sábado, 25 de septiembre de 2010

Más trampillas bienintencionadas... para "lavar la ropa" y continuar marchando

¡No, no es fácil, quizás sea imposible, que cesen los esfuerzos intelectuales por... "perseverar en su ser", como, por cierto, es propio de todo ser viviente de este mundo! Y, a pesar de los esfuerzos por asimilarnos a instancias suprahumanas y supramundanas -realizados precisamente por humanos-, es irrefutable que formamos parte de la física del mundo en un sentido amplio, sentido que no todos compartimos ni nos interesa compartir (y seamos serios y reconozcámoslo: en absoluto por cuestiones de inferioridad intelectual, ceguera/sordera, alienación o ideología... como unos a otros se atribuyen). Básicamente buena es en todo caso la base que adopta Kolakowski en este asunto: sin duda, "ser humano y mundo son dados juntos, en una unión indestructible" (La presencia del mito, Amorrortu/editores, Bs. As., 2006, pág. 25), aunque en realidad habría que añadir que ambos son resultados específicos y que el darse juntos es producto de la propia percepción humana... como puede verse y narrarse desde una óptica existencialista.

A primera vista, parece que ello nace del conservadurismo inercial que caracteriza la constitución y preservación de todo individuo, tendencia que tiene la propiedad de autoreforzarse o reafirmarse por sí misma, sin esfuerzo de la voluntad: si todo se repetirá, estaríamos respondiendo a la realidad al pretender que siga siendo la que hemos conocido, a la que duramente nos hemos adaptado, la que mejor responde a nuestras conductas emuladas y copiadas, incluso aprendidas, y que todos los que nos rodean valoran como más eficaces; la que nos deja un espacio abierto donde vivir y reproducirnos... o nos lo promete como ninguna otra.

Sin embargo, deberíamos asumir (como la Historia testifica -a nuestro favor, es decir, a favor de los vencedores y su decendencia y más allá de las lecturas sesgadas y tergiversadas que pretenden que avale lo contrario-) que puede haber y hasta podemos dar por seguro que habrá otro mundo en el futuro; un mundo que, probablemente, muy probablemente incluso, no nos contendrá ni admitirá, que no permitirá la supervivencia de las subespecies en las que hoy nos fragmentamos, sino... otras, vaya uno a saber cuáles... Por eso se lucha contra la incertidumbre, para evitar lo que promete en contra nuestra.

El mundo y sus compuestos, como parece lógico a pesar de la ignorancia voluntaria o, como habría que decir a mi criterio, necesaria, constituyen una unidad específica, un único organismo vivo que crece para por fin morir, aunque al mismo tiempo viva en un sistemático y múltiple conflicto interno. Lógico y evidente, casi de perogrullo, pero para los intelectuales modernos y modernamente residuales... tan repugnante como los postulados de las geometrías relativistas lo fueron en su día para los convencidos de la verdad absoluta de la geometría euclidiana.

Este enfoque no es desdicho mediante los ejemplos de los revolucionarios, los utopistas, las revoluciones y las utopías que se han alzado y se alzan con mayor e menor éxito aparente... El mito encubre la falsedad, o mejor, la representación de un cambio, encubre o disfraza la intencionalidad de conservar del mundo lo que nos beneficia (o eso sentimos) e inclusive de extender esa parcialidad viva a la totalidad... convirtiéndonos en el grupo dominante.

Y los discursos no hacen sino reflejar tanto la necesidad intelectual de disfrazarse como la de reclutar compañeros, "colaboradores en la recolección" (Nietzsche, Así habló Zarathustra, Bruguera Libro Clásico, Barcelona, 1983, pág. 59), esto es, la de crear esa vanguardia consciente que necesita toda revolución como primer paso, desde los cuatro discípulos de Buda hasta el Partido de los Comunistas y la Internacional de Marx, pasando -más de hecho que de derecho y en principio- por el propio Nietzsche como ha quedado expuesto y por cualquiera de nosotros... dependiendo en todo caso de las circunstancias y del grado de autoestima con el que se cuente, capaz de poner al Yo y a "la obra" por encima de todo, cueste lo que cueste algunas veces, soledad incluida (ibíd., El signo, ed.cit., págs. 375-378, con el que se cierra el periplo de Zarathustra).

Al contrario, sin embargo, podemos ejemplificar lo que sostengo analizando a los buenos o mejores de entre los mil y un discursos cada vez más acorralados por el imperante sinsentido, los que más valen la pena, en los que da gusto incar el diente porque ofrecen la carne y el tuétano más abundante, fresco y digerible. Ese es el caso de La presencia del mito de Lezek Kolakowski; en muchos aspectos brillante a mi modo de ver y en unos cuantos significativamente elucidante.

La cuestión central que sostiene Kolakowski de manera explícita es que el mito es consustancial al ser humano y que ello debería ser aceptado (¿kantianamente aún?) porque no nos queda otra alternativa que vivir con ello... aunque sea a regañadientes y con más o menos autoengaños y actuaciones autocondescendientes. En su ensayo aporta muchas cosas interesantes al respecto (sin duda, desde mi punto de vista obviamente, coincidimos, en que el mito se manifiesta en todo producto cultural -humano siendo redundante-, se trate de la magia y de la brujería, de la filosofía o de la ciencia moderna.) y una escritura que alcanza momentos de brillantez notables como he dicho. Pero poco a poco se va notando que no acaba de desembarazsarse del racionalismo residual (histriónico) de la posmodernidad que lo ha acorralado y licuado (como sacraliza y a la vez aplaude Bauman), hasta qué punto se descubre la larga pero sólida cadena que lo ata al tronco al que destina su crítica... y cómo, por último, se manifiesta el verdadero objeto de su disertación: ni más ni menos que lavar la ropa para salvar de toda muerte a ese empobrecido, débil, indefenso, denostado, ruinoso, decadente racionalismo que en definitiva defiende de la ruina y de la decadencia... cosmopolitismo incluido, ¡cómo no! Por eso, incluso, acaba coqueteando con el relativismo o al menos es incapaz de escapar de su círculo de fuego... Y es que conservar la idea de una humanidad única, real o potencial, pero conveniente, bien valorada, etc., así como destinada a mantener una relación contractual, es un obstáculo para escapar de las contradicciones narrativas que pretendan dar cuenta de lo que sucede a nuestro alrededor. Todo lo contrario, hay que insistir en que no existe tal humanidad salvo en el mito y en la intencionalidad oculta de las utopías, que por el contrario es fragmentada por naturaleza, y partir de ello repensar y rumiar cada una de las cosas que suceden.

Esta vocación se manifiesta de manera corriente en todas partes y da lugar a notas y prólogos de estudiosos y/o traductores o artículos en donde se proponen lecturas condescendientes que tratan de reducir los efectos, de retrotraer lo dicho por algunos más acá en lugar de más allá...

Yo no pretendo aquí desarrollar estas críticas de manera exhaustiva ni siquiera en relación al libro de referencia, pero lo principal a mi criterio será considerado. Y fundamentalmente a consecuencia de tomar como principal punto de controversia el resultado último al que arriba Kolakowski a instancias de su narrativa. Ese resultado último, inevitable focalización de lo que pretende funcionar como causa primera en toda narrativa humana que se precie y en el propio sentido que le da Kolakowski al concepto, inevitable por tanto en todo mito,  es presentado por él en el capítulo 8 siendo en realidad los restantes poco más que sus apéndices; causa primera o fundamental pues de lo que considera, un tanto débilmente sin embargo, la inevitable e intextirpable presencia del mito.

En el mencionado capítulo 8, pues, Kolakowski nos presenta el fenómeno de "la indiferencia del mundo", como la llama con ampulosa seguridad, y lo hace con estas sugerentes palabras: "El proyecto mítico, que exige una respuesta acerca de la contingencia del ser, tiene su raíz, que se regenera de continuo, en el giro elemental del hombre hacia su propia situación." (op.cit., pág. 91; atención a las últimas palabras), con lo que puedo llegar a estar casi totalmente de acuerdo. Pero enseguida define incondicionalmente: "Es el intento de enfrentar o superar la experiencia de la propia heterogeneidad frente al mundo" (ibíd.), lo que aún no es del todo explícito pero lo será acto seguido, como descubriendo la piel del objetivo retirando la tela que la cubría: "El fenómeno de la indiferencia del mundo (reflejo por lo visto, sin más, de la mencionada "experiencia de la heterogeneidad") se cuenta entre las experiencias fundamentales..." (ibíd.)

