jueves, 28 de abril de 2011

Más allá del bien, del mal, de Nietzsche... y de La Filosofía (y IV)

Las últimas torres

Las observaciones de Habermas (donde se hacen descripciones coincidentes a fin de cuentas con las de Heidegger del 38 en particular, esto es similares y también esperanzadas) que citaba en la última nota de la entrega anterior se daban aún en el marco del desconcierto militante (comunista), el cual, merced al secretismo vigente y a buenas dosis de complicidad ambiental, aún era capaz de trasmitir tales Esperanzas al Mundo de la Cultura. (*)

Eran pues anteriores a la "caída del muro" que pondría a los filósofos e intelectuales como Sartre más al desnudo que nunca en su papel de "intelectuales comprometidos", mostrando que sólo significaba obediencia y producción de cortinas de humo al servicio no sólo ya de distinguir sino de oponer nazismo y comunismo (¡incluso en la forma del stalinismo, del maoísmo y hasta del kimilsuognismo... y similares!); algo que se sigue sin embargo pregonando cada vez que se puede con iconos renovados. Hasta esos momentos poco más o menos, aún se podía anatemizar toda crítica a la URSS, etc., como "reaccionaria", como la de Orwell, de cuya obra aún se tiende a pensar como meramente antistalinista, es decir, reduciéndola a una expresión menor en coincidencia con los viejos enfoques. Pronto vendrían sin embargo Solyetnisin, la Perestroika y la caída del muro, y unos y otros acabarían siendo calificados simplemente de "Regímenes totalitarios", algo que así podía ser separado del buen y prometedor, del esperanzado camino de la humanidad como meras excrecencias o, incluso, "negligencias". Un modo reiterado sin duda de salvar la ropa... de no quedarse desnudo y desprotegido... aunque cada vez sería más complicado -al punto de llevar a la implantación de las maneras tacticistas de lo (prácticamente) político en lo (formalmente) filosófico-.

Esto... mientras se volvía a aceptar la "dictadura académica" y la "dictadura editorial"... la dictadura de las masas... del mercado... etc. ¡y no digo sin contestaciones sino, como Heidegger en 1938, sin... observaciones... hasta que, en 1946, de nuevo en aras de la frustración, volvería el pesimismo relativo y el subjetivismo como último refugio! (1)

En ese contexto, las banderas de la democracia representativa occidental (y casi puramente anglosajona-franca) en la forma en que la misma había estado funcionando en los países más avanzados de Europa y América (EEUU, Inglaterra, Francia y los países escandinavos -porque no se puede incluir seriamente ni uno más-), recuperaron todo lo que habían perdido durante el siglo XIX. La decadencia burocrática de la que habla Nietzsche se había encumbrado como cualquier tuerto en el país de los ciegos. Había comenzado la fase de desconcierto democrático-redistributivo-occidental a gran escala, o más bien se había vuelto a ella. Los "filósofos del futuro" no sólo no llegarían sino que los fantasmas de los del pasado se volverían dignos de renacer.

El enfoque socialdemócrata-occidental pasaría poco a poco a convertirse de mal menor en sacrosanto. Pronto no quedaría nada del viejo mesianismo, de las Grandes Esperanzas, de la marcha hacia el Edén modernizado. La línea del Progreso se había roto en todos los sentidos: la tecnología y la industria se habían desnudado, y lo harían cada vez más ostensiblemente, hasta mostrarse como meros instrumentos de poder, dominación, aniquilamiento y horror, por una parte, y de superficialidad y artificiosidad extremas por la otra. El uso mercantil de los resultados colaterales de la producción para la guerra (la informática, la aeronáutica, la industria naviera, etc.) en todo caso incrementarían eso último: la producción para el consumo ostencible, la exhibición, etc., que llamarían como lo mejor y lo deseado a las masas y los países del mundo. El Progreso hecho jirones se reduciría a Incrementos de Consumo y Amenazas de Autodestrucción Total. Los intelectuales de la posmodernidad, a sabiendas de las perspectivas existentes, se imponen (¡y recomiendan!) un punto de vista esperanzador a cualquier precio ya que, como dice Bauman: "... Dios nos libre de perder la esperanza." (2) No diagnostican, como Nietzsche, sino que dogmatizan como los escolásticos, en todo caso como Kant con su "imperativo categórico" moral, ahora reducido a una argucia histriónica que debe volver constantemente a acomodarse a un nuevo contenido, "...en la modernidad líquida seguimos modernizando, aunque todo lo hacemos hasta nuevo aviso" (ibíd.). Se trata de la nueva versión del "compromiso del intelectual" al que se continúa haciendo referencia (porque eso es tener una razón soial para existir): el "compromiso" con "la realidad", con "lo que tenemos", con "los que nos lo dan"...

Y es que el final de las perspectivas sólidas (que Baumann convierte en caricatura para que la suya parezca rigurosa) pesa menos que la necesidad de justificar el propio perfil socio-profesional con el que se cuenta para sobrevivir y que se tiende a defender por encima de todo (si la verdad se ha vuelto ahora contextual... lo suyo es una filo-adaptividad explícita, un filo-tacticismo, una filo-liquidez... en cierto modo "querer la nada a dejar de querer" aunque como algo de los que hay que autoconvencerse... "Dios nos libre"). En su nueva función socio-profesional, en su nuevo estatus social, los intelectuales devienen servidores de una causa en la que no confían, pero que consideran que se debe defender porque ya nada podrá ser mejor nunca. Mientras Heidegger se confundía aún, y aún quedan los que se refugian en el racionalismo clásico aunque a la vez ecléctico, estos no dudan en asumir la mentira como única posibilidad.

Por eso no se quiere ni se puede comprender ni admitir (¿servirá de algo hacerlo, será incluso posible... entre algunos... todavía...?) la estrecha relación que existió siempre entre la confianza en el "progreso humano" ilimitado (¡y esto no puede ser entendido sino como... divinizador... como lo entendieron los racionalistas griegos, los escolásticos y los modernos!) y La Filosofía, y la consecuente relación, igualmente estrecha, entre la desesperanza y el fin de los ideales que esta última promulgaba. Y así como La Cultura se amplió hasta abarcar (o abrigar) cosas menos sólidas (o más líquidas... incluso gaseosas...), el alma corrupta consiguió por fin un puesto de dignidad: la realidad devenía la única opción posible, aunque bajo la rastrera forma de la justificación, del oportunismo, de la inmediatez, de la mediocridad... (no por nada Habermas alza la espada de la incondicionalidad contra el relativismo de Rorty, aunque desde el campo cenegoso del racionalismo nostálgico insostenible... porque insostenible lo fue siempre).

La resignación (y a veces también un cierto pesimismo) que se deriva de ese reconocimiento de la realidad (que ya se esbozaba como apunté en Nietzsche y aún más en Heidegger hasta llevarlos hacia la perdición), tiene un carácter mediocre y hasta abyecto que evita la resignación de la desesperanza. La misma nace de un reflujo defensivo (sufrido tras el desencanto) que pretende preservar el propio yo por encima de la crítica radical que esa realidad merece del pensamiento (esto es el "coraje" al que apelaba Nietzsche). Desencanto que resulta de la extinción reiterada de la idea del Progreso (se viven y sufren como hechos no concatenados -salvo por la "maldad" y/o "estupidez" humanas- que la crítica radical revela como fenómenos propios de la etapa burocrática contemporánea que se inscribe en la era de la fragmentación/domesticación). Y ello es concurrente con la muerte de la Filosofía (de la "Gran Filosofía" como prefiere llamarla Habermas en un intento por salvar la ropa o los andrajos con aspiraciones sucesorias), aunque no con lo que la legitimó y permitió su constitución como campo social de actividad: la existencia del "creador en potencia" vinculado a la "potencia del pensar". (3)

La Filosofía encerraba la pretensión de alcanzar la pureza del alma por la vía de la ciencia (de La Lógica, en el Aristotélico sentido original del término, y que rescatará al final Husserl y Heidegger en un intento vano de remodernizar la marcha de las cosas), poniendo esa lógica detrás y debajo (sosteniendo como se sostienen a los muñecos) de esa aspiración que se experimenta como concordante con la autoconciencia. En el fondo, es exactamente la misma perspectiva que propuso la Ciencia Moderna cuando prometía una humanidad divinizada al final de un no demasiado largo recorrido, como supusiera Bacon (y que rescata toda la Filosofía, como fue el caso de Heidegger, cada vez que la "humanidad" conquista un nuevo peldaño aparente de "Progreso"... a los ojos del interesado del momento). Pero "el mal" humano, que últimamente se considera menos "animal" y más "humano" aunque siempre como algo a extirpar o remediar, se demostraba crónico y congénito (la literatura de ciencia-ficción daría larga cuenta de ello abundando en la desesperanza). Así, la experiencia (durante la marcha de las cosas) nos ha puesto al fin ante la imposibilidad misma de que el alma pueda alcanzar alguna vez la pureza, sea por obra de una vida virtuosa, sea por obra de la penitencia, sea gracias a la actividad que se pueda desarrollar en los laboratorios... Es lo que muchos llaman con simpleza "abandono de los principios" o "relajación de la moral" o incluso "pérdida de la fe"... aunque, también, inevitablemente, estos alegatos caigan en el mismo tacticismo y en similar hipocresía funcional porque ya todo se ha burocratizado en concordancia con lo que está, esto sí, sólidamente instituido (lo que no significa que no se pueda derrumbar como los mejores castillos de la historia).

