En 1960 y pico (la publicación fue en 1963), Martin Heidegger reconocía que:
"El tiempo de la filosofía fenomenológica parece haberse acabado. Esta tiene ya valor de algo pasado, de algo designado de una manera tan sólo histórica, junto con otras direcciones de la filosofía. Sólo que, en lo que tiene de más íntimo, la fenomenología no es dirección alguna, sino que es la posibilidad del pensar que, llegados los tiempos, reaparece de nuevo, variada..." (Mi camino en la fenomenología, en Tiempo y Ser, Editorial Tecnos, 2006, Madrid, pág.102).Heidegger hacía así honor a sus dos asunciones capitales, por cierto contradictorias entre sí: la primera, el carácter indiscutible de la historicidad que lo obligaba a reconocer en particular la descubierta generalidad de que "Cada época de la Filosofía tiene su propia necesidad" (El final de la Filosofía y la tarea de pensar, una conferencia dictada unos años antes y también en Tiempo y ser, ibíd., pág. 78), y ello a costa de reducir a poco más que a "una posibilidad" su ontología, ¡su obra!, a rebajarla a un ejercicio más de la mente del hombre, y que sin embargo había considerado el "más alto" alcanzado hasta entonces por el pensamiento. A mismo tiempo, daba cuenta de la voluntad de continuar, de seguir siendo un intelectual irredento dispuesto a superar el interregno al que se había condenado a sí mismo no tanto por "pensar" como por "idealizar". Y esto en nombre de la segunda de sus asunciones capitales: la idea de Progreso en cuyo curso pretendía haber estado y seguir estando inserto (aún "hegeliano" o, si se prefiere, moderno).
Así, conciliando los términos de la evidencia y de la convicción, añadiría en las Referencias finales a la edición del mencionado libro: "Ciertamente la pregunta crucial sigue siendo la misma", incluso habiéndose hecho "más perentoria" aunque "todavía más extraña al espíritu de la época". Evidentemente, no pudiendo negar La Realidad de la marcha del mundo (una marcha con botas que recorrió el mundo entero, pero que había comenzado mucho antes y no cesaría tras quitárselas en parte) optaba por dar certificado de certeza a la propia convicción ("la experiencia" personal hegeliana y por él asumida) que le decía (¿al oído, como el Demon a Sócrates?) que era "la época" la que no iba bien encaminada; íntima certeza en sí mismo e íntimo escepticismo hacia el mundo. El realismo resultaba nuevamente un idealismo, nuevamente un platonismo, en donde el alma era absoluta y el espíritu atravesaba la historia.
Ciertamente, aferrado a tales concepciones, Heidegger calla acerca del por qué del proceso, de la tozudez de los hechos, así también como de esa constante e inevitable certeza que experimentan los intelectuales acerca de lo erróneo del curso de los acontecimientos, de su alejamiento respecto de sus visiones, consejos y recomendaciones, previsiones y pronósticos... del por qué de la supuesta ignorancia popular y la mezquindad y estupidez de los dirigentes, incluso del por qué de las equivocaciones o la ceguera de sus propios colegas y antecesores. De nuevo, se nos vuelve a sugerir con el silencio y los eufemismos típicos (¡y populares!), la persistencia, pecaminosa a fin de cuentas, de la humanidad en la ceguera cuando no la producción de la misma a instancias de fuerzas extrañas y general e igualmente malignas.
Es evidente que: "Bajo formas distintas, el pensamiento de Platón permanece como norma..." (ibíd.)... como identidad de una única época que en él manifiesta su arranque y que, por lo que se puede ver, si no ha muerto del todo ni ha sido ya enterrada, cuanto menos agoniza; aunque esto deba ser mucho más perfilado. Pero esto nos sigue remitiendo a la vieja Caverna donde los conceptos absolutos seguirían buscando por si sólos su expresión y apenas si se reencarnarían una y otra vez en los hombres haciéndoles vivir una y otra vez la misma tragedia (y la misma comedia) porque para eso habrían sido puestos en La Tierra.