Pero esto, además de responder a una explícita narrativa mítica con ingredientes indiscutibles del típico animismo que alimentó los mitos más primitivos -y "que (igualmente) se regenera de continuo"-, lleva, en primera instancia, al psicologismo que Kolakowski pusiera relativamente en cuestión poco antes de exponer esas conclusiones. Incluso insiste al respecto sosteniendo que "más bien parece como si las cosas fueran a la inversa" (ibíd.), y ello porque si existe un "movimiento de huida frente a algo" es que "ese algo debe preceder(lo)" (ibíd.). ¿Qué es ese algo necesariamente ontológico al que se refiere? "Aquello de que huimos es la experiencia de la indiferencia", nos asegura sin  fundamentación alguna y una tautología que sorprende (pág. 92). ¿Eso es... algo? ¿O es más bien una sensación que podría muy lógicamente ser considerada psicológica; acaso una fiera atávica, una pesadilla reiterada desde los primeros pasos del individuo erguido y reflexivo, un trauma grabado a fuego durante el destete cada vez y que se repite luego en cada oportunidad en que se frustra algún capricho... fácilmente atribuible por otra parte a una regresión?

Pero esto nos pone ante una salida que yo no dudo en considerar institucional, una salida que permitiría que esa "experiencia", que, repito, tal y como es descrita tiene todos los visos de ser imaginaria, que sea una sensación... precisamente psicológica, pueda por lo tanto... ser superada con medidas terapéuticas -sean o no explícitamente consideradas como tales-, medidas que, curiosamente, han sido instituidas tanto como la apelación a los analgésicos de los que habla en el capítulo siguiente, pero, sobre todo, como su fabricación, distribución y recomendación oficiales, institucionales. Y de igual manera que la coca y el opio y los psicoreguladores y drogas de diseño de hoy... o el soma fantástico del mañana. Hoy no podemos ignorarlo gracias al mérito desmitificador (y remitificador) de Foucault, que como poco puso en evidencia el carácter político de los manicomios, de los discursos académicos y de otras cosas que permanecía cubierto por el camuflaje sanador (luego médico en todas sus variantes especializadas) en un caso y el de la sabiduría (metafísico-racional primero, positivista luego, operativa por fin...) con el que cada practicante o realizador de esos edificios reguladores y separadores cubría sus vergüenzas (sus repugnantes motivaciones animales) con ayuda de una lectura racionalista a la medida de las circunstancias. Una lectura que preservara lo que no se podía comprender como... divino. (Nótese que sobre Foucault, cuando no se lo tregiversa más allá de sus propias contradicciones, se lo acusa de:  haber sido "un hombre brillante, pero su brillantez fue utilizada para arrojar sospecha sobre las instituciones más que para intentar reformarlas" (Rorty, de una entrevista), lo que pone en evidencia la auténtica vocación de Rorty y me lleva a repetir "¡Ah, si nos ciñéramos a dar una lectura más del mundo y renuciáramos a la compulsiva voluntad de transformarlo!". Y es que el cosmopolitismo decadente, en algunos casos claramente frustrado por los hechos que se imponen como una gripe a cada vez más intelectuales desde que fue inventado, acabará tomando el modo de ser histriónico de la posmodernidad, licuándose, perdiendo consistencia concreta, reduciendo las diferencias a maneras e ignorando los tambores de guerra que las diferencias significan. El cosmopolitismo incondicionado se reduce a bandera táctica de los conservadores silenciosos del primer mundo, de su mundo mermante y decadente.

El ser humano apela instintivamente a curarse de esas sensaciones  psicológicas (siempre condenadas por diabólicas, ya por los chamanes y los brujos, ya por las religiones instituidas, ya por la ciencia moderna) mediante diversas curas, siempre en concordancia con su idiosincrasia: se adorna, intenta conservar su belleza física, su potencia verbal o su habilidad de pensamiento, su capacidad para hacer reír o divertir o entretener, etc., no de manera casual o voluntaria, sino compulsiva... dependiendo de las facultades que él mismo detecta en sí, que en principio son las mejor desarrolladas de sí mismo. Y de hecho Kolakowski lo que sostiene es que el hombre afectado por esa indiferencia que recibiría del mundo huye de ello de igual modo, a curarse, a curarse adoptando precisamente el mito.

Pero aquí también ayuda la tecnología... que no es en absoluto impersonal sino todo lo contrario, que no es un mero resultado de la evolución humana orientado a "superar la indiferencia del mundo mediante la apropiación tecnológica de las cosas", según de nuevo Kolakowski, op.cit., pág. 97) sino un instrumento de dominación, de domesticación (palabra que me congratulo de encontrar fructíferamente utilizada en Kolakowski), de dominación y demarcación por tanto... propia de grupos definidos que necesitan diferenciarse de los otros porque no pueden ver hermandad y seguridad más allá del grupo sino sólo enemistad, competitividad, deseos equivalentes a los propios de exterminio o dominación total. Como señalara Judith Rich Harris: "...hemos nacido xenófobos" (El mito de la educación, Deboslillo, Barcelona, 2003, pág. 159). Como señala Nietzsche, poniendo piedras ante sus propios deseos remanentes: "Ningún pueblo habría podido vivir (sin) (...) sus valoraciones; más si quiere conservarse, no puede valorar como valora su vecino" (op. y ed. citadas, pág. 97).

Y esto brilla por su ausencia en Kolakowski...  en nombre de la posibilidad y del deseo utópico de un cosmopolitismo de comedia... ¡que en lo fundamental sólo es camuflaje, como todo lo que un grupo erige como valoración para distinguirse de los otros y lanzarse a la batalla del dominio, "la cadena que ate las mil cabezas, (...) la única meta (que) no tiene aún..." (Nietzsche, ibíd., pág. 99; paréntesis y negrita míos)!

Yo sugiero que lo ignora y lo desdibuja porque le repugna, como el kantiano residual, el racionalista residual, que es, ya tocado levemente de posmodernidad y de relativismo por la varita de estos tiempos mágicos. Nadie que no milite bajo las banderas del mito occidental por excelencia puede sustraerse a esa necesidad de conservar el mito al que se aferra desesperadamente todo miembro de esta sociedad (y a las formas políticas que por fin adopta de manera cada vez más compleja y artificial hasta hoy a caballo del racionalismo clásico que cabalga a través del tiempo, envenjeciendo pero vigoroso como pocos...) Es la única explicación que cabe para comprender cómo Kolakowski o en otra plano Leo Strauss pueden tener la visión que tienen respectivamente del "sentido del mito" y de la "Existentz", producto el primero claramente grupal y delimitador por antonomasia (marcador, etiquetador, diferenciador... guerrero) o hablar en el límite también de libertad y compromiso dejando explícitamente de lado en lo posible la grupalidad. Precisamente, se acerca a Rorty cuando hace primero del mito un inseparable, un handycap inextirpable, que asume luego sin explicar por qué del todo (porque él mismo justifica que no lo pueda hacer en nombre de lo primero, quitándose de manera relativa todo fundamento, como si fuese un producto de la educación, de la doma (pág. 37) de lo es capaz ni merece la pena hacer vanos esfuerzos por desembarazarse), y que sin duda debemos identificar con la defensa de Occidente, del contrato social, de la paz, de la democracia... (véase la similitud con los argumentos de Rorty en Sobre la verdad: ¿validez universal o justificación?, en Amorrortu).

