domingo, 26 de diciembre de 2010

"1984"... ¿irreversibilidad ad infinitum o colapso in progress? (Tercera y última parte)

George Orwell (continúo) situó el futuro previsible (a la luz de las evidencias que había estado observando) a sólo treinta y cinco años de su tiempo... en un mundo que tenía por centro neurálgico a la mismísima Inglaterra... ¡el escenario por excelencia del conflicto final entre "los medios de producción" y "las relaciones de producción", ni más ni menos!

Orwell conforma ese mundo de tal modo que parece absolutamente irreversible.

En 1984, el futuro del presente, la única oposición efectiva a la que se puede acudir, como hemos visto, es inventada por el propio régimen además de prometer lo mismo y bajo un nombre minimamente diferente: al Gran Hermano no se le ocurrió mejor enemigo imaginario que una temible y lúcida Hermandad... Tal vez mera simplificación recomendada y bendecida por los neolingüistas.

El futuro, gracias a la sistemática dedicación del aparato del Estado a borrar y reecomponer el pasado, desaparece, por fin, en la eternidad...

¿Es esta una prospectiva razonable, es admisible, es en todo caso realizable; toma en cuenta un cuadro suficientemente completo de la realidad de la que, como hemos demostrado en las dos partes previas de este ensayo, parte, en concreto, la sociedad post bélica visible en 1949?

Orwell se apoya en observaciones sutiles (como he dicho: retroalimentadas en la fragua fructífera de la frustración, que cada vez se hace menos desprejuiciada) de las circunstancias que lo llevarían además a atar cabos a lo largo de la Histórica Humana, permitiéndole así completar sus capítulos aún irrealizados mediante la construcción imaginaria, específicamente literaria. Podemos a nuestra vez reconstruir esas observaciones llevando a cabo el proceso inverso, es decir, remontando la corriente del tiempo desde el futuro supuesto hasta nuestro presente. Precisamente, lo que Orwell intentara provocar inventando y proyectando en sus lectores potenciales coetáneos y de la posteridad... "comunicar con el futuro", aunque fuera "imposible por su propia naturaleza" (ibíd., pág. 14). Hacerlo nos permite el siguiente inventario mínimo:

a) las masas trabajadoras no pueden ni pretenden gestionar el mundo sino sólo obtener el máximo de bienestar posible gracias a la buena gestión de los especialistas (cuando no de un rey sabio). Pero las propuestas o, si se quiere, los sueños idílicos relativos a dictaduras proletarias o populares o a la autogestión han demostrado ser pura propaganda al servicio de una camarilla que consigue autolegitimarse seudorracionalmente para acabar estableciendo prioridades pragmáticas que ponen por encima de cualquier meta mesiánica y ni siquiera son capaces -supuesto que les interesara- de llevar a cabo. Los gobernantes pretenden representar al pueblo sólo para gobernar lo real con aparente realismo... Pero ello los lleva simplemente a mantenerse en el poder en la medida de lo posible, sin responder más que a su propia mecánica sin contenido. Esto es en el fondo lo fundamental, ya que los intereses personales y de grupo se reconforman y redefinen en la medida en que el proceso avanza, como es costumbre en el comportamiento de todo mecanismo u organismo inestable.

b) la intelectualidad se ha proletarizado y/o burocratizado, dando de entre sus filas cada vez más miembros potenciales de la futura dictadura, miembros que son reclutados por el Partido Interior aparte de los que combaten en los frentes de batalla inciertos y más o menos puestos en escena (el Partido Exterior, del que se sabe poco aunque sí que es un escalón más bajo y al parecer menos sólido en sus convicciones, podría ser un intento vago de dibujar a la carne de cañón militante que obedece a la camarilla y da su vida por ella bajo la bandera de la patria o del líder).  O sea, se trata de un estamento útil pero en el que no se puede confiar. A unos se los vigila, a otros de los expone a las balas.

c) la técnica y la ciencia en la que esa sociedad descansa se han superinstitucionalizado hasta más allá de sus básicas razones de existencia (la conquista y la opresión, sobre y de los otros). Así se llega a la producción de la destrucción, llamada guerra, reducida a su vez, en una nueva vuelta de tuerca, a la función de control social y psicológico, donde esos objetivos de destrucción y de odio combinados permiten canalizar todas las energías de la sociedad. Es decir, la guerra ya no pretende la conquista ni el poder omnímodo sobre el enemigo (lo no humano) sino la estabilidad y cohesión internas, donde lo no humano por fin ha sido completamente fagocitado y esclavizado simultáneamente. La técnica, en manos del Partido Único, es por tanto no sólo irrebatible sino inutilizable y su carácter de creación, de producto artificial, se hace ostensible mientras la idea (fundacional) de progreso, que parecía inseparable a la ciencia y sus aplicaciones queda definitivamente vaciada de toda significación: no  hará falta ya inventar nada nuevo: lo inventado ha comenzado a ser, en 1984, en 1949 y hoy, suficiente para los fines del Gobierno: continuar per eternum mudando el pasado según lo exijan las circunstancias, controlar el pensamiento, reducir el lenguaje en sus significaciones y su operatividad, torturar para domesticar mentalmente, mantener un estado de guerra sin vencedores ni vencidos, mantener un sistema de comunicación, agitación y propaganda centralizado, mantener un cierto balance en la producción de bienes de consumo básico, y poco más). La famosa recomendación de Maquiavelo al Príncipe será ya innecesaria: no hará falta mudar de la bondad a la crueldad hacia los súbditos según las circunstancias, bastará sustituir o incluso eliminar las palabras bueno y malo y convertirlas en servicios equivalentes al futuro. "The Big Brother is ungood".

d) la lengua debe ser sometida a la invariabilidad variable donde todo es apariencia teatral con personajes mudables. "The Big Brother" es demócrata y democrático haga lo que haga porque fue elegido... o porque está al mando... "... is ungood".

¿Falta algo en este cuadro cuyo progreso podríamos observar como hizo Orwell, esto es, si dejamos a un lado el temor de renunciar a los viejos atavismos mágicos y a las supersticiones que lo disfrazan  y animarnos a... mentar al diablo?

A mi modo de ver hay tres cosas notables que se pueden añadir al cuadro, y que ya existían en 1949 , que existieron en 1939, y en 1789... e incluso desde los tiempos clásicos en cierto modo:

e) la vocación filotiránica de las masas (en las que incluyo a los intelectuales que se suman a sus filas de uno u otro modo; los que, aunque su base tenga una idiosincrasia originaria propia, se confunde cada vez más con la de la masa para contribuir y converger al mismo resultado; convergencia por ambas partes a tenor de la reducción -o licuefacción- posmodernista de lo significante -su expresión psicológico-social- y la concomitante producción de burocratización a instancia de la propia democracia representativa... que su expresión socio-institucional). Vocación tiránica de las masas en sentido estricto (pueblo) que resulta del fraguado circunstancial periódico (crisis social mediante) de su deseo (aspiración) del buen soberano, y que, en los pensadores e intelectuales, nace de su particular manera de pretender el poder... el de hacer del poder efectivo o potencial un títere de sus ideas, lo que permite evitar ver las prácticas realistas que pudieran hacerse indispensables, colaterales, etc., o sea, toda suciedad causada por su propia mano. Esto cuando no deriva en su metamorfosis decisiva. Y aclaro: crisis social y no "económica" ni "política" ya que la razón de fondo de fenómenos de indignación por pérdida de derechos sociales, en el extremo por hambre, deriva a mi criterio de la imposibilidad de toda gestión buena, la del soberano bueno o, in extremis, la de los sabios detrás del trono. Y en todo caso de la pérdida del estado de equilibrio que resulta de los inevitables embates interburocráticos.

e) el carácter intrínseco que reviste la lucha intestina por el poder en el seno de la propia camarilla  burocrática en detrimento incluso de la complicidad criminal establecida para mantenerse como "grupo de ladrones" (el peligro consciente de que todos perderían todo si se hundiese el bote... al haber participado todos en todo). Por cierto, dicho sea de paso y como apunte a las evidencias que deberían admitirse como prueba del fenómeno descrito: el progreso en la dirección señalada de todos los gobiernos hacia un funcionamiento típicamente mafioso, diluye los límites tradicionales existentes (los licua) entre la criminalidad tradicional y la política, como se puede constatar hoy en día en todas partes, y, también, convierte La Ley adecuadamente modelada y/o tergiversada y/o soslayada en  un instrumento tiránico útil al servicio tanto de la  persecución como de la discriminación (como lo percibieran algunos de los afectados por esas prácticas, de repente situados en el límite de la lucidez -véase mi nota al pie de la primera parte de este ensayo-).

f) la tendencia excéntrica de los más individuos más reflexivos y a la vez más resistentes a la marginación y a la persecución, que debemos mencionar porque sin lugar a dudas se manifiesta... todavía al menos...

La  filotiranía de las masas (idílica pero minimalista, a diferencia de la filotiranía de los filósofos que sería maximalista salvo momentáneas claudicaciones ingenuas), descarta por falta de amor propio de parte de cada uno de sus miembros la posibilidad y la capacidad de gobernar (a los demás, claro, ya que la idea de autogobernarse en masa encierra incongruencias insalvables incluso en el límite, y sólo cabe como ideal alternativo del cosmopolitismo que la motoriza). Y esa es la base de su conformación como masa. El individuo que renuncia a ello porque no se siente capaz de asumir la tarea de tirano se suma a la masa o se convierte en su servidor privilegiado (tanto los co-tiranos de segundo orden como los demás cómplices o servidores actúan en realidad como cualquiera de los individuos de la masa, incluso si proviniesen del conjunto de los tiranos potenciales, y como estos se diferencian del resto de esa masa por ser capaces de ensuciarse la manos cumpliendo órdenes y prodigando alabanzas para hacer una carrera superior o secundaria). De ahí que bastantes miembros de segundo orden de la pirámide gobernante provengan de uno u otro modo de la masa para integrarse al gobierno tiránico en uno u otro grado, y, por supuesto, que provengan de la intelectualidad proletarizada o burocratizada, lo que se ha vuelto cada vez más ostensible, como es evidente). En este sentido, la descripción que Tocqueville hace del proceso revolucionario francés de 1789 desnuda una generalidad típica del comportamiento de las masas (el tema fue visto por muchos pensadores de enjundia desde el Renacimiento: Maquiavelo, Hobbes, Spinoza, Kant, Hegel...; conservándose siempre el cosmopolitismo idílico que caracterizó a la modernidad, es decir, al que ocultaba formalmente su significación concreta, real, radical situándolo en un futuro mesiánico al que no se debía renunciar por nada), el carácter idiosincrásico de la masa y de los individuos que la integran y definen; las masas no quieren gobernarse, sus miembros se reconocen incapaces de gobernar a los demás -una figura imaginable de la gobernación factible-, lo reconocen y se resignan a ser gobernadas... eso sí, exigiendo el reparto del botín, sea a costa de quien haga falta, esto es, mediante la sistemática marcha hacia la productividad y la redistribución (dos cosas que inevitablemente llevan al agotamiento de recursos y a la consecución de daños colaterales, es decir, a contradecir profundamente la propia racionalidad a la que se supone que se deba ser leal; dos cosas que apuntan por cierto a la base y la meta artificial que puso y vuelve a poner una y otra vez todo en marcha). El diagnóstico de Tocqueville es lapidario e indiscutible: "las masas no querían libertad sino reformas", es decir, que se les dejara de expoliar hasta la muerte. Lo demás es pura esperanza vana que ni Dios ayuda a alcanzar sino todo lo contrario, como refleja la leyenda de Babel.

