Sinopsis de la novela "Una nueva conciencia", primeras páginas: el suceso, y una reseña.

Entrar en una novela es pasar a un espacio imprevisible, misterioso, lleno en todo caso de expectativas y posiblemente de aprensiones y temores; un mundo del que sólo se vislumbra su portal y unas pocas inscripciones en su dintel (a la manera del Infierno dantesco), una casa habitada por fantasmas que cantan como sirenas o que rechazan al intruso, un cementerio tenebroso en el que se esperan tener emociones fuertes… desde el que tiran espíritus malintencionados, burlones, tramposos...

En ese sentido, la ilustración de la portada, el título, el diseño, la reseña de la solapa, a veces algunas referencias, prometen ciertas pistas que, para bien o para mal, sabemos engañosas... aceptando sin embargo su poder seductor (incluso lamentándolo cuando nos parecen pobres). Sabemos, además, que, desde el momento en que se trata de literatura... lo que nos ofrece no pretende sino convertirnos en creyentes: hacernos vivir una fantasía como si fuera no sólo una realidad sino la Única. De pie ante la estantería o la mesa de la librería, de donde la hemos cogido, ojeamos el interior del libro que la soporta con sigilo y cierta veneración, cuidando no destapar indicios que delaten el desenlace y ni siquiera los momentos cruciales de la trama, y buscamos, con más o menos inocencia, más engaños, guiños y señales que nos empujen dentro y nos atrapen, que despierten en nosotros la idea de que hallaremos un tesoro.

Porque una novela tiene que ser como la isla del tesoro para merecer llamarse de ese modo.

¿Lo merecerá “Una nueva conciencia”?

Intentaré animar al lector, mediante la siguiente autocrítica y la entrega de las primeras páginas, a que se anime a comprobarlo; espero no defraudarlo ni antes de tiempo ni al final. Espero, en fin, que entre en ella, la recorra, hurgue en sus recovecos y salga llevándose consigo su sabor y su mensaje...

Nabokov dijo en su "Curso de literatura europea" (traducido y editado por Bruguera): 

"Debemos tener siempre presente que la obra de arte es, invariablemente, la creación de un mundo nuevo, de manera que la primera tarea consiste en estudiar ese mundo nuevo con la mayor atención, abordándolo como algo absolutamente desconocido, sin conexión evidente con los mundos que ya conocemos. Una vez estudiado con atención este nuevo mundo, entonces y sólo entonces estaremos en condiciones de examinar sus relaciones con otros mundos, con otras ramas del saber."    
"Una nueva conciencia" se apoya para ello en una clara escenografía ignota: la de un lugar fantástico situado en nuestro mismo Universo, pero en ninguna parte, y poniendo allí en juego criaturas apenas imaginables.

No obstante, los auténticos secretos están más allá de las anécdotas y del utillaje, de las características biológicas y fisonómicas de los habitantes de ese mundo subterráneo que gira en un supuesto lugar indefinido del Universo (un mundo subterráneo con un gran mar interior, lo que obviamente es un guiño y  un homenaje a mis primeras y más añoradas lecturas fantásticas, las novelas de Julio Verne). Incluso más allá de la misteriosa fuente de luz, inexplicablemente recurrente de manera periódica -lo que también pone de manifiesto que obedece a leyes que deben ser formalizadas-, un supuesto ser sobrenatural, hijo proscrito de los dioses, que provee las referencias temporales y signa los principales ritos de unos individuos capaces de comprender las reglas, de prever conductas y de reglarlas mediante mitos y tradiciones definidas. Sin duda, el resto de la escenografía, sus volcanes, sus ríos de lava, sus laderas empinadas que se convierten en un techo peligroso del que caen tormentas de diversa naturaleza, sus pozos de lodo ardiente... también son meros acompañantes de la aventura, que así busca una distanciamiento que debería forzar al lector a perseguir las respuestas. Y el mismo fin tienen las extrañas características biológicas, con su particular manera de conformarse y de actuar los sexos y la reproducción de los individuos... sin embargo, eso sí, capaces de reflexionar, de experimentar conciencia, y de sustituir sus convicciones a la luz de nuevas experiencias.

Los secretos giran en torno a eso que ha merecido y que ha dado lugar a lo particular, lo específico, lo individual, lo anómalo... 








Sinopsis:

Una anomalía ha afectado repentinamente a una adolescente poco tiempo  después de haber adquirido los atributos propios de su sexo,  que en su especie se definen y desarrollan en un momento dado de su vida a instancias de un ritual arcaico inscrito en la tradición de su civilización. El ritual favorece en los pre-adolescentes de la aldea la definición de los órganos que permitirán su compleja reproducción, en las que hará falta el concurso de una “segunda madre”.

