martes, 7 de octubre de 2014

De qué y de quiénes se burla esta vez Kundera



La primera novela que escribió y publicó Kundera fue "La broma” y la que según todo indica será la última (incluso eso parecen esperar al menos los que redactaron el texto de la contratapa en la versión de Tusquets… tal vez copiándola de la francesa…, tal vez según el dato aportado al respecto por el propio Kundera en alguna parte (*)), lo es de manera descarada, aunque no en el sentido en que lo describe la crítica (que, imagino, quizás equivocándome, habrá hundido aún más en la desolación a Kundera... o, quien sabe, habrá vuelto a ver en su indignificancia, o, peor aún, en su des-significación, cierta "belleza").

Kundera sostiene en ella que vivimos en la era de la seriedad, una era en la cual la burla y la risa le están reservadas a quien tiene el poder omnímodo y plenipotenciario: el Gran Único representado en la novela por el espectro de Stalin, de quien aún hoy, habiendo muerto, todos seguirían siendo súbditos; algo que por otra parte se demostraría y manifestaría, precisamente, en el hecho de que nadie es capaz ya de reír y de burlarse. Un mundo en el que la comedia pone en escena la seriedad, una seriedad impostada, de lo que yo llamaría "las pequeñas cosas", donde sólo la seriedad, esa seriedad, puede representarse.

En realidad, no me queda claro que Kundera piense esto último (soy yo quien lo pienso, yo quien lo señala y  registra justamente en mi novela).  Y, ya puestos, del mismo modo, no comparto la idea que deja caer un tanto "seriamente" al final de que hoy predomine la "ilusión de individualidad" sino más bien una manera en todo caso servil de realizarla. Pero esto es de las cosas "triviales" y "serias" que a fin y al cabo... no puede Kundera dejar de deslizar como novelista que no puede del todo dejar de ser.

En cualquier caso, Kundera ha decidido burlarse (quizás en lugar de escribir, quizás antes de dejar de hacerlo de aquí en adelante como he anotado que parecería). Burlarse del mundo que ve eternamente en fiesta, la de la insignificancia, en la que observa cómo se disuelve mientras asisten todos a ella con máscaras diversas: un falso lenguaje, una falsa enfermedad mortal, una falsa amante, una falsa filosofía de la pérdida de la individualidad… Claro que Kundera no es la reencarnación propiamente dicha de Stalin, ni por tanto tiene la suficiencia como para actuar como un cazador que arremete contra la estupidez. Kundera sólo dispone para burlarse de la palabra escrita, del pedestal de poder menor que se ha ganado escribiendo, de la facilidad con que le publicarán lo que escriba, aunque sea la palabra pedo deletreada durante un número no excesivo de páginas, es decir, como para que no asuste ni comprar ni leer lo que se presentará editorialmente como “una novela”. Y Kundera, por ello, con esa única forma que puede darle a la burla… no puede sino burlarse del mundo a través de los lectores snobs que, en nombre de “la novedad”, de un texto “demorado” y “esperado”, se lanzarán a comprarlo para saber “qué dice el gran Kundera”, acicateados adicional por el texto de la contratapa que concluye: “Nada. ¡Lean!”.

Después de todo, hay que reconocer que se lo merecen, que Kundera tiene razones para despreciarlos, que está justificada su desolación… tanto como su tristeza ponzoñosa.

Después de todo, no deja de ser una manera de escribir sin seriedad, intento por lo que se ve inconducente, infructuoso e infantil, que demuestra con su fracaso que no podemos escapar de la trampa del presente ni de la trampa de lo que hemos llegado a ser… después de haber sido “arrojado al mundo sin haberlo pedido” (recomponiendo en beneficio de la lectura de mi texto “la más trivial de todas las verdades” (sic) que Kundera menciona entre otras “insignificancias” de barniz existencial).

Sin embargo, acaba añadiendo algo más a la Gran Obra de lo lamentable… y ahí se queda todo.

