentran su derecho quienes la defienden. Pero, también, quienes piden reformas que sólo pueden apuntar a conservar la estructura de la fragmentación de uno u otro modo... o la nada inoperante. Así es como se combaten de palabra las actividades y desarrollos que en realidad tienen por fin básico la guerra o el ruido mercantil del intercambio capitalista, como la sujeción de toda producción vital y propagandísticamente beneficiosa para la salud física y la reproducción -alimentación, medicinas, etc.-, la lucha política moderna, la fiebre legisladora, la ansiedad consumista, los efectos contaminantes del "progreso técnico", etc. La Polis se afirma y desarrolla (complejizándose, burocratizándose...) y es objeto de "crítica" en el entronque de las diversas facultades y debilidades de los miembros del grupo. Se impone a todos como si se tratara de algo que viene de una instancia a la que sólo queda obedecer, y ello a pesar y por el hecho mismo de que es un producto realizado por todos, una construcción colectiva que sin embargo responde inicialmente a una primera conveniencia dominadora y a su correspondiente engaño mediante promesas, para luego continuar su senda inercial en el curso de la que sólo puede intentar afirmarse a sí misma y ponerse en crisis en el límite.
Esto era percibido por los dramaturgos clásicos, a quienes esa realidad se les imponía igualmente; y eso es lo que expresan sus obras. El absurdo que llegara a ser tan precisamente definido en pleno siglo XX y que invitara a una reformulación conciliadora basada en el vacío conceptual (que es lo que propone el pragmatismo y el relativismo), reside justamente allí: todos hacemos el mundo, pero no podemos evitar que se nos imponga dejándonos insatisfechos. El mundo perdido y tal vez recuperable, no tiene por qué ser el que nos propusiera Mauss con su recuperación del potlatch bárbaro o primitivo (las guerras y los genocidios son después de todo su versión compleja), sino la renuncia a la pertenencia a una Gran Humanidad y, por qué no, la separación de algún que otro grupo que pueda considerarlo, es decir, que sepa/pueda renunciar a la inercia institucional y social vigente y a lo que de ella extraiga (a costa de otros/en progresiva merma/etc.) para seguir viviendo... Algo que de todos modos no derivará de la voluntad en el sentido absoluto que se le asigna, sino de las circunstancias en cuando hayan excedido un cierto límite (que no tiene por qué ser objetivamente catastrófico en un sentido global, sino así percibido) y den alas a una cierta voluntad que quizás vuelva a presentarse como si hubiese sido "revelada".
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