domingo, 25 de noviembre de 2012

Literatura, fantasía, realidad, instrumentalidad, etc. (mi presencia en el Congreso Internacional de Literatura Fantástica de Barcelona 2012)


A continuación transcribo la ponencia que leí en el Congreso el día 20-11-2012:


Definir “lo fantástico” como contrario a “lo real” es consustancial con nuestra necesidad de certidumbre... lo que no obstante esté plagado de contradicciones y frustraciones. El tema se ha convertido incluso en un objeto más de la literatura que así muestra cómo es capaz de llegar al extremo de no perdonarse ni a sí misma, haciendo de la propia controversia tema de su ironía ilimitada, irreprimible (como en Borges, por ejemplo). Y es que la voluntad infructuosa, irrealizable, del que escribe, de controlar el mundo, sólo le permite un medio al ser humano: la producción de fantasía, la captura de la realidad mediante símbolos y formas que ocupen los espacios vacíos o informes y respondan a las preguntas que no tienen respuesta. De ahí la resignada dedicación del escritor a lograr el control de la palabra.

Pero la dicotomía presenta aún más dificultades aparentes y una necesidad de comprenderla desde la misma óptica: los significados en relación con el tema que nos ocupa... son también imaginarios; también anclan en el mundo que desearíamos poder controlar.

En la antigüedad, las creaciones que hoy calificamos de “animistas” o “mitológicas”, no se consideraban “inexistencias” sino entes del mundo real en el que se desplegaban las acciones de los hombres; y esto a pesar de que se reconocían “insondables”. Su “realidad” estaba detrás de tormentas y sequías, enfermedades y plagas, triunfos y derrotas. De esos mundos paralelos provenían los sueños y nos hablaba la “conciencia” (la “buena” y la “mala”). Lo que se narraba del Olimpo, el Hades y demás mundos con-sagrados, “había acontecido” o estaba “sucediendo (de verdad)”, y era narrable porque había sido “revelado”. Todo lo cual, dicho sea de paso, daba legitimidad profesional a chamanes, magos, sacerdotes y profetas, luego a los filósofos y por fin, bajo la sombrilla del Renacimiento, a los científicos..., etc.; es decir, una y otra vez..., a los especialistas a los que el poder de cada época otorga abrigo y licencia del trabajo sudoroso.

Entonces, pensar fuera de esos marcos era blasfemia. Y así, Platón, en nombre de esos mitos  “revelados”, no vaciló en pedir el destierro para los poetas que no sometieran su producción artística a una función ejemplarizante, moralizadora, social, educativa... en lugar de “servir a la corrupción”, y, como se dice hoy: no se “comprometieran”. Como en los demás asuntos humanos, podemos observar aquí que había no una sino dos distintas y contrapuestas fantasías. Y esto, hoy, continúa. Claro que ya no se trata de denostar la fantasía que no respeta... a los dioses. Ahora hay otras referencias, pero tan sólo es porque hay otros iconos sacralizados que, como siempre, ocultan muy terrenales y mediocres intereses humanos. Cuando Lois Sacchetti, el prisionero-poeta de Campo de concentración de Thomas M. Disch, recibe del General HH, la “autorización” y la exigencia de que escriba... le dice de manera terminante: “No se vuelva demasiado, Ud. sabe... oscuro. Recuerde, lo que nosotros queremos son hechos...”. Y en esta parábola, algunos nos sentimos retratados. En ella se denuncia la presión social que se cierne sobre la escritura y se señala el medio por el que se inclina el escritor, un medio “no recomendado” y en el Campo, poco menos que prohibido: el de la escritura como Literatura. Literatura con mayúsculas, donde confluye la voluntad de poder del escritor y la avidez del buen lector por descubrir lo que a él también lo oprime, lo confunde, lo perturba... ni más ni menos que la realidad que subyace a la superficie visible, una realidad indudablemente “oscura”.