Extraño idealismo, sin embargo, que, en todas sus variantes filosóficas con la de Platón incluida, se han propuesto la tarea de desentrañar las leyes de La Realidad con el objeto demasiado humano de dominarla. Eso sí, por ellos tal y como han sido conformados, como corresponde a toda mecánica de dominación o dominio que se precie. Y lo que lleva a la autoasignación de la identidad idónea para llevarla hasta las últimas consecuencias: esto es la que se autodefine como identidad humana.
En el curso de una conferencia en torno a la esencia de La Filosofía, al hecho de pensar como había dicho tantas veces, Heidegger apunta a la obvia aunque a la vez siempre escamoteada idea de la grupalidad presente por sobre todas las cosas:
"¿Cuándo filosofamos? Evidentemente sólo cuando entablamos una conversación con los filósofos." (¿Qué es eso de filosofía?)....que no son sino esos "nosotros" de los que hablaba Nietzsche y los "no sin nosotros" de Hegel que resalta Heidegger (El concepto de experiencia de Hegel, Caminos de bosque, ed. cit., pág. 186). Una singularidad que ese grupo no puede evitar pretender imponer, bienintencionadamente, a todos los hombres posibles del mismo modo que Rousseau pretendía imponer La Libertad y los chinos su chinez... Como siempre, claro, ocultándose a sí mismos que La Realidad no es un mero "obstáculo" a superar o saltar, para lo cual bastaría hallar "las armas" adecuadas (esas que los filósofos e intelectuales en general jamás encuentran... sin mutar... y cambiar consecuente y formalmente de rumbo) o "la palanca y el punto de apoyo". Y, como parte de ello, en situar el objetivo, una y otra vez en el futuro, donde el hombre se habrá de emancipar de su animalidad o de su humanidad incompleta, para dar lugar por fin a uno u otro superhombre. A todos los hombres posibles... esclavizando o exterminando a los demás, incluso exterminando a unos para conseguir la sumisión de los otros, como fue el caso del genocidio nazi de judios para ganarse a la nación alemana... e incluso a algunas otras.
Lo que es indiscutible es lo que muchos atribuyen a la "democracia de Atenas" (Castoriadis mismo, por ejemplo) como si fuera algo mágico y equparable al Edén (o al Olimpo), pero que no es sino "la división del trabajo", como le recuerda Leo Strauss a Kojeve:
"La filosofía sólo es posible en una sociedad en la que haya división del trabajo. El filósofo necesita los servicios de otros seres humanos y tiene que pagar por ellos con servicios propios" (De nuevo sobre el "Hierón" de Jenofonte, Sobre la tiranía, Ediciones Encuentro, Madrid, 2005, pág. 246)Todo esto nos lleva por fin a una tercera parte que subyace a las dos en las que Heidegger se apoya (y toda La Filosofía, incluido ese otro hegeliano, revolucionario éste, que fue Karl Marx, por ponerme en un supuesto extremo). El pensamiento estructurado, que sólo la intelectualidad es capaz y procura producir, y que sólo a ella atañe por lo visto (y que, como bien supo poner a la vista Foucault, en cada acto fundacional o legitimador edifica las murallas tras las que se protege: el lenguaje riguroso, por ejemplo, por no decir, lisa y llanamente críptico, que de todos modos no es posible reducir del todo so pena de aniquilar su poder descriptivo; es decir, en lo que es un círculo vicioso), no puede a la vez dejar de rendirle tributo en un cierto grado a la Realidad que a la vez les sirve de cobijo aunque sea de manera insuficiente para los Grandes Deseos. De ahí que, al tiempo que rechazan su movimiento natural que incluye, a su pesar, su ruina sistemática, acabarán resignándose a preferirlo en tanto les ofrezca un espacio donde continuar (¡y donde continuar esperando!). Todo para, de un modo imaginativo, apuntalar o edificar sus idealizaciones, es decir, el paraíso que desde un inicio viven como perdido y que, en ciertos tiempos, en lugar de parecer que se aproxima se percibe cómo se aleja más y más. Incluso bajo la apariencia de una voluntad transformadora, lo que se encuentra si se bucea hasta el fondo, son como mucho, y cada vez más en la medida en que la ruina avanza, sueños restauradores o reguladores: los intelectuales, siempre entre corrientes que creen poder reencauzar, como desearían, sobre la base