lunes, 16 de julio de 2012

La botella repescada... (1)

En mi "segunda novela" que espero deje de ser un borrador antes de que me jubile (en todo caso antes de que se agote mi escasa participación intelectual en este mundo de locos para iniciar una andadura contemplativa hacia el polvo y el recuerdo) se levanta una Ciudadela semienterrada, especie de palacio de un remedo de Big Brother espartano emergido de la marcha sin meta del hombre a la vez que de sus pretensiones sistemáticas e inevitables de fijarse alguna. Es decir, de la artificialidad que nace de lo más instintivo, de lo que se impone desde la vida a la vida.

Como sucede al menos en mi caso, una vez creados los condicionantes iniciales y ciertos momentos puramente estéticos, la novela se fue construyendo cada vez con más riqueza de contenido y... muchos centenares de páginas que habrá que recortar un poco. ¡Esa es la fatigosa tarea que me espera ahora!

Pero, entretanto, y en conexión con el post que escribí en mi otro blog sobre la cuestión que he denominado "los molestos", quiero desarrollar aquí una reflexión un tanto más literaria sobre el caso; un caso que me temo de mucho de que hablar en un futuro previsible, tal vez a cuenta de mi posible paranoia, tal vez de mi posible aguda intuición.

En las honduras del bunker mencionado, he situado con un método puramente dadaista las que podrían bien ser consideradas calderas del infierno; unas grandes calderas donde bullen sin cesar fuegos incineradores destinados a desintegrar y volatilizar los deshechos que se generan en ese lugar a consecuencia de la vida cotidiana... Pero resulta que, como todo lo que hay en el mundo, esos dehechos están definidos desde la institución que se da el hombre, o mejor dicho, a la que llega simplemente marchando como he señalado al principio: sin meta aunque inventándose colectivamente una y creyendo individualmente en ella; y por eso, allí también son considerados deshechos todos aquellos individuos que se conviertan en molestos para el mencionado Big Brother, individuos que éste considera inútiles y, por ello sin más, perturbadores, por lo cual deben desaparecer del mapa. No tiene que mediar una Gran Causa (¿quién tiene la autoridad o el derecho de decir qué motivo o razón podría serlo?) ni debe ser dada la más mínima justificación. Eso, allí, en ese mundo, ha sido completamente superado: es el atributo por antonomasia que define al Big Brother como Brother Supremo. En ese mundo sin dioses, un hombre ha aceptado ocupar el lugar vacante de Dios a sabiendas de que es parte de una pantomima; de La Pantomima.

Para facilitar las cosas, en cada rincón de la Ciudadela hay alguna boca que lleva hasta el corazón de Los Incineradores. Y para que no exista posibilidad alguna de suspensión o anulación de la pena infingida ni humana esperanza de rehabilitación o indulto, todas las sentencias son sumarísimas y una vez que son colocados en la boca de los conductos (que están siendo constantemente lubricados), los cuerpos se deslizan en picado, en ausencia absoluta de obstáculos, directamente hasta las calderas, donde crepita el fuego que comienza a quemar ropas y piel en la medida en que se está más cerca, todo lo cual, de todos modos, pasa extraordinariamente rápido.

Oscuros, irremontables, sin asideros, una vez en ellos los individuos se saben irremediablemente condenados de inmediato, y, a pesar de aceptar que su fin está en el orden de las cosas... acaban gritando desesperadamente mientras se precipitan hasta el último momento, incapaces de reprimir el reclamo de una ayuda conscientemente imposible y tal vez pereciendo en el ejercicio mismo de la esperanza...

En nuestra sociedad, por el contrario, los incineradores reales son de los más diversos estilos y no han sido simplificados hasta el extremo gráfico con que los he diseñado para mi Ciudadela de ficción. Entre nosotros, consumen lentamente la vida de los condenados a lo largo de una caída que parece que no cesará nunca, ni para bien ni para mal. A diferencia de los de mi caricatura, suelen consumir antes al individuo desde dentro, desde sus propias vísceras, como si se convirtiesen por anticipado en cadáveres a disposición de los gusanos. Como si se tratara de un viaje realmente instantáneo e irreversible similar a pesar de la apariencia al que se les impone a los molestos para mi Big Brother... En uno u otro caso, a fin de cuentas, se los considerara y se sienten de inmediato muertos.