La protagonista (que se conformó como "
hembra" durante el mencionado ritual) experimenta una regresión (por la cual sus flamantes órganos sexuales se atrofian devolviéndola al estado neutro de la pre-adolescencia). La excepcional situación la coloca ante unas perspectivas ciertamente angustiosas y las preguntas se multiplican: ¿volverán a desarrollarse en breve, se manifestarán en lugar de ellas los atributos "masculinos" o del sexo "inseminador", es decir, el "-dor"...?,  ¿cómo podrá superar esa situación para recuperar la simpleza de la vida perdida y... lo que es más importante, volver con su amado al que le debe la reciente aparición del "-agra" (denominación de los atributos "femeninos" o del sexo "receptor")? Para colmo, como si de una maldición en la que cayera de manera inexorable se tratase, sufre una infección que la arrastra hacia lo que parece en un primer momento la locura. Todo ello la hará temer la pérdida de su "enamorado" además de sentir el peso de la diferencia y el temor a la marginación consecuente de una rareza o enfermedad predestinada.

Así, en un mundo que resultará conflictivo y tramposo contra todo lo que mostraban las apariencias, nuestra heroína, cuyo nombre es Mouil (Mouil-agra si completamos el nombre en atención al sexo, que ha adquirido y que reivindicará con ahínco), comenzará una aventura signada por el sentido del deber, el desarrollo de pensamientos propios apoyados no sólo en su propia experiencia sino en la de otros que se hacen suya, y la voluntad incólume de volver a reunirse con el amado, un adolescente que como ella ha nacido y crecido en la misma aldea y con quien, en el curso del mismo ritual, se conformara "-dor".

Una historia de proporciones inimaginables, de luchas de poder, guerras, pestes, degeneración y regresiones repugnantes, mitos que intentan ganar un lugar de privilegio a cuento de mezquinas ansias y desequilibrios... los envolverá e involucrará hasta conducirlos a las antípodas de la sencillez, la ignorancia y las prohibiciones propias de la vida en la aldea. Una historia con raíces en el pasado del mundo real y hasta del Universo prometido, de la cual acabarán convertidos en actores significativos aunque igualmente minúsculos sobre la base de la conciencia de lo construido, lo destruido y lo deseado.





