"El hombre reflexivo siente una desazón (desconocida por el que no lo es) que puede dar lugar a la desmoralización. Se trata del descontento con la Providencia que rige la marcha del mundo en su conjunto, cuando se pone a calcular los males que afligen al género humano con tanta frecuencia y -a lo que parece- sin esperanza de una mejora." (Probable inicio de la historia humana, en "Qué es la Ilustración", Alianza Editorial, Libro de bolsillo, Madrid, 2007, pág. 174)
viernes, 23 de septiembre de 2011
El insoportable peso de la incoherencia intelectual (2): al César lo que es del César...
lunes, 5 de septiembre de 2011
Notas sobre autoridad e innovación
"Entre Hesíodo y Platón se establece cierta separación, disociando el discurso verdadero y el discurso falso (... que) ya no será el discurso ligado al ejercicio del poder" (pág. 20 en la edición de Fábula de Tusquets, 2008)
"El deseo dice: (...) yo no tendría más que dejarme arrastrar (...) flotante y dichoso. Y la institución responde: (...) si consigue algún poder, es de nosotros y únicamente de nosotros de quien lo obtiene". (pág. 13; la negrita es mía)
miércoles, 27 de julio de 2011
El insoportable peso de la incoherencia intelectual (1): la "Confesión" de Tólstoi
Es uno de esos textos difíciles de ver escritos por los pensadores de hoy en día, cuando, paralelamente a lo antedicho, una masa de productores de "esa cultura occidental" experimenta una seguridad dogmática que no parece tener fisuras ni contradicciones. Algo que sólo ha crecido sin límites desde el siglo XIX hasta estos días al mismo tiempo que ha mermado el número de campesinos.
En la Confesión (citaré las páginas de la edición de Acantilado, Barcelona, 2010) se pueden apreciar las características distintivas de esa subespecie que Paul Valery calificara como la "que se queja", dando de ese modo una caracterización que a mí me resulta demasiado amplia y a la vez conciliadora con lo que muestran los tiempos que corren... Salvo que se acepte que todo puede ser "cultura" o que la subespecie tradicional se hunde en un proceso de extinción inexorable. En este sentido, el conflictivo y desgarrador texto de Tólstoi, al hablarnos de esa problemática como idiosincrásica, nos pone ante una realidad que se aleja y hasta se desprecia, sea esto en nombre de lo que se ha llamado "el compromiso" (militante, claro), sea en nombre de "las leyes del mercado" que con su "inteligente" "mano invisible" nos conduciría por "la buena senda". Aquí, no debería resultar extraño que Tolstói se inclinara por el irracionalismo, habida cuenta de lo que ya debía ver venir de la mano de su opuesto, de su verdadera naturaleza engañosa, tramposa, desconcertante, capaz de dar a la mentira un ropaje que le permitiera justificar y afirmar la tranquilizadora "certeza" del dogma; un trabajo que como bien supo ver Nietzsche comenzaron los filósofos clásicos e instituyera de ese modo la figura de Occidente (cristianismo por supuesto incluido).
Preso de esa problemática, Tolstói confiesa la duda sistemática que lo atormenta por no poderla adormecer ni ignorar, la imperiosa necesidad de capturar lo visible en una narrativa autocomprensiva, el grado especialmente alto en que se les hace insoportable la incoherencia interna que aquello genera, en especial respecto de la conducta y el deseo. Ese tormento es el que lo llevará a darlo a conocer y confrontarlo o exponerlo en busca de una respuesta, de "otra" respuesta, en definitiva, de "la respuesta" que al no hallarse en tanto que definitiva, hasta el propio intelectual apela a Dios.
De entrada, Tolstoi se atribuye una intencionalidad maliciosa y autocondenatoria que implica el rechazo propio y el de cualquiera de los intelectuales de su estirpe:
"Es terriblemente extraño, pero ahora lo comprendo: nuestro verdadero objetivo, nuestro deseo más íntimo, era obtener la mayor cantidad de dinero y de alabanzas posible" (Acantilado, Barcelona, 2008, pág. 19)
La propia fé en la capacidad intelectual lo lleva a verla como un simple y puro "tormento" (pág. 36), un "sentimiento que me empujaba, cada vez con más fuerza hacia el suicidio" (pág. 40).
Pero el intelecto, la facultad de reflexión, la autoconciencia, vuelve a imponerse sobre la desesperación tanto como se puso sobre la felicidad insatisfactoria del simulacro. Entonces comienza un denodado proceso de "búsqueda" (pág. 41) que pasa por una conclusión en la que precisamente no ahonda, no cava hasta la raíz, a saber, "que sólo había tomado por ley algo que había encontrado en mí mismo" (pág. 45) y a pesar de ello o tal vez por esa insuficiencia, siente que "Lo más importante (...) la cuestión de qué soy yo con todos mis deseos, continuaba totalmente sin responder" (pág. 46). En esa "búsqueda de respuestas a la cuestión de la vida, experimentaba exactamente el mismo sentimiento que el hombre que se ha perdido en un bosque" (pág. 53). Y tras comprobar que cuatro grandes "conciencias atentas" y honestas (como las habría llamado Camus casi un siglo después) remiten a la vanidad del mundo real y cotidiano poniendo fuera de la vida, sea "muerte" o "nada" (pág. 65), y llegar a la conclusión de que eso mismo "lo han dicho, pensado y sentido millones de personas como ellos. Y (...) yo mismo." (ibíd,), Tolstói, incapaz de reconocer ni siquiera en este punto extremo la primacía del instinto sobre los mecanismos de la mente, la pertenencia de la reflexividad a los marcos del instinto, es decir, de la animalidad contra la que sigue intentando, al igual que los sabios que menciona hacen en el fondo, se vuelve a... "la vida" (pág. 67), rechazando una vez más los fundamentos suicidas y las alabanzas a la muerte o a la nada, en cierto modo, algo que se formalizará en la filosofía antinihilista de Nietzsche... aún sin asumir rotundamente la pertenencia de la mente al mecanismo, aún dejándole a ésta la posibilidad de realizar sus pretenciones omnipotentes como si fueran... divinas.
Así es como descubre las opciones a las que se vuelcan los "de mi clase social": "la ignorancia", "el epicureismo" (la "borrachera" pura y dura), el de volcarse al ejercicio "de la fuerza y la energía" (el heroísmo, el arrojo, la temeridad, el incremento del riesgo más allá del cálculo...), y por fin, el refugio en "la debilidad" (págs. 67-71). Y reconoce que deseando la "dignidad" de la tercera, él pertenece a los que han optado por la cuarta (pág. 71). No obstante lo cual, no atribuye definitivamente a ello su incapacidad para el suicidio, sino... a "que mis ideas eran equivocadas" (pág. 72), es decir, devolviendo o recuperando para la facultad de reflexión toda su potestad, toda la certeza de que esta debe ser omnipotente. Porque... "¿cómo puede esa razón negar la vida cuando ella es la creadora de la vida?" (ibíd.), acariciando sin ahondar lo suficiente en esa conclusión de primera instancia e intuitiva a la que se llega fácilmente y que no se puede negar so pena de caer en la demencia clínica: "La razón es fruto de la vida" (pág. 73).
Llegado a este punto, Tolstói volverá a mirar en derredor buscando una respuesta satisfactoria sobre la base de su indudable "error" contrastado con el hecho inequívoco de que la humanidad pervive sea como sea, incluso a sabiendas de que todo es vano. Se pregunta: "¿Cómo es que siguen viviendo y nunca se les ocurre dudar de la racionalidad de la existencia?" (pág. 73), reconociendo que "les parece incluso que su existencia está organizada de una manera racional!" (pág. 74). Por lo que deduce finalmente "que debía de haber algo que todavía no supiera" (ibíd.)