La sed de respuesta taxativa y abarcadora propia del intelectual tradicional, que dificulta por su parte de abandonar la esencia íntima del mito ("En efecto, es incontrastable la necesidad de disponer de una herramienta conceptual orientada hacia la existencia en sentido incondicionado...", ibíd, pág. 29) lo lleva a su vez a negar la posibilidad de un incondicionalismo fragmentado que en lugar de hacer equivalentes y válidas todas las morales las señala simplemente como herramientas de autoidentidad y de confrontación, lo que da una definición de incondicionalidad que sí permite su reducción, como la califica él mismo reduciendo su significado para evitar la crítica radical, esto es, "... a la pertenencia a una clase..." -ibíd-, aunque no en el sentido idílico, de modelo, ideológicamente precondicionado, apriorístico, mítico en fin, del marxismo. Del mismo modo, tiende a rechazar -de palabra- a partes iguales el naturalismo y el psicologismo, que igualmente, como con el marxismo, si los consideramos por lo que dieron de sí y en atención a la pretensión de que resuelvan en su seno todos los detalles, a la manera de la ciencia con el átomo (sea o no algo concluyente), no cabe sino coincidir con él. Pero si se evitan las simplificaciones y se reconocen los planos diferentes y parcialmente autónomos (codeterminantes por tanto en una u otra medida) a través de los cuales actúan fuerzas o tendencias, características y facultades más primarias y específicas, el problema comienza a tomar una forma mucho más sólida y elucidadora... Y evita las reiteradas recaídas de hecho a las que se sucumbe cuando a lo sumo se remozan variantes equivalentes a las criticadas, el psicologismo, el naturalismo, la fenomenología, la metafísica, el positivismo, el animismo, el antropocentrismo... Claro que todo esto puede ser resaltado y la crítica de los discursos conducir a algo que sea capaz de llegar hasta las raíces mismas, o sea, ser realmente radical y realmente crítico, si se desenmascara a los productores de mitos y cultura, a los intelectuales; si se les arranca el disfraz de semidios a su persona en cuanto expresión más elevada del alma o psiquis más pura, si se baja del pedestal al que nuestra perplejidad a situado nuestra propia reflexividad, nuestra conciencia... si, aceptando la tendencia e incluso la vivencia interior que de vez en cuando se presenta, no decimos sin embargo, con fingida resignación y real oportunismo, que "tenemos entonces el derecho de atribuirnos, en medida cada vez mayor, una capacidad creadora semejante a la divina" (ibíd., pág. 97)

Por contra, la apelación (parcialmente nietzscheana sin embargo y no única que aparece en el texto) a "la ignorancia del mundo" y al "sufrimiento" del que se pretendería "huir", acaban en cambio volviendo a llevar a Kolakowski hacia el psicologismo, por más que declare tomar distancias con respecto a éste, y acabar sumándose a la añoranza atribuida alegre o literariamente a todos en "la superada impredecibilidad de las cosas" (ibíd., pág. 100), lo cual podemos ver hasta qué punto vivimos estrictamente lo contrario en estos tiempos de Crisis "financiera", e incluso el idealismo ("no elimina de verdad...", "... es sólo aparente", -ibíd. pág. 97-), etc., chocan en nuestra mente y nos desconciertan si tenemos presente lo que el propio autor sostuviera poco antes acerca de la condicionalidad y los valores, la mecánica del mito, etc.)

Pero, ¡y aquí es cuando se descubre el verdadero rostro bajo la máscara!, ese canto semi-relativista donde una parte hace de cal y otra de arena, deja las puertas abiertas para todo tipo de medida y medio de conservación de lo existente como de "lo mejor que hemos creado", es decir, al cueste lo que cueste en el límite, a la represión y a la salvaguarda del status quo mediante toda la batería de soluciones posibles, desde la medicina hasta la inculcación, desde las prisiones hasta los manicomios o las drogas, desde el exterminio hasta la marginación... y demás medidas socio-políticas institucionales que podrían, desde el poder instituido, solventar la ansiedad asociada y adormecer las ilusiones peligrosas (en un sentido grupal, debe entenderse). Sí, incluida la corrupción sistemática de las masas por el Estado del Bienestar, corrupción nacida de su propia idiosincrasia pero a la que se le dan varias vueltas de tuerca adicionales, muchas veces  hasta franquear el límite del escándolo...

Desde ya que no se me ocurra oponer alguna militancia a esas conductas, ni mucho menos, ya que las considero tan inevitables e inextirpables como, por tomarlos de ejemplo, los propios mitos; tan imposible de dejar de verse involucrado en uno u otro grado en ellas. Son la cara oculta de los grupos, la consecuencia de la necesidad de demarcarse, de tener señas de identidad, hasta el final y defender "el ser", de "perseverar en su ser" en sentido estricto y no genérico o conceptual que era en realidad como lo expresara Spinoza.

El problema es pues... el excedente de autoestima a que da lugar la autoconciencia porque nunca fue algo programado a la perfección (ni más ni menos, con la exactitud de un programa), la perplejidad que produce la comparación entre lo que yo valoro de mí y su efectividad para tener más de dos patas.

Las cosas no suceden de manera simple ni esquemática ni mecánica ni precisa. Esto sólo tiene lugar en el modelo imaginario en donde se aisla toda perturbación y se da por sentada la existencia de un programa previo que regirá su comportamiento, de un prediseño que, como todo lo formal o racional, "no pasa de ser obra humana y delirio humano" (Nietzsche, Así habló Zarathustra, ed-cit., pág.67), es decir, creación del ser humano, artificialidad. Así, si pensamos que la instancia humana (y no sólo) da lugar a diversas mediaciones y está sometida al peso inestable de las presencias específicas de cada plano (social, psicológico, orgánico...), a grados imprecisos de imperfección, a la presencia inconstante de neutralizadores y reforzadores que responden a su propia dinámica, a la aparición imprevista de interacciones (no azarosa, ya que lo que aparece en los marcos de un sistema próximo lo hace siguiendo sus propia cadena de determinaciones), etc.; si no le pedimos por tanto a cada plano que de respuestas definitivas y aclare de por sí todos los detalles, aparte de no exigir llegar a describirlos con imposible precisión; entonces no será un problema buscar y ubicar las causas fundamentales en la idiosincrasia básica del ser humano, la cual, si la liberamos definitivamente de nuestra perplejidad, si dejamos de lado nuestra predisposición a  valorar como divinas nuestras facultades reflexivas y nuestra potencia creativa (lo que precisamente, desde mi punto de vista, da alas a unos y otros mitos, a todos). Entonces sí podremos realizar "el giro elemental del hombre hacia su propia situación" (Kolakowski ya citado antes), es más, podremos hacerlo de manera tan fundamental que habremos expulsado de una narrativa tal la presencia del mito... al menos en su núcleo.

Esa idiosincrasia humana no puede verse sino como resultado evolutivo, es decir, histórico. No puede sino tener que ver pues con lo que ese resultado tiene de particular, de distintivo respecto de las especies anteriores de las que provino (lo que no podemos decir que sea imaginario, obra del hombre o delirio); ese distintivo no es sino un cerebro de una complejidad específica, el cual tuvo como handycap la debilidad física, la falta de garras y dientes (Kant dixit y también felizmente usado por J. R. Harris en su libro), debilidad que se contrarrestará con la facultad de mentir y la grupalidad.

Por fin aparece algo, por fin aparece "el (auténtico o concreto) giro elemental del hombre hacia su propia situación": ese algo es la conciencia, la propia e inevitable, autónoma en buena medida, imperfecta pero eficaz, facultad de reflexión: es ella la que se vuelve "hacia su propia situación", y es ella la que no le permite comprenderse, específicamente: como parte por un lado de un sinsentido intrínseco, de un proceso irracionalmente desatado y desarrollado, de un puro desenvolvimiento de lo ocasional, y, por otro, como un poder que parece a la vez prometer del infinito (de poder) a la vez que se muestra castrado para poderlo conseguir de inmediato. El problema es por un lado genérico: la vivencia inevitable de la perplejidad que empuja hacia las respuestas metafísicas, absolutas, incondicionales, de los orígenes inciertos y sus causas. Pero por otro, sus respuestas no toman una única forma, genérica o universal: el ser humano tiene de sí mismo un cuadro de perspectivas valoradas, juzga sus atributos y los jerarquiza, y forma en torno a ellos un discurso diferenciador capaz de ponerlo a sus propios ojos en el mejor punto de salida para la marcha hacia aquella infinitud; y esto conforma el núcleo de los mitos. El mundo se aparece como lo que debe ser domado (pero también el mundo interior, para lo cual debe entrenarse, pulir sus facultades sean estas guerreras o intelectuales, potencialmente criminales o socialmente constructivas, egoístas o altruistas...), y cada uno descubre pronto, en su marcha cotidiana sobre un mundo previamente dado, cuál de sus facultades se lo permitirá, si debe resignarse o no a adoptar una actitud pasiva, o carroñera, o conquistadora, o explotadora, o tramposa... como lo fundamental. Poco a poco, a lo largo de la infancia y la adolescencia el individuo reflexivo se va conformando en base a la interacción entre sus características propias (autovaloradas/autorechazadas) y el mundo próximo, grupal, en el que se debe desenvolver. Nada está pre-escrito, salvo los grandes márgenes genéticos que tienen mucho que decir pero no decirlo todo.

