viernes, 6 de agosto de 2010

De la innata habilidad intelectual para detectar las trampas... y ocultar las propias a la víctima. El caso de un "gurú" de hoy llamado Kingsley.

¡Cuánto realismo hay en el comentario (¿sabio, perspicaz?) de Judith Rich Harris acerca de esta habilidad del ser humano! (1) Nunca me cansaré de resaltarlo.

Peter Kingsley, en Filosofía antigua, misterios y magia... (de donde, sobre la base de la edición de Atalanta de 2008, serán todas las citas que sigan en este texto salvo que se indique otra cosa), nos propone por el contrario, una "Reality" de varias capas de las cuales al menos la tangible -y en última instancia la intuitiva- serían ilusorias u oníricas. Nada nuevo, como casi nada, en la Historia del pensamiento, en este caso, se trata de lo que Platón sostuvo, demostrando así, a pesar de Kingsley, haber sido bastante más decisivo que Empédocles para la posteridad, incluyendo las ideas primarias de Kingsley...

¡Claro que Kingsley no se define explícitamente a sí mismo como místico ni menos como mago ni mucho menos aún como un dios, a la manera en que lo hiciera su reivindicado y sin duda venerado Empédocles, un Polo -como nos revela en el último capítulo de este libro: De Empédocles al sufismo...-!, o sea, "un profeta" o "jeque de jeques" (pág. 495), pero cabe pensar que como mínimo sigue el arduo camino de la iniciación y ya veremos hasta dónde llega. Al menos, todo esto se desprende de la especie de ensayo mencionado; si acaso, un... panfleto de primer nivel, debo reconocerlo... de un trampero de primer nivel...

Cierto que hacer declaraciones de esa índole hoy en día, con la incredulidad materialista y racionalista reinante como Kingsley diría, sería cerrarse casi todas las puertas, y él, como proselitista, las preferirá lo más abiertas posibles. Sin duda, declararse mago, y no digamos dios, habría de provocar una risa irreverente. Hoy hay que usar otro lenguaje...

Por otra parte, hablando precisamente de lenguajes, sabemos, y Kingsley lo defiende explícitamente, todo mago o incluso todo aprendiz de mago que se precie valora positivamente los criterios herméticos (por secretistas) ya que los considera complementarios de su ciencia infusa. Al respecto, los magos siempre consideraron inevitable, necesario y conveniente, sostener al menos dos discursos simultáneos, uno para las masas (exotérico) y otro para sus continuadores o pupilos (esotérico). Empédocles lo ejemplificó y así lo trasmitió "a la posteridad". Y Kingsley esto lo documenta, lo reivindica y por fin nos hace ver hasta qué punto lo practica, camuflando en lo posible ese tipo de declaraciones explícitas en un libro disponible para todos. Por ejemplo, con propuestas bienintencionadas como las que atraían a los pueblos que visitaban sus maestros, en este caso en referencia a Pitágoras según rescata de un cronista, nominalmente "para sanar" y "no para adoctrinar" (págs. 441 y 449), es decir, en nombre de la cura que pretendía prolongar al máximo la vida, retrasar la vejez y sin duda conseguir la purificación como una "ayuda para las almas"; nada que no tenga un componente inseparable del proselitismo tan necesario a los magos de entonces como los actuales. (2)

No sé si Kingsley piensa que con algo así conseguirá demostrarnos algo... o si le basta suponer que seremos tentados y empujados por la curiosidad a... ser iniciados, es decir, a seguir sus pasos -literalmente hablando-. Lo que no me cabe duda es una vez más se enarbolan buenas intenciones (curar siempre será bien considerado por las buenas gentes cuando se piensa en términos cotidianos y no... mágicos o místicos, o se habla a la vez en un lenguaje simbólico; todo lo cual... ya entrará luego, una vez que se empiece a creer). Pero lo que hay bajo la capa primera son intereses concretos, en parte los intereses que Kingsley atribuye a sus competidores de manera relativa (en tanto los sitúa en un plano puramente intelectual), para incluso acusarlos de ello cuando lo acusan a él. ¡Acusarlos nada menos que de formar parte de una conspiración provista ella misma de una continuidad secular! (3) Pero en este aspecto, él es quien hace lo que critica: conjurar... acusando a todos o a los principales filósofos e historiadores racionalistas (en particular desde Aristóteles y los neoplatónicos) que sucedieron a los que se consideraban magos y sanadores por encima de todo (y como tales divinos), de formar parte de una amplia -y sin duda eficacísima- conjura supratemporal. Es decir: logra ver, y da pie a que veamos, la paja en el ojo ajeno, ocultando a un tiempo la viga en el propio (como cuando señala, con toda razón pero sin la menor intención de aplicárselo a sí mismo y a los suyos: que se ha reducido su Empédocles al "...producto de Aristóteles y Teofrasto: un reflejo fidedigno de sus intereses, interpretaciones y preocupaciones" -pág. 472-). ¡¿Una conjura, y para más INRI, como he dicho, nada menos que secular?! Porque, ¿no hace y sobretodo propone Kingsley justamente "ver el paisaje clásico a través de los ojos de sus autors favoritos" (pág. 446), postulándose a sí mismo como una alternativa? Así, será "la otra" la que es juzgada sumariamente como "visión romática" (pág. 406), serán taxativamente "los otros" los únicos que "ignoran, fragmentan, etc." (pág. 453), "los otros" los únicos "especulativos" (págs. 471-72)...

Además, de ningún modo puede admitirse que "todo" el pensamiento occidental clásico, medieval, renacentista y moderno sea tildado de conspirativo contra el conocimiento humano. Un conocimiento que se intentaría ocultar y tergiversar sin causa material y por mera alienación. En realidad, el paso del mito irracional al racional y a la adopción de La Razón como último garante es parte de un proceso de acomodamiento de sus productores, los intelectuales, al mundo que se complejiza y en el que desean como sea insertarse y encontrar cobijo... en consonancia con sus divinas facultades. La frustración posmoderna que caracteriza a nuestro tiempo, es la que los reenvía en brazos míticos arcaicos, ecologistas o gaiaicos, etc.

En fin, por lo visto, deberíamos aceptar que sean cosas propias de "la incongruencia" que, como Kingsley mismo nos sugiere, anticipándose probablemente a las objeciones, sería "un rasgo habitual de ingenio" (nota 73, pág. 236). Sin embargo, la astucia callejera aflora demasiadas veces y acaba siendo indigna no sólo por engañosa sino por el grado en que se la camuflado, disfrazado y adornado de simulada seriedad y buenas intenciones.

Esto se aprecia en esa "incongruencia" que significa para un mago o un devoto de la magia y de lo irracional realizar varios guiños científicistas (entre otros, véase las inferencias geológicas de pág. 466), guiños que sólo pueden estar allí para camuflar otros mensajes de igual manera que se apelara al altruismo de la sanación. Y todo esto porque en estos tiempos de demostraciones documentadas e instituida democracia educativa, se hace necesario suministrar datos y demostraciones formales. ¡Es lo que se estila, es el suelo real desde el que debe comenzar a adoctrinar... o a curar; es decir, apoyándose en sus antiguos predicadores místicos, a persuadir (que no es más que una de las tantas maneras de engañar... cosa que sí logra demostrarnos Kingsley que sabe intentar) mientras no se puedan acelerar las cosas mediante una conquista por la fuerza.

