domingo, 25 de noviembre de 2012

Literatura, fantasía, realidad, instrumentalidad, etc. (mi presencia en el Congreso Internacional de Literatura Fantástica de Barcelona 2012)


A continuación transcribo la ponencia que leí en el Congreso el día 20-11-2012:


Definir “lo fantástico” como contrario a “lo real” es consustancial con nuestra necesidad de certidumbre... lo que no obstante esté plagado de contradicciones y frustraciones. El tema se ha convertido incluso en un objeto más de la literatura que así muestra cómo es capaz de llegar al extremo de no perdonarse ni a sí misma, haciendo de la propia controversia tema de su ironía ilimitada, irreprimible (como en Borges, por ejemplo). Y es que la voluntad infructuosa, irrealizable, del que escribe, de controlar el mundo, sólo le permite un medio al ser humano: la producción de fantasía, la captura de la realidad mediante símbolos y formas que ocupen los espacios vacíos o informes y respondan a las preguntas que no tienen respuesta. De ahí la resignada dedicación del escritor a lograr el control de la palabra.

Pero la dicotomía presenta aún más dificultades aparentes y una necesidad de comprenderla desde la misma óptica: los significados en relación con el tema que nos ocupa... son también imaginarios; también anclan en el mundo que desearíamos poder controlar.

En la antigüedad, las creaciones que hoy calificamos de “animistas” o “mitológicas”, no se consideraban “inexistencias” sino entes del mundo real en el que se desplegaban las acciones de los hombres; y esto a pesar de que se reconocían “insondables”. Su “realidad” estaba detrás de tormentas y sequías, enfermedades y plagas, triunfos y derrotas. De esos mundos paralelos provenían los sueños y nos hablaba la “conciencia” (la “buena” y la “mala”). Lo que se narraba del Olimpo, el Hades y demás mundos con-sagrados, “había acontecido” o estaba “sucediendo (de verdad)”, y era narrable porque había sido “revelado”. Todo lo cual, dicho sea de paso, daba legitimidad profesional a chamanes, magos, sacerdotes y profetas, luego a los filósofos y por fin, bajo la sombrilla del Renacimiento, a los científicos..., etc.; es decir, una y otra vez..., a los especialistas a los que el poder de cada época otorga abrigo y licencia del trabajo sudoroso.

Entonces, pensar fuera de esos marcos era blasfemia. Y así, Platón, en nombre de esos mitos  “revelados”, no vaciló en pedir el destierro para los poetas que no sometieran su producción artística a una función ejemplarizante, moralizadora, social, educativa... en lugar de “servir a la corrupción”, y, como se dice hoy: no se “comprometieran”. Como en los demás asuntos humanos, podemos observar aquí que había no una sino dos distintas y contrapuestas fantasías. Y esto, hoy, continúa. Claro que ya no se trata de denostar la fantasía que no respeta... a los dioses. Ahora hay otras referencias, pero tan sólo es porque hay otros iconos sacralizados que, como siempre, ocultan muy terrenales y mediocres intereses humanos. Cuando Lois Sacchetti, el prisionero-poeta de Campo de concentración de Thomas M. Disch, recibe del General HH, la “autorización” y la exigencia de que escriba... le dice de manera terminante: “No se vuelva demasiado, Ud. sabe... oscuro. Recuerde, lo que nosotros queremos son hechos...”. Y en esta parábola, algunos nos sentimos retratados. En ella se denuncia la presión social que se cierne sobre la escritura y se señala el medio por el que se inclina el escritor, un medio “no recomendado” y en el Campo, poco menos que prohibido: el de la escritura como Literatura. Literatura con mayúsculas, donde confluye la voluntad de poder del escritor y la avidez del buen lector por descubrir lo que a él también lo oprime, lo confunde, lo perturba... ni más ni menos que la realidad que subyace a la superficie visible, una realidad indudablemente “oscura”.

Y es obvio que ello representa un peligro, del mismo modo que los poetas que ridiculizaban el mundo lo representaba para Platón: el peligro de contemplar directamente el abismo. Contra ese peligro se ha pedido siempre que la fantasía se silencie, que se reflejen sólo “hechos”..., “hechos” que, sin embargo, sólo tienen de “reales” el “certificado oficial” que les otorga el pensamiento dominante. Pero, también y en todo caso, que acepte “empobrecerse”, que se ciña a plasmar sólo copias de la realidad superficial, que refleje el carnaval. Así, la trampa que busca de un modo más astuto convertir los elementos de la fantasía en “hechos” o en “iconos”; en..., por ejemplo, “un señor muy viejo con unas alas enormes”, perfectamente integrable, al menos por un tiempito, a la vida cotidiana. O en pequeños magos de un clan urbano entre otros, apenas distinguible por sus particulares “costumbres”.

Así, hoy se trata mucho menos del “perimido” objetivo de la “educación popular” o de la inculcación de una “moral del esfuerzo” o “la resignación” (que sin embargo también asoman la cabeza con remozadas promesas de esclavitud y sufrimiento de relleno). Hoy resulta más “correcto” o “digno” a los ojos de los “intelectuales” pedir supuestas “inutilidades” (o “gratuidades”, si se prefiere el término), que no obstante sólo revisten engaño y desconcierto, y así se “pide” una fantasía y una narrativa... que se reduzca a “entretener” de manera exclusiva. Una propuesta que como el anillo de Saurón, ata eficazmente a los hombres: en primer lugar, mediante la propuesta de una evasión sin límites; en segundo lugar, ofreciendo una nueva alternativa para “ganarse el pan” sin “el sudor de la frente”. Y es que el “entretenimiento” y el “ocio” han demostrado ser muy “útiles” para conservar el mundo, sirviendo a la “necesaria” y restauradora evasión (momentánea) de la pesadilla cotidiana. Pero, además, la producción de “ocio” resulta haberse convertido en la más significativa, provechosa y comercialmente “prometedora” de todos los tiempos, en todo caso, con la guerra y la prostitución. Incluso... a devenido “motorizadora” y “reactivadora” del “bienestar global”, amparando las perspectivas mencionadas de supervivencia de una nueva especie de “intelectualidad”. Una producción perfectamente inscripta en la industralización “racional”, con su apropiada cadena de producción, sus “talleres” y hasta sus fábricas, donde proletarios especializados, y quizá pronto robots, tejen en horario laboral (para después salir también a comprar ocio) en “telares” de teclas,  pantallas y tabletas digitales, los productos divertidos que “demanda el mercado”. Y que, de nuevo, lleva a soñar con el Edén, ofreciendo la “dignidad” de los estandartes salubre-revolucionarios que justifican una concienzuda dedicación militante.

En cualquier caso, se nos presentan así dos opuestas “narrativas fantásticas” tal y como hace tiempo una decoraba una religión y otra ridiculizaba o cuestionaba el mundo. Y, como siempre, con la “buena”, “desinteresada colaboración de todos”...

Una, en nombre de un “arte de alcance popular”, opuesta a la que, con paralela falsedad y confusionismo, se etiqueta peyorativamente de “profunda”, “intelectual”, “aburrida” y “farragosa”, y cada vez con más contundencia, hasta conformarse, como en el caso del General doble-H, (me atrevo a afirmarlo), como una auténtica “condenación” del estilo de la que merecieron las brujas y los herejes en su día. Aunque, por ahora, los partidarios de HH se contenten con pedir y/o aplaudir el apartheid, y no ¿aún? la prisión o el exterminio. Ni se atrevan ¿aún? a alzar la voz contra los “grandes escritores” del pasado, a quienes ¡aún! se continua reeditando... al tiempo, eso sí, que se obstaculiza el surgimiento de “nuevos especímenes” propiamente dichos, esto es, los que intentan “nuevas incursiones” en “lo oscuro” y “perturbador”. Y que, ¡aún!, se reconozca que han sido precisamente aquellos textos literarios “difíciles” e “impenetrables” los vehículos que llevaron al desarrollo de la “técnica literaria” que hoy, la para mí “seudo-literatura”, imita, reproduce, copia, e intenta “congelar” en atención a su ya probada “eficacia” (la que quedaría demostrada mediante el éxito de los best sellers), oponiéndose a toda nueva innovación lingüística o estructural, marginando o evitando que se vuelvan a romper los moldes, y rechazando la supuesta “imperfección” que en tantas ocasiones incluso consiguió conquistar legitimidad.

Esa seudo-literatura, hoy pretende quedarse con el nombre y con el “territorio”, arrogándose, con el dignificado fin del “entretenimiento”, el patrimonio de una fantasía “potable”, “sana”, “vitamínica”, donde unos personajes estereotipados tomados en préstamo de la sencilla superficie de “la vida” asisten, por ejemplo, a internados de élite, eso sí, con uniforme de magos (la “prueba” de que son fantásticos), y vuelven a casa de sus padres durante el verano, como se estila en el ¿eterno? primer mundo.

Se ofrece así al lector no la irónica visión que de los sueños de Madame Bovary hacía Flaubert sino los que ella encontraba en las novelas románticas de “entretenimiento” de su época. Unos sueños donde unos poderes innatos o milagrosos diluyen todos los conflictos nimios y mediocres que se les presentan a esos personajes simples y simplificados; ingredientes en fin de “un mundo feliz” del cual se ha expulsado al absurdo... por arte de magia. Donde se reencuentra a los vecinos... sólo que disfrazados de modo “pintoresco”: como jóvenes-lobo, príncipes-vampiro y demás personajes de carnaval..., dragones, unicornios y grifos hasta tocados con sillas de montar inglesas, etc., siempre al servicio del “sí, todo puede ser” en lugar de al del “¡pero cómo puede ser!”. Nada en fin que merezca ser llamado literatura, como los escritores de primera fila siempre denunciaron (de Fielding y Stendhal a Broch, Navokov, Gombrowicz o Kundera). Nada, en fin, por muy fantástico que formalmente sea presentado, visualizado, vendido... (esto es, en todo caso, como imposible pero nunca como parábola, como Kafka prefería denominar). Fantasías de utillaje, en fin, con fines domesticadores, de las que tendremos que volver a burlarnos mediante la literatura.

Y es que la literatura no resulta de la disciplinada aplicación de una técnica consagrada. Ahí está la fantasía renovada de Cervantes y de toda la historia de la novela. Ahí está, apuntando a las respuestas inalcanzables que nos hacen temblar, nos conmueven, nos hieren, sin anestesia ni remedio alguno, exponiendo al hombre y a su mundo tal y como los sufre el propio autor, incapaz de poder hacer nada preso de su lucidez, al que sólo le resta sumergir al mundo en risa y hasta en caricatura, y abrirlo en canal sin anestesia, para que afloren los monstruos que lo constituyen y pretendemos no ver. A la vez que para proponer la complicidad en el reír, la compañía en la impotencia, y a pedir un reconocimiento que a veces sólo puede ser presupuesto.