Kolakowski no ignora las teorías evolutivo-adaptativas, ni siquiera la omnímoda presencia de la imperfectibilidad (ibíd., pág. 141) en un sentido capaz de poner mucha claridad sobre bastantes cosas, como he señalado, pero en cambio sí se permite ignorar la grupalidad (que parece mejor no mentar, enterrar, exiliar de los discursos, aventar como al mal de ojo o a la peste...), todo en nombre del cosmopolitismo que pretende preservar... perdón si insisto, como esperanza vana, la vieja esperanza de la modernidad, de Kant, de Goethe... que ha supervivido con cada vez más mala cara; la esperanza  remozada o renovada, engañadora, publicitaria, de márketing de Marx y de sus inmejorables seguidores que señaló la humanidad unificada -¡y vaya si no llegó a ser unificable!- del futuro en la semilla proletaria (todo lo contrario de "un llamado para restituir al hombre su humanidad" -Kolakowski, ídem, pág. 46-), las esperanzas de la intelectualidad moderna que cada vez claudica y se burocratiza más y más en número y en intensidad como parte de sus deseos y proyecciones grupales idiosincrásicos (que podríamos llamar superar la ignorancia del mundo... efectivo) y una necesaria adaptación, propia de todos los seres humanos, propia de quienes por encima de todo se sienten empujados por la vida a dominar.

Kolakowski, como dije, sostiene una narrativa a fin de cuentas ambigua, que sigue pretendiendo para sí la redirección y codirección ideológica del mundo. Y no se trata de que haya decidido alegremente levantar un mito "a pesar de", sino de esperar que se levante de algún modo para "asegurarle ( a la sociedad) la supervivencia" (ibíd., pág. 136). Y así no llega a ver sino como signos de una decadencia todavía superable la supuesta apertura del mundo, del crecimiento de las "posibilidades de los grandes grupos" que serían "visto(s) por los individuos como una realidad cerrada y fatal, y (con) tanto menos espacio (...) a la iniciativa..." (ibíd., pág. 110), lo que lo conecta con las buenas intenciones del llamado Sistema... Eso sí, sin ver que el resultado es derivado del curso artificial tomado por los seres humanos desde los comienzos y de su grupalidad avasalladora, sumisa, temeraria, insensata, ávida, depredadora, carroñera, etc., de acuerdo con la composición final y... la selección artificial emprendida por los domesticadores efectivos como parte de sus actos.

No ve pues, ya ante el mundo de hoy que pretende aún mejorar en lo posible, por qué la burocratización marcha a paso firme (véase el panorama tal como lo describe Kolakowski, ibíd., págs. 111-112) hacia un abismo donde al menos nuestros grupos mejor valorados sean precipitados y sus idiosincrasias castradas como lo fueran muchas a lo largo de la Historia con vistas a amoldar el mundo a las necesidades de la casta dominante hasta donde le es posible (lo que da cuenta de la mera enumeración o exposición del problema de la pérdida de la iniciativa, de la responsabilidad y del interés creativo). Y no ve que eso es no sólo inevitable desde el ángulo de la resignación sino del de la conciencia, y que esta conciencia debe reconocer su propia futilidad, definitiva, incondicional... tal vez sin dejar por ello de hacer trampas por no poder dejar de hacerlas. Kolakowski se defiende a medias con un eufemismo: sus listas de problemas no "equivalen a desear la resurrección del pasado" (ibíd.)  pero "si pensara (por admitiera) que el proceso es irreversible (...) debería creer en el próximo fin de la humanidad" (ibíd.), y eso por lo visto no se lo puede permitir. Entonces asoma el viejo llamamiento socrático al arte, a la filosofía y... al sufrimiento... algo de lo que las masas están cada vez más lejos... educadas para la copia y la homogeinización, parte inseparable de la mencionada marcha burocrática (que sin duda impregnó a la propia Iglesia, como se reconoce en pág. 113) y protegidas por la tecnología farmacéutica y pronto por la ingeniería genética. Parece pues que en realidad "la narcotización" no sería "el enemigo de la comunidad humana" (ibíd., pág. 118) sino el amigo de la que se va construyendo, es decir, de alguna comunidad humana futura que no se sentirá para nada avergonzada ante la idílica de Kolakowski y Kant, si es que para entonces estos nombres siguen en alguna parte... Y todo ello aparte de que "el placer es aún más profundo que el sufrimiento", como apuntara Nietzche (Así habló Zarathustra, ed.cit., pág. 375).

Otra cosa sería que Kolakowski nos estuviera invitando a luchar por su utopía y sus añoranzas residuales... cosa que él y quien lo siga (lo interprete como sea) está en su pleno derecho. Pero el espacio para tales experimentos revolucionarios se ha reducido a mínimos y hoy sólo pueden ser soñados o narrados. Además, tendríamos que creer en el proyecto de restauración o mejoría, tendría que poder conseguir "legitimar la pretensión de dominio sobre la humanidad" (ibíd., pág. 122), y al menos yo no podría: poner en pie un mundo bueno como el que defienden Kolakowski, Rorty y Bauman (en el caso de Kolakowski al menos, pidiendo una suerte de resignación ya que, advierte, "una sociedad sin conflictos"... "se estancaría" -pág. 127-)...  parece evidente que sería ni más ni menos que volver a empezar... para reanudar sendas parecidas. Al final sólo tendríamos lo mismo (la democracia productora de burocratización y narcotización crecientes... que una tiranía de sabios o de quien fuese no evitaría... o tampoco gustaría -a nosotros o a mí al menos, está claro-), y para eso, no me dejaré engañar ni aportaré mis esfuerzos para otro recambio en la cúspide. Y sin embargo, Kolakowski regresa al ideal del equilibrio, el equilibrio que se restauraría idealmente a sí mismo sobre la base de una confictividad positiva (obviamente, para el propio modelo de sociedad, esta que es incapaz de prescindir de la tecnología, etc. -págs. 128 y siguientes-), equilibrio que sin duda deja remansos de esa paz tan cara a la reflexión y al disfrute... y que sin duda se produce... hasta que el conflicto no puede contenerse más o una de las partes trastabilla o es entrampada. Kolakowski de todos modos cree que todos los hombres pueden refugiarse de los peligros mediante la sospecha (ibíd., pág. 132) pero sucede, como siempre ha sucedido y hoy más ostensiblemente -como hemos señalado que reconoce el propio Kolakowski- que las masas inconmensurables no saben sospechar (o por lo menos lo que prefieren es creer), y esto pasa igualmente entre los clanes o pirámides burocratizadas y entrelazadas que se reparten el grueso del botín. ¿Entonces? Pues sólo más de lo mismo, es decir, de nuevo la República de los Sabios, Platón y Sócrates, el camino de las Academias formadoras, el poder que se reserva a los chamanes primero y por fin a los intelectuales: ellos sospecharán por todos, ellos nos harán advertencias sucesivas, ellos volverán a fracasar dirigiéndose al pueblo tras desatar sus burlas, a correr el riesgo de ser invitados al suicidio, a ser perseguidos y a tener que expresar sus sospechas con prudencia, de manera esotérica inclusive, y a orientarse por fin a la búsqueda de compañeros reclutadores que movidos por la fe en su maestro exclusivo no duden en mancharse las sandalias recorriendo el mundo y prodigando slogans y digestos construidos y sintetizados a partir de las sospechas más desarrolladas.