Eso se manifiesta igualmente en la hiperabundancia de citas y documentación, suficientemente confusa, no siempre referida a la fuente original, y que parece colocada allí no sólo por ese motivo sino para encubrir toda sospecha y recubrir de autoridad académica, en especial de cara al público que es incapaz de contrastarla ni tiene suficiente interés ni training como para detectar las trampas entre tanta maleza.

Pero donde las cosas llegan especialmente lejos es en el uso que para conseguir sus objetivos de formación y aumento de clientela hace de las citas. Como al citar de una manera confusa al tiempo que profusa, de modo que a más de un despistado (yo mismo cuando comencé la lectura que creía era de un libro serio) le sugiere que tiene en su manos un esfuerzo inteligente -en el buen sentido- y además docto, cuando en realidad en el mejor de los casos hay sobre todo apriorismo y sobre esta base una toma de posición y un compromiso. O como cuando monta un verdadero enredo poniendo una parte de la cita en boca de Platón y otra, tomada de alguna parte, como si lo hubiese estado o así lo hubiese documentado un tercero. Sí, un auténtico andamiaje de obra que me veo en la conveniencia (por obligación) de explicar en favor de la honestidad y la advertencia a los incautos. (4)

En fin, astucia callejera propia de, como poco, todo un aprendiz de brujo, sí señor, y de los más sutiles ciertamente; astucia que, siéndolo, hay que reconocer que es de primera. Sin duda, de aquellos espécimenes de entre los humanos que más desarrollada han tenido la mencionada capacidad para detectar las trampas ajenas y fabricar elaboradamente las propias.

De este modo, Kingsley nos ofrece a través de su periplo aparentemente reivindicativo, pretendidamente elucidatorio, aunque simplemente apologético en sentido estricto, una ilusoria -aquí sí, porque este adjetivo es de pertinente aplicación a los discursos, especialmente a aquellos que dicen que lo es La Realidad... para luego dar garantías de que ellos saben cómo acceder a la Verdadera-, narración que aunque contradictoria e "incongruente" permitirá a quien así lo quiera -o a quien esté predispuesto-... apropiarse de los slogans convenientes. Eso sí, ganando la convicción de que ha visto la luz y está en el camino de la verdad y de la salvación, esto es, de la referida cura.

Lo supuestamente novedoso no es así más que una repetición, un regreso, y un reintento, sobre todo, como veremos, de utilización de los unos por los otros como ha sido desde el principio de los tiempos -humanamente hablando- como ya he tratado reiteradas veces en mi otro blog, hoy cuasi suspendido (donde, dicho sea de paso, publicaré no obstante uno de estos meses un post postmortem sobre la Repetición precisamente, porque ése es uno de los temas a dedicar que menciono en mi carpetazo). ¡Esta es la verdadera continuidad en la marcha de la intelectulidad o de esa subespecie especialmente capaz y consciente del poder de la palabra y del pensamiento que la sostiene! Y por ello es esto y las cosas a ello asociadas las que a mi criterio corresponde dilucidar, lo que hay que ver de frente en un espejo para comprender, lo que una y otra vez se desprende de las evidencias y que sin embargo intenta denodadamente ser edulcorado, escamoteado, tergiversado, anulado nominalmente, todo ello mediante ese poder que como reconoce y aprecia Kigsley (págs. 310 n.48, 324, 332, 353, 404, 421, 475, 477, 479...) tiene la palabra: el poder, insisto, de engañar para conquistar y/o extender mi dominio y el de mi grupo en la máxima medida de lo posible. Y este es el fondo de las cosas por increíble o inconveniente que pueda resultar reconocerlo. Un asunto que cuidadosamente, Kingsley, como la inmensa mayoría de los intelectuales, ocultan, disfrazan o soslayan de sus propias prácticas y conductas, fieles a su idiosincrasia de gurús y auténticos intentos de ser expresiones de la humanidad (futura), de la humanidad que "debe ser", especialmente en sus discursos públicos. Porque... ¿quiénes sino los intelectuales podrían haber no sólo descubierto sino ejercido el poder de la palabra, el del doble discurso (nota 53, pág. 332), con ese oportunismo descrito -y valorado en buena medida positivamente- por el Feyerabend de Contra el método en referencia a brujos y especialistas científicos por igual? ¿Quiénes son capaces de enfervorizar al límite a las masas mediante la palabra... aunque sea por algunos momentos y aunque la cosa no pueda ir nunca tan allá como se habría deseado (como en pág. 353, y como aún hoy mismo sucede a ojos vistas) y sentirse divinos en esos momentos, capaces de casi cualquier cosa?

Y que, no obstante, repito, al verlo al desnudo, nos ayuda a sacar las pertinentes y comprometedoras conclusiones que se derivan de sus propias observaciones y declaraciones, las que él mismo no tiene la menor intención de alcanzar.

Así que, imitando las maneras de los místicos a los que se remite (y a cuyos secretos parece haber accedido con nota), Kingsley utiliza el lenguaje vigente (componente central del imaginario dominante) del mismo modo que lo usaron los antiguos magos y alquimistas, sólo que ese lenguaje hoy ya no es el de Homero, Orfeo, Zoroastro, Empédocles (original y "pseudo") y demás constructores de los mitos arcaicos, antiguos o medievales así como de sus posteriores intérpretes, sino el de los constructores e intérpretes de los mitos de hoy, ciertamente lógicos, racionalistas y cientificistas, atados a unas reglas del discurso que no pueden sino calificarse de académicas, para cuyos lectores,habituados a ese lenguaje por el que se ha terminado rindiendo culto en la figura de sus formas y formalidades, se dirige con intrincadas y tan abundantes notas que permitan creer, simplemente... como se desea en realidad, simplemente... creer, es decir, predisponerse.

En esa cruzada (sin duda es merecedora de tal nombre), Kingsley hace pues más de lo de siempre, sirviendo aunque con otros propósitos a poner de relieve ciertos aspectos desmitificadores (que, por supuesto desde la perspectiva de mi propio discurso, considero desmitifican a la subespecie intelectual en su conjunto, como ya he insistido en páginas y posts míos pubicados en mi otro blog y también en éste), y en especial poniendo su propio ejemplo como manifestación inmejorable de la idiosincrasia intelectual mistificadora.

En este sentido, no es la primera vez que se dan todos los fenómenos que afloran en torno a este tipo de cruzadas, donde:

1) cada contendiente se autodefine en base a lo que le permite distinguirse del otro, ocultando todo lo que lo asemeja, negando toda similitud.

2) quien acusa se considera miembro de un bando o grupo acusador del otro de unos u otros males de los que el suyo nos alejaría si adoptáramos su punto de vista por encima de todo.