A menos que la literatura acabe claudicando... convertida “en un monstruoso insecto”, no es lo suyo producir para la venta, o el mercado, folletines digeribles, como tampoco ofrecer una desmenuzada colección de “hechos”, con sus átomos, células u órganos, que, en todo caso, hoy también “distraen”, “entretienen” y son “valorados” porque ocultan o arrinconan lo que de verdad perturba. Porque la literatura se rebela más que ningún otro “discurso” contra el consejo de Wittgenstein de que de algo sea “mejor no hablar”; se rebela siendo y haciendo literatura; violando y violentando los discursos reglados, construyendo “lo fantástico” que sublima “lo real”, que muestra sus monstruosas entrañas. No por casualidad, los individuos que hacen literatura no integran equipos de trabajo “técnico” o de investigación. La producción literaria, producción fantástica irreductible, como el pensar estricto, sólo puede ser tarea individual, solitaria, cuyos mejores frutos a veces no llegan a ser apreciados ni siquiera por los propios “amigos”.

Ahí se entiende que Aristófanes no tuviera empacho en ridiculizar al público que asistía a las representaciones de sus obras llamando “insensatos” y por fin “maricones” a “los espectadores” (Las nubes); un público doblemente incorporado al espectáculo, también en calidad de actores, como pueblo o sociedad, obligados a recibir juicio y a juzgarse; que asistía para comprenderse más y mejor y no para evadirse. Aceptaban las diatribas de un excéntrico frustrado que, presa de la droga de la lucidez, no halla nada como caricaturizar al mundo para ponerlo en cuestión.
Es lo que hará, a cuenta del desasosiego creciente, la literatura que fue enmarcada en bloque bajo la ambigua denominación de ciencia ficción, aunque tan sólo aprovechara... el atrezzo disponible, los “inventos” y “artilugios” a la mano, como mero arsenal simbólico y no, como el término sugiere, para ofrecer proyecciones aventuradas del futuro ni dar lecciones didácticas (como sucede al menos en las páginas realmente literarias). Y a la que así se intentó condenar doblemente a un segundo plano: como “de género” y también como “género menor”. Y todo, ¡cómo no verlo!, por urdir fantasías “peligrosas” contrapuestas al sacrosanto progreso emancipador o salvador..., icono de la modernidad, que pone en entredicho y de cuyas promesas se burla.

Lo fantástico, así es sin duda, escapa a la verosimilitud y a la medida... escapa a la ciencia... que muchas veces se le acerca... Si están presentes no es por necesidad literaria sino para contentar a un público que prefiere quedarse en el periodismo y el chisme. En todo caso, la mejor CF, la más literaria, reinventó “la medida” para ofrecernos mucha más conciencia de la realidad que cualquier descripción “naturalista”, “objetiva”, “desmenuzada” o “microscópica”. Y allí donde el “realismo” (por llamarlo así) necesitó más vuelo literario, voló a la fantasía, como se aprecia en Dickens, Tolstoi, Stevenson, el propio Balzac, etc.

Sea en una obra o en una sola página, la narrativa fantástica auténtica (o “prosa de ficción significativa” como la llamara Leavis), responde a sus metas originales o deja de ser fantasía a la vez que deja de ser literatura. En ella, “lo dado” y lo “no dado” (posible o no, verosímil o no), componen la escenografía en la que se despiertan y se mueven las furias. Aún cuando apela a elementos “cuasicientíficos” (y, por qué no, “cuasihistóricos” o “filo-filosóficos”) estos son inventados, son mentirosos, están ahí para poner en entredicho las promesas emancipadoras, para evidenciar la irremediable marcha hacia ninguna parte, los inventos a los que el individuo apela, de entre lo más a mano y admisible, y de los que merece la pena burlarse, es decir, para dejarlos en piel viva; la propia palabra, el lenguaje, el mismísimo fantasear, como en Borges, donde se convierte en su más preciada materia prima... para la ironía.

En El mundo invertido de Christopher Priest, las férreas convicciones que mantienen la ciudad en “movimiento” (en sentido estricto en la novela) no serían demasiado sostenibles (verosímiles) por quienes se parasen un minuto a pensar “en serio”, por riesgoso que esto fuese para sus habitantes en el contexto alzado, escenográficamente impostado por el escritor. Pero eso no importa: la “parábola” ha sido en realidad montada para poner ante el lector hasta qué punto les cuesta a los humanos abandonar la “marcha” sin sentido que se les impone como por contagio, “fruto de una constante adaptación”, como dijera Gombrowicz.

La claudicación del “periodista-corrector” Winston en 1984 conseguida mediante tortura, es tan caricaturesca como alegórica es su “profesión” (más allá de que la realidad haya superado la ficción en los detalles). Esa es su fuerza: la alegoría del presente, y no la predicción imaginaria de la pesadilla (atribuida a los desmanes de una ideología). El torturador Brian, a su turno, no es la copia “realista” de un verdugo de Stalin o de Hitler...; él está ahí sólo para significar, esto es, para ser un personaje. No hay quién, en la vida real, como miembro del Partido, diga: “El poder es dios”, como Brian, ya que los que componen la pirámide burocrática de una sociedad estatalizada (incluso sin no llega al extremo) se sienten parte inseparable de ella y viven el deber de preservarla por encima de todo. Por ello creen, ante todo (al menos hasta que sean traicionados por ella, y a veces ni siquiera...), que sin el Partido no podrá seguir habiendo mundo y que ellos mismos dejarían de ser. Por tanto, nunca podrán tener la “lucidez” y la “mordacidad” que exhibe Brian, más propia de un crítico del régimen haciendo una observación “objetiva”... Está ahí, introducido sin tapujos en la narración, para decirnos “la verdad oscura” y no para reflejar una “realidad inmediata”, de “hechos, hechos...”. ¡Es justamente lo que Orwell pretendía al dar vida fantástica a un ser fantástico e irreal (un personaje) que dice y hace lo que no hace ni puede hacer un ser de carne y hueso... y lo que él (el autor) le impone que haga y que diga!

Ya Esopo antes, el esclavo que descubrió en la fabricación de fábulas el modo de convertirse en cortesano, ejemplariza la metamorfosis que permitiría evitar penosos desdoblamientos..., una metamorfosis que, a la larga, sólo significa claudicación, tergiversación y reiteración insulsa, y miles, millones de superficialidades llenas de cliches y de lo que ya todos sabíamos y digeríamos... Caricaturas, formas de cartón piedra y piel de cordero, supuesta y mínimamente “imaginativas” y “temáticamente innovadoras” según dicta el diccionario de neolengua imperante. La narrativa fantástica auténtica, irónica, irreverente y cruel que algunos producimos con “pasión intelectual”, “hasta hacerse sangre”, como decía Flaubert, venda o no venda... sólo es... será si lo merece... y podrá ser... sólo literatura, esto es, la fantasía que no deja dormir y que altera nuestros sueños.

Barcelona, 20-11-2012

lunes, 5 de noviembre de 2012

La mirada deseada (un microrrelato)

    
La cabeza del hombre que había amado daba vueltas y más vueltas dentro de la lavadora. Su rostro resultaba irreconocible, en parte por los golpes que recibía a impulsos de los vaivenes del motor, pero, sobre todo, a causa de la sangre y el jabón que habían comenzado a hacer espuma. Por ello, de tanto en tanto, sólo se mostraba similar a la cabeza de Minerva, como una especie de medusa con el cabello negro del marido en remolino, dándose de bruces contra el cristal redondo, a medias, aunque sólo una de cada mil veces, ofreciendo parte del rostro en medio de la irreverente espuma.
Y no era eso lo que ella pretendía.
La rutina se había vuelto a imponer: sin darse cuenta, simplemente por inercia, había echado el jabón y el suavizante como cuando hacía la colada de costumbre. Por eso, la mezcla en la que la cabeza daba tumbos, no la dejaba ver lo que había ansiado y cada vuelta se lo hacía más difícil, mientras iba pasando del blanco al rosa y del rosa al rojo. Ella había pensado que, al meterla allí, la vería girar ante sus ojos, por fin doblegada e impotente, por entero a su merced. Allí, supuso que aparecería, vuelta tras vuelta, mirándola a través de ese ojo de buey que le recordaba el crucero de la luna de miel, una mirada distinta de aquella de incomprensión y pánico que puso al darse vuelta y ver bajar la katana sobre su cabeza; una mirada, ay, de respeto y de positiva admiración. Pero la cosa no marchaba. Entonces se le ocurrió aclarar y centrifugar un par de veces antes de poner la máquina nuevamente en el programa de lavado largo... ¡Bien, la cosa comenzaba a mejorar ahora: poco a poco, el rostro se estaba relajando y la mirada que tanto había buscado todos esos años tenía cada vez más de asombro y sumisión!
¡Bien, eso era bastante aceptable! Tampoco hay que pedirlo todo.

martes, 30 de octubre de 2012

La botella repescada (segundo apunte)

Está pues La Ciudadela (ver mi primer apunte), donde se ha recluido voluntariamente el "tirano" una vez que cualquier paso más que diera para aumentar el poder lo dejaría solo en un mundo plagado de cadáveres. Y no muy lejos otra fortificación, igualmente inexpugnable gracias a su particular estructura, aunque también es un castillo de naipes... que depende sobre todo de su cohesión interna. No es sólo esto, pero su nombre ha sobrevivido a la antigua función principal que era preservar la cultura antigua: "Gran Librería", al comienzo de la novela, mucho más que el originario depósito de libros (y arte) disponibles en la isla. Aunque ya no exactamente la sede del gobierno, como en los primeros tiempos; el surgido en la emergencia para que la sociedad pudiera continuar en las nuevas condiciones del extraño y nunca explicado apocalipsis que los había aislado siglo y medio atrás. Ahora, la Gran Librería alberga la Antesala del Código, que a su vez, en los últimos años, ha pasado a ser el leit motiv que congrega a la "hermandad del libro". Fue cuando Puzzo, el germajor de entonces, dio forma al Proyecto: la producción acelerada de un código genético capaz de superar al hombre.

Su población en aumento estará así constituida por quienes no han "nacido de mujer" (de paso, un guiño a los augurios de las brujas a Macbeth para cuando "el bosque comience a avanzar") gracias al trabajo diario que se lleva a cabo en la mencionada Antesala. ¿Lo que encierra un augurio tácito a su vez que amenaza al "tirano formal"? Pero, ese crecimiento, también podría ser una amenaza interna, porque la "colmena" no está ni mucho menos libre de fisuras a instancias, como siempre, de lo que produce la voluntad de conservarse, es decir, su complejización y su constante producción de nueva artificialidad...

