viernes, 16 de abril de 2010

Lev Nikoláyevich Tolstói y la idiosincrasia del intelectual

En El erizo y la zorra, Tolstói y su visión de la Historia (Ed. Península, Barcelona, 2002), Isaiah Berlin agrupa a los intelectuales modernos en dos estereotipos contrapuestos a tenor del criterio que se le atribuye a Arquíloco: "La zorra sabe muchas cosas; el erizo sólo sabe una, pero la sabe muy bien". Esto, que a mi juicio podría valer para diferenciar a técnicos o especialistas de aquellos que definirían la intelectualidad de manera más estricta o tradicional, los cuales yo diría que deberían ser considerados todos ellos zorras por antonomasia, incluso en el sentido vulgar del término, el que se aplica a cuento de la mera astucia. Al mismo tiempo, podríamos por lo mismo considerar erizos a todos los dogmáticos que ofician de intelectuales... en realidad traicionando así aquello que los caracterizaría por definición (o concepto; es decir, lo que no se encuentra en parte alguna del mundo...), al menos a partir de cierto grado, reservando las zorras para los que hoy prefieren adscribirse al campo de los relativistas... Por otra parte, las dos listas de intelectuales que Berlin relaciona para ilustrar uno y otro grupo con nombres y apellidos no me parecen muy felices (¿Nietszche, en particular, respondiendo a la descripción que se reserva a los erizos?), pero no perderé más tiempo en esto y en todo caso consideraré la distribución como un producto de las consideraciones particulares del autor del ensayo al respecto, producto que ahí se queda sin demostrar, algo por cierto tan infructuoso como se ve cuando comienza a tratar a Tostói, según el propio Berlin reconoce en cuanto encara su estudio (op. cit., pág. 37). Así, esa especie de introducción acabará siendo en realidad superflua y quedará rápidamente reducida a una metáfora sin significación, aunque, lamentablemente, sea lo que más memorizán ciertos lectores ávidos de tales simplificaciones. Lo que no conseguirá remediar con su propia advertencia de que "...si se lleva al extremo, la dicotomía se vuelve artificial, dogmática y, en última instancia, absurda" (ibíd., pág. 36).En realidad, más le habría valido introducir el tema de otro modo...

En cualquier caso, no tengo yo el menor interés por los encuadres de ese tipo, como tampoco en poner al descubierto las dificultades de tales intentos simplificadores a los que claramente doy menos valor que el que el propio Berlin diera al suyo y al que, en realidad, una vez enunciado, él mismo contradice, como hemos observado. Lo que en todo caso señalaré al respecto es que tales clasificaciones me parecen especialmente inútiles e insignificantes con relación a la necesaria tarea de construir una taxonomía sociológica realmente fértil de esa subespecie humana que desde los tiempos de Dreifus se conoce como los intelectuales, taxonomía que aún está aún por completarse. Ello no obsta para que el verdadero estudio de Berlin, precisamente gracias a ese abandono inmediato de aquella línea reduccionista, resulte en sí más que sugerente.

He desarrollado en otras ocasiones (aquí sin ir más lejos, o aquí), y se hace pertinente repetirlo en tanto lo que sigue se apoyará en ello, que los intelectuales no han logrado ni pueden lograr, muy a su pesar, despojarse de la animalidad propia de la humanidad a la que obviamente pertenecen y que en ellos reviste peculiaridades que tienden a confudir a muchos, especialmente a ellos mismos. Una animalidad que, además, los enfrenta con los demás (como experimentó Sócrates en carne propia) a tenor de la inevitable voluntad que los impulsa a transformar esa humanidad en su conjunto, como si se pudiera, empezando por sí mismos... como si se pudiese. Los intelectuales son la expresión más aguda de unos seres a quienes poseer conciencia propia les resulta inevitablemente perturbador, como bien supo ver Nietzsche, es decir, cuya conducta se ve más extremadamente obstaculizada por la capacidad de reflexión; una facultad humana que no por ello deja de servirles sino todo lo contrario como una herramientas más para la supervivencia y que en su caso es la propiedad más significativa o prototípica... manifestación de esa especie de fuerza inercial complejizadora que mereció ser denominada voluntad por Schopenhauer y despés por Nietzsche... Es más, a pesar y a través de la confusión que les asiste por culpa del mayor peso que esas capacidades reflexivas tienen lugar en ellos, los intelectuales dan hasta tal punto prioridad a las mismas para la consecución de ese servicio al que se debe, como he dicho, todo individuo vivo (y en realidad todo cuerpo), que ello acaba por inducirles la fantasía de que poseen carácter de divinidad potencial. Un carácter que se vincula a los productos más propios del ejercicio de esas facultades: la imaginación, el pensamiento abstracto... Y un carácter que por la misma convicción se fortalecería a su criterio en la medida en que se alejaran de toda conducta irreflexiva, instintiva, visceral, etc., propia de aquel supuesto lastre de la animalidad, lastre que les impediría ascender...