Capítulo I
MOUIL-AGRA: La gran buscadora
Nunca como en estos momentos de vigilia me ha parecido tan lenta, tan... parsimoniosa, la inmersión de Boorosh, Guardián de la Lush y de los Ciclos, alabado sea... (y que perdone todas mis irreverencias). Sin embargo, ahora que la claridad está a punto de dar paso a la rojicie, noto cómo desfallece la esperanza ilusoria que me llevó a regresar a la aldea.
Así, entre las dunas donde me he parapetado, y tras una prolongada lucha contra el agotamiento físico y la pesadumbre para evitar caer aletargada, sin duda por miedo a ser descubierta..., tengo la sensación de que mi regreso sólo me servirá para saber cuál será por fin mi condena. En todo caso, apenas puedo dejarme llevar... El mar, la playa, la aldea, la corteza del mundo que nos cubre han ido sucumbiendo, franja a franja, a los zarpazos de la rojura, que avanza aproximando el horizonte y hace brotar los primeros halos de calor a los que se adecuan mis óculas. Pronto no me quedarán excusas para continuar agazapada y retrasar la comparecencia por cuyo objeto decidí volver...
Al fin, la cena acaba, la playa se despeja, las llamas dejan de temblar sobre las brasas y los hermanos se dirigen hacia los famuros donde, bajo la protección de sus potentes lomos,  se aletargarán a cubierto de la lluvia de lava que pudiera desatarse mientras duermen. Pero no debo apresurarme; siempre quedan algunos deambulando, en especial entre las dunas de la playa. Lo hacen, ¡aun en plena lluvia!, aprovechando el sopor de los mayores y los tíey —y gracias también a que, como se dice, hacen la vista gorda—: a impulsos de la ansiedad que nos domina una vez que se ha invocado la definición del sexo (ay, por lo general irreversible...) como dicta la Norma. Es corriente, ay: me consta por experiencia... ¡Ya desde pequeños deseábamos vernos conformados cuanto antes para poder contribuir a la superación y al sostenimiento normativo del constante...; para ser, por fin, mayores...! Es corriente, sí..., al menos para ellos... 
Y mi plan exige que sea cauta. Nada me podría angustiar más que toparme de repente con un voluminoso halo como el mío, propio de mi cuerpo de -agra, (¡ay, esa apariencia desvirtuada!), moviéndome de manera furtiva y sospechosa por entre los famuros... Si yo viese algo así, no podría evitar pegar un grito y avisarles a todos: ¡un intruso, un intruso, un intruso...! Y sería terrible para mí provocar algo parecido. No en vano estaba dispuesta a desaparecer..., a accidentarme..., perdóname Boorosh, antes que a verme expuesta, en particular ante Güian-dor, mi enamorado; y que, cuando me quitasen los guantes o se me cayeran en un descuido, descubrieran los brillos que despiden mis palmas... Por momentos siento que, más que lo que queda de mí, de lo que era, sean los diabólicos seres que me habitan los que me empujan a sobrevivir... en nombre de su nueva vida. ¿Qué si no pudo haber obrando en realidad en mí para que no tomara esa... “medida”, ay, sí, perdóname Guardián...? En cualquier caso, temo que sea tarde o al menos muy difícil que vuelva a ser la simple orillera que fui hasta hace unos periplos, cuando la felicidad, ¡la mía!, la que me procuró la formación del -agra, como creí, para toda la vida, me engañó, ilusionándome para arrebatarme luego el -agra y, por fin, para cubrirme con este... maleficio. Por dos veces (¡ay, como si con la regresión no hubiese tenido bastante!) dejé de ser quien había sido y quien mi enamorado y yo queríamos que fuese...; ¿cómo habría él de amarme ahora si lo que había amado ha dejado de existir... incluso en apariencia? ¿Acaso haya sido el peso de la piedad por lo que no acabé con esa nefasta sucesión de estigmas...? ¿Fue acaso la fuerza del deseo, que se sobrepuso a mi convicción de que el amor no podría admitirme así... a pesar de sus promesas...? ¡No puedo comprenderlo; como tampoco qué me llevó a tener la idea esperanzadora de que encontraría aquí... un remedio!
Podría tratarse de una trampa, cierto... (un susurro malicioso me lo dice). ¡Tal vez me espere un castigo aún más doloroso y terrible que el que me comunicara, a modo quizás de un vaticinio, la primera de las pesadillas o delirios que me siguen acosando...! ¡Tal vez... eso, y después... el destierro que he intentado evitar...! Sea como sea, no se me ocurrió otra cosa... ¿Después de todo —pensé o fui inducida a hacerlo—, por qué no consultar a la miístre Doies? Ella es en cierto modo cómplice de mi desgracia; ¿o no fue quien me envió de búsqueda, y no fue el mal lo que hallé... precisamente al intentar cumplir su cometido? Por eso (... y algo más...), siento que ella sabe qué fue lo que ha ocurrido, o debería..., y, en todo caso, que será la única capaz de expulsar el mal de mí, arrancando de mis palmas sus raíces. Habría sido ridículo esperar alguna comprensión y una actitud más condescendiente de Kaueg-dor, el tutor de mi famuro, así como de los demás tíey de la aldea, que no sólo no creo preparados para... para ver una cosa como esta, sino..., vaya una a saber... Para empezar, atribuirían lo sucedido a los ajustes realizados por la Doies, llevando quizás las protestas en sordina hasta la rebelión abierta... ¿No es acaso lo que venían... temiendo... y no dejan de rumiar mientras cumplen sin chistar con la rutina? Y en nombre de su rechazo (que yo comparto con ellos... con Güian-dor...), ¿acaso podrían hacer algo “mejor” a la vista de mis palmas que condenarme en el acto; acaso se les ocurriría... una “mejor”... “medicina”? Lo comprendo; yo haría lo mismo en su lugar. Y lo mismo, ay, Güian-dor, mi enamorado...
