martes, 14 de mayo de 2013

Una foto de Maia y una pincelada gorda



Es todo un asomarse al misterio (de la vida, claro, y de la "autoconciencia", claro, si se me permite la "filosofada" o el "cientificismo"), observar con detenimiento la foto de mi nieta-sobrina recién nacida... La miro una y otra vez con esa deformación "profesional" (más bien idiosincrásica) que no pudo despegar de mí pero que por lo general no manifiesto de manera pública (como ahora) porque... ¿para qué cuando hoy por hoy se prefiera la danza simple de las "opiniones simples", "congratulaciones antireflexivas", "beneplácitos recurrentes", "me gusta"s, etc., etc.? La miro y me invento que Maia se esá asomando al mundo ante el que ha sido colocada para que se comience a armar y aprenda a convertirlo (infructuosamente, claro) en servidor de su pequeñez y su debilidad, haciendo lo que pueda, apelando a lo mismo que una y otra vez los demás hemos aprendido desde los individuos de los que provenimos (tanto los que quedaron anclados en la especialización como los que se extinguieron por no poder ser ni una cosa ni la otra..., y que tuvieron que hacer más o menos lo mismo que Maia... aunque con menos capacidad para verse conmovidos por la propia tragedia..., es decir, con escasa, menor o ninguna "autoconciencia"); apelando a un bagaje actoral que ira acumulando en su baúl de disfraces y guiones...

Eso hacemos los padres: una señal que se encarna en un niño, una llamada al actor de reemplazo con la esperanza profunda (¡demasiado profunda, casi por completo invisible!) de que por fin sus actos consigan la dignidad a la que siempre aspiramos...