A veces, también son quemados meticulosamente y trozo a trozo mediante la tortura... Pero esto es tan sólo otro preámbulo que ha sido suprimido: mi Big Brother no busca diversión, sólo pretende ser divinamente expeditivo.

En nuestras circunstancias, los millares de millares de conductos que están al capricho de nuestros Grandes Hermanos y sus cohortes de trolls, de clones, de bufones y de cobardes prontos a traicionar... incluso a ellos, no confluyen en una única Gran Caldera, sino que acaban en millares de frías y apagadas calderas, oscuras, húmedas o calurosas, viciadas, inmundas, todas más o menos terminales, donde las llamas no brillan ni siquiera para celebrar la muerte ni dejan ver las circunvalaciones que describe cuando danza en torno. Otra cosa son las cárceles civilizadas, donde se interna a quienes son juzgados por un tiempo previsible. Incluso aquellas en donde los asesinos aguardan su ejecución legal.

No, mis incineradores, aunque única opción para cualquier supuesta falta o puesta en evidencia digna de la medida, no son nada que se pueda asimilar a estos espacios de aislamiento, ni siquiera a los actuales psiquiátricos. En realidad, lo más parecido a ellos han sido los gulags soviéticos, pero sobretodo son la versión fantástica de las prisiones totalitarias en general, esas a donde se aherroja a los que fuera molestan demasiado a criterio de los hermanotes de turno, donde algunos desaparecen para siempre (incluso, muchas veces, tras volver al mundo exterior). Me refiero a otra cosa que, de hecho, no está allí para nadie (salvo para los carceleros y los verdugos), que se pierde al final de un conducto que no se ha recorrido porque eso sólo se hace una sola vez en la vida, que parece al común de los mortales una pura fantasía como la de mi Ciudadela u otras: historias, historias que se cuentan para asustar a los niños... Los únicos que se enteran son... los profesionales, los que cumplen sin más con un trabajo por el que no sólo cobran un salario -nunca demasiado aceptable- sino que son condecorados y amados por el Brother y sus leales, además de deleitarse cuando aplican la oreja a las paredes del submundo para deleitarse con la música tenebrosa del dolor y de la angustia, apreciando las diferentes escalas, los diferentes registros, para los que sus oídos se han desarrollado

La esperanza, que en cuanto se comienza a caer por los conductos (o mientras te llevan embolsado) comienza a diluirse, acaba, por fin y generalmente, por quebrarse, hasta inducir incluso deseos antinaturales, deseos de que llegue de una vez el sueño eterno. Y muchos de los que salen, en parte por lo menos, se ya no son sino espectros que no saben decir por qué siguen allí, por qué y para qué están aún en ese mundo que antes de que los encerraran creían conocer bastante...

Todos tenemos mucho de lo que ocuparnos, de lo que alegrarnos y de lo que sufrir; de modo que esos gritos no llegarían hasta nosotros ni aunque los trasmitiesen por la tele. En todo caso, los hermanotes nos lo ahorran con ponerles una prioridad, mostrar sólo algunos aspectos, integrarlos en una narrativa tácticamente apropiada, distorcionándolos o, en caso de juzgarlo conveniente, borrándolo del mapa como se borrara de las fotos a Godwald tras dejarle el gorro a Clementis, como nos contara Kundera (El libro de la risa y del olvido).

En cualquier caso, siempre estarán allí, por todas partes, esos conductos, abiertos a los que se ganen el castigo de desaparecer del mapa. Nacemos rodeados de letreros y de voces que nos lo advierten desde el primer día. Es lógico que respondamos a esa sistemática invitación a la buena conducta que reprime el deseo de saber demasiado y de decir lo que sabemos en voz alta. Nacemos, además, ávidos de saber y de ganarnos las simpatías del prójimo. De ahí que pasar desapercibidos y en silencio, mirando a lo sumo por el rabillo del ojo y murmurando para adentro, equivalga a no haber siquiera nacido.

La botella que el marinero Simbad pescó en el mar de las mil y una noches y logró arrojar al mar de nuevo, ha vuelto allí para volver a ser pescada... abierta... despertada... engañada... resellada... repescada...