Los sucesos serían tan ruinosos que el pensamiento reflexivo, que había conseguido autosacralizarse, no podría evitar mirarse a sí mismo como nunca antes: con horror, culpabilizándose y... "replegándose" hasta "la abstención de praxis" (Habermas, ibíd.) o el dogma contextualizado, táctico. La conciencia, resultado nacido de la simple evolución, no habría conseguido evitar ser consciente de sí misma, "pensar el pensar" o acabar ahogándolo en la animalidad, como nos propone Agamben... desde un "pensar" malabarístico que intenta su última pirueta salvadora: convencernos a los demás de que nos animalicemos mientras él, Agamben, continúa elucubrando, editando, dando conferencias, etc., como académico y casi casi sólo como escritor de ensayos sobre temas monográficos, destinados a "superar" todos los problemas (y los problemas serían los genocidios, la crueldad, la opresión ostensible... pero no la civilizada... aunque en esta esté el germen de la primera... etc.) por la vía de aceptarnos reprimir la pulsión que nos impele a diferenciarnos de los animales... (Giorgio Agamben, Lo abierto), lo que no deja de tener significación, aunque ello sólo valdría para la intelectualidad... que es justamente la que no determina casi nada ni puede, convirtiéndose de esa manera, evitar que el hombre de cada grupo se vea a sí mismo como lo único realmente humano y semidivino (es decir: ¡otra cortina de humo para dejar al César que siga haciendo de las suyas mientras use vaselina... y todos nos sintamos culpables por lo que no podemos evitar!)

O, allí donde intentó resistirse desesperadamente, volviendo con desparpajo y piel resistente a argumentar que todo habría sido debido a "errores" (Habermas, ibíd., pág. 67) para los que, también se propondrían los viejos remedios cristianos, morales, ascéticos, que Nietzsche había combatido con el deseo -y la esperanza- de dejarlos definitivamente atrás, como los remedios de la modestia, o de la sensatez, o de la contención, o de la cordura, o de "la inteligencia"... los anatemas en fin contra los pecados capitales del hombre, ("el ardor", "lo "delirante", "lo bestial", "la hybris"...) que podrían evitar esa "filosofía que se imagina dueña, sin duda alguna (¡ah, sí, claro: dudar de vez en cuando y un poco sería también un buen remedio... aunque sólo del hombre, de sus falsos ídolos y nunca del Dios Verdadero!), de un primer absoluto y adopta el aire de un demiurgo, (a la cual) se le ha de escurrir (?!) la dialéctica de su comprensión." (ibíd., págs. 71-72).

Y así hasta no dejar más que la preocupación generalizada por el mantenimiento del bienestar presente inmediato, basado en el ejercicio generalizado de la profesionalidad (algo que las crisis económicas conmueven y tambalean empujando aún más al nihilismo desesperanzador generalizado que apenas puede sostener en pie ni tan siquiera el relativismo adoptado como último recurso y último servicio de la morralla residual de los intelectuales proletarizados y/o burocratizados del siglo XXI), tal y como se ha instituido en el curso sacralizado de la Historia, por cierto, cada vez más hondamente relleno de artificialidades ostensibles producidas o simplemente reproducidas (que no se critican sino en nombre de otras escondidas bajo falsas apariencias y fachadas y en todo caso se reconocen como Lo Realista en el sentido de no viviseccionar so pena de hundimiento, es decir, para ocultar la marcha sin meta o en círculos en general y en su forma particular vigente: la de la burocracia practicante del poder en atención a su mero ejercicio, de la fuerza y la crueldad por sí mismas, en un sentido cada vez más histriónico, superficial, inconsecuente, ruinoso y caótico que ya veremos a qué mundo nos lleva y qué grado de pensamiento crítico-mítico permitirá, en absoluto absoluto, en absoluto ligado a otra cosa que no sea la perspectiva de un nuevo poder, de un nuevo grupo, de una nueva selección artificial, etc.)

En este proceso, la desaparición progresiva de los filósofos en sentido estricto no es sino parte correlativa del proceso en el que emergió, tal como lo veía Heidegger aún de manera esperanzadora... es decir, dejando un espacio primero (1938) para los grandes orientadores de las empresas científicas de indudable signo burocrático (jefes de Universidades, Academias, Departamentos de Investigación...) como parte del Estado (nazi) y por fin (1963) para los "pensadores independientes" (marginados) dedicados a "pensar el pensar"... y a publicar si acaso o dar una conferencia eventual... Porque quien dice desaparición dice conversión en retóricos y dialécticos o sea en tertulianos (incluso en bloguers).

La nueva generación de "pensadores" que cabe en "el futuro" en tanto sea el que se está desarrollando ante nuestros ojos, no puede ser otra que la que se materializara en calidad de "propagandistas", "consejeros" o "capataces de la investigación" vinculados por todo tipo de lazos con el poder que otros ejercen global y directamente, esto es, como la corte ilustrada de los necios (o, si se prefiere, elementales) que son los burócratas políticos. (El hecho de que exista o subsista la residualidad de ciertas excepciones de índole nostálgica y resentida... o se den seudofilosofías que elijen aferrarse a maderos revolucionarios en realidad a flote a la manera en que el Barón de Munchausen se habría alzando a sí mismos "tirándose de sus propios cabellos", como diría Nietzsche en su Más allá del bien y del mal). Una residualidad, sin embargo, que se quema noche tras noche en la hoguera de cuyas cenizas tal vez siempre puede salir una u otra rara ave Fénix o algún búho de Minerva que despliegue sus alas para sobrevolar algunas noches más... de todos modos, hacia ninguna parte.

Hablar pues de un "pensar" más allá de todo eso, capaz a la vez de sobrevolar la noche en una órbita tal que la Tierra no oculte nunca la luz solar aunque eso no sea nada que merezca aplausos, es decir, honores propios de un dios, tan sólo podría significar pensar con coraje en la propia insignificancia, en el propio resultado accidental que es uno y los demás humanos (accidental pero al tiempo determinado dentro del proceso).

Es innegable que la práctica científica y el modo de pensar científico se impusieron sólidamente y signaron profundamente nuestro tiempo... (y en más de un sentido si observamos que su logro más notable y determinante al respecto fueron sus alcances tecnológicos) pero ello no sólo no sería emancipador como hasta Heidegger e incluso, aunque en menor medida, Habermas siguieron pensando, sino que encerrarían la ruina estrepitosa de las ideas modernas subyacentes en tanto acabaría desnuda ante el pensamiento más honesto como mero instrumento de poder de la burocracia cada vez más militarizada y, allí donde hubiese posibilidades de triunfo total, guerrera. Esto, sin duda, también formaría parte del enjuiciamiento simultáneo de la ciencia y de la filosofía (y dejo fuera de ella lo que se debe dejar fuera: el lloriqueo moral que no lo es). Y ello favorecerá los diversos e imaginativos Retornos, ya al dogma, ya la magia (un ejemplo es Kingsley), ya la lo-más-pura-y-firme-posible obediencia ciega a principios identitarios, viejos y remozados o nuevos (La Ley de La Torah puede parecer entre ellos uno de los menos estentóreos), lo que, como apuntara Leo Strauss, encierra "arrepentimiento" (trataré esto por separado en breve en tanto apunta, como ya he señalado en mis anteriores entregas a la "opción" tentadora de la obediencia que se les ofrece, dificultosamente sin duda, al intelectual).

Podemos seguir el curso de los hechos más allá de la debacle ultraburocrática del comunismo (que no fue vencido como el nazismo y el fascismo por medio de la guerra caliente sino de la fría en combinación con la lucha interna de las facciones) y ver cómo los parámetros fundamentales se conservan y enmascaran, y cómo contribuyen a ello las nuevas generaciones intelectuales residuales. Podemos entrar en los diversos vericuetos en donde la polémica tiende a hacerse retórica y reiterativa por mor del deber ser que se pone siempre por delante, en concreto el del "compromiso con la libertad" o "con la democracia" o incluso y sobre todo con la continuidad de la propia actividad que sus imperios permitirían y que, insisto, esos lemas simplemente enmascaran (se puede observar esto en debates menos filosóficos que políticos o metodológicos, de categoría mayor o menor, como los llevados a cabo entre Strauss y Kojève o entre Rorty y Habermas). (4)

Pero lo que queda al margen en estos realistas, historicistas y pragmáticos es lo poco y lo cada vez menos que la realidad les obedece, lo poco que se mueve en los términos de sus narrativas, lo poco que "aconsejan" o "persuaden". Como Platón, los "filosofastros del futuro" que pululan todavía dándoselas de pensadores y practicando el academicismo con todos los privilegios que conlleva (por ahora), siguen viéndose empujados a ser... meros encubridores de una realidad cada vez más tiránica, de unos "propósitos" que tarde o temprano acaban demostrándose que no eran ciertamente los "nuestros".