En general, en nombre de ese sueño, son muy pocos los que llegan a reconocer lo que, de nuevo, reconocía Arquíloco:
"De mi lanza depende el pan que como, de mi lanza
el vino de Ismaro. Apoyado en mi lanza bebo."
De lo que deberíamos extraer mucho más que una referencia a las ocupaciones guerreras del poeta, una combinación sin duda comprobada y en absoluto excenta de significación histórica, pero, y tal vez por ello, donde el arma de la fuerza bruta y el arma de la lengua y del pensamiento reflexivo se equiparan... ambas, siempre, subordinadas a la supervivencia.

Claro que no se trata de animalizarse en el sentido peyorativo que tendría el término para los adalides del racionalismo y de la creatividad humana (que vaya si contiene expresiones trágicas... y muy poco animales). De lo que se trata es de incluir la propia reflexividad entre las facultades de la animalidad, incluso entre las facultades de todo lo que vive y en tanto que vive; una facultad animal que, simplemente, exhibe el hombre.

Pero ya volveremos sobre esto a cuento del propio estudio de los rasgos que Isaiah Berlin rescata de la figura particular de Tolstói, es decir, a partir de la problemática vital de un intelectual que sin duda se esforzó hasta el fin en la imposible búsqueda de un sentido para su vida y para el mundo.

La figura de Tolstói, la conflictividad que expusiera en un grado que no todo intelectual refleja, pero que sin duda, como intentaré demostrar, es prototípica de todos ellos, y lo agudamente que esto es puesto en evidencia por Isaiah Berlin, esto es lo que sí creo que merece una atención detenida y puede dar un resultado potencialmente fructífero para la comprensión de la intelectualidad a la vez que de la especie humana en su conjunto.

El eje del estudio de Berlin es en concreto la visión que Tolstói tenía de la Historia y del rol del individuo en ella (particularmente a través de Guerra y Paz); en Tolstói y por extensión, según Berlin, en los intelectuales zorras. Sin duda, la cuestión es de importancia ideológica para cualquier liberal que se precie como era el caso de Berlin, y esto también le da un matiz adicional de interés al tema, ya que la dependencia ideológica que el liberalismo tiene con relación al individualismo lo lleva precisamente y por lo general a una posición conceptualmente antagónica a la de nuestro escritor ruso, progresivamente inclinado a abrazar el determinismo teleonómico que acabará por convertirse en religiosidad así como en elogio ingenuo de la simplicidad irreflexiva (en la figura del campesino ruso); una tendencia que todo intelectual experimenta de uno u otro modo y en uno u otro grado.

Pero tampoco se trata aquí de desmenuzar el enfoque del politicólogo inglés, cuya inteligencia va ciertamente más allá, al menos en el ensayo que consideramos, de toda intención propagandística de las propias ideas y consigue un retrato muy ilustrativo de una de las posibles (no de las dos únicas, insisto) posturas del hombre reflexivo ante el curso de los acontecimientos en los que se inserta básicamente desde su nacimiento y realmente cuando entra en "la edad de la razón", como habría vuelto a decir Sartre. Ni de él ni del liberalismo en general, lo que de hecho saldrá a relucir en este análisis de manera inevitable aunque indirecta en la medida en que uno y otro enfoque entran en contradicción. Más bien, se trata de relevar la postura específica, el enfoque, la actitud, la conducta que se pone tan nítidamente en evidencia en el ejemplo Tolstói que Berlin tan bien consigue perfilar a mi modo de ver.