3) ambos bandos practican la persuasión dirigiéndose al gran público, su clientela, cuyo grado de apoyo les permite seguir considerándose bien iluminados, o sea, continuar... El propio Empédocles, como señala Kingsley y he mencionado antes, tuvo dos discursos, uno esotérico y otro exotérico, un hecho que contradice la idea del secretismo o que en todo caso queda sin explicación. ¿Por qué dos lenguajes, por qué dos clientelas? Lo único que puede explicarlo es lo que describe las prácticas y estrategias idiosincrásicas del intelectual: formar una vanguardia consciente con el fin de que esta sea capaz de dirigir a las masas... engañándolas; y así reproducir la subespecie a la que el intelectual en cuestión pertenece... casi como haría cualquier clase de ser viviente...

Lo cierto a mi criterio es que hay, como más o menos señala Kingsley, un hilo de continuidad desde las formas primitivas intentadas por los primeros intelectuales (los que dejaron muestras fidedignas que evidencian que el fenómeno ya fue primitivo) hasta las formas adoptadas luego y hasta hoy. Lo que Kingsley no nos dice, lo sepa o no, lo quiera saber o no, es el por qué y la idiosincrasia que sostiene y explica esa continuidad, la suya y la ampliada por su clientela al no tener el menor interés (¿o el mayor?) por no saberlo. (Al respecto, se pueden apreciar estas pretensiones de formar una vanguardia dirigente, tanto en la antigüedad como en la persona de Kingsley, en pág. 475-477 en particular así como en todas las alusiones alegóricas a las plantas y semillas). Por ello no es capaz de explicarse (además de no desearlo) por qué la magia fue sustituida por la filosofía, el mendicante vagabundeo "de ciudad en ciudad" por la comodidad de las academias y las cortes...

Todas sus acusaciones de Kingsley a los neoplatónicos, a Aristóteles, a Teofrasto, etc., son de tipo intelectual: tergiversaciones deshonestas en nombre de la propia gloria comparativa, ignorancia o desinterés por los datos enterrados y posterior veneración por quienes los enterraron deviniendo "sus autoridades" predilectas y únicas. Lo que Kingsley no trata ni mínimamente son los aspectos socio-profesionales y una cuestión importante y significativa inscrita en ese campo: la de la manera que habían encontrado todos los presocráticos (poetas, magos, filósofos místicos, etc.) así como luego Platón, Aristóteles y los neoplatónicos para sobrevivir... hasta la llegada de la Iglesia y la escolástica. De esto, ni una palabra, y menos clara y concreta... ¡Es sintomático!

Sin embargo, su propio discurso hace que afloren datos interesantes que conducen como siempre a la cuestión que se le presenta una y otra vez a cada individuo de nuestra humanidad que alcanza la edad de la razón: cómo ganarse un espacio social en el mundo dado, en el mundo que ya estaba constituido, y en todo caso, qué hacer para adaptarlo (modificándolo en la medida de lo posible) para conseguirlo o conquistarlo. Kingsley cita un papiro que considera revelador, donde se hablaría "de negociar y ganar dinero celebrando sus rituales" (pág. 224) en referencia a la actividad de los místicos presocráticos, algo generalizado sin embargo que también menciona Platón y otros documentan a posteriori en detalle en relación a todos los intelectuales, enseñantes, adivinos y oráculos (Adam Smith, por ejemplo, cita esas fuentes y pone de relieve los increíbles ingresos y alto o altísimo standing que el ejercicio de esas profesiones deparaban a quienes las ejercían -La riqueza de las naciones, Libro 1, capítulo 10, De los salarios...-).

Y éste es un punto que nos puede decir mucho, y no sólo de la época en cuestión sino de la actual: decirnos mucho de la manera de vivir sin trabajar físicamente como la mayoría de los demás mortales y sin pertenecer tampoco a la clase de los poderosos y de los gobernantes, de los jefes, de los nobles, de los burócratas políticos... Esto es, de los intelectuales y de sus opciones para hallar y establecerse de acuerdo con su idiosincrasia, sus mejores facultades de supervivencia y sus mejores sueños. Esto, entre otras cosas, explicaría a mi criterio el por qué del doble discurso (no sólo aunque exacerbado especialmente en los místicos), lo que realmente se enseñaba a los discípulos e iniciados respectivamente (a saber: actuar a su imagen y semejanza... a aprender los trucos; no "a saber" como si ello fuera posible en tanto que saber absoluto o incondicional, ni tan siquiera a "buscarlo"), la elección de la clientela apropiada y las instituciones idóneas para atenderla y por fin, la supuesta evolución desde lo arcaico a lo antiguo y así sucesivamente, del mito propiamente dicho (tal como ha sido definido por el racionalismo como opuesto al logos) a la filosofía clásica y de ahí hasta la modernidad y la posmodernidad...

Ese es sin duda el más significativo hilo de continuidad sobre el que deambuló primero la magia y luego la filosofía clásica, después el cristianismo que se apropió de ella, y por último (last but not least) la modernidad y la Ciencia moderna. Y esto por no ser exhaustivo y mencionar todas y cada uno de los edificios culturales e imaginarios creados por los intelectuales en el tiempo y en otros lugares ni otras jugarretas creadas con el mismo fin por los demás hombres, jefes y súbditos, ociosos y productores, etc. Esto, en la misma línea apunta Kolakowski, a quien ahora mismo he comenzado a leer (¡oh, qué diferencia!), y que no me resisto a citar:
"...las funciones que cumplen estos distintos productos del trabajo intelectual, y (...) el carácter incancelable de estas funciones en la vida de la cultura y el sentido en que pueden coexistir con la acción tecnológica y científica. (...) las construcciones de este segundo tipo son mitológicas (...) Las igualo con el mito, en el sentido originario de la plabra...." (Leszek Kolakowski, La presencia del mito, Amorrortu/editores, Bs. As., 2006, págs. 9-10).
Puntos de partida prometedores para comprender qué engendra el mito y lo hace mutar, qué hay detrás de todo ello, a qué leyes obedece ese proceso, qué hace que el individuo que por encima de todo reflexiona -y por encima de todo vive de esa facultad- (o intelectual) lo construya y/o lo interprete y lo propague, muchos (lo que se entiende por masas) lo adopten de manera esquemática o simplificada (adoptando los dogmas primarios) y unos pocos lo utilicen (bajo la forma de esos dogmas y los slogans derivados) en el apuntalamiento de las pirámides que conducen, para su larga marcha de poder ascendente (los que yo llamo burócratas).