Para llegar a ello, Tolstói intentará adoptar la conducta propia del pueblo, con su para él extraña despreocupación por los conflictos lógicos y reflexivos (que atribuirá a la simpleza popular). Pero, como nos lo cuenta él mismo, cuando se acercó así a los más simples del pueblo descubrió la inconsistencia de sus creencias a la vez que la falta de conflictividad con la que vivían en la incoherencia. Por sobre todas las cosas se le imponía la necesidad de "expresar de una forma más o menos coherente" el problema (pág. 77). Aún a costa de denigrar la propia inteligencia y el orgullo que por ella sentía (págs. 78-79), de desvalorizar el propio yo y, ante la ausencia de un grupo de pertenencia que lo satisficiera (no el de los "científicos, ricos y ociosos" al que creía pertenecer socialmente en base a una identificación abstracta que no llegó a cuestionar ni comprender) y de intentar integrarse en "los demás", esos "miles de millones de hombres" a los que "los suyos" consideraban "animales, no personas" (ibíd.) para quienes todo reside, según deduce Tolstói, en un "conocimiento irracional"... "la fe" (pág. 81).
Como similarmente concluirá Kierkegard, Tolstói deduce que la respuesta está en "la ley de Dios. (...) La unión con el Dios infinito" ((pág. 86), esto es, cediendo toda omnipotencia a un ente pensable, conjeturable, y que por esa vía pueda corporizarse fuera del hombre, que así se volverá un mero servidor de un plan desconocido pero, de esa forma, aceptado, adoptado: "la fe", como afirmará con total ingenuidad y honestidad, "que nos da la posibilidad de vivir" (ibíd.)
Así, con un incuestionable bagaje de apriorismos cuya fundamentación él igualmente despreciaba, igualmente artículos todos ellos de fe, de una fe no religiosa sino intelectual, Tolstói nos cuenta que "Comencé a acercarme a los creyentes del pueblo, hombres sencillos y analfabetos" (pág. 96). Uno de esos apriorismos era considerar las del pueblo como "supersticiones" ("mezcladas con las verdades cristianas") en oposición a las que de hecho serían las suyas, sus en todo caso conjeturas, y no ver que él estaba preso exactamente de la misma mecánica que observaba en ese pueblo llano, que también el imaginario suyo y de los intelectuales estaba "tan estrechamente ligado a sus vidas que no podían imaginarse éstas sin aquellas (las supersticiones)" (pág. 97). Tal vez esas masas "Trabajaban tranquilos, soportaban privaciones y sufrimientos, vivían y morían, y en todo eso veían no la vanidad sino el bien" (pág. 99)... al menos a través de sus ojos... de su propio análisis. Y tal vez el suyo, su trabajo (con la mente), sus privaciones (de respuesta) sólo era... diferente, el de "otro grupo", cuyo estereotipo derivó en "detestarme a mí mismo" (pág. 102) para "amar" lo que el llamará "la gente buena", esto es, una idealización desesperada, una construcción idílica que se plasma como parte de una sacralización más amplia de la "naturaleza", y precisamente de la "naturaleza animal" a la que otorga un valor superior al de la "racionalidad"... ¡claro que esa valoración se hace desde ella! (págs. 103-104) Y ello permite responder al "¿Qué debe hacer el hombre?": "Lo mismo que los animales" (ibíd.)
Y esto, que podría bien ser un nuevo punto de inflexión para profundizar hacia la raíz del problema, acaba en la alabanza del servilismo y de las ventajas de una mentalidad como la de esa "gente buena" que bien educada podrá "comprenderá cada vez mejor la organización del establecimiento", "los que cumplen la voluntad de su patrón, no le acusan de nada", "hombres sencillos, trabajadores, ignorantes" a los que "consideramos animales" (pág. 105). En un doble sentido, Tolstói no podrá dejar de ser lo que había llegado a ser, y por eso el Dios que abraza es el que nace de su convicción de que "yo no podía estar en el mundo sin una razón" (...) De nuevo, Dios." (pág. 110), pasando por momentos de lucidez y duda, o de duda y lucidez: "Dios (...) el que imagino" (pág. 111). Sin duda, "Mi mente proseguía su trabajo" (ibíd.) Y en nombre de esa mecánica irrenunciable es que tratará de llevar al límite la "renuncia a mi clase". Algo que no podrá sobrellevar: "...casi dos tercios del oficio no tenían explicación para mí, o yo sentía que mentía tratando de darles un sentido" (pág. 126).
Tolstói representa al intelectual por antonomasia y su Confesión lo certifica paso a paso; incluso es un intelectual pudiente. El fracaso de su cruzada será así rotundo: "esos postulados de fe" eran para él, al contrario de lo que para los campesinos, "claros disparates" (pág. 131), y sin embargo se martirizaba, se sentía "malo" (ibíd.). Y la solución vendrá, como en Kierkegard, de la mano de la acusación al demiurgo de todas las falacias... La Iglesia e inclusive las "Escrituras" (pág. 139-141) que él, mediante qué sino mediante su capacidad reflexiva (su "don"), nuevamente omnipotente, se esforzaría (¡se debería esforzar incluso... porque todo don debe ser devuelto al donante!) a interpretar la Revelación (pág. 141).
El día en que rematará su Confesión, con la narración de un sueño beatífico aunque conflictivo, esto es, tres años después de haber escrito lo que acabamos de citar, Tolstói muestra sentirse satisfecho, "en paz". De una manera idílica, imaginaria, realizará lo que uno de sus personajes literarios manifestará como única salida, ciertamente fuera del ámbito de la Iglesia (las instituciones, los mediadores, los "traidores"...): la práctica de la bondad que al no ser él mismo capaz de ejercitar plenamente (típico de la intelectualidad y de las masas, cada grupo a su modo, y tanto como "cuesta" ejercer el "mal") sí le será posible reconocer ese ejercicio en la figura (tan imaginaria como la del "vizconde demediado") que corporiza en esa especie de ángel "sencillo" e "ignorante" del pueblo, dedicada en cuerpo y alma a la compasión circunstancial... la "sencilla" Páshenka ("precisamente lo que tenía que ser y no fui"), con la que se acaba encontrando Katatski, "El padre Sergio" de la novela corta que lleva ese mismo título, evidente alter ego idílico de Tolstói, proyección inalcanzable para él mismo como lo fuera Abraham para Kierkegard, y que deviene sin quejas de ninguna índole, como uno más entre las masas porque de ellas es propio y privativo, "Un esclavo del Señor".
(continuará...)
sábado, 23 de julio de 2011
"2084 o cualquier otro año de los venideros"
Acabada la formación profesional, lo destinaron al Departamento de Corte del Ministerio de Cultura y, como quiso destacar de entrada, fue el primero en mucho tiempo que se llevó trabajo a la casa comunal.El celador, que nunca se había interesado por los estudios de ninguno de sus muchos pupilos ya que no era ésa una de sus funciones en la casa, se temió una trasgresión al ver aquella cosa bajo el brazo del pupilo, algo que le sonaba y que le pareció de inmediato peligroso y en cualquier caso proscrito.
-¡Qué es eso que llevas ahí!- le dijo con brutalidad manifiesta.
-Un libro.
-¿Y eso para qué se usa?- rebuznó de nuevo.
-¿No lo sabe?- se cebó el pupilo con malicia en la ignorancia del tutor- Se extraen de él las tres frases más edificantes y luego se recicla.