El siguiente componente es descartado por Orwell que lo reduce a una pura comedia controlada, la comedia del fantasmagórico Goldstein que de todos modos utiliza para darnos algunas explicaciones causales. Es una perspectiva plana (por referencia a los encefalogramas de un cadáver) la que propone 1984 y a la luz de los datos expuestos parece el único resultado posible. No sólo en la imaginación literaria la selección artificial ha sido aplicada por una sociedad para depurarse. Más de una vez se han creando variantes realistas aunque increíbles de Morloks y de Elois y no hay nada en nombre de qué negarle a un grupo poseedor de varias docenas de patas, de miles de millones de docenas de patas (poder institucional, poder tecnológico y neotecnológico...) conseguirlo al fin. Sin embargo... encuentro una dificultad que me parece insalvable y que incluso excede cualquier referencia a las cuestiones de productividad que plantearía la nulidad dominante que esas perspectivas apocalípticas de hecho producirían: la productividad sería sin duda lo que menos importaría siempre y cuando se pueda apelar al exterminio o a las drogas... Y si no, considérese la fantasía de un mundo completamente stalinizado o reconformado mediante la revolución cultural maoista o a imagen de la Kampuchea Democrática o la Corea del Norte... o sea, donde no haga ni siquiera falta competir técnico-militarmente con el enemigo...

Sin embargo, sí que veo una dificultad para la realización y perpetuación de tales pesadillas.

En Ante la guerra, Castoriadis expuso su visión pesimista que sin afirmar que podría conducir al 1984 orwelliano sí parecía ser nada más que su antesala, al menos en caso de triunfo soviético, es decir, de las fuerzas sociales burcráticas representantes por antonomasia de la Fuerza Bruta en sí. La caracterización, a mi modo de ver, era realista: nada persigue una tal Fuerza que se pueda señalar como significativa, nada que levante ella misma para justificar -y camuflar- sus pasos en la niebla puede ser considerada auténtica y ni tan siquiera simbólica o alegórica o camuflaje de otra que bajo el maquillaje pudiera ser seriamente dibujada: es la neolengua la que habla, el doblepensar, que dice lo que simplemente parece útil para que todo siga marchando hacia la nada, para que el equilibrio se mantenga o se dirima en beneficio propio, para que los que escuchen reciban lo que quieren o prefieren oir, etc. En neolengua sólo hay tacticismo, no estrategia; o la estrategia única se reduce en todo caso a la conservación del mando "a cualquier precio" y no a la consecución de metas, no a construir utopías sino a conservar una ficción básicamente desconcertante, ilusa, aunque esto sea incluso secundario. No hay ideología en el sentido que se le diera al término y como se entendiera históricamente, sino extinsión del pensamiento; puro... amor, puro amor al Gran Hermano, diga y haga lo que diga, sea real o fantasmal; es la pura adopción de un mundo sin pasado ni futuro...

Sin embargo, en Ante la guerra, la cúspide no es homogénea ni está cohesionada por nada... Puesto que nada existe, nada se pretende, eso es una consecuencia lógica. Puesto que la única aspiración es sentarse en el sillón del jefe y/o a su vera... ser El Tirano o uno de los diferentes Tiranillos de segunda fila en el espacio donde las pirámides proliferan como hongos, la práctica política en la cúspide se reduce a la fabricación de la conjura o a la adulación, a morir por el líder existente y el propio puesto o a aspirar a conquistar otro superior, eventualmente el que ocupa el propio líder... En el mundo del hombre, por otra parte, la perentoriedad irremediable de la muerte lleva más tarde o más temprano al punto de ruptura del precario equilibrio que en realidad ofrece la estructura piramidal (algo que siempre puede anticiparse y que siempre está anunciado... bajo el nombre de magnicidio).

Ese punto de desequilibrio, deseado y compuesto hasta donde se puede en cada momento por unos y temido y evitado por otros, todos ellos intercambiables en primera y/o última instancia, punto que parece haber sido eliminado del futuro y con el futuro del panorama de 1984, es en la realidad insoslayable, forma parte de la mecánica de esa estructura de poder (del mismo modo que el asesinato o la revuelta formaban parte de la tiranía clásica -como el Herón, de Jenofonte, y la Historia, lo refleja-). Y ese desequilibrio resulta ser nuestra única esperanza... aunque sólo sea para conseguir un mero respiro más o menos perentorio. Un respiro hasta la siguiente fase de equilibrio en el límite, o el último respiro antes del colapso al que la superposición piramidal enloquecida provoque la ruptura de todas sus costuras.

Sin duda, no es como supone o sugiere Winston, el intelectual, en voz alta (es decir, mientras es registrado por la Policía del Pensamiento): "...aquel pájaro cantó para nosotros", sino tal y como sostiene sencillamente Julia enmendándole la plana: "No cantaba para nosotros. (...) Tampoco, sencillamente, estaba cantando" (tal como redondea la sentencia, enmendándose a su vez a sí misma de manera inmediata y corrigiendo el previo desliz antropomórfico dicho en primera instancia, situado en el lugar en el que puse los puntos suspensivos entre paréntesis, a saber: "Cantaba para distraerse, porque le gustaba." (ibíd., pág.268). Nuevamente, Orwell nos sorprende (aunque para muchos pasará desapercibida la intención o no calará en su manera de ver y de pensar las cosas) al volver a señalar a la naturaleza del pájaro y no a la proyección de la nuestra en él, en atención a nuestra conveniencia psicológica o ideológica a la manera en que la practica inutilmente Winston... lamentable o inevitablemente arrastrándola también a ella. Y nada es el ser humano en todas sus manifestaciones que nos diga, más allá de nuestra perplejidad congénita y de nuestra confusión concomitante, que nos permita tratarlo con otro enfoque. En todos los casos, se trata de unos resultados particulares.

Por esto no me parece factible conseguir o producir que la clase gobernante permanezca sin fisuras ni tensiones. Si un tirano pudiese tener todo el poder del mundo entre sus manos y no sólo pudiese seleccionar los más idóneos miembros de la masa para reducirlos a ganado de uno u otro tipo, sino también a sus compañeros de ruta... sólo obtendría a su muerte un vacío tal que en cualquier caso conduciría al colapso, del que tarde o temprano saldrían renovados creadores de mitos. Esto, en fin, sólo podría implantarse en el límite mediante un tirano eterno o inmortal, un dios terrible y estúpido al que movería el capricho y a quien amenazaría el hartazgo al estar absolutamente privado específicamente de amor.

En De la tiranía, Jenofonte nos hace ver entre otras cosas interesantes, lo que desespera al tirano, lo que precisamente Simónides le indica el camino para conseguirlo. Se trata, respectivamente, del amor que por cualquiera de los camino de su consecución llevaría al propio tirano a la autodestrucción o autodilución de su dominio. Esa necesidad tiránica es lo que la hacía en sí misma defectuosa o imperfecta. Lo que pondría en entredicho la necesidad de continuar con el Terror...

Precisamente, lo que no parece factible, lo que parece imposible viviendo del hombre, es todo tipo de perfectibilidad, tanto la vista como maléfica por la Historia real como la benevolente según prometen las utopías, sea la del estilo de la República de los Sabios socrático-platónica, sea la del propio Reino del Superhombre llena aún de cierto platonismo residual.

Parece a todas luces imposible que en base a seres humanos se pueda conformar una subespecie capaz de funcionar como lo haría una maquinaria programada. No sólo ni fundamentalmente al respecto de las masas (porque mutilarlas o drogarlas las haría inservibles) sino respecto de los propios dirigentes, que alcanzarían igualmente la incapacidad absoluta. De ahí que no sea aceptable la explicación histórica que Orwell nos ofrece a través del larguísimo texto atribuido a Goldstein (es decir, de O'Brien y su omnipotente equipo), donde la burocracia política habría alcanzado un imposible superracionalismo maquiavélico (ibíd., págs. 228-263) y cuyo "secreto" queda al final en el misterio... seguramente por esa imposibilidad que invita a la catarsis.

Lo específicamente humano es la introducción de la artificialidad en el Universo. La creación humana es creación de artificialidad, cuyos resultados, artificiales, se incorporan a la realidad del mundo como objetos reales o acciones de objetos reales... convirtiendo el mundo real en el mundo apariencial o "de la voluntad y de la representación"... aunque sólo en un sentido alegórico. La fuerza principal del hombre es su capacidad para crear artificialidad, y esa capacidad es en buena medida falta de cordura dentro de los límites de lo efectivo u operativo. No es inteligencia ni conciencia ni sensatez ni sabiduría ni sentido de la justicia.... sino todo lo contrario: locura en ciertos grados (aquí se ve cómo la conciencia paraliza...) Se requiere gran amor propio, confianza máxima en uno mismo, intrepidez, carácter temerario, predisposición a superar lo que sea que venga -los avatares, penalidades, obstáculos, percances, designios divinos, etc., o sea, ser héroes y semidioses rebeldes, no dudar, no vacilar, no caer en la desesperanza, no permitir que la mano tiemble, estar dispuestos a todo en nombre de la obra -uno mismo como proyecto-, ser un príncipe, un rey, un jefe, sentirse la conciencia y/o la voz de muchos, sentirse impulsado o motivado al mesianismo, avanzar a toda costa en la consecución de los sueños idealizados, edulcorados, justificados, adornados,  complejizados para embaucar y embaucarnos, es decir, para hacerlos realizables a través de sucedáneos similares o supuestas construcciones previas, caiga quien caiga... estar más allá del bien y del mal aunque en nombre de la propia valoración de lo bueno y lo malo... ser capaz de inventar e imponer la creencia generalizada  en el mito del cual es figura clave o decisiva, una valoración conjetural, ideología, dogma, visión, una incondicionalidad, un absoluto retrospectivo (que reescriba toda la historia, que sitúe el origen del mito en el pasado remoto, que sea una revisión de lo tradicional o una recuperación de algo aún más primitivo o primigenio, en principio algo con atributo de natural) que sea capaz de rodar y crecer como una bola de nieve, integrando y definiendo un estilo de pensamiento, un magma de significaciones, un camino, una marcha gloriosa... que produzca un botín que se pueda repartir.