¡Y cómo, por fin, no aplicarles a estos "buenos" servidores de la humanidad lo que dijo de los de su tiempo Nietzsche: "La condición de existencia de los buenos es la mentira --:dicho de otro modo, el no-querer-ver, a ningún precio, cómo está constituida en el fondo la realidad" (Ecce homo, Por qué soy un destino, af. 6)

Por fin, caído el muro y democratizada en alguna medida o popularizada la equivalencia entre stalinismo y nacional-socialismo (aunque nunca reconocidas en su sistematicidad sino como resultados de una suerte de nemética proliferación de tormentas independientes), pondrán de manifiesto la dificultades, las inconsistencias y las incongruencias de unas ideas que contra los terremotos sucesivos pretenden conservar ruinas retóricas o levantar tiendas de campaña de rápida instalación/desinstalación, ilustrando así los polos de una lucha inconsecuente entre fuerzas moribundas, una de ellas envejecida y defensora en su chochez de que aún puede ser útil y necesaria como tal y... conservando el nombre (intentando encontrar una respuesta al "¿para qué aún la filosofía?" -J. Habermas, ¿Para qué aún la filosofía?, ed. cit., pág. 81-, que ya contaban con datos y sostenían ya las posturas que se popularizarían luego), la otra lisa y llanamente resignada a transitar hacia la desaparición aunque sin reconocer que ha comenzado a mutar hacia algo más útil... para sus aliados y benefactores. En ambos casos, no obstante, procurando mantenerse de una u otra manera alejados de la conducta propia de "una élite intelectual nunca asequible a las masas" y por el contrario buscando denodadamente cómo mejorar el "eficaz influjo político" que "En las últimas décadas la filosofía ha adquirido en la conciencia pública" (!!) (ibíd., págs. 77 y 81), es decir, en un lenguaje libre de eufemismos: "se ha simplificado", "se ha convertido en una colección de slogans" ("los conceptos orientadores de la acción" -ibíd., pág. 83-) y en todo caso "en un lenguaje para la retórica pública (esto es, de tertulia, de periódicos, de charlas de sobremesa... en la que se habla por igual hoy en día de "agujeros negros" como de "superpoblación", de "progreso científico", de "ecología" y del "sinsentido de la guerra"...)", como ya hemos sostenido antes sin tapujos ni dulcificaciones, radical y críticamente. Hoy, la certeza se ha democratizado (antiguamente ya era popular porque siempre fue un resultado de la contradictoria experiencia humana), y, por causas también de la experiencia personal, ha acabado por hacerse válida absolutamente para el minuto presente y poco más... luego... ya Dios habrá de proveer... Por eso Habermas tan sólo claudica más embozadamente que Rorty, claudicando los dos en cualquier caso ante la perspectiva idílica de "una base tan amplia de eficacia como jamás la ha tenido filosofía alguna" y, bien sûr, ante la democracia real que la había permitido. Habermas (en 1973) se refería en concreto al "sistema universitario en amplia expansión" (ibíd., págs. 85-86) al que recomendaba ir al encuentro adecuadamente armados (con su propia filosofía-fachada, cómo no), aprovechando, ¡por fin, aleluya!, el "nuevo helenismo" que, no sé cómo, Habermas considera que "se perfila" según "algunos índices" de todos modos amenazados de "paganismo" y "pluralismo de fetichismos y mitologías locales" (ibíd., pág. 87), "disolventes fenómenos" sin duda "de la unidad de la identidad y de lo no idéntico" (¿lo humano... que nunca existió pero que se usó y se pretendió... desde filas mixtas burocrático-intelectuales y aún desde antes de que la filosofía naciera?), ante lo que Habermas vuelve a alzar La (sempiterna) Razón reducida de todos modos, modesta, tal vez políticamente, a "discurso racional" y con ella la Esperanza (la cual "líbrenos Dios de perder", como dijera Baumann).

A fin de cuentas, quejándose más o menos, acaban todos, como Heidegger, aceptando y silenciando e incluso edulcorando la dilución del individuo en la colectividad como un "destino positivo" en todo caso por "inevitable", el resignado destino kantiano del "deber ser" o del "imperativo categórico" y de la disciplina que permitirá la realización ("ilimitada", como dice Heidegger en 1938) del progreso humano. Algo que, por cierto, la famosa "crisis financiera" de estos años ha llegado a conmover, aunque sin llegar a significar (¿aún?) sino una pequeña vuelta más de tuerca en la misma dirección... sin que (¿aún?) eso signifique que peligre ni ella misma, ni el tornillo ni la pinza.

Así, hoy en día, "pensar", es decir, volver a poner la propia obra intelectual por encima de todo y lo que se es... con o sin su ayuda no hace más que alejarse o convertirse en polvo que dispersará el viento, a lo sumo llegando a conmover a uno u otro... como mensajes en botellas lanzadas al mar pero quebradas por los arrecifes. Sin que se pueda siquiera adivinar cuándo nos encadenarán a todos y si será por un tiempo y dónde...

Claro que no puedo negar por completo que puedan emerger manifestaciones de alguna "nueva manera de pensar", por ejemplo, alguna que, como aún insistiera Heidegger en sus últimos escritos, se avisora a pesar de que, como ya he apuntado, su "revelabilidad sigue siendo un misterio" (Mi camino en la fenomenología, en Tiempo y ser, Tecnos, Madrid, 2006, pág. 102). Por ejemplo, una manera compatible con muchas de los lineamientos de su misma "fenomenología", quizás algo más "estricta" aún, quizás incluso más "científica" si se quiere, pero en todo caso mucho más radical más que rigurosa, cruel con uno mismo hasta dejar la carne viva... aunque no sea capaz de superar el marco de la experiencia personal y la interpretación personal que busca en vano, al borde de la nada, lo imposible, ni, menos aún, poder ofrecer garantías de algún absoluto buscado imperativamente que se pueda tomar como necesidad para la preservación optimista de "la vida" o evitar "la nausea", y que en realidad sea por el contrario... necesaria para legitimar las pretensiones contextuales en las que todo pensador individual se conforma y con las que emboza el instinto de supervivencia, como ya hemos apuntado.

En cualquier caso, los genes de los que no soportan fácilmente, incluso sufren, las contradicciones presentes en sus propias narraciones (que son para quienes resultan manifiestas y relevantes) siguen reproduciéndose a pesar de todo (¡aún!); la selección artificial burocrática dista de llegar a extremos y de ser plenamente eficaz, incluso es todo lo contrario... como sucede en general (además de que no es la planificada, allí donde se ha dado, la que tiene esa lógica y en tal sentido funciona, sino la que se deriva de la totalidad instituida y de sus bases de coincidencia intergrupal, entre lo más sustancial, actuando como si fuera natural). A su vez, las cuestiones del "pensar" no son más que cosa de un puñado de pensadores (como dice Baudrillard descorazonado y tan enrabietado que parecería preferir ver el mundo actual sumido en un caos liberador que signifique lo que la cuarentena mesiánica del desierto... en la que sin embargo sigue cifrando sus viejas e incolumes esperanzas; un poco también lo que promueve Agamben me atrevo a señalar -véase J. Baudrillard, La agonía del poder-) o el Castoriadis que soñara aún con una autoconstrucción humana tributaria en cualquier caso del "humanismo marxista" (kantiano-hegeliano y por tanto cartesiano, y por tanto platónico...) que de todos modos sólo podría ser diseñado en el seno de lo mejor de la humanidad, entre sus sabios, sus mejores pensadores, por la vanguardia consciente de la Humanidad, como la supuesta expresión de la conciencia humana colectiva... de la vida... y, ya puestos, de la Tierra...

En cualquier caso, La Esperanza, la del pensador impenitente y corajudo, casi temerario -claro, ¡de ello estamos hablando y no de las esperanzas, dis-tin-tas, de los demás habitantes del planeta!- muere, y La Filosofía la ha perdido su sustento con los primeros síntomas, muriendo incluso por anticipado. No es que se haya agotado el preguntar, la duda, la perplejidad, el modo ni las causas, que apenas han variado desde sus comienzos, sino, fundamentalmente, porque la simple pérdida de rol de los filósofos, su reducción a una idealización marginal y decorativa en el mejor de los casos, debido al curso socio-histórico, reduce las posibilidades de reproducirlos, y sin ellos aquella se hace imposible (o muta en otra cosa que ya no lo es). "Filosofía es hablar entre filósofos", dijo taxativamente Heidegger a pesar de quienes quieren seguir llamando de ese modo a discursos que ya no pretenden "alcanzar el absoluto" o sirven tan sólo para "la educación" o "la tertulia". Es verdaderamente, una muerte histórica, que se produce por causas evolutivas, como toda extinción (siempre ayudada, claro, por la entrada en escena de una novedad para el entorno que tendemos a atribuirla al "Azar" siendo en realidad un resultado causal producido en "un sistema" vecino). La Filosofía muere al mismo tiempo que deja de ser útil al Tirano, a ese que Kojève atribuye el don de conducirnos al Progreso Histórico Indispensable, incluso porque le molestan sus manifestaciones residuales. Ya no tiene interés alguno en seguir dándole de comer. No hay una Gran Causa que explique su agonía así como nunca la hubo para explicar su nacimiento. Como todas las obras de la imaginación y del intelecto, como todo lo que se puede plasmar con la musicalidad de las palabras, ha sido (y lo que queda, donde quede, aún es) muy bonito, pero el hombre, que es un animal (y se diferencia tan sólo animalmente de las bestias), puede seguir su camino sin ella, aunque nos parezca un camino sombrío y por ello inútil; en realidad, tan sólo un camino que no se me ocurre sino calificar de desnudo.

En otras palabras, más nietzscheanas, la tragedia del héroe-intelectual conllevaba, como se puso en evidencia mediante la tragedia griega para todo tipo de héroe (humano, por supuesto), a su inevitable autodestrucción o extinción (y tal vez al nacimiento de otro... en tanto haya caldo de cultivo para ello) y a vivirla por fin como puro drama satírico, en el fuego del deseo de alcanzar al menos la semidivinidad: el misterio (del que habla Heidegger), parecería diluirse en la misma medida en que la experiencia del mismo se relativiza y se comprende que teorizar (pensar todo objeto) es simplemente una otra manera de sueño. Aunque, tal vez, para dejarnos en la pura orfandad. Aquí, aquella "búsqueda de Dios" del personaje del loco puesto en escena por Nietzsche y al cuyo discurso Heidegger dedica el ensayo mencionado en mi nota (1), se hace al menos comprensible y compatible con el deseo de desbancarlo para ocupar su trono o al menos controlarlo desde atrás: se mata a los dioses en nombre de la omnipotencia propia (más evidente cuanto mayor sea la voluntad de reflexionar, de dudar, de cuestionar... más cueste vivir en la contradicción) y como otro acto de su realización, y se los mata sin dejar de desear -en el mejor estilo de la Filosofía- su captura y su domesticación.