Sin duda, no me quedaba otra alternativa; y, al revivir lo que por fin determinó mi regreso, la culpabilidad y la pesadumbre anudan otra vez mis boltestinos.
De repente, ¡tenía que ser ahora!, rompen a bramar los Señores Volcanes, y mil formas terribles comienzan a dibujarse y a desdibujarse sobre los gruesos lomos de los famuros, que precisamente alzamos para cobijarnos y protegernos de las lluvias de lava. Por un momento, eso me hace temer un retraso que no sería capaz de soportar..., porque, como la lluvia se desate y empiecen a caer chispas y rocas candentes, tendría que aletargarme de inmediato, aquí mismo, en las dunas, y dejar pasar la rojicie y otra entera claridad... No sé qué hacer, como de costumbre. Entonces se me ocurre..., pienso, pienso como nunca: ¡la tormenta incipiente me ofrece en el fondo una oportunidad inmejorable...: mantendrá a todos a resguardo y, además, distorsionará los halos de las cosas haciendo casi imposible diferenciar lo que está inmóvil de lo que se mueve! ¡Tal vez, al final, las potencias del mundo se hayan apiadado de mí y hayan decidido ayudarme...!
¡Ja..., tal vez estén ansiosas por aplicarme el castigo!
Al final del terraplén, sobre las aguas en las que el espolón penetra, diviso el halo inconfundible de mi meta, el templete donde mora la miístre. Allí destaca, con su singular silueta escalonada oscilando sobre la rojura cada vez más fría del mar, que ya se ha convertido en un inconmensurable disco invisible, ausente de horizonte. Y silenciando las voces invasoras que pretenden volver a disuadirme, me arrastro como me había propuesto hasta el más próximo de los famuros periféricos, rogando que todos ya se estén adormeciéndose o mejor soñando. Y, a pesar de la relativa protección que me proporcionan los lomos abultados y rugosos, cubiertos por costras de la lava y muchas de las rocas ígneas que fueron dando de lleno en ellos durante las erupciones, formando esas irregularidades que me permite camuflarme, y los guantes de cosecha en los que he embutido mis manos, me muevo con sigilo, avanzando a tramos cortos contra las paredes y apresurándome, agazapada y al galope, para salvar las travesías. Todo transcurre inmejorablemente y no me topo con nadie... ¡El problema es otro!; está dentro de mí, instalado en mi cabeza, y al estallar de nuevo me paraliza un instante, cuando apenas me quedan por recorrer unas zancadas. “¡Huele a trampa!”, me susurra de nuevo la ya familiar voz que me ha invadido. ¿Pero qué esperanza me queda de lo contrario para intentar volver junto a Güian-dor...? ¡Ánimo!, me digo por fin: la encomendada Doies, ante la que en breve estaré rindiendo cuentas, comprenderá que cometí un error..., un terrible pero estúpido error, producto de mi atolondrada y, ay, inacabada adolescencia... ¡Ella debe saber cómo librarme de las malditas fibras que han anclado en mis palmas y me están volviendo loca!, insisto para convencerme. Y, gracias a eso, logro cubrir el último tramo y alcanzar por fin el final del terraplén. Sólo espero no tener que despertarla; conozco el mal genio de los viejos y sé lo adverso que podría resultarme su enfado.
Pero el recelo retorna en cuanto la tengo delante, en el vano de la entrada, donde, ay, es como si me hubiese estado esperando. Para colmo, una columna de lava que brota a mis espaldas tiñe de gris el rostro de la máscara con la que oculta el auténtico y de cuyo perímetro cuelga la vestimenta integral que cubre completamente su cuerpo, según dijo al albor de aquel ya distante rocicler en el que se presentó de improviso en la aldea, de “regreso” del mismísimo Osimash Profundo, para ocultar los signos de una ancianidad extrema que «... no deben ser contemplados por quienes no han sido ungidos...». Y el recelo se acentúa cuando, haciéndose a un lado sin decir palabra, me invita a pasar al interior del templete, sin pedirme explicación alguna, como si todo fuese normal o... lo hubiese previsto. Entonces vuelvo a escuchar las voces fantasmales trasmitiéndome ficciones contrapuestas, entre las que destacan unas siniestras aunque inexplicables señales de alerta. Sí, los fantasmas que viven en las fibras, y que se alzan en su nombre, me digo, y afirmándome en la certeza de que son ellas el problema, logro recomponerme, ansiando que la encomendada las separe de mí, ay…, casi... como sea. Pobrecitas, después de todo...; deben saber que estoy con la miístre con la intención de accidentarlas e intentan lo que sea para no perder la vida que consiguieron recuperar a mi costa. Pero no lograrán inducirme un recelo suficiente como para que me vuelva atrás, ni conseguirán que la compasión por ellas me doblegue.