Así, qué poco queda. Sin duda, el ensayo de Kolakowski intenta, sí, a su manera, con su mejor arte, de garantizar la atención del mundo, de su mundo, evitando toda posible indiferencia o aislamiento... Pero eso no es otra cosa, simplemente, que responder a su propia idiosincrasia en unas determinadas condiciones personales y del mundo ("porque fui educado así" -pág. 38-, como él señala), que impone mantenerse encadenado al racionalismo a ella necesario, es decir, al academicismo y al estamento burocrático-cultural al que pertenece y que tantas gratificaciones le ha dado (premios, honores...) Sus recetas incluyen la confianza en que a la humanidad tal como está hoy occidentalizada (limadas las asperezas de su rusificación -por la abierta en 1917- o tercermundización actual, emergida, igualmente, más o menos en el horizonte del XX y cuyas referencias ciertas se hacen sin demasiado rigor) quepa "asegurarle posibilidades de supervivencia", como ya he citado (ibíd., pág. 136)

Yo, no obstante y al contrario, rechazo (desde mi propia visión grupal del mundo) que se pueda pontificar que "el proyecto de aceptar la indiferencia del mundo con plena conciencia no es más que la conformidad con la desesperanza, o bien otra mistificación que busca soluciones parciales donde sólo son posibles las soluciones totales" (ibíd., pág. 105), lo que se deriva de un etiquetaje reductivo previo (de significación grupal) que lo tergiversa todo para que esa la mitificación competidora tenga una etiqueta disuasiva (del tipo "Cuidado con el perro" o "Perro peligroso") y ni siquiera se intente transitar por su cuerda floja; previo y preventivo. Yo no acepto que "puesto que el hombre se convirtió en objeto de su conciencia, se volvió incomprensible para sí mismo como sujeto" (ibíd., pág. 143). Esto es distorsionar las cosas y culpabilizar otra vez a la capacidad más sofisticada de supervivencia que se ha dado hasta ahora en el curso de la evolución en La Tierra. El problema, para mí, no está en tomarse como objeto (eso es inevitable y fructífero a la vez) sino en hacerlo con radicalidad (algo que podemos y conseguimos muchas veces evitar con ayuda de La Institución).Y ello, presencia mayor o menor del mito en este asunto, me parece posible en los términos que he ido exponiendo, en este y en mis últimos textos en particular.

Para mí, la incodicionalidad de los juicios es inevitable por su inseparabilidad respecto de la idiosincrasia y la posición contextual del individuo en el mundo y ante el mundo (hoy en día, cada vez más circunscrito a lo que se denomina el perfil socio-profesional), todo a su vez sujeto a una lectura interior, marcada -a veces sólo marcada, teñida, salpicada- por los valores y enfoques dominates, y que tiene todas las características de una actuación, de una conducta hisriónica vinculada a la aceptación por el grupo. Y esto no es incompatible en absoluto con la consideración de que todo lo que produce el hombre (que crea, con un ingrediente de nada o invención) es artificial y no sólo no conlleva a la construcción cosmopolita sino al exterminio y al colapso de raíz depredadora, raíz que los mitos tienden a enmascarar para alejarnos de la imagen confusa y desconcertante que aún hoy y en Occidente tenemos de nuestra animalidad deseablemente parcial (hay una buena señalización de Kolakowski al respecto en ibíd., pág. 144, aunque luego se desvía). Incluso, no es incompatible con la propia consideración del propio discurso como artificial, como mero instrumento por un lado y mero juguete en el juego de la historia, evolutiva incluida (como afirma y niega a pesar de todo Kolakowski en ibíd., pág. 147; y todo en nombre de la preservación del "espíritu de tolerancia" y de lo que se define sin más como "mejor" -ibíd., pág. 150-). Sin duda, como algo que maravilla (este mecanismo que induce al individuo a alimentarse se ha fijado en la vida a través de los eones) pero que también, ya alcanzada la conciencia, incita a la ironía, e incluso hace de la ironía y de la risa la única actividad con sentido para el hipotético y fantástico superhombre, o para el personaje a quien revestimos como tal para que regrese a escena; precisamente, como "obra humana y delirio humano" novedoso. Claro que esto tal vez sólo pueda observarse y adoptarse desde el desarraigo, (y por ende desde la frustración que lo anticipa o lo prepara entre otras soluciones, donde la "indiferencia del mundo" sólo sería circunstancial al margen de la alternativa que unos u otros acaben escogiendo) y esta no es sino una categoría y una posición social más dentro de un mundo dado y en particular el del presente.

Así, para mí no se trata de ninguna "esperanza humana" (ibíd., pág. 159 y resto de las Conclusiones), no se trata de otro "ensayo" (ibíd., pág. 162) en una nueva marcha ascensional hacia el denodado punto omega, o el Progreso definitivo en Paz, o el Edén, o el Comunismo, etc., sino de una situación impuesta a un individuo que tiene la facultad de ingeniárselas dentro de ciertos límites, límites que pueden provocar muchas reacciones, incluida la de caer víctima fatal del sentimiento de derrota... La fragilidad no es pues "un signo de derrota" (ibíd., pág. 163) para todos ni un certificado digno de grandiosidad (ibíd., pág. 164), pero sí es signo y garantía de confusión y de perplejidad, y por ello es vivida de manera ambivalente. "... cuál es el rostro del mundo y cuál su máscara", se pregunta Kolakowski (ibíd., pág. 164), cuando las que hay son las que el hombre pone a sus personajes y a sí mismo en un mundo cuyo rostro es la máscara y el rostro al mismo tiempo. Y en el que yo también, inevitablemente siendo lo que soy, como confesara Zarathustra (Nietzche, op.cit., pág. 68), "inventé para mí una llama más clara"... o, en realidad, sigo procurando inventarla, tal vez tan sólo porque la llama sea a fin de cuentas Yo, esto es: "mi obra" (ibíd., pág. 378).


miércoles, 22 de septiembre de 2010

Raices fuertes, raíces débiles, espacios reducidos, espacios imaginarios...

Parece tan inverosímil imaginar un ser humano que no se tome en serio ni tome en serio aquello que defiende como decisivo o vital, como imaginar que pueda evitar emitir juicios de valor o abrace un mito.

El ser humano prefiere querer la nada a no querer, sostenía Nietzsche ya a sus veintitantos años.

Sin duda, cuesta pensar que Hamlet abandonara de repente sus planes de venganza y se dijera que siendo el mundo y la vida formas de un sueño fútil e inconducente, dominado por el sinsentido y sin una sóla razón defendible, se exiliara, por ejemplo, lejos de los hombres... Cuesta pensar que Zarathustra se habría quedado en la montaña hasta morir de tristeza, convencido como estaba de estar cargado de sabiduría hasta la coronilla,  sintiéndose "hastiado" como "las abejas" por "un exceso de miel", considerando que "la copa" buscaba "desbordarse". Y mal vivir resistiéndose a la necesidad compulsiva de llegar a los hombres y ser por fin algo, y en concreto él mismo, entre ellos o... a su cabeza (como habría dicho el Goetz de Sartre).

Sin duda, cuesta pensar que la locura sea al mismo tiempo tan engañosa como estar a la vez loco (como podría verse desde la mirada exterior de algunos, Polonio, por ejemplo, en relación a Hamlet) y... seguir un plan que parece seguro.

No. Si hay planes hay cordura (*). Y si hay cordura hay una causa detrás de las acciones. La mentira (se termine creyendo en la propia o no, dando lugar a una actitud que se considera honesta) tiene por misión conseguir de los demás y del mundo lo mejor que sea posible para nosotros mismos. Aquí reside el secreto que todos quieren mantener en vergonzoso secreto y que también todos vergonzosamente respetan.



(*) El Zarathustra de Nietzsche, ya que lo he mencionado, no tarda más de lo que dura una experiencia frustrante con el pueblo para descubrir que no debe continuar intentando predicar para él, y modifica de inmediato sus planes: a partir de la nueva toma de conciencia, Zaratustra asume el objetivo más perfilado de buscar exclusivamente "compañeros"... "compañeros en la recolección", "eremitas" o "parejas solas". Con ese descubrimiento, acaba el "Prólogo" y comienzan los "Discursos"... y "Así comenzó el ocaso de Zarathustra".


domingo, 12 de septiembre de 2010

¡Basta!, si es que se puede

Creo pertinente repetir aquí (con algún adendum leve) lo que remodelé a cuento de unas reflexiones que Luis Thonis me hizo llegar por email y en donde extendía (¡nunca podremos decirlo todo dentro de los límites de los discursos cerrados!) su encantador artículo sobre Baudelaire y los paralelismos entre la Bélgica que visitara el poeta en el XIX y la situación hoy generalizada e imperante...