Kingsley pone en primer plano, como he dicho en mi nota 2, la idea de la sanación sobre la que vale la pena volver. Ya he mencionado antes el "No para adoctrinar sino para sanar" que emplea como encabezamiento de un capítulo. Pretende con ello introducir una doble idea en el lector ingenuo: la del supuesto pragmatismo altruista de los místicos. Habla en paralelo de la inmortalidad (es sin duda lo que se promete) pero no ahonda en ello claramente, ¡no nos olvidemos de que estamos en el siglo XXI y no vaya a ser...! Pero ambas cosas estaban estrechamente enlazadas en aquellos tiempos (y en cierto modo, simbólicamente a veces al menos, hoy): sanar era una precondición pero también un imperativo para la inmortalidad, la lucha sin cuartel contra la muerte y la desesperanza por un lado y la supuesta aproximación a la pureza para el alma que reportaría un cuerpo lo más sano y puro posible ("beneficios, prestigios, amuletos/que la vejez ahuyenten y los males...", de Apolodoro, Crónicas). De ahí que la domesticación de la naturaleza haya estado doblemente vinculada al "genuino corte de raíces" (Kingsley, pág. 451 y más en págs. 443, 445, 449) y a la alquimia. Doblemente en el sentido de que la idea atávica de dominio de la naturaleza y del mundo nace históricamente con la domesticación de plantas y animales (ver al respecto Jared Diamond, Armas, gérmenes y acero), dando lugar precisamente, hace al menos 10.000 años, a las diversas civilizaciones humanas propiamente dichas... donde se instituirá la división entre trabajo y ocio en cuyos intersticios florecerá la intelectualidad en la forma de magos y demás especialistas. Iniciándose así este por ahora último tramo del camino, donde se ha aprendido y construido todo lo que mejor sirviera para "controlar" (pág. 445) o dominar, desde la escritura hasta la bomba atómica, la cibernética, los viajes espaciales y la ingeniería genética, es decir, los mil útiles de la guerra y del genocidio que exige la conquista y el dominio. Todo para vivir, en lugar de con sólo dos... "con veinticuatro patas" (Goethe, Fausto, que se expresa como sigue en referencia al poder que se conquista mediante la domesticación y uso de todo lo que no es uno, como las 24 patas que suman 6 caballos de tiro enganchados al carro del que lo conduce:
"¡Qué diablo! ¡Claro que manos y pies, y cabeza y trasero son tuyos! Pero todo esto que yo tranquilamente gozo, ¿es por eso menos mío? Si puedo pagar seis potros, ¿No son sus fuerzas mías? Los conduzco y soy todo un señor Como si tuviese veinticuatro patas.")
En cuanto a la insistencia en la "continuidad", debo añadir que me parecen aceptables en primera aproximación las acusaciones que Kingsley dirige a toda "la cultura e historia intelectual de Occidente" (pág. 270, antes ídem. en pág. 182, etc.), acusaciones que tan fácilmente prenden sin más en las masas (y llevan a los tribunales al filósofo), pero ni se puede admitir el contenido que le da al asunto ni el tratamiento ni la generalización indiscriminada en la que se desliza ni el criterio sectario en el que se basa Kingsley que en todo caso también cae en "la reinterpretación" como "un fácil sustituto de la comprensión" (ibíd.) Kingsley, en el fondo, lo que hace es erigirse ante La Ciencia -sibilinamente, claro- reclamando para sí lo que ésta "promete a sus adeptos": "lo que nos permitiría dominarla" (a "la naturaleza") (pág. 293). Por ese puesto compite con su propia "lógica", su propia ciencia infusa y su propio mito de lenguaje dual (un poco más que muchos otros).

Esto me lleva a tratar otro punto que juzgo obligado además de importante a mi criterio: el de la utilidad que Kingsley aplica a sus esfuerzos proselitistas sin desparpajo alguno una o dos veces al menos (pág. 472), como corresponde a la arrogancia intelectual por antonomasia, así como a todos los que él bendice (el de Empédocles, el sufí). Reiterando obviamente la combinación intelectual por excelencia de autocomplacencia y sentimiento de posesión de La Verdad para el bien de todos (cfr. por ejemplo el tan citado Menon donde se aprecia la moral socrática y donde sobre esa base precisamente Platón define utilidad).

Al respecto, yo he manifestado mis dudas respecto de todas las conclusiones mías a las que he arribado y en las que sin duda creo y otorgo una asumida incondicionalidad relativa, al punto de no ver demasiado el sentido de publicarlas y continuarlas (porque "la conciencia paraliza" como he dicho yo mismo, y en este caso, la de creer saber qué es lo que uno realmente pretende en relación al mundo). Esto de por sí señala hasta qué punto guardo pocas ilusiones. Pero es algo más, es parte de mis propias convicciones, ya que estas me llevan a entender, con el apoyo de las muchas enseñanzas de la Historia al respecto (con o sin adornos o camuflajes) que la única utilidad entendible (y como en el caso de Kingsley, camuflable tras buenas y por tanto falsas intenciones) es que la única "utilidad" posible sería la derivada de la constitución de un movimiento eficaz, es decir, la de la creación intencional de una clientela, "una muchedumbre, unos preguntándome cuál era el modo de enriquecerse, otros consultándome acerca de oráculos y otros pidiéndome que les revelara las palabras mágicas para sanar todo tipo de enfermedades" (pág. 449), que es como Kingsley, no sé en base a qué fuente porque esta vez no lo dice, resume los siguientes versos de Empédocles además de descomponerlos en partes, fuentes y notas propias, me atrevo a afirmar que confundiendo o escamotenado datos, como se puede contrastar por ejemplo en relación al público que se supone escucha estos versos (nota 16, pág. 483). En cualquier caso, completos resultan más significativos -advierto que la negrita es mía-:
"¡Oh amigos que habitáis la ciudad grande
del Acragante flavo a las orillas
y en el excelso monte, procurando
sus útiles negocios!, yo os saludo.
Yo, ya dios inmortal, entre vosotros
habito venerado dignamente,
ceñido con diademas y guirnaldas
vistosamente verdes y floridas,
con las cuales andando las ciudades
florecientes y nobles,
seré adorado de hombres y mujeres,
y de gente seguido, preguntando
cuál es y dónde se halla
el trillado camino para el lucro.
Me seguirán también los adivinos
que oráculos anuncian, y aun aquellos
que eterna fama buscan
curando toda suerte de dolencias."
... no, pues, como sugiere Kingsley, "seguido" y por casualidad sino... como algo intencional mediante el poder de la palabra... y como expresión de su deseo... tal vez al despedirse de Agrigento y... de la política, de la que ni más ni menos se vio marginado... para dedicarse a nuevos menesteres.

Pero esta búsqueda compulsiva de público o clientela, propia de la intelectualidad, de los que se dedican a la creación de "productos del trabajo espiritual" (Kolakowski, op. cit., pág.10), se ha ido topando cada vez más ostensiblemente con una serie creciente de barreras (que tal vez ya estaban de manera primitiva o primaria y poco a poco se fortalecieron, se complejizaron). Sainte-Beuve lo vio como una amenaza que se cernía directamente sobre él y la literatura cuando concluyó a mediados del XIX (en las palabras con las que Lepenies las sintetiza): "La literatura ha dejado de ser vocación para convertirse en oficio" (Lepenies, ¿Qué es el intelectual europeo?, Galaxia/Gutemberg, Barcelona, 2008, pág. 320), "el escritor ha pasado a ser un obrero" (ibíd. pág. 321), "un obrero a destajo y jornal" (ibíd., pág. 321), para por fin, para escapar de esa situación, digamos, miserable, claudicar aceptando convertirse en un burócrata asalariado de la nueva cultura institucional e inclusive... político-institucional (ibíd., 325). Los Eutifrones más o menos extremos, cada vez más caricaturizados por el curso de los hechos de lo que Platón pudo incluso plasmar en el Diálogo donde creó aquel personaje como contrapunto del virtuoso o santo de Sócrates, sin duda para engrandecer la figura del maestro en oposición a aquellos "sacerdotes y sacerdotisas..." pero también "sofistas" dedicados a "negociar y ganar dinero celebrando sus rituales" (pág. 224) como según Kingsley menciona un papiro de Derveni a los que sostiene se refirió también Platón en su Menon (aunque con las variantes y extrapolaciones mencionadas en mi nota 4), se convirtieron en la única opción alternativa a la proletarización de los intelectuales. Y me refiero a a los Eutifrones que se sitúan a la sombra de los auténticos detentadores del poder sin siquiera pretender reeducarlos o utilizarlos de manera altruista (como intentara infructuosamente Platón en Siracusa o como Sócrates acabó resignándose a continuar intentándolo en el Hades con dioses y héroes mitológicos supuestamente más receptivos en nombre de su sabiduría divina, la verdadera por definición), a los que han aceptado por fin invertir los términos y someterse a ese Poder, los que, si pueden, se autoeducan para conquistar el Poder dejando de ser monjes por completo aunque vistiendo aún sus hábitos una vez conquistado (Robespierre, Lenin, Stalin, Mao...). En todo caso, remito aquí al texto donde traté más a fondo el tema y parte de sus connotaciones filosófico-políticas por si interesase a alguien meterse más en honduras.