La necesidad de certeza a la que Heidegger
dedicara sus esfuerzos (actualización moderna de Verdad, como señala) que nace de meras características fisiológicas (neurológicas) adquiridas, desbordando sin duda lo lógicamente necesario, es decir, lo cibernáuticamente necesario, devuelve como un búmerang al individuo que no puede soportar la incertidumbre ni soporta vivir con la contradicción (ésta podría ser una buena definición del gran pensador en cualquiera de sus formas -y en el que la misma se hace presente a la conciencia-) una confusa sensación de incomprensible omnipotencia que activa y reactiva el proceso de producción de artificialidad y que no conduce más que al límite del caos en nombre de la simple supervivencia de una especie que se debe a la vida, obligada a buscar aquella certeza... o a Dios (es decir, a confiar en la experiencia propia de certeza o en aceptar, dar por supuesta, la en cualquier caso incomprensible y eventualmente interpretable certeza divina).

A quien lo sepa oír y quiera realmente pensarse hasta las últimas consecuencias... que conste que yo lo he intentado, es decir, sin temor a perder lo que sea que haya obtenido hasta ahora y que un día se desintegrará. Este intento propone ir más allá del bien, del mal y especialmente de Nietzsche, del que habría que partir sin retroceder. Partir, en fin, de reconocernos, de contemplar sin miedo nuestros rostros, los de "nosotros, nosotros los mandarines del pincel chino, nosotros los eternizadores de las cosas que se dejan escribir, que es lo único que nosotros somos capaces de pintar..." (MABM, af. 296). Aceptar que sentirnos "la especie más alta de todo lo existente", como se sentía Zaratustra (Nietzsche, Ecce homo, Asi habló Zaratustra, af. 6) o suponer (¡grupalmente, eso sí!) tener por Destino "asumir el dominio de la Tierra" (Heidegger, La frase de Nietzsche "Dios ha muerto", en Caminos de bosque, Alianza, Madrid, 1995, pág. 227), es puro narcisismo grupalista (lo que Heidegger llama "quererse a sí mismo" -ibíd., pág. 217- pero que, con las características de la propia ideosincrasia de grupo, atribuye de hecho a toda la humanidad... extendiendo su propio subiectum como esencia genérica de lo humano -un estereotipo de la modernidad-... o, en su defecto, considera la más elevada o más auténtica deseable, cuando sólo incumbe al propio grupo, uno que en cierto modo, sólo en cierto modo, ha ganado para nosotros el derecho de juzgar, que ha logrado conquistar ese derecho gracias al "pincel" -¡y a inventar "el pincel"!-, un derecho que ahora estamos simplemente perdiendo, como le sucedió a la nobleza... históricamente... mientras se nos ofrece, como a sus miembros en su día, la claudicación, la caricatura, la comedia, la bufonería, es decir, la opción de corromperse, de perder el ser para salvar la vida). (5)

En fin, algo a lo que todos deseamos tener derecho (¡lo atribuimos a Dios... para obtener a la vez su garantía!) ... uno más de los que varios que nos atribuimos para poder vivir... y que nos llevan a formar un grupo separado de los otros y a luchar por domesticar a los demás siempre que nos sea posible, siempre que el riesgo esté dentro de un orden. Claro que no parece sencillo reconocer, seria y radicalmente, y asumir hasta las últimas consecuencias, en toda su dimensión, la conclusión en la que se hacía humo el propio proyecto de Nietzsche de que "El hombre más perjudicial es tal vez el más útil" (La gaya ciencia, Libro primero, af. 1); reconocernos bestiales; ¡llegar a ello sin nauseas!, elegir (de nuevo con Camus, op.cit. en mi nota 5) entre "la conciencia atenta" y "la esperanza", y por fin, al menos tanto como lo permita el cuerpo: ¡reir!



* * *

Notas:

(*) Al haberse perdido las notas junto con el final original del post (y haber cometido el grave error de no haber tenido copia del mismo antes de reeditarlo, lo que causó el desastre) reproduzco aquí la cita de Habermas mencionada, correspondiente a su conferencia ¿Para qué aún filosofía?, publicada en 1973 (Tecnos, Madrid, 1982):
"El 80º aniversario de Heidegger no constituyó sino una efeméride privada. La muerte de Jaspers permaneció ignorada. (etc...) Hace ya decenios que la filosofía en los países anglosajones y Rusia ha entrado en un estadio (...) de investigación que organiza colectivamente el progreso científico. (...) lo que ha llegado a su fin no es sólo la gran tradición sino, como sospecho, también el estilo de pensamiento filosófico ligado al saber individual y representación personal." (pág. 63) Y tras una somera exposición a fin de cuentas ideológica, y tras preguntarse "¿para qué la filosofía?", valoraba "la gran relevancia política (de) los conceptos orientadores de la acción" (pág. 83), proponiendo por fin: "una filosofía de la ciencia no cientifista. (que) encontraría en el sistema universitario en rápida expansión (...) una base tan amplia de eficacia como jamás la ha tenido filosofía alguna." (págs. 85-86) Y en un curioso paralelo con la descripción del Heidegger de 1938, sostiene: "El pensamiento filosófico (...) no sólo se acopla a las solidificaciones de una conciencia tecnocrática, sino que se carea con la ruina de la concepción religiosa." (pág. 86), etc.
Este panorama coincide por otra parte con el que describe Heidegger en 1938 y lo conserva aún en 1963, como puede verse aquí. Nótese el lugar donde ancla la fenomenología (formalmente "como posibilidad") y el grado en que lo hace, y en el cuál se insistirá en buscar un hueco aunque sea a costa de "misteriosas" adptaciones orientadas a "determinar lo que..." precisamente un filósofo hace ("pensar"), algo que con un panorama como este... no parece que signifique gran cosa socialmente...:
"Parece la pura y simple desintegración de la Filosofía, cuando es, en realidad, justamente su acabamiento.
"(...) No hace falta ser profeta para saber que las ciencias que se van estableciendo, estarán dentro de poco determinadas y dirigidas por la nueva ciencia fundamental, que se llama Cibernética.
"Esta corresponde al destino del hombre como ser activo y social, pues la teoría para dirigir la posible planificación y organización del trabajo humano. La cibernética transforma el lenguaje en un intercambio de noticias. Las Artes se convierten en instrumentos de información manipulados y manipuladores.
"(...) La Filosofía finaliza en la época actual, y ha encontrado su lugar en la cientificidad de la humanidad que opera en sociedad. Sin embargo, el rasgo fundamental de esta cientificidad es su carácter cibernético, es decir, técnico.
"(...) El final de la Filosofía se muestra como el triunfo de la instalación manipulable de un mundo científico-técnico, y del orden social en consonancia con él. (...) comienzo de la civilización mundial fundada en el pensamiento europeo-occidental." (El final de la Filosofía y la tarea del pensar, ed. cit., págs. 79-80).
(1) El peso de lo que Castoriadis denominó "magma de significaciones" dominante fue tal gracias a la potencia tecnológica alcanzada en el siglo XX que impregnó y aún impregna buena parte del pensamiento occidental (en sentido extenso -"globalizado"-) que Heidegger, por lo que puede verse, se sintió confortable sometiéndose al mismo y conservando hacia la nueva etapa tecnocrática que se desarrollaba y que hizo a algunos pensar en "salidas" del tipo de un gobierno basado en "soviets de técnicos" (Thorton Veblen). Recién en 1946, Heidegger, sin mencionar autocríticamente ni comprender el sentido de su antes alabada "planificación" realizada a la vista del ascenso hitleriano (y soviético, entre los cuales se colaboraba por aquellos tiempos) en marcha hacia el "dominio de la Tierra" por el hombre, comenzará a señalar los negros nubarrones y la vigencia de la noche de los tiempos. No deja de ser curioso, sin embargo, que sus esperanzas y apuestas por la burocracia y su predispocisión planificadora (éste es en realidad el núcleo de su apoyo al movimiento nazi) en lugar de "los sabios" y su "soñada República" platónica (concordante con el fin de la metafísica) fuesen defendidas para lo político mientras para el pensamiento recomendara el irracionalismo (La frase de Nietzche "Dios ha muerto", en Caminos de bosque, ed.cit., pág. 240), lo que bien podría ser una rectificación hecha antes de la publicación. La combinación de planificación e irracionalidad sin duda ha ido alcanzando progresivamente cuotas más altas sin parangón previo, conformando una realidad histórica que pesaba demasiado a la vez que confundía definitivamente el pensamiento. La planificación burocrática era sin duda y en última instancia la expresión más absurda y difícil de digerir nunca antes alcanzada por la sacralizada creatividad humana a la que se debía seguir tributando (inseparable del propio status quo) y que simplemente encaja en la irremediable producción de artificialidad (propia de la marcha interactiva de los grupos humanos y el mundo) que el pensamiento más reflexivo (el que caracterizó a los filósofos hasta hace poco) tiende a rechazar inevitablemente en mayor o menor medida, soñando aún con imponerle una racionalidad imposible... al mismo tiempo que claudicando al imperio de lo realista (en y del que se vive), y que, hoy en día, se ve cada vez más empujado a trabajar (filosofastrando, evidentemente), en la dulcificación de esa realidad, que es lo que ya hacía Heidegger a pesar de su "grandeza" (Strauss, Arend... y en cierto modo cierta --"si esto no es caer en un malentendido", como dice Heidegger en el ensayo mencionado al aplicar ese calificativo a Nietzche) y de su retroceso final hacia la alternativa del romanticismo del "coraje" nietzscheano, de "los más arriesgados", de "los que quieren más" que son "los que dicen más" (Martin Heidegger, ¿Y para qué los poetas?, en Caminos de bosque, ed.cit.), tal y como sucediera otras veces, como en el caso visto de Sainte-Beuve.

