domingo, 17 de marzo de 2013

Cómo aprovecha el presente su pasado: un ejemplo impecable a cuento de Solzhenitsyn

En un pequeño prólogo a su Archipiélago Gulag, Alexandr Solzhenitsyn propone una doble alegoría a partir del descubrimiento ocasional de unos peces “milenarios” (“tritones”, los denomina para acentuar su primitivismo) hallados por reclusos (“zeks”) en una región que formó parte del Gulag (uno de los de mayor “crueldad” del atomizado pero íntegro "territorio"). Los reclusos del Gulag, que los descubren casualmente tras excavar en el hielo sin sentido racional alguno (sólo porque están condenados), actúan sin respeto alguno por la historia  (“los excelsos intereses” de los “ictiólogos”) y optan por cocinarlos y comérselos en cuanto comprueban que están en buen estado (los ha preservado el hielo); es decir, responden,  imperiosa y “épicamente”, al hambre que los acosa con urgencia y que incluso los lleva a pelearse por el botín con las fuerzas y recursos disponibles por cada uno de ellos.

Este es un primer punto que expresa la cara más visible de la alegoría, y se reiterará más adelante en el libro: la necesidad inmediatista propia de la "estirpe de los zeks” los lleva a no tomar en consideración las "necesidades culturales" o de la historia, las supuestas necesidades del futuro según las evalúa cada nuevo presente, que es donde se definen como "importantes" o significativas, "aleccionadoras" y represoras de las renovadas manifestaciones de la hybris que inevitablemente se renacen..., o... deban ser eterradas o ignoradas, silenciadas u olvidadas, reducidas, tergiversadas o "reconstruidas" (en el mejor de los estilos del "Ministerio de la verdad" de 1984). En gran medida, lo que Kenneth Burke (en su estudio de la forma literaria) manifiesta del siguiente modo: "Las obras críticas e imaginativas son respuestas a cuestiones planteadas por la situación en la que ellas surgieron. No son meramente respuestas, son respuestas estratégicas...". O, como resume Clifford Geertz en su La interpretación de las culturas: “Toda forma expresiva sólo vive en su propio presente, el presente que ella misma crea"De hecho otro aspecto de lo que ya señalaba Nietzsche cuando hablaba de la predisposición o no de "los oídos" del presente para comprender los discursos excéntricos.

Al presente, poco y nada le importa en realidad lo sucedido... salvo que ello para manipularlo en uno u otro grado (el grado en que se haga, reduzca o tergiverse, así como el grado de fidelidad con que se siga interpretando y traduciendo, dependen por entero de las urgencias y no de la verdad). Los sucesos se convertirán siempre en leit motiv de los nuevos mitos o las ideologías del nuevo presente. Y si no hay en él nadie cerca salvo unos hambrientos "zeks", sólo quedarán los restos, que desaparecerán definitivamente sepultados y desintegrados. Es decir, si no hay al menos "ictiólogos" y demás "especialistas" interesados (remarco: "interesados"; y por si caben dudas, aclaro: en cuya ocupación socio-profesional resida su supervivencia en una sociedad históricamente determinada). Otra cosa es lo que parece gracias a la presencia de estos individuos "interesados"... porque, precisamente, es lo que hace que muchas cosas no sean enteramente "del pasado" sino todavía del presente. Y hasta estas ya no son tomadas, si se las encuentra preservadas (es decir, si no han sido destruidas por los intereses "carroñeros" del presente al paso), como poco más que su "alimento" (y su avidez por no cederlo al "enemigo").

Y es obvio que de descubrirse algo "comestible" en los sedimentos de la historia, ellos podrían ser hallados, casualmente, por "zeks" (los reclusos, pero también los reos), como también, adrede, por "especialistas", que los estarían buscando en atención a sus perfiles, a las funciones que adoptaron en el mundo, "zeks" igualmente por tanto del propio deber ser, como, por ejemplo (y cada vez más en el presente nuestro), ese otro deber ser de los nuevos y cada vez más abundantes “funcionarios” (de la cultura), beneficiarios de uno u otro modo y uno u otro grado del "poder” de los otros (los más astutos, menos escrupulosos, especialmente organizados para la gestión del poder), a los que llegan incluso a encubrir y ayudar en su trabajo de tergiversación y enterramiento de los hechos (cuando hablan por sí solos en su contra) o de sus más "peligrosos" significados. Porque hay muchas maneras de "no dejar rastro"...