En algún previsible futuro del futuro del futuro... mi ciudadela, erosionada y semicubierta por arenas negras (lo son realmente en ese mundo donde todavía, hoy, no ha sido levantada), tal vez sea alguna vez desempolvada...

...o rescatada de las aguas al modo de una hipotética Atlantida invertida que en lugar de desaparecer emerge.


sábado, 7 de julio de 2012

Un escenario extraño, distante y cercano... (mi marcha literaria) (2)

En mi adolescencia fui atrapado seria, casi "patológicamente", por el existencialismo sartriano que con su progresiva mala conciencia y vergüenza de sí (que por entonces tomé por honesta en un sentido idílico) me arrastró por fin al marxismo bajo el deber ser del "intelectual comprometido" que imponía la inmersión en las masas..., claro que en calidad de miembro de su vanguardia consciente... Un umbral que prometía, según ya me dejaron ver mis "compañeros de ruta" de mayor jerarquía a través de sus manipulaciones y jugadas, un "país" como el que habían construido sus venerados líderes ideológicos (tal y como eran mentados).

Sartre parecía acusarme al acusarse (mandando así al frente a sus soldados aunque no a sus órdenes sino a las de las camarillas soviéticas y maoístas) al señalar que ante el hambre la libertad era un lujo y al embellecer mediante el arte literario y dramático la integración en la pirámide burocrática en calidad de pequeño o mediano capataz de masas. Ese era el mensaje que me llegó a los dieciocho años a través de Goetz, alter ego de Sarrtre en la ficción (El diablo y dios, o "el buen dios", como se estila en francés), es decir, lo que Sartre habría aceptado como clon suyo en el frente físico de la batalla: ponerse a la cabeza para estar con ellos (las masas, el sudor de la realidad o la realidad como sudor). Y la llamada al soldado... surtió efecto... No hasta el límite de la frustración de quien se sentía como poco "capitán", es decir, Goetz.

Recuerdo (¡es uno de mis más entrañables recuerdos de mi vida, aunque cueste creérselo... y obviamente porque representó la escenografía ideal de mis mejores sueños!) aquellas discusiones con mi amigo Juan, el militante popular, un auténtico corazón justiciero propio de la más sana y pasional adolescencia, tierno, entregado a la ciencia tanto como a la lucha por la justicia (tal como la entendía y como por fin me la hizo entender), esperanzado, animoso, ojo de halcón para las almas gemelas, y entregado de esa manera a la amistad. ¿Dónde estarás, Juan?, me pregunto mientras te vuelvo a ver al otro lado de la mesa, en el cuarto de estudiante que yo alquilaba, donde llevamos a cabo las sesiones de debate a dos que nos permitirían dilucidar cuál era la verdad: el existencialismo mío o su marxismo, el individuo creador mío o la entrega de todo individuo a la hoguera revolucionaria que daría nacimiento a la colmena feliz del futuro, el que creía tener al mundo en sus manos si se construía a sí mismo o el que debía construirse siguiendo un plan para que no hubiese ningún individuo que no pudiera hacerlo...

No era una discusión insignificante: en ella se cocinaba el gran dilema del hombre como individuo, se ponían al rojo vivo los sentimientos más elevados, las más dignas pasiones. Subir por una escalera de mármol que había sido limpiada y alicatada, por lo que ya era fácil no saber que había sido bañada por la sangre y el sudor de infinidad de explotados y oprimidos, muchos de cuyos huesos se entreveraban con el mármol y la piedra y la tierra apisonada que había debajo... ¡qué duda podía caber!; o tender la mano a los que caían, a los que intentaban levantarse, y para que no cayeran, y para que se levantaran, y para que subieran... ay, eso sí, eso también, ¡vaya a saberse cómo, por qué escalera alternativa, por quiénes alzada, por quienes sedimentada...! ¡Oh, sí, por robots, por máquinas... por esos medios de producción y esa técnica liberada, emancipada por la Revolución!