La Tiranía, nacida en el límite pero a instancias de esos deseos compulsivos de realizar los sueños de unos y de otros, es expresión de la voluntad humana de dominación y domesticación (de la preferencia por contar con 24 patas en lugar de sólo con dos, como se dijera en el Fausto como signo de una locura irresistible). Parece inevitable. Parece que sólo queda la resignación en el sentido laxo del término, en un sentido nihilista.

Sin embargo, me pregunto si podría construirse un Edén donde el propio sentido de esa locura pudiera ser anulado... donde esa atracción cómoda perdiera su sentido y se vaporizara por simple ausencia de necesidad... 

Y esto nos lleva a contar con mi propio ejemplo como caso de la mencionada excentricidad y reflexividad inevitable (aunque tal vez extirpable, en cuanto sea molesta y el molestado tenga la capacidad de extirparla).

Winston siente (con Orwell) que escribir ha dejado de tener sentido cualesquiera que sea la perspectiva de futuro, pero no puede dejar de hacerlo... hasta que la única perspectiva lo demuele definitivamente, es decir, cuando deja de existir toda alternativa, toda duda. Winston, por fin, renuncia a ser un individuo; ha sido, por fin, domesticado como mera pieza del mecanismo integrador que realiza en falso el cosmopolitismo soñado (en esto equivale a las pesadillas de Huxley o de Wells): una raza separada, una subespecie, domina a los demás convirtiéndose en su cabeza inseparable; instituyendo dos humanidades en nombre de la unicidad. Sería, por una parte, una realización, auténtica por factible, del sueño cosmopolita (el de Kant, el de Marx... los cuales habrían devenido claramente en engaños y, a lo sumo, autoengaños). Pero una situación tan extrema sólo podría establecerse de manera imperdurable por no decir interminable si la tiranía perfecta de 1984 lograse eliminar de entrada el nacimiento de la subespecie que tiende siempre a quejarse y a proponer utopías, o, en todo caso, como en 1984, a demoler a posteriori esas personalidades en cuanto sean detectadas, para lo cual estaba la Policía del Pensamiento precisamente. No podemos garantizar sobre estas bases que ello sea imposible.  La técnica y la ciencia en manos del poder se acercan peligrosamente (desde el punto de vista de la preservación de los excéntricos al menos) a una fase en la cual esas opciones se vuelvan técnicamente factibles. La ingeniería genética, las drogas farmacéuticas, los sistemas electrónicos, la sofisticación represiva... podrían incluso discriminar por exceso para cubrir al máximo los riesgos de los molestos. La ciencia ficción abunda en jueguecitos extraordinarios para el exterminio feliz y hasta útil de tales individuos, sean rebeldes irracionales o conspiradores en potencia (carreras de alto riesgo, por ejemplo; una suerte de "encierros" o "corridas", como las que incorporé yo mismo a la novela que sigo prometiendo...) En realidad, seamos capaces de reconocerlo, el proceso de domesticación iniciado hace miles de años ha progresado sistemáticamente en la dirección de su propia significación. Domesticar fue convertir los frutos en comestibles, los animales en domésticos, es decir, consistió en adaptar, moldear, mutar sus propiedades naturales mediante su sometimiento a nuevas imposiciones a fin de cuentas naturales pero también artificiales (naturales en tanto la creación de artificialidad es natural en el hombre). Y los hombres, convencidos de su propia humanidad a la vez que de la inhumanidad de todo lo que fuera ajeno o extraño a la identidad propia, (mujeres incluidas, que como bien señaló Veblen fueron las primeras víctimas), cosas ambas inseparables y autocatalíticas, se dieron a la domesticación de los demás (es decir, a la selección artificial primaria pero ya efectiva de, por ejemplo, la práctica misma de la guerra y otras incluso más indiscriminadas, aún demasiado ideológicas o míticas, como la de acabar con una raza sin más consideraciones, etc.) como complemento de sus prácticas exterminadoras (la capacidad de domesticar, por lo visto, se conformó en el homo sapiens mucho después de que desaparecieran los neandertales... porque si no... menudos mayordonos tendríamos ahora...). El propio Sócrates de Platón es partidario de medidas de ese tipo con vistas a la instauración de la República de los Sabios...

No hemos llegado aún a una situación tan extrema, pero es innegable que, si no consideramos más que las dos tendencias mencionadas (filotiranía masiva y potencia exterminadora), los días de la excentricidad y de la brillantez están sentenciados, y puede verse en el horizonte lo que ya viera Orwell en 1949 y lo que daría lugar, con Nietzsche, a que sólo quede la risa... aunque ya sólo será la de los fantasmas a cuya condición serán finalmente reducidos (es decir, a nuestra actual subespecie de cuestionadores), fantasmas aherrojados entre tapas de libros polvorientos y registros magnéticos que se volatilizan, que nadie se preocupará por preservar siquiera como reliquias porque, al final, perderán todo interés.

En cierto modo, la perspectiva parece volver a apuntar a la utópica República de Sabios, tantas veces soñada... donde las masas aceptarían su condición y los dictámenes racionales de sus gobernantes: hoy se puede comer mucho, mañana poco, etc., lo que no parece factible. Unos Sabios que podrían ser molestados para la atención de los asuntos cotidianos y nimios, es decir, alejados momentáneamente de su mundo reflexivo e inútil... lo que no parece factible. Unos Sabios que se contentarían con ser alimentados y vestidos sin pretender más privilegios u honores que los que les concederían a los dioses individuos primitivos, y no unos ciudadanos seudoracionalistas y sofisticados como los del presente... sin duda, un imposible.

Pero... ¿podría haber aún diversos Edenes para grupos reducidos de Sabios que estuviesen dispuestos a dejar los demás atrás, a abandonar el resto del mundo a su suerte, incluso a manos de Morloks; tal vez a manos del proceso de autodestrucción anunciado... ? ¿Serían realmente Sabios, se podrían reproducir como Sabios desde entonces...? Parece claramente imposible imaginar a la vista de lo que estamos viviendo, un mundo en el que todos los humanos puedan conformar una sociedad única y a la vez desfragmentada... La humanidad sólo puede vivir grupalmente, o sea, fragmentada, separada o en lucha, por lo que la humanización universal soñada por la filosofía mederna (o tan sólo agitada como se agitan las banderas aglutinantes) sólo puede realizarse como opresión y/o exterminio sistemáticos y cíclicos destinados al colapso. Pero, sea o no de un modo transitorio, muchos grupos a lo largo de la Historia supieron construirse o crearse un mundo satisfactorio (aunque fuese a costa de someter y mandar, de legislar y contentar, de aniquilar y ponerse en riesgo de ser aniquilados... en fin, de hacer trampas en nombre de la seguridad y la certeza...)

No podemos aventurar sino lo que puede vislumbrarse, y, suponer a la manera de Orwell aunque sin coincidir con su pronóstico, que vamos hacia un colapso inevitable... Tal vez algunos puedan hallar un Oasis como el mencionado, tal vez todo simplemente se encamine de nuevo hacia el mismo fin... y se siga realizando el "eterno retorno". Eso es lo más sensato... a pesar de lo cual, sin duda por ese pertenencia idiosincrásica al conjunto, asimismo heterogéneo, de los individuos más excéntricos y  más reflexivos, reconozco que me cuesta dejar de acariciar la idea de ese Oasis idílico donde, para resolver todas las reticencias occidentales adquiridas por mí y a las que en auna u otra medida aún soy propenso, imagino que los esclavos necesarios para solaz de nuestra simple y buena manada podrían ser sólo máquinas especializadas, algunas fabricantes hasta de sí mismas... programadas para no pedirnos nada... no molestarnos... permitirnos dar la cara a nuestra propia insatisfacción congénita que se mueve entre resignaciones y alegrías... buscando sin hallar... aferrándose a una u otra creencia...

Hace poco he comenzado a leer Ensayo sobre el don, de Marcel Mauss, donde, nuevamente, encontré un caso antiguo, esta vez incluso primitivo a la vez que más próximo a nosotros en el tiempo, de grupos humanos simples que se sentían en su entorno "muy ricos" y "muy felices", vivir... "una fiesta perpetua" incluso, como apuntara Mauss (op.cit., de donde los términos y las frases entrecomilladas precedentes y que siguientes). Y lo fueron en los casos más crudos, al extremo de poner esa riqueza y esa felicidad en estado constante de "aniquilación" mediante la práctica sistemática de la destrucción que se ha dado en llamar potlatch... "esos fenómenos sociales totales" o "sistemas de prestaciones totales de tipo agonístico" que promovían y conservaban como obligatoria "la batalla", "el asesinato" magnicida y "la destrucción puramente suntuaria de las riquezas acumuladas". O sea, que mantenían una orientación del enriquecimiento para... "la aniquilación", el consumo que llamaríamos gratuito (aunque no lo serían en el marco de lo imaginario, y social, donde se entendían como devoluciones obligadas) de índole "sacrificial",  "contractual" con el poder dador y gratificador del mundo (físico y metafísico en las proporciones en que se dividiera), el mundo con el que bailamos o entablamos un duelo. Ricos, muy ricos, y felices... en fin, bajo unas reglas de vida tan histriónicas, tan artificiales -aunque más inocentes- como las nuestras de hoy en día...

Entenderlo, debería servir para algo, aunque acabe en una ilusión renovada de realización imposible.

Sin embargo, la idea de que los hechos puedan obligarnos a vivir de otra manera, renunciando a la pretensión de unificar a la humanidad o igualarla a nuestra propia imagen y semejanza, podría ser una alternativa de futuro... ¿para después de colapsp?, ¿igualmente temporal hasta que todo volviese a complejizarse...? ¡Algo así ofrece un pequeño giro al sueño de Sócrates!, aunque sin desembarazarse del todo del mismo, cuyo núcleo precisamente define al ser humano.