-Ah...- exclamó con timidez el tutor mientras observaba la insignia del Ministerio que lucía en la solapa del pupilo y que ya se reprendía por no haberla visto antes. De modo que haciéndose a un lado y bajando un poco la cabeza, dijo:- Lo siento, no sabía que habías comenzado a trabajar. ¿Hoy mismo, verdad? Bueno, lo siento, lo siento, yo no soy más que un celador...
viernes, 15 de julio de 2011
Riñas de gallos; el "aro" por el que (aún) se debe pasar para acariciar honores
Se trata de un trabajo, el de Biagioli, que considero de lo más serio y riguroso (además de ameno e interesante) que se haya publicado sobre el desenvolvimiento de la ciencia, de sus productores iniciales y de sus intencionalidades en los tiempos y en el medio sociohistórico concreto del Renacimiento, una época dominada por la proliferación y competencia entre las poderosas y locales Cortes Ilustradas, generalmente vinculadas a ciudades sin duda imperialistas (en lo que también se aprecia el complejo y multifacético carácter del "renacimiento de Atenas" que se manifestaba en un plano ahora más complejo). Tiempos, en relación a la emergencia de los nuevos "filósofos" (Galileo se consideraba así y así fue "legitimado" en la Corte Medicea) en los que se jugaba la imparable obtención de honores... o la muerte en la hoguera o de alguna otra manera un tanto horrible para los actuales gustos establecidos; una apuesta a cara o cruz como renuncia al ostracismo.
No puedo dejar de añadir que considero su lectura fundamental para todo el que quiera reafirmar sus sospechas y a todo aquel que esté dispuesto a tenerlas. No me cansaré de insistir en ello.
Lo que sigue está extraído en particular de las págs. 245 a 247 tal como las editó en castellano la Editorial Katz (Bs. As., 2007), del lo cual he eliminado algunos fragmentos menores y aquellas notas que no consideré significativas para mi propio objeto o que eran puramente bibliográficas -he omitido incluso la señal numérica de esas notas en el texto para evitar confundir. Por el contrario, he reproducido de igual modo aquellas que he considerado sustanciales, por lo que incluso aparecen aquí con su numeración original. Asimismo, me he permitido añadir una aclaración allí donde pareció conveniente para situar al lector respecto de un texto acotado. Todas esas intervenciones aparecerán indicadas en color rojo mediante los paréntesis de rigor.
Y como primera entrega (de dos sólo en esta ocasión) la reproduzco aquí con algunos cortes y retoques como contribución a reflexiones relativas a la conducta de los intelectuales y a lo que como tales nos espera como fracción excéntrica en paralelo con lo que les espera a los hijos del vigente sistema educativo superior y la divulgación electrónica masiva que hoy tiene lugar y que viste y reviste un disfraz desconcertante que se pretende salvador de la barbarie, cuando en realidad, es, a mi criterio claro, uno de los ingredientes clave del caldo de cultivo en el que se nutre el huevo de la serpiente. .
En cualquier caso, aquí Biagioli, sin más preámbulos:
"Dada la relación que establece Galileo entre el movimiento y la estructura de la materia, no puede aceptar la hipótesis aristotélica de que los fluidos presentan una resistencia finita al movimiento. por lo tanto, la conducta de la superficie acuática se convierte en un problema mayúsculo para la teoría galileana de la flotabilidad y su concepción atomista de la materia. En efecto, dicha conducta se puede tomar como prueba de que la resistencia que el agua ofrece a los cuerpos flotantes no es para nada infinitesimal. Asimismo, esto demostraría que, al menos en la superficie, el agua no responde como una entidad compuesta de partículas contiguas sino más bien como una entidad de composición continua. Resulta interesante que el único postulado de Arquímides en su tratado Del equilibrio de los cuerpos en los fluidos presente una concepción de los fluidos en tanto "continuos" (probablemente utilizado como sinónimo de "isótropos"). En efecto, lo que le interesa al griego es la hidrostática más que la causa del movimiento de los cuerpos en el agua y, por ende, no necesita supuestos adicionales sobre la estructura de la materia, a diferencia de Galileo.
"El vínculo inseparable entre el debate sobre la teoría de la flotabilidad y la polémica sobre la estructura de la materia queda expuesto con total claridad cuando se observa que la teoría aristotélica de la flotabilidad también da por supuesta una noción específica de la estructura de la materia, opuesta a la de la Galileo. Los filósofos de la Liga critican la concepción atomista de Galileo sobre la estructura del agua con firmeza y con cierta repetición un tanto histérica. No sólo comprenden la simbiosis entre la teoría de la flotabilidad de Galileo y su atomismo, sino que también se sienten obligados a detener la amenaza atomista (y el correspondiente valor del vacío) que pone en peligro su propia concepción del mundo. En simetría, la idea de continuidad de la materia se adapta muy bien a la explicación aristotélica de la flotabilidad. En primer lugar, la noción de un medio contiinuo se combina con la necesidad de que el medio oponga una resistencia finita para mantener el pie la teoría general del movimiento postulada por Aristóteles. En segundo lugar, la idea de una especie de "piel" continua que envuelve el agua sirve para explicar la conducta de la planchuela de ébano, que flota sobre el agua pero no asciende si se la sumerge directamente en el fondo del recipiente.
"El sistema aristotélico es mucho más apto que el atomismo galileano para dar cuenta de la tensión superficial. Este fenómeno puede presentarse dentro de ese marco como resultado de una necesidad del elemento acuático, que, para conservar la cohesión y su lugar natural, necesita evitar que otros cuerpos lo dividan y lo desplacen (124). Dado el carácter teleológico del sistema aristotélico, no resulta difícil entender que tal resistencia al movimiento se refuerce justamente en el punto donde el agua linda con otro elemento, como el aire. La tensión superficial puede relacionarse en términos conceptuales con el "lugar" natural del agua como elemento y con sus límites, de manera tal que el fenómeno resulte ser un efecto "natural" de las propiedades de dicho elemento.
"La teoría aristotélica del movimiento adquiere entonces mayor coherencia conceptual gracias a la noción de la materia como un todo continuo, que además ofrece según sus adeptos una explicación razonable para la incapacidad de la planchuela de volver a la superficie tras haber sido sumergida a la fuerza. Para los aristotélicos, la solicitud de colocar el objeto en el fondo del recipiente no tiene sentido. Mientras que para Galileo el peso específico (y, por lo tanto, la flotabilidad) no de pende de la posición del cuerpo en el medio, para los aristotélicos, la flotabilidad depende de la resistencia del medio, y estos pueden argumentar razonablemente que la superficie del agua tiene propiedades diferentes a las del resto del líquido (125). Por lo tanto, lo suyo no es una mera estratagema para evitar el marco experimental propuesto por Galileo. En efecto, pueden justificar su negativa con argumentos que, juzgados dentro de su propio sistema no son ad hoc. Si se lo concibe en este marco conceptual, el experimento de Delle Colombe no sólo se adecua al caso particular de la disputa, sino que también sirve para fusionar una serie de componentes fundamentales del sistema aristotélico en su totalidad. Es más, el concepto de tensión superficial les permite al mismo tiempo confirmar sus argumentos y poner en crisis el atomismo de Galileo, que a su vez constituye un elemento esencial de las teorías galileanas sobre el movimiento y la flotabilidad. En síntesis, tanto Galileo como los aristotélicos tienen sus propios "sistemas", con puntos fuertes y débiles. Así, el experimento de Delle Colombe resulta particularmente eficaz porque al mismo tiempo destaca la rigurosidad del sistema aristotélico y pone en evidencia a única debilidad, limitada pero devastadora, del sistema galileano.
"No es sino hasta la mitad del Discorso que Galileo retoma la cuestión del debate, aún sin nombrar a sus adversarios, y propone una interpretación arquimediana del experimento de Delle Colombe, que según él es "el punto principal de la presente cuestión". Para ello, prepara el terreno refutando el ataque de Bonamico contra Arquímedes. De acuerdo con Bonamico, el hecho de que un jarrón de arcilla pudiera flotar sobre el agua daba por tierra con el principio de Arquímedes ya que ofrecía el caso de un objeto con peso específico mayor al del agua que aún así podía flotar en ella, pero se hundía se lo llenaba de agua. Esto último se contradecía con el principio arquimediano, puesto que el agua no tenía peso alguno sobre el agua y, por lo tanto, no podía cambiar la flotabilidad del jarrón.