Castoriadis , con
la idea de racionalización más allá del capitalismo que propone, aún atribuida a una supuestamente inclompleta "autocreación del hombre" (En el laberinto), así como otros tantos (Lefort, Adorno y Horkheimer, Habermas, Derrida, Arend, Agamben...) constituyen los últimos más elevados ejemplos de ese rechazo y de la consiguiente frustración y melancolía. Pero, sin duda, lo que parece ser el nuevo refugio socio-histórico para el pensamiento... va camino de la pura tarea de dulcificación y humareda... cada vez más depreciable y despreciable. En cualquier caso, la maraña es tan densa y los trucos son tantos y con tan diversos componentes, que no es de extrañar tampoco que el propio Heidegger acabara una y otra vez reconociendo que se trataba de algo "velado" (ibíd., pág. 224) o que seguía, unos veinte años más tarde, siendo considerado "un misterio" (Mi camino en la fenomenología, en Tiempo y ser, Tecnos, Madrid, 2006, pág. 102).

(2)
"Es bueno tener la idea de una comunidad que nos incluya a todos, e incluso diría que está en el orden del día. Yo no lo veré porque soy viejo, pero su generación puede acercarse a esa comunidad, ya que las alternativas son demasiado horribles como para pensar que se van a imponer. Nos debemos acercar a la comunidad de toda la humanidad o acabaremos matándonos los unos a los otros."
(...)
"Tenemos, es cierto, este imperio mundial de asalto de los EE.UU. que no trabaja para conseguir una comunidad de toda la humanidad, sino que al contrario alimenta el terrorismo y el antagonismo y hace las cosas aún más difíciles. Yo no soy optimista pero tengo esperanza. Hay una diferencia entre optimismo y esperanza. El optimista analiza la situación, hace un diagnóstico y dice, hay un 25% de posibilidades etc. Yo no digo eso, sino que tengo esperanza en la razón y la consciencia humanas, en la decencia. La humanidad ha estado muchas veces en crisis. Y siempre hemos resuelto los problemas. Estoy bastante seguro de que se resolverá, antes o después. La única verdadera preocupación es cuántas víctimas caerán antes. No hay razones sólidas para ser optimista. Pero Dios nos libre de perder la esperanza." (X. Baumann, entrevista realizada por DANIEL GAMPER - 12/05/2004, publicada en el suplemento 'Culturas' de la Vanguardia).

(3) La "facultad" cerebral no tiene en este sentido por qué dedicarse a la filosofía, o a "pensar el pensar," o a buscar respuestas metafísicas... podría simplemente servir para actuar como un obrero (especialistas e investigadores científicos incluidos así como todos los apéndices de servicios generales, etc. que exige la complejidad hambiental instituida, e incluidos los "obreros de la filosofía" a los que hacía referencia Nietzsche), o como un productor de circulante (empresarios), o como un burócrata (cuyo cerebro piensa sólo en cómo conservar y/o incrementar su poder político en diversos ámbitos y grados) o, incluso y hasta cierto punto tan sólo, como un devoto (sacerdotes y monjes convencidos, fanáticos de religiones y/o movimientos ideológicos, científicos consecuentes, filósofos residuales persistentes...), como es el caso de la mayoría de la población inmersa en la selva en que se le impone construir sin pausa ni sentido... en concordancia con los parámetros vigentes e instituidos que incluyen una específica estructura de fragmentación y dominación (hoy burocrática). Esto, por otra parte, es lo que sitúa en su contexto real eso que Habermas denomina "causalidad intelectual entre el contenido de una doctrina filosófica y sus funciones legitimadoras de la acción de otros que se apoyan en ella" -op.cit., pág. 67-) y que supondría la necesidad de dar con una "una respuesta satisfactoria", sí, pero satisfactoria en ese sentido, es decir, socialmente. Así, sólo el contexto artificial específico creado por el hombre (los hombres decididos a dominar y capaces de hacerlo en estrecha relación de vasos comunicantes con los no-capaces/no-decididos y por fin apartados), explica que esa "facultad" pudiera aplicarse así y creara ella misma para sí su propia legitimidad, con sus iconos, sus reglas reproductivas, sus privilegios...

(4) Kojève llega a decir: "...si los filósofos no dieran en absoluto consejos políticos a los hombres de Estado (...) no habría progreso histórico ni, por tanto, Historia propiamente dicha. Pero si los hombres de Estado no llegaran a realizar mediante la acción política cotidiana estos consejos de raíz filosófica, no habría progreso filosófico (hacia la Sabiduría o la Verdad), ni por tanto, Filosofía propiamente dicha." (Tiranía y Sabiduría, en Sobre la tiranía, Ediciones Encuentro, Madrid, 2005, pág. 215) Es decir, si no hubiesen slogans movilizadores de las masas tomados sin contenido ni vehemencia de los discursos de los filósofos para llevar la sociedad por el camino del poder burocrático que la hace cada vez más absurda... ¡porque "no tiene tiempo para llenar la laguna teórica entre la utopía y la realidad" -ibíd.-!... ¡no habrían... filósofos que pudieran seguir filosofando! Y hay más perlas...

Rorty por su parte (Sobre la verdad: ¿Validez universal o justificaciòn?, Amorrortu/editores, Bs.As./Madrid, 2007) sostiene las ventajas de "la justificación" puesto que "Lo único que importa es qué manera de modificarlos (los conceptos, "la universalidad" que "deberíamos tratar de crear, en lugar de presuponer" -nota 66 en pág. 78-) los volverá, a largo plazo, más útiles para la política democrática" (pág. 80). Y apunta: "Dewey pensaba que el deseo de universalidad, incondicionalidad y necesidad era indeseable, porque nos alejaba de los problemas prácticos de la democracia rumbo a la tierra de nunca jamás de la teoría" (pág. 78), sin duda bajo esos supuestos e imaginarios "problemas prácticos" se ocultan en realidad los de la burocracia en el poder que usa cada vez más la propia "democracia" para negar sus cada vez más escasas ventajas globales. Lo más gracioso es que no deje de atribuirse el título de "filósofo" a pesar de su "pragmatismo" y "oportunismo" desnudo y concluya parafraseando al Marx de las Tesis sobre Feurbach con una aparentemente mayor modestia: "Los filósofos hemos (!) querido durante mucho tiempo entender conceptos, pero el asunto es cambiarlos de modo que sirvan mejor a nuestros propósitos" (pág. 80, el signo de admiración en negrita y la negrita es obviamente mía).

Rorty dice, además, haber optado por procurar "convencimiento" (incluso reconociendo que de manera limitada) y yo me pregunto hasta qué punto mantendría el rechazo a la toma de las armas si hubiese llegado el inevitable caso... Pero no sólo es el hecho de situar el carro ideológico apriorístico delante de los bueyes, sino de no ver hacia dónde tiran en realidad y en quienes se confían las riendas y el látigo... sin duda, está a la vista año tras año desde Siracusa, no hacia donde "nos" interesaría, e incluso sin lograr otros "convencimientos" que lo preexistentes.

(5) A la vista (o visión) de un escenario ya mal-encaminado, Rilke cantaba a la añoranza de "Los reyes del mundo" y de sus "hijos" en realidad proyectándose en ellos. Ciertamente: "Los reyes del mundo son viejos/y no tendrán herederos/Los hijos mueren ya de niños/y sus pálidas hijas entregaron/al más fuerte las enfermas coronas." (Rilke, Libro de la peregrinación, citado por Heidegger en ¿Y para qué poetas?, en Caminos de bosque, ed.cit., pág. 263).

Por otra parte, en ese ensayo, así como en otro de la misma época (La sentencia de Anaximandro), Heidegger, sin duda afectado por la frustración, hablará como he mencionado ya, de "las tinieblas de la noche del mundo" apuntando (acusando) a "ese quererse a sí mismo" del hombre" de ser una "amenaza" o un "peligro" para él mismo: "Lo que hace tiempo amenaza mortalmente al hombre (...) es lo incondicionado del puro querer, en el sentido de su deliberada autoimposición en todo" (¿Y para qué poetas?, ed. cit., pág. 265), lo que incuestionablemente va más acá de Nietzsche, hasta el romanticismo, a modo de refugio melancólico... y al servicio de salvar la ropa, es decir, la desnudez propia y darle un valor y un sentido al ser así, al ser que se es.

