sábado, 23 de junio de 2012

Un escenario extraño, distante y cercano... (mi marcha literaria)

Le tengo mucho cariño a la ciencia ficción. Escribo ciencia ficción más o menos desde que "me metí en política", allá por los dieciocho años, preso de fantasías populistas y demagógicas que honestamente abracé con una fe bastante ciega, "profesional", o sea, basada en la idea de perfeccionarme en su ejercicio... una idea muy "calvinista" por cierto. Sí, vaya esto a modo de digresión: adopté un ritual cuyos conjuros prometían alejar para siempre a la humanidad de la prehistoria (según la definía el dogma) y de su animalidad. Como se puede ver, siempre algo nos acuna de nuevo con la promesa de la madre que nos trasmite su fe en que de uno será el futuro. Como si pensarlo fuera garantía de que se realizará. ¡Ah, la omnipotencia de los mitocondrios!

Algo que, de todos modos, debo reconocer que venía de antes... ¡Y que se había menifestado en una incipiente vocación literaria, otro de esos ámbitos en los que uno cree encontrar la magia poderosa capaz de "mejorar el mundo": el ámbito de las palabras, ¡las poderosísimas palabras que fuimos aprendiendo a usar contra padres y malestares allí donde estos concurrían!

Así llegué, entre los quince y los veinte años, a entrenarme escribiendo fantasías psicológicas, historias existenciales, algo de terror, algo de policial, algo de drama metafísico contra la metafísica, es decir, dramas ateos y parricidas en general de los que yo mismo resurgía (y omito hablar seriamente de mis doce a catorce años de "poeta" de pacotilla, lo que nunca superé salvo... por medio de la prosa).

"Escribí" (o "redacté", como habría dicho un amigo con bastante propiedad en estos casos), en ese período, tres novelas bastante largas (¡ya se me daba eso fácilmente, quiero decir, la longitud!), unas doce obras de teatro... o de catarsis, unos pocos cuentos... cuyos cuaderinllos y hojas todos espero que hayan alimentado ya una hoguera, cosa que trataré de confirmar de primera mano si puedo. Escribí, ya más seriamente, un par de cuentos que aparecieron en la prensa de mi ciudad natal, alguno con un gratificante premio... pero... sed compasivos como no lo soy yo mismo y dejadlos de lado, olvidados como se dejan los balbuceos de un niño una vez que se comienza a hablar con él.

Y de repente un día, comencé a escribir lo que acabaría siendo, después de muchas, muchas reescrituras (incluso un debatido cambio de nombre) Una nueva conciencia... que incluso llegué a pensar en darle, con la colaboración de un artista amigo (Aldo Vega) la idea de hacer una novela gráfica o más bien un comic... una "historieta", como se decía por allí. La idea fue hacer algo similar al Eternauta que por entonces nos había encandilado y provocado...  Sin embargo, el experimento no pasó de una o dos páginas ilustradas por Aldo, de quién, por cierto, hace tiempo no sé nada... una pena a fin de cuentas, porque era y deseo que siga siendo como fue siempre: una buena persona y un trabajador enamorado de su arte.

Pronto se abatieron tiempos de revuelta que paralizaron mis estudios de fisico-matemática, y durante unos seis meses avancé en una versión de la novela de la cual hoy sólo queda el recuerdo (un proyecto demasiado pretensioso que se dividiría en cuatro mundos, cuatro historias, cuatro alternativas imaginables para el ser humano). Inicialmente, el mundo donde se comenzó a desarrollar  Los eslabones sucesivos (Una nueva conciencia) sería un mundo visitado por un hombre que lo descubre a la manera en que los personajes de Julio Verne conocen el centro de la Tierra... Pero ese mundo comenzaría a crecer con vida propia poco a poco hasta hacer periférica y formal primero la presencia de aquel hombre y por fin hacerlo desaparecer... salvo embebido en el disfraz de los extraterrestres que pasarían a ser los protagonistas únicos, porque en cierto modo, el ser humano siguió allí, fuera, como personaje-actor vuelto a su vez a ser disfrazado...; lo que acabó dando lugar a un truco equiparable a la cadena de encierros sucesivos propio de las muñecas rusas.

La historia fue presentada como la de una aventura de iniciación que lleva a dos adolescentes hacia la inevitable madurez, siempre azuzada por el látigo de mundo en marcha, el mundo que se impone, al que se debe responder para seguir en él...

No obstante, esa es sólo una de las capas (como diría el buen Shrek). El eje alrededor del que se orquestará la historia es en sentido estricto la capacidad, mágica y maligna para sus protagonistas en una primera instancia, de descubrirse y ser cada vez más hábiles en el control de una nueva facultad que adquieren, la de capturar los pensamientos, recuerdos y vivencias ajenas e incluso de poder sentir esas vidas, por momentos, como si hubiesen sido propias. El resultado: una nueva conciencia cada vez más multidimensional de la propia tragedia... y de su universalidad. Y, también, sin duda, de su constancia absurda y hasta cómica, ridícula... ¡Algo que por fin se hace cierta y puramente... literario!

(continuará)


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