"Para refutar a Bonamico, Galileo afirma que aquello que flota no es el jarrón en sí mismo, sino el conjunto de la arcilla y el aire. Dado que el peso específico de esta suma de elementos resulta menor al del agua, la flotabilidad del jarrón no se opone al principio de Arquímedes. Más adelante, Galileo aplica el mismo tipo de razonamiento para analizar el experimento de Delle Colombe: (...) "por razón de un accidente tal vez hasta ahora no observado se viene a unir (el aire) con la misma planchuela, que ya no queda más pesada que el agua..." (...).
"El "accidente hasta ahora no observado" es, según Galileo, otro "descubrimiento" que torna la situación más ventajosa para él: si uno observa de cerca la planchela de ébano que flota, puede advertir que ésta no se encuentra exactamente al mismo nivel del agua, sino un poco más abajo. Es como si se formaran unos diques diminutos (arginetti) para evitar que el agua cubra al objeto. Como en el caso del jarrón de arcilla, entonces, lo que flota no es el ébano sino un compuesto de aire y ébano. De esta manera, el principio de Arquímedes sobre la flotabilidad queda intacto. Los aristotélicos deben dejar de sostener que el experimento de Delle Colombe refuta la teoría de Arquímedes. Muy por el contrario, la confirma.
"Sin embargo, Galileo parece sufrir un olvido importante en materia estratégica. Como señala el Académico Anónimo, en el caso del jarrón, la superficie exterior de arcilla es la que actúa como una especie de muro de contención y evita el ingreso del agua, pero en la planchuela de ébano no hay ningún elemento comparable a éste (129). La repetida omisión de la causa de formación de esos "diques diminutos" expone la gravedad de las dificultades que le presenta el experimento de Delle Colombe a Galileo. Cuando se ve conminado a hablar sobre el asunto, adopta una postura que podría definirse como positivista: sea cual sea la causa de la formación de esos "diques" ellos están ahí, se los puede observar y se puede comprender así que posibilitan la flotación según el principio básico de Arquímedes (130)."
(Notas seleccionadas de entre las apuntadas por Biagioli en el texto reproducido:)
(124) De acuerdo con Di Grazia, la conducta de la superficie del agua refleja "deseo de conservarse". Asimismo, este autor invoca una cita de Aristóteles según la cual los cuerpos continuos tienen a propiedad de resistirse a la división. En el mismo sentido, Delle Colombe sostiene que el carácter continuo del agua es lo que explica la formación de "diques diminutos" en torno a la planchuela de ébano. Además, le pregunta a G por qué se pueden formar burbujas en los medios continuos como el agua y no así en los contiguos, como la arena, ya que éste había tomado la arena como modelo para las sustancias contiguas como el agua.
(125) Si la tensión superficial tenía como causa la tendencia natural del agua a volverse sobre sí misma, es decir, a evitar que su lugar se viera ocupado por objetos compuestos de elementos ajenos (cuyo lugar natural era otro) entonces los aristotélicos tenían motivos suficientes para rechazar la regla de Galileo que pretendía empapar los cuerpos o sumergirlos en el fondo del recipiente. Para Delle Colombe, la reacción del agua contra la sequedad del objeto (una propiedad perteneciente a otro elemento) era evitar que este se hundiera. Por lo tanto, la pretensión de Galileo de que se lo mojara era inaceptable. Si el cuerpo estaba mojado, entonces el agua ya no lo percibiría como ajeno y permitiría que se sumergiera: "puesto que es más pesada que el agua, si se la hundiera, ¿qué otra cosa podría hacerla volver a flote?". (...) Di Grazia también deja claro que, para él, el interior del agua no se comporta de la misma manera que la superficie: "la planchuela de nogal del Signor Galileo no reposa en el fondo porque no encuentra allí la resistencia que si se halla en la superficie, es decir, aquella que depende del deseo de conservación del agua".
(129) "Dado que los muros del jarrón prohiben que el agua fluya con naturalidad, esta conserva su unidad muy fácilmente...", etc. (de los argumentos esgrimidos por el Académico Anónimo)(130) En su respuesta a la crítica del Académico Anónimo sobre la explicación de los "diques diminutos", Galileo no logra encontrar ningún contraargumento válido y escribe que "las cosas son así". Etc.
(hasta aquí el texto de referencia)
Por otra parte, he crreído igualmente provechoso añadir algunas de las observaciones que Biagioli hace unas páginas más adelante (ibid., págs. 255-256), sacando y provocando conclusiones que imponen una ruptura con los enfoques dominantes:
"Desde una perspectiva actual, podría pensarse que Galileo, como Copérnico, tenía la razón, en tanto sus teorías están conectadas genealógicamente con las que se sostienen como ciertas hoy en día. Sin embargo, esas teorías, se publicaron cuando aún no habían alcanzado un grado de articulación libre de anomalías e interrogantes que pudieran problematizar su aceptación. El experimento de Delle Colombe, por ejemplo, podía concebirse como una refutación de la teoría galileana aún después de que Galileo hubiese intentado, sin demasiado éxito, agregar la hipótesis de la virtud magnética y otras hipótesis auxiliares para superar esa falla. Se podría afirmar que el peligro de la mortalidad prematura, muy común entre los paradigmas nuevos e inarticulados, no se contrarresta dialogando con los opositores sino aplicando una serie de tácticas destinadas a ganar tiempo para poder articularlos mejor.
"De hecho, no es para nada evidente que Galileo haya querido dialogar con los aristotélicos, y mucho menos en los términos de ellos. En realidad, lo que pretendía era doblar la apuesta agregando toda suerte de elementos filosóficos, metodológicos y cosmológicos a su teoría inicial de la flotabilidad. Al hacerlo, no tenía la expectativa de convencer a sus adversarios sino de presentar y consolidar su propia alternativa filosófica.
"Los aristotélicos, por su parte, adoptan una táctica parecida. Para confrontar la alternativa galileana, vinculan de todas las maneras posibles el experimento de Delle Colombe con la cosmovisión de Aristóteles. Y cada vez que pueden, tratan de desestimar la cosmovisión de Galileo, ya sea aformando que no es un sistema coherente en lo más mínimo o acusándolo de ser ilegítimo. En particular, sus tácticas toman la forma de críticas contra las definiciones de Galileo, cuestionamientos de la legitimidad cognitiva del método matemático y acusaciones de petitio principii y elaboración de argumentos ad hoc.
"El Académico Anónimo, por ejemplo, responde lo siguiente al ataque de Galileo contra la teoría aristotélica del movimiento basada en la composición elemental de los cuerpos:
...se posa al menos sobre fundamentos mucho más seguros y sensatos que las opiniones de Galilei, las cuales, tras un magnífico dispositivo de objeciones a Aristóteles, diversas experiencias y nuevas demostraciones, se dejan ver a primera vista como pomposas y elegantes; mas, si se las analiza en detalle y se las estudia bien, las objeciones se derriten, las experiencias vacilan o se descubren más los efectos particulares que las razones de las cosas, y las proposiciones y pruebas matemáticas no llegan a demostrar la fuerza y las verdaderas razones de los fenómenos naturales."Di Grazia es aún más categórico que el Académico Anónimo cuando se refiere a la brecha cognitiva entre la filosofía y las ciencias matemáticas:
Antes de considerar las demostraciones del Signor Galileo, nos pareció necesario demostrar cuán lejos de lo verdadero se encuentran aquellos que con razones matemáticas quieren demostrar las cosas naturales. [...] En efecto, yo digo que todas las ciencias y todas las artes tienen sus propios principios y sus propias razones, por las cuales demuestran los accidentes específicos del propio objeto. Por lo tanto, no es adecuado con los principios de una ciencia tratar de demostrar los efectos de otra, de modo tal que delira aquel que se persuade de querer demostar los accidentes naturales con razones matemáticas, dado que estas dos ciencias son diferentes entre sí. De hecho, el filósofo de la naturaleza [scientífico naturale] considera las cosas naturales que tienen movimiento por su esencia propia, mientras que el objeto de las matemáticas se abstrae de todo movimiento."Unas páginas más adeante, Di Grazia aplica esta distinción metodológica para desestimar una demostración de Galileo, precisamente porque "quiere demostrar las cosas naturales con razones matemáticas". Al final, pasa de criticar la invasión de una disciplina ajena que implica la teoría galileana de la flotabilidad a cuestionar con insidia las calificaciones de Galileo como filósofo: "Desearía que el Signor Galileo adoptara un poco más de modestia filosófica, ya que se adorna con tal título y después no actúa conforme a él".