Sin duda, "el pensamiento ha entrado en esos desiertos", como notara Albert Camus (El mito de Sísifo, Losada, Bs. As., 2004, pág. 35), donde bien cabe predecir que morirá de sed... porque no sabiendo por sí mismo procurarse el agua quede cada vez menos interesados en la contrapartida que puedan obtener por ofrecérsela...

jueves, 14 de abril de 2011

Más allá del bien, del mal, de Nietzsche... y de la Filosofía (III)

El sendero interrumpido de Heidegger para "pensar" über alles


En 1960 y pico (la publicación fue en 1963), Martin Heidegger reconocía que:
"El tiempo de la filosofía fenomenológica parece haberse acabado. Esta tiene ya valor de algo pasado, de algo designado de una manera tan sólo histórica, junto con otras direcciones de la filosofía. Sólo que, en lo que tiene de más íntimo, la fenomenología no es dirección alguna, sino que es la posibilidad del pensar que, llegados los tiempos, reaparece de nuevo, variada..." (Mi camino en la fenomenología, en Tiempo y Ser, Editorial Tecnos, 2006, Madrid, pág.102).
Heidegger hacía así honor a sus dos asunciones capitales, por cierto contradictorias entre sí: la primera, el carácter indiscutible de la historicidad que lo obligaba a reconocer en particular la descubierta generalidad de que "Cada época de la Filosofía tiene su propia necesidad" (El final de la Filosofía y la tarea de pensar, una conferencia dictada unos años antes y también en Tiempo y ser, ibíd., pág. 78), y ello a costa de reducir a poco más que a "una posibilidad" su ontología, ¡su obra!, a rebajarla a un ejercicio más de la mente del hombre, y que sin embargo había considerado el "más alto" alcanzado hasta entonces por el pensamiento. A mismo tiempo, daba cuenta de la voluntad de continuar, de seguir siendo un intelectual irredento dispuesto a superar el interregno al que se había condenado a sí mismo no tanto por "pensar" como por "idealizar". Y esto en nombre de la segunda de sus asunciones capitales: la idea de Progreso en cuyo curso pretendía haber estado y seguir estando inserto (aún "hegeliano" o, si se prefiere, moderno).

Así, conciliando los términos de la evidencia y de la convicción, añadiría en las Referencias finales a la edición del mencionado libro: "Ciertamente la pregunta crucial sigue siendo la misma", incluso habiéndose hecho "más perentoria" aunque "todavía más extraña al espíritu de la época". Evidentemente, no pudiendo negar La Realidad de la marcha del mundo (una marcha con botas que recorrió el mundo entero, pero que había comenzado mucho antes y no cesaría tras quitárselas en parte) optaba por dar certificado de certeza a la propia convicción ("la experiencia" personal hegeliana y por él asumida) que le decía (¿al oído, como el Demon a Sócrates?) que era "la época" la que no iba bien encaminada; íntima certeza en sí mismo e íntimo escepticismo hacia el mundo. El realismo resultaba nuevamente un idealismo, nuevamente un platonismo, en donde el alma era absoluta y el espíritu atravesaba la historia.

Ciertamente, aferrado a tales concepciones, Heidegger calla acerca del por qué del proceso, de la tozudez de los hechos, así también como de esa constante e inevitable certeza que experimentan los intelectuales acerca de lo erróneo del curso de los acontecimientos, de su alejamiento respecto de sus visiones, consejos y recomendaciones, previsiones y pronósticos... del por qué de la supuesta ignorancia popular y la mezquindad y estupidez de los dirigentes, incluso del por qué de las equivocaciones o la ceguera de sus propios colegas y antecesores. De nuevo, se nos vuelve a sugerir con el silencio y los eufemismos típicos (¡y populares!), la persistencia, pecaminosa a fin de cuentas, de la humanidad en la ceguera cuando no la producción de la misma a instancias de fuerzas extrañas y general e igualmente malignas.


Es evidente que: "Bajo formas distintas, el pensamiento de Platón permanece como norma..." (ibíd.)... como identidad de una única época que en él manifiesta su arranque y que, por lo que se puede ver, si no ha muerto del todo ni ha sido ya enterrada, cuanto menos agoniza; aunque esto deba ser mucho más perfilado. Pero esto nos sigue remitiendo a la vieja Caverna donde los conceptos absolutos seguirían buscando por si sólos su expresión y apenas si se reencarnarían una y otra vez en los hombres haciéndoles vivir una y otra vez la misma tragedia (y la misma comedia) porque para eso habrían sido puestos en La Tierra.

Extraño idealismo, sin embargo, que, en todas sus variantes filosóficas con la de Platón incluida, se han propuesto la tarea de desentrañar las leyes de La Realidad con el objeto demasiado humano de dominarla. Eso sí, por ellos tal y como han sido conformados, como corresponde a toda mecánica de dominación o dominio que se precie. Y lo que lleva a la autoasignación de la identidad idónea para llevarla hasta las últimas consecuencias: esto es la que se autodefine como identidad humana.


En el curso de una conferencia en torno a la esencia de La Filosofía, al hecho de pensar como había dicho tantas veces, Heidegger apunta a la obvia aunque a la vez siempre escamoteada idea de la grupalidad presente por sobre todas las cosas:
"¿Cuándo filosofamos? Evidentemente sólo cuando entablamos una conversación con los filósofos." (¿Qué es eso de filosofía?).
...que no son sino esos "nosotros" de los que hablaba Nietzsche y los "no sin nosotros" de Hegel que resalta Heidegger (El concepto de experiencia de Hegel, Caminos de bosque, ed. cit., pág. 186). Una singularidad que ese grupo no puede evitar pretender imponer, bienintencionadamente, a todos los hombres posibles del mismo modo que Rousseau pretendía imponer La Libertad y los chinos su chinez... Como siempre, claro, ocultándose a sí mismos que La Realidad no es un mero "obstáculo" a superar o saltar, para lo cual bastaría hallar "las armas" adecuadas (esas que los filósofos e intelectuales en general jamás encuentran... sin mutar... y cambiar consecuente y formalmente de rumbo) o "la palanca y el punto de apoyo". Y, como parte de ello, en situar el objetivo, una y otra vez en el futuro, donde el hombre se habrá de emancipar de su animalidad o de su humanidad incompleta, para dar lugar por fin a uno u otro superhombre. A todos los hombres posibles... esclavizando o exterminando a los demás, incluso exterminando a unos para conseguir la sumisión de los otros, como fue el caso del genocidio nazi de judios para ganarse a la nación alemana... e incluso a algunas otras.

Lo que es indiscutible es lo que muchos atribuyen a la "democracia de Atenas" (Castoriadis mismo, por ejemplo) como si fuera algo mágico y equparable al Edén (o al Olimpo), pero que no es sino "la división del trabajo", como le recuerda Leo Strauss a Kojeve:
"La filosofía sólo es posible en una sociedad en la que haya división del trabajo. El filósofo necesita los servicios de otros seres humanos y tiene que pagar por ellos con servicios propios" (De nuevo sobre el "Hierón" de Jenofonte, Sobre la tiranía, Ediciones Encuentro, Madrid, 2005, pág. 246)
Todo esto nos lleva por fin a una tercera parte que subyace a las dos en las que Heidegger se apoya (y toda La Filosofía, incluido ese otro hegeliano, revolucionario éste, que fue Karl Marx, por ponerme en un supuesto extremo). El pensamiento estructurado, que sólo la intelectualidad es capaz y procura producir, y que sólo a ella atañe por lo visto (y que, como bien supo poner a la vista Foucault, en cada acto fundacional o legitimador edifica las murallas tras las que se protege: el lenguaje riguroso, por ejemplo, por no decir, lisa y llanamente críptico, que de todos modos no es posible reducir del todo so pena de aniquilar su poder descriptivo; es decir, en lo que es un círculo vicioso), no puede a la vez dejar de rendirle tributo en un cierto grado a la Realidad que a la vez les sirve de cobijo aunque sea de manera insuficiente para los Grandes Deseos. De ahí que, al tiempo que rechazan su movimiento natural que incluye, a su pesar, su ruina sistemática, acabarán resignándose a preferirlo en tanto les ofrezca un espacio donde continuar (¡y donde continuar esperando!). Todo para, de un modo imaginativo, apuntalar o edificar sus idealizaciones, es decir, el paraíso que desde un inicio viven como perdido y que, en ciertos tiempos, en lugar de parecer que se aproxima se percibe cómo se aleja más y más. Incluso bajo la apariencia de una voluntad transformadora, lo que se encuentra si se bucea hasta el fondo, son como mucho, y cada vez más en la medida en que la ruina avanza, sueños restauradores o reguladores: los intelectuales, siempre entre corrientes que creen poder reencauzar, como desearían, sobre la base de la fuerza que atribuyen a su pensamiento (fuerza en tanto suponen que descubre el sentido de la marcha y los puntos en los que pueden apoyarse para mover la Tierra) han acabado siempre por sucumbir a ellas hasta caer en la nostalgia culpabilizadora del mundo o los rodeos. En la medida en que la contrafuerza de los hechos se ha ido afirmando, la renuncia se ha ido haciendo cada vez más profunda, hasta llegar a la claudicación y a la resignación... aunque sin abandonar nunca la convicción de que ello se correspondería con un pensamiento justo y apropiado para todos. La fe en el poder de la reflexión (la potencialidad creativa), acabó sin embargo incólume e incuestionada en su potencialidad, en todo caso insuficiente pero... prometedora. Incluso es algo que se llegó a popularizar tras la famosa idea de que "no usamos sino el 20% del cerebro", popularización que sin embargo no encierra en absoluto la misma promesa que apetece a los sabios sino la que corresponde a los sueños de cada uno de los grupos reales (como se puede ver en la reciente película "Sin límites" enteramente inscrita en los objetivos soñados por el hombre posmoderno -sueños inscritos en su estilo dominante de pensar- en algunas de sus expresiones sociales). La confianza en la capacidad del hombre a cierto plazo, fuese mediante su depuración sistemática o la pérdida del cuerpo corruptible, nunca será puesta en duda por los filósofos y los intelectuales (los que viven como tales y de ejercerlo). Esto define precisamente su divinización o su carácter real o potencialmente divino.