Esa postura, enfoque, actitud, conducta... no son sin embargo comunes a todos los intelectuales (aunque tampoco caracterizarían a todas las zorras ni mucho menos, ni excluirían a muchos erizos, ni dejarían de estar presentes en personalidades de difícil clasificación, como Tolstói según reconoce, repito, el propio Berlin). Yo diría que "la mente insatisfecha", en cualquier caso, caracteriza a todo intelectual que se precie, es decir, que, atrapado en su propia coherencia, responda a la dinámica de necesitar ir siempre un poco más allá, "hasta las raíces de cada asunto" (ibíd., pág. 45). No hacerlo en un punto dado, abandonar definitiva o incluso momentáneamente esa dinámica, conduce a la claudicación, claudicación que hoy en día toma la forma de la proletarización, la burocratización, la especialización técnico-científica (la metamorfosis, en fin, y por abusar de los animalitos de la fábula, que da lugar a los verdaderos erizos dogmáticos y hasta iletrados, erizos que responderían a un grado de complejidad instintiva ciertamente menor que el que cualquier zorra podría exhibir...). Lo que ya no es tan común, ni necesario, aunque sin duda sea algo que yo valoro especialmente porque con ello sí me identifico (y así caigo a mi modo en la dinámica antes mencionada de divinizarme divinizando a Tostói -sospechando, precisamente, que Berlin hizo otro tanto-), es "la tendencia a dudar, sospechar y, si es necesario, rechazar cuanto no responda a la cuestión de fondo", de "ir a cualquier precio hasta las raíces de cada asunto" (ibíd.). "Esa fue la actitud de Tostói a lo largo de toda su vida" (ibíd.).

En cualquier caso, como postura, conducta, etc., individuales de Tolstói, las mismas se derivan del enfoque del movimiento histórico (la marcha de la humanidad en definitiva) que queda inmejorable y sintéticamente expresado (coincido en esto con Berlin) por el propio escritor ruso, cuando en la novela mencionada "compara al gran hombre (por el líder) con el carnero que el pastor engorda para la matanza": "Puesto que el carnero engorda como es debido y quizá se le coloque el cencerro que guía a la manada, podría imaginarse que es el líder y que los demás carneros van a donde van sólo para obedecerle." (Ibíd., pág. 62) "Y, sin embargo (sigue Berlin resumiendo a Tostói), el papel que el carnero cree representar no tiene nada que ver con el objetivo para el cual se lo eligió: la matanza." (ibíd.)

Un par de cosas caben preguntarse aquí: ¿quién es y dónde está en relación a la humanidad y a sus líderes "el pastor"?, ¿cuál sería el objetivo para el que ese "pastor" habría elegido a esos líderes: acaso para "la matanza", acaso para... servirle de alimento y sustentar su estatus de "pastor"?

Indudablemente, Tolstói antropomorfiza, como es habitual en el ser humano desde el principio de los tiempos, a Dios. Y así es como su aventura del pesamiento acabará con un pie en la fé de la religión, algo propio de quien agota la búsqueda infructuosa sin poder soportar el vacío de su resultado, y otro en la insatisfacción propia de una mente que necesita "calar hasta las causas originales" y asirlas, comprender... qué ha determinado el absurdo (Tolstói lo siente a la muerte de su hermano, lo que lo llevará a sostener -en sus Confesiones- que "... cuando uno se quita la borrachera (de la vida) es imposible no ver que todo es un engaño, ¡un engaño estúpido!"). Se inclina así entonces por valorar. como ya he apuntado, la sencillez de la vida llana que él ve en el campesino, al que sin duda acaba convirtiendo en un icono de virtudes, construyendo así una nueva idealización en la que de todos modos le será imposible transformarse...