de la fuerza que atribuyen a su pensamiento (fuerza en tanto suponen que descubre el sentido de la marcha y los puntos en los que pueden apoyarse para mover la Tierra) han acabado siempre por sucumbir a ellas hasta caer en la nostalgia culpabilizadora del mundo o los rodeos. En la medida en que la contrafuerza de los hechos se ha ido afirmando, la renuncia se ha ido haciendo cada vez más profunda, hasta llegar a la claudicación y a la resignación... aunque sin abandonar nunca la convicción de que ello se correspondería con un pensamiento justo y apropiado para todos. La fe en el poder de la reflexión (la potencialidad creativa), acabó sin embargo incólume e incuestionada en su potencialidad, en todo caso insuficiente pero... prometedora. Incluso es algo que se llegó a popularizar tras la famosa idea de que "no usamos sino el 20% del cerebro", popularización que sin embargo no encierra en absoluto la misma promesa que apetece a los sabios sino la que corresponde a los sueños de cada uno de los grupos reales (como se puede ver en la reciente película "Sin límites" enteramente inscrita en los objetivos soñados por el hombre posmoderno -sueños inscritos en su estilo dominante de pensar- en algunas de sus expresiones sociales). La confianza en la capacidad del hombre a cierto plazo, fuese mediante su depuración sistemática o la pérdida del cuerpo corruptible, nunca será puesta en duda por los filósofos y los intelectuales (los que viven como tales y de ejercerlo). Esto define precisamente su divinización o su carácter real o potencialmente divino.
Así, por un lado como materia prima de sus perseguidas utopías y como resistencia a su total desaparición. Y puesto que la modernidad instituyó por excelencia el mito del progreso ilimitado y asencional, es lógico que ni Heidegger ni Nietzsche ni Marx quisieran otra cosa que evitar el final anunciado de su sueño, del progreso, del cosmopolitismo prometido, acariciado y considerado como arrebatado o traicionado por la burocracia claudicante ante el supuesto auténtico poder... Toda la lucha o los esfuerzos de la intelectualidad y toda la lectura retrospectiva del pensamiento previo que realizaron ha ido encaminada a ello. En este sentido, Heidegger llega a describir impecablemente (aunque parcialmente) la situación a la que se ha visto empujado el pensamiento reflexivo:
"En el lugar de la desaparecida autoridad de Dios y de la doctrina de la Iglesia, aparece la autoridad de la conciencia, asoma la autoridad de la razón. Contra ésta se alza el instinto social. La huida del mundo hacia lo suprasensible es sustituida por el progreso histórico. La meta de una eterna felicidad en el más allá se transforma en la de la dicha terrestre de la mayoría. El cuidado del culto de la religión se disuelve en favor del entusiasmo por la creación de una cultura o por la extensión de la civilización (lo que más que disolución es re-vestimiento, ya que en la base de ambas actitudes se expresan las dos cosas: "cuidado del culto" a las instituciones, "entusiasmo por la extensión de la civilización", algo que Heidegger no ve en atención a su propio posicionamiento grupal que ignora el fenómeno de la grupalidad). Lo creador, antes lo propio del Dios bíblico, se convierte en distintivo del quehacer humano (¡"distintivo"!, precisamente, en su doble significado)..." (La frase de Nietzsche "Dios ha muerto", Caminos de bosque, ed. cit., pág. 199-200; las notas entre paréntesis, son obviamente mías, así como la negrita).Así, el proceso adaptativo que inevitablemente se va desarrollando, buscando su camino, lleva, conjunta e inseparablemente del proceso global por el que todos los grupos se internan, a la mutación progresiva o a la extinción: la progresiva desaparición de los filósofos determinará fundamentalmente la muerte de La Filosofía, como a fin de cuentas Heidegger percibirá, en su caso, intentando sumarse al unísono al proceso social y al político, el nazi, que él vería como expresión del primero, como la cabecera de la marcha y en todo caso el techo que protegería la suya. Por ello piensa su particular ontología, por ello se suma a "la llamada a la cosa en sí" de Husserl, a la construcción de "la filosofía como una ciencia estricta"; lo