Así, por un lado como materia prima de sus perseguidas utopías y como resistencia a su total desaparición. Y puesto que la modernidad instituyó por excelencia el mito del progreso ilimitado y asencional, es lógico que ni Heidegger ni Nietzsche ni Marx quisieran otra cosa que evitar el final anunciado de su sueño, del progreso, del cosmopolitismo prometido, acariciado y considerado como arrebatado o traicionado por la burocracia claudicante ante el supuesto auténtico poder... Toda la lucha o los esfuerzos de la intelectualidad y toda la lectura retrospectiva del pensamiento previo que realizaron ha ido encaminada a ello. En este sentido, Heidegger llega a describir impecablemente (aunque parcialmente) la situación a la que se ha visto empujado el pensamiento reflexivo:
"En el lugar de la desaparecida autoridad de Dios y de la doctrina de la Iglesia, aparece la autoridad de la conciencia, asoma la autoridad de la razón. Contra ésta se alza el instinto social. La huida del mundo hacia lo suprasensible es sustituida por el progreso histórico. La meta de una eterna felicidad en el más allá se transforma en la de la dicha terrestre de la mayoría. El cuidado del culto de la religión se disuelve en favor del entusiasmo por la creación de una cultura o por la extensión de la civilización (lo que más que disolución es re-vestimiento, ya que en la base de ambas actitudes se expresan las dos cosas: "cuidado del culto" a las instituciones, "entusiasmo por la extensión de la civilización", algo que Heidegger no ve en atención a su propio posicionamiento grupal que ignora el fenómeno de la grupalidad). Lo creador, antes lo propio del Dios bíblico, se convierte en distintivo del quehacer humano (¡"distintivo"!, precisamente, en su doble significado)..." (La frase de Nietzsche "Dios ha muerto", Caminos de bosque, ed. cit., pág. 199-200; las notas entre paréntesis, son obviamente mías, así como la negrita).
Así, el proceso adaptativo que inevitablemente se va desarrollando, buscando su camino, lleva, conjunta e inseparablemente del proceso global por el que todos los grupos se internan, a la mutación progresiva o a la extinción: la progresiva desaparición de los filósofos determinará fundamentalmente la muerte de La Filosofía, como a fin de cuentas Heidegger percibirá, en su caso, intentando sumarse al unísono al proceso social y al político, el nazi, que él vería como expresión del primero, como la cabecera de la marcha y en todo caso el techo que protegería la suya. Por ello piensa su particular ontología, por ello se suma a "la llamada a la cosa en sí" de Husserl, a la construcción de "la filosofía como una ciencia estricta"; lo que ve a la luz del peso de la ciencia en el ámbito del pensamiento (medible por el desplazamiento del pensador en beneficio del investigador, y del "la descomposición" de lo suprasensible que a su turno llama al nihilismo). Así, al intentar reconocer científicamente la Realidad, se desliza hasta más allá de lo aceptable por el humanismo y la moral humanista que anclaran en la buena conciencia, de cualquier modo idealizándola y asignándole, ¡de nuevo en la Historia!, un sentido mesiánico y emancipador... que sin embargo encierra una sumisión acrítica al curso de los hechos, una esperanza que ahora se basará en la dinámica que la realidad seguiría en tanto que materia (lo sensible), su "destino" prefijado en última instancia por lo supresensible que habría sido así falsamente expulsado. La ontología heideggeriana es pues una onto-mitología (en lugar de la "onto-teiología" de Hegel, como Heidegger la califica), una onto-mitología platónica, me atrevo yo a decir, que reconstruye la Caverna de Platón como edificio contemporáneo de los institutos y las editoriales científicas. Eso sí, llena de un fructífero rigor y ángulos novedosos que se iluminan ciertamente del mismo modo que lo hacen los discursos científicos: aunque esto, como ha sido siempre, acabe sirviendo poco y a pocos e inclusive negativamente desde su propio punto de vista.

Sin duda, en esta derivada no podemos dejar de considerar los vientos renovados que experimentaría la ciencia a principios del XX (cibernética y atómica), en realidad simplemente nacidos, ¡otra vez!, en los altos hornos de la Guerra y la sempiterna vocación dominadora, vuelven a empujar la máquina empantanada durante el siglo previo, "el hasta ahora más oscuro de los siglos de toda la Edad Moderna" según Heidegger (La época de la imagen del mundo -nota 4-, Caminos de bosque, ed. cit., pág. 97). Esto es lo que tomará la forma de la sumisión a los victoriosos nazis, y tanto como lo hiciera Sartre con el maoísmo entre otros de una u otra época.

Con esta fórmula, ve Heidegger La Ciencia (o Las Ciencias) como algo inscrito en La Filosofía desde sus inicios ("ya en la época de la filosofía griega" -ibíd.-), siendo las nuevas el producto de una simple reencarnación de ésta, como ya he apuntado, que encubriría o significaría su relativa muerte, siendo así ésta su verdadera muerte: "El despliegue de la Filosofía en ciencias independientes (...) es su legítimo acabamiento" (ibíd.). Y ciertamente vuelve a detectar y valorar lo que "la fachada" filosófica siempre guardó celosamente y conservó: la pretensión de alcanzar lo absoluto y la convicción de poderlo conseguir (para lo que Las Ciencias serían "más capaces" o estarían "mejor preparadas") y la inevitabilidad de un trasfondo metafísico que exigía la presencia de Dios ("la argucia de la demostración de Dios" -El concepto de experiencia en Hegel, Caminos de bosque, ed. cit., pág. 127-) o "una referencia capaz de refrendar la convicción". Será por fin en esa misma dirección hacia donde acabará por ajustar sus primeras tesis ontológicas (en especial en lo relativo al rol del tiempo en beneficio de lo absoluto que, "sin que se pueda aún comprender", llamará casi treinta años después "claridad" o "Lighting" -1-) y a postergar nuevamente sus esperanzas hasta un futuro impreciso que verá por fin "amenazado" (volveré sobre ello en la próxima entrega).

Pero, al margen de un análisis profundo del contenido del discurso heideggeriano, lo que más interesa aquí y ahora es ver en toda su dimensión y significación cómo se desplegaba para Heidegger La Realidad en particular en el escenario previo a la segunda guerra y la caída de la mascarada reivindicativa nazi, así acerca de la manera en que ese discurso es procesado durante e inmediatamente después. Esto es, observar cómo se le presentaba para él "la época", cómo determina esta y la historia previa del pensamiento filosófico sus respuestas, y cómo todo ello puede explicar a Heidegger en base a considerarlo un caso más de hombre reflexivo en un mundo fragmentado concreto, donde las cosas se disponen de un determinado modo y de una determinante manera en torno y en interacción con un organismo, un espécimen, caracterizado por determinadas cualidades.

Pronosticando en 1938 que el signo
de todas las ciencias será "... cibernético, es decir, técnico" (ibíd.) Heidegger registraba en El final de la Filosofía... que:
"La Cibernética transforma el lenguaje en un intercambio de noticias. Las Artes se convierten en instrumentos de información manipulados y manipuladores" (ibíd.)
El siglo sin duda le daba a Heidegger más esperanzas que recaudos. La potencia técnica del hombre hacía sin duda imaginable un salto cualitativo en lo que consideraba el Destino de la humanidad: "dominar la Tierra" (Heidegger dixit siguiendo indudablemente a Nietzsche). En este sentido, nada rompe la continuidad entre la modernidad y su fenomenología, y especialmente en la confianza depositada en la capacidad humana de crear el mundo... lo que sin duda impondría una dirección consciente, algo que se convierte automáticamente en lo elaborado por los pensadores.

Claro que, atendiendo a la marcha de las cosas (vistas, claro, con la parcialidad que imponen las Grandes Esperanzas) Heidegger se deja llevar por las crecientes manifestaciones institucionales de la burocratización, a las que da su beneplácito, a las que edulcora y a las que por fin servirá tal y como en realidad podían y sólo podían ser.

En La época de la imagen del mundo, Heidegger, partiendo de la máxima valoración para la ciencia en tanto que depositaria final de todas las respuestas buscadas hasta entonces por la metafísica, nos describe el mundo y sus novedosas perspectivas:
"En el imperialismo planetario del hombre técnicamente organizado, el subjetivismo del hombre alcanza su cima más alta, desde la que descenderá a instalarse en la uniformidad organizada." (op. cit., ed. cit., nota 9, pág. 107)
Una ciencia que no es sino la instituida, claro está, y que funciona como "empresa", "fenómeno que hace que hoy en día una ciencia, ya sea del espíritu o de la naturaleza, no sea reconocida como tal ciencia mientras no haya sido capaz de llegar hasta los institutos de investigación" (ibíd., pág 83). Un ámbito donde "Todas las disposiciones (...) facilitan un acuerdo conjunto y planificable de los modos del método, que exigen el control y la planificación recíprocos de los resultados y regulan el intercambio de las fuerzas del trabajo", lo que, "se convierte en la señal muy lejana y aún incomprendida de que la ciencia moderna está empezando a entrar en la fase más decisiva de su historia. (...) en plena posesión de la totalidad de su propia esencia." (ibíd., pág. 84). Lo cual...
"...acuña otro tipo de hombres. Desaparece el sabio. Lo sustituye el investigador que trabaja en algún proyecto de investigación." (ibíd.).
La perspectiva, a la vista de lo que hemos vivido desde entonces, no nos parece tan alagüeña y promisoria (lo que no quiere decir que sea evitable) y no veo por qué se pueda aplaudir salvo cuando "el pensar", el poderlo seguir haciendo, dictando desde la jefatura de las instituciones culturales y demás "empresas" (por ejemplo, el rectorado de la Universidad), las grandes líneas de conducta humanas, se quiera preservar über alles... incluso en ese contexto en el que:
"El investigador ya no necesita disponer de una biblioteca en su casa. Además, está todo el tiempo de viaje. Se informa en los congresos y toma acuerdos en sesiones de trabajo. Se vincula acontratos editoriales, pues ahora son los editores los que deciden qué libros hay que escribir." (ibíd.)
¿...mientras los jefes (¡políticos!) de jefes, subordinados, instituciones y empresas intervinculadas... deciden qué libros se pueden publicar y cuáles hay que quemar...? Ciertamente, no "nos" parece a "nosotros" muy satisfactorio un futuro como ese de proletarización/burocratización -lo que es un todo inseparable- y que propone un escenario del estilo del "1984" de George Orwell -lo que en cualquier caso no veo realizable a tenor de lo específicamente motoriza el proceso (2)-, ¡y lo "solemos" argumentar con apelaciones a "civilización" vs "barbarie" -a fin de cuentas, un recurso identitario más-!