Los intelectuales (como Baudelaire; como el Sócrates de Platón -y por ende él mismo-, quien sentenciado por el pueblo -y por ende senciable- sentenciaba que el Reino de los Cielos sólo le estaba reservado a... ¡"los filósofos"!, es decir, a nosotros...) ven a los demás seres humanos con desesperación: ¡no son filósofos, no se conmueven ante lo que "exige" conmoción, ante "Lo (que consideran/mos) Magno"... Sin embargo (cito del artículo de Luis): "...el conatus de Espinosa por el cual toda criatura tiende a perseverar en su ser. Bartleby ("el escribiente" para más señas) llama la atención porque no está loco, tan solo tiene una relación lógica y única –es decir fatal- con la verdad; en eso está en la vía de Sócrates".

La cuestión, pues, parece estribar en que los Bartleby no son monstruos extemporáneos (¡como ni siquiera lo somos nosotros (los intelectuales), a menos que veamos toda la naturaleza como un constante engendrar de mosntruosidades, que podría ser...!) sino meros miembros de un ejército que crece sin pausa (¡muchos miles de millones ya!). Así, mal que nos pese (a los intelectuales), parece evidente que "toda criatura tiende a perseverar en su ser"... aunque no en el sentido del ideal nuestro, ni el cosmopolita, ni el occidental, ni el futuro "hombre consciente"... que "debe(ría) ser", ni el del clon genérico, homogéneo y perfecto que se situaría desde siempre en La Caverna... y que no responde sino al deseo de todo individuo de "perseverar" reproduciéndose, domesticando y exterminando incluso.

¡Basta pues de indignación y de sermón admonitorio: ellos saben lo que hacen tanto como cualquiera... y en buena medida hasta donde hay que saber y reconocer (esto sólo podemos aventurarlo)! ¡Ellos sólo sobreviven, como nosotros, como todos, más o menos pintarrajeados, adornados, disfrazados, caracterizados...!

¡Ah, si nos ciñéramos a dar una lectura más del mundo y renuciáramos a la compulsiva voluntad de transformarlo!

miércoles, 8 de septiembre de 2010

Vacaciones de un intelectual europeo al mayor basurero del mundo (a tenor de su óptica)

Los occidentales que heredamos y reformulamos tantas veces los mitos del racionalismo clásico, del judaísmo, el cristianismo y el protestantismo, los modales y divertimentos cortesanos -frutos aparentes de gustos exquisitos y alambicados por los espectáculos culturales profundos o sesudos que sentarían las bases de nuestra Ciencia moderna-, la prepotencia de los conquistadores que modelaron nuestras sociedades a golpe de espada, dogma de fe y dogma escrito y un sinnúmero de instituciones de todo tipo y significación, capaces de fabricar como nunca antes una riqueza aparentemente sin límites e infinitamente prometedora de costes cada vez más bajos, cada vez más democráticos, cada vez más libres de ser alcanzados con el maldito y repugnante sudor de la frente... de los otros, no soportamos fácilmente, o eso creemos hasta la convicción, la idiosincrasia que resuman las calles y los rincones de la India, que tan ostensiblemente nos enfrentan a nuestra insistemtemente rechazada y supuestamente superada animalidad (hoy cada vez más metrosexualizada, por ejemplo, como medio para seguir disimulándola).

Allí, por el contrario (tal como nos parece y como se nos aparece, esto es, como pretendemos que sea) se camina a la par que los demás animales urbanos, o sea, urbanizados y hasta tales extremos domesticados que comen bolsas de plástico y respiran el aire poluto que producen una tecnología tan barata como desaprensiva. Cruzándose de igual a igual con transeúntes y feligreses, calzados unos y descalzos otros, con vehículos que fabrican una polución lindante con el envenenamiento masivo, podemos ver vacas, ratas y monos sagrados, elefantes en algún caso, palomas y murciélagos pululando en los havelis abandonados de los comerciantes ricos de otrora, hoy turísticamente explotados, o anidando en los recovecos de los templos; burros, camellos y seres humanos a pedal tirando de carros desbordantes de mercancías que se exhiben luego en plena calle, los stocks a la intemperie o bajo plásticos en cuanto llueve, al punto en que no parece imaginable que se puedan consumir alguna vez en tiempo y forma... y, a la vez, entreverados como si no fueran máquinas, nunca más que meras extensiones del hombre, rickshaws y tuc-tucs conduciendo a través del maremagnum a turistas, escolares, mujeres ataviadas con soberana dignidad, parejas de posibles brahamanes de barbas y bigotes cuidadísimos y turbantes coloridos y blancas e impolutas vestimentas... en todas direcciones, todas en sentido estricto, incluso en oblicuo o perpendicularmente al sentido previsible de la marcha, eludiendo al milímetro los obstáculos de todo tipo con los que se topan, entre los que también están los demás vehículos, evitando usar los frenos, empujándose literalmente hablando como haría una muchedumbre a pie avanzando a base de codazos y empujones y como hacen los animales a los que el pastor fuerza a andar en un sentido u otro, a veces literalmente separándose con las manos del vehículo cercano, muchas veces dando voces a los menos ágiles, a los menos osados, a los pusilánimes... y coches, no muchos, y camiones, millares, algunos increíblemente decorados en el mejor estilo de bollywood, la mayoría fabricados por la TATA, vehículos que en ruta deben esmerarse igualmente por sortear obstáculos, baches, vacas sobre todo y cabras deambulando en sentido contrario o no por mitad de la vía, vacas atropelladas, otros vehículos invadiendo repentinamente el carril contrario o marchando en la dirección teóricamente prohibida o al menos inapropiada, personas atravesando como mejor se les ocurre calles, travesías, carreteras o autopistas...


Pero allí también está Occidente y sigue Occidente, sacando de allí todo lo que puede en una aceptable alianza con los nuevos independizados, los que se han sumado a los que ya lo estaban bajo la corona, siempre dispuestas todas las partes para la traición, corrompiendo y corrompiéndose todos a partes iguales (y digo "Occidente" y digo "los amos de la humanidad en sus expresiones más desarrolladas"... cuando hacerlo no es sino apelar a cortinados de humo y de tules que ocultan el rostro de los amos verdaderos, esos que no lo controlan todo aunque sí están en disposición de sacarle a todo el máximo partido, esos cuyos roles se admiten como inevitables; cuando Occidente y amos no tienen en realidad fronteras ni banderas que no sean superables...); todos en más y en menos viviendo sobre y en los intersticios de la carroña y admitiendo y fomentando el sistema de dávidas y pretensiones adquiridas en nombre de la miseria, el sufrimiento y la vida rastrera en el que se ha alojado a las masas ingentes mayoritariamente compuestas por hombres y niños esperanzados, ociosos, cómodos, indolentes... y en el que ellas se acomodan como a un mal menor. Todos conviviendo en o junto a las ciudades-basureros, ruidosas, ensordecedoras hasta la pérdida de la audición, polutas hasta la ronquera permanente y el ardor de ojos capaz de enrojecerlos de por vida, todos asimilados a una rutina cada vez más estable e inerradicable, donde los animales apenas son distintos de los seres humanos porque en lugar de ser sujetos de la veneración los primeros son (de los segundos)... sus objetos venerados.