Y es obvio que ello representa un peligro, del mismo modo que los poetas que ridiculizaban el mundo lo representaba para Platón: el peligro de contemplar directamente el abismo. Contra ese peligro se ha pedido siempre que la fantasía se silencie, que se reflejen sólo “hechos”..., “hechos” que, sin embargo, sólo tienen de “reales” el “certificado oficial” que les otorga el pensamiento dominante. Pero, también y en todo caso, que acepte “empobrecerse”, que se ciña a plasmar sólo copias de la realidad superficial, que refleje el carnaval. Así, la trampa que busca de un modo más astuto convertir los elementos de la fantasía en “hechos” o en “iconos”; en..., por ejemplo, “un señor muy viejo con unas alas enormes”, perfectamente integrable, al menos por un tiempito, a la vida cotidiana. O en pequeños magos de un clan urbano entre otros, apenas distinguible por sus particulares “costumbres”.

Así, hoy se trata mucho menos del “perimido” objetivo de la “educación popular” o de la inculcación de una “moral del esfuerzo” o “la resignación” (que sin embargo también asoman la cabeza con remozadas promesas de esclavitud y sufrimiento de relleno). Hoy resulta más “correcto” o “digno” a los ojos de los “intelectuales” pedir supuestas “inutilidades” (o “gratuidades”, si se prefiere el término), que no obstante sólo revisten engaño y desconcierto, y así se “pide” una fantasía y una narrativa... que se reduzca a “entretener” de manera exclusiva. Una propuesta que como el anillo de Saurón, ata eficazmente a los hombres: en primer lugar, mediante la propuesta de una evasión sin límites; en segundo lugar, ofreciendo una nueva alternativa para “ganarse el pan” sin “el sudor de la frente”. Y es que el “entretenimiento” y el “ocio” han demostrado ser muy “útiles” para conservar el mundo, sirviendo a la “necesaria” y restauradora evasión (momentánea) de la pesadilla cotidiana. Pero, además, la producción de “ocio” resulta haberse convertido en la más significativa, provechosa y comercialmente “prometedora” de todos los tiempos, en todo caso, con la guerra y la prostitución. Incluso... a devenido “motorizadora” y “reactivadora” del “bienestar global”, amparando las perspectivas mencionadas de supervivencia de una nueva especie de “intelectualidad”. Una producción perfectamente inscripta en la industralización “racional”, con su apropiada cadena de producción, sus “talleres” y hasta sus fábricas, donde proletarios especializados, y quizá pronto robots, tejen en horario laboral (para después salir también a comprar ocio) en “telares” de teclas,  pantallas y tabletas digitales, los productos divertidos que “demanda el mercado”. Y que, de nuevo, lleva a soñar con el Edén, ofreciendo la “dignidad” de los estandartes salubre-revolucionarios que justifican una concienzuda dedicación militante.

En cualquier caso, se nos presentan así dos opuestas “narrativas fantásticas” tal y como hace tiempo una decoraba una religión y otra ridiculizaba o cuestionaba el mundo. Y, como siempre, con la “buena”, “desinteresada colaboración de todos”...

Una, en nombre de un “arte de alcance popular”, opuesta a la que, con paralela falsedad y confusionismo, se etiqueta peyorativamente de “profunda”, “intelectual”, “aburrida” y “farragosa”, y cada vez con más contundencia, hasta conformarse, como en el caso del General doble-H, (me atrevo a afirmarlo), como una auténtica “condenación” del estilo de la que merecieron las brujas y los herejes en su día. Aunque, por ahora, los partidarios de HH se contenten con pedir y/o aplaudir el apartheid, y no ¿aún? la prisión o el exterminio. Ni se atrevan ¿aún? a alzar la voz contra los “grandes escritores” del pasado, a quienes ¡aún! se continua reeditando... al tiempo, eso sí, que se obstaculiza el surgimiento de “nuevos especímenes” propiamente dichos, esto es, los que intentan “nuevas incursiones” en “lo oscuro” y “perturbador”. Y que, ¡aún!, se reconozca que han sido precisamente aquellos textos literarios “difíciles” e “impenetrables” los vehículos que llevaron al desarrollo de la “técnica literaria” que hoy, la para mí “seudo-literatura”, imita, reproduce, copia, e intenta “congelar” en atención a su ya probada “eficacia” (la que quedaría demostrada mediante el éxito de los best sellers), oponiéndose a toda nueva innovación lingüística o estructural, marginando o evitando que se vuelvan a romper los moldes, y rechazando la supuesta “imperfección” que en tantas ocasiones incluso consiguió conquistar legitimidad.