En medio de los dos poderes, el que ansía su propio endiosamiento por todos los medios a la mano (sustitutivos de los ya practicados antes o remozados) y el otro, que se ha adoptado la voluntad de dedicar la vida (del colectivo) a desaparecer en aras del futuro (a extinguirse o a aceptar la esclavitud definitiva)... pero conservando para ello el poder entre los hombres, un individuo, que no es capaz de creer en nada, preso de su debilidad, su orfandad y su impotencia recorre el camino efímero de la vida que las circunstancias demarcan... en todo caso, inclinándose por inventar mundos posibles.


viernes, 12 de octubre de 2012

Bartleby

"Bartleby" (una reflexión con forma literaria que no debería confundirse con un relato breve)



Cuando al final de su curiosa historia, le dijeron a Bartleby que de persistir en su actitud se moriría, dijo (o al menos pensó decir) como de costumbre y sin la menor variación expresiva, que “preferiría no hacerlo”. Sin embargo, tampoco ante estas circunstancias actuó en modo alguno por evitarlo (y cuando digo “no lo intentó”, no quiero inferir en absoluto que ello se debiera a resignación, fe religiosa o conciencia científica algunas). Permaneció simplemente impasible y, lógicamente, se murió. Era un personaje extraño que sin duda fue fiel a sí mismo hasta las últimas consecuencias: lo que más “prefería no hacer” era aquello que en una u otra medida le quisieran imponer. Sin embargo, si de algún modo se encontraba, sin más, por inercia, por accidente, no sé, envuelto en ello, metido de lleno, por así decirlo, en la rutina (como de ese modo acababa siendo siempre, al menos desde una óptica “normal”), lo continuaba haciendo a pesar de todo, con precisión y parsimonia “prefiriendo” desde ese momento que no cambiara nada. En esto, actuó del mismo modo al dejarse morir sin preferirlo. Era lo que ya le había sucedido un día, de repente, cuando lo llevaron a esa primera cárcel que los demás llamaban, por lo que pudo escuchar una y otra vez y buenamente acabaría llamándola del mismo modo, por ósmosis, “vida”.



sábado, 29 de septiembre de 2012

"Lo que al final vemos (...) no es nada más que eso..." cuando no hay literatura

"Tras los límites de lo real. Una definición de lo fantástico" (Páginas de espuma, Madrid, 2011), del profesor David Roas, es en lo fundamental un manifiesto a favor de la literatura. A través de la reivindicación ferviente de "lo fantástico" y de sus efectos narrativos, en lo que coincidimos, Roas destaca la voluntad de ponernos ante la realidad radical del mundo: absurda, anormal, en una primera aproximación del todo justa, contradictoria y conflictiva. Sin embargo, Roas "admite" o, más bien, "tolera" en paralelo que existan otras "categorías" literarias (que separa de la reservada a la "narrativa fantástica"), y ello a pesar de incumplir el requisito antes mencionado. Se trataría por tanto de un rasgo exclusivo de la "narrativa fantástica" que "otras literaturas" no pretenden o ignoran... pero que hace de estas últimas una opción dentro del espacio que ellas reivindican para sí si bien, dada la tabla de valores sostenida, de inferior rango.

Ahora bien, con ese procedimiento, Roas reduce sus propios juicios de valor al grado de meras opiniones, opiniones que los demás puedan atribuir a "cuestiones de gusto" para salvar las ropas. En cierto modo, se estaría denostando a esa "categorías" por inferiores a la vez que se las dejaría compartir el espacio que, a mi juicio, en realidad han usurpado y del que se los debería expulsar (ay, de ser esto posible). Un espacio que en el fondo se define por el rasgo central que Roas asigna a "lo fantástico" y que en realidad ha sido invadido por "redacciones" no literarias que últimamente están creciendo, proliferando, de manera incontenible, y que son... los que más venden. Al respecto, debo señalar que he encontrado momentos en que ese "talante" de Roas le hace caer en alguna que otra ligereza, como la de valorar poco menos que con idéntico grado que "la ruptura y contestación frente a lo establecido" (pág. 174, nota 159), la capacidad para "problematizar..." (pág. 105), para producir "miedo metafísico" (pág. 107), la búsqueda de recursos "novedosos" destinados a "sorprender al receptor (...) con motivos y situaciones insólitos" (pág. 175), lo que a mi juicio diluye el verdadero sentido que tiene la "búsqueda de nuevas formas de comunicar, de objetivar lo imposible" (ídem). Con la divisoria que establece Roas, por otra parte, sucede como en otros casos (la ciencia, por ejemplo) en los que en lugar de comprender una práctica humana de manera radical la diluimos detrás de subconjuntos formales que acaban embozando los problemas y confunden favoreciendo la persistencia de un enfoque "líquido" o relativista, donde la honestidad y la deshonestidad se igualan, haciéndose, para peor, ambas muy dignas. ¡Pero ésta es toda una guerra por la supervivencia y es inútil y nefasto pretender "confraternizar" con el enemigo sin considerar el desequilibrio de fuerzas alcanzado! En este sentido, valoro la siguiente afirmación de Freud: "Nunca se sabe a dónde puede llevarle a uno tal camino; se empieza por ceder en las palabras y se acaba a veces por ceder en las cosas." (Psicología de las masas).

No obstante, eso no impide que ponga lo crucial del tema en su sitio, y esto es de agradecer en medio de la vorágine de pensamiento y literatura "líquida" o "elemental" que nos invade como parte de un proceso más general que nos empuja a la desaparición del individuo y de lo individual (se llegue o no a ello, aunque la contundencia actual del embate es enorme, más gigantesco que nunca). Unas circunstancias ante las cuales creo personalmente que, los que pensamos y sentimos con autenticidad "literaria" (y en todo caso, producimos literatura, o lo intentamos también en lo técnico), debemos y tendremos que actuar adoptando un inequívoco y combativo excentricismo. El mismo que el que llevara a Fielding a mediados de 1700, a demarcar una "provincia literaria" separada de las de los mercaderes y usurpadores de la story que ya entonces iban en busca de dinero y honores atendiendo a ciertas "reglas" que se repetirían hasta la saciedad. Así, creo que debemos considerar, diga quien sea lo que diga, que una narración que no cumpla con revelarnos "que nuestro mundo no funciona como creíamos" (pág. 107), yo diría más bien, como deseamos, no debe ser considerada expresión de la literatura y que se debe denunciar su pretensión de serlo en directa respuesta a las denuncias suyas contra la "seriedad", la "complejidad" y/o la "experimentalidad" y la inclusión del pensamiento en nuestros textos, en nombre del puro divertimento que puede conseguirse con siempre las mismas formas. Todo, en el fondo, para alzar un escudo contra la conmoción emergente de la lectura; todo contra lo que haga "pensar" y "dudar". Y el grado en que esto se ha instalado en la sociedad es tan extremo que no es extraño descubrir a la vuelta de cada esquina escritores en franco proceso de claudicación, que llegan a avergonzarse de ponerse "tan serios" o "tan profundos" y por ello no cumplir adecuadamente con la novísima misión de los actuales o posmodernos "escritores comprometidos" (perimido el "servicio social revolucionario" o el de la "concienciación"), esto es: divertir y sólo divertir; entretener sin más; algo en lo que la literatura y la escritura tienden a ahogarse irremisiblemente en la miseria y la mediocridad.

Pero nada para ver el profundo apego a la significación de parte de Roas a la vez que la postura un tanto débil que exhibe, como la reseña y el comentario escueto que nos deja a propósito de un relato de Gabriel García Márquez, autor por antonomasia del agrupamiento comercial que se denominó "realismo mágico" considerándolo no sólo parte de la literatura sino manifestación novedosa y superadora de esta. Me refiero a Un señor muy viejo con unas alas enormes. Veamos lo que pasa más de cerca.

En el texto, David Roas hace una reseña que por no ser a mi juicio suficientemente crítica y radical parece un tanto peyorativa y falta de argumentos (al punto que tuve que leer el cuento original para acabar coincidiendo con su diagnóstico). Y lo es en tanto Roas se sitúa en una postura un tanto relativista... sin, ¡he ahí la cuestión!, demarcar la frontera por donde la frontera debería en realidad hacerse pasar. Esto da lugar a una debilidad presente en el análisis que "al final..." transmite (al menos fue lo que a mí me transmitió) una imagen "positiva" del relato en contradicción con la escueta, taxativa y, aparentemente "injusta" sentencia con la que sin más concluye: "no es nada más que eso: un señor muy viejo con unas alas enormes" (pág. 61).

Ante esto, no dudo que la mayoría de los lectores de Roas, y diría que la mayoría de los lectores de García Márquez y de cualquier otro texto que no diga nada (más que "ahí está eso"), que no "conmocione" al lector y le haga por tanto la vida fácil y digerible el mundo, o sea... que lo haya entretenido, llegarán a una postura relativista del tipo: "cada uno tiene su muy válido punto de vista", "Roas el suyo y yo el mío". Y todos tan cosmopólitamente amigos. Ciertamente, David Roas señala la vacuidad de los monstruos que hoy pastan a sus anchas en la Tierra de la Literatura (pisoteándola, malversándola, usurpándola, a mi criterio), pero lo hace demasiado indirectamente, demasiado débilmente, sin denunciar (sin creer tal vez, quizás sin pensarlo dos veces) la menionada usurpación sino, por el contrario, permitiendo al sucedáneo que se sienta a sus anchas y se crea cada vez más digno y más absoluto; al extremo de sostener que esa narrativa, la suya, es lo que debe ser literatura al menos de ahora en adelante.

Así, Roas no sólo sitúa el relato entre las diversas maneras de hacer literatura, esto es, como una opción válida desde el punto de vista del arte literario, sino que, coincidente con ello, hace una reseña que da más "alas" de las que en realidad contiene o manifiesta el cuento de por sí, lo que queda en evidencia cuando, simplemente, como debió sucederle a Roas, se lee y se interioriza, porque al hacerlo, sin duda, no queda nada más que un cuadro de curiosidades (la del viejo es sólo una de las más vistosas, aunque un tanto estereotipadas y apenas deformadas), bien descripto ("redactado"), que es lo que lo hace más rescatable y en todo caso eso (su técnica) es lo que queda como "valor", pero, a su vez, tremendamente "desaprovechado" desde, precisamente, el punto de vista "literario".

Es fácil de ese modo que la lectura de la reseña y sus conclusiones induzcan incluso a pensar que Roas desmerece "injustamente" el alcance fabulador del afamado (o nobelizado) colombiano y que, más allá del caso, haya caído en el desprecio "típico", o más bien "remanido", hacia toda fantasía y toda literatura que no responda a un fin "útil", esto es, a aquella que podría calificarse de "gratuita", "lúdica", "no comprometida", etc., tal y como viene sucediendo desde la antigüedad "en oposición" a la excentricidad del creador, que muchas veces apareciera embanderada en lo que llaman "el arte por el arte", el "formalismo", etc., algo que, igualmente me repugna porque considero una impostura, una hipocresía, un engaño... (en este sentido, Roas, con todo, no se define sino de manera colateral, un tanto superficialmente, replegado en lo formal de otra manera, con cierto condimento si acaso, de manera un tanto embozada, un tanto vacilante...