En esos mismos años (aparte de acabar por tirar la toalla, por ser yo el más duro de los críticos contra mi propio individualismo, por ir por las calles al acabar las discusiones diciéndome. "¡Debo estar dispuesto a morir heroicamente... en el límite, en el límite!") también comencé a escribir lo que acabaría siendo "Una nueva conciencia". Bueno, todo aquello acabó en algún rincón, y espero que los herederos pragmáticos de mi padre lo sumaran a la basura o a las llamas, pero sí que aquello empezó allí... incluso haciendo parte de sí a todo aquello: los debates, la amistad, las pérdidas, la nostalgia...

En la actual novela aparecen unos párrafos pertinentes en boca de un ex revolucionario tietnita Roueg-dor (párrafos que, claro, no fueron escritos en aquel 1967 de los comienzos, en aquel cuarto de estudiante en Córdoba, sino en 1978 o 1979 o tal vez ya en 1980 en España... no guardo el dato con precisión), que a pesar de los términos alienígenas deberían ser suficientemente comprensibles (en la novela se incluye de todos modos un léxico enciclopédico de apoyo pero sobre todo metaliterario); los transcribo aquí:

"De todos modos, el régimen gaidi había sido barrido de Tietnianish y eso me empuja a sentir la misma o casi la misma euforia que embargó a los demás. De todos modos, mágicamente o no, para los que estábamos en Arbaad, se ha realizado aquello por lo que durante tanto tiempo habíamos bregado, yo y mis antiguos camaradas; por lo que luchamos de un modo o de otro durante casi ciensiete roshetay. Y, sea como sea, la alegría ha estallado en el cráter al final del acto, cuando la nube de gas que cubría el cráter y lo aislaba de la civilización se despejó del todo. Y, sea por mucho o poco tiempo, ha tenido la virtud de recuperar para la vida a los enfermos y a los moribundos. La misma que se debería experimentar ante un milagro o un acto de magia; aunque fuesen el resultado de un truco."

y un poco más abajo:

"En cualquier caso, el nonagésimocuarto Nog de Peilushnog o, como prefiero yo decir, la quinta Ascensión del roshetai treinta y dos mil uno, dado que hace treinta y dos mil y un roshetay que se fundó nuestra civilización, tiene todos los triunfos para conseguir ser largamente recordado. Pronto se dirá y se escribirá que fue una Revolución anhelada, querida y triunfante. A pesar de que, al mismo tiempo, acabe con nuestros sueños y cruce nuestro rostro torturado con cicatrices y marcas de latigazos. ¿Escribiré algún viajesh contra ella, cabrá lugar para la Oposición o la Denuncia, estará conmigo Gioas-dor para que lo hagamos juntos?"



Soy yo y soy el contrario hablando. Y soy el amigo (Gioas-dor) del personaje citado (Roueg-dor), y llevo la amistad hasta más allá de lo que la convierte en otra cosa porque sin duda en el amor los individuos se funden... hasta cierto punto... al menos en los términos de la alegoría, de la idealidad... Pero eso comienza a ser otra historia... una historia que otro día...



(continuará...)



domingo, 1 de julio de 2012

El eterno retorno en la literatura.

Será porque un cerebro humano al fin y al cabo es un cerebro humano, o porque los falsos (e imposibles) indeterministas que han reemplazado a Dios por la Diosa de la Fortuna (como Gould denominó al Azar) tengan razón (¿quién puede negar que la suya sea una forma más entre muchas de explicarlas cosas?), lo cierto es que de tanto en tanto me encuentro con que alguien ha publicado en medio de su libro una idea o una frase literaria prácticamente idéntica a otra que yo inserté en un texto mío... en algún caso publicado sin casi difusión y en otros aún no publicados. Lo más curioso es que esto a mí no me da rabia, sino que me hace sentir clarividente... Y también parte del mundo y no, como a veces otras cosas me hacen sentir, como un marciano anclado en este planeta.

El caso que me ha recordado otros que he vivido antes y que nunca he "denunciado" tiene que ver con una novlita corta, quizás relato largo, de un escritor rumano que muy pocos deben conocer por estos pagos, el por lo visto "nobelable" (eso dice el prologuista de la edición española realizada por Impedimentos, que me permitió leerla), Don Mircea Cartarescu (con acentos rumanos sobre las letras A del apellido con forma de media luna otomana tomándose una siesta).