Porque, a fin de cuentas, presiento que aún quedan lectores (me gustaría que se manifestaran y espero que este artículo ayude a que afloren…, y espero que no sean de los falsos  es decir, meros actores de la seriedad) que se  habrán tomado al pie de la letra una anterior declaración suya que rezaba: “¡Y cada novelista, empezando por sí mismo, debería eliminar todo lo secundario, clamar para sí y para los demás la moral de lo esencial!” [Kundera, El telón]. Y que en nombre de todo lo que se decía en ese ensayo (por lo visto desdicho desde el contenido hasta el propio título), acudieron a esta última novela a ver qué levantaba "el maestro" después de sostener todo aquello que pudiera ser al mismo tiempo "una novela" respetuosa de su raison d'être (¿decir algo nuevo, decir algo contundente que nos desnude un poco más, y no “la más trivial de todas las verdades” o alguna otra trivialidad?, en fin, ¿producir un libro según los sueños de Kafka: que sea "un hacha para el mar congelado dentro de nosotros", que responda a esa idea que sin duda nos une -"a nosotros", "los mandarines de pincel chino" (Nietzsche dixit)-, de que "La literatura sólo es digna cuando descongela la sangre de quien lee."?), en definitiva: que siguiera respondiendo a esa idiosincrasia y a esa ocupación, consiguiendo llegar más allá…, como para llevarnos lejos del marasmo de "la insignificancia" que nos ahoga o nos domestica, según de quienes se trate.

En fin, puede que no tuviera otro recurso y que no hallara otro modo más creativo de gritarlo. Puede también que decidiese de este modo acompañar al "suicidio de la literatura" al que se refiere en la frase previa a la citada antes de su El telón; el suicidio de la claudicación que de lo lleva a ver la belleza en la insignificancia..., en el mundo vigente, en la ciega marcha del hombre que ha llegado hasta aquí sin remedio y así sigue y sigue y sigue..., a saber hasta dónde. Tal vez no le quedaba más alternativa, de ese modo, que burlarse indiscriminadamente, de unos y de los otros, del mundo y de sí mismo, aparentando una jugada de bufón de primer orden: no siendo dueño del destino de su arma (en manos de las editoriales, como ya señalara Heidegger que seguiría sucediendo), no le quedaba sino apuntar al meón para darle a la nariz de la estatua (como el espectro de Stalin que Kundera pone a deambular por el parque con su escopeta de caza, logrando que todos, confusos, rían con simpatía... cosa que harán sus lectores), pero podríamos muchos habérnoslo ahorrado.
Cierto que al reírse al mismo tiempo de sí mismo, logra alcanzar de algún modo la dignidad que sin duda ha salido a buscar, con lo que ya le quedará tan poco y presumo que para aumentar su tristeza a la vista de lo que se escriba, que un día puede que nos enteremos que en efecto ha cumplido con la única conclusión posible, tantas veces descubierta por otros tantos escritores: la inutilidad de ser lo que con tanto esfuerzo se ha intentado: Vanitas vanitatum est omnia varitas. Y, para tan poco, la Razón enfurece como el niño que nunca dejará de ser, y dice: ¡para tan poco… mejor nada, mejor BASTA...! Porque también es cierto (¿no lo demostraron los autores más vitales, más vivos, más entregados a... dar forma a la propia vanidad de todos los tiempos, al menos desde el inefable Aristófanes, uno de los grandes burladores... insatisfechos? (**)) que no ya las intenciones ejemplarizantes (¡aj, vade retro!) sino también la burla, la ironía, la "risa áurea" nietzscheana... no sirven para nada, y, por lo que se ve, cada vez menos.


(*) En la contratapa se lee: “un sorprendente resumen de toda su obra. Menudo resumen. Menudo epílogo.” Es, creo entender, tanto un anuncio de despedida como un deseo de "alguien" o de "algunos" de que por fin se despida (y si es de "algunos" quizás sea de los que no soporten ni siquiera su inocua e inconducente burla).

(**) Véase en "Las nubes" como trata de "maricones" a los espectadores desde el interior mismo de la representación..., algo que no consiguiría seguramente llenarlo de satisfacción ni mucho menos...