lunes, 23 de junio de 2014

Kafka (I): la literatura de la visibilidad de los signos o "de la Revelación"


En su "Sobre Kafka", Walter Benjamin expone la producción literaria kafkiana desde un ángulo revelador, valga de paso el doble sentido.

En el ensayo, de cuya escritura tenemos como apéndices una correspondencia que nos habla de las discusiones en busca de precisión y de oportunidades políticas de publicación por parte de Benjamin  con diversos interlocutores y una serie de apuntes preparatorios o de revisión según se trate.
Hay dos puntos en particular, creo que centrales, en la vivisección que lleva a cabo Benjamin que me parecen relevantes: el tema del pesimismo/optimismo kafkiano, que sin duda está vinculado a su vitalidad (o deseo de vivir), y que está inevitablemente detrás de toda actividad literaria, y el tema de la agudeza de Kafka para percibir la marcha del mundo y exponerla mediante "parábolas" (y no símbolos ni alegorías), como él mismo las calificaba, más precisamente diría yo: mediante la creación de un mundo, o de un orden, en el cual los elementos y la marcha "real" ocupan posiciones un tanto ladeadas pero quizá, precisamente de ese modo, más al descubierto; adquiriendo el peso que se les niega (voluntaria e involuntariamente en un sentido laxo y según sea el caso en uno u otro grado) en el mundo cotidiano que los hombres habitan, que sin duda el propio Kafka habitó, que yo habito, y en el que las propias cosas y las propias urgencias sirven de capa encubridora de su inexplicable, absurda y hasta ridícula "razón de ser" (es decir, mostrándosenos como difícil de colocar en algún lugar de la cadena de acontecimientos).

Benjamin compara la literatura de Kafka con una de las dos partes del libro "revelado" por excelencia (al menos en Occidente: el considerado como tal por la religión judía): la versión "cómica". Una lectura "rápida", realizada desde la óptica ideológica vigente y sin detenerse ni un instante a escuchar sino lo que se da por sentado, llevaría (sin duda, lleva) a quien lo haga a no sacar ninguna conclusión, a no ver nada... que no haya visto antes, que ya no estuvera viendo, que... se le repite y en lo que se siente cómodo, o, mejor dicho, acomodado. Benjamin lo pone en evidencia precismente porque estuvo abierto a la escucha, a tratar de comprender el lenguaje de Kafka, su trasfondo y su mensaje. En síntesis, Benjamin hace equivalentes lo que Kafka, autocríticamente, llamaba Gleichnis” (o sea, parábola) y la teología considera "una revelación". Lo que aflora del estudio del fenómeno en sí, es uno de los asuntos que me interesan tanto como el paralelo conceptual presente en el discurso de Benjamin. Entiendo que ambas son partes inseparables de la misma pieza.

En este sentido, debo puntualizar que, al margen -¡y, si cabe, más allá!- de que prefiramos utilizar otro lenguaje que el de Benjamin, quizá uno que nos parezca más "radical", más diseccionador, más "lúcido", más "capaz de exponer los hechos" o de "concatenar más detalladamente los fenómenos en juego", o, sí, claro, "más científico" y "positivo" o "menos… 'metafísico'", etc., etc., -¡eso que pretende apresar la palabra y suele pretender con ello que sea... "La Realidad"!-, al margen en fin de que me sienta más cómodo y crea llegar más lejos en atención a… "mis certezas", es decir, ¡precisamente!, a lo que ha llegado a mi conciencia, je…, "como si se me hubiera 'revelado'", o como si me lo hubiese dicho cada vez mejor y más audiblemente al oído un daimon como el que Sócrates decía que lo asistía, u otro alter ego cualquiera; al margen pues de todo esto y de lo que se pueda y prefiera querer entender: Benjamin, más o menos como todos los pensadores de todos los tiempos (incluido Sócrates, incluido Platón…), nos están descubriendo, mediante un ocultamiento o embozamiento, los entresijos de "la realidad" que sitúa a Kafka en el foco de algo más amplio y general en el que nos encontramos todos. Algo, ¿qué si no "el mundo"?, que nos hace pensar que, como la planta, debe tener una raíz. "El mundo" de los individuos que viven y de los que en ellos aún viven, y que se encuentra viniendo y yendo a través de una era que los abarca, que aún nos abarca…

Benjamin desnuda a la vez a Kafka y lo que Kafka pudo "mostrar" o "manifestar" una vez que "Como en los cuentos maravillosos; cuando se ha pronunciado la palabra, se abre el candado encantado, cerrado desde hace cien años, y todo se vuelve vida" (Kierkegard dixit según carta de Kafka a Brod, citado a su vez por Benjamin a partir de la biografía de ese último -Sobre Kafka, pág. 116, nota 83-). 