Se trata de "El ruletista", un relato de indudable adscripción al "realismo mágico" y con buena dosis de pensamiento reflexivo a modo de digresiones del autor (un tanto a lo Kundera, o, como diría este, a lo Musil y a lo Broch... en línea en fin con lo que Kundera entiende como propio de la novela).

En un momento dado (pág. 17 del ejemplar del que lo transcribo y tercera de la historia), el autor-personaje/personaje-autor desliza el siguiente párrafo:
"Permanezco aquí, en mi sillón, aterrorizado por la idea de que ahí fuera ya no exista nada más que una noche sólida como un infinito témpano de bre, una niebla negra que ha engullido lentamente, a medida que he ido envejeciendo, las ciudades, las casas, las calles, los rostros."
Ahora dejaré que juzgues tú, lector hoy por hoy poco frecuente de mis textos, si el párrafo transcripto no es una combinación de los siguientes dos nacidos de mi facultad de combinar palabras para hacer literatura:
"A las nueve menos cuarto, la niebla que apareció en el mar ocultando el horizonte comenzó a avanzar hacia la costa. Al rato vimos desaparecer las islas y los grandes barcos que navegaban a lo lejos, más tarde dejamos de ver los acantilados y se apagó la luz en el extremo del faro, poco después desaparecieron  los barcos que habían demorado su salida y los edificios del puerto, después la ciudad y finalmente nosotros" (que es la totalidad de mi microcuento La niebla, publicado por primera vez en 2002, en Microrelatos y en Axxon en 2005)
y
"...despierto siempre aquí y con la misma sensación de que todo continúa. Sólo me consta, porque así debería ser según entiendo, que he debido distanciarme de las cosas de manera irremediable, de todo y de todos los que… ¿viven?, ¿duermen?, ¿han desaparecido…? Nada puede ser igual ni parecido a como todavía lo recuerdo. Sin embargo, el bullicio sigue afuera, más allá de las persianas bajadas… ¿Crees tú que pueda querer eso decir algo? No me animo a comprobarlo. Si me levantara y saliera ahora mismo a la calle, sé que no podría reconocer el mundo. Debo suponer que debimos envejecer en proporciones diferentes gracias al invento..." (extracto pertinente del cuento corto "Si una mala jugada del tiempo", publicado en una primera versión en 2005, en Axxon)
Para empezar (¿a qué sino a divertirme?) me pregunto si Cartarescu (sigo omitiendo necesariamente las medias lunas) lo llegará a saber alguna vez (porque por supuesto aún no lo sabe y es difícil que lo sepa... es decir, que le llegue esta botella arrojada al océano del conocer o alguien que la pesque se lo cuente). Y me pregunto también otras cosas, por ejemplo: cómo pensando él que "debe" existir Dios y yo considerándolo una conjetura ajena a mí del todo..., como es que no encuentrando él "espacio para el absurdo en el proyecto del mundo" (pág. 54) mientras que en cambio yo considere que todo es absurdo visto "todo" desde la humana sensación de vacío que precisamente acaba por producir la inexistencia necesaria de todo "proyecto"..., en fin, cómo es posible que hayamos llegado a coincidir de esa manera y en ese grado (que tal vez para muchos no sea para tanto). Y a continuación también me pregunto si la coincidencia (insisto en que la hay y para mí es notable) no lo acabará atribuyendo él a la magia de su "ruletista" que ni siquiera acertaba cuando todo el mundo aseguraría que acertaría, hasta, indudablemente, Dios.

En fin, yo digo que lo más maravilloso de todo esto es que algo así acabe siendo solamente divertido... Y que, debo reconocerlo (y esto es algo que también ya había apuntado, en este caso dentro de la novela que estoy en estos meses corrigiendo, antes, claro, de haberlo leído aquí) que coincido con Cartarescu cuando dice, tal vez con obviedad pero sin que esto se vea mucho por ahí, "¿Cómo puedes abandonar los arcanos del estilo?" cuando eres un "hombre que ha dedicado toda su vida a escribir literatura" (pág. 57)

Tal vez por eso coincidimos, por eso él inventa su propia creencia y miente a conciencia acerca de la magia, y al al fin y al cabo haga lo mismo yo. En cualquier caso, recomiendo con entusiasmo literario la lectura de "El ruletista" (...y de mis textos, claro).