En este sentido, se sucumbe fácilmente a los pies de la tropa que rebuzna sin cesar sosteniendo que la literatura sólo debe servir al entretenimiento, es decir, a mezclarse con el deporte de competición y los espectáculos masivos de ocio donde, ¡por fin!, se haría "popular". Un burdo ruido y una burda furia en una historia contada por idiotas para idiotas contra los que parecería que lo que propugnaran fuera "aburrir"... Una forma en fin de revestir al enemigo de lo peor posible para ridiculizarlo en una lucha que parece no tener cuartel por parte de los militantes que vociferan (y sin embargo hacen que la minoría se incline por retroceder con disculpas y zalamerías, reconociendo que agoniza, aceptando su propia extinción). Una lucha que ha logrado desplazar a la vieja y perimida izquierda del progreso industrial e industrioso que antes ponía en la cúspide el famoso, manido, "compromiso del intelectual", que pedía, que le exigía, a la literatura que favoreciera la famosa, manida "toma de conciencia" del mundo y que ahora cede el protagonismo a los mediocres fabricantes de slogans vacuos y hasta contradictorios en sí mismos (¿qué más da si son efectivos desde el punto de vista publicitario?) ya sin necesidad alguna de los lameculos intelectuales a los que se les ofrece un lugar en la marcha militante o el ostracismo (vigilados por los sanscoulotes o por los niños del pueblo de los jemeres rojos, con su "sabia" intuición), marcha que debe producir "clientes" y una "vanguardia" temeraria y decidida, dispuesta a tomar la Bastilla y a aplaudir el trabajo sin descanso de la Sra Guillotina (como diría Dickens), y todo a cambio de un lugarcito (entretenido) al sol.

Y sin embargo, de lo que se trata en Literatura, lo que la define justamente, de lo que precisamente Roas habla a favor (aunque aún como una opción o un gusto electivo) es de "conmover". Esto es, sí, lo que pretende la literatura auténtica, lo que le da su ser y la lleva a resurgir como la hierba de  lo que se la acusa y como se la trata, toda ella y no una parcela que parecería una reserva aborigen, es conmover, poner al hombre ante su propia ridiculez, al hombre ante el absurdo del mundo...

¡Oh, sí; justo lo contrario de lo que hace García Márquez en su cuento y en realidad en toda su narrativa "realistico-mágica"! Y por eso, como bien señala Roas, "no queda nada" salvo "un viejo con alas".

En cualquier caso, poniendo en tela de juicio mi visceralidad, decidí abrirme a la posibilidad de un nuevo juicio, en todo caso a un juicio más profundo y riguroso, del relato y la obra del Nobel colombiano a la vez que armar mi crítica al enfoque que vislumbraba tras las conclusiones de Roas.

Y tras comprobar por mí mismo, mediante una lectura atenta del cuento original, que David Roas tenía sobradas razones para señalar que al final no quedaba sino la figura que ya se describía en el título, es decir, un personaje apenas retocado y ridiculizado que hasta un niño podría imaginar, comprendí dónde residía y cuál era en realidad el problema. Porque Roas comprendía y sentía en correspondencia con una honesta vocación literaria, pero no atrevía a ser radical ni a dejar de tenderle una mano al enemigo, para lo cual qué mejor (probablemente de manera inconsciente, es decir, bajo la presión del vigente "buen pensar") que trazar la línea divisoria en otra parte, aún a costa de confundirlo todo y no meter del todo el bisturí. Al no denunciar a García Márquez y millares de casos similares, la mayoría denostables incluso desde el punto de vista técnico, por usurpadores sino aceptando por el contrario que pertenecen al mundo de la Literatura... sólo que "cuentan otras cosas" en todo caso "anodinas", Roas deja de lado el hecho de que esa usurpación pretende sin tapujos excluir, expulsar, a la Literatura auténtica o someterla a sitio por hambre y por sed... ¿Y qué es "Literatura auténtica" sino lo que Roas llama "narrativa fantástica" englobando a Kafka, Cortazar y Borges junto con lo mejor de la ciencia ficción, todo en un único espacio?

Veamos un instante el cuento de marras a la vez que la reseña de Roas más de cerca (págs. 58 a 61 de la edición citada; los párrafos encomillados son párrafos tomados de la misma):

"Aparece de repente un viejo con alas en un jardín" que "no se comunica en un idioma inteligible" (en realidad, no da muestra alguna de querer hacerlo: sus parrafadas en ese posible "noruego" al que adscribirá su lengua parecen mera expresión de un instinto como el de los pájaros, etc.). Convive sin perturbar la vida cotidiana, al menos no más que cualquier hecho conocido, incluso en calidad de uno más, y por fin hasta se convierte en fuente de ingresos de la familia que es agraciada con el advenimiento, o sea, es integrado en lo cotidiano, en el mundo que sigue rodando sin más. Cada personaje lo asimila a su vida y lo consigue sin contradicciones: el cura lo valora y lo desvaloriza en función de su incólume perspectiva, etc.; le sale como a todo en este mundo una competencia de su estilo que acaba marginándolo como objeto de  negocio... En fin, como puede verse si se lee el relato, todo lo que allí sucede y se reviste de fantástico o sólo de cómico (desde el viejo que se presenta y desaparecerá sin más, a la mujer-araña del circo hasta la conducta ridícula del cura, de los pueblerinos habitantes y de la jerarquía lejana...) se incorpora sin conflicto alguno, salvo pequeños inconvenientes propios de cualquier cambio en la rutina, a una "normalidad" en la que tales anomalías se integran de inmediato, sin provocar desastre alguno ni conmover la vida cotidiana, siendo casi de inmediato asimiladas: como que el mundo está igualmente compuesto de realidad inamovible y hechos inverosímiles que se adoptan precisamente desde esa inmovilidad, que se integran incluso a los enfoques e intereses de las circunstancias. El "absurdo" se muestra como parte de la vida y los personajes lo habrían aceptado sin cuestionarse nada, incluso aprovechando sus manifestaciones para que todo siga tal cual. Las interpretaciones que dan del fenómeno están todas, como bien señala Roas al respecto, vinculadas al perfil "socio-profesional" de sus autores: el cura apela a sus pequeños y resumidos dogmas, el juez a los suyos, etc. Parece, y eso me pareció que se desprendía de la reseña aunque luego comprobé que no sería así en el relato propiamente dicho, que ahí subyace una burla, una ironía respecto de esas interpretaciones, de su falta de base... pero, por el contrario, lo que señalan es un relativismo simple: es justo que nos basemos en las referencias adquiridas y no queramos ir nunca más allá. La irrupción de lo fantástico no pone en cuestión nuestras convicciones, que sobreviven sin problema a todo (esto Roas lo señala). De este modo, la absurdidad de los imperativos revolucionarios del castrismo no deben llevar sino a un acomodamiento circunstancial con el que se puede vivir sin problema alguno, se manifieste como se manifieste. Aún cuando la interpretación del cura deje en evidencia su carácter supersticioso y rebuscado, se trata de una mera curiosidad, de algo pintoresco que pertenece al paisaje tanto como las grandes alas del viejo y su incapacidad de comunicación (no sólo por motivos de lenguaje sino porque no parece tener nada que objetar: en este sentido, es un poco un Barthebys que "preferiría esperar" algo).

Llegado a este punto, debo confesar que ya en su día, hace ya bastantes años, hubo algo, que no me detuve en analizar, que me hizo despreciar y, tras la lectura de tres o cuatro de sus más renombrados textos, dejar de lado a García Márquez. Sin duda, reconocía su preciosa e impecable técnica, pero... no sé... algo me dejaba, tan sólo, un vacío conceptual... poco gratificante para mi intelecto. Sin embargo, de pronto, el resumen de Roas me sugería un contenido prometedor del relato en tanto parecía poner la realidad en cuestión (cuando, sin embargo, como comprendí al leerlo, apenas si la reafirmaba, afirmando que, como estaba, la realidad estaba bien; porque hablar de la que "estaba mal" a su juicio, García Márquez lo reservaba para sus declaraciones políticas). Así, la reseña me llevó de entrada a poner en cuestión mi vieja desconsideración a la vez que el juicio final de David Roas. Me dije que mi actitud pudo haberse derivado de meras reticencias ideológicas y psicológicas, "injustamente" motivadas, hacia la persona, exponente por antonomasia del boom que se había sacralizado con el nombre de "realismo mágico". Sí, reconocí, el señor García Márquez me repateaba el hígado con sus "posturas", sus "alineamientos", sus "declaraciones" y sus "ínfulas". Entonces, no supe ni intenté compaginar la postura que García Márquez exhibía y defendía al tener un pie en cada uno de dos planos aparentemente contrapuestos: el del "compromiso del intelectual" en las manifestaciones orales, que defendía, si cabe más a rajatabla que Sartre, y la "gratuidad" aparente que imprimía a su "literatura". ¡La contradicción resaltaba aún mayor ante el apoyo que a esa "literatura" le daba el castrismo! ¡Sin duda, los tiempos del estalinismo primigenio que concedía medallas a Gorki por sus lacrimógenas -y patrióticas- historias, había quedado muy atrás! ¡Nuevos tiempos de desconcierto extremo se habían instalado y sus huestes, munidas de una técnica y enarbolando las banderas de una nueva "cultura popular" destinada al "ocio" avanzaban imparables a tenor con la educación pública y la salubridad ciudadana, las promesas falsas de los inescrupulosos y corruptores de la redistribución y la justicia social (en uno u otro grado, que conste, todos los profesionales de la política de hoy en día y todas las demás colectividades burocráticas)! Pero lo que recién he concluido, lo que pienso después de haberlo releído, es que todo aquello era parte del definitivo cambio que traía la posmodernidad: elaborar una narrativa que mostrara que lo ridículo y lo trágico deben ser considerados amistosamente; que pueden ser, como todo, aprovechables. (Y lo son sobre el "espectáculo del mundo": por ejemplo, para "triunfar" y "figurar"; para "vender" sin "perturbar" los cimientos en los que se basa la marcha de la humanidad a través de la complejidad; porque, qué duda cabe que, más allá de la lucha establecida entre los embanderados de "ideologías contrarias" lo que hay es una mutua "convivencia entre sistemas", donde se respetan los métodos de dominación que cada camarilla burocrática logre instaurar en sus cotos... Pero esto es algo que requiere desviarse demasiado; y convertir una digresión en un ensayo.)

En cualquier caso, más que una recriminación a Roas por su cierta debilidad y contemporización (a mi criterio), hay que subrayar la conveniencia de defender una identidad clara y rotunda so pena de ser tratado sin misericordia o igualmente ignorado o tergiversado (dos formas de lo mismo) por los grupos y discursos opuestos. Insisto: lo que hay en realidad es una guerra, lo que en realidad sucede es un nuevo choque de identidades o grupos con intereses enfrentados y una mayor o menor posibilidad de sobrevivir o dominar. Donde, precisamente, la amenaza es la extinción de unos pocos (tal vez con futuras contadas emergencias) por parte de unos usurpadores que, no lo dudemos, no tendrán piedad cuando logren dominarlo todo para reducirnos a la uniformidad, a "las necesidades del pueblo", a la pureza de "la salud pública", como ya pasó otras veces aunque de manera zigzagueante, acaso con dos pasos adelante y otro para atrás. No nos engañemos: estas batallitas son parte de una guerra soterrada que no se diluirá preservando la continuidad, como hizo el viejo muy viejo con sus alas muy grandes, sino que persigue un resultado sin límites a costa de dejar el campo de batalla yermo... al menos sin esa vida humana "trágica" que hemos conocido en beneficio de otra, sin goce aunque muy divertida, estrictamente evasiva y creativamente inoperante, en la que por lo visto, como en el terreno del inconsciente freudiano, pueden convivir los sueños más utópicos con la ausencia de toda pasión intelectual y su profundidad. Es decir: diluyendo salvo en apariencia (¡en apariencia... disfrazadamente... histriónicamente... espectacularmente... por supuesto todo lo contrario!) nuestras individualidades. Sin duda... "parce qu'on est menteur de naissance".