Por fin, insegura y un tanto resignada, cruzo el umbral, rozando a la miístre involuntariamente al no darle tiempo a que se hiciera a un lado. ¡Ya está, ya no hay retorno! Una vez dentro, bajo su mirada, cuyo frío me llega a través de la ranura de su máscara, me quito, de una vez por todas, los guantes de recolección que calzaba para evitar el rechazo de los míos y dejo al descubierto las fibras.
«Fui una incauta, lo reconozco, una codiciosa, sin duda...», confieso avergonzada al ver que sigue observándome sin decirme nada, tal vez fijando la mirada en los destellos... «Pero cuando topé con ellas... no brillaban; estaban al acecho, entreveradas con la carne deshecha y maloliente y los quebradizos huesesillos de un par de manos muertas; sin manifestarse... ¡Las muy tramposas! No titilaban... ni palpitaban... como ahora..., ¿cómo habría podido saber...? Camufladas como estaban en la rojura fría de esos restos, créame, miístre, fue imposible; de lo contrario no se me habría ocurrido asirlas y correr el riesgo de tener un accidente... Lo cierto fue que comenzaron a brillar de repente; en realidad en el tiempo de la pesadilla a la que fui arrastrada en cuanto las alcé, y desde la que debí traérmelas conmigo, brillando aún al volver a la conciencia, encarnadas y ramificadas entre mis ventosas palmares.
»Las vi entonces en las palmas del -dor (¡sí..., un -dor!) en el que me descubrí... metida, un -dor en el que me había transfigurado como si al sacrilegio cometido le correspondiese ese terrible estigma; tal vez, me dije, lo que les sucedió a los innovadores al transformarse en esos espectros horripilantes que llamamos guardianes..., desquiciados al fin por sus reiteradas infracciones a la Norma. Quise...; ¡ay, miistre, lo que deseé en ese instante...! Estaba allí, reconociéndome, mirando con mis óculas que en realidad eran las de ese -dor pero por las que yo estaba viendo, apresada en su cuerpo enfermizo, cubiertos mis brazos y el resto de la piel de costras..., ¡creí en esos momentos que para el resto de la vida..., y de la muerte, como también llegué a pensar, a la que habría sido conducida por aquellas manos putrefactas...! Mis brazos, los brazos tumefactos que salían de mí como dos ramas extrañas, se extendían sobre una mesa de barro mientras permanecía en cuclillas, inclinada hacia adelante contra aquella mesa, al tiempo que me retorcía inútilmente, sin poderme mover para salir de allí, de ese lugar que ya no era la cueva..., con estas fibras brillando en las palmas de... ¿mis manos? 
»Lo más extraño fue que no me puse a gritar escandalizada, ni la situación me resultaba... del todo inexplicable, sino que me vi... apenas sorprendida... y, en todo caso, preocupada y confusa. Una parte de mí sentía que ese era mi cuerpo y que esas fibras que palpitaban ante mí, enclavadas en mi carne, eran... un regalo, un regalo que yo... “yo mismo” había deseado... y que deseaba fervientemente conservar... Deseosa... (¡deseoso!) de que esa monstruosidad, esa blasfemia, esa... ¿peste...?, no me fuera arrebatada, como de algún modo... presentía que iba a suceder, que... estaba decidido... ¡Algo para mí completamente... injusto!
»¡Ay, ahora sé que eso sólo podía ser la extensión de mi involuntario sacrilegio, pero entonces, me encontré paralizada, en ese sitio en el que era imposible que hubiese estado antes... pero que, desde el primer instante y cada vez en mayor medida, me resultaba... familiar... mientras, como adelantándose en el tiempo, como si intuyese o adivinase lo que lo justificaría al fin y el cabo, el miedo me estaba agarrotando y, por fin, el horror...! Los dos guardianes de las Laderas ante los que me encontraba (¿de quién más podían ser esos cuerpos enfermos sino de los últimos innovadores..., en todo caso, de sus endemoniados hijos...?), insólitamente fraternales muy a mi pesar, me inspiraban una fuerte aprehensión que a la vez sentía propia de la situación absurda a la que había sido arrojada, donde imperaba una suerte de mezquindad inexplicable... El desdoblamiento me confundía y me hacía sentir doblemente culpable y aprensiva, “deseoso”, y deseosa, de vencer la inercia que me retenía. Ciertamente, no sabía quién era ni a quién obedecía...
»De repente, mientras el “ayudante” me retenía por la cubretesta, el otro, a quien..., ay, no sé cómo..., reconocía y respetaba (¡Lebai..., escuché..., y también… Senexbio…!), también un -dor, elevó por encima de mi cuello la hoja filosa de una de esas cuchillas que hace tiempo trajeron a las aldeas los trocadores gaidey (“cuchilla de metal” o algo así, de “segar” según lo que entendía en ese momento para mi desgracia aunque nunca, ni como la que había sido siempre y en cierto modo habría de volver a ser, por suerte o por desgracia, ni como el propio -dor en el que me había convertido, hubiese pisado una... “granja ciudadana” ni nada parecido...), en todo caso... algo más larga... Y, mientras, insistía que debía aplicarme lo que llamaba… medeceine, o algo parecido, no lo recuerdo del todo, descargó sin más el golpe sobre las muñecas de esos brazos…, ay, que sentía y sentí míos..., en los que sentí el dolor... que hizo que me desmayara (recuerdo aún el desvanecimiento, hasta… que, de repente, desperté...). ¡Siento todo eso de nuevo, paso a paso!