En general, Kingsley pontifica adjetivando: esto o eso otro sería "útil" o "inútil" según le viene bien, "práctico" o "efectivo" o "especulativo", "real" o "irreal", "insignificante" o "relevante", etc., pero esas calificaciones se adoptan según el por quién y el para qué de unas motivaciones que a su vez unos u otros juzgan desde sus propios enfoques e intereses. Pero las cosas no son del todo difusas o etéreas... como podemos ver todos si no nos dejamos seducir, al menos en algunos casos, que es cuando la máscara cae, cuando salvo los igualmente involucrados en el reparto del botín que se promete o los que tienen la misma idiosincrasia y se identifican estrechamente lo podemos apreciar. Es el caso del altruismo supuesto detrás de una sanación que en realidad esconde la falsa promesa de inmortalizar a los hombres y detrás de ello esconde a su vez -tras otra capa- los objetivos del profeta (un especialista primitivo al fin y al cabo) de arrastrar a una multitud detrás de sí. Es el caso de las enseñanzas esotéricas al discípulo dilecto que se suponen "oscuras" para permitir su desarrollo creativo... cuando en realidad lo que enseñan es cómo se debe engañar con eufemismos y discursos oscuros a los demás para continuar la estirpe, enseñando así a sobrevivir, a reproducirse, ayudando en realidad al querido o apreciado discípulo... una mera cuestión de ese par amor/odio que por lo visto Empédocles tenía in mente todo el rato, y tiene por lo visto Kingsley. Nada que no tienda a hacer cualquiera de nosotros... más o menos.

Pero ésta es justamente la perspectiva que hoy se está agotando por completo (como una piel de zapa, como ya dije alguna vez), aunque permanecezcan algunos residuos aún por algún tiempo. Hoy la burocracia es capaz de sacarle más partido que nunca a todos los mensajes intelectuales o culturales que se fabriquen o se hayan fabricado, y especialmente de aquellos que prenden masivamente (su olfato es agudo al respecto y a veces lo perciben por anticipado). En fin... cosas de la democracia y de la enseñanza pública que ha transformado y bienvestido al lumpenproletariat. Así, el asentamiento en terrenos del lenguaje posmoderno se completa, las palabras se hacen desconcertantes, las frases son ambiguas y lo más que se pueda sujetarlas a múltiples interpretaciones mejor (de modo que quepa el "me habéis malinterpretado", "no dije eso", "eso está fuera de contexto", "esto debe entenderse al revés", etc.; y verdaderas coartadas como las que deja Kingsley con iguales fines, para iguales escapadas), y entretanto que reine el desconcierto, que cada uno tome lo que le venga mejor creyendo además que se ha apropiado de los que no tenía... Es lo que da lugar a los discursos ecológicos que acaban clamando contra el calentamiento global y pidiendo que se proceda a sustituir bombillas para ni siquiera sustituirlas, se planten molinos de viento y paneles solares y se cobre por hacerlos funcionar a base de gasoleo, etc. La Realidad estaba allí, pero al final se consigue que no quede de ella nada... Y no porque el hombre sea limitado, no porque la realidad tenga varias capas, sino porque hay unos señores de la guerra que se dedican a pintar una tela detrás de la que a cualquier precio ganan poder para nada (que no sea su opulencia) y hacen sus mafiosos negociados.

Mientras Kingsley opta, ante tan frustrante panorama (democrático, como bien se lo debería denominar), por hacer suyas todas las viejas y peores mañas (con relativa "continuidad"), todo sea para evitar la proletarización y buscar un camino alternativo, adecuado a sus habilidades intelectuales e imaginativas específicas, para permitirse una carrera burocrática propia, copia, y decide tomar posiciones en el campo de la mística. En fin, otros optan por claudicar sin tantas pretensiones y se ponen al servicio de las grandes organizaciones burocráticas, en donde intentarán indudablemente escalar. Los pensadores (o trabajadores del espíritu o productores de cultura) más lúcidos de la posmodernidad lo vieron claro, como Rorty o Feyerabend: en nombre del avance indefinido hacia ninguna parte (que ya cuesta decir que es "el progreso") reducido a la conservación de lo que hay (llamado todavía "democracia") se puede y se debe admitir cualquier "justificación" o "método anárquico". Pero eso puede caer en manos del enemigo, y por eso otros les advierten del peligro de abandonar de ese modo la "incondicionalidad", es decir, la que ellos y sus "maestros favoritos" han creado. Porque la "incondicionalidad" claro que existe y es posible de asumir... pero no es algo absoluto o anterior y exterior al tiempo (cavernario) sino algo que unos y otros se esfuerzan en crear y crean con vista a imponer sus propios marcajes e iconos identificativos.

Sin duda, Kingsley ha intentado hacer un servicio considerable a la mística, al menos a la que no exige rigor alguno y hasta aplaude los métodos oportunistas. Retroceder hasta la frontera del tiempo más allá de la cual desaparecen las fuentes fidedignas y escasean suficientemente los documentos, para elaborar pistas de una tradición única aunque diversa, realmente entroncada en las profundidades del hombre, que justifiquen una mística marginada sin embargo de la Historia pero agazapada en ella como bien ha podido, perseguida, víctima de una indecible conjura, buscadora de un Sion y de una Tierra Prometida que no vemos porque (¡esos conjurados, qué otros!) nos han debido cegar de nacimiento, ya es hacerle un gran servicio. Eso sí que es "racionalizar lo oscuro" (pág. 315) mucho más de lo que lo consiguiera el ingenuo de Platón. Lo que dista mucho -¡y distancia!- de un aporte elucidatorio, sociológico, histórico o socio-psicológico al menos. (5)

En cualquier caso, cuando se propone el relativismo o se da a La Realidad el carácter de un puro sueño sin causa comprensible, casi como si se jugara con los significados, ¡qué más dará mentir, engañar, manipular, trampear, desdibujar las cosas y enredarlas, poner a la par lo imaginario con lo tangible, lo deseable por algunos con lo adoptado por los otros... cuando todo eso se hace en nombre del venturoso más allá (que sólo la vanguardia atisba) y de lo que a esa vanguardia le parezca lo mejor para todos, es decir, La Verdad que se pretende conquistar... e imponer de uno u otro modo! Si "ya estamos muertos" y "el mundo que consideramos vida en la tierra es realmente el propio mundo infernal" (pág. 154), ¡qué nos impedirá hacer diabluras, qué crear una moral a nuestra medida que justifique nuestro discurso incoherente, tan propio del "mejor ingenio"!