De modo que, si no parece posible tal como las cosas pintan, que podamos ser nosotros los que expulsemos de la Literatura vox populis a los mercaderes y a los diletantes, a los retóricos y a los sofistas, a los que redactan y venden y no escriben... al menos... resistamos para que no sea la Literatura la expulsada.




lunes, 16 de julio de 2012

La botella repescada... (1)

En mi "segunda novela" que espero deje de ser un borrador antes de que me jubile (en todo caso antes de que se agote mi escasa participación intelectual en este mundo de locos para iniciar una andadura contemplativa hacia el polvo y el recuerdo) se levanta una Ciudadela semienterrada, especie de palacio de un remedo de Big Brother espartano emergido de la marcha sin meta del hombre a la vez que de sus pretensiones sistemáticas e inevitables de fijarse alguna. Es decir, de la artificialidad que nace de lo más instintivo, de lo que se impone desde la vida a la vida.

Como sucede al menos en mi caso, una vez creados los condicionantes iniciales y ciertos momentos puramente estéticos, la novela se fue construyendo cada vez con más riqueza de contenido y... muchos centenares de páginas que habrá que recortar un poco. ¡Esa es la fatigosa tarea que me espera ahora!

Pero, entretanto, y en conexión con el post que escribí en mi otro blog sobre la cuestión que he denominado "los molestos", quiero desarrollar aquí una reflexión un tanto más literaria sobre el caso; un caso que me temo de mucho de que hablar en un futuro previsible, tal vez a cuenta de mi posible paranoia, tal vez de mi posible aguda intuición.

En las honduras del bunker mencionado, he situado con un método puramente dadaista las que podrían bien ser consideradas calderas del infierno; unas grandes calderas donde bullen sin cesar fuegos incineradores destinados a desintegrar y volatilizar los deshechos que se generan en ese lugar a consecuencia de la vida cotidiana... Pero resulta que, como todo lo que hay en el mundo, esos dehechos están definidos desde la institución que se da el hombre, o mejor dicho, a la que llega simplemente marchando como he señalado al principio: sin meta aunque inventándose colectivamente una y creyendo individualmente en ella; y por eso, allí también son considerados deshechos todos aquellos individuos que se conviertan en molestos para el mencionado Big Brother, individuos que éste considera inútiles y, por ello sin más, perturbadores, por lo cual deben desaparecer del mapa. No tiene que mediar una Gran Causa (¿quién tiene la autoridad o el derecho de decir qué motivo o razón podría serlo?) ni debe ser dada la más mínima justificación. Eso, allí, en ese mundo, ha sido completamente superado: es el atributo por antonomasia que define al Big Brother como Brother Supremo. En ese mundo sin dioses, un hombre ha aceptado ocupar el lugar vacante de Dios a sabiendas de que es parte de una pantomima; de La Pantomima.

Para facilitar las cosas, en cada rincón de la Ciudadela hay alguna boca que lleva hasta el corazón de Los Incineradores. Y para que no exista posibilidad alguna de suspensión o anulación de la pena infingida ni humana esperanza de rehabilitación o indulto, todas las sentencias son sumarísimas y una vez que son colocados en la boca de los conductos (que están siendo constantemente lubricados), los cuerpos se deslizan en picado, en ausencia absoluta de obstáculos, directamente hasta las calderas, donde crepita el fuego que comienza a quemar ropas y piel en la medida en que se está más cerca, todo lo cual, de todos modos, pasa extraordinariamente rápido.

Oscuros, irremontables, sin asideros, una vez en ellos los individuos se saben irremediablemente condenados de inmediato, y, a pesar de aceptar que su fin está en el orden de las cosas... acaban gritando desesperadamente mientras se precipitan hasta el último momento, incapaces de reprimir el reclamo de una ayuda conscientemente imposible y tal vez pereciendo en el ejercicio mismo de la esperanza...

En nuestra sociedad, por el contrario, los incineradores reales son de los más diversos estilos y no han sido simplificados hasta el extremo gráfico con que los he diseñado para mi Ciudadela de ficción. Entre nosotros, consumen lentamente la vida de los condenados a lo largo de una caída que parece que no cesará nunca, ni para bien ni para mal. A diferencia de los de mi caricatura, suelen consumir antes al individuo desde dentro, desde sus propias vísceras, como si se convirtiesen por anticipado en cadáveres a disposición de los gusanos. Como si se tratara de un viaje realmente instantáneo e irreversible similar a pesar de la apariencia al que se les impone a los molestos para mi Big Brother... En uno u otro caso, a fin de cuentas, se los considerara y se sienten de inmediato muertos.

A veces, también son quemados meticulosamente y trozo a trozo mediante la tortura... Pero esto es tan sólo otro preámbulo que ha sido suprimido: mi Big Brother no busca diversión, sólo pretende ser divinamente expeditivo.

En nuestras circunstancias, los millares de millares de conductos que están al capricho de nuestros Grandes Hermanos y sus cohortes de trolls, de clones, de bufones y de cobardes prontos a traicionar... incluso a ellos, no confluyen en una única Gran Caldera, sino que acaban en millares de frías y apagadas calderas, oscuras, húmedas o calurosas, viciadas, inmundas, todas más o menos terminales, donde las llamas no brillan ni siquiera para celebrar la muerte ni dejan ver las circunvalaciones que describe cuando danza en torno. Otra cosa son las cárceles civilizadas, donde se interna a quienes son juzgados por un tiempo previsible. Incluso aquellas en donde los asesinos aguardan su ejecución legal.

No, mis incineradores, aunque única opción para cualquier supuesta falta o puesta en evidencia digna de la medida, no son nada que se pueda asimilar a estos espacios de aislamiento, ni siquiera a los actuales psiquiátricos. En realidad, lo más parecido a ellos han sido los gulags soviéticos, pero sobretodo son la versión fantástica de las prisiones totalitarias en general, esas a donde se aherroja a los que fuera molestan demasiado a criterio de los hermanotes de turno, donde algunos desaparecen para siempre (incluso, muchas veces, tras volver al mundo exterior). Me refiero a otra cosa que, de hecho, no está allí para nadie (salvo para los carceleros y los verdugos), que se pierde al final de un conducto que no se ha recorrido porque eso sólo se hace una sola vez en la vida, que parece al común de los mortales una pura fantasía como la de mi Ciudadela u otras: historias, historias que se cuentan para asustar a los niños... Los únicos que se enteran son... los profesionales, los que cumplen sin más con un trabajo por el que no sólo cobran un salario -nunca demasiado aceptable- sino que son condecorados y amados por el Brother y sus leales, además de deleitarse cuando aplican la oreja a las paredes del submundo para deleitarse con la música tenebrosa del dolor y de la angustia, apreciando las diferentes escalas, los diferentes registros, para los que sus oídos se han desarrollado

La esperanza, que en cuanto se comienza a caer por los conductos (o mientras te llevan embolsado) comienza a diluirse, acaba, por fin y generalmente, por quebrarse, hasta inducir incluso deseos antinaturales, deseos de que llegue de una vez el sueño eterno. Y muchos de los que salen, en parte por lo menos, se ya no son sino espectros que no saben decir por qué siguen allí, por qué y para qué están aún en ese mundo que antes de que los encerraran creían conocer bastante...

Todos tenemos mucho de lo que ocuparnos, de lo que alegrarnos y de lo que sufrir; de modo que esos gritos no llegarían hasta nosotros ni aunque los trasmitiesen por la tele. En todo caso, los hermanotes nos lo ahorran con ponerles una prioridad, mostrar sólo algunos aspectos, integrarlos en una narrativa tácticamente apropiada, distorcionándolos o, en caso de juzgarlo conveniente, borrándolo del mapa como se borrara de las fotos a Godwald tras dejarle el gorro a Clementis, como nos contara Kundera (El libro de la risa y del olvido).

En cualquier caso, siempre estarán allí, por todas partes, esos conductos, abiertos a los que se ganen el castigo de desaparecer del mapa. Nacemos rodeados de letreros y de voces que nos lo advierten desde el primer día. Es lógico que respondamos a esa sistemática invitación a la buena conducta que reprime el deseo de saber demasiado y de decir lo que sabemos en voz alta. Nacemos, además, ávidos de saber y de ganarnos las simpatías del prójimo. De ahí que pasar desapercibidos y en silencio, mirando a lo sumo por el rabillo del ojo y murmurando para adentro, equivalga a no haber siquiera nacido.

La botella que el marinero Simbad pescó en el mar de las mil y una noches y logró arrojar al mar de nuevo, ha vuelto allí para volver a ser pescada... abierta... despertada... engañada... resellada... repescada...

En algún previsible futuro del futuro del futuro... mi ciudadela, erosionada y semicubierta por arenas negras (lo son realmente en ese mundo donde todavía, hoy, no ha sido levantada), tal vez sea alguna vez desempolvada...

...o rescatada de las aguas al modo de una hipotética Atlantida invertida que en lugar de desaparecer emerge.


sábado, 7 de julio de 2012

Un escenario extraño, distante y cercano... (mi marcha literaria) (2)

En mi adolescencia fui atrapado seria, casi "patológicamente", por el existencialismo sartriano que con su progresiva mala conciencia y vergüenza de sí (que por entonces tomé por honesta en un sentido idílico) me arrastró por fin al marxismo bajo el deber ser del "intelectual comprometido" que imponía la inmersión en las masas..., claro que en calidad de miembro de su vanguardia consciente... Un umbral que prometía, según ya me dejaron ver mis "compañeros de ruta" de mayor jerarquía a través de sus manipulaciones y jugadas, un "país" como el que habían construido sus venerados líderes ideológicos (tal y como eran mentados).

Sartre parecía acusarme al acusarse (mandando así al frente a sus soldados aunque no a sus órdenes sino a las de las camarillas soviéticas y maoístas) al señalar que ante el hambre la libertad era un lujo y al embellecer mediante el arte literario y dramático la integración en la pirámide burocrática en calidad de pequeño o mediano capataz de masas. Ese era el mensaje que me llegó a los dieciocho años a través de Goetz, alter ego de Sarrtre en la ficción (El diablo y dios, o "el buen dios", como se estila en francés), es decir, lo que Sartre habría aceptado como clon suyo en el frente físico de la batalla: ponerse a la cabeza para estar con ellos (las masas, el sudor de la realidad o la realidad como sudor). Y la llamada al soldado... surtió efecto... No hasta el límite de la frustración de quien se sentía como poco "capitán", es decir, Goetz.