¡A mí, que lo sueño y lo desprecio por momentos, me produce risa! ¡Sé que se trata de un sueño infantil y tramposo, es decir, de otro juego que conduce al juego que conduce al juego...!

lunes, 13 de diciembre de 2010

"1984"... ¿esperanza o pesimismo? (Parte segunda)

1984 (continúo) se materializa en el caldo de cultivo en el que George Orwell (como buen intelectual) sufría y se ahogaba -sólo así se puede explicar que fuera escrita... y tan bien escrita-. En este sentido, se podría decir que Winston Smith es su Mister Hyde o algún desdoblamiento equivalente... en cierto modo -sólo en cierto modo- nacido en un caldo socio-histórico relativamente diferente del de Stevenson pero extrapolado en cada caso a partir de la realidad en la que respectivamente escribieron...

En la sopa germinal de Orwell, se encontraban no sólo los aún insuficientes conocimientos que podían tenerse en 1949 de los excesos del stalinismo (capciosos por otra parte para la inmensa mayoría de los intelectuales de la época, que globalmente preferían saber sólo lo que convenía saber para trabajar en defensa de la URSS y en favor de la consecución de su Imperio... en nombre del compromiso del intelectual), datos que eran suavizados o ignorados a su vez bajo las tibias declaraciones aliadas, sino también... lo que Orwell fue capaz de observar a través de sus propias idealizaciones frustradas. Esos resultados de la observación de la realidad circundante por parte de un pensador valiente que, a pesar de todo, no podía renunciar al bagaje filosófico e ideológico que arrastraba (me refiero al pesado bagaje del racionalismo y en particular al de su conformación marxiana), se acuciaron realimentando la decepción detonante. En realidad, al menos hasta aquí, no estoy diciendo nada novedoso sino de algo que vale para toda obra artística y su autor e incluso para todo pensador sensible y no comprometido, es decir, para todo excéntrico (algo que creo que se es por una combinación de decisión propia y circunstancias).

Sin embargo, se suele dejar de lado todo esto cuando se encara una crítica o un análisis de un texto, ya que, como he sostenido en la Primera Parte, se selecciona aquello que, cuanto menos, evite perturbar la tranquilidad ideológica o mítica de quienes los encaran; tranquilidad que ha hecho raíces en aquello a lo que se aferra uno para garantizar la supervivencia. Sea esto real, y lo sea en un contexto dado, o acabe resultando, al cabo de la ruina de ese contexto, algo puramente imaginario... y por ende muy decepcionante.

En la novela, en particular, nos encontramos con la siguiente situación que, nuevamente, puede tomarse sólo como un intento muy imaginativo de una dictadura burocrático-política de corte stalinista (sin duda el modelo de referencia considerado y utilizado) en el límite, es decir, donde lo que se pudiera saber de su modelo habría sido extrapolado al límite. Winston y Julia, la pareja trasgresora, representa dos modos de oposición profunda y creciente al régimen, una oposición que se agudiza en la medida en que la trasgresión toma formas concretas (especialmente al fijar el refugio secreto). Al final de la primera parte, tiene lugar en el cuarto clandestinamente alquilado, un debate acerca de lo que se debería o no hacer para luchar efectivamente contra el Partido... y en ese momento Winston propone unirse a la hipotética Hermandad de la que nada sabe salvo que "lucha en contra" mientras Julia sostiene que la única lucha de importancia se libra mediante las trasgresiones intrascendentes, cotidianas, secretas...

La segunda parte empieza no obstante con la frase: "Al fin lo hicieron", que en el fondo adelante la respuesta de "los otros" (o "ellos") que sobrevendrá como consecuencia de la decisión que ha tomado la pareja, por lo visto de mutuo acuerdo... Lo que "hicieron" es ponerse a disposición de la Hermandad como militantes de base... quieren "hacer algo", no pueden seguir estando "callados" o mantenerse "pasivos"... hasta que un día los detengan sin más por sus "travesuras". Si tienen igualmente que morir o "ser vaporizados", si tienen que desaparecer de la Historia y del Pasado como si no hubiesen existido nunca, preferían que sea por una acción significativa, históricamente significativa, que deje o intente dejar huella en la posteridad... gracias a desviarla de su curso actual, gracias a salvar... "el pasado", por el que la pareja, a instancias obviamente de Winston, acabará brindando con O'Brien (no olvidemos la preocupación de Winston por la posteridad y la sensación suya de que en ese régimen y gracias a la visible inamovilidad basada en impuesta "mudabilidad del pasado", nada de lo que el pudiera escribir (y denunciar) tendría sentido dado que si la situación se perpetuaba "no le haría ningún caso", aunque tampoco lo tendría si cambiaba radicalmente porque "carecería de todo sentido para ese futuro" (1984, Ediciones Destino, Literaria, Barcelona, 2008, pág. 14 y pág. 39); una evidente preocupación intelectual (y sin duda de Orwell). Y, cuando el final se anuncia y por fin se precipita, será informado dos veces de que la situación es inmune a la denuncia y la crítica individual (ibíd., págs. 262-263) y que debe "perder toda esperanza de que la posteridad te reivindique" (ibíd., págs. 310-311). Ya desde un inicio, pues, se pone en tela de juicio la propia actividad del intelectual, incluida la de él mismo, claro. Y sin duda Orwell se refiere a su propio espacio-tiempo cuando se dice en realidad a sí mismo, en 1949, Winston mediante por supuesto:
"El Diario quedaría reducido a ceniozas y a él lo vaporizarían. Sólo la Policía del Pensamiento leería lo que él hubiera escrito antes de hacer que esas líneas desaparecieran incluso de la memoria. ¿Cómo iba usted a apelar a la posteridad cuando ni una huella suya, ni siquiera una palabra garrapateada en un papel iba a sobrevivir físicamente?" (ibíd., pág. 39)
Y sin embargo... continua... y llevado de la mano de su propia idiosincrasia... marcha hacia ninguna parte. Sin duda, y este es uno de los descubrimientos intuitivos que más valoro de Orwell y que para la mayoría hoy sigue pareciendo secundario, la propia idisincrasia, el peso del aparador pesado de la propia obra (para usar el término que emplea Nietzsche en su Zarathustra), el amor propio en fin ligado a un perfil convertido en piel e indesprendible... manda. Sin duda, en línea con lo que ya expuse en la primera parte de este apresurado ensayo, como...
"...habló el noble cuando vio el plumaje de la flecha que lo había atravesado: no hemos sido víctimas de otra cosa que de nuestras propias alas" (Esquilo a través de Aquiles, citado de Sófocles de Karl Reinhard, Ensayos/Destino, Barcelona, 1991, pág. 18).
Ahora bien, O'Brien está dispuesto a admitir nuevos soldados para la causa que se supone lideraría el fantasmagórico Goldstein (alter ego de Trotski, que apenas si es un guiño literario a la realidad), ejemplo en todo caso del carácter fantasmagórico, eufemístico, imaginario de la lucha entre camarillas intercambiables que, si se sabe leer más a fondo, trascienden los marcos de las dictaduras de Partido Único. La oposición de la Hermandad no pasa de ser un espantajo útil a la propaganda del Partido Interior, del INGSOC, construido por los propios fabricantes de ideología (en realidad, no tienen ideología sino que la fabrican, la sugieren si acaso, se justifican en un discurso fragmentado e incoherente que no explica nada pero que sirve para hacer creer... qué son y qué no son; qué son, qué pueden ser y qué no puden ser... etc.)

Pero la puesta en escena, la caricatura, la copia imaginaria, exige ser fiel al original aunque no haría falta todo eso para cumplir con sus fines. Lo exige porque es una caricatura o una copia y porque esa es la Gran Burla a la que se debe condenar al disidente (esto lo podemos ver en el montaje teatral televisado en Irán recientemente, donde se monta un reality show de confesión cruento por parte de una mujer sumariamente acusada y condenada por adulterio y supuesto asesinato). Claro, tratándose de una organización clandestina extrema y dadas las circunstancias imperantes para la supuesta lucha, se requiere un comportamiento riguroso y una lealtad a toda prueba... Y la caricatura se vuelve inmediatamente equivalente al Partido de los viejos tiempos, al que fuera antes de la toma del poder... y que en completa correspondencia apunta a un futuro también equivalente. La caricatura es pues pedagógica: si Winston y Julia quieren acabar con el Régimen existente aunque sintieran que "Cualquier intento (...) tenía que fracasar" (ibíd., pág. 164)... tendrían que recrear otro idéntico. Si querían luchar en serio... debían luchar para que todo siguiese igual. Esta es la doble trampa del Régimen... una trampa perfecta en sí misma en tanto representa la realidad imperante y la única que puede tener cabida en el plano de lo imaginario (apunto aquí, de nuevo para ciertos lectores menos avezados: la literatura, el arte literario, no sentencia la incondicionalidad real, tan sólo la utiliza... pero, sin embargo, ella apunta a una perspectiva real, a una perspectiva que lucha por imponerse contra viento y marea... aunque sin duda, en los hechos, se la pueda ver naufragar -volveré sobre esto en la tercera entrega-).

Salvando las distancias (para que mis lectores no puedan objetar que no lo considero), es la trampa y la burla que en las democracias representativas impone el recambio político mediante la celebración de elecciones periódicas donde se asume la apariencia de que cada uno valga un voto...

Si miramos el problema descarnadamente y sin las vanas ilusiones que a la mayoría se les hacen necesarias para soportarlo, un régimen de esas características resulta casi omnipotente. Y esa es la vuelta final de la tuerca: Winston y Julia, al juramentarse hasta las últimas consecuencias (o casi, porque hay una pequeña salvedad que sin problema les será inmediata y fácilmente concedida: permancer juntos... y seguir ahondando juntos la violación de las normas establecidas, o sea, corroborando su culpabilidad), admiten desde el principio que los métodos y los resultados serán los de siempre. Y esto es también algo que vale cuando se acepta la validez o las supuestas bondades de la democracia representativa: admitir, justificar y, consiguientemente adoptar, que así debe ser, que sólo se puede luchar contra el régimen sobre las bases que les ofrece el propio Régimen... en el caso de nuestra pareja, por O'Brian, en su caso, un grado extremo de lealtad y predisposición al método de lucha para garantizar una acción eficaz. Que sólo un doble del Partido puede luchar y sustituir al Partido; un clon...

Pero El Régimen es más que un conjunto de normas políticas instituidas... también es su pasado, su evolución, su marcha previa en la dirección final, su resultado...

En el caso límite que se escenifica en la novela, observemos por otra parte el interesante hecho de que Winston y Julia responden ante todo al principio de la lucha en contra, donde el ideario resulta tan absolutamente secundario que apenas se comenzará a conocer, y sólo hasta cierto punto, en un segundo término (Winston no termina ni siquiera de leer lo fundamental, pero, además, las promesas de algo diferente, de una alternativa feliz, no parecen sino dejarse en manos de las propias ilusiones de los destinatarios de esa lectura). No puedo sino pensar que Orwell, de ese modo, insiste en la imposibilidad absoluta de otro mundo mejor que pueda ser distinto del de las utopías y las construcciones imaginarias irrealizables. Especialmente porque al habernos adentrado ya tanto en el horror, su institucionalización misma lo ha vuelto irreversible... creándose una situación en donde cualquier método revierta en el punto de partida.