¿Qué más dará si "estamos todos muertos" y "la muerte no es muerte" (pág. 334)? ¿Qué más dará si "toda la vida es sueño y los sueños sueños son"? ¿Qué más da, como concluye el fantástico filósofo De Selby en las siguientes reflexiones suyas con las que Flann O'Brien -ese genial escritor irlandés, irónico y hasta cómico pero sobre todo imaginativo-, prologa su novela El tercer policía?:
"Dado que la existencia humana es una alucinación que contiene en sí misma la secundaria alucinación del día y de la noche (esta última una insalubre condición de la atmósfera debida a la acumulación de aire negro), está mal que un hombre sensato se preocupe por la ilusoria aproximación de esa alucinación suprema llamada muerte."
Los seres humanos, entiendo a mi vez, somos todos tramposos, al menos en las circunstancias convenientes. La habilidad no puede ser despreciada, pero tampoco oscurecerla vergonzosamente y autoengañosamente para engrandecer lo que simplemente apenas si se halla a ras del suelo.

Por eso no encontré por mi parte mejor cierre que el de la cita a esta tal vez larga al tiempo que incompleta manifestación de indignación mía y también denuncia contra los que en el fondo lo que hacen y han hecho siempre ha obedecido a la vocación suya de tender trampas, las que mejor sepan tender, claro, y de la manera más vergonzosa, rastrera, deshonesta posibles. Es decir, despidiéndome con esa risa que nace de la contemplación benevolente de las piruetas propias de nuestra estirpe. Y es que, sin duda, la ironía sigue siendo el último refugio que nos queda; una y otra vez lo redescubro.



* * *


Notas:


(1) "Han pasado seis millones de años desde que nuestros ancestros se apartaron de los ancestros del chimpancé. La mayor parte de ese tiempo la hemos pasado sobre la tierra, no sobre los árboles. Lo pasamos también llevándonos bien con los miembros de nuestro grupo y luchando contra los miembros de otros grupos. Lo pasamos aguzando nuestra habilidad para detectar a los tramposos y para despistar a los detectores de tramposos." (Judith Rich Harris, El mito de la educación, DeBolsillo, Random House Mondadori, Barcelona, 2003, pag. 163.) Lo que, como todas las facultades humanas, tiene obstáculos internos diversos y en diversas graduaciones y se presentan en diversos grados de eficacia (justamente, orientándonos en principio a actuar según las mismas o a fracasar de entrada).

(2) Caben decir muchas cosas sobre el doble lenguaje en Empédocles, al que se le superpone el doble lenguaje de Kingsley, lo que cuadruplica el efecto en una clara adaptación del discurso mítico y mágico, pero como también hacen el religioso y hasta el académico de hoy en día, a la posmodernidad en la que hemos anclado. Merece resaltarse hasta qué punto los problemas de vaciamiento conceptual del lenguaje y las prácticas de neolengua de índole bigbrotherianas del presente, aparecen ya en aquellos tiempos como reglas obligadas de las prácticas mágicas, etc. En parte hay un componente de persecución (ver al respecto Leo Strauss, La persecución y el arte de escribir), efectivo o potencial (y al respecto, se tiene constancia del extremo control político que ejerciera la Polis Griega sobre todos los aspectos de la vida, públicos y privados; como lo revela el caso de Hipaso de Metaponto que retomo más abajo y Kingsley pinta lo más suavemente que puede -nota 48, pág. 439-), pero hay otro ligado a la ineficacia en sí misma de la persuación como método para la obtención de los fines declarados así como para las motivaciones reales, lo que pone de manifiesto la intencionalidad fundamentalmente mentirosa o tramposa del doble lenguaje. Por fin y a partir de esto, el carácter fundamental que tiene de instrumento de engaño pretensioso que en realidad contienen tales discursos: pretensión de conquista sin plazos, de dominio sin límites ni coste y de reproducción sin término de sus condiciones.

Al respecto, reproduzco y comento a continuación algunos párrafos puestos a nuestra disposición por el propio Kingsley, inevitable más que ingenuamente:

"... iban dirigidos a públicos muy diferentes: el primero a un individuo al que Empédocles llama Pausanias, y el segundo a un grupo de oyentes a los que Empédocles identifica como conciudadanos de su ciudad natal..." (pág. 476; y en una nota asociada, Kingsley añade: "...quizás miembros de la aristocracia con los que estaba relacionado..." -nota 16, pág. 483-). Y más adelante: "... En un contexto iniciático el público (...) resulta, desde luego, fundamental: lo que se dice variará de acuerdo con la audiencia." (pág. 477)

Lo que es obvio es que las enseñanzas al discípulo dilecto iban orientadas a otra cosa, a saber, a "sobre cómo preparar una laminilla de oro" (pág. 403), es decir, cómo sobrevivir como mago sabiendo realizar los trucos y ejecutar los procesos rituales apropiados para seguir apareciendo ante las masas como tal, sin perder ese espacio teatral conquistado; esas eran "las técnicas esotéricas" que en los cursos de "iniciación", "pasaban de maestro a dicípulo, que es lo que Empédocles asegura estar haciendo con Pausanias" (pág. 475), y que de ser revelados podían implicar la condena hasta con la muerte, real o simbólica, de quienes osaran hacerlo (algo así como abandonar la KGB o la CIA), como fue el caso del mencionado Hipaso. Empádocles le pide al parecer a Pausanias que "escondas mis palabras en tu mudo pecho" (pág. 477).

¿Puede caber otra cosa? ¿Acaso arrojarse todos al Etna para así ser inmortales ipso facto, ¡ese deseo abrazador, el más ansiado, el que debería de ser según el discurso propagado el "verdadero secreto"? Pues no puede sostenerse otra cosa más que la "enseñanza más avanzada" que recibían los dicípulos eran... las trampas... y en todo caso... las evidencias que podían poner el peligro sus pilares míticos y dogmáticos. Los mejores dicípulos sin duda fueron los que aprendieron a mentir y a trampear guardando silencio y trasmitiéndo las ventajas y obligaciones de mantener los secretos, ¡esos secretos, que son los únicos utilizables para sobrevivir en el presente y garantizar en todo caso la progenie cultural propia, a veces, donde fue posible, simultáneamente biológica!, y seguramente ellos fueron los autores creativos de muchas de las buenas y útiles leyendas que han llegado hasta nosotros.

En este marco operativo de la magia y su proselitismo compulsivo, replicado en particular por Kingsley a la manera del posmodernismo actual, el pensamiento de la "sanación" o la "cura" cumple un papel estelar. Lo trataré en detalle en el texto principal.