Pero esto no es sino una de las tantas salidas posibles por las que escapan todos los hombres a la angustia existencial. Lo que toma diversas formas en correspondencia con la particular idiosincrasia de los individuos, donde la propia denostada salida dogmática... es, a mi parecer, apenas una más.

El individuo humano en el mundo se siente indudablemente un individuo, un ente separado y opuesto a los demás de su especie, con cuyos miembros similares pero no iguales se ve obligado a tratar, a establecer una relación uno a uno y, en estas condiciones, a formar parte de un grupo que a su vez trata como tal con los demás de características similares. En el proceso, se establecen compromisos y alianzas, lealtades y traiciones, diversos grados de subordinación que llegan hasta la opresión, que nacen de la lucha o la reinician, luchas preventivas oportunamente disparadas que llevan al exterminio o a la utilización -explotación- de los otros en beneficio del propio grupo y de uno de sus fragmentos en particular, o luchas por revertir la situación -algo cada vez más difícil-.... Conflictos todos nacidos de la tensión que se establece entre la pulsión de sobrevivir como individuo (la que realmente se siente como tal aunque se la condicione de diversas maneras y en diversos grados por mor de la inteligencia) y el temor a perder toda seguridad en aras de esa misma pulsión, esto es, de la individualidad que aparece como no realizable... según se proyecta o según se ha percibido en la práctica directa o indirecta que la tradición registra.

Kant, intelectual moderno por antonomasia, no pudo sino concluir, a la vista del peso que manifestó la humanidad en el proceso revolucionario (las masas, deseosas sólo de reformas -como Tocqueville demostrara-, fueron indudablemente un componente decisivo de las Revoluciones "burguesas"... ¡aunque, claro que no en el sentido de que fuesen sus revoluciones!), que "... el hombre es un animal al que, cuando vive entre los de su especie, le hace falta un señor." (Para una historia universal en clave cosmopolita, "¿Qué es la Ilustración?", Alianza Editorial, Bolsillo Filosofía, Madrid, 2007, pág. 106), una afirmación indudablemente elitista propia de todo intelectual honesto. Justamente lo que lo llevaba, con Rousseau con el que se identificaba, a sentir que la humanidad (aquella en concreto, que es la visible y la real) sólo podría convertirse en La Humanidad Futura, pacífica y progresista, inteligente o racionalmente orientada al gusto de la intelectualidad moderna (sin violencia, por medio de la polémica, de la libre exposición de ideas...), mediante... ¡ups...!, la sujeción... Nada que no hubiese considerado y defendido Sócrates con y por mediación de Platón: forzando a los hombres a hacerse libres, justos y virtuosos. Algo que debería conseguir un "jefe supremo (...), sin embargo, justo por sí mismo... sin dejar de ser un hombre." (Kant, ibíd.) ¡Ja..., una tarea que ha demostrado no ser "la más difícil de todas" (ibíd.), sino... una tarea imposible, puramente imaginaria... mera mascarada al servicio de lo posible que no es sino el poder, la imposición, y finbalmente la configuración del mundo según las necesidades de ese hombre!

Ese hombre que no es ni puede ser un intelectual, porque los intelectuales son incoherentes con las ideas que pretenden instaurar y siempre idealizarán para alcanzarlas uno u otro interregno totalitario, una cuarentena en el desierto... No otra cosa son las utopías de todos los intelectuales modernos que adoptaron uno u otro imaginativo mito emancipador y superador, desde Hobbes hasta Hidegger... e incluso pasando, en cierta medida, por Nietzsche; todos en manos de esos hombres "que debe(n) ser justo(s) por sí mismo(s)".

En ese sentido, Tolstói fue intuitivamente lúcido y todo gracias a su antimodernismo: él no creía, como Rousseau (a pesar de lo que éste pudiese haberle inspirado fragmentariamente), como entendía Kant, que se supiera realmente qué se enseñaba cuando se escrbía o cuando se intentaba educar a los demás; él dudaba de que se hubiese alcanzado un saber digno de crédito (Confesiones). Tostói duda... porque nada le satisface y menos un dogma que no se concatena con la narración (como sin duda le pareció estarlo la idea de "el buen salvaje" que en cierto modo y a pesar de todo adoptó -ibíd., pág. 78-).

