miércoles, 1 de diciembre de 2010

"1984"... ¿descripción o prospectiva? (Parte primera)

Recientemente he tenido un par de oportunidades de reconfirmar mis tesis en relación al funcionamiento de la humanidad; en particular en lo que al carácter ingenuo como poco que encierran las pretensiones de la mayoría de las gentes de hoy en día de llevar a los demás (si se me permite el abuso publicitario) a una nueva conciencia por mediación de su arte narrativo, primordialmente moral o al menos pedagógico. De manera más directa: la convicción formal o declarada que asiste a la mayoría desde los tiempos modernos por convencer a los demás de lo que cada cual considera bueno y/o positivo. Formal o declarada... en tanto ignora o niega la existencia de los innumerables instrumentos de coerción que apuntalan su supuestamente pura pedagogía y sus sugerencias admonitorias, remitiéndonos sólo a lo que prefiere destacar, y en realidad, a lo que, como veremos, se aferra como a un clavo ardiente.

La primera de aquellas oportunidades se presentó en el curso de la última sesión de una tertulia literaria a la que acudo, donde nos centramos en el análisis de  1984 de George Orwell. Confirmando un punto de vista que he adoptado, pero que se remonta a Tucídides al menos, pude reafirmarme en el hecho de que no existe posibilidad alguna de convencer a nadie mediante el discurso... es decir, mediante nada. Por lo que habría que reconocer que los discursos que se pretenden didácticos en uno u otro grado y con una u otra técnica,,, apenas pueden ser meros acompañantes de escondidas, disfrazadas, vergonzantes y/o reprimidas pretensiones de dominar a los demás... lo que puede o no ponerse en práctica y, de hacerlo así, con mayor o menor decisión y falta de escrúpulos, y con un grado u otro de institucionalización (porque, dicho sea de paso, no son ni más ni menos que discursos institucionalizados los que conforman e integran las prácticas educativas de escuelas, colegios, academias, universidades, así como también los propios libros, con su estructura editorial y de difusión...).

La tertulia, para empezar, me permitió comprobar hasta qué punto la mayoría de los lectores contemporáneos ven 1984 como una descripción de la sociedad extrema que en última instancia se remite a la URSS stalinista y en todo caso a la actual Corea del Norte o Cuba (siendo así, todavía y al menos para algunos, una obra panfletaria). Lo cierto es que, tras la caída del muro y el viraje perestroiquista que fue mostrando en el tiempo diversas facetas hasta hoy sin que aún se sepa a ciencia cierta cuál pueda ser la última, la obra de Orwell -como tantas otras de su tipo, y pienso ahora en El castillo...- ha sido por fin aceptada masivamente como un canto de justicia que, no obstante, ya no incitaría a la rebelión sino, más bien, a la resignación acomodada, es decir, a la consideración de que más vale quedarse con lo que hay y dejar de pedir más... y, en todo caso, esperar a las siguientes elecciones...

Esa manera de pensar (y como tal debe entenderse) y de valorar las cosas (al punto de ordenar sólo unos aspectos y ni siquiera incluir otros, incluso como si sobraran o fueran meros complementos), se ha vuelto dominante precisamente a instancias de la decadencia o ruina sufrida por la intelectualidad sobre la base de su imparable proletarización (domesticación) y burocratización alternativa (claudicación) así como a la doble torsión del nudo que representa la llamada "democratización de la cultura" y su "licuefacción". Este proceso combinado y entrecruzado cuyas partes conforman las facetas del mismo asunto, ha redundado, entre otras cosas, en esa única salida posible, la de la resignación antes mencionada, que también puede verse como la asunción de un cierto optimismo formal que permite una manera feliz de ver el mundo y parece haber marginado notablemente la idea de que la felicidad pueda alguna vez ser alcanzada... Es como si, aceptada la falacia del Paraíso Futuro, finalmente mesiánico fuese obra de Dios o del Hombre, se hubiese instalado en la mayoría de la gente la idea de que debemos ver todo lo "alcanzado" hasta ahora como digno de satisfacción y, a fin de cuentas, como garantía de no retorno... esto es, como garantía de no retroceso.

Esta manera de ver las cosas, indudablemente líquida en el sentido que le diera beneplácitamente Baumann, resultaría así la precondición para no retroceder y asegurar incluso el avance que tanto prometiera la modernidad de manera "exagerada"... Habría que ser más modesto y aceptar el estado de cosas alcanzado... habría que saber valorar, y positivamente, lo que tenemos para que no se nos escape... Con un claro pie en la superstición... se pretende aventar la magia negra mediante el sortilegio de ignorar cualquier supervivencia de la obra del mal en las grietas y los poros abiertos... Ignorarlos acabaría por producir su desaparición, invocarlo podría reavivarlo.