(3) Sin duda existe una "continuidad" que liga las prácticas y doctrinas místicas y mágicas con las "posteriores" prácticas y doctrinas filosóficas o "socráticas", en contra de las exageraciones que se establecen entre ellas a base de poda y ocultación, tergiversación y retraducciones, para establecer "rupturas" fundamentales que las separarían (Kingsley, pág. 429, 444, 446-7, 472 entre otras), "ruptura" que él mismo sin embargo menta llamándola "istmo entre dos tradiciones" (págs. 182-183). Sin embargo, nos choca (y ello, como decía, nos lleva a comprenderlo muy a su pesar) por qué no se deba o no se pueda o simplemente se soslaye la extensión de esa "continuidad" (continuidad de la idiosincrasia intelectual, de qué otra cosa) que lleva a Empédocles, Parménides, Platón y Aristóteles, entre otros, y a Kingsley mismo, claro, por caminos que apenas con variantes se repiten (como muy bien, conceptual y literariamente, señala Kolakowski).

Claro, todo desde mi punto de vista, desde mi propia "conveniencia analítica", yo también sostengo que hay continuidad y que por supuesto hay un componente mítico en el platonismo (yo diría que lograría demostrarlo... con sólo reproducir las palabras y los textos del propio Platón, donde todo está más que a la vista), pero yo digo además que esto se extiende hasta el presente en los términos en que lo demarcara Kolakowski, hasta el cientificismo mismo con el que Kingsley coquetea y juguetea en sintaxis y en método, imitándolo para estar a tono con lo que sus oyentes potenciales acostumbran a oír (haciendo gala así, por otra parte y una vez más, de las enseñanzas de sus antiguos maestros, y hablar de acuerdo con el público al que uno se dirige -como reflejo en mi nota 2-).

Sí, debo reconocer la relativa coincidencia (tal vez lo que dio lugar a mi inicial ingenuidad), si bien no se me ocurriría decir que ambos tenemos en esto ninguna verdad absoluta por ese motivo, con Kingsley a pesar de la parcialidad y el sectarismo que exhibe en general. Como he dicho, esa particularidad generalizada en uno u otro grado de los intelectuales de ver la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio nos permite poder verla en los suyos mal que le pese, más fácilmente incluso: por similitud, por ponernos en alerta, por "simpatía natural".

Porque Kingsley, como se puede comprobar más allá de sus trampas -por otra parte muy presentes en todo discurso científico, como supo denunciar el mejor Feyerabend... y también valorar positivamente, y mucho más fructíferamente Biagioli en su Galileo cortesano-, pretende demostrarnos racional y empíricamente, o sea, en términos modernos, con la sintaxis y los conceptos y los métodos de la modernidad kantiana y la lógica aristotélica, incluso wittgensteinianas (dejar que lo místico "se muestre"), que lo místico es real, incluso que es lo único y verdaderamente real.

(4) Trucos como el mencionado de pág. 403, el guiño de pág. 466, como catalogar de más "fidedignas" las fuentes que más le convienen (pág. 472), etc. Pero donde podemos observar claramente hasta qué punto se trata de un tramposo de cuidado es cuando cita a Platón (que a veces parece haber leído... a través de terceros), en dos fases: primero menciona (pág. 221), sin mayores detalles, como parece más cierto pero menos aprovechable por Kingsley según mis fuentes, el caso, luego, volviendo a ella como si la repitiera citando como si fuera una cita de Platón: "sacerdotes y saderdotisas que... deben explicar lo que hacen" (pág. 223; la negrita es mía) aunque la nota bibliográfica (nota 14, pág. 230) apunta a un tal Marsden que en la bibliografía aparerece como autor de un libro sobre la artillería en Grecia y Roma (!)... ¡por lo visto enteramente dedicado a la cuestión! Y, además, sosteniendo, por un lado, que ello es parte de la "manera detallada" con la que Platón "pasa a describirlos" (a los sacerdotes) (pág. 223), cosa que no es cierta según mis dos versiones del original (la de Alianza y la de Porrúa, donde se puede ver que el tema no pasa de ser un ejemplo en un desarrollo más amplio y pretensioso sobre el tema central que no es sino el de responder a la pregunta de Menon sobre si la virtud es innata o es transmisible por vía cultural. Y esto al margen de que la mención a los dos sexos pueda contener una referencia a los órficos... lo que en este caso no demuestra vínculo de Platón con ellos, no al menos sobre esta mención). Y, por el otro lado, que se trata de algo "importante" porque "Platón insiste (?!) en la necesidad (!) de que los sacerdotes y saderdotisas expliquen (?) sus actividades" y sobre esa falacia, Kingsley desarrolla, motus propio, un sinúmero de conclusiones que tal vez haya considerado indispensables para sus tesis o sus fines, pero... que son poco más que una enrevesada y a un tiempo burda manipulación además de un método que me atrevo a llamar crecepáginas.

¿Cómo puede mentir de esa forma y trampear hasta ese extremo, y para qué? Una vez que uno logra darse cuenta... la indignación es lo único que puede esperarse. ¡Sin duda, K, escribe para los que no hacen ni mínimamente eso, ni siquiera ir a ver las notas y la bibliografía..., como ya dije!

Insisto: Kingsley logra soslayar con habilidades dignas de un funambulista descubrimientos posibles que ciertamente permancecen bloqueados con la propia connivencia de la inmensa mayoría de los intelectuales. A lo largo de intrincadas idas y venidas e intrincadas y sobreabundantes citas que muy pocos se dedicarán a contrastar, sea por imposibilidad o por desinterés, y sumergiéndonos así en un océano de supuesta erudición académica adecuadamente filtrada, simplificada, tergiversada y mezclada es probable que consiga empotrar la conveniente confusión en el lector que lee de corrido, confiado en que se está informando, como en durante los primeros capítulos me sucedió a mí, y en todo caso para darle la sensación de que se trata de un campeón intelectual capaz de taparle la boca al adversario acedémico que le pudiera salir al cruce en lugar de ignorarlo.

(5) Si la mitología, la teurgia (mentada por Kingsley)y la escatología griegas hubiesen sido diseñadas por un psicoanalista freudiano o lacaniano (y además argentino) moderno, hubiesen sido indudablemente más pobres, menos brillantes (como todo lo que nace de la racionalidad y de los planes intencionales que buscan la moraleja y el mensaje doctrinarios), pero habría tenido un contenido relativamente similar. En el Olimpo y en el Hades, en ese mundo divino abarcador del mundo humano, están todas las pulsiones representadas y en movimiento, como en una gran escena y una obra mayúscula y trágica. De ahí puede inferirse que el infierno en el que se cae tan fácilmente a cuenta de la desesperanza sea un lugar del que se pueda volver, renacido. Esto es parte de esa cosmología mística que vio en las pulsiones internas, psíquicas o del alma, las fuerzas y los escenarios menos controlables, más... divinos; tanto las maléficas como las admirables (estas que perecían indicar que una parte interior podía purificarse, descontaminarse, para poder alcanzar un lugar entre los mismos dioses). Y todo esto está en Platón obviamente a partir de la narrativa mitológica previa (en este sentido, Kingsley invoca a sus propios contendientes y es él más que nadie quien desvincula de esto a Platón para revincularlo de nuevo con ciertas connotaciones sui generis y ad hoc que no acaba de explicitar, aunque se comprenden... cuando no confunden).

