sábado, 21 de enero de 2012

La tragedia del rey Lear y la analítica de Shakespeare

El rey Lear, como todas las piezas de Shakespeare, pone a la vista las cosas que el hombre prefiere ignorar o rechazar y que determinan su conducta en la Realidad de la que forman parte y a la que corresponde buena parte de ese comportamiento.

La obra se pone en movimiento a partir de unas decisiones relativamente caprichosas que toma el rey de la antigua Britania al llegar a la vejez en relación con su legado. En parte se pueden considerar sus actos como propios de un comportamiento infantil que gira en torno a los supuestos afectos/desafectos de sus hijas (y de otros) hacia su persona; precisamente, ésa será la lectura que acabarán haciendo sus hijas para justificar luego sus propias reacciones egoístas ("desagredecidas"), ique por otra parte serán racionales y planificadas, es decir, malignas. Sin embargo, la decisión de repartir el reino antes de su muerte, esconde una actitud muy poco generosa y bastante mezquina cuyas metas (gozar de una retribución compensatoria en su retiro; esto es, de "agradecimiento") cree garantizada en base a la mera adulación y las promesas verbales mientras, por el contrario, llega a la suspicacia y el rechazo ciego y radical (si por él fuera, hasta el extremo de no valorar su vida en absoluto) de las respuestas de aquellos para cuya integridad hacerlo se les hace repugnante.

Shakespeare no se preocupa de la escasa base de una tan absurda conducta, infantil e incongruente con un rey de larga experiencia en la conducción de hombres o demasiado ciega a causa de su mezquindad; tan pobre en ambos casos que igualmente hace poco verosímil que los afectados lo quieran defender hasta las últimas consecuencias (con una lealtad igualmente poco verosímil) y lo sigan amando poniendo hasta poner la vida y la felicidad propias en completo riesgo: unos y otros actúan así como santos que se ayudan a su vez entre sí y confluyen contra los enemigos y la propia idiosincrasia del causante de sus desgracias, algo que éste pagará no sólo con su vida (salvada de la humillación y de la ceguera moral) sino con la de sus santos salvadores.

Pero sin duda todo esto no le importaba mayormente a Shakespeare: como literato, no era su intención ofrecer un cuadro realista o naturalista de los afectos humanos, y ni siquiera "lógico". La situación, absolutamente impostada, absolutamente teatral, donde la verosimilitud se cuida apenas lo mínimo y más en los detalles que en las causas, donde los estereotipos se suceden, máscaras como a fin de cuentas corresponde al teatro aunque no tanto de las esencias metafísicas a la manera griega sino más a la luz de la indagación psicológica moderna, sirve a otros fines, a saber: a la exposición de las conclusiones "filosóficas"o críticas de Shakespeare acerca del comportamiento humano. La obra es así una fábula compleja que tiene por objeto hacer patente "la naturaleza humana" en la misma línea y con igual sentido que el que Fielding se propuso darle a la novela y, sin duda, motivado como todos los novelistas a denunciar la ridiculez que veían en el mundo y que les afectaba (Milán Kundera, El telón, Tusquets, Barcelona, 2005, pág. 18, así como sus posteriores consideraciones acerca de la cuestión de la verosimilitud en la novela y su relación o contraposición con lo que Flaubert llamaría "el alma de las cosas"; algo que se exacerbará en los grandes novelistas de generación en generación... y que deja fuera, desde este punto de vista, la creciente montaña de "entretenimiento" que hoy se edita profusamente falseando, corrompiendo, el nombre de la literatura del que se apropian los dos beneficiarios del engendro: la masa de alfabetizados y la masa de editores).
Un fenómeno, en fin,  del que por lo visto la reflexividad no puede escapar so pena de negarse.

Las agudezas shakespeareanas abundan y son puestas sólo en boca de los "buenos" u "honestos" en la medida en que actúan en consonancia (a veces, pues, una vez que han "aprendido" a abandonar la vanidad a la que habían sucumbido). Y ellas encierran de manera increíblemente sintética, como sólo los grandes creadores literarios consiguen hacer, una profundidad propia de una tesis fundamental al servicio de la comprensión del mundo.

Frases como la de que "lo bueno se malogra queriendo mejorarlo" en boca de Albany (acto I, escena iv), es un caso que denuncia la hipocresía tanto como el paternalismo tiránico sin dejar de ironizar a la vez acerca de la clara ausencia de toda intencionalidad positiva presente en el argumento al que responde.  O la realmente deliciosa: "Te mandaremos a la escuela de la hormiga para que aprendas que en invierno no se trabaja", en boca del bufón (acto II, escena ii). Y la sin duda descorazonada "profecía" que declama este mismo personaje; a mi criterio, el que yo llamaría "la conciencia crítica" de la obra (presente de una manera o de otra en las demás obras del autor inglés: bufones, actores... que pueden serlo al no tener nada que perder).

Pero también hay verdaderas revelaciones históricas que nos ponen ante auténticos descubrimientos arqueológicos, como los dos siguientes:
"¡No discutáis lo necesario! hasta el más pobre posee algo superfluo. Si no dais a la naturaleza más de lo necesario, la vida humana vale menos que la de la bestia" (Lear, acto II, escena ii).
 "¡Vamos lujuria, a montón, que me faltan tropas!" (Lear, acto IV, escena v)
La primera señalando el inseparable vínculo entre lo humano y la artificialidad, la segunda, evidenciando mediante ese llamamiento desesperado de un Rey que lo ha perdido todo, el hecho de que los dirigentes dependen de la producción de prole popular para su ejército diezmado y por su medio para imponen su dominio.

Y también otras, como: "al perro le obedecen por su cargo" (ídem), esta dicha por Lear, que pone en evidencia la preponderancia de la asignación de roles sociales y de las profesiones que se ejercen para explicar la eficacia con la unos actúan y otros responden a esa actuación. Que se reitera luego con otras palabras y al servicio del chantaje, esto es, del mal, en: "... si cumples (...) harás ti entrada en la nobleza. Sabe que los hombres son según el mundo: la ternura no cuadra a un soldado (...) o lo haces o tendrás que medrar por otros medios" (Edmon, acto V, escena iii).

En fin, sin duda Shakespeare no escribía para nuestra mera complacencia o entretenimiento. Por el contrario, como señalara Lampedusa refiriéndose en concreto a El rey Lear: "La tragedia cósmica pasa sobre quien la lee, no sobre quien la escucha, como el galope de los Cuatro Jinetes. La furia ha sido tal que se diría que nada puede florecer de nuevo" (G. T. Di Lampedusa, Shakespeare)