lunes, 31 de enero de 2011

De la "grandeza-trampa" de Nietzsche

La grandeza de Nietzsche, como se podría decir desde la admiración (y la autoestima -o amor propio- que esconde tal sentimiento mío) no es sino una calificación particular propia de la perplejidad que produce la conciencia de sí, esa propiedad que define al ser humano respecto de cualquier otra individualidad objetiva mundana, viva o inerte.

Desde mi experiencia, debo reconocer que no he podido sino maravillarme del alcance que ha demostrado tener para mí esa conciencia (en sentido genérico), como se puede ver en la persona de Nietzsche.

En su carta a Overbeck -un amigo-, Nietzsche no podía evitar la conmoción que ese alcance le producía, y reconocer al experimentarlo que:
"... mi teoría, según la cual el mundo del bien y del mal es un mundo únicamente aparente y perspectivista, representa una innovación tal, que a veces me quedo completamente pasmado" (tomo el texto de la nota 4 de la edición de que dispongo de Más allá del bien y del mal, la de Alianza Editorial, Madrid, 1979, debida a Andrés Sánchez Pascual, el comentarista y traductor del texto de Nietzsche).
¿A qué se refería realmente, qué era lo que lo separaba, difenciaba, lo que lo hacía sentirse por encima, de todos los demás filósofos del pasado y de su tiempo? Sin duda la consideración que de hecho convertía la filosofía nietzschena en una no-filosofía: la consideración de que la verdad era tan sólo "un problema", un hecho más propio de la invención humana, un subproducto en sus diversas expresiones de la creatividad humana de artificialidad, de la imaginación humana, de la facultad de abstracción y reducción a conceptos ideales e incluso idílicos, a formalizar y a fabricar modelos a partir de indicios e intuiciones, a extrapolar y a desear de una manera alegórica, a... autoengañarse, a... mentirse. Verlo de este modo, sobre la base de la propia experiencia que incluía la incapacidad de convencer con la que se había encontrado y había reconocido que se habían encontrado todos los filósofos desde Sócrates hasta él mismo (lo que personifica en Zarathustra), no sólo a las masas (el pueblo de Atenas) sino a sus potenciales compañeros de ruta, y ver el comportamiento del hombre a lo largo de la Historia, sólo podía conducir al reconocimiento de que tanto la verdad como la mentira son puros instrumentos de supervivencia, que la conciencia misma no tiene otra explicación posible... La grandeza de Nietzsche consistió en dar por muerto en el hombre aquello que diera por un don divino, por una potencia que le prometía servir para algo más (y bastante más) que para esa supervivencia. La grandeza de Nietzsche se plasmó en la superación del mito nacido de la perplejidad, en ser capaz de admitir que esa perplejidad era un fantasma, de ser consciente de ello.

Sólo le faltó admitir (cosa que evitó en nombre de su "Sí a la vida", o sea, de su rechazo por el nihilismo) que esa perplejidad fuera irremediable, fuera una condición de la existencia humana, el motor por excelencia de la marcha del ser humano sobre la Tierra contra viento y marea y contra todo lo que no fuera él mismo y sus compañeros (en los que se proyectaría y a quienes utilizaría), la marcha por la adaptación a sí mismo del mundo y la domesticación de todo lo demás en función de esa adaptación: conquista, dominio, acumulación de fuerzas, invención, mentira... Lo que le faltó es reconocer las mil maneras de actuar de ese instrumento de supervivencia imperfecto, de su manera de funcionar necesariamente por exceso y por defecto.

Y que la sofisticada y contumaz manera de negar que el mundo real sea el auténtico Infierno, haya sido, precisamente, la de negarse a abandonar el miedo y la vileza a perder toda esperanza.

De ahí que esa grandeza de Nietzsche encierra una trampa de efecto equivalente al de un agujero negro ante el que todos, él mismo incluso, se detienen. La filosofía quedó con Nietzsche al descubierto como filoignorancia (en sus palabras: mentira, conjetura, invención...) y filotiranía,  (en sus palabras: voluntad de poder). Sin duda, cabe la resistencia denodada, cabe orientarse hacia el pensamiento líquido, cabe dejar de reflexionar hacia las causas para practicar una retórica sofista cada vez más mediocre, más débil y temporalmente justificatoria. Que éste sea hoy el pretendido y hasta cierto punto próspero signo de los tiempos, no es mera casualidad: el fin de la verdad y de su amor por ella está cercano y aquellas adopciones son una forma mezquina de darle a la esperanza un rol puramente histriónico y desconcertante. Reducidos todos los sabios republicanos a la condición de actores que saben que llevan a cabo su papel con el objetivo de un salario, ciertos privilegios sociales y unos cuantos aplausos al final de cada escena, insatisfactorios casi siempre, aceptables a regañadientes.