Esto nos dice un par de cosas por lo menos (si lo queremos y estamos en situación de verlo):

1) todo lo incontrolado del hombre es para él divino, tanto lo pernicioso como lo recuperador, que también nace de manera compulsiva... aunque ambos campos se pretendan dominar y domesticar.

2) tanto lo que se imagina como lo que se hace persigue el Poder, el Dominio. Lo que se pretende al adherir a un mito es tener una respuesta al ¿Qué hacer? para alcanzar ese Dominio o cuanto menos compartirlo (teniendo parte del botín a cambio de uno u otro grado de sometimiento).

Lo interesante (como si de una catarsis psicoanalítica se tratase) es que al maravillarnos ante muchos de los comportamientos o actitudes de Kingsley (al chocarnos), nos resulta mucho más fácil (extrapolándolo como es lógico) comprender la conducta, el enfoque, la práctica, la vida en fin, de Empédocles, como Kingsley declarara pretender, así como en el caso de otros personajes mesiánicos, como por ejemplo Jesús. Se puede por fin apreciar la existencia de verdaderas convicciones, incluidas las que se sustentan en el autoengaño. Kingsley mismo nos lo explica en relación con Platón; en sus palabras: "cuanto más intentamos desenredarnos, más acabamos desenredando a Platón de sí mismo" (pág. 228); precisamente lo que nos lleva a desenredar a Kingsley... de nosotros al menos.



* * *


Apéndice (otras gemas pescadas en oscuros lugares de por ahí para quien quiera más de lo mismo y para que conste en acta...):

Dice Kingsley ("Los oscuros lugares del saber..."): "Todo nos empuja fuera de nosotros mismos, lejos de la absoluta sencillez de nuestra propia humanidad." O sea, que La Realidad "es ilusoria" ("absolutely everything, including the fabric of reality itself, is trickery and illusion", "nothing but a dream") pero el más allá es accesible... El vacío (en un sentido nietzscheano o existencialista) es un problema y no una justificación a la huída de lo humano (algo por lo demás imposible salvo como parte de una neurosis).

La "Ollie’s first law": “Things are often not what they appear.”, debe ser rigurosamente formulada y ser atribuida a los discursos, las narraciones, las interpretaciones, las ideas que uno se hace de las cosas, pero no ser extrapolada al Mundo como si nuestros sentidos fueran intrínsecamente engañosos, lo que no se sostiene ni permite explicar nada. No se puede, además mantener el discurso racional y decir que hay algo verdadero que se nos oculta ontológicamente hablando (a la manera del misticismo occidental), es decir, atribuyendo "el ser" a los productos de lo imaginario. En cierto modo, podemos decir que no vemos sino lo que nos interesa ver y todo lo visible da lugar a unos discursos entre otros posibles (en un marco contextual). Una narración puede descartarse por no rigurosa o incoherente o por compleja o por anti-Ockham, pero estos descartes son también medios justificados que manifiestan intereses específicos... Lo que descarta e igualmente lleva a adoptar o crear discursos es el lugar social ocupado, el lugar que básicamente define esos intereses. ¡No hay otra cosa que se pueda decir!

La sed o necesidad de saber qué hacer, es inseparable de la autoconciencia. El desarrollo de por sí del sistema nervioso, su centralización y complejización, crean esa sed. La conciencia se observa y se interroga y así pasa a interrogar hacia arriba, hacia la región de las primeras causas, en busca de alguna certidumbre (mítica sin duda). Esto entronca con las diferentes idiosincrasias y su agrupamiento/división/relaciones subordinadas. La opción que más cerca se tenga es adoptada y defendida (o, si se prefiere, justificada).

La magia, etc., debió estar siempre al servicio de los gobernantes y nacer como tal (véase nota 16, pág. 483, donde se reconoce la relación de Empédocles con la aristocracia de su ciudad natal, algo que vuelve a presentarse en la relación Platón/Siracusa y Aristóteles/Filipo de Macedonia). Los oráculos estaban fundamentalmente a disposición de ellos. Ellos eran quienes más necesitaban conocer la fortuna en la guerra y su provenir económico (se reconoce esto en la nota 16 de pág. 483 ya citada antes). Los esclavos y los pobres ya sabían lo que les esperaba sin necesidad de preguntar nada a nadie, aunque seguramente rezarían a sus viejos dioses o a alguno que otro más compasivo entre los adoptados. Las clases medias, en todo caso, emulaban a los poderosos preguntando a adivinos engañabobos... pero más económicos, o se congregaban en torno a las oportunidades de escuchar algún mitin público que dispensaba esperanzas oscuras e incomprensibles.

Pero, ¿qué nos permite, a dónde nos lleva, ese uso, y quién juzga que se hace "bien" o "a fondo"? ¿Quién dice: sois ciegos (blind) al asumir una creencia "falsa"? Y ¿cómo el uso a full de unos sentidos imperfectos pueden permitir esa superación, qué hace que su uso se restrinja, por qué? ¿Acaso por no ser del club? Pues esto es lo de siempre!

Por si fuera poco, se nos ofrece la cura que sería en primera instancia: "Nothing is to be left out." "...this choiceless, all-embracing awareness can only happen in one particular moment: right now. For if you miss anything now you are missing everything. You are asleep again." Esto es un estado místico, en el cual... se tendría conciencia de uno mismo y de todo (?) "...in the moment of thinking you have already left the present moment." No es de extrañar que, sabedor de las críticas más sensatas que se le podrían hacer, Kingsley hace un astuto alto en el camino sugiriendo que detrás haya algo más profundo y oscuro que se nos escaparía: "The demand for such complete, uncompromising attention is so unreasonable that it seems only sensible to tone down what Empedocles is saying; to want to make him demand less than he really is demanding." Es que Empédocles habría sido "not the most reasonable of teachers" (un aspecto que apunta a un tema capital: el esoterismo, que Kingsley... practica a medias (en el fondo, como hizo Empédocles al dirigirse a la masa y a la posteridad!!!!) Entonces viene la segunda instancia:
"the sleepless alertness, always present by its very nature, called metis." Que sería entrenable, domesticable, como todo lo que se extiende delante del hombre en cuanto lo ve prometedor para ganar Poder (Fausto y las 24 patas), porque: "metis is like an organism that actually nourishes itself", lo que se escondería en el verso de Empédocles. Lo que equipara "la conciencia" (como "metis") con las plantas de las que se podían sacar remedios.

Pero... "accumulating enough metis to become an effective human being was no more than the smallest of beginnings", por lo cual: "to become free from illusion, all we need to do is accept illusion wholeheartedly. To find what lies behind movement all we have to do is embrace it completely.

And, in just the same way, to go beyond this world of the senses all we have to do is use our senses to the full. For to open up our "palms," those instruments of metis, and perceive everything with total alertness right now is to open the way to a world of stillness quite unknown to our restless minds -- is to become aware of the common factor linking each sense together, motionless, featureless, placeless and timeless, which is the consciousness we are."

Lo que pese a su grandilocuencia, sigue siendo el ofrecimiento de una práctica de extrañamiento de índole curativa, en todo caso, aventadora de la angustia existencial. Igual que la religión, la magia negra narcoléptica, la adopción de la práctica científica muy disciplinada y prometedora.