Sin duda esto no debe ser toda La India, pero es la que se pone delante de los ojos del viajero que no logra traspasar el límite de la otredad y la extranjería. En alguna parte sabemos que hay una élite que ha heredado la consideración de ese escenario como un mercado próspero del que con igual o aún más desaprensiva habilidad se puede sacar muchísimo partido; un mercado ingente y artificial (artificial como cualquier otra institución humana, sin duda, aunque aquí esto se haga notar in extremis, poniendo de relieve la generalidad señalada). Gandy, el abogado de clase media de los negocios indios en Sudáfrica, fue capaz de autoconvencerse del mito del progreso autóctono e insuflarle vida hasta formar un movimiento de masas y la adecuada mala conciencia. Y esos beneficiados, aliados y imbricados en la globalizada realidad capitalista, están ahí, detrás de los muros de la periferia... en sus havelis... en sus mansiones y en todo caso en sus condominios... En los intersticios de la sociedad india, burocratizada hasta la asfixia, hay por supuesto ejecutivos y tecnócratas modernos en su propio estilo, científicos y técnicos y políticos, funcionarios, obreros asalariados, profesores, agricultores, comerciantes, gestores, artesanos, médicos y sanadores, reparadores y constructores, arquitectos y publicistas y fabricantes de discursos y de slogans y planificadores... Sin embargo, a los ojos del turista, la India aparece como un mundo de hombres reunidos en las esquinas (resultado entre otras cosas de la selección artificial que acaba en la India con los nacimientos anunciados de mujeres en una proporción que asusta gracias sin duda a la tecnología global que se pone como siempre y por doquier al servicio de los mitos instituidos... hasta el mismísimo límite de un posible colapso... de todos modos, en lo fundamental, produciendo ingentes masas al servicio de la procura del botín más fácil, más carroñero, y por ello, de la futura guerra... tal vez con Pakistán, tal vez con China, y demás vecinos, o de todas a la vez, las que ya están de todos modos en marcha dentro de sus fronteras), de repente atraídos por cualquier oportunidad de obtener rupis al modo en que las moscas, ratas, palomas... acuden al llamado del dulce y de los granos... Todo en medio de basura y ruido, gases tercermundistas nacidos de la tecnología automotriz e informática de tipo occidental adaptada a las circunstancias (bajísimos ingresos, altísima resistencia y resignación, permisividad para la polución tecnológica sobre la ineludible polución orgánica... todo lo que da pingües beneficios con altísima concentración y capacidad exportadora de capitales, es decir, una élite de maharajás internacionales con residencias en el mundo entero e hijos en las mejores universidades del planeta...)

Entretanto, ese país superpoblado y superpoluto ha sido dejado... para hábitat de los nacionales menos agraciados por la sed occidental de sabiduría o ciencia (que se fueron a estudiar y a trabajar al extranjero rico)... ¡Todo gracias Gandhi (y un sin fin de coincidencias)! Ya no deben inclinarse ante el saib, ahora deben creer -y muchos, de pensarlo, lo creerían- que la India es para ellos, que han conquistado los derechos de vivir como quieran y arrasar con todo como la langosta... al estilo de sus sucesivos conquistadores y colonizadores. Se pueden cagar en todos los rincones por todo el país, mear en cualquier sitio (siempre que sean hombres), escupir, alimentar a ratas y sacerdotes ociosos e incluso pendencieros y pretensiosos, es decir, ávidos de poder en paralelo con esa otra subespecie ambisiosa, la moderna, la política... y tomarse todo con calma, los errores con displicencia, la rutina con rigor onírico o al menos con enorme somnolencia... Ya no existen los saibs... y a esos turistas que vienen se les da la bienvenida, sí...:

¡Bienvenidos seais... dejad aquí el máximo de vuestras divisas... dejaos engañar en nombre de vuestras malas conciencias y rendid tributo a nuestra pereza y a nuestro sometimiento a la realidad menos perturbadora, simple, la que viene rodada, la que dejasteis en alianza con nuestros ostentosos y mesquinos maharajás, sharmas, warmas y con nuestros comerciantes desaprensivos y más simples, ellos sí exentos de toda conciencia, tanto mala como buena...! ¡Bienvenidos, malditos blancos; explotadores y ambiciosos, seres del diablo, dejad aquí todo lo posible y someteos a nuestra agua y a nuestra comida y... cagad fuego y morid...! ¿No venís precisamente a ver este parque temático nuestro de miseria y mugre y peste y escenas chocantes para la visión occidental al aire libre cuya entrada se paga poco a poco y a lo largo y ancho de vuestro ridículo periplo? ¡Oh, no comprendéis nada, ni falta que nos hace! ¡No vamos a enseñaros nada porque estáis podridos y sois fantasmas de camino a los infiernos y destinados a volver a la Tierra como seres más elementales y rastreros que nuestras ratas, quizás gusanos o serpientes que tendremos que encantar; y que no merecéis lo que tenéis que para nosotros de cualquier forma no es nada porque os lo ha dado el diablo, y que, por otra parte, je... tenéis para por fin servirnos lo poco a poco a nosotros, hasta que podamos conseguir que nos lo entregueis todo mientras vivimos ahora como queremos...! ¡Nosotros sólo queremos seguir comiendo, acopiando todo lo que se pueda -hoy mejor que mañana, más mejor que algo-, y nos purifiquémos en nuestro purificador Ganges en busca del moksa, que es lo único importante... aparte de comer y malvivir...!

Pero algunos de nosotros somos intelectuales y podemos dedicarnos a hacer discursos elucidatorios dirigidos a nuestras propias conciencias y a la autoreivindicación que nos sublima a nuestros propios ojos por ser capaces de denunciar nuestra propia mala conducta, nuestro egoísmo, nuestra crueldad, nuestra avidez por encima de todo, nuestra justificación sobre una u otra base (¿qué podemos hacer? en lugar de ¿acaso habríamos hecho otra cosa?).

Tomamos pues en cuenta algunas de las más convenientes estadísticas y nos solazamos con la visión de lo exótico. La mayoría de los indios son hinduistas, y creen en la reencarnación. Tal vez, nos convencemos, por eso consideren escasas las diferencias entre ratas, vacas, etc. respecto de ellos mismos y de los demás seres humanos a los que desprecian y condenan en cuanto se lo permiten las circunstancias: se trataría, al menos muy probablemente, de las formas visibles con las que algunos han debido renacer tras una vida humana o en todo caso de formas de vida que podrían hacerse humanas por primera vez en alguna enésima oportunidad... ¡Hay que tratar a todas esas criaturas con extremo cuidado: tal vez fueron nuestros ancestros, tal vez sean nuestros decendientes...! Si no han sabido acopiar karma suficiente para alcanzar el moksa (ese paraíso original o primitivo del que salió el nirvana más o menso selectivo del budismo)... debemos perdonarlos y esperar de ellos que lo hagan mejor en el siguiente ciclo... ¡En cambio esos descreídos occidentales! ¡Anatema, anatema, anatema...!

En este sentido, según nuestra buena conciencia, en la India se plasma en la práctica como en pocos lugares del mundo actual la conclusión obligada del darwinismo (como mito) de que los hombres sólo son animales... Bueno, aunque unos menos que otros... en función del grado en que se han podido alzar, de una u otra manera, por encima de los demás... (¡que ésta es la clave!).

Los hinduistas no descartan empero conseguirlo, es decir, dejar de ser a la vez animales y hombres-animales, escapar en fin del ciclo sistemático de las reencarnaciones y alcanzar el moksa. Para los más consecuentes sólo cabe la animalidad mundana o la divinidad supramundana, y para orientarse hacia el moksa... hay que tener tiempo... acudir al templo... rezar... purificarse... Para salir de la animaidad... hay que ser primero un hombre-animal de lo mejor, de lo más puro, dueño de más de dos patas y dos brazos (es decir, de al menos una mujer y unos niños que trabajen para la familia entera...) o... un Estado redistribuidor que sepa atraer, por ejemplo, al turismo y tolerar la mendicidad mafiosa entre otras cosas...

En fin, nada que los occidentales hayan dejado del todo de lado o no cultiven más o menos marginalmente y que no estuviera en su cultura en sus cimientos y desde su fundación... Nada pues que no nos haga similarísimos con matices, tal vez con algo más de pulcritud, de responsabilidad, de disponibilidad sumisa al hormiguero al que pertenecemos, donde se establece esa conciencia cosmopolita nuestra que mientras todo va bien nos induce la idea de que no podemos por ejemplo avanzar a los codazos por la calle o para subir al autobus... aunque en el límite, en uno u otro límite más o menos distante de lo cotidiano, el que consideremos o veamos necesario en un momento dado para defender nuestra propia vida, estilo incluido, y nos imponga matar llegado el caso o al menos empujar al prójimo hacia la muerte...

Claro que la pureza no tiene mucho que ver con la adoptada como tal en Occidente, pero tampoco se han hallado las reglas universales de la decoración.

