miércoles, 4 de marzo de 2015

Perla (de Roberto Videla) o la impotencia de lo que se nos escapa



Perla es una despedida poliédrica cuyas caras se muestran susperponiéndose e intercambiándose,  asomándose por encima del hombro la una de la otra. Es la despedida de lo que se despide de uno irremediablemente. Es la despedida respecto de todo lo que siempre nos ha expulsado, de los que nunca pudimos ocupar... Es el reconocimiento de esa expulsión. Es la aceptación de nuestro desencaje y de nuestra consiguiente huída.  Es la despedida puesta en escena en lugar de la desaparición, del mundo del que se escapó y que escapa por última vez por entre los dedos, irretenible, inencontrable, inaceptable.

Todas las despedidas han venido así a repetirse a través de una que se anticipa por última vez... a la despedida real y última que se avisora y que se rechaza, después de la cual ya no habrá otras sino todo lo contrario: el retorno nostálgico, que también esta despedida muestra.

La despedida comienza así con una visita (la llegada), pasa por calles y rincones del pueblo natal, se impone encuentros, los imagina, trata de realizarlos, de poner más nombres y figuras en la despedida, vicie en ello la inutilidad del conjunto, busca situarse en diversos lugares de la casa donde se ha nacido y crecido y de la que se ha huído... porque ya entonces, cuando los tenía que ocupar bajo el imperio de las circunstancias y la debilidad, no se encajaba... El cuerpo no entra, ni consigue vivir en cada uno de esos rincones. Es un fantasma que ve fantasmas. Que querría ser capaz de ser lo que ya no sólo no es sino lo que nunca pudo ser. Por fin, se queda en el suspenso del anticipo, donde tiene su verdadera y única entidad. Por eso realiza esa visita última realizando su ultimicidad.

En ese sentido, es un balance final, un repaso que parece haber nacido para ser guardado y revisado alguna vez... cuando comience el duelo, cuando la visita ya no puede serlo y todo se reduzca a la pantomima en la que no se puede creer. O para que los demás, el mundo, reciba la queja, el dolor de no seguir sin poder ser..., de que pronto se acabará toda fantasía del haber sido.

Es así una despedida más que la última visita a la madre y a la infancia. Es más la confirmación de la distancia que siempre existió y a la cual se dejará  ir definitivamente antes que un viaje a la memoria. 

De la "toma trucada de película" la cámara, de la que sólo se tiene control por la palabra, irá retrocediendo y subiendo, empequeñeciéndolo todo hasta dejar la tierra entera al fondo, reducida a un "punto de luz", sin detalles, en la que nunca se ha podido estar en ninguna parte, en la que nunca se pudo encajar..., salvo, en todo caso, haciendo algunas trampas, jugando (por representando). La madre empequeñece con todo lo demás, justificada en todo caso por... las circunstancias que no la dejaron volar de allí, como hizo Rob, como lo vuelve a hacer, por última vez. No le queda otra cosa que hacer. La pena acabó siendo también poliédrica o al menos con dos caras: la pena por no poder haber sido, la pena por no poder ya ser. Y también se hace de una máscara –máscara pero no por ello insensible– y vive la pena en esa imposibilidad de otra cosa que la despedido, el alejamiento, el abandono. Lo siente, pero nada puede hacer, como nunca pudo hacer. La zambullida desde las alturas es posible después de que la subida haya transformado la realidad en un sueño donde el narrador puede convertirse en héroe, en buceador, donde puede ir en busca de otra cosa esta sí asile: las palabras, el reordenamiento de las palabras, capaz en su fantasía de separar la perla de la concha. Pero el momento pasa y la realidad vuelve, es decir, se esconde detrás de la cotidianidad... La visita parece un error, pero postergarla habría sido igualmente otro. Más bien, era el mismo que siempre existió y que se debe repetir eternamente. Y del que se escapa mediante el deseo de vivir recobrado en la nostalgia, en la marcha inexorable hacia el final del tiempo.

Hay una imagen que me interesa destacar y que me estaba quedando en el tintero: es la de la mano que se cierra para no dejarse ver.... Es una imagen poderosísima que anticipa el final (nuevamente un pensamiento "feliz", "nostálgico", que quiere ocultar la desesperanza que viven los dos personajes –ambos observados por el narrador–, donde cada uno muere y siente la muerte ajena del otro... a su manera). La verdad es que Roberto Videla ha logrado decir un montón de cosas mediante imágenes muy literarias que despiertan a partir de descripciones breves, sencillas, emotivas y fuertes...

En cuanto a los restantes detalles de la artesanía, dejo constancia de que me gustó mucho, mucho. Por su lenguaje, por su frescura, por su franqueza...