Sin la menor posibilidad de retorno o de arrepentimiento y obviamente ninguna de participación crítica o creativa en el proceso, Winston y Julia se alistan en un ejército de hormigas para combatir un hormiguero y resultan doblemente condenados: en un segundo plano por ellos mismos, por su propia culpa, por desear ser ellos, en todo caso, parte del propio recambio.

Winston y Julia vislumbran con matices, una o dos veces, la supuesta salida... proletarizarse en el sentido concreto de adoptar laforma de ser de "los proles (que) continuaban siendo humanos" (ibíd., pág. 205), ya que "seguir siendo humanos, aunque esto no tenga ningún resultado positivo, los habremos derrotado" (ibíd., pág. 206; se entiende que usa "humanos" en el sentido mencionado en pág. 205) y convertirse en felices inconscientes, en unos niños a perpetuidad... y, en todo caso y a lo sumo, rebeldes, como propone ella, "burlar las normas y seguir viviendo a pesar de ello" (ibíd., pág. 164), ya que "Dentro de tí no pueden entrar nunca" (ibíd., pág. 206). Pero, más allá de que salir de ese mundo en el que parecen anclados les resulta al parecer imposible, no se pueden resistir a sus propios impulsos... revolucionarios, es decir, básicamente dictatoriales (o vamos a seguir diciendo que Lo Bueno es lo propio y por ello Lo Justo para todo el mundo... lo quieran relativamente unos o lo rechacen otros?) Y por eso aceptan todas las cláusulas del juramento de lealtad, inclusive la de estar dispuestos a las crueldades más abyectas y gratuitas siempre que les sean simplemente ordenadas.

Por añadidura, esa disponibilidad para "matar", "torturar", infringir daños gratuitos incluso a inocentes por excelencia y por fin estar siempre dispuestos a "morir por la causa" se compromete no sólo sin contrapartida alguna sino aumentando las miserias y los riesgos. Es como si sólo les hubiese bastado tener la perspectiva ilusoria de hacer algo en contra (y en ese sentido de actuar como seres sensibles, vivos y conscientes, sujetos de unos deseos sin duda eróticos... de los que parece estar empedrado el camino a los infiernos), de manera inevitable, aceptando incluso perder todo derecho a saber algo del propio curso de la acción a la que se suman de manera atómica, de sus posibles éxitos, de sus posibles fracasos reales... Es como la promesa de entrar en una sueño del que esperan salir alguna vez de repente con los desos cumplidos. ¡Esta es la mecánica cruel de la promesa! ¡Y ello les será incluso echado en cara; es decir, serán situados ante su propia imagen de míseros y débiles seres humanos, a los que, por serlo ni más ni menos, se les reserva un único lugar posible, el del infierno!

Y, otro hecho significativo y absurdo a la vez que inevitable, para ganarse la entrada en la conspiración, lo primero es la confesión de los delitos: "Somos criminales del pensamiento. Además, somos adulteros." (ibíd., pág. 211).

Sí: ¡una trampa rotunda!

Todo esto es aceptado y adoptado por la pareja, al unísono y sin vaciliaciones... salvo... separarse (lo que, dicho sea de paso, cuando la pregunta llega parece pedir una respuesta coincidente y coherente con el resto... lo que provoca un conflicto interno, especialmente en Winston, el personaje que representa una motivación cerebral detrás de su conducta, y por fin la coincidencia en la negación común... lo que también resulta de una forzada coherencia interna en Winston). Lo que resulta una pinceada maestra de Orwell es por fin la actitud alegre y condescendiente que manifiesta O'Brien ante ello. No sólo porque todo es un puro teatro donde las respuestas todas no son significativas y todas igualmente utilizables en contra de las víctimas (que ya estaban lógicamente en la mira del Partido y de su Policía del Pensamiento), sino porque sin duda, en un proceso revolucionario de tipo conspirativo... se pueden admitir ocupaciones no contradictorias con la idiosincrasia de cada uno de sus miembros... ("Haceis bien en decírmelo...", aceptará sin más O'Brien, ibíd., pág. 214); lo importante es la "perfección", la "competencia", la "laboriosidad" (ibíd., págs 226-227 y 236). Y dar las labores de asesino al asesino nato así como las de logística en la retaguardia al pusilánime... Todo puede servir a la causa, todo puede valer... Menos pensar, menos saber, menos criticar, menos dudar, menos no obedecer ciegamente... (ibíd., pág. 236)

Insisto y resumo: más allá de los detalles, lo que Winston y Julia aceptan es una militancia imaginaria que se basa en los mismos presupuestos (lealdad, fe ciega, desconocimiento, dogma, promesas de futuro...) que definen al Régimen imperante y a su Partido, y esto apunta a dos cosas muy significativas: no parece haber una alternativa sustitutoria, ni otra vía para producir "un cambio", que el método del enemigo; la segunda, el resultado final sólo puede ser algo tan parecido que sólo podrá resultar equivalente. Por ello, son devueltos al Partido, no del todo leales a lo Único que puede existir y donde se puede hacer algo... es decir, ser lo que son, sino convencidos de que nada que pueda llamarse vida pueda darse en otra parte ni a través de ningún camino... Incluso, que es en ese mundo donde, bajo las condiciones impuestas, está todo lo que se puede vivir y todo lo que puede ser amado... en definitiva y en síntesis: El Gran Hermano.

Ahora bien... ¿de dónde en definitiva saca Orwell estas conclusiones pesimistas? Tiene que ser y sólo puede ser, de su presente, del mundo que tenía a su alcance, que podía observar, cuya decadencia contemplaba y sufría en carne propia, cotidianamente...

Orwell, entendámoslo, no sugiere la existencia de un país donde se haya construido tal régimen rodeado de otros donde la libertad y la humanidad campearía, oponiéndose y asfixiándolo hasta que se rinda y libere al hombre allí encerrado de nuevo... No, en realidad el mundo de Orwell es todo el mundo occidental (para él el determinante, en ese sentido, adoptando el tradicional punto de vista marxiano, por ejemplo, al apuntar al rol destructivo de los medios de producción -pág. 243-; el mundo en fin donde se resolverá todo). Esto, como he señalado en el apunte, lo informa Orwell a través de la lectura harto exhaustiva que lleva a cabo Winston de parte del manual de Goldstein (es lo menos literario de la novela), a través del fantasma Goldstein, o sea, informar al lector más que dar fe de la supuesta ideología del personaje que aquel es por partida doble. En esa lectura hay a lo sumo una perspectiva de explicación que no se nos revela, ni siquiera a Smith. Nada de promesas, ninguna esperanza de alcanzar el paraíso negado por la realidad: tan sólo, insisto, una eventual elucidación de qué ha conducido a que las cosas llegaran a ser de esa manera... inevitables, inamovibles, casi... naturales.

Orwell, es evidente, observó esas causas naturales como formando parte de la propia democracia representativa de mediados del siglo XX en el que vivía (y gracias a la cual, o sea a sus fisuras e incompletitud, podía escribir y publicar... claro que siendo tergiversado y reducido a lo menos peligroso que pudiera ser), donde ya hacía rato (¡un par de siglos!) que las camarillas se sucedían unas a otras sin que se pueda cumplir nunca la voluntad del pueblo. Y esto menos que ayer y poco más que mañana, en todo caso con fugaces ramalazos de paz aparente y promisoria.

Esto, en el límite, es lo que Orwell denuncia, lo que lo lleva a un pesimismo sin alternativa (véanse las referencias al pasado, su presente y el nuestro en realidad, en ibíd., pág. 200, y en los textos atribuidos a Goldstein a partir de pág. 245) Su mención al uso de la guerra con fines de distracción y reducción del bienestar peligroso por su empuje hacia la democracia/bienestar (una idea falsa -anclada como acabo de señalar en el marxismo originario-, ya que no es necesario eso para ello, y porque responde la guerra a la continuación de la política de dominio interburocrático, sólo detenida por el equilibrio, como lo de los mosquetes demostró) y su reducción (marxista) a los planes oligárquicos de destrucción con fines de dominio, un dominio que asegura, a través de Goldstein, que se remonta al hombre primitivo ("neolítico" -ibíd., pág. 245-), abundan en la misma dirección: nada "nunca ha cambiado", generalizará caricaturesca pero también premonitoriamente (ibíd., pág. 246).

Y aquí asoma, más de hecho que de derecho, más de una manera ambigua y ambivalente que como parte y resultado del proceso, una realidad que en Orwell pesa a medias del lado del pesimismo y que sin embargo es decisiva, aunque no tanto causa, como se piensa sino como parte de la interactiuvidad, resultado y consecuencia al unísono. Se trata de la idiosincrasia de las masas (y su evolución a instancias de la burocratización y desarrollo tecnológico-industrial generalizados, un proceso que de todas manera no considero lineal ni mucho menos) así como de la idiosincrasia del estamento productor de ideas (intelectual) y su propia evolución, es decir, del conjunto del pueblo o de la ciudadanía, culaesquiera sea el nombre que se le quiera dar excluyendo o no a propios y a convenientes, todos ellos separados del ejercicio real del poder político o dependientes de unos representantes cada vez más ungidos como "únicos posibles" y que se conforman de manera estrictamente profesional (debiéndose añadir precisamente la evolución de estos últimos y de las instituciones que integran, gestionan y recrean).

Esas idiosincrasias no tienen sólo las facetas que Smith-Orwell valora o denosta respectivamente (bucólica la de las masas laboriosas en la cual pone toda su esperanza de futuro... hasta que no pudiendo asumirla no quede de ello nada; ilusa y conflictuada la intelectual; ultraseudoracional la burocrático-política, casi una máquina, casi hormigas de un hormiguero perfecto...). Tiene también la faceta de la debilidad y del deseo de justicia per se, de la exigencia de que alguien, Dios o el Estado, la administre y la establezca respondiendo a su mejor conveniencia dentro de "lo aceptable", y también la faceta del resentimiento y de la impotencia, todo lo cual forma parte inseparable de su idiosincrasia, realimentada y exacerbada de manera creciente a tenor de la marcha de las cosas (la complejización y la burocratización con su vida propia o autonomización relativa, incrementa la estrechez del espacio participativo de mil modos o mediante mil mecánicas confluyentes) y todo lo cual, por fin, los lleva a soñar con una tiranía buena, justa, virtuosa, redistribuidora... ¡para cada uno!... lo cual hace cada vez más utópica, lejana, imposible su advenimiento... o, en otras palabras y de manera obvia, reduce las alternativas, como el 1984, a una sóla, precisamente, a.... "la adoración del Gran Hermano", definitivamente institucionalizado, definitivamente tiránico...