Recuerdo (¡es uno de mis más entrañables recuerdos de mi vida, aunque cueste creérselo... y obviamente porque representó la escenografía ideal de mis mejores sueños!) aquellas discusiones con mi amigo Juan, el militante popular, un auténtico corazón justiciero propio de la más sana y pasional adolescencia, tierno, entregado a la ciencia tanto como a la lucha por la justicia (tal como la entendía y como por fin me la hizo entender), esperanzado, animoso, ojo de halcón para las almas gemelas, y entregado de esa manera a la amistad. ¿Dónde estarás, Juan?, me pregunto mientras te vuelvo a ver al otro lado de la mesa, en el cuarto de estudiante que yo alquilaba, donde llevamos a cabo las sesiones de debate a dos que nos permitirían dilucidar cuál era la verdad: el existencialismo mío o su marxismo, el individuo creador mío o la entrega de todo individuo a la hoguera revolucionaria que daría nacimiento a la colmena feliz del futuro, el que creía tener al mundo en sus manos si se construía a sí mismo o el que debía construirse siguiendo un plan para que no hubiese ningún individuo que no pudiera hacerlo...

No era una discusión insignificante: en ella se cocinaba el gran dilema del hombre como individuo, se ponían al rojo vivo los sentimientos más elevados, las más dignas pasiones. Subir por una escalera de mármol que había sido limpiada y alicatada, por lo que ya era fácil no saber que había sido bañada por la sangre y el sudor de infinidad de explotados y oprimidos, muchos de cuyos huesos se entreveraban con el mármol y la piedra y la tierra apisonada que había debajo... ¡qué duda podía caber!; o tender la mano a los que caían, a los que intentaban levantarse, y para que no cayeran, y para que se levantaran, y para que subieran... ay, eso sí, eso también, ¡vaya a saberse cómo, por qué escalera alternativa, por quiénes alzada, por quienes sedimentada...! ¡Oh, sí, por robots, por máquinas... por esos medios de producción y esa técnica liberada, emancipada por la Revolución!

En esos mismos años (aparte de acabar por tirar la toalla, por ser yo el más duro de los críticos contra mi propio individualismo, por ir por las calles al acabar las discusiones diciéndome. "¡Debo estar dispuesto a morir heroicamente... en el límite, en el límite!") también comencé a escribir lo que acabaría siendo "Una nueva conciencia". Bueno, todo aquello acabó en algún rincón, y espero que los herederos pragmáticos de mi padre lo sumaran a la basura o a las llamas, pero sí que aquello empezó allí... incluso haciendo parte de sí a todo aquello: los debates, la amistad, las pérdidas, la nostalgia...

En la actual novela aparecen unos párrafos pertinentes en boca de un ex revolucionario tietnita Roueg-dor (párrafos que, claro, no fueron escritos en aquel 1967 de los comienzos, en aquel cuarto de estudiante en Córdoba, sino en 1978 o 1979 o tal vez ya en 1980 en España... no guardo el dato con precisión), que a pesar de los términos alienígenas deberían ser suficientemente comprensibles (en la novela se incluye de todos modos un léxico enciclopédico de apoyo pero sobre todo metaliterario); los transcribo aquí:

"De todos modos, el régimen gaidi había sido barrido de Tietnianish y eso me empuja a sentir la misma o casi la misma euforia que embargó a los demás. De todos modos, mágicamente o no, para los que estábamos en Arbaad, se ha realizado aquello por lo que durante tanto tiempo habíamos bregado, yo y mis antiguos camaradas; por lo que luchamos de un modo o de otro durante casi ciensiete roshetay. Y, sea como sea, la alegría ha estallado en el cráter al final del acto, cuando la nube de gas que cubría el cráter y lo aislaba de la civilización se despejó del todo. Y, sea por mucho o poco tiempo, ha tenido la virtud de recuperar para la vida a los enfermos y a los moribundos. La misma que se debería experimentar ante un milagro o un acto de magia; aunque fuesen el resultado de un truco."

y un poco más abajo:

"En cualquier caso, el nonagésimocuarto Nog de Peilushnog o, como prefiero yo decir, la quinta Ascensión del roshetai treinta y dos mil uno, dado que hace treinta y dos mil y un roshetay que se fundó nuestra civilización, tiene todos los triunfos para conseguir ser largamente recordado. Pronto se dirá y se escribirá que fue una Revolución anhelada, querida y triunfante. A pesar de que, al mismo tiempo, acabe con nuestros sueños y cruce nuestro rostro torturado con cicatrices y marcas de latigazos. ¿Escribiré algún viajesh contra ella, cabrá lugar para la Oposición o la Denuncia, estará conmigo Gioas-dor para que lo hagamos juntos?"



Soy yo y soy el contrario hablando. Y soy el amigo (Gioas-dor) del personaje citado (Roueg-dor), y llevo la amistad hasta más allá de lo que la convierte en otra cosa porque sin duda en el amor los individuos se funden... hasta cierto punto... al menos en los términos de la alegoría, de la idealidad... Pero eso comienza a ser otra historia... una historia que otro día...



(continuará...)



domingo, 1 de julio de 2012

El eterno retorno en la literatura.

Será porque un cerebro humano al fin y al cabo es un cerebro humano, o porque los falsos (e imposibles) indeterministas que han reemplazado a Dios por la Diosa de la Fortuna (como Gould denominó al Azar) tengan razón (¿quién puede negar que la suya sea una forma más entre muchas de explicarlas cosas?), lo cierto es que de tanto en tanto me encuentro con que alguien ha publicado en medio de su libro una idea o una frase literaria prácticamente idéntica a otra que yo inserté en un texto mío... en algún caso publicado sin casi difusión y en otros aún no publicados. Lo más curioso es que esto a mí no me da rabia, sino que me hace sentir clarividente... Y también parte del mundo y no, como a veces otras cosas me hacen sentir, como un marciano anclado en este planeta.

El caso que me ha recordado otros que he vivido antes y que nunca he "denunciado" tiene que ver con una novlita corta, quizás relato largo, de un escritor rumano que muy pocos deben conocer por estos pagos, el por lo visto "nobelable" (eso dice el prologuista de la edición española realizada por Impedimentos, que me permitió leerla), Don Mircea Cartarescu (con acentos rumanos sobre las letras A del apellido con forma de media luna otomana tomándose una siesta).

Se trata de "El ruletista", un relato de indudable adscripción al "realismo mágico" y con buena dosis de pensamiento reflexivo a modo de digresiones del autor (un tanto a lo Kundera, o, como diría este, a lo Musil y a lo Broch... en línea en fin con lo que Kundera entiende como propio de la novela).

En un momento dado (pág. 17 del ejemplar del que lo transcribo y tercera de la historia), el autor-personaje/personaje-autor desliza el siguiente párrafo:
"Permanezco aquí, en mi sillón, aterrorizado por la idea de que ahí fuera ya no exista nada más que una noche sólida como un infinito témpano de bre, una niebla negra que ha engullido lentamente, a medida que he ido envejeciendo, las ciudades, las casas, las calles, los rostros."
Ahora dejaré que juzgues tú, lector hoy por hoy poco frecuente de mis textos, si el párrafo transcripto no es una combinación de los siguientes dos nacidos de mi facultad de combinar palabras para hacer literatura:
"A las nueve menos cuarto, la niebla que apareció en el mar ocultando el horizonte comenzó a avanzar hacia la costa. Al rato vimos desaparecer las islas y los grandes barcos que navegaban a lo lejos, más tarde dejamos de ver los acantilados y se apagó la luz en el extremo del faro, poco después desaparecieron  los barcos que habían demorado su salida y los edificios del puerto, después la ciudad y finalmente nosotros" (que es la totalidad de mi microcuento La niebla, publicado por primera vez en 2002, en Microrelatos y en Axxon en 2005)
y
"...despierto siempre aquí y con la misma sensación de que todo continúa. Sólo me consta, porque así debería ser según entiendo, que he debido distanciarme de las cosas de manera irremediable, de todo y de todos los que… ¿viven?, ¿duermen?, ¿han desaparecido…? Nada puede ser igual ni parecido a como todavía lo recuerdo. Sin embargo, el bullicio sigue afuera, más allá de las persianas bajadas… ¿Crees tú que pueda querer eso decir algo? No me animo a comprobarlo. Si me levantara y saliera ahora mismo a la calle, sé que no podría reconocer el mundo. Debo suponer que debimos envejecer en proporciones diferentes gracias al invento..." (extracto pertinente del cuento corto "Si una mala jugada del tiempo", publicado en una primera versión en 2005, en Axxon)
Para empezar (¿a qué sino a divertirme?) me pregunto si Cartarescu (sigo omitiendo necesariamente las medias lunas) lo llegará a saber alguna vez (porque por supuesto aún no lo sabe y es difícil que lo sepa... es decir, que le llegue esta botella arrojada al océano del conocer o alguien que la pesque se lo cuente). Y me pregunto también otras cosas, por ejemplo: cómo pensando él que "debe" existir Dios y yo considerándolo una conjetura ajena a mí del todo..., como es que no encuentrando él "espacio para el absurdo en el proyecto del mundo" (pág. 54) mientras que en cambio yo considere que todo es absurdo visto "todo" desde la humana sensación de vacío que precisamente acaba por producir la inexistencia necesaria de todo "proyecto"..., en fin, cómo es posible que hayamos llegado a coincidir de esa manera y en ese grado (que tal vez para muchos no sea para tanto). Y a continuación también me pregunto si la coincidencia (insisto en que la hay y para mí es notable) no lo acabará atribuyendo él a la magia de su "ruletista" que ni siquiera acertaba cuando todo el mundo aseguraría que acertaría, hasta, indudablemente, Dios.

En fin, yo digo que lo más maravilloso de todo esto es que algo así acabe siendo solamente divertido... Y que, debo reconocerlo (y esto es algo que también ya había apuntado, en este caso dentro de la novela que estoy en estos meses corrigiendo, antes, claro, de haberlo leído aquí) que coincido con Cartarescu cuando dice, tal vez con obviedad pero sin que esto se vea mucho por ahí, "¿Cómo puedes abandonar los arcanos del estilo?" cuando eres un "hombre que ha dedicado toda su vida a escribir literatura" (pág. 57)

Tal vez por eso coincidimos, por eso él inventa su propia creencia y miente a conciencia acerca de la magia, y al al fin y al cabo haga lo mismo yo. En cualquier caso, recomiendo con entusiasmo literario la lectura de "El ruletista" (...y de mis textos, claro).



sábado, 23 de junio de 2012

Un escenario extraño, distante y cercano... (mi marcha literaria)

Le tengo mucho cariño a la ciencia ficción. Escribo ciencia ficción más o menos desde que "me metí en política", allá por los dieciocho años, preso de fantasías populistas y demagógicas que honestamente abracé con una fe bastante ciega, "profesional", o sea, basada en la idea de perfeccionarme en su ejercicio... una idea muy "calvinista" por cierto. Sí, vaya esto a modo de digresión: adopté un ritual cuyos conjuros prometían alejar para siempre a la humanidad de la prehistoria (según la definía el dogma) y de su animalidad. Como se puede ver, siempre algo nos acuna de nuevo con la promesa de la madre que nos trasmite su fe en que de uno será el futuro. Como si pensarlo fuera garantía de que se realizará. ¡Ah, la omnipotencia de los mitocondrios!