Todo lo cual indudablemente se impone (¡y se sigue imponiendo!) en tanto que:
"El investigador se ve espontánea y necesariamente empujado dentro de la esfera del técnico en sentido esencial. Es la única manera que tiene de permanecer eficaz y, por tanto, en el sentido de su época, efectivamente real." (ibíd.; la negrita es mía)
Ahora bien, este proceso es valorado positivamente por Heidegger en 1938, en todo caso como necesario, como un logro histórico (ibíd.), en su caso bajo una forma tiránica que se realiza mediante la preeminencia de El Partido (nazi o comunista) al que se le suponen móviles mesiánicos (la instauración no sólo de un "gobierno europeo" sino "planetario") -y que hoy ha obligado a virar hacia una valoración negativa tras la caída del muro en favor de una valoración positiva para las formas (social)democráticas... ¡a pesar de que ellas engendran y facilitan el desarrollo en la misma dirección "por otros medios" y prometen una y otra vez las mismas perspectivas; no dejando incluso a los previstos sustitutos de los "sabios" alternativa para ser "efectivamente real" de otro modo que no fuese como integrantes de la sociedad burocrática cuya construcción sólo había "interrumpido" en realidad unos senderos para buscar otros alternativos!

Inevitablemente, Heidegger se dio cuenta de que se había equivocado en cuanto aparecieron las primeras manifestaciones del capricho de sus superhombres. La inteligenia racional se revela muy rápido contra ese tipo de cosas, y por fin acaba repercutiendo en carne propia. Pero no fue capaz de atribuir aquello al proceso que él mismo seguiría volarando como inevitable... y que "tal vez" se habría orientado bien "si" los buenos hubiesen ayudado seriamente. (3)
Pero lo más interesante, aquí es situar la causa de ese reconocimiento y esa valoración, causa que no parece otra que la voluntad de Heidegger de dedicarse "a pensar" über alles, esto es, de "salvarse" a sí mismo "en el mundo (concreto que se describía)" fuese como fuese, es decir, en detrimento de los otros (lo que está al margen de que, más o menos consciente y/o más o menos voluntariamente, en atención a su idiosincrasia y a la conformación social alcanzada por ellos, esos otros y su suerte deban imponernos la carga de una culpabilidad que nos torture, nos flagele o nos exija cualquier suerte de bondad...); otros que de uno u otro modo, mediante planes a corto o largo plazo (desde el genocidio hasta la selección artificial de diversa especie y potencialidad, educación incluida), se considere eliminables como medio o paso inevitable o necesario para alcanzar el estatus soñado de advenimiento de la verdadera Humanidad. En definitiva, tomándole la plabra: sobre la base de la certeza hegeliana y kantiana, platónica y filosófica de un Destino Humano. Y es que, adoptada la idea hegeliana y platónica de la certeza de la marcha de los hombres hacia su divinización (¡lo cual, reitero, encierra la idea de Progreso!), no se puede sino abrigar las Grandes Esperanzas a pesar de los hechos. A lo sumo, intentando comprenderlos o en todo caso "justificarlos" (lo que será ya tarea de los intelectuales de la posmodernidad).

En cualquier caso, Heidegger trató de sostenerse incólume como "pensador" (buscando un nuevo espacio para "pensar" y un nuevo estilo que "la investigación" no permitiría, como bien nos hizo notar), über alles sin duda, a pesar de darse cuenta (como explicita de hecho en sus textos de 1946) que nos hallabamos "en las tinieblas de la noche del mundo"; lo que nos lleva a preguntarnos... si es posible no tomar en cuenta la frustración, y en particular la postbélica -ya que las primeras frustraciones podían ser aún atribuidas a ciertos personajes del Partido y poco más-; así como ignorar la relación entre las renovadas conclusiones neo-modernistas -que se mantendrían todavía unos diez años desde que fue Rector- a favor del progreso burocrático, es decir, sentirse parte de la Historia y su posterior rechazo romántico en el 46. En fin, nada que no haya sucedido siempre con los intelectuales, nada que no parezca una muestra más del "Eterno Retorno de lo mismo".


(continúa...)


* * *


Notas:

(1) El final de la Filosofía y la tarea de pensar, en Tiempo y ser, Tecnos, Madrid, 2006.
(2) El motor de ese proceso, como se ha podido ver en ambitos diversos de la sociedad actual occidental es la lucha interburocrática, esto es, entre facciones de carácter burocrático, que son las únicas que, como reconoce Heidegger de hecho o de derecho -y casi todo intelectual hoy en día-, tienen posibilidades de éxito en este contexto en cuanto al ejercicio de la dominación -o al acceso al poder político si se prefiere-, las cuales no tienen interés alguno ni capacidad para la realización de planes lógicos o racionales, lo que sólo puede conducir al caos sistemático o progresivo y tal vez al colapso y no a un "1984" eterno.

(3) No se trata de que fuera Rector (un aparato incuestionablemente estatal) sino de tener esa o parecidas posibilidades de serlo y hasta de... volver a serlo algún día... y de este modo ser algo "real". La verdadera decepción vendría años después, cuando, afectado "por lo nuevo y lo viejo", se vería inhabilitado incluso para claudicar ante el nuevo mundo postbélico. Entonces sí optaría por "el riesgo" y la apuesta por ir "más allá de la vida" -Heidegger, ¿Y para qué poetas?, en Caminos de bosque, ed. cit.).

Véase cómo en su su defensa ante la defrenestración a manos del Partido (extraída de El rectorado 1933-1934. Hechos y reflexiones), Heidegger reconoce el núcleo de sus esperanzas:

"...lo que me llevó a aceptar el rectorado fue una triple consideración:
1. En el movimiento que llegaba al poder vi, entonces, la posibilidad de unir y renovar interiormente al pueblo y una vía para encontrar su destino en la historia de Occidente. Creía que la Universidad, renovándose a sí misma, podía ser llamada a participar, marcando la pauta, en la unión interna del pueblo.
2. Por tanto, vi en el rectorado una posibilidad de conducir a todas las fuerzas más capaces -con independencia de su pertenencia al partido y de la doctrina de éste- al proceso de reflexión y renovación, fortaleciendo y asegurando su influjo.
3. De esta forma esperaba poder hacer frente a la penetración de personas inadecuadas y a la amenazadora hegemonía del aparato y de la doctrina del partido."
Y cómo esconden la confianza en "las fuerzas más capaces" de la misma burocracia sin cuestionamiento de lo instituido que la cobija en su conjunto, donde aún podía encontrar, con ayuda, un espacio (por cierto: estas consideraciones las habría suscrito en condiciones similares un defenestrado profesor bajo el stalinismo... e incluso bajo variantes menos extremas y entornos más locales). Por el contrario, repite la vieja jugada del la superioridad de los clarividentes, que sin duda "se quieren a sí mismos", y da una explicación retrospectiva con visos de premonitoria:
"Existía así el peligro de que mi intento fuera combatido de igual forma por lo «nuevo» y por lo «viejo» -que entre sí estaban enfrentados-, y convertido en imposible. Lo que desde luego, al aceptar el rectorado, no había visto aún y no podía esperar es lo que ocurrió en el curso del primer semestre: que lo nuevo y lo viejo terminaran, de mutuo acuerdo, por unirse para neutralizar mis esfuerzos y, finalmente, eliminarme." (ibíd.)
Se puede ver así cómo, si hay un Heidegger I y otro II como se ha señalado, no se trata de una metamorfosis radical atribuible a la siempre sacra evolución intelectual sino al estrechamiento por etapas del espacio que se pretendía conservar, über alles, para "pensar"... y dirigir... sobre la base de una sociedad fragmentada en unos determinados términos; estrechamiento que inicialmente se había incluso dado por positivo... en todo caso para quienes se supieran adaptar.

Parece imposible que un niño pierda las esperanzas de conseguir algo que siente necesitar simplemente porque se le niegue, incluso por sistema, lo que sin embargo sobrevendrá con la madurez, una vez admitida la horfandad irreversible, la cual lo llevará en todo caso a la transaccionalidad. Pero, vaya: ¡si hemos vuelto a apelar al recurso de la psicología, como habría dicho y seguramente hecho Nietzsche!



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He sentido hondamente (¡ah, ese amor loco por la propia obra!) que Blogger haya hecho desaparecer el final original de este artículo con las notas asociadas en el curso de una reedición. Aunque lo fundamental lo he restaurado aprovechando para hacer algunas precisiones y esperando que con la siguiente entrega (ya publicada antes de la confección de este apunte) todo resulte más claro. En cualquier caso: ¡maldita sea!
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