Claro que, cuando yo leo (cuando yo "contemplo" esa "vida" desplegada), me parece, "creo", no puedo evitar, "ver" los comienzos de la marcha a la penuria del mundo… que sin duda (no me queda duda) Kafka también sufría en cada instante, a cada vuelta de la esquina, en cada refugio en los que se metía, asustado, frustrado, desapacible…, angustiado…, arrinconado...: la marcha devastadora del mundo burocrático que, por cierto, significa, ahora, para mí, mucho más que una organización socio-histórica y/o política. Un mundo que se convierte cada vez más, por extensión, reproducción, consolidación, cristalización…, en la propia mancha que lo define… hasta, o más bien hacia, su dilución en ella.

Sin duda, es fácil suponer que Kafka llegara a experimentar una "revelación" del mundo y, consecuentemente, a plasmarla como texto, es decir, destinándola a la comunicación. No sería ni mucho menos el primero en sentir que vería el mundo como a través de una pantalla de la que sería propietario, capaz de mostrarles lo que con considerarían que los demás no serían capaces de ver; el mundo bacteriano que vivía bajo la caparazón (disfraz del "teatro de Oklahoma" en su conjunto), las venas por las que circulaban los "ayudantes" yendo y viniendo con su carga de oxígeno, sales, encimas, minerales, y los guardianes defensores cuyo papel en la escena es fagocitar a los agentes malignos venidos del exterior y en todo caso aún no admitidos como huéspedes; todos en definitiva en el papel asumido; y los admamiajes alzados para que el cuerpo se sostenga… y, también, las torres de asalto de los conspiradores que estuviesen abocados a desalojar a los actuales y quizás residuales ocupantes, pretendientes a ocuparlo; en fin, las redes y los trapecios, los payasos y los domadores, la inmensa potencialidad del ingenio manifiesta en exquisitas trampas, máquinas de tortura y enseñanza, entretenimiento, desgaste, producción incesante y mecánica, marcha hacia la siguiente estación definida como tal en refrenda del sentido de la marcha… Tampoco que el propia Kafka se sintiera propietario (inestable, vacilante, sujeto a los embates de la incertidumbre sobre la que se realiza el equilibrio, sobre el que se haya tendida la cuerda del equilibrista) de una cierta certeza, y que en su nombre nos hablara en sus "Cuadernos" de su "asalto a las últimas fronteras terrenales".

Y, a unos u otros, le parecería a tal punto coincidente con la propia (la que muchos verían a través de su propia pantalla auscultadora y "reveladora") esa "visión del mundo interno" hecha por Kafka que habría sido "un anticipo" y, por ello, un "legado", que acabaría convertido, ya en un poderoso adivino, ya en un profeta, ya en un sagaz visionario… ¡Cada cual… de las visiones propias que de ese modo saldrán reforzadas! (Como el el caso del "mapa de la mente" para Bloom o la "sociedad burocrática" para mí mismo).

Benjamin, no obstante, acierta a mi modo de ver, utilizando sus (con mis) propias herramientas de visión nocturna e introspectiva, definidas por cierto grado de agudeza, cierta inclinación astigmática y cierto poder de penetración en profundidad, cuando afirma que "Kafka vive en un mundo complementario" (Sobre Kafka, pág. 114), otro, quizá similar en alguna medida y algún sesgo, al propio (o al mío). Y, como "nosotros", sin duda cabe sostener, con Benjamin, que "Kafka percibió el complemento sin percibir aquello que lo rodeaba", y que lo hizo "como el único individuo afectado por él" (ibíd.), "sin ningún tipo de previsión, tampoco un 'don de vidente'. Kafka (concluye Benjamin, y esta es su definitiva conclusión) estaba a la escucha de la tradición (*), y quien está a las escucha esforzadamente, no ve" (ibíd.).