Claro que esto tampoco es sencillo ni un resultado garantizado... Siendo los tontos los que resultan listos en esta historia, justo es señalar que no hay lugar para una reducción al hormiguero perfecto ni a la necesaria racionalidad maquinal demoledora e inútil. Pero del optimismo, que excede a 1984 y allí brilla por su ausencia, les hablaré, como ya he dicho, en una tercera y última entrega.

miércoles, 1 de diciembre de 2010

"1984"... ¿descripción o prospectiva? (Parte primera)

Recientemente he tenido un par de oportunidades de reconfirmar mis tesis en relación al funcionamiento de la humanidad; en particular en lo que al carácter ingenuo como poco que encierran las pretensiones de la mayoría de las gentes de hoy en día de llevar a los demás (si se me permite el abuso publicitario) a una nueva conciencia por mediación de su arte narrativo, primordialmente moral o al menos pedagógico. De manera más directa: la convicción formal o declarada que asiste a la mayoría desde los tiempos modernos por convencer a los demás de lo que cada cual considera bueno y/o positivo. Formal o declarada... en tanto ignora o niega la existencia de los innumerables instrumentos de coerción que apuntalan su supuestamente pura pedagogía y sus sugerencias admonitorias, remitiéndonos sólo a lo que prefiere destacar, y en realidad, a lo que, como veremos, se aferra como a un clavo ardiente.

La primera de aquellas oportunidades se presentó en el curso de la última sesión de una tertulia literaria a la que acudo, donde nos centramos en el análisis de  1984 de George Orwell. Confirmando un punto de vista que he adoptado, pero que se remonta a Tucídides al menos, pude reafirmarme en el hecho de que no existe posibilidad alguna de convencer a nadie mediante el discurso... es decir, mediante nada. Por lo que habría que reconocer que los discursos que se pretenden didácticos en uno u otro grado y con una u otra técnica,,, apenas pueden ser meros acompañantes de escondidas, disfrazadas, vergonzantes y/o reprimidas pretensiones de dominar a los demás... lo que puede o no ponerse en práctica y, de hacerlo así, con mayor o menor decisión y falta de escrúpulos, y con un grado u otro de institucionalización (porque, dicho sea de paso, no son ni más ni menos que discursos institucionalizados los que conforman e integran las prácticas educativas de escuelas, colegios, academias, universidades, así como también los propios libros, con su estructura editorial y de difusión...).

La tertulia, para empezar, me permitió comprobar hasta qué punto la mayoría de los lectores contemporáneos ven 1984 como una descripción de la sociedad extrema que en última instancia se remite a la URSS stalinista y en todo caso a la actual Corea del Norte o Cuba (siendo así, todavía y al menos para algunos, una obra panfletaria). Lo cierto es que, tras la caída del muro y el viraje perestroiquista que fue mostrando en el tiempo diversas facetas hasta hoy sin que aún se sepa a ciencia cierta cuál pueda ser la última, la obra de Orwell -como tantas otras de su tipo, y pienso ahora en El castillo...- ha sido por fin aceptada masivamente como un canto de justicia que, no obstante, ya no incitaría a la rebelión sino, más bien, a la resignación acomodada, es decir, a la consideración de que más vale quedarse con lo que hay y dejar de pedir más... y, en todo caso, esperar a las siguientes elecciones...

Esa manera de pensar (y como tal debe entenderse) y de valorar las cosas (al punto de ordenar sólo unos aspectos y ni siquiera incluir otros, incluso como si sobraran o fueran meros complementos), se ha vuelto dominante precisamente a instancias de la decadencia o ruina sufrida por la intelectualidad sobre la base de su imparable proletarización (domesticación) y burocratización alternativa (claudicación) así como a la doble torsión del nudo que representa la llamada "democratización de la cultura" y su "licuefacción". Este proceso combinado y entrecruzado cuyas partes conforman las facetas del mismo asunto, ha redundado, entre otras cosas, en esa única salida posible, la de la resignación antes mencionada, que también puede verse como la asunción de un cierto optimismo formal que permite una manera feliz de ver el mundo y parece haber marginado notablemente la idea de que la felicidad pueda alguna vez ser alcanzada... Es como si, aceptada la falacia del Paraíso Futuro, finalmente mesiánico fuese obra de Dios o del Hombre, se hubiese instalado en la mayoría de la gente la idea de que debemos ver todo lo "alcanzado" hasta ahora como digno de satisfacción y, a fin de cuentas, como garantía de no retorno... esto es, como garantía de no retroceso.

Esta manera de ver las cosas, indudablemente líquida en el sentido que le diera beneplácitamente Baumann, resultaría así la precondición para no retroceder y asegurar incluso el avance que tanto prometiera la modernidad de manera "exagerada"... Habría que ser más modesto y aceptar el estado de cosas alcanzado... habría que saber valorar, y positivamente, lo que tenemos para que no se nos escape... Con un claro pie en la superstición... se pretende aventar la magia negra mediante el sortilegio de ignorar cualquier supervivencia de la obra del mal en las grietas y los poros abiertos... Ignorarlos acabaría por producir su desaparición, invocarlo podría reavivarlo.

Esta es la especie de magia blanca a la que apela la mayoría de los bien educados...

Esta conducta se pone de manifiesto, como he dicho, no sólo en el ejercicio de su actividad política, generalmente reducida y cada vez más, a la concurrencia electoral o a la abstención militante, sino incluso cuando la gente lee. Y por lo tanto, cuando piensa. Y en el caso de 1984 esto simplemente se confirma, produciéndose el fenómeno que el propio texto describe cuando habla de la reconstrucción del pasado en función del presente.

Claro que al decir esto ya estamos asumiendo en qué consiste el mecanismo a la vez que doy mi propia visión del sentido dado a su novela por Orwell. No se trataría, en el episodio mencionado, de ninguna descripción de una sociedad pasada o futura concreta, sino de la puesta en términos alegóricos de una mecánica que practica la inmensa mayoría de los habitantes de nuestras sociedades democráticas y occidentales. No en base a un omnipotente y a su Partido omnipresente con su monstruosa red de telepantallas y telecontroladores (carísima hasta el extremo de lo imposible, e impracticable por tanto... pero, sobre todo, ¡innecesaria!), sino en base al pequeño gran hermanito que la mayoría lleva dentro, que la mayoría necesita, que da a esta sociedad absurda su consistencia y resistencia ante el caos que construye paso a paso... y en cuya construcción crea el camino que conduce, más o menos inestablemente, a la tiranía que Orwell entreveía. Entreveía, precisamente, en cada uno de esos actos y conductas, en cada una de esas maneras de pensar.

Expresiones todas de las tendencias que Orwell fue capaz de ver desarrollarse a su alrededor, ¡en 1949!, y que sentía que podrían derivar en la instauración, ¡en Inglaterra como en cualquier otra parte (aunque situar la acción en Inglaterra no puede considerarse una casualidad sin más)!, de un régimen de corte stalinista. En 1949, igual que hoy, la mayoría rebuzna convencida de su propia seguridad (basada en una pura fe y en la ignorancia supina de todas las manifestaciones en contrario): ¡Eso es... imposible! Sinceramente, ni Orwell, ni Kafka antes, ni yo hoy (entre algunos otros excéntricos, ni más ni menos inteligentes que nadie en particular sino apenas especialmente desenraizados) pensamos: ¿Y eso... por qué; por qué vamos a suponer que los casos producidos, desde la Rusia de 1917 a la Alemania de 1933... que por los pelos y quizás por culpa de la poco práctica elección del enemigo alegórico, el racial en lugar del más efectivo social e ideológico, no triunfó y perduró en la Europa Occidental, llegando a la China de Mao, la Kampuchea Democrática, la Corea del Norte y la Cuba de los Castro, la actual Rusia, la actual China, la pléyade de países de África y Latinoamérica, emergentes o no, de Medio Oriente, Indochina, la Polinesia, etc., han sido ¡todos ellos!, tormentas pasajeras y periféricas? Indudablemente, sigue siendo eficaz la fe en la democracia representativa y la libertad de expresión, reunión, etc. que la caracterizan. ¡Tanto que muchas de las novísimas dictaduras han adoptado su disfraz más desconcertante, como los mencionados países latinoamericanos de sur a norte, los asiáticos de este a oeste, los africanos de norte a sur, ponen en evidencia (como bien ha sabido ver el Sr. Henrique de Radio Venezuela tal y como ha expresado en la reciente entrevista que le hicieron en la cadena Ser sin que, por cierto, muy probablemente nadie que la escuchase captara hasta qué punto nuestro país, y en algún grado todo el mundo, está a sólo un paso de la situación descrita)! (*)

En 1984, Orwell intentó desentrañar el misterio de esas tormentas, un misterio que la inmensa mayoría de los miembros de la sociedad occidental guarda celosamente en su corazón y su mente. Ese mismo sentimiento y esa misma manera de pensar y conducirse que Milan Kundera descubriese un día en la conducta de una vieja amiga, ex prisionera del régimen comunista de Checoeslovaquia durante 15 años y por fin liberada y rehabilitada en 1966 (una persona de un valor y dignidad extraordinario, como nos cuenta Kundera), cuando vio cómo ella provocaba en su hijo un profundo sentimiento de culpa; esa observación llevó al sutil escritor checo a la siguiente conclusión documental:
"Lo que el Partido nunca consiguió hacer con la madre, la madre consiguió hacerlo con su hijo. Ella lo forzó a identificarse con la acusación absurda, a ir a buscar la falta, a hacer una confesión pública. (... era) un miniproceso staliniano... (... concluyendo por fin que...) los mecanismos psicológicos que funcionan en el interior de los grandes acontecimientos (aparentemente increíbles e inhumanos) son los mismos que los que rigen las situaciones íntimas (absolutamente triviales y muy humanas." (Milan Kundera, El arte de la novela, Tusquets Editores, Fábula, Barcelona, mayo 2000, págs. 125-126)
Es obvio que la madre, como la mayoría de mis contemporáneos, no reconocería, al menos no con facilidad si es que fuera capaz de tamaña inteligencia... y desapego. Algo a lo que se añadiría sin duda la negación de que la marcha hacia esos "extremos" simplemente continué con francos retrocesos y zigzagueos, dando un paso atrás o marcando el paso en el sitio para volver a avanzar dos nuevos pasos,  y que no puede cesar mediante el supuesto auxilio de la educación, de la experiencia propia y menos de la indirecta o de la sujeción de todos a una moral férrea donde la pudiera haber de nuevo (y que no sea, precisamente, de índole stalinista y por tanto represora de la peligrosa vitalidad, tal como lo viera Orwell y lo manifestara en su novela, enseñanzas y reglas morales que sólo sirven para el control social de las masas y los individuos); una marcha, en fin, conducen inexorablemente hacia esa realidad "incomprensible" e "inhumana"... se llegue o no mañana... aquí o allá... lejos o cerca... sobre la base de esos elementos germinales que, sin embargo, no pueden ser englobados ni a la ignorancia, ni al olvido, ni a la maldad intrínsecamente humana, aunque, según lo veo, sí a la congénita debilidad humana que ata a los individuos al deseo de sobrevivir y de reproducirse tal y como sean. Es decir, la certidumbre de lo inmediato a la que se aferran como si sólo en las condiciones conocidas se pudiera sostener.