que ve a la luz del peso de la ciencia en el ámbito del pensamiento (medible por el desplazamiento del pensador en beneficio del investigador, y del "la descomposición" de lo suprasensible que a su turno llama al nihilismo). Así, al intentar reconocer científicamente la Realidad, se desliza hasta más allá de lo aceptable por el humanismo y la moral humanista que anclaran en la buena conciencia, de cualquier modo idealizándola y asignándole, ¡de nuevo en la Historia!, un sentido mesiánico y emancipador... que sin embargo encierra una sumisión acrítica al curso de los hechos, una esperanza que ahora se basará en la dinámica que la realidad seguiría en tanto que materia (lo sensible), su "destino" prefijado en última instancia por lo supresensible que habría sido así falsamente expulsado. La ontología heideggeriana es pues una onto-mitología (en lugar de la "onto-teiología" de Hegel, como Heidegger la califica), una onto-mitología platónica, me atrevo yo a decir, que reconstruye la Caverna de Platón como edificio contemporáneo de los institutos y las editoriales científicas. Eso sí, llena de un fructífero rigor y ángulos novedosos que se iluminan ciertamente del mismo modo que lo hacen los discursos científicos: aunque esto, como ha sido siempre, acabe sirviendo poco y a pocos e inclusive negativamente desde su propio punto de vista.
Sin duda, en esta derivada no podemos dejar de considerar los vientos renovados que experimentaría la ciencia a principios del XX (cibernética y atómica), en realidad simplemente nacidos, ¡otra vez!, en los altos hornos de la Guerra y la sempiterna vocación dominadora, vuelven a empujar la máquina empantanada durante el siglo previo, "el hasta ahora más oscuro de los siglos de toda la Edad Moderna" según Heidegger (La época de la imagen del mundo -nota 4-, Caminos de bosque, ed. cit., pág. 97). Esto es lo que tomará la forma de la sumisión a los victoriosos nazis, y tanto como lo hiciera Sartre con el maoísmo entre otros de una u otra época.
Con esta fórmula, ve Heidegger La Ciencia (o Las Ciencias) como algo inscrito en La Filosofía desde sus inicios ("ya en la época de la filosofía griega" -ibíd.-), siendo las nuevas el producto de una simple reencarnación de ésta, como ya he apuntado, que encubriría o significaría su relativa muerte, siendo así ésta su verdadera muerte: "El despliegue de la Filosofía en ciencias independientes (...) es su legítimo acabamiento" (ibíd.). Y ciertamente vuelve a detectar y valorar lo que "la fachada" filosófica siempre guardó celosamente y conservó: la pretensión de alcanzar lo absoluto y la convicción de poderlo conseguir (para lo que Las Ciencias serían "más capaces" o estarían "mejor preparadas") y la inevitabilidad de un trasfondo metafísico que exigía la presencia de Dios ("la argucia de la demostración de Dios" -El concepto de experiencia en Hegel, Caminos de bosque, ed. cit., pág. 127-) o "una referencia capaz de refrendar la convicción". Será por fin en esa misma dirección hacia donde acabará por ajustar sus primeras tesis ontológicas (en especial en lo relativo al rol del tiempo en beneficio de lo absoluto que, "sin que se pueda aún comprender", llamará casi treinta años después "claridad" o "Lighting" -1-) y a postergar nuevamente sus esperanzas hasta un futuro impreciso que verá por fin "amenazado" (volveré sobre ello en la próxima entrega).
Pero, al margen de un análisis profundo del contenido del discurso heideggeriano, lo que más interesa aquí y ahora es ver en toda su dimensión y significación cómo se desplegaba para Heidegger La Realidad en particular en el escenario previo a la segunda guerra y la caída de la mascarada reivindicativa nazi, así acerca de la manera en que ese discurso es procesado durante e inmediatamente después. Esto es, observar cómo se le presentaba para él "la época", cómo determina esta y la historia previa del pensamiento filosófico sus respuestas, y cómo todo ello puede explicar a Heidegger en base a considerarlo un caso más de hombre reflexivo en un mundo fragmentado concreto, donde las cosas se disponen de un determinado modo y de una determinante manera en torno y en interacción con un organismo, un espécimen, caracterizado por determinadas cualidades.