El problema, a mi criterio, se manifiesta desde que el hombre es hombre, y ya debería tomarse en cuenta el alto número de evidencias al respecto. Esto no puede ser ignorado... como se pretende en nombre de la seguridad absolutista que nos proveerían las ideas emancipadoras a las que los intelectuales se adscriben... autojustificatoriamente.

Sin duda, el mundo no es la placenta en la que el individuo alcanza su individualidad aún irreflexiva pero capaz de reflexión. La rabia aparece por ello de inmediato, y nos lleva a llorar, a protestar, a exigir desde un primer momento: tenemos necesidades, ¿cómo es que no son atendidas atendidas en el acto? Y, para colmo, esas necesidades van en aumento... El mundo no para de obligarnos a sentirlas como tal... y por ello al deseo de satisfacerlas...

Esta cuestión es muy interesante de ver en su desarrollo. No hace falta ir a la prehistoria sino detenerse en cualquiera de los momentos en que aflora como por arte de magia una necesidad nueva, en todo caso inducida más o menos a instancias de una connivencia que acaba generalizándose... En esto pienso que Veblen supo verlo bastante bien...

Las necesidades brotan así a instancia de la selección artificial de los conquistadores, de los depredadores más temibles, de los vencedores... y a la luz del disfraz esotérico que se inventa para la autoprotección.

Tostói es no obstante una personalidad realista (ibíd., pág. 68) que simplemente, como tantos individuos fundamentalmente reflexivos, acaba rellenando los huecos de la narrativa que les permite comprender el mundo a fondo, con capacidad para señalar lo que conduce hacia el siguiente paso en la Historia (en atención a que "...buscaba un principio de explicación universal", "el meollo indestructible" -ibíd., pág. 71-, "una visión única que abarcara la totalidad" -ibíd., pág. 75-). A pesar de la teleonomía o por asumirla como necesaria ("las concatenaciones existen, las sintamos o no" -ibíd., pág. 65-), Tostói es capaz de puntualizar esa narrativa con menos distorsión que la que exhiben los dogmáticos de todo pelaje... Aunque evidentemente... con una menor, prácticamente nula, capacidad de incidencia en comparación con la que estos cuentan en la realidad. Se trata de una nueva manifestación de esa ley aparente que relaciona el grado de parálisis con el de la conciencia: al margen de la explicación mítica o mística que se den los carneros-líderes, ante todo se mueven, actúan, ponen la práctica y la conducta por delante del discurso. Todo lo contrario de lo que hace el intelectual propiamente dicho, lo que lo hace serlo en sentido estricto, lo que lo hace vacilante y lo incapacita para la acción que, cualquier que sea, condena por insuficiente o por contaminada... Y lo que lo convertirá en pusilánime y condenable para las masas que necesitan que alguno lleve el cencerro.

Mi visión, curiosamente, no deja de tributar al determinismo... aunque para mí, a la hora de referirlo a un origen, lo haga a la producción sistemática de emergencias nacidas de las interacciones que suceden en un entorno dado. No me extenderé sobre esto que ya he sostenido en otras ocasiones y que dejo claro aquí para evitar malentendidos (si cabe). Lo que aquí prefiero poner de relevancia es esa coincidencia en la actitud a pesar de las conclusiones y los referentes: es sin duda una respuesta idiosincrásica común que reconozco y con la que me identifico más allá de los contenidos del discurso. Y creo que en esto radica el meollo del comportamiento de los intelectuales y de los hombres, es decir, lo que da lugar al intelectual entre los hombres y ha dado lugar a que la subespecie a la que los primeros pertenecen haya sobrevivido, es decir, se haya reproducido hasta hoy y... al menos todavía encuentre condiciones para reproducirse, para evitar del todo su proletarización y, sobretodo, su burocratización.