Además (debería ser evidente y dejarse muy de manifiesto siempre), más allá de las “razones de estado” y/o del proselitismo de las camarillas "encaramadas" (y "prolíficas") que actúan para preservar sus privilegios o incluso sólo su neurosis (aunque también para su perpetuación en sus "hijos de profesión"), será el desinterés (comparativamente hablando al menos) de "las masas" (o, si se prefiere decir, de la sociedad en su conjunto, que marcha apisonando excéntricidades inconsecuentes) quienes entierren, ignoren o consuman, convirtiéndolos en residuos inconfesables, todos esos sucesos "aleccionadores" (como él dice: "borrándose irreparablemente"). Es indiscutible e incluso irreprochable (salvo desde la trampa de la ilusión y la autodignificación) que los problemas del presente no sean ni serán nunca los que se han presentado "hace mucho" ni "muy lejos" (otra cosa es la "cercanía" que se vive a cuento de la "globalización" y los "avances tecnológicos"), y que, sobre todo, son las "urgencias" más o menos inmediatas las que determinan y definen, de nuevo incluso, las salidas concretas, las posibilidades efectivas, las que llevan a los individuos no a "sacar lecciones" del pasado ni de otras gentes sino más bien a “reinventar”, aún cuando se tomen en consideración esas "lecciones" siempre que sean inmediatamente útiles. Esta es en realidad la esencia del eterno retorno...

Así, cuando Solzhenitsyn concluye preguntándose si la historia será exhumada, recuperada, alguna vez, refiriéndose a la que yacerá preservada bajo el hielo (¿en los libros?), o sea, la parte que no haya sido alcanzada por la zarpa destructiva y tergiversadora del partidismo del presente..., lo que hace es combinar una lúcida visión pesimista con la pena que ella misma le produce, con su frustración latente. Y no es extraño de que se considere afortunado (¿quién no lo estaría de salir de "una pesadilla maldita" o un "munco monstruoso" como ese del gulag, y cambiarlo por una "feliz circunstancia"?) de haber logrado y seguir logrando "exhumar" algo de esos "tritones"; él, que sin duda fue "afortunado" al poder cambiar la necesidad de aplacar el hambre a base de tritones  a la necesidad de rescatar sus restos con el fin de preservarlos para la posteridad... Dos urgencias del mismo tenor, humanas, que, como dirá Solzhenitsyn en otro lugar de su libro: "Quien no ha tenido la experiencia de este cambio no puede imaginarlo"; ¡en ambos sentidos!

Es cierto modo parece contradictorio, sin duda por esa vergüenza que se prefiere ocultar cuando se cree haber llegado a ocupar una posición "digna"... Y es que los intelectuales no podemos dejar de esperar la llegada de un futuro que al menos persevere en favor de un mundo "justo" o especialmente "piadoso" con los nuevos dioses (la cultura, la ciencia, y demás iconos sacralizados y luego vaciados por dentro), y ello a pesar de reconocer que ese futuro, de sobrevivir "casualmente" a la depredación de los poderes e intereses del presente y las necesidades y urgencias de los débiles que no viven de esos "recuerdos" para nada, que no sólo no los pueden usar sino que a veces les estorban, acabará (como se ve en la anécdota) por ponerse a su servicio o por desaparecer (y así "no dejar rastro").