Pronosticando en 1938 que el signo de todas las ciencias será "... cibernético, es decir, técnico" (ibíd.) Heidegger registraba en El final de la Filosofía... que:
"La Cibernética transforma el lenguaje en un intercambio de noticias. Las Artes se convierten en instrumentos de información manipulados y manipuladores" (ibíd.)El siglo sin duda le daba a Heidegger más esperanzas que recaudos. La potencia técnica del hombre hacía sin duda imaginable un salto cualitativo en lo que consideraba el Destino de la humanidad: "dominar la Tierra" (Heidegger dixit siguiendo indudablemente a Nietzsche). En este sentido, nada rompe la continuidad entre la modernidad y su fenomenología, y especialmente en la confianza depositada en la capacidad humana de crear el mundo... lo que sin duda impondría una dirección consciente, algo que se convierte automáticamente en lo elaborado por los pensadores.
Claro que, atendiendo a la marcha de las cosas (vistas, claro, con la parcialidad que imponen las Grandes Esperanzas) Heidegger se deja llevar por las crecientes manifestaciones institucionales de la burocratización, a las que da su beneplácito, a las que edulcora y a las que por fin servirá tal y como en realidad podían y sólo podían ser.
En La época de la imagen del mundo, Heidegger, partiendo de la máxima valoración para la ciencia en tanto que depositaria final de todas las respuestas buscadas hasta entonces por la metafísica, nos describe el mundo y sus novedosas perspectivas:
"En el imperialismo planetario del hombre técnicamente organizado, el subjetivismo del hombre alcanza su cima más alta, desde la que descenderá a instalarse en la uniformidad organizada." (op. cit., ed. cit., nota 9, pág. 107)Una ciencia que no es sino la instituida, claro está, y que funciona como "empresa", "fenómeno que hace que hoy en día una ciencia, ya sea del espíritu o de la naturaleza, no sea reconocida como tal ciencia mientras no haya sido capaz de llegar hasta los institutos de investigación" (ibíd., pág 83). Un ámbito donde "Todas las disposiciones (...) facilitan un acuerdo conjunto y planificable de los modos del método, que exigen el control y la planificación recíprocos de los resultados y regulan el intercambio de las fuerzas del trabajo", lo que, "se convierte en la señal muy lejana y aún incomprendida de que la ciencia moderna está empezando a entrar en la fase más decisiva de su historia. (...) en plena posesión de la totalidad de su propia esencia." (ibíd., pág. 84). Lo cual...
"...acuña otro tipo de hombres. Desaparece el sabio. Lo sustituye el investigador que trabaja en algún proyecto de investigación." (ibíd.).La perspectiva, a la vista de lo que hemos vivido desde entonces, no nos parece tan alagüeña y promisoria (lo que no quiere decir que sea evitable) y no veo por qué se pueda aplaudir salvo cuando "el pensar", el poderlo seguir haciendo, dictando desde la jefatura de las instituciones culturales y demás "empresas" (por ejemplo, el rectorado de la Universidad), las grandes líneas de conducta humanas, se quiera preservar über alles... incluso en ese contexto en el que:
"El investigador ya no necesita disponer de una biblioteca en su casa. Además, está todo el tiempo de viaje. Se informa en los congresos y toma acuerdos en sesiones de trabajo. Se vincula acontratos editoriales, pues ahora son los editores los que deciden qué libros hay que escribir." (ibíd.)¿...mientras los jefes (¡políticos!) de jefes, subordinados, instituciones y empresas intervinculadas... deciden qué libros se pueden publicar y cuáles hay que quemar...? Ciertamente, no "nos" parece a "nosotros" muy satisfactorio un futuro como ese de proletarización/burocratización -lo que es un todo inseparable- y que propone un escenario del estilo del "1984" de George Orwell -lo que en cualquier caso no veo realizable a tenor de lo específicamente motoriza el proceso (2)-, ¡y lo "solemos" argumentar con apelaciones a "civilización" vs "barbarie" -a fin de cuentas, un recurso identitario más-!