Esta es la especie de magia blanca a la que apela la mayoría de los bien educados...

Esta conducta se pone de manifiesto, como he dicho, no sólo en el ejercicio de su actividad política, generalmente reducida y cada vez más, a la concurrencia electoral o a la abstención militante, sino incluso cuando la gente lee. Y por lo tanto, cuando piensa. Y en el caso de 1984 esto simplemente se confirma, produciéndose el fenómeno que el propio texto describe cuando habla de la reconstrucción del pasado en función del presente.

Claro que al decir esto ya estamos asumiendo en qué consiste el mecanismo a la vez que doy mi propia visión del sentido dado a su novela por Orwell. No se trataría, en el episodio mencionado, de ninguna descripción de una sociedad pasada o futura concreta, sino de la puesta en términos alegóricos de una mecánica que practica la inmensa mayoría de los habitantes de nuestras sociedades democráticas y occidentales. No en base a un omnipotente y a su Partido omnipresente con su monstruosa red de telepantallas y telecontroladores (carísima hasta el extremo de lo imposible, e impracticable por tanto... pero, sobre todo, ¡innecesaria!), sino en base al pequeño gran hermanito que la mayoría lleva dentro, que la mayoría necesita, que da a esta sociedad absurda su consistencia y resistencia ante el caos que construye paso a paso... y en cuya construcción crea el camino que conduce, más o menos inestablemente, a la tiranía que Orwell entreveía. Entreveía, precisamente, en cada uno de esos actos y conductas, en cada una de esas maneras de pensar.

Expresiones todas de las tendencias que Orwell fue capaz de ver desarrollarse a su alrededor, ¡en 1949!, y que sentía que podrían derivar en la instauración, ¡en Inglaterra como en cualquier otra parte (aunque situar la acción en Inglaterra no puede considerarse una casualidad sin más)!, de un régimen de corte stalinista. En 1949, igual que hoy, la mayoría rebuzna convencida de su propia seguridad (basada en una pura fe y en la ignorancia supina de todas las manifestaciones en contrario): ¡Eso es... imposible! Sinceramente, ni Orwell, ni Kafka antes, ni yo hoy (entre algunos otros excéntricos, ni más ni menos inteligentes que nadie en particular sino apenas especialmente desenraizados) pensamos: ¿Y eso... por qué; por qué vamos a suponer que los casos producidos, desde la Rusia de 1917 a la Alemania de 1933... que por los pelos y quizás por culpa de la poco práctica elección del enemigo alegórico, el racial en lugar del más efectivo social e ideológico, no triunfó y perduró en la Europa Occidental, llegando a la China de Mao, la Kampuchea Democrática, la Corea del Norte y la Cuba de los Castro, la actual Rusia, la actual China, la pléyade de países de África y Latinoamérica, emergentes o no, de Medio Oriente, Indochina, la Polinesia, etc., han sido ¡todos ellos!, tormentas pasajeras y periféricas? Indudablemente, sigue siendo eficaz la fe en la democracia representativa y la libertad de expresión, reunión, etc. que la caracterizan. ¡Tanto que muchas de las novísimas dictaduras han adoptado su disfraz más desconcertante, como los mencionados países latinoamericanos de sur a norte, los asiáticos de este a oeste, los africanos de norte a sur, ponen en evidencia (como bien ha sabido ver el Sr. Henrique de Radio Venezuela tal y como ha expresado en la reciente entrevista que le hicieron en la cadena Ser sin que, por cierto, muy probablemente nadie que la escuchase captara hasta qué punto nuestro país, y en algún grado todo el mundo, está a sólo un paso de la situación descrita)! (*)