Esa seudo-literatura, hoy pretende quedarse con el nombre y con el “territorio”, arrogándose, con el dignificado fin del “entretenimiento”, el patrimonio de una fantasía “potable”, “sana”, “vitamínica”, donde unos personajes estereotipados tomados en préstamo de la sencilla superficie de “la vida” asisten, por ejemplo, a internados de élite, eso sí, con uniforme de magos (la “prueba” de que son fantásticos), y vuelven a casa de sus padres durante el verano, como se estila en el ¿eterno? primer mundo.

Se ofrece así al lector no la irónica visión que de los sueños de Madame Bovary hacía Flaubert sino los que ella encontraba en las novelas románticas de “entretenimiento” de su época. Unos sueños donde unos poderes innatos o milagrosos diluyen todos los conflictos nimios y mediocres que se les presentan a esos personajes simples y simplificados; ingredientes en fin de “un mundo feliz” del cual se ha expulsado al absurdo... por arte de magia. Donde se reencuentra a los vecinos... sólo que disfrazados de modo “pintoresco”: como jóvenes-lobo, príncipes-vampiro y demás personajes de carnaval..., dragones, unicornios y grifos hasta tocados con sillas de montar inglesas, etc., siempre al servicio del “sí, todo puede ser” en lugar de al del “¡pero cómo puede ser!”. Nada en fin que merezca ser llamado literatura, como los escritores de primera fila siempre denunciaron (de Fielding y Stendhal a Broch, Navokov, Gombrowicz o Kundera). Nada, en fin, por muy fantástico que formalmente sea presentado, visualizado, vendido... (esto es, en todo caso, como imposible pero nunca como parábola, como Kafka prefería denominar). Fantasías de utillaje, en fin, con fines domesticadores, de las que tendremos que volver a burlarnos mediante la literatura.

Y es que la literatura no resulta de la disciplinada aplicación de una técnica consagrada. Ahí está la fantasía renovada de Cervantes y de toda la historia de la novela. Ahí está, apuntando a las respuestas inalcanzables que nos hacen temblar, nos conmueven, nos hieren, sin anestesia ni remedio alguno, exponiendo al hombre y a su mundo tal y como los sufre el propio autor, incapaz de poder hacer nada preso de su lucidez, al que sólo le resta sumergir al mundo en risa y hasta en caricatura, y abrirlo en canal sin anestesia, para que afloren los monstruos que lo constituyen y pretendemos no ver. A la vez que para proponer la complicidad en el reír, la compañía en la impotencia, y a pedir un reconocimiento que a veces sólo puede ser presupuesto.

A menos que la literatura acabe claudicando... convertida “en un monstruoso insecto”, no es lo suyo producir para la venta, o el mercado, folletines digeribles, como tampoco ofrecer una desmenuzada colección de “hechos”, con sus átomos, células u órganos, que, en todo caso, hoy también “distraen”, “entretienen” y son “valorados” porque ocultan o arrinconan lo que de verdad perturba. Porque la literatura se rebela más que ningún otro “discurso” contra el consejo de Wittgenstein de que de algo sea “mejor no hablar”; se rebela siendo y haciendo literatura; violando y violentando los discursos reglados, construyendo “lo fantástico” que sublima “lo real”, que muestra sus monstruosas entrañas. No por casualidad, los individuos que hacen literatura no integran equipos de trabajo “técnico” o de investigación. La producción literaria, producción fantástica irreductible, como el pensar estricto, sólo puede ser tarea individual, solitaria, cuyos mejores frutos a veces no llegan a ser apreciados ni siquiera por los propios “amigos”.