Lo contrario, sin embargo, me parece posible, aunque sea para "Ser leyenda": sólo cabe (y en este sentido yo me siento inclinado y empujado a hacerlo, tal vez porque no me importe perder lo que tengo en apariencia) ir más allá del grandioso "más allá...", aunque nos ponga en riesgo de desarmarnos por completo... y renunciar en serio, radicalmente, a las idílicas esperanzas de recuperar el Paraíso Perdido... esto es, en fin, a toda esperanza.



Adendum (16-2-2011): no quiero dejar de anotar aquí mismo (adelantando un primer trazo de un dibujo que me pondré pronto a hacer) que considero la voluntad de "restaurar el Paráiso..." no sólo algo propio de los que desean cambiar el mundo (esto hace Voegelin, por ejemplo, dando indudables muestras de una sagaz mirada... conservadora) sino que la considero la manifestación más obvia pero no por ello exclusiva ni especialmente enfermiza (como de hecho la toma Voegelin... a la inversa de lo que hace Nietzsche, Marx, Rorty, etc., con los matices respectivos) de una pulsión irrefrenable en todo intelectual, incluído el conservador, el cual, también, se considera capaz de llevar al mundo a cambiar/mantener su status quo (o al menos obligado a hacerlo). Esta conducta instintiva, que define el carácter filotiránico (e histriónica y pusilánimamente tiránico) de la filosofía y de los filósofos que la construyen/reconstruyen a la manera de Penélope (sin dejar nunca de esperar a Ulises), que se apuntan a la necesidad de actuar en favor del cambio, nace del sentimiento de autodivinización (que Voegelin, de nuevo, ve... como quien ve la paja en el ojo ajeno...), sentimiento que la conducta humana tiende inevitablemente a adoptar como necesaria, como explicativa... incapaz de realizar al extremo lo que también le pide la conciencia: resignarse, naturalizarse, animalizarse...


jueves, 6 de enero de 2011

Una reconocible idiosincrasia "socrática"... que, ante "la retórica", sólo atina a despedirse

En el curso de mi investigación del fenómeno que lamaré "filotiranía" (en particular la de índole filosófica -esto es la predilección de los filósofos auténticos por La Tiranía- lo que, por cierto, no es exactamente  lo mismo que la que las masas acarician en el límite de su desesperanza)-, abordé días atrás la lectura del diálogo platónico que sostuviera Sócrates con Gorgias y sus discípulos Polo y Callicles, fuese un Sócrates real, uno inventado o uno reconstruido a voluntad de Platón, lo que no tiene para el caso demasiada importancia (sobre esto, remito, como recurso fácil, a la discusión con la que abre mi amigo Luri su Guía para no entender a Sócrates, editado por Trotta). En cualquier caso, yo me apunto no a negar su existencia, pero sí a sostener que el de Platón es un personaje en toda regla, si no inventado cuanto menos retocado respecto del original.  (*)

Pero no hablaré en detalle ni de este asunto secundario y en cierto grado anecdótico ni del tema realmente central del Diálogo citado (preparo un post separado sobre la Democracia en donde algunas citas pertinentes tomadas del mismo tendrán mejor cabida), sino de un suceso sorprendente que me sucedió por el camino, o sea, de mí mismo y de lo que me sucede a diario en estos tiempos y en el lugar en el que me desempeño. Se trató de que de pronto, no pude sino verme retratado en Sócrates, tanto en los sentimientos que vi aflorar en mí como en la conducta de los otros que considero detonante; detonante justamente como la de quienes instaron a Sócrates a manifestar la suya, siempre según Platón y siempre a mi criterio personal... Esto, deduje, sólo puede deberse a puntos en común de índole idiosincrásica, pero también de una significativa similitud con la situación vivida que allí y entonces se había desarrollado, siempre según Platón la hubo narrado (y nos la han traducido, claro).

Este es pues un mero testimonio (y de paso un reproche, la expresión de mi dolor, una muestra de inevitable resentimiento... aunque rebajado mediante la comprensión o la conciencia...). Una confesión en fin, una página que cobra vida fuera del inexistente diario donde correspondería formalmente que estuviese.

En el Diálogo en cuestión, Sócrates, que se encuentra concretamente frente a los defensores del relativismo y el pragmatismo de la época, trata de imponer una conducta al menos en el marco del intercambio filosófico que es en el cual pretende situarse, es decir, no en ganar la discusión "como sea" sino en tomarse en serio eso de "alcanzar la verdad". Seguiré evitando entrar en el debate de este asunto problemático (que ya he tratado y trataré aún más por separado) y aprovecho para insistir que mi objeto es aquí mismo otro. Así pues, veamos lo que dice el Sócrates platónico para conseguir lo que he señalado hace un momento:

"...si tienes mis condiciones de carácter te interrogaré con gusto; si no, no continuaré. ¿Pero cuál es mi carácter? Soy de aquellos que gusta que se les refute cuando no dicen la verdad; que gusta también en refutar a os demás, cuando los demás se separan de lo verdadero; y que tienen, por consiguiente, igual complacencia en verse refutados que en refutar" -dice dirigiéndose a Gorgias (Platón, Diálogos, tomo I, Gorgias o de la Retórica, Editorial Porrúa, México, 2007, pág. 208; esta y las siguientes transcripciones provienen de esta edición de los Diálogos que es de la que dispongo, y que dicho sea de paso no está precisamente cuidada, aunque para el caso es suficiente, o eso creo).