Todo lo cual indudablemente se impone (¡y se sigue imponiendo!) en tanto que:
"El investigador se ve espontánea y necesariamente empujado dentro de la esfera del técnico en sentido esencial. Es la única manera que tiene de permanecer eficaz y, por tanto, en el sentido de su época, efectivamente real." (ibíd.; la negrita es mía)Ahora bien, este proceso es valorado positivamente por Heidegger en 1938, en todo caso como necesario, como un logro histórico (ibíd.), en su caso bajo una forma tiránica que se realiza mediante la preeminencia de El Partido (nazi o comunista) al que se le suponen móviles mesiánicos (la instauración no sólo de un "gobierno europeo" sino "planetario") -y que hoy ha obligado a virar hacia una valoración negativa tras la caída del muro en favor de una valoración positiva para las formas (social)democráticas... ¡a pesar de que ellas engendran y facilitan el desarrollo en la misma dirección "por otros medios" y prometen una y otra vez las mismas perspectivas; no dejando incluso a los previstos sustitutos de los "sabios" alternativa para ser "efectivamente real" de otro modo que no fuese como integrantes de la sociedad burocrática cuya construcción sólo había "interrumpido" en realidad unos senderos para buscar otros alternativos!
Inevitablemente, Heidegger se dio cuenta de que se había equivocado en cuanto aparecieron las primeras manifestaciones del capricho de sus superhombres. La inteligenia racional se revela muy rápido contra ese tipo de cosas, y por fin acaba repercutiendo en carne propia. Pero no fue capaz de atribuir aquello al proceso que él mismo seguiría volarando como inevitable... y que "tal vez" se habría orientado bien "si" los buenos hubiesen ayudado seriamente. (3)
Pero lo más interesante, aquí es situar la causa de ese reconocimiento y esa valoración, causa que no parece otra que la voluntad de Heidegger de dedicarse "a pensar" über alles, esto es, de "salvarse" a sí mismo "en el mundo (concreto que se describía)" fuese como fuese, es decir, en detrimento de los otros (lo que está al margen de que, más o menos consciente y/o más o menos voluntariamente, en atención a su idiosincrasia y a la conformación social alcanzada por ellos, esos otros y su suerte deban imponernos la carga de una culpabilidad que nos torture, nos flagele o nos exija cualquier suerte de bondad...); otros que de uno u otro modo, mediante planes a corto o largo plazo (desde el genocidio hasta la selección artificial de diversa especie y potencialidad, educación incluida), se considere eliminables como medio o paso inevitable o necesario para alcanzar el estatus soñado de advenimiento de la verdadera Humanidad. En definitiva, tomándole la plabra: sobre la base de la certeza hegeliana y kantiana, platónica y filosófica de un Destino Humano. Y es que, adoptada la idea hegeliana y platónica de la certeza de la marcha de los hombres hacia su divinización (¡lo cual, reitero, encierra la idea de Progreso!), no se puede sino abrigar las Grandes Esperanzas a pesar de los hechos. A lo sumo, intentando comprenderlos o en todo caso "justificarlos" (lo que será ya tarea de los intelectuales de la posmodernidad).
En cualquier caso, Heidegger trató de sostenerse incólume como "pensador" (buscando un nuevo espacio para "pensar" y un nuevo estilo que "la investigación" no permitiría, como bien nos hizo notar), über alles sin duda, a pesar de darse cuenta (como explicita de hecho en sus textos de 1946) que nos hallabamos "en las tinieblas de la noche del mundo"; lo que nos lleva a preguntarnos... si es posible no tomar en cuenta la frustración, y en particular la postbélica -ya que las primeras frustraciones podían ser aún atribuidas a ciertos personajes del Partido y poco más-; así como ignorar la relación entre las renovadas conclusiones neo-modernistas -que se mantendrían todavía unos diez años desde que fue Rector- a favor del progreso burocrático, es decir, sentirse parte de la Historia y su posterior rechazo romántico en el 46. En fin, nada que no haya sucedido siempre con los intelectuales, nada que no parezca una muestra más del "Eterno Retorno de lo mismo".