Ahí se entiende que Aristófanes no tuviera empacho en ridiculizar al público que asistía a las representaciones de sus obras llamando “insensatos” y por fin “maricones” a “los espectadores” (Las nubes); un público doblemente incorporado al espectáculo, también en calidad de actores, como pueblo o sociedad, obligados a recibir juicio y a juzgarse; que asistía para comprenderse más y mejor y no para evadirse. Aceptaban las diatribas de un excéntrico frustrado que, presa de la droga de la lucidez, no halla nada como caricaturizar al mundo para ponerlo en cuestión.
Es lo que hará, a cuenta del desasosiego creciente, la literatura que fue enmarcada en bloque bajo la ambigua denominación de ciencia ficción, aunque tan sólo aprovechara... el atrezzo disponible, los “inventos” y “artilugios” a la mano, como mero arsenal simbólico y no, como el término sugiere, para ofrecer proyecciones aventuradas del futuro ni dar lecciones didácticas (como sucede al menos en las páginas realmente literarias). Y a la que así se intentó condenar doblemente a un segundo plano: como “de género” y también como “género menor”. Y todo, ¡cómo no verlo!, por urdir fantasías “peligrosas” contrapuestas al sacrosanto progreso emancipador o salvador..., icono de la modernidad, que pone en entredicho y de cuyas promesas se burla.

Lo fantástico, así es sin duda, escapa a la verosimilitud y a la medida... escapa a la ciencia... que muchas veces se le acerca... Si están presentes no es por necesidad literaria sino para contentar a un público que prefiere quedarse en el periodismo y el chisme. En todo caso, la mejor CF, la más literaria, reinventó “la medida” para ofrecernos mucha más conciencia de la realidad que cualquier descripción “naturalista”, “objetiva”, “desmenuzada” o “microscópica”. Y allí donde el “realismo” (por llamarlo así) necesitó más vuelo literario, voló a la fantasía, como se aprecia en Dickens, Tolstoi, Stevenson, el propio Balzac, etc.

Sea en una obra o en una sola página, la narrativa fantástica auténtica (o “prosa de ficción significativa” como la llamara Leavis), responde a sus metas originales o deja de ser fantasía a la vez que deja de ser literatura. En ella, “lo dado” y lo “no dado” (posible o no, verosímil o no), componen la escenografía en la que se despiertan y se mueven las furias. Aún cuando apela a elementos “cuasicientíficos” (y, por qué no, “cuasihistóricos” o “filo-filosóficos”) estos son inventados, son mentirosos, están ahí para poner en entredicho las promesas emancipadoras, para evidenciar la irremediable marcha hacia ninguna parte, los inventos a los que el individuo apela, de entre lo más a mano y admisible, y de los que merece la pena burlarse, es decir, para dejarlos en piel viva; la propia palabra, el lenguaje, el mismísimo fantasear, como en Borges, donde se convierte en su más preciada materia prima... para la ironía.

En El mundo invertido de Christopher Priest, las férreas convicciones que mantienen la ciudad en “movimiento” (en sentido estricto en la novela) no serían demasiado sostenibles (verosímiles) por quienes se parasen un minuto a pensar “en serio”, por riesgoso que esto fuese para sus habitantes en el contexto alzado, escenográficamente impostado por el escritor. Pero eso no importa: la “parábola” ha sido en realidad montada para poner ante el lector hasta qué punto les cuesta a los humanos abandonar la “marcha” sin sentido que se les impone como por contagio, “fruto de una constante adaptación”, como dijera Gombrowicz.