Y como la propia idiosincrasia personal y socio-profesional de cada uno en este mundo donde, como dijo un tertuliano con razón, "aún se puede pensar y hablar, que es lo que a mí me interesa", prefiere ignorar los detalles (y a pesar de que me consta que leerlos una y otra vez o verlos en una película e incluso ser parte de una realidad como esa, no dará lugar a conciencia alguna salvo contadas excepciones) reproduciré algunos de los párrafos más significativos de 1984 a propósito (las citas se remiten a la edición castellana de Destino, colección Literaria -de bolsillo- de 2008), donde se podrá apreciar claramente (para quien lo quiera ver y asumir) que el autor lo que prioritariamente hizo y sin duda pretendió fue resaltar los detalles singulares que estando ya presentes en la realidad de los 40, es decir, hoy (y hoy aún más), eran las pautas que soportaban la fantasía de una sociedad totalitaria como la de su novela y hacían de la alegoría un alegato verosímil, incluso una advertencia (esta faceta moral era inevitable y tiene a su vez otras connotaciones sobre las que volveré). Esos elementos, tomados de la vida cotidiana de las masas, los intelectuales y los gobernantes y políticos profesionales, eran para Orwell, indudablemente, la base germinal de la monstruosidad generalizada que en su novela consigue extrapolar con la fuerza que provee el estado del arte, en este caso, la literatura auténtica que conocemos como buena. Y sólo secundariamente era una referencia al poco palpable y aún menos reconocible régimen stalinista doblemente triunfante, aliado por fin a Inglaterra y a los americanos contra los nazis, los fascistas y los militaristas japoneses (con franquistas y peronistas a la zaga)... pero que antes fuera aliada de los nazis hasta grados que sólo hoy comienzan a reconocerse en profundidad (préstamo de territorio para maniobras antes del comienzo de la guerra, devolución de judíos alemanes que llegarían huyendo hasta la URSS...), y esto al margen de la propia crueldad, injusticia y mentira, entre otras lindezas más conocidas y divulgadas. Porque, no olvidemos que se podían contar con los dedos de una mano, cinco dedos como máximo, a los que en 1949 tenían la mirada crítica y radical que sostuvo Orwell. Algo que, a mi modo de ver, está volviendo a pasar en todos los aspectos con relación a los regímenes que abundan a nuestro alrededor... y hasta sobre nosotros... aunque se trate de formas menos exacerbadas que aún guardan las apariencias. El alegato de Orwell debe ser entendido en consecuencia y a la luz de estas consideraciones, como un alegato contra las sociedades occidentales del presente y sus pasos sin retorno que viene dando desde hace tiempo en esa dirección que a Orwell repugnaba y que una y otra vez vuelve a extender sus nubarrones negros sobre nuestras cabezas. Si hay, pues, alguna sociedad descrita en 1984, esa es nuestra sociedad occidental actual, la parte de la misma que está en pleno desarrollo voraz, la parte devoradora que tiende, como bien vislumbrara Orwell, a acabar con el resto (o a marginarlo, tal y como suede en la novela con los proles y su vida cotidiana). Y es que esa sociedad, es la porción dominante, lo era en 1949 y hoy lo es aún más.

Juzgad si no es así... y comparad con lo que últimamente tenemos tan a mano para después juzgar...

1) "El enemigo circunstancial representaba siempre el absoluto mal, y de ahí resultaba que era absolutamente imposible cualquier acuerdo pasado o futuro con él" (pág. 47)
2) "Todo lo que ahora era verdad, había sido verdad eternamente y lo seguiría siendo" (pág. 48)
3) "Saber y no saber, hallarse consciente de lo que es realmente verdad mientras se dicen mentiras cuidadosamente elaboradas, sostener simultáneamente dos opiniones sabiendo que son contradictorias y creer sin embargo en ambas; emplear la lógica contra la lógica, repudiar la moralidad mientras se recurre a ella, creer que la democracia es imposible y que el partido es el guardián de la democracia; olvidar cuanto fuera necesario olvidar y, no obstante, recurrir a ello, volver a traerlo a la memoria en cuanto se necesitara y luego olvidarlo de nuevo; y, sobre todo, aplicar el mismo proceso al procedimiento mismo. Esta era la más refinada sutileza del sistema: inducir conscientemente a la inconsciencia, y luego hacerse inconsciente para no reconocer que se había realizado un acto de autosugestión. Incluso comprender la palabra doblepensar implicaba el uso del doblepensar." (págs. 48-49)
4) "La expresión por la nueva y feliz vida (...) eran las palabras favoritas del Ministerio de la Abundancia. (...) Por lo visto, habían habido hasta manifestaciones para agradecerle al Gran Hermano el aumento de la ración de chocolate a veinte gramos cada semana. Ayer mismo, pensó, se había anunciado que la ración se reduciría a veinte gramos semanales. ¿Cómo era posible que pudieran tragarse aquello, si no habían pasado más que veinticuatro horas? Sin embargo, se lo tragaron." (pág. 77)
5) "Se hablaba allí de los obispos y de sus vestimentas, de los jueces con sus trajes de armiño, de la horca, del gato de nueve colas, del banquete anual que daba el alcalde, de la costumbre de besar el anillo del Papa. También de una referencia al jus primae noctis (...) según la cual todo capitalista tenía el derecho de dormir con cualquiera de las mujeres que trabajaban en sus fábricas." (pág. 94)

En estos cinco ejemplos, ¿vamos a negar que están representados nuestros Mas y Zapatero, nuestros Rajoy y Rosa Díez, etc., etc., y sin duda y casi en ese primer lugar que se conoce como el de los "más papistas que el papa", los periodístas que se han puesto y aún están al servicio de las más flagrantes de las mentiras desconcertantes? ¿Y vamos a seguir negando que muchos son los que lo niegan en nombre de unas diferencias que no son capaces de fundamentar sino en nombre de la fe y la esperanza... es decir, las mismas defensas inútiles que sirvieron al desarme antes de que la serpiente abandonara el huevo y comenzara a correr libremente por los campos de Europa y del resto del mundo? Y no digamos acerca del alcance que la neolengua está alcanzando (en la calle y desde periódicos, televisión, radio y desde las tribunas políticas)... obligando a los académicos de la (vieja) lengua a arrinconarse y a calzarse el monóculo de aumento y hacerse el miope fijando la atención en el nombre de la y griega y otra serie de viejas costumbres formales producidas a lo largo de la Historia, ahora, como en 1984, a reescribir desde "la lógica contra la lógica"... Y todo porque se deben a su perfil socio-profesional... y al régimen del que viven cómodamente como jerifantes.

Y esto me lleva directamente a la segunda oportunidad que tuve de las mencionadas al principio.

En estos días, tuve ocasión de asistir a la proyección de un documento que, a su manera, abunda en este asunto, no sólo por lo que se pone en evidencia a través de los personajes que participan en la historia sino por la actitud del propio director y de los espectadores. Todo ello vuelve a enseñarnos hasta qué punto somos prisioneros de una marcha que cualquiera ve como peligrosa y nefasta... sin que pueda dejar de marchar hacia su increíble repetición con variaciones.
En el documental cinematográfico (Vídeo. VOSE. 101’) que he visto ayer en el marco del ciclo organizado por los Archiveros Españoles, "S-21: La Machine de mort Khmère rouge (S-21: La máquina de muerte Jemer Roja), realizada en 2002 (Camboya/Francia) por Rithy Panh, pintor y uno de los pocos supervivientes de ese campo (S21), interroga a los funcionarios también supervivientes para tratar de comprender cómo se pudo llegar a tanta absurdidad y horror... y todo indica que no logra obtener otra respuesta que lo lleve más allá de la némesis divina o de la intromisión del maligno y la malignidad en la vida de los hombres... No obstante, la respuesta es simple, se la quiera o no ver, y es señalada por uno de los guardias: "Teníamos que hacerlo para conservar la posición y mejorarla...". Está muy claro para mí, la maquinaria se había impuesto a cualquiera fuese el plan racional (ideológico) que la justificase. La maquinaria había legitimado una figura socio-profesional, los guardianes-torturadores, a los que ésta figura se les habría impuesto hasta dar significado a su vida, un significado patriótico y revolucionario para el que "los otros" (por usar el término de otra película exhibida dentro del mismo ciclo y en ese sentido vinculada a esta) habían dejado de ser miembros de su propia humanidad, la de los revolucionarios para ser meros engranajes de la maquinaria enemiga, simples piezas a "destruir", a "aniquilar", en una rediviva reproducción involuntaria de la barbarie nazi. La supervivencia y la mejora profesional de ellos estaba vinculada a un hacer las cosas bien que no tenía consideración alguna por la lógica moderna y el cosmopolitismo (al que se aferra el autor) ni por criterios occidentales de amor al prójimo y demás consideraciones eufemísticas que ni las más puras de las religiones (a las que se aferra también el autor) ha dejado de lado cuando se trató de pensar en términos de "los enemigos". Y ahí está La Inquisición y Las Cruzadas para certificarlo.

¿Por qué, cómo fue posible, qué lleva "al hombre" a una conducta que se dice propia de animales siendo por el contrario inencontrable en ningún animal; una conducta que se dice salvaje como una forma de expulsarla vergonzosamente de nuestras propias tendencias idiosincrásicas y de esa forma ponerla en cualesquiera sean los otros?