»Al salir del desvanecimiento, pensé que aquello había sido un rapto, y que de ese modo habría acabado todo el mal... Pero no fue así. Durante mi secuestro había sido infectada, como confirmaban las palmas llenas de brillos que me había traído indudablemente del otro lado. Había dejado de ser aquel –dor fantasmal, enfermo, endemoniado, que se había quedado sin manos... en la pesadilla, pero sólo para ser lo que él había deseado...: conservar ese... “tesoro”; y tal vez sólo para que la siguiente vez no me permitiera ya escapar de nuevo de su cuerpo repugnante... En cualquier caso, no dejo de sentir su dolor y su rabia como si mías, no dejo de recordarlo como si aquello me hubiera sucedido de verdad. ¿No es terrible? Fui presa de una alucinación increíble, y ya no volvería a ser la que había sido... Y la enfermedad debía provenir o estar ligada a esto, a lo que vino conmigo de… de allí, ¿de dónde sino del reino de la muerte, de donde las había extraído; adonde fui y de donde, no sé como ni para qué volví; donde... las hallé... para devolverles la vida que habrían perdido..., no sé muy bien cómo..., y que…, que..., que creo… deben volver a perder…? ¡Ay..., miistre, este es el problema: no sé..., no sé de qué manera..., y ojalá no sea como parece vaticinar la pesadilla...! ¡Oh, reconozco que lamenté haber escapado del accidente..., y que me cuesta pedir perdón por ello, aunque lo hago, lo hago...! Sí, lamenté haber vuelto, lo siento, y recuperar mi cuerpo y mi espíritu para cargar con esta... ¿inmundicia? entre mis ventosas palmares, en mis palmas y no en las del endemoniado... ¡Y yo... sin ser capaz de arrancarlas de mí!
»¡Ah, si no las tuviera delante, si ni usted ni yo las viéramos...; si al menos no las viera usted... ni las pudiera ver Güian-dor...! ¡Qué no daría porque hubiese sido sólo una alucinación! ¡Qué pena no poder decir que sólo hubiese sido... una fiebre pasajera! Pero supongo que se trata de algo más..., ¿verdad?
»¡Es que hay más aún! En cuanto regresé de aquella pesadilla, me encontré con que no sólo recordaba con precisión lo ocurrido, sino incluso cosas que no llegaron a pasar, al menos que yo hubiese recordado antes haber vivido. Y, sin embargo, que de pronto sentía que debieron pasar... alguna vez... antes. ¡Sí, digo bien: lo recordaba! Y es que de improviso, con diabólica insistencia, se lo puedo asegurar, unos recuerdos igualmente imposibles, a cual más absurdo y perturbador que el otro, comenzaron a salir a flote, como si de los restos de un fatídico naufragio se tratase, para transportarme a tiempos y lugares que yo jamás pude conocer... —¡salvo que los hubiese olvidado y de pronto..., o que se metieran en mí!, pienso de repente: ¡Oh, para colmo nuevas blasfemias reflotan en mi cabeza..., aunque las trate de ahogar!—. Perdón, pero me cuesta hilarlo todo con calma... La cosa es que de nuevo me vi, ¡no entiendo cómo!, transformada en -dor, ¡en otro!, mientras mis óculas, es decir, las suyas, me permitían contemplar calles y fachadas de... “su ciudad” innovadora... donde ¡yo! habría jugado en mi..., sí, en mi propia infancia. ¡Más aún: recordaba, ¡esto sí que es increíble!, una máquina enorme que, además, reconocía como “taladro” con la misma familiaridad con la soy capaz de reconocer una ahumadora… Una máquina, sí, a la que le atribuía, ¡sin que me sintiera “obsceno”...! (¿y por qué habría de sentirme así?), la sacrílega función de perforar La Roca. ¡Y qué decir del poder terrible que me permitía comprender, durante esos ensueños, la lengua de los innovadores, lo que significaban esas... como patitas de lolaili dibujadas en el lodo, sólo que estas estaban trazadas en perfecto orden, en columnas, sobre unas pequeñas tablas de arcilla enmarcada que identificaba como... “chaplillas”! 
»¡Ay, miístre!, ¿cómo pudo ser posible todo eso? —exclamo sin conseguir que se le mueva un pelo ni tiemble su capucha—. ¿Cómo he podido tener esos recuerdos y cómo sentirme y reconocerme -dor, por más que sólo fuese en sueños? ¿Y como puedo seguir recordando todo aquello... como si me hubiese ocurrido, como cualquiera de mis propias vivencias? ¿Cómo pudo haberme sucedido, a mí, con los profundos deseos que tengo de recuperar mi -agra...? ¡A mí, a la que usted aseguró que la regresión acabaría pasando, que debía ser paciente, que a veces esas cosas acontecen pero suelen remitir! ¿Qué hice yo para que todas mis pretensiones de recuperación se hicieran trizas, todos mis deseos de ser digna de Boorosh y de mi buena aldea de Farashgon, de contribuir a mantener el constante, de merecer el amor de Güian-dor...? ¡Por lo que más quiera, miístre, tiene que hacer algo para remediarlo! —le suplico mientras hago un esfuerzo para no estornudar sobre mis propias palmas (es terrible, no poder evitar que me asalten estos inoportunos estornudos), palmas que sigo exponiendo a su curiosa mirada con expectativa y ansiedad.