Yo también, ¿curiosamente?, creo, en cierto modo o con matices, que "la gente sencilla suele saber la verdad mejor que la gente ilustrada" (ibíd., pág. 80), y lo he escrito hace muy poco en mi otro blog. Pero también es algo que sostenía Nietzsche (¡¿un erizo?!) valorando, con Schopenhauer, la intuición por encima de la abstracción (por ejemplo y especialmente se puede ver esto en La gaya ciencia). Yo también (¡lejos no obstante de la cruel, trágica, mezquina y... grupalista ingenuidad de un Maistre... o un Hidegger, como ya he apuntado aquí!), hablo de "los reformadores políticos (...) con igual tono de amarga y despectiva ironía" (ibíd., pág. 93). Yo también pienso "que el mundo occidental se pudría (por se pudre), estaba (por está) en franca decadencia" (ibíd., pág. 94). Y creo que también me asemejo a ellos debido a también mi "despiadada destrucción de las ilusiones al uso" espanta a mis contemporáneos (ibíd., pág. 95), a su "descreimiento sardónico y casi cínico a propósito del progreso de la sociedad por medios racionales, la promulgación de leyes benévolas o la divulgación del saber" (ibíd., pág. 98). Yo también sostengo, una y otra y otra vez, que "los esquemas lógicos y científicos -los modelos simétricos, bien definidos de la razón humana- parecen tersos, de poca enjundia, vacíos, abstractos y por completo ineficaces como instrumentos para describir o analizar cualquier cosa que esté viva o haya vivido nunca" (ibíd., pág. 101).

Yo también creo que:
"El medio en el que estamos determina nuestras categorías más permanentes, nuestros modelos de verdad y falsedad, de realidad y apariencia, de lo bueno y lo malo, de lo central y lo periférico, de lo subjetivo y lo objetivo, de lo bonito y lo feo, del movimiento y el reposo, del pasado, el presente y el futuro, de lo uno y lo múltiple y lo múltiple." (ibíd., pág. 106)
(... aunque creo que debe añadirse el hecho concomitante de la grupalidad de manera explícita, o sea, sin diluirla en "el medio".)

Y comparto con Tolstói, tal como lo rescata Berlin, la conclusión que saca de que "Somos parte de una confabulación de cosas más amplia de lo que podemos entender" (ibíd., pág. 111), aunque siempre y cuando "entender" signifique con todo detalle, porque creo que la intuición en el fondo está siempre captándolo todo suficientemente, aunque sea con un cierto margen de error, con cierta imperfección, con cierto desbordamiento o cierta falta de alcance que no resulta significativo... para lo que de verdad importa y lo que de verdad significa: la supervivencia y poco más aunque tenga mil adornos e incontables arabescos. Y que, en definitiva, "un mundo demasiado distinto no es -empíricamente- en absoluto concebible" (ibíd., pág. 113). Y que, por último, "no (se puede) pretender que hay (o haya) un punto de Arquímedes fuera del mundo desde donde todo es (sea) mensurable y desde donde todo se puede (pueda) alterar" (ibíd., pág. 117).

Por ello, sin duda me siento peligrosamente cerca de la situación en la que por fin Berlin sitúa a Tolstói: "...un hombre viejo y desesperado que, más allá de toda ayuda humana, vagabundea por Colono tras arrancarse los ojos." (ibíd., pág. 122). Aunque creo que tal vez me salve algo que se suma a esa, mi trágica idiosincrasia (de la que no me arrepiento en última instancia): que yo no busco "un universo armónico" (ibíd., pág. 121). Sencillamente, no lo creo posible ni por la acción ni por la inacción del hombre, ni por que pudiera estar predeterminado ni porque lo predeterminado fuese lo contrario (el colapso, la autodestrucción en un sentido total y absoluto). Sencillamente, por tanto no siento que coincida con las conclusiones de Tostói ni con las de Berlin, aunque ciertamente mucho menos con las de quienes están convencidos de que podrán imponernos su propia concepción del mundo. Al menos Tolstói y Berlin... dejaban que las cosas se produjeran solas, y con gente como ellos resulta siempre provechoso confrontar ideas y aceptar visiones del mundo no siempre coincidentes... ni enteramente demostrables.