Algo que, de todos modos, debo reconocer que venía de antes... ¡Y que se había menifestado en una incipiente vocación literaria, otro de esos ámbitos en los que uno cree encontrar la magia poderosa capaz de "mejorar el mundo": el ámbito de las palabras, ¡las poderosísimas palabras que fuimos aprendiendo a usar contra padres y malestares allí donde estos concurrían!

Así llegué, entre los quince y los veinte años, a entrenarme escribiendo fantasías psicológicas, historias existenciales, algo de terror, algo de policial, algo de drama metafísico contra la metafísica, es decir, dramas ateos y parricidas en general de los que yo mismo resurgía (y omito hablar seriamente de mis doce a catorce años de "poeta" de pacotilla, lo que nunca superé salvo... por medio de la prosa).

"Escribí" (o "redacté", como habría dicho un amigo con bastante propiedad en estos casos), en ese período, tres novelas bastante largas (¡ya se me daba eso fácilmente, quiero decir, la longitud!), unas doce obras de teatro... o de catarsis, unos pocos cuentos... cuyos cuaderinllos y hojas todos espero que hayan alimentado ya una hoguera, cosa que trataré de confirmar de primera mano si puedo. Escribí, ya más seriamente, un par de cuentos que aparecieron en la prensa de mi ciudad natal, alguno con un gratificante premio... pero... sed compasivos como no lo soy yo mismo y dejadlos de lado, olvidados como se dejan los balbuceos de un niño una vez que se comienza a hablar con él.

Y de repente un día, comencé a escribir lo que acabaría siendo, después de muchas, muchas reescrituras (incluso un debatido cambio de nombre) Una nueva conciencia... que incluso llegué a pensar en darle, con la colaboración de un artista amigo (Aldo Vega) la idea de hacer una novela gráfica o más bien un comic... una "historieta", como se decía por allí. La idea fue hacer algo similar al Eternauta que por entonces nos había encandilado y provocado...  Sin embargo, el experimento no pasó de una o dos páginas ilustradas por Aldo, de quién, por cierto, hace tiempo no sé nada... una pena a fin de cuentas, porque era y deseo que siga siendo como fue siempre: una buena persona y un trabajador enamorado de su arte.

Pronto se abatieron tiempos de revuelta que paralizaron mis estudios de fisico-matemática, y durante unos seis meses avancé en una versión de la novela de la cual hoy sólo queda el recuerdo (un proyecto demasiado pretensioso que se dividiría en cuatro mundos, cuatro historias, cuatro alternativas imaginables para el ser humano). Inicialmente, el mundo donde se comenzó a desarrollar  Los eslabones sucesivos (Una nueva conciencia) sería un mundo visitado por un hombre que lo descubre a la manera en que los personajes de Julio Verne conocen el centro de la Tierra... Pero ese mundo comenzaría a crecer con vida propia poco a poco hasta hacer periférica y formal primero la presencia de aquel hombre y por fin hacerlo desaparecer... salvo embebido en el disfraz de los extraterrestres que pasarían a ser los protagonistas únicos, porque en cierto modo, el ser humano siguió allí, fuera, como personaje-actor vuelto a su vez a ser disfrazado...; lo que acabó dando lugar a un truco equiparable a la cadena de encierros sucesivos propio de las muñecas rusas.

La historia fue presentada como la de una aventura de iniciación que lleva a dos adolescentes hacia la inevitable madurez, siempre azuzada por el látigo de mundo en marcha, el mundo que se impone, al que se debe responder para seguir en él...

No obstante, esa es sólo una de las capas (como diría el buen Shrek). El eje alrededor del que se orquestará la historia es en sentido estricto la capacidad, mágica y maligna para sus protagonistas en una primera instancia, de descubrirse y ser cada vez más hábiles en el control de una nueva facultad que adquieren, la de capturar los pensamientos, recuerdos y vivencias ajenas e incluso de poder sentir esas vidas, por momentos, como si hubiesen sido propias. El resultado: una nueva conciencia cada vez más multidimensional de la propia tragedia... y de su universalidad. Y, también, sin duda, de su constancia absurda y hasta cómica, ridícula... ¡Algo que por fin se hace cierta y puramente... literario!

(continuará)


domingo, 20 de mayo de 2012

De la Burbuja Literaria, económicamente capitalista, políticamente posmoderna y socialmente burocrática

Nada puede doler más a un teólogo que el creciente desinterés por la cuestión de Dios. Ni a un zapatero remendón la fabricación de zapatos de usar y tirar que las importaciones chinas y la deslocalización a favor de países de "alta productividad" (bajos salarios y alta competencia laboral) llevan a lo superlativo. Y aunque se pretenda que lo que sucede en el "campo cultural" no sea "lo mismo", es decir, que en estos casos haya "más dignidad" por tratarse de productos humanos "sublimes" (al ser obras de la más reflexión compleja o de la sofisticada composición artística), eso mismo es lo que sienten los artistas y los pensadores filosóficos ante la producción en serie de libros en todos los formatos, incluso el tan fácilmente desechable vía "delete".

Claro que la belleza de muchas construcciones religiosas devotas se salvan de la quema a causa de una renovada o sostenida sacralidad... en la que se tiende inevitablemente a tener "grandes esperanzas" (la experiencia permite garantizar la certeza de una "posteridad" para la que, en todo caso, se podría escribir...).

La literatura fue trágica desde Cervantes y Fielding en cuanto dio lugar a unas construcciones textuales que tenían por objeto expresar los conflictos entre el individuo y el mundo y ofrecer la catarsis personal del autor realizada mediante esa construcción para la realización de la ajena mediante la posterior lectura, y así al de la ilusión de una común identidad (la "buena lectura"). El espacio comercial explosivo abierto en el campo de "la cultura" por la democratización, ha provocado la envidia de los escritores. En él ha crecido hasta abarcarlo casi por completo "otra literatura", una cuyas corporizaciones (libros, impresos o digitales) ya no nacen de la necesidad típica del escritor ni con el fin típico de la escritura, al menos en uno de sus planos, el que lleva a Fielding precisamente a fundar "una nueva provincia literaria" y rechazar para sus textos los nombres establecidos de "novel y romance (...) porque, apenas descubierta, ya invade la "nueva provincia un enjambre de novelas estúpidas y monstruosas"..." (Milán Kundera, El Telón), y por fin a llamar a su experimento un "texto prosai-comi-épico" (ídem) cuyo fin sería proponer, "a nuestro lector" como "alimento (...) la naturaleza humana" (ídem), "elevando (en palabras de Kundera) la novela al rango de una reflexión sobre el hombre como tal" (ídem).

Pero esa apariencia de "literatura" que denominamos "comercial" destila un público gigantesco que la "tradicional" nunca logró conquistar y a la que todo escritor, idílica y autoengañosamente, aspira -y ha aspirado siempre- (del modo en el que todo actor desea ver abarrotada la sala del teatro... aunque no haya una mayoría de espectadores que sean capaces de comprensión ni de sentir y valorar el mensaje profundo y sólo se manifiesta snob a través de unos aplausos que se interpretan con condecendencia...) y, por fin, los honores, privilegios y emolumentos que de esa actividad se derivan. Ello hace inevitable la envidia... a la vez que dan lugar a un rechazo que nace de la vergüenza (descubrir la cara mezquina del oficio -he hablado de esto otras veces, como por ejemplo aquí mismo entre otros-) y de la indudable condición inextirpable, irreprimible, del yo-artista, del yo-contumaz... que quiere dominar sin dejar de ser él mismo. El "autor" que crea un texto literario sobre la base del sentimiento que Baudri de Bourgueil, un poeta-clérigo (benedictino) que dejó su escueta impronta en el siglo X, exponía en sus poemas medievales (epistolares) al decir: "Sin testigos, lee hasta el final mis versos, sigue atentamente la pista que dibujan: todo cuanto en él se encuentra fue la mano de un amigo quien lo escribió", un sentimiento y un deseo ferviente que se prolonga hasta nuestros días en los así (y por ello) llamados "grandes escritores", un sentimiento que en sus tiempos ignoraba rotundamente a las masas iletradas que ni siquiera podía imaginar y no sólo no podía pretender que constituyeran "su público" sino que se dirigía a sus "amigos" letrados, sensibles, capaces de llegar hasta "la pista que dibujan" o que él pretendía dibujar, hoy vive una profunda confusión gracias a esa apariencia y a sus logros simbólicos (gran público) y materiales (honores, privilegios y riqueza)... ese autor no puede sentirse satisfecho rebajando sus pretensiones de comunicación para obtener esos aplausos masivos que no hacen más que festejar la propia debilidad de los oyentes, su beneplácito por aquel que les endulza sus miserias y no les exige que se enfrenten a ellas... es decir, a la nada de la existencia que el autor sufre en carne propia y expresa mediante su alarido y hasta mediante su carcajada... Y el objetivo de quien escribe porque lo sufre y necesita compartirlo se opone por entero al de la conquista de una población inmensa e indiscriminada de oyentes cuya base amplia tiene necesariamente que ser la más leve, la menos "trabajada", la más "reticente" y "refractaria". De ahí que sólo le interesen a este escritor "los amigos", los "oídos predispuestos", y salga en su búsqueda sin engañar a nadie, ¡con sus textos demasiado sutiles y sus innovaciones!, aunque una y otra vez no encuentre a casi nadie... A casi nadie que sea capaz de responder como Baudri le pedía a Geraldo que respondiese:
"Si por lo tanto deseas -deséalo Geraldo- serme agradable, inclínate sin descanso sobre libros y tabletas. Hojea los libros, hojéalos todavía más; lo que ignoras, búscalo, búscalo todavía más; produce una obra digna de ser declamada ante tus compañeros" (Baudri, citado en los dos casos transcriptos por Roger Chartrier en su Inscribir y borrar, Katz Editores, Bs. As., 2006) 
Ello es, repito e insisto, en gran medida debido a la base elemental que subyace al ejercicio del oficio. Y esto, sea como sea, da lugar a un profundo resentimiento y/o a un hondo dolor, en realidad común a toda la intelectualidad (como vengo precisamente sosteniendo), sin duda los filósofos pero incluso los científicos, un dolor trágico que duplica el sentimiento de muerte al producir una conciencia de la propia extinción, es decir, de la pérdida hasta de la prosperidad... O, como lo llamara Heidegger, "una noche" que en realidad anunciaría "un invierno eterno" (¿Para qué poetas...?, Caminos de bosque).