Al final, nada es más cierto que la conclusión a la que llega Solzhenitsyn: "ha servido para desentrañar algunas historias...". Sí, al final queda la máscara, la orfebrería, la cerámica arcaica y los huesos... que habla y hablará a los antropólogos, a los arqueólogos, a los intelectuales; en todo caso al servicio de los brujos que presencien el colapso y con todo ello puedan levantar un nuevo mito unificador y salvador. ¡La memoria, a diferencia de las tergiversaciones que la toman como materia prima del engaño siempre renovado con fines de dominación o de conquista, control o sumisión, desaparecerá de todas maneras obligándonos a empezar de nuevo ante un escenario cada vez más atosigado de artificialidades, es decir, de nuestras particulares "excrecencias"!



sábado, 16 de marzo de 2013

La casa (nueva versión del microrrelato)

 
Retrocedía de espaldas mientras enmarcaba la fachada con precisión maniática, intuyendo que se avecinaba algo terrible... aunque sin saber (o no querer) preverlo con suficiente nitidez. Contemplándola a través del visor de la cámara, la angustia iba desplazando la furia con la que había reaccionado a los injustificados portazos y al intempestivo trepidar de las paredes y del techo, y la intención que me impulsaba a tomar la foto se desdibujó: la de conservarla conmigo para odiarla. Seguía sin comprender por qué se había comportado de ese modo, como si hubiese sido presa repentina de una borrachera, o de un ataque psicótico... Pero la propia incomprensión había comenzado a debilitar mi resquemor, y en ese mismo instante estuve por volver a insistir, por entrar de nuevo a la casa, aunque sólo fuese para retomar el intercambio de reproches, tal vez con la misma enloquecida rabia..., tal vez... para suplicarle un poco de piedad... En ese momento, estuve dispuesto, como habitualmente, a renunciar a mi decencia, a someterme, a ser admitido a su lado aún a costa de la esclavitud o la mendicidad, a prometerle lo... lo que acabaría, ¿por qué esta vez sería diferente?, por poner en riego mi derecho a las ya pobres migajas de cariño con las que me había contentado últimamente. Una ola súbita de resentimiento me forzó a apretar los dientes mientras presionaba involuntariamente el obturador, inmortalizando, como se dice, la fachada. Y allí permanecí, detenido del otro lado de la verja que había traspasado unos momentos antes casi sin darme cuenta, incapaz tanto de darle la espalda como de correr a su encuentro.

Entonces sucedió, y por fin pude comprenderlo todo. Y me derrumbé por dentro, como precisamente podía ver que le pasaba en ese instante a ella, en su materia y en su forma. ¡Pretendí aún no creerlo, pero así era: la casa se estaba viniendo abajo, pieza a pieza, pared a pared, desde el techo hasta los cimientos, allí, atrás..., desde atrás, desde el fondo..., para enseguida comenzar a deshacerse piedra por piedra, a desaparecer tras una densa polvareda que en cualquier momento se llevaría el viento, dejando ahí un solar lleno de escombros! “¡Ay!”, me recriminé entonces por mi lento discurrir, por mi elemental egoísmo..., a punto de caer de rodillas en la acera. “¡Cómo pude ser tan rudimentario..., y ciego...!” Sí, ahora recién lo comprendía: ella había fraguado todo eso, esa espantosa pantomima, ese truco malsano, la trampa urdida con el fin de que yo saliera de allí dentro a tiempo... y la sobreviviera! Ella sabía que no la dejaría por las buenas. Me conocía lo bastante como para saber que no podría convencerme, que habría preferido perecer con ella, abrazado por sus paredes hasta la asfixia, cobijado bajo sus vigas y cascotes hasta que la exhalación final. Demasiado le había demostrado yo mi servidumbre... Por eso, en ese instante, quise poder odiarla de nuevo, pero esta vez no lo conseguí, mientras contemplaba cómo se desvanecía sin que pudiera hacer nada..., y la fachada..., el jardín... y la verja... intentaban aferrarse a la retina con creciente dificultad, pronosticando que la memoria también se apagaría. En mis manos, la cámara temblaba con la foto dentro, frágil y efímera, incapaz también de remontar el tiempo para traérmela de vuelta.


Madrid, junio-2012; revisado en agosto-2013.