(continúa...)
* * *
Notas:
(1) El final de la Filosofía y la tarea de pensar, en Tiempo y ser, Tecnos, Madrid, 2006.
(2) El motor de ese proceso, como se ha podido ver en ambitos diversos de la sociedad actual occidental es la lucha interburocrática, esto es, entre facciones de carácter burocrático, que son las únicas que, como reconoce Heidegger de hecho o de derecho -y casi todo intelectual hoy en día-, tienen posibilidades de éxito en este contexto en cuanto al ejercicio de la dominación -o al acceso al poder político si se prefiere-, las cuales no tienen interés alguno ni capacidad para la realización de planes lógicos o racionales, lo que sólo puede conducir al caos sistemático o progresivo y tal vez al colapso y no a un "1984" eterno.
(3) No se trata de que fuera Rector (un aparato incuestionablemente estatal) sino de tener esa o parecidas posibilidades de serlo y hasta de... volver a serlo algún día... y de este modo ser algo "real". La verdadera decepción vendría años después, cuando, afectado "por lo nuevo y lo viejo", se vería inhabilitado incluso para claudicar ante el nuevo mundo postbélico. Entonces sí optaría por "el riesgo" y la apuesta por ir "más allá de la vida" -Heidegger, ¿Y para qué poetas?, en Caminos de bosque, ed. cit.).
Véase cómo en su su defensa ante la defrenestración a manos del Partido (extraída de El rectorado 1933-1934. Hechos y reflexiones), Heidegger reconoce el núcleo de sus esperanzas:
"...lo que me llevó a aceptar el rectorado fue una triple consideración:
1. En el movimiento que llegaba al poder vi, entonces, la posibilidad de unir y renovar interiormente al pueblo y una vía para encontrar su destino en la historia de Occidente. Creía que la Universidad, renovándose a sí misma, podía ser llamada a participar, marcando la pauta, en la unión interna del pueblo.2. Por tanto, vi en el rectorado una posibilidad de conducir a todas las fuerzas más capaces -con independencia de su pertenencia al partido y de la doctrina de éste- al proceso de reflexión y renovación, fortaleciendo y asegurando su influjo.3. De esta forma esperaba poder hacer frente a la penetración de personas inadecuadas y a la amenazadora hegemonía del aparato y de la doctrina del partido."
"Existía así el peligro de que mi intento fuera combatido de igual forma por lo «nuevo» y por lo «viejo» -que entre sí estaban enfrentados-, y convertido en imposible. Lo que desde luego, al aceptar el rectorado, no había visto aún y no podía esperar es lo que ocurrió en el curso del primer semestre: que lo nuevo y lo viejo terminaran, de mutuo acuerdo, por unirse para neutralizar mis esfuerzos y, finalmente, eliminarme." (ibíd.)Se puede ver así cómo, si hay un Heidegger I y otro II como se ha señalado, no se trata de una metamorfosis radical atribuible a la siempre sacra evolución intelectual sino al estrechamiento por etapas del espacio que se pretendía conservar, über alles, para "pensar"... y dirigir... sobre la base de una sociedad fragmentada en unos determinados términos; estrechamiento que inicialmente se había incluso dado por positivo... en todo caso para quienes se supieran adaptar.
Parece imposible que un niño pierda las esperanzas de conseguir algo que siente necesitar simplemente porque se le niegue, incluso por sistema, lo que sin embargo sobrevendrá con la madurez, una vez admitida la horfandad irreversible, la cual lo llevará en todo caso a la transaccionalidad. Pero, vaya: ¡si hemos vuelto a apelar al recurso de la psicología, como habría dicho y seguramente hecho Nietzsche!
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He sentido hondamente (¡ah, ese amor loco por la propia obra!) que Blogger haya hecho desaparecer el final original de este artículo con las notas asociadas en el curso de una reedición. Aunque lo fundamental lo he restaurado aprovechando para hacer algunas precisiones y esperando que con la siguiente entrega (ya publicada antes de la confección de este apunte) todo resulte más claro. En cualquier caso: ¡maldita sea!
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