En 1984, Orwell intentó desentrañar el misterio de esas tormentas, un misterio que la inmensa mayoría de los miembros de la sociedad occidental guarda celosamente en su corazón y su mente. Ese mismo sentimiento y esa misma manera de pensar y conducirse que Milan Kundera descubriese un día en la conducta de una vieja amiga, ex prisionera del régimen comunista de Checoeslovaquia durante 15 años y por fin liberada y rehabilitada en 1966 (una persona de un valor y dignidad extraordinario, como nos cuenta Kundera), cuando vio cómo ella provocaba en su hijo un profundo sentimiento de culpa; esa observación llevó al sutil escritor checo a la siguiente conclusión documental:
"Lo que el Partido nunca consiguió hacer con la madre, la madre consiguió hacerlo con su hijo. Ella lo forzó a identificarse con la acusación absurda, a ir a buscar la falta, a hacer una confesión pública. (... era) un miniproceso staliniano... (... concluyendo por fin que...) los mecanismos psicológicos que funcionan en el interior de los grandes acontecimientos (aparentemente increíbles e inhumanos) son los mismos que los que rigen las situaciones íntimas (absolutamente triviales y muy humanas." (Milan Kundera, El arte de la novela, Tusquets Editores, Fábula, Barcelona, mayo 2000, págs. 125-126)
Es obvio que la madre, como la mayoría de mis contemporáneos, no reconocería, al menos no con facilidad si es que fuera capaz de tamaña inteligencia... y desapego. Algo a lo que se añadiría sin duda la negación de que la marcha hacia esos "extremos" simplemente continué con francos retrocesos y zigzagueos, dando un paso atrás o marcando el paso en el sitio para volver a avanzar dos nuevos pasos,  y que no puede cesar mediante el supuesto auxilio de la educación, de la experiencia propia y menos de la indirecta o de la sujeción de todos a una moral férrea donde la pudiera haber de nuevo (y que no sea, precisamente, de índole stalinista y por tanto represora de la peligrosa vitalidad, tal como lo viera Orwell y lo manifestara en su novela, enseñanzas y reglas morales que sólo sirven para el control social de las masas y los individuos); una marcha, en fin, conducen inexorablemente hacia esa realidad "incomprensible" e "inhumana"... se llegue o no mañana... aquí o allá... lejos o cerca... sobre la base de esos elementos germinales que, sin embargo, no pueden ser englobados ni a la ignorancia, ni al olvido, ni a la maldad intrínsecamente humana, aunque, según lo veo, sí a la congénita debilidad humana que ata a los individuos al deseo de sobrevivir y de reproducirse tal y como sean. Es decir, la certidumbre de lo inmediato a la que se aferran como si sólo en las condiciones conocidas se pudiera sostener.

Y como la propia idiosincrasia personal y socio-profesional de cada uno en este mundo donde, como dijo un tertuliano con razón, "aún se puede pensar y hablar, que es lo que a mí me interesa", prefiere ignorar los detalles (y a pesar de que me consta que leerlos una y otra vez o verlos en una película e incluso ser parte de una realidad como esa, no dará lugar a conciencia alguna salvo contadas excepciones) reproduciré algunos de los párrafos más significativos de 1984 a propósito (las citas se remiten a la edición castellana de Destino, colección Literaria -de bolsillo- de 2008), donde se podrá apreciar claramente (para quien lo quiera ver y asumir) que el autor lo que prioritariamente hizo y sin duda pretendió fue resaltar los detalles singulares que estando ya presentes en la realidad de los 40, es decir, hoy (y hoy aún más), eran las pautas que soportaban la fantasía de una sociedad totalitaria como la de su novela y hacían de la alegoría un alegato verosímil, incluso una advertencia (esta faceta moral era inevitable y tiene a su vez otras connotaciones sobre las que volveré). Esos elementos, tomados de la vida cotidiana de las masas, los intelectuales y los gobernantes y políticos profesionales, eran para Orwell, indudablemente, la base germinal de la monstruosidad generalizada que en su novela consigue extrapolar con la fuerza que provee el estado del arte, en este caso, la literatura auténtica que conocemos como buena. Y sólo secundariamente era una referencia al poco palpable y aún menos reconocible régimen stalinista doblemente triunfante, aliado por fin a Inglaterra y a los americanos contra los nazis, los fascistas y los militaristas japoneses (con franquistas y peronistas a la zaga)... pero que antes fuera aliada de los nazis hasta grados que sólo hoy comienzan a reconocerse en profundidad (préstamo de territorio para maniobras antes del comienzo de la guerra, devolución de judíos alemanes que llegarían huyendo hasta la URSS...), y esto al margen de la propia crueldad, injusticia y mentira, entre otras lindezas más conocidas y divulgadas. Porque, no olvidemos que se podían contar con los dedos de una mano, cinco dedos como máximo, a los que en 1949 tenían la mirada crítica y radical que sostuvo Orwell. Algo que, a mi modo de ver, está volviendo a pasar en todos los aspectos con relación a los regímenes que abundan a nuestro alrededor... y hasta sobre nosotros... aunque se trate de formas menos exacerbadas que aún guardan las apariencias. El alegato de Orwell debe ser entendido en consecuencia y a la luz de estas consideraciones, como un alegato contra las sociedades occidentales del presente y sus pasos sin retorno que viene dando desde hace tiempo en esa dirección que a Orwell repugnaba y que una y otra vez vuelve a extender sus nubarrones negros sobre nuestras cabezas. Si hay, pues, alguna sociedad descrita en 1984, esa es nuestra sociedad occidental actual, la parte de la misma que está en pleno desarrollo voraz, la parte devoradora que tiende, como bien vislumbrara