Si, precisamente, estudiamos de cerca y radicalmente esa mecánica de expulsión, de clara separación y alejamiento de nosotros mismos de esas etiquetas, vemos que ello se hace en dos situaciones diferentes mediante dos artilugios opuestos que desde cada una de ellas la otra resulta incomprensible... Una de esas situaciones es la que viven los individuos que no necesitan tomar partido extremo, la otra, opuesta, es la que viven los que se hallan inmersos en una de esas. En el primer caso, la supervivencia está garantizada por unas condiciones dadas cuyas causas se atribuyen a la racionalidad humana y demás virtudes. En las segundas, se explican las conductas en nombre de la falta de otra salida que la obediencia. En las primeras, se ignora sin embargo que las mismas nacieron de situaciones previas en donde los ancestros hicieron lo que ahora consideran salvaje y aborrecible: conquistar a sangre y fuego, ganar y conservar el poder a cualquier precio, desatar guerras, producir matanzas masivas y asesinatos convenientes, oprimir y explotar hasta el agotamiento, aniquilar y repoblar, etc. Todos los países occidentales avanzados deben su actual estatus a un pasado del que se rescatan unos valores que estuvieron al servicio de mezquinos intereses y que no tuvieron escrúpulos de ningún tipo, es más, fueron amparados por una rígida moral que primaba desde los diez mandamientos hasta la virtud y la honradez... 

El mismísimo pasado debería mostrarles que quienes se aprestan a conquistar lo que no tienen (y por supuesto no hablo ni de justicia ni de bienestar... como se dice en sus slogans y lo hicieran antes y en los demás casos, sino... de territorio y hegemonía para el propio grupo, ¡nada más!) no hacen sino, crueldad y absurdo más o menos, que lo que hicieron ellos. 

En definitiva... buscar el medio para sobrevivir mediante el más cómodo y simple método depredador que esté al alcance de la mano, método en el que se cifran todas las aparentes garantías de éxito. Y puede parecer que se equivocan, que una extraña ceguera los conduce hacia lo que nos parece una barbarie. Pero no es así si se mira con atención y desprejuicio. Los que gozamos del poder (o mejor dicho, los que gozamos de sus migajas poniéndonos a la sombra de los depredadores absolutos y dándoles nuestro apoyo a cambio) sugerimos con mucha facilidad a los demás que se resignen, que procuren transitar una vía de paulatino virtuosismo y honestidad, de trabajo duro y leal, de solidaridad, fraternidad, etc. Pero esos jefes jemeres rojos que organizaron en la selva a sus milicias con la promesa de conducirlos al paraíso... no podían pensar de ese modo, un modo que los condenaba a envejecer sin nada, o al menos sin todo el poder que deseaban para sí... Y esos guardianes que actuaban como las herramientas últimas del régimen... a quienes una férrea disciplina ponía contra la espada y la pared en un crecendo alucinante... miembros de una sociedad que les daba esa profesión particular o los condenaba a la misma aniquilación (como los jemeres rojos llamaban a las ejecuciones sumarias y articialmente justificadas por sus jueces-abogados-verdugos todo en uno) que merecía todo  el que llegara hasta allí, etiquetándose por ese hecho de contrarrevolucionario... ¿salvo huir, ser uno más de los prisioneros o ser golpeado en la cabeza por detrás al borde de una fosa común... qué podía quedarle, qué debía preferir, partiendo de la base de que hay de todo en este mundo? Como dice uno de ellos en la película, además de "obedecer": era "la única manera de hacer carrera". Se refería nada más ni nada menos que a torturar vilmente para arrancar confesiones imaginarias, e incluso retocarlas apoyándose en su mayor sapiencia, cualificación y experiencia acumulada (para lo cual contaban con manuales a los que debían ceñirse) en los casos en los que el pobre prisionero no tuviera suficiente imaginación ni supiera escribir aceptablemente bien.

¿No es algo que nos inculcan y a lo que nos sentimos obligados y que se llama profesionalidad? ¿No es exactamente eso lo que sentía Winston Smith, el protagonista de 1984, a quien "Lo único que le angustiaba era el temor de que la falsificación (esta era la misión en su trabajo en el Ministerio de la Verdad) no fuera perfecta" (ibíd., pág. 226)?

¿Qué cabe pues sino admitir que nuestra conducta nace de la conformación y reconformación que se origina en base a las relaciones entre una idiosincrasia dada, el grupo en el que la misma se refuerza y la situación en la que se encuentran los demás grupos respecto del nuestro? Esos tres elementos definen a un ser débil, y señalan cómo esa debilidad congénita, contrapartida de la posesión de un cerebro capaz de reflexionar y gestionar un lenguaje, etc., obliga al agrupamiento, el sometimiento, la adopción de patrones y estilos de pensar, de mitos, de banderas, de trampas y mentiras, de conductas y prácticas, etc., etc., etc. En fin, de nada que no intuyera Esquilo entre otros y reflejara en las palabras de aquel noble que, tal como lo invoca mediante el parlamento asignado a Aquiles en una de sus obras, dijo al ver...
"...el plumaje de la flecha que lo había atravesado: no hemos sido víctimas de otra cosa que de nuestras propias alas" (Esquilo a través de Aquiles, citado de Sófocles de Karl Reinhard, Ensayos/Destino, Barcelona, 1991, pág. 18). 
En fin, tal y como rezaba uno de los tres lemas de 1984 -síntesis honda y radical de las reglas generales de conducta a las que se tiende a responder en sociedad, y a las que aquellos  celosos y profesionales guardianes del S21, tomados de entre millones de seres similares, poseedores todos de un cerebro humano básicamente idéntico, respondieron sin necesidad alguna de haber leído la novela ni, como es obvio, de haber pretendido llevarla a la práctica-... para muchos, para cada vez más en la medida en que el mundo fragmentado y complejizado de la humanidad se reproduce bajo el progreso de la domesticación...

"...la libertad es la esclavitud"

Reconozcámoslo en lugar de negarlo hasta que la ceguera ilusa nos lleve por delante a todos.




(*) En la entrevista a la que me refiero, Miguel Henrique Otero señala que el caso venezolano (entre otros que no menciona pero con los que formaría un espectro de regímenes "mucho más inteligentes") es "más sofisticado" ya que mantiene y "usa el aparato legal" contra la oposición en lugar de anularlo. Dejo aquí el enlace que permitirá corroborar estos detalles y si acaso ampliarlos mediante la audición directa de la entrevista: 

 

Entrevista a Miguel Henrique Otero

Esta caracterización, por otra parte, se corresponde con el criterio general de que la democracia representativa engendra burocratización y que a su vez ésta se conforma en el límite como dictadura camuflada; lo que vengo exponiendo en mi blog Una nueva conciencia desde sus primeros posts propiamente políticos, como por ejemplo, en el post "Leonas y leones". Esto no es algo completamente nuevo (Platón en cierto modo si no lo comprendía bien al menos reconocía las evidencias), aunque sí intenta ser ignorado, pero su tratamiento merece ser tratado más exhausivamente, por lo que lo dejaré para otra oportunidad.

 

viernes, 26 de noviembre de 2010

"La vida de los otros"

Publicado en mi blog Una nueva conciencia, el 18-3-2007, he rescatado de bajo los escombros este articulito sobre la película alemana "La vida de los otros" a cuento de su exhibición esta semana en el Doré (Filmoteca) dentro de un ciclo muy interesante en torno a los Archivos o la documentación en el cine (que por cierto, me permitirá ver mi tantas veces citada "S21, la máquina de matar de los jemeres rojos").
 
Entonces, decía que había visto "ayer" esa "película alemana" para seguir luego:

... Sí, remarco lo de alemana porque no puede negar su idiosincrasia. La historia se sigue linealmente para dar una panorámica de las dificultades y penurias que ocasionó a todos sus habitantes la vida bajo el régimen burocrático-comunista en la RDA.

Todos sufren las consecuencias de la atmósfera gris que los envuelve y cuyos efectos se prolongan más allá de la caída del muro: unos mueren con el peso de la traición en la conciencia, otros ven sus carreras afectadas o lisa y llanamente caen en desgracia a pesar de su altísima profesionalidad y capacidad (policial, dramática...), otros sufren el desgarro debido a su elitista sentido de la vida (siendo colocados ante la disyuntiva de anularse, voluntaria o involuntariamente mediante métodos expeditivos de una sutileza macabra, o pasar a la clandestinidad con todas sus consecuencias), etc.

Todos van siendo empujados al abismo: a la traición más difícil y abyecta para no traicionar sus ansias más vitales, al suicidio, a la puesta en peligro de la libertad y de la vida...

Cinematográficamente, sobra más de una explicación innecesaria puesta en boca de uno u otro personaje. Literariamente hay varios lugares comunes que intentan explicar la psicología de los personajes más allá de la propia mecánica de la dictadura y el control policial que se ejerce sobre sus vidas: drogas, soledad. Creo que no hacía falta ninguna de esas apoyaturas extraordinarias, aunque sin duda todas esas cosas pueden haber sido reales; al menos no remarcadas tal y como están, con el carácter de explicaciones adicionales. Los saltos (demasiados) sucesivos en el tiempo a modo de injertos de episodios deberían haberse resuelto de una sola vez, en un único salto o mediante otros trucos, quizá con toda la película contada menos linealmente.
Sin duda les ha parecido más importante a los creadores de la película que el protagonista sepa lo que pasó exactamente que el impacto dramático orientado al espectador, impacto que se resiente por culpa de esas declaraciones explícitas.

Por último, al salir del cine, volví a pensar en las mismas cosas en las que pienso siempre (qué remedio) y volví a concluir en lo terrible que debió ser vivir en esos países para quienes justifican su existencia en la trascendencia de sus obras o de su papel intelectual. Y en la alegría que debió significar para ellos la caída del muro, la entrada de la luz en sus vidas grises y en todo caso secretas, de la pérdida de la angustia de vivir en la inseguridad, vigilados, sospechosos, sometidos a los caprichos de una burocracia sin principios que les exigía una lealtad sin condiciones a esos mismos principios simplemente publicados para consumo de las masas y para justificar sus acciones kafkianas y salvaje y miserablemente egoístas al mismo tiempo. Alegría, claro está, consolidada por el éxito, el prestigio, el status social... que se puede alcanzar en democracia por decir casi todo lo que se quiera, en los huecos infinitamente mayores que sus resquicios dejan. Y volví a tener una visión de la humanidad formada por grupos que no pueden ser sino irreconcilliables, que no pueden hacer nada que no sea por ellos mismos (o morir, o asfixiarse, enloquecer o migrar), ignorando o negando los intereses ajenos cuando no levantando banderas en su defensa con toda hipocresía y para su propio beneficio.

En fin, que volví a verme ante una selva donde unos devoraban a (o vivían de) los otros mientras ellos se relamían felices.