Sócrates, decisivo en la constitución del modo de pensar occidental que hemos heredado y reiteradamente hemos instituido piedra sobre piedra, sostenía antes de morir (siempre según Platón) que el cuerpo era capaz de contaminar al alma hasta incluso llevarla a la perdición absoluta, a la verdadera y definitiva muerte del alma. Sócrates según Platón, y este en consecuencia, no daba ninguna esperanza al que no se purificara de verdad a lo largo de su vida. ¡Claro que para eso había que tener el knac que no hay cómo lograrlo ya que no es esto algo que se pueda ganar ni con tesón ni con ayuda! ¡El dios había puesto en ciertas almas el don, el regalo de la capacidad y de la vocación: había que hacer una vida de sabio y de estudioso, única vía que permitiría al alma librarse de las dependencias del corrupto y pernicioso cuerpo -¡de cuya posesión y carácter de prisión no se halló nunca el sentido, maldita sea, aunque se imaginaron unas cuantas opciones incongruentes-! Y eso, que podía no ser tomado en serio, tomado pues como un deber más que como un regalo del que disfrutar, sólo era posible para unos pocos. Tal vez por eso, para Platón las almas que guardaban en la eternidad de su condición todo el conocimiento absoluto eran las mismas que una y otra vez anidaban en los cuerpos de los filósofos y de sus más dilectos predecesores, los poetas mitológicos o divinos, los magos, los sofistas, los alquimistas... hasta donde alcanzasen las referencias. En todo caso los primeros que comenzaron a comprender los designios de los dioses... sin serlo, los que fueron despertados de la oscuridad por el fuego que les regalase Prometeo...

En la India, la mayoría de los devotos hinduistas cualesquiera sea su darsena (al margen quedan los sijts y su "nuevo tono" nacido en el XV de la influencia occidental), se purifican en el Ganges, un río plagado de bacterias y de contaminación -recientemente algo más controlado: en cuanto a cadáveres en todo o en parte que al él se arrojan todavía-, viven y adoran a ratas y vacas (una de las dos esposas de su máximo dios fue modelada con estiércol de vaca), y sus cuerpos conviven con la mugre y el escarnio, despreocupados desde nuestro punto de vista por el cuerpo, al que no cabe sino pensar que se lo trata como una parte accidental y accidentalmente aislada del entorno físico, o tal vez demasiado imbricada en él como para que importe demasiado. Es como si se transitara por el mundo en un sentido más amplio que como cuerpo, entrando y saliendo de todas partes... La piel no protege, no aisla, no preserva... el alma; no la distancia de la contaminación. Sólo la devoción, la dedicación al alma, a lo espiritual que fluye y está en todas partes y atraviesa el tiempo mudando sólo de forma de manera múltiple, desdoblándose en miles de seres que en realidad son Uno, un Ser que no vive en el tiempo... y que sin embargo debe actuar como un individuo en cada una de sus partes... En este sentido, parece una postura mucho más democrática que la de nuestro viejo filoaristocrata griego... y tal vez por ello siga reuniendo a más de mil millones de creyentes, integrada sin conflicto con las prácticas del mercantilismo y la planificación económica y social (la más sofisticada y última forma del racionalismo efectivo). Democrática dentro de sus límites de casta, lo que no es sino otra variante de los límites establecidos de mil formas y con diversos rigores desde que el primer grupo en la historia humana supo hacerse con una diferencialidad distintiva -establecida en un conjunto de iconos y de reglas de conducta- respecto de sus novísimos y predispuestos esclavos.

Es evidente, al menos para mí y desde un enfoque particular que se reconoce profundamente excéntrico, que a fin de cuentas hemos topado con el problema común a toda la especie humana. Pero no se trata en lo más mínimo de algo que una a todos sus miembros en una única humanidad, como habrían soñado o tal vez sólo publicitado los bien pensantes occidentales que aún sostienen formalmente el cosmopolitismo de la modernidad primera. Lo común y problemático, precisamente, es lo que me lleva, nos lleva, lleva a todos, a atrincherarnos en la diferencia, en la defensa de lo que somos y de lo que queremos que sean todos, lo que nos une más o menos, traiciones y vacilaciones y pusilanimidad e interéses parciales inevitables de por medio, a... marchar hacia la guerra y la conquista, la opresión, el dominio, el usufructo... El problema común: diferenciarnos, sentirnos dueños de una identidad que no sea la del otro y en torno a la cual habrá de tejerse finalmente nuestro mito adoptado hasta el límite de lo admisible (que puede ser el colapso). Es ineludible en principio, o eso parece, y a fabricarla y fabricarlo nos dedicamos con ahinco y convicción gracias y por culpa de esas herramientas de la autoconciencia y de la incertidumbre que definen nuestra especie y que han dado, dan y seguramente den aún las mil y una diferentes puestas en escena y los mil y un guiones y senderos que unos y otros hemos ido creando de manera tan diversa como compulsiva e infructuosamente. Es lo que más necesitamos. Eso sí, siempre en pos de establecer o conservar el poder que seamos capaces de ejercer sobre los demás de acuerdo a nuestras facultades, poder que puede pasar incluso por la aparente servidumbre y el usufructo del victimismo y la desgracia... Porque a la autoconciencia y la predisposición a la sospecha hay que unir la extrema habilidad del ser humano para la mentira y el engaño, la trampa y la simulación.

Eso sí, todo nos causa ese arrebato ingenuo en el que preferimos refugiarnos como si fuesemos inocentes de verdad. Y nos dejamos inundar por la perplejidad más simple, la que oculta nuestras vergüenzas. Por eso será que, cuando viajamos, observamos y somos observados (¡y vaya si lo hacen los indios con una curiosidad ciertamente antropológica... y casi antropofágica... -¿o no nos devoraban con los ojos?-), entreteniéndonos en la contemplación de todas esas mil y una curiosas representaciones nuestras y, maravillándonos, sentimos en el fondo en muchos casos... pena.




domingo, 5 de septiembre de 2010

Conocerse a uno mismo para conocer el mundo: un subterfugio platónico a pesar de todo

No puedo sino suponer que Sócrates (el de Platón, su alter ego, es decir, él mismo) llegó a toparse con un muro infranqueable que a fuerza de intentar atravesarlo se convirtió en un espejo.

De haber sido niños en sentido estricto lo habría atravesado como hizo Alicia, es decir, habría entrado, definitivamente o no, en el dominio de la fantasía, que es un lugar en donde todo da lo mismo y a la vez importa hasta lo más nimio, donde todo se hace importante como objeto de diversión y de martirio, de escarnio al prójimo y de culpa… Un lugar que para los que no salen nunca de él los demás consideramos locura (¡y eso a pesar o porque estamos dentro de una mayor!)

Pero cuando se siente la madurez, es decir, la certeza prometeica de la muerte, esa certeza que la locura de una u otra dimensión sólo ocultan a la mente sin poder aventarla ni un poquito... cuando se tiene en la mano el fuego ulcerante de la conciencia del poder de la creatividad propia y ajena y de su resultado, la artificialidad... el espejo se vuelve definitivamente infranqueable y sólo puede devolvernos la imagen de uno mismo.

No otra cosa puedo imaginar que moviera a Sócrates/Platón a reconocer (aún a medias) que todo lo que se podía y debía conocer residía en el hombre, es decir, en uno mismo. Sí, aclaro, a medias o parcialmente en tanto que no por ello supo abandonar la idea defendida hasta el último momento -como atestiguan los diálogos de la despedida- de que antes del hombre, y al margen del hombre, todo estaba edificado de manera absoluta, lo que sólo se hallaba pobremente disponible para el hombre. A medias o parcialmente porque de esa forma ese interior sobre el que había que volcarse sería apenas aquello que se habría conseguido aprehender o recibir del Absoluto; las migajas de la divinidad.

Cabría (y a ello se inclina la mayoría de los filósofos actuales) considerar el problema como manifestación de la simple inconsistencia, encuadrada ésta en la asunción de que la filosofía en tiempos de Platón adolecía de un desarrollo insuficiente. Pero esto no es más que mantenerse dentro de los términos de la mítica moderna, esto es, responder a la necesidad de otra mentira a la que se le atribuye superioridad; algo que por otra parte se ha vuelto sin duda cada vez más líquida...

En todo caso, ¿cómo creer a ese Sócrates que al topar con un infranqueable e insuperable dilema apenas si apeló al subterfugio de la introspección no más que como fórmula alquímica para consolarse y seguir el camino adoptado como si nada, aunque más modestamente en apariencia, buscando aún... La Respuesta Definitiva?