En fin, fue todo un impacto propio de la imagen de uno en un espejo fiel. Y, como he dicho, tanto de mí mismo como de las situaciones en las que últimamente me encuentro. Y eso que mi sensibilidad y mis estudios me han llevado a considerar que "los demás se separan de lo verdadero" no se puede demostrar como se ve que sostenía Sócrates a fin de cuentas, es decir, que "lo verdadero" y los contrario no pasan de ser apreciaciones vinculadas de una u otra manera al individuo que lo sostiene o lo refuta, no necesariamente sin embargo a su subjetividad sino a lo que en síntesis tal vez imprecisa se pudiera denominar su estar ahí. Pero esto vuelve a remitirnos al problema de la verdad y de la incondicionalidad... de modo que sigamos dejándolo pendiente.

Lo cierto es que Sócrates se ve una y otra vez en la encrucijada a tenor de la conducta exhibida por sus oponentes y una y otra vez debe salir al paso con parecidas intervenciones, algunas seriamente admonitorias y que pueden muy bien ser consideradas altaneras o prepotentes. Por ejemplo:

(En esta ocasión, dirigiéndose a Polo:) "...ponte en mi lugar. Si tú discurres anchamente y rehusas responder con precisión a lo que se te propone, ¿no tendré yo motivo a su vez para quejarme si no me fuese permitido marcharme y dejar de escucharte?" (ibíd., pág. 213)

(Ahora a Callicles:) "... se dice comúnmente que no es permitido dejar incompletos ni aun los cuentos y que es preciso ponerles cabeza para que no marchen acéfalos de un lado a otro. Responde a lo que resta por decir, para que no quede sin cabeza esta conversación. (...) ... no abandones este discurso sin acabarle. (...) ... todos los que estamos aquí presentes debemos estar ansiosos de conocer lo que hay de verdadero y de falso en el punto que tratamos, porque es de interés común que el asunto se ponga en claro." (ibíd., pág. 263)

Una conclusión a modo de digresión se hace inevitable y es de mayor importancia para la cuestión que el problema de la verdad, que sin duda aquí vuelve a presentarse: ¿Acaso, pienso, Sócrates debió interrogarse seriamente, filosóficamente, como habría dicho él mismo, acerca de este último punto: era realmente acaso "de interés común" y no "que el asunto se ponga en claro" sino que todos llegaran a tener el mismo interés que él, y, además, por qué? ¿Acaso, en otras palabras, no es importante dirimir lo que debe hallarse en la base misma del tira y afloja al que asistimos (y en el que me he involucrado tantas veces) y que algunos (creo) pretendemos hallar mientras que otros (me consta) quieren evitarlo;  enfocar en fin la atención en lo que causa que estos se escabullan mientras sostienen erre que erre: "invito a todos y (...) a ti mismo (...) a adoptar este (el suyo) género de vida" (ibíd. pág. 284)? Sinceramente, debo reconocer publicamente que no puedo evitar ese enfoque ni de hecho dejar mensajes de invitación en todos los océanos...

Así, poco queda que añadir (y quizás sólo que repetir). La conclusión en primera instancia es lo suficientemente concluyente y contundente como para cerrar el asunto, al menos para los que sepan comprender y se sientan reflejados o involucrados... por haberme conocido al menos. A todos esos amigos, gracias, pero... opto por "marcharme y dejar de escuchar" del mismo modo que, sin rcconocerlo sinceramente, muchos con los que me he encontrado han hecho. De cualquier forma, si bien es una "despedida reiterada", no dejaré aún de escribir aquí o en otra parte ni con sistemáticos fines capciosos; se trata de una despedida de aquellos cuyos intereses se les imponen sin poder ni lograr evitarlo, o sea, de los que hacen oídos sordos a todo los que les moleste, sea cual sea su razón y su justificación, con tal de no perder suelo, y por tanto terreno, esto es, la parecela que les da el sustento, que no sólo es de cielo, pero que sin duda tiene más de cielo que de tierra.



(*)  Adendum del 12-2-2011: Nuevamente me encuentro con un apunte más o menos coincidente de Nietzsche al respecto que no quiero dejar de registrar aquí: el Sócrates de Platón como una reconstrucción oportunista por su valor "popular" (Más allá del bien y del mal, aforismo 190).