“¡Monstruo!”, le gritó Borges al espejo, “que osas multiplicar la cifra de las cosas”, y se abalanzó sobre la sombra que creía ver destellar delante suyo, el mazo alzado, la furia doblemente ciega. El otro no rechistó, porque Borges callaba y él en eso no sabía copiarlo, pero cumplió por última vez con su mandato, y él también alzó la maza, abalanzándose más allá de donde había sido colgado; alzó la mazo y acabó con Borges, y también con el otro.
(basado en “Al espejo”, poema irrepetible de Jorge Luis Borges)