Lo que no quiere decir que cada ser humano no quiera ver lo que más le interesa o…, no interesándole verlo con el fin de no perder las esperanzas de las que ha logrado armarse, ver lo que más teme, incluyendo lo que vea abalanzársele para devorarlo. Quizás un resabio que viene de muy lejos, de la selva, de la idiosincrasia de la debilidad ante la hostilidad relativa del mundo, de los pequeños mamíferos subterráneos.

Parecería que quedara decir algo del otro punto que al principio, al hablar de "optimismo/pesimismo", situé como "importante" para mis reflexiones: la cuestión de la esperanza. Tal vez trate esta cuestión en otras circunstancias, quizás más ampliamente, es decir, más de lo que se puede entresacar del tema de lo dicho hasta aquí… porque sin duda el tema está entre líneas. Sólo diré que veo la clave del problema en la sentencia con la que Kafka le intentaba explicar a Brod su propia postura ente el "problema": "hay un sinfín de esperanza disponible", decía por lo visto Kafka, "solo que no para nosotros" (Sobre Kafka, pág. 116). Y, de nuevo, podemos tener la sensación de que ha vuelto a hacérsenos otra "auténtica revelación".



(*) Me atrevo aquí a garantizar el rechazo que se producirá y reproducirá en un sinnúmero de lectores de este artículo tanto al llegar a esta palabra como antes donde se mencionaba "revelación"… Quienes optan por detenerse ante estos muros, ay…, qué poco, ellos sí, podrán ver, es decir, cuánto se estarán perdiendo.

jueves, 19 de junio de 2014

Fantasmas detrás de la fachada o Ráfagas puestas en pie.


Beltrán 372 (puede verse la placa en la pared: la misma). La fachada... apenas protegida por una reja que no había. En la ventana, donde se ve bajada la persiana, sigue mi mirada de entonces a la calle, mis oídos de entonces al bullicio. En los lados simétricos salientes que dan forma de T gorda a la entrada, la reja, hoy, impediría que, como ayer, me siente encima, y, por ejemplo, recite unos versos "gauchescos" que aún hoy recuerdo y que puedo volver a recitar todas las veces que quiera. Me cuesta, por culpa de la reja, verme allí, haciéndolo todavía. Sin embargo, sigo notándome detrás de la puerta blanca que da paso al interior: protesto porque mi padre sale de viaje de nuevo... aunque sé que a la vuelta me traerá un montón de cosas de regalo, y que, a la vuelta, lo podré abrazar. Y sigo notando, detrás, a mi madre que, aún, se maravilla de la pasión que pongo en la protesta; maravillándose de que mi padre se haya hecho querer de esa manera... hasta, según mi madre, que lo consiguieron intoxicar con lo que hoy yo podría definir como la pertenencia al clan, lo que en parte pude haber percibido... salvo que a mi vez yo fuera igualmente intoxicado por otras pertenencias y otros compromisos. Más allá, siguiendo el recorrido, siguen los mismos espacios y los mismos muebles, los mismos platos de porcelana y los mismos utensilios plateados, no sé si de plata ni de cuántos dineros, las dos camas, el hermano compinche, el hermanito incierto, el receptor de radio de partidos de fútbol y novelas de miedo, el cuarto de baño del incendio de hormigas rociadas con alcohol, el misterioso cuarto sin ventanas, la galería y sus enormes toldos donde mil moscas encontraron sus últimos descansos y no pudieron retomar el vuelo y seguir molestando, el patio de la carrera de la carretilla verde y la hamaca de madera de dos asientos en la que la carretilla se engastó lanzándome a un buen golpe contra la pared del fondo del que salí duchado por el chorro desesperado de un sifón..., ay, esos desmayos que no debieron ser más de dos...; y la cocina de las botellas de calcio, la polenta, el sifón; y el cuartito del misterio en el que unas sombras de tetas y figuras que se tienden en un colchón delgado sobre el suelo, en medio de una baraúnda de objetos que poco a poco se acumulan hasta que las sombras dejan de caber y se van, expulsadas... Todo, distribuido tal cual, sigue del otro lado, donde, ignorantes de los fantasmas, se parapetan los intrusos de hoy.