¿Y ahora qué? Los pulsares avanzan con dificultad patente, como borbotones de lava densa que abrieran un nuevo e imprevisible surco, sin conseguir producir..., no sé..., algo..., lo que esperaba que se produjese. ¿Tan terrible es para ella lo que le he contado? ¿A tal punto no sabe qué hacer..., qué decirme..., qué... dictaminar...? En cuclillas frente a mí, con las óculas fijas en las fibras como a la vista de un tesoro, tal vez, en cambio, sumida en la meditación o en una especie de sopor que me asusta al imaginar que se está consumiendo dentro de la ropa y que en cualquier momento esta caerá, vacía, y ella no hubiera existido realmente, o habría desaparecido como un vaporoso fantasma, ¡otro fantasma...! Un temblor me estremece: ¿es real lo que vivo? Tiene que ser; al menos sé que soy yo... Y ella sigue ahí, mu... ¿muriéndose...? Una queda letanía comienza de repente a escapar de la capucha, lo que alimenta mi sensación de que estoy asistiendo a su “marcha”, pero no consigo captar con precisión lo que se asemeja, sin embargo, a un cántico de Ascensión un tanto distorsionado... Me encantaría ser capaz de salir huyendo, a cualquier coste, pero no me atrevo, de modo que permanecemos un tiempo en ese estado que se me hace eterno. ¿Qué espera, me pregunto; qué hace?
«¡Vamos, miístre, ayúdeme, por favor, insisto por fin, interrumpiéndola, tiene que quitarme esto de las palmas y borrar de mi cabeza todas esas pesadillas!»
¿Qué? ¿Cómo? ¿Qué es eso que ha dicho de repente?
La miístre Doies pone fin a sus murmullos y alzando la cabeza clava su mirada en la mía, es evidente, desde el fondo de la máscara. Sin mostrarse enojada, sin manifestar turbación alguna. Estudia, supongo, un poco más las fibras que yo no he dejado de exponer. Suplico, de nuevo; le exijo otra vez que me ayude, que debería… Ella hace un gesto imperativo y me obliga a acuclillarme mientras ella se yergue con dificultad, apoyándose en mi caparazo. Luego se encamina hacia la habitación contigua donde, al cabo de unos pulsares, consigo ver bailotear sobre la pared visible unos extraños reflejos. Como si proviniesen de una superficie acuosa, de pronto perturbada por un mensaje que Boorosh hubiese hecho emerger allí, ¿Lush?, en la superficie del agua: una fugaz idea blasfema que coquetea conmigo y que sofoco… Nunca había entrado en este viejo templo, reservado (hasta que “regresó” la miístre) a la meditación de los anttíey que preparaban la partida, pero había oído hablar de sus rituales y de las inmersiones preparatorias para la última travesía, y supongo que en esa estancia debía seguir la alberca en la que solían entrenarse, que deduzco que se renovaría gracias a las mareas. Por eso se me ocurrió pensar (sin duda, continúo haciéndolo con una lógica... prestada; al menos nada habitual en mí hasta el periplo pasado), que esos reflejos se parecían mucho a los que producirían mis palmas desnudas si las sumergiese... Recuerdo, creo recordarlo, que me asomé a ver... ¿Lo hice? ¿Cuándo? ¿Con qué coraje, con qué desvergüenza? Supongo que la curiosidad prestada me llevó a hacerlo.
Entonces, en ese mismo y verdadero instante, lo que me rodeaba se deshace en la rojura, donde enseguida se alzan trémulos halos dispersos de objetos evidentemente inertes, y donde el frío y la humedad despiertan para morder mi piel allí donde está menos protegida. Lejos, a la distancia, cambiando de posición en la medida en que me muevo, observo las palpitantes formas de esos halos, apenas más calientes que el entorno, impropios en todo caso de famuros y de templos y ni siquiera propios de barcas alineadas en la playa o de andamios donde se deja ahumar el iglush. Vaya, pero si parecen rocas aisladas que se situaran a uno y a otro lado del sendero por el que... por el que marcho sin pausa... por el que sin duda marcho desde que… Oh, sí, sí, ya lo recuerdo, por fin recuerdo todo, esos que eran mis recuerdos verdaderos, realmente míos, sí, los hechos que me sucedieron realmente a mi misma, aunque, en fin, no me alegro en absoluto de ello, ni de poderlos recuperar.
De todos modos, ¿cuánto...? Quizá no hace demasiado —porque no encuentro un registro fidedigno del tiempo transcurrido— que me deslicé detrás de los famuros para llegar hasta la morada presuntamente protectora de la miístre Doies. Luego, efectivamente, le narré los hechos tal y como habían pasado y todo lo que sentí entonces, y, por último, bebí sin resistirme de la botella que había llenado con agua de la alberca, con la que regresó a mi lado después de... de sumergirse en ella... No fui capaz de resistirme y de manifestar mi desconfianza y mi asco; todo me daba en cierto modo igual... Luego...; ya no recuerdo con detalle lo que sucedió luego... Ni estoy segura de que ciertas cosas un tanto desdibujadas me pasaran todas en efecto a mí... ¡No obstante, lo que tengo ante las óculas es evidente; así es, los halos son los de las rocas que pueblan las Laderas Bajas, donde por lo que sea me he vuelto a internar...! ¡Oh, comienzo a comprenderlo, ya sé lo que ha pasado! Estoy saliendo del trance, del dulce y engañoso trance hipnótico al que la miístre me volvió a someter, esta vez para... ¡Bah, mejor no recordar por qué ni para qué, maldita sea!




Reseña debida a Tanya Tynjälä


Una nueva conciencia de Carlos Suchowolski
Esta original novela de ciencia ficción es la primera novela del autor argentino Carlos Suchowolski, quien desde 1976 radica en España en donde dirige una empresa de equipamiento digital para artes gráficas y audiovisuales. Sin embargo no es un escritor novel, pues  tiene varios cuentos publicados en diversas revistas del género y en antologías, tanto en Argentina como en España, entre otros países de habla hispana.
En un mundo conocido como Tietnianish, una joven miembro está a punto de iniciar un viaje que cambiará no solo su vida, sino también el orden de la sociedad en la que vive. Sin desearlo, se convierte en el principal elemento en un juego de poder, que la lleva a comprender el pasado de su pueblo, el falso presente en el que vive y la realidad del mundo que habita.
Interesante propuesta que retoma clásicos elemento del género (el viaje iniciático, un mundo dentro de otro mundo...) al mismo tiempo que incorpora elementos innovadores. Así pues este Tietnianish evoluciona alrededor de un único mar en donde vive Boroosh: una forma orgánica luminiscente, considerada como gestor del tiempo y guardián de la puerta que conduce al mundo de los dioses. El período de tiempo en el cual Boroosh permanece en la superficie del mar se conoce como Elimash y su luz permite ver lo que sucede alrededor, a diferencia de lo que ocurre durante el Osimash: momento en el cual el mundo se encuentra en la oscuridad.  
Alrededor de este mar viven los orilleros, es decir los tietnitas habitantes de catorce aldeas construidas en las orillas del mar, temiendo de alguna manera a los de las laderas: lugar en donde otro grupo de tietnitas, conocidos como los  Innovadores fundaron sus ciudades, mucho más avanzadas tecnológicamente y que desde el principio se dividieran entre cientifistas tecnócratas y metafísicos gaidy, lo que a la larga causaría su ruina.
Los tietnitas poseen un caparazo, dentro del cual pueden protegerse de las lluvias de roca y lava, un cuello retráctil, un aparato digestivo compuesto por un rumiómago y boltestinos y termovisión.  Pero quizá los rasgos más interesantes de los tietnitas sean los géneros que poseen. En efecto al nacer no hay diferencia sexual entre ellos, el sexo se manifiesta más tarde e inclusive –en algunos casos excepcionales de mutación tardía– puede cambiar durante la adultez. Los sexos son dos: -agray y –dory. Las -agrays son lo que más se asemejaría a una hembra, con la particularidad de que hay dos: la que queda inseminada  o “embarazada de primeras” (convirtiéndose en Primadre) y la que recibe la simiente desarrollada por la primera, quedando pues “embarazada de segundas” (siendo así una Segundamadre) La actividad sexual narrada en este libro se da pues entre jóvenes asexuados, que a raíz de la experiencia desarrollan el género correspondiente o entre adultos que disfrutan de uno u otro género.
La historia está narrada desde varios punto de vista: el de Mouil-Agra - quien tras encontrar unas membranas luminosas, se ve envuelta en este viaje iniciático que constituye el núcleo de esta historia – de Güian-Dor, enamorado de ella hasta el punto de seguirla en su viaje y de Roueg-Dor, importante personaje del pasado conectado con Mouil-Agra, principalmente debido a las membranas.  Así pues, en algunos capítulos se retrocede al pasado de Tietnianish. Sin embargo todas estas voces y saltos en el tiempo no hacen difícil la lectura de esta novela.  Si bien algunos lectores pueden perderse un poco al principio, muy pronto se ubican entre los personajes y períodos de tiempo, pues la historia está sólidamente narrada.

Una nueva conciencia en una interesante parábola sobre la posesión del conocimiento: las luchas de poder que ésta conlleva, el oscurantismo impuesto para no compartirla, el temor que inspira, pues poseer el conocimiento – sea este tecnológico o metafísico – implica responsabilidades y cambios para adaptarse, que de alguna manera quiebran la paz de lo ya establecido.   Por eso, a pesar de narrar eventos de un mundo lejano al nuestro, nos sentimos identificados con los personajes pues les eventos en los que se ven envueltos encuentran eco en nuestro propio mundo.  Como una vez le escuché decir a Ian McDonald, la gente se equivoca al pesar que le ciencia ficción nos habla del futuro o de mundos lejanos, pues en verdad nos refleja de manera lúdica nuestra propia realidad, nuestro presente.  Esta novela es un buen ejemplo de ello.
Quizá una crítica que se le pudiera hacer a Una nueva conciencia, es el excesivo uso de neologismos. Unos son innecesarios por el gran parecido con palabras existentes en el español, como por ejemplo la lush o la luz  que emite Boroosh o ishla, evidentemente una isla. Otros, como los géneros de los tietnitas, son completamente pertinentes, pero en ese caso lo criticable podría ser el léxico que se encuentra al final del libro. En primer lugar, muchos de estas palabras se sobreentienden a medida que uno avanza en la historia, en segundo lugar, ¿Necesita el lector saber  que  un mushis es un insecto o que un beiglaud es un pez? No aporta mucho al desarrollo de la historia y en todo caso, la lectura nos hace comprender que se trata de algún tipo de animal.

Pero ésta es una apreciación personal. Quizá haya quien disfrute del léxico y el saber exactamente qué significa cada palabra. Yo me contento con disfrutar de una historia bien construida y de muchas propuestas innovadoras al género de la ciencia ficción.