Pero creo que la confusión se deriva de un cambio de escenario a la vez que de una persistencia de una visión desfasada, visión que incluso persiste cuando se opta, si ello es posible en realidad, por la claudicación, es decir, cuando se piensa que la adaptación al medio basada en la aparente pérdida de "dignidad" es una claudicación (una sumisión a los intereses en boga y a la mezquindad propia, una puesta en segundo o tercer plano de los contenidos soñados en nombre de los honores, los privilegios y la riqueza; la entrega a los instintos, a los imperativos del cuerpo, a la hybris, al diablo con el que se pacta para sobrevivir... e incluso para ser eterno... en las bibliotecas de la prosperidad...; y caben más maneras de decirlo).

Pero, si el escenario (el histórico) ha cambiado, acaso no sea ese el escenario donde se deba jugar. Acaso ese escenario "venda" su falsa imagen como sustituto del antiguo, insistiendo en que debe ser así aceptado, y en realidad... simplemente... haya que resistir... haya que comprender que es una maniobra socio-histórica que, nuevamente, no puede contentar al individuo que sin embargo y sin duda se ve a sí mismo marginado por culpa de una excentricidad de la que pretenden (¡ellos!) que se  avergüence...

Esto señalaría como pura paranoia observar una excesiva proliferación de aprendices de brujo en el terreno literario (que sólo en cierto modo se puede equiparar con el fenómeno de la proliferación de "técnicos" y "equipos" en el terreno de la "ciencia" y la "filosofía"). Tal vez sea un error creer que lo que hoy acontece se pueda describir como una sustitución objetiva de los artistas y pensadores por meros técnicos asalariados o premiados, sustitución de viejos reyes-sabios-guerreros por meros caballeros que participarían en torneos, de los renombrados amantes de la sabiduría y la belleza de la antigüedad clásica (al menos tal y como indican las leyendas) por meros "gallos de riña" cortesanos...

Heidegger describía así un fenómeno que Sainte-Beuve ya había notado en carne propia en 1840, y que, a pesar de que lo restringiera al dominio de la investigación (filosófica, científica y técnica), afecta a la totalidad de las actividades centradas en la reflexividad humana (¡reflexividad, pensamiento, y no astucia y picardía!):
"...el decisivo despliegue del moderno carácter de empresa de la ciencia acuña otro tipo de hombres. Desaparece el sabio.  Lo sustituye el investigador que trabaja en algún proyecto... (...). Se vincula a contratos editoriales, pues ahora son los editores los que deciden qué libros hay que escribir." (La época de la imagen del mundo, Caminos de bosque, Alianza Editorial, Madrid, 1995).
Pero podría ser que eso debiera seguir siendo considerado OTRA COSA... Una cosa que no tendría nada que ver con los artistas, que debería seguir siendo por ellos (nosotros) tan ignorado como antes, cuando la cultura "de verdad" era "de verdad" sagrada... Aunque eso nos obligase a pasar "hambre" y otros tormentos aún mayores... o a "desdoblarnos", como bien a visto que sucede, hoy más que nunca, Carlos Eymar en su El funcionario poeta aunque dando del fenómeno una visión contemplativa que lo saca a la luz apenas para volver a oscurecerlo y por tanto no saca las conclusiones más radicales que sin embargo se desprenden del mismo.

¿Elitismo?, sin duda. Y un elitismo aristocrático "demasiado humano", como habría dicho Nietzsche, específico de los que necesitan autolegitimarse como conciencia de la raza humana propiamente dicha de todos los tiempos.

El escenario debe de cualquier forma ser descripto de manera radical, es decir, evitando dejarse seducir por los cantos de sirena de la presión social que quiere y tiende (con riesgo de colapsarlo todo) a domesticarnos a todos para que funcione según su criterio dominante (y adoptado por todas las partes), criterio que hace constantemente crisis (y de ahí el mencionado riesgo).

De entrada, tenemos en él los resultados de la labor educativa que al enseñar a escribir y a leer a todos, en realidad apenas para pasar de curso y fundamentalmente para justificar unas instituciones y unos oficios instituidos, consigue producir un mercado en el que se animan a pescar todos los nuevos sofistas de la seudo literatura capaces de "redactar" y "componer" historias que se copian las unas a las otras sin entrar en profundidades que muchas veces no son capaces de abordar pero que, sobretodo, no interesan a unos lectores que no desean ir más allá de casi nada. La cosa llega ciertamente a extremos de parodia cuando se ven los escenarios "novedosos" que se abren "para todos", como el caso de esa "web" que hace poco ha comenzado a ofrecerse a "los escritores noveles" para "difundir su basura".

La suplantación y reducción de toda literatura a esa literatura superficial, que nace de la adopción mutua de las partes interesadas (ciegamente) y que responde a los dictados de la domesticación actual, permite crear una falsa dignidad de masas en referencia a la cual casi todo el mundo se considera digno de llamarse literato o escritor. Eso sí, siempre que esté doblemente refrendada por los cánones instituidos, los de la burocratización y los del comercio propiamente dicho. Y esto se explica en el propio terreno de esa falsa dignidad conquistada y asumida como producto de una elección por la seguridad en detrimento de la libertad, como se explica la progresiva licuefacción de todo pensamiento (Bauman), es decir, en tanto pueda venderse la idea de que esa seguridad depende del status quo que nadie debería ya poner en riesgo (como sí se estaría haciendo "de nuevo" en esta "crisis financiera" que nos aqueja...).

Lo indiscutible es que tanto las escuelas propiamente dichas de hoy en día como en la escuela de la calle bajo la batuta y el ejemplo de los políticos y periodistas posmodernos o "líquidos", no es que se comentan "faltas" -lapsus, ocasionales, siempre puede haber- sino que se defiende que pueda haberlas ¡y con fervor patriótico -por así llamarlo-! Tal superabundancia ahoga, o más exactamente intenta ahogar, el conjunto de lo que hoy seguimos considerando y privilegiando como "auténtica cultura" y con ella intenta ahogar "la literatura" y "el arte" en general, dentro el "mundo de los libros", dentro... sin ser exhaustivo listando subconjuntos, estos foros y webs, y revistas... etcétera. Lo hace en cierto modo al confundirlo todo y al inundar sin límites los lugares de venta y exhibición entre los que que se pierden los que no tienen amigos suficientes y significativos... Se produce así, adicionalmente, un abismo entre la "gran literatura" reconocible en los pasados siglos y los sacralizados de hoy... porque, sin duda, no tienen nada que ver ("redacten" o no "de maravilla"... a veces gracias a un buen trabajo de otros técnicos incluidos los traductores) los "grandes" del siglo XIX y principios del XX con los Ewan, Auster, Vargas Llosa, etc., los que acaban glorificados por los grandes públicos y los grandes premios, que dicen cada vez menos y cada vez más nada.

Hace poco tuve un pequeño debate con una escritora y correctora de estilo profesional acerca del carácter puramente "evasivo" de la mayoría de las cosas que se escriben hoy en día por todos los que se llaman muy rápidamente escritores apenas se sienten capaces de "imaginar" cosas y "plasmarlas" por escrito como sea (algo que, como se sabe, podrían hacer hasta los monos... si supiesen teclear en una máquina... en tanto... hasta los animales "sueñan", y cómo no, mucho más o con autoconciencia de ello, nosotros, los humanos). Allí sostenía que la "literatura" con el fin del mero "entretenimiento" no era para mí estrictamente literatura, y me reafirmaba y me reafirmo en ello. La palabra (entretenimiento) tiene como primera acepción -en el diccionario puede verse- la de "desviar del camino" y yo entiendo que (al margen de que pueda TAMBIÉN divertir, agradar, atrapar, capturar, conmover, hacer reír, hacer soñar, producir goce estético, etc., la literatura alcanza su "verdadera naturaleza" cuando y sólo cuando... "conduce por el camino" (esto es, intentando en todo lo posible no dar lugar a desviación alguna), que es todo lo contrario de "entretener" en el sentido señalado. Y esto se logra cuando se narra desde y mediante la propia experiencia y no desde la idea de "hacer pasar un rato" o describir (se haga o no bien idiomáticamente) una serie simple de hechos... para que alguien pague o simplemente se entretenga con ello y comente lo bien que se ha hecho a su ineducado criterio.

En todo caso, el grado en que haya más o menos de esto define el grado en que se consigue ser literato, lo vea o no el mundo, la mayoría, los editores, etc., y ni siquiera la posteridad... que podría acabar siendo la de un mundo como el de "La máquina del tiempo" de Wells o la más incierta de 1984 de Orwell, con muchas cosas que hoy valoramos... pudriéndose en unos deshabitados edificios abandonados y ruinosos.

Por todo ello y en base a considerarlo así, yo no me extraño de lo que pasa y de dónde se pueda acabar, ya que los pasos hacia la masividad implican no cerrar el círculo de fuego o hacerlo con un diámetro demasiado amplio... tal vez. No me extraña que algún amigo escritor, a mi criterio muy serio y muy preocupado por lo que construye literariamente, que sufre las consecuencias de nadar en un océano que crece para que nada destaque, se niegue a participar en foros de este tipo.

Pero lo que no parece imposible, al menos todavía (es decir, si no se consuman los fines últimos de la domesticación en marcha; algo que me inclino a pensar que no será lo más probable), es que algunos, especialmente los que aceptamos mantenernos desdoblados, dándole, por así decirlo, al cuerpo lo que es del cuerpo y al alma lo que es del alma a la manera contumaz que inaugurara Sócrates, podamos encontrar "un público" con el que nos sintamos satisfechos y que se sienta satisfecho de nosotros, esto es, nos reconozca, nos valore, se sienta reflejado en su catarsis por la nuestra... Ello al margen de los premios y de las tiradas... en ámbitos en todo caso marginales, tal vez sintiendo también que se halla en vías de extinción... lo que, en todo caso, no es la cuestión. Vivir creando y recreando literatura, arte, pensamiento, es algo que se lleva dentro (todavía pero tal vez siempre) y que por estar dentro se sigue y se seguirá haciendo al margen del grado de repercución y de amenaza de soledad o marginación que penda sobre nuestras cabezas... Podría incluso darse el caso del "último hombre de la Tierra" plasmado por Matheson y que en el extremo... acaba siendo "leyenda". Y puede ser que, a fin de cuentas, el Ministerio de la Verdad y la Policía del Pensamiento triunfen hasta hacer de hombres como el Smith de Orwell (el de 1984) un hombre "definitivamente resignado" que ya nunca más escribirá ni para sí ni siquiera volverá a comprar un cuadernillo en blanco "por si acaso"... Y es que las circunstancias, mal que nos pese, imponen su peso lapidario multiplicando día a día los obstáculos no ya para que nuestros textos sean leídos por todos o por muchos, sino para que lleguen hasta nuestros amigos, de todos ellos.

¿Acaso es esto "un grito" que no consiga nada, que ni siquiera haya merecido ser escrito? Bueno, al menos me he dado el gusto de hacer de mis sensaciones, alienadas, erróneas, absurdas o lo que sea, unas... "páginas" más (en sentido literario, claro).