La claudicación del “periodista-corrector” Winston en 1984 conseguida mediante tortura, es tan caricaturesca como alegórica es su “profesión” (más allá de que la realidad haya superado la ficción en los detalles). Esa es su fuerza: la alegoría del presente, y no la predicción imaginaria de la pesadilla (atribuida a los desmanes de una ideología). El torturador Brian, a su turno, no es la copia “realista” de un verdugo de Stalin o de Hitler...; él está ahí sólo para significar, esto es, para ser un personaje. No hay quién, en la vida real, como miembro del Partido, diga: “El poder es dios”, como Brian, ya que los que componen la pirámide burocrática de una sociedad estatalizada (incluso sin no llega al extremo) se sienten parte inseparable de ella y viven el deber de preservarla por encima de todo. Por ello creen, ante todo (al menos hasta que sean traicionados por ella, y a veces ni siquiera...), que sin el Partido no podrá seguir habiendo mundo y que ellos mismos dejarían de ser. Por tanto, nunca podrán tener la “lucidez” y la “mordacidad” que exhibe Brian, más propia de un crítico del régimen haciendo una observación “objetiva”... Está ahí, introducido sin tapujos en la narración, para decirnos “la verdad oscura” y no para reflejar una “realidad inmediata”, de “hechos, hechos...”. ¡Es justamente lo que Orwell pretendía al dar vida fantástica a un ser fantástico e irreal (un personaje) que dice y hace lo que no hace ni puede hacer un ser de carne y hueso... y lo que él (el autor) le impone que haga y que diga!

Ya Esopo antes, el esclavo que descubrió en la fabricación de fábulas el modo de convertirse en cortesano, ejemplariza la metamorfosis que permitiría evitar penosos desdoblamientos..., una metamorfosis que, a la larga, sólo significa claudicación, tergiversación y reiteración insulsa, y miles, millones de superficialidades llenas de cliches y de lo que ya todos sabíamos y digeríamos... Caricaturas, formas de cartón piedra y piel de cordero, supuesta y mínimamente “imaginativas” y “temáticamente innovadoras” según dicta el diccionario de neolengua imperante. La narrativa fantástica auténtica, irónica, irreverente y cruel que algunos producimos con “pasión intelectual”, “hasta hacerse sangre”, como decía Flaubert, venda o no venda... sólo es... será si lo merece... y podrá ser... sólo literatura, esto es, la fantasía que no deja dormir y que altera nuestros sueños.

Barcelona, 20-11-2012

lunes, 5 de noviembre de 2012

La mirada deseada (un microrrelato)

    
La cabeza del hombre que había amado daba vueltas y más vueltas dentro de la lavadora. Su rostro resultaba irreconocible, en parte por los golpes que recibía a impulsos de los vaivenes del motor, pero, sobre todo, a causa de la sangre y el jabón que habían comenzado a hacer espuma. Por ello, de tanto en tanto, sólo se mostraba similar a la cabeza de Minerva, como una especie de medusa con el cabello negro del marido en remolino, dándose de bruces contra el cristal redondo, a medias, aunque sólo una de cada mil veces, ofreciendo parte del rostro en medio de la irreverente espuma.
Y no era eso lo que ella pretendía.
La rutina se había vuelto a imponer: sin darse cuenta, simplemente por inercia, había echado el jabón y el suavizante como cuando hacía la colada de costumbre. Por eso, la mezcla en la que la cabeza daba tumbos, no la dejaba ver lo que había ansiado y cada vuelta se lo hacía más difícil, mientras iba pasando del blanco al rosa y del rosa al rojo. Ella había pensado que, al meterla allí, la vería girar ante sus ojos, por fin doblegada e impotente, por entero a su merced. Allí, supuso que aparecería, vuelta tras vuelta, mirándola a través de ese ojo de buey que le recordaba el crucero de la luna de miel, una mirada distinta de aquella de incomprensión y pánico que puso al darse vuelta y ver bajar la katana sobre su cabeza; una mirada, ay, de respeto y de positiva admiración. Pero la cosa no marchaba. Entonces se le ocurrió aclarar y centrifugar un par de veces antes de poner la máquina nuevamente en el programa de lavado largo... ¡Bien, la cosa comenzaba a mejorar ahora: poco a poco, el rostro se estaba relajando y la mirada que tanto había buscado todos esos años tenía cada vez más de asombro y sumisión!
¡Bien, eso era bastante aceptable! Tampoco hay que pedirlo todo.