"Delle Colombe también subraya la brecha cognitiva entre la filosofía y las ciencias matemáticas como ya lo había hecho en su obra Contro il motto della terra. Cuando escribe Discorso apologetico, vuelve sobre el mismo punto al afirmar que si uno tuviera que elegir entre Aristóteles y Arquímedes, no debería tener ninguna duda."
* * *
Nota final mía (modificada):
He mencionado el concepto "riña de gallos" aplicado al debate sobre temas científicos y filosóficos tal como tenía lugar durante el absolutismo ilustrado, tiempo en que imperó el régimen del mecenazgo al que se tenían que ceñir los intelectuales del Renacimiento si querían alcanzar su legitimación social, en definitiva: sobrevevir sin renunciar a su propia idiosincrasia y apetitos.
Indudablemente: la delimitación de lo que es y no es ciencia y por extensión lo que es y no es el método más excelente para obtener conocimientos, es algo que tiene más que ver con los títulos de legitimidad que se extienden o se pretenden extender desde el propio dominio de cada disciplina que con un supuesto e imposible punto de vista estricto; es decir, que responden a los intereses de la logia de la que se trate en cada caso (lo que no significa que sus prácticas, metódicas o no, no produzcan, también, conocimientos y orientaciones a través de la selva de la sociedad instituida, que tiene sus realidades y sus leyes).
Y la Historia aún sigue por los mismos carriles de entonces... llevando al descarrilamiento de muchos vagones cuando no al del tren entero.
lunes, 11 de julio de 2011
Incongruencias de la idiosincrasia
Pero a veces... no puedo resistirme y meto la cuchara... y revuelvo hasta que ya es tarde... y esa noche no duermo de la indignación...
Resulta sofocante tanta seguridad sobre la base de tantas incoherencias que a fin de cuentas debo pensar que obedecen a "razones" (por motivos) "tacticistas" del mismo orden que las que mueven a los políticos profesionales que nos (des o mal)gobiernan (o simulan gobernarnos). Sin duda, ese "estilo de pensar" ha calado en las "masas ilustradas del presente", gran parte de las cuales cree "por fin" ser propietaria de "un saber" y "una verdad"...
¿Cómo van a ver el absurdo y el horror de su mundo (que cae sobre ellos igualmente... "con azúcar" o "con vaselina") si son parte inseparable y necesaria de su ridícula marcha?
¿Acaso vale la pena decírselo si es que lo deben rechazar en tanto se deban a sí mismos? Incluso los más inteligentes (y la inteligencia aquí es la capacidad para verse a sí mismo a pesar del dolor, para preferir querer la nada antes que preferir dejar de querer), no pueden dar pasos demasiado largos. Incluso a ellos les resulta "difícil" entender lo que hay debajo del pensamiento más alto alcanzado (pensamiento de los grandes pensadores) y descubrir allí sus propias miserias. Por eso, hasta ellos se quedan en la superficie de esos pensamientos: pescando en sus aguas los peces que afloran a la superficie, muertos... esto es, convertidos en slogans que puedan agitarse unos contra otras en su "pelea de gallos".
¿Cómo no acusarlos de esa vieja debilidad que antiguamente caracterizó a "la plebe" (cuando aún no se había extraído de sí una porción "ilustrada" adecuadamente para las nuevas servidumbres) y que la propia fragmentación del mundo, orientada, como no podía sino ser, hacia su permanencia o conservación, es decir, hacia la permanencia de los domesticadores sobre los domesticados, la marcha de las cosas a través de esa fragmentación, ha conseguido reproducir, copiar, incluso "mejorar" de generación en generación... aunque de tanto en tanto marginando a quienes acabarían no pudiendo sino denunciar los hechos, la fuerza por la fuerza de unos, la debilidad mendicante de los otros, la cobertura de los acomodados productores de ideas...? ¿Y cómo, a la vez, no comprenderlos, no disculparlos...?
Nietzsche dijo poco más o menos: "ayudemos a mejorar el mundo eliminando la debilidad". Al hacerlo evidenció, según lo veo, estar preso de un error de doble faz que le valió ser condenado por las buenas conciencias y en todo caso valorado de manera sesgada. Una cara del error habría sido reiterar el sueño maquillado y enmascarado y edulcorado... de Platón y de la filosofía: el sueño de un "mundo mejor" o el anhelo de una "ciudad buena", un mundo que nacido de la razón y de la lógica se pudiera imponer a todos los hombres, lo quisieran o no... eso sí, justamente, conservando la domesticación y la fragmentación en los términos en que estaba vigente en su propio mundo (¿o acaso Platón excluía a los esclavos de un tal mundo?, ¿excluyen los actuales platónicos al Tercer Mundo de verdad, la división entre productores de cultura, arte, ocio y planificación y los productores de manufacturas?). La segunda cara del error, fue proveer de material a los poseedores de la fuerza bruta y maestros de la hipocresía, el tacticismo, la inmediatez, la mezquindad, la falta de escrúpulos, el sadismo incluso... los "señores de la guerra", de la fuerza bruta, del poder por el poder.
Pero Nietzsche no podía dejar de sentir nauseas ante la personalidad del "débil" ("los borregos del rebaño") que una y otra vez se disponía a esperar, más allá en realidad del límite de su paciencia, que le tocara una pizca al menos del botín que ayudaba a sus señores a ganar... Más allá del límite, sí... porque en realidad, repito, sólo se han sabido movilizar encontrado un señor nuevo que le prometiera una nueva guerra de reparto, una nueva redistribución, de la que algo obtendrían, algo... a veces sólo la muerte, a veces sólo "una parcela de cielo" (Marx dixit quizás con cierta inconsciente hipocresía o, si se prefiere, una hipocresía prefigurada, un esbozo a completar y a materializar, tan errónea en todo caso como la de Nietzsche... o la de Rousseau...)
Una debilidad que, como todas las características idiosincrásicas, parece llevar antes la muerte que a un cambio de actitud, una renuncia a lo aprendido, a lo adoptado, a lo aceptado y valorado por los grupos a los que cada uno se va integrando durante la vida, pasando de uno a otro (el de la familia y los amigos de la familia, el del colegio y del barrio, el de las fiestas estudiantiles o populares, el del equipo de trabajo, etc.). Una debilidad que no sirve para nada a quien a fin de cuentas permanece solo, dependiendo únicamente de sí mismo, en cierto modo apartado por o para volverse un excéntrico al que si no calla se lo puede llegar a acusar de loco, de perturbador, de pervertidor... y ahí está Hipaso y Sócrates, y muchos más pasando por el propio Nietzsche... Y que por eso... no todos hacen suya, ni más ni menos: porque no le es la herramienta o el arma más útil, la que mejor se adapta a su brazo y a su mente. Y que la marcha misma de las cosas selecciona de manera artificial, como si fuera natural sólo que mediante la intervención humana, creativa, que a ello le debe el calificativo (por ahora), al menos de mi parte.
Una debilidad, como puede verse (y si se lee bien, éste es el sentido ya presente en Nietzsche) no es la de pertenecer a una u otra etnia, cosa que se argumentó como manera de autoetiquetarse "arios puros" (esto es, "humanos de verdad") por la sempiterna vía negativa, la del "no somos eso", la de "Isra-el" (que significa "contra El", el dios cananeo o babilónico). La debilidad que se expresa en aquellos que delegan la voluntad propia de poder en la voluntad de poder de otros... (algo que a fin de cuentas, por esa propensión a la esperanza de esa otra debilidad, la propia de los idílicos pensadores, la debilidad de la impotencia enrabietada, rechazada, contumaz, afectó sin duda al propio Nietzsche incluso así como a todos los filósofos desde Platón -recuérdese Siracusa-, hasta -sí, casi acabando- con Heidegger, tal vez el último filósofo, el filósofo de la autodestrucción o autodilución de la filosofía.
Una debilidad que yo me resigno a soportar, igualmente impotente, aunque no sirva para nada, sabiendo que no servirá para nada... al menos para nada bueno; la debilidad de quien se resigna a la certeza definitiva de que el mundo del mañana no está ni mínimamente en sus manos, ni como asesor del poder ni como la vanguardia de los débiles. Aunque, como todos, muera estúpidamente por permanecer fiel a tal idiosincrasia... en la que hasta el fin me sentiré muy cómodo, conocedor de sus ardides y peligros.
miércoles, 22 de junio de 2011
La inflexión "Antígona" y el insoportable peso de La Polis
Parecería, pues, que el conflicto que se presentaría en base a la idiosincrasia del perfil socio-profesional del afectado se agudiza por el distanciamiento del individuo respecto del Poder, sea bajo la forma de una marginación voluntaria o impuesta, sea a causa de un desface entre las partes... El Poder no hiere la hybris "ambiciosa" o "loca" del individuo sino la hybris infantil, primaria, que sufre ante la ausencia de consideración, de atención... Lo vemos una y otra vez en las revueltas, cuando la confluencia de los muchos individuos que encuentran en la masa la fortaleza capaz de animarlos se lanza a las calles, reclamándolas.
En este sentido, la literatura, la narrativa, la puesta en escena por medio de personajes nítidos, tiene la última palabra.
La tragedia griega despertó la consideración de los más renombrados pensadores occidentales. El caso de "Antígona" es uno de los más notables ya que ha sido considerada un punto de inflexión tanto en un sentido formal como conceptual, como manifiestan los estudios y disecciones de la tragedia dramática a la que Sófocles tituló con el nombre de la heroína, presentada por el autor como una víctima de sí misma en la figura de su hybris reaccionaria, aunque castigada en vez de premiada a instancias de la propia (hybris) de un tirano... polos ambos del Destino... que de nuevo resultará... insondable.
La pregunta aflora igualmente de nuevo a la "conciencia atenta", a la reflexión que no soporta contentarse con un "así será"... y pretende dar con una explicación satisfactoria.
Si algo hoy salta de inmediato a la vista a la luz del recorrido que ha tenido el pensamiento occidental, es que esos hechos extraños, esa incontinencia de las diversas hybrys individuales puestas en escena, esas dificultades para lo llamado "sensato" y "razonable", ese "destino" que se cierne inexorable, inevitable, se encuentra históricamente definido, es decir, es relativo, como explicaré a continuación aunque en oposición modos al relativismo posmoderno que no consigue a su pesar explicar nada sino... apuntalar la dirección en que ese "destino" marcha de por sí, como algo ineluctable. Algo que ya se ha adoptado, pero que me parece insuficiente; que, en fin, puede ser llevado un poco "más allá..."
Me basaré en lo poco que he podido llegar a recopilar sobre el asunto: por una parte, en el texto original (sobre el cual no tengo elementos para asegurar cuán fiel o infielmente haya sido traducido), por otra en la disección debida a Reinhard de la obra completa de Sófocles desde el ángulo de la crítica literaria, también en los comentarios que Heidegger hace al respecto pero sobre todo en el texto donde trata el problema de "la conciencia" según Hegel (El concepto de experiencia de Hegel, en Caminos de bosque, Alianza Universidad), donde esa facultad humana es re-valorizada, y por fin en las breves pero significativas consideraciones re-modernizadoras de Cornelius Castoriadis (Antropogenia en Esquilo y autocreación del hombre en Sófocles, en Figuras de lo pensable, FCE) donde el hombre es re-descubierto como único ser autocreable de la Evolución (es decir, de "La Creación"), redescubrimiento que habría tenido un hito definido y que enlazaría con la emancipación humana cara a su lastre marxista/racionalista/humanista/cosmopolita.
Es de hacer notar, justamente a propósito, la inevitable intencionalidad ideológica, característica de la intelectualidad, que asoma detrás de todas esas "reflexiones", y no pretendo negar en absoluto que el pequeño estudio que sigue me interesa fundamentalmente en la medida en que reitera la sustancia nuclear de esa intencionalidad.
Ciertamente, la tarea de la crítica y/o del análisis crítico acaba siendo parte en lo fundamental de la búsqueda de armas e instrumentos de combate. No puedo dejar de señalar los ajenos en el curso de mi propio rearme así como confesar que mis propias intenciones son equivalentes. Volver, como ellos, a teñir de proféticas, promisorias, salvadoras, superadoras, iluminadoras, etc., mis propias hipótesis, conclusiones y juicios, tiene tan poco derecho como posibilidad de fundarlo.
El trabajo de la crítica se me antoja parecido a lo que un niño (como el que yo fui y sigue prisionero dentro mío, cada vez más arrinconado) haría al encontrar la sepultada o arrinconada caja de herramientas de un abuelo o un tío; la caja de la herencia cultural donde a fin de cuentas seguiremos pensando que se hayan los más adecuados, y más útiles o más probados instrumentos para llevar a cabo la confirmación de los criterios propios, sean estos los edificados sobre las Grandes Esperanzas o las insondables frustraciones. Una caja donde revolvemos hasta dar con aquello que creemos nos abrirá las puertas de lo desconocido, lo que, en especial los intelectuales, vivimos como la antesala por antonomasia de nuestro acceso al poder en todo o en parte.
En definitiva, se puede observar con facilidad... si se pone la lupa sobre el texto y no sólo para distinguir mejor la forma de las letras, hasta qué punto se reafirma que la búsqueda de todo intelectual está determinada y precedida por lo que desea hallar y lo que quiere encontrar, es decir, que sean búsquedas contaminadas por el deseo, y la necesidad de imponerse. Y en este aspecto, se puede ver hasta qué punto el tratamiento de la obra original en los demás textos mencionados resultan aprovechables para la reducción publicitaria e ideológica.
A pesar de no guardar la menor esperanza... consciente, poniéndome a mi mismo en la trampa, intentaré no obstante meterme en la piel de Sófocles, esto es, transportarme a un tiempo en el cual se había "puesto de moda" (por instituido, por adoptado, como "estilo de pensar"...) explicar la tragedia de los individuos libres en un mundo sometido al capricho y en todo caso a las leyes sabias de los dioses (lo que hoy se ha acabado por denominar y describir como lo absurdo), donde cada individuo podía reconocerse en el conjunto de los otros, todos necesitados, ante la realidad impuesta (el absurdo y el resultado de la debilidad humana), de actuar de manera inconexa, disímil, contradictoria, incoherente, etc., dando lugar a resultados de los cuales se arrepentían y/o tomaban como penalidades injustas. Un tiempo, en fin, en el que emerge como figura clara y perfilada la del intelectual, y por tanto, un tiempo que aún dura... (Y que tal vez por ello, por ser parte del nuestro, aún nos lo permite).
De esa manera puedo identificarme con Sófocles en su intento de hallar una base sólida que le permitiese responder al Qué hacer, o sea al Qué es lo mejor que podemos hacer... que sin duda le preocupaba y que sin duda se sentía obligado por su idiosincrasia (la de los que sabemos que nuestra mejor arma, la mejor entrenada, es la facultad del intelecto y de la imaginación) a preocuparse de responder por y para todos los demás... incluyendo sus hijos, los hijos de sus hijos, en fin, toda la posteridad.
Pero penetremos antes en el entramado de Antígona... y digamos que coincido con los autores mencionados antes en cuanto a considerar Antígona como un punto de inflexión tanto literario como ideológico. No por nada la obra despertó tantas atenciones ni pueden encontrarse en ella tantos elementos dispares con aparentes interpretaciones diversas... que se identifican con lo que podemos aislar como la intencionalidad del autor. La obra sigue conmoviendo al hombre reflexivo contemporáneo como la obra que fue de un hombre reflexivo; es decir, de un hombre que de primitivo no tenía nada. Esto es básicamente lo que permite la mencionada reducción publicitaria e ideológica que no sería posible sin contradicciones demasiado notables de tratarse del reflejo de unas fantásticas conductas alienígenas o de las demasiado remotas hallables en culturas ancestrales o residuales, como la reflejada en el potlatch que Marcel Mauss nos invitara románticamente a recuperar (Ensayo sobre el don), que sin duda manifiesta la problemática trágica en la que se ve envuelto el hombre (y que no deja de reaparecer sistemáticamente aunque bajo formas más complejas ).
Castoriadis sostiene que allí donde Esquilo, en Prometeo encadenado, consideraba "aún" el "destino" del hombre como "dibujado por los dioses", en la Antígona de Sófocles se lo comprende ("por primera vez" en territorio artístico y en concreto dramático, "anticipándose entre 20 y 30 años a la distancia que separa a Heródoto y Tucídides" -y he citado libre pero sustancialmente-) como debido a los "planes" que trazaría el propio hombre con más o menos inteligencia o lucidez, intuición u olfato ciego, para llegar a... alguna parte, parte que sería, digo yo, la que se plasmó en la Historia de manera no sólo efectiva sino satisfactoria (aunque en ambos casos siempre de manera transitoria hacia... otra parte). Parte, también por tanto, que sería racionalmente rescatada y calificada como superior o más conveniente según la previa escala de valores cuyo origen o causa debería estar en otra parte, y que sin embargo queda en la penumbra bajo la lápida de la incodicionalidad que esa misma moral necesita para luchar por la conquista y el dominio con la indispensable implantación de la misma de uno u otro modo... Parte, en fin, que se podría planificar o al menos vislumbrar, para hacer que realmente "el hombre" se perfile a sí mismo... Lo que es en realidad, que unos hombres, los visionarios, asuman la edificación del futuro de/para todos los que un día vendrán al mundo por los primeros diseñado... hombres nacidos tras la necesaria instauración de un proceso de selección artificial o de domesticación definido dentro de la misma concepción y estrategia que se encargará de diseñarlos a ellos mismos en esa armonía con la que sin duda Kant soñara entre dudas idealistas y Marx soñara con malicia materialista.
Así, nos re-encontramos con la famosa hybris humana que se reviste a sí misma de una omnipotencia discutible. Una hybris que no duda en juzgar la de los demás, la de todos, asistido por lo único que se podría oponer teóricamente a aquella, la conciencia; lo que por fin le permite adjudicarse el derecho de dominarlos a todos, o de reclamarlo.
Esto nos remite a la problemática que tantas veces y desde tantos ángulos he tratado: la mecánica de la conciencia humana cuando llega a un grado en el que experimenta la certeza absoluta, dadora de una omnipotencia cuasi divina centrada en su cultivo. Un asunto que deja transparentar la Filosofía desde Descartes, como señala Heidegger en su estudio sobre el tema (El concepto de experiencia de Hegel, en Caminos de bosque, aunque yo entiendo que ya se encontraba en Sócrates y hasta en Parménides con su "medida de todas las cosas"), y que por fin, superadas las vacilaciones kantianas, se hace cristalino en Hegel, como queda evidenciado de la mano del propio Heidegger, añadiría que a su pesar o sea, desde su propia hybris intelectual. Y comienza a licuarse poco a poco después, en la medida en que la decadencia de la filosofía avanza inexorable.
A la vista de este fenómeno, parece inmediato el reconocimiento de un conflicto entre quienes sueñan un mundo para los hombres. piensen estos lo que piensen, se conduzcan como se conduzcan, tengan las idiosincrasia que tengan y sean cuales sean las relaciones de fuerza entre ellos, y el mundo real por esos hombres adoptado y construido en el fárrago de las múltiples interacciones que se desarrollan.
En cualquier caso, la visión intelectual (occidental, europea, moderna, cartesiana...) de Castoriadis no se puede separar del carácter de inflexión que le adjudica a la obra, como punto de ruptura entre una concepción de predestinación de origen divino y una concepción de "autoconstrucción del hombre". Sólo puede tratarse de una intento más de reescribir el pasado para ajustarlo a las necesidades del futuro deseado. Algo ciertamente comprensible... siempre que no nos dejemos engañar, ya sea valorando por sabia o semidivina la capacidad reflexiva del autor, ya sea haciendo lo propio con sus contrincantes, uno mismo incluido.
La puesta en igualdad de los personajes en pugna ya desdice una intencionalidad de carácter ideológico, propagandístico, educativo de parte de Sófocles (algo que por el contrario Castoriadis sugeriría de hecho). La problemática que viven los dos dramaturgos clásicos me parece semejante... incluso la extiendo hacia atrás por un lado y hacia adelante, hasta nuestros días: la experiencia de la conciencia no le deja al hombre nada claras las cosas; o adopta apriorísticamente una omnipotencia potencial, en vías de desarrollo hacia el absoluto, o cede, más o menos parcialmente, esa omnipotencia en Dios. En cualquier caso: reconoce no poder saber nunca (lo absoluto como inalcanzable) o reconoce una causalidad metafísica que no sabe si podrá alcanzar con sus manos. No sabe, pero justifica... (y espero que esta involuntaria aproximación al pragmatismo, esta coincidencia que es circunstancial, no se me tome seriamente en cuenta...)
En Antígona, lo atestigua tanto el final trágico de Creonte, incapaz de escapar a un destino que se le impone como castigo (conjeturalmente, metafísicamente justificado) por su excesivo celo (situar La Ley, suya circunstancialmente, claro, por encima de lo particular), como también el final trágico que, por el contrario, Antígona acepta como propio desde un principio en tanto admite ser una pieza de los dioses, de la tradición y del destino; cosa que Creonte pretende haber superado gracias al poder que considera sólo amenazado por los hombres, ya sea mediante el poder "corruptor" del dinero o las mentiras proféticas que inducen a la superstición autodestructiva, veneno de adivinos y profetas que según él buscaría doblegar a quien se cree en posesión de su destino: el dueño circunstancial del poder supremo efectivo.
Lo demás es utilllaje y los acompañamientos intrínsecos a la estancia ante el mundo: el consejero, el hijo, el adivino...
Pensando como si me hubiese podido trasladar a ese lugar y ese tiempo, me figuro que las leyes de la polis habían comenzado a exigir un lugar de privilegio en competencia con las leyes de la tradición fijadas en el dogma religioso, y que la inevitable sensación de hallarse ante las primeras de manera cada vez más ostensible las pondría ante los ojos de Sófocles, mal que le pesara ideológicamente (es decir, que lo evidenciara como irreverente a lo establecido o adoptado por todos), en contra de la democracia bajo la que se regía la vida en esa polis en convivencia y cierto grado de vinculación con la tradición aunque (como se ve en la obra) nunca sin conflictos, nunca de manera integralmente concordante. Para ello, qué mejor que revestir la fuerza contrapuesta de la polis con las ropas de una tiranía... lo que sin duda es para mí una argucia típicamente literaria que justamente engarza con "el arte de escribir" tal y como se refiere a ello Leo Strauss cuando analiza lo esotérico y lo exotérico y la inevitabilidad de la condición de perseguido de todo intelectual que se precie de pensar bastante libremente.
La tiranía de Creonte es así una figura suficientemente clara a la vez que cómoda, y en todo caso puede involucrar a la propia democracia en sus momentos de mayor corrupción o decadencia... algo que la alejaría notablemente del ideal imaginado que jamás resultará alcanzado (y ni siquiera está en su dinámica alcanzar sino todo lo contrario... para lo cual, precisamente, el ideal figura en su bandera, esto es, en la propaganda destinada al desconcierto y al engaño).
Reinhard por su parte, resalta el conflicto que Sófocles dramatiza entre el amor a los consanguíneos frente a la pretensión de la sociedad política a imponerse (el tirano es la mejor figura para ello, pero no debería verse como la forma exclusiva: la sociedad, la polis, exige su lealtad sea la que sea).
Reinhard nos hace notar que la obra representó un punto de inflexión desde el punto de vista artístico, tanto en el conjunto de la dramaturgia clásica como de la de Sófocles en particular, resaltando dos aspectos encajados de esa índole básicamente "formales", lo que me lleva precisamente a pensar que "algo" lo habría exigido: la obra representa un cambio significativo o notable respecto de las anteriores del autor, el autor representa a su vez, todo él -toda su obra y tal vez desde esa obra en especial siendo las previas sólo preparatorias-, una ruptura dentro de la historia del teatro, del teatro griego o atrio, de la manera de realizar la creatividad... de sugerir posibilidades extremas (aunque cotidianas) que mostraran hasta dónde y hasta dónde el hombre era capaz de llegar en medio de los demás y debajo de los dioses.
Esa contraposición entre el Destino en tanto que el Absurdo que no comprendemos, como diría Camus, y la pretención dominadora y susplantadora de la omnipotencia humana es sin embargo algo que trasciende el tiempo (al menos dentro de esta era de racionalismo). La contraposición también entre las posibles conductas que se abren al respecto por culpa de lo desconocido y del Absurdo, a saber, la conducta de la omnipotencia desatada (como hybris) y de la adopción de la plena obediencia a lo Intangible, es igualmente un problema que sigue siendo actual en cierto modo; en todo caso, sólo ha sido falsamente superado o en todo caso adoptado como parte de la vida (Camus).
Heidegger (con Hegel), mal que le pese a Castoriadis (quien arremete contra la caricatura que él mismo fabrica a partir de Heidegger, la del nazi sin convicción intelectual, lo que podría dársele vuelta en su contra sobre la base de un rasero semejante), sostiene sin embargo que la obra pretende apuntalar igualmente la potencia basada en el cerebro más que en los brazos y las piernas, lo que nos diferenciaría por sobre todas las cosas de los animales (un leit motiv que signa toda la historia de La Filosofía.
Caricaturizando los brazos del hombre, que salvo en casos de insanía son controlados por el órgano de la simbología, esto es, el cerebro, Heidegger traza la línea de separación entre el animal y el hombre dentro de un territorio propio, en una variante apenas de lo que hiciera tanto Sófocles como Castoriadis, Sócrates como Hegel... es decir, la intelectualidad indo-europea desde los más tímidos tiempos del Zaratustra original sumerio y de los primeros en autolegitimarse como descriptores y enjuiciadores del mundo y diseñadores dignos de fiar de su destino... mediante la escritura, el medio ya no sólo de nombrar sino de narrar.
La tragedia, aunque se pretenda afirmar lo contrario, en todo caso inflexiona en una cosa: La Polis aparece en ella no como la excelsa obra de la autocreación humana, sino como una nueva imposición divina, algo con lo que los hombres se encuentran al crecer, como algo dado a lo que deben someterse, amoldarse, adaptarse, conformarse. Y viven esa relación de manera obviamente ambivalente: son como corresponde a La Polis, pero sufren la represión impositiva de la misma sobre sus sueños y sus apetencias.
Ante, o bajo, ella, el ser humano se descubre un actor-marioneta de los dioses o de lo que ellos debieron haber generado (no olvidemos que La Polis es sagrada y debe ser respetadas sus leyes como parte de una conducta piadosa) y de su caprichosos e incomprensibles designios, a veces justificados compasivamente y otras denostados con ira y grandes dosis de sed de justicia.
Producida indudablemente por los hombres, piedra sobre piedra, resultado experimental sobre resultado experimental (por otra parte, como la vida misma diera por resultado a cada una de las especies y organismos... conocidos o no, eficaces o no...), La Polis, la sociedad jerárquica y reglada, el Estado, las instituciones... no deja así de representarse a los ciudadanos como una imposición involuntaria que en el mejor de los casos deben resignarse a legitimar o refrendar cada día... o contestarla a veces.
Sin duda, el hecho de que esa creación colectiva, no totalmente libre e incluso muy condicionada, se sienta de ese modo, sólo puede ser explicado por el hecho de que es un resultado más de su producción colectiva de artificialidad. Aunque se trata de una artificialidad que apuntala la fragmentación, que nace de ella como modo de imponerse, creando laberintos y ritos de admisión y de rechazo.
Producción que, como manifestación por excelencia de la creatividad transformadora del mundo para beneficio adaptativo del hombre dentro del esquema de la fragmentación dada, es decir, para beneficio o apuntalamiento de la fragmentación ya instituida, siempre irracional, absurda, en la que todos colaboran aunque sea a su pesar (y ahí es donde aparece La Tragedia) es auto-condecendientemente o autocomplacientemente, como Creación Continua del Mundo Real que es... Justamente, es en esta mecánica que busca estabilizarse y consolidarse hasta el límite, donde encuentran su derecho quienes la defienden. Pero, también, quienes piden reformas que sólo pueden apuntar a conservar la estructura de la fragmentación de uno u otro modo... o la nada inoperante. Así es como se combaten de palabra las actividades y desarrollos que en realidad tienen por fin básico la guerra o el ruido mercantil del intercambio capitalista, como la sujeción de toda producción vital y propagandísticamente beneficiosa para la salud física y la reproducción -alimentación, medicinas, etc.-, la lucha política moderna, la fiebre legisladora, la ansiedad consumista, los efectos contaminantes del "progreso técnico", etc. La Polis se afirma y desarrolla (complejizándose, burocratizándose...) y es objeto de "crítica" en el entronque de las diversas facultades y debilidades de los miembros del grupo. Se impone a todos como si se tratara de algo que viene de una instancia a la que sólo queda obedecer, y ello a pesar y por el hecho mismo de que es un producto realizado por todos, una construcción colectiva que sin embargo responde inicialmente a una primera conveniencia dominadora y a su correspondiente engaño mediante promesas, para luego continuar su senda inercial en el curso de la que sólo puede intentar afirmarse a sí misma y ponerse en crisis en el límite.
Esto era percibido por los dramaturgos clásicos, a quienes esa realidad se les imponía igualmente; y eso es lo que expresan sus obras. El absurdo que llegara a ser tan precisamente definido en pleno siglo XX y que invitara a una reformulación conciliadora basada en el vacío conceptual (que es lo que propone el pragmatismo y el relativismo), reside justamente allí: todos hacemos el mundo, pero no podemos evitar que se nos imponga dejándonos insatisfechos. El mundo perdido y tal vez recuperable, no tiene por qué ser el que nos propusiera Mauss con su recuperación del potlatch bárbaro o primitivo (las guerras y los genocidios son después de todo su versión compleja), sino la renuncia a la pertenencia a una Gran Humanidad y, por qué no, la separación de algún que otro grupo que pueda considerarlo, es decir, que sepa/pueda renunciar a la inercia institucional y social vigente y a lo que de ella extraiga (a costa de otros/en progresiva merma/etc.) para seguir viviendo... Algo que de todos modos no derivará de la voluntad en el sentido absoluto que se le asigna, sino de las circunstancias en cuando hayan excedido un cierto límite (que no tiene por qué ser objetivamente catastrófico en un sentido global, sino así percibido) y den alas a una cierta voluntad que quizás vuelva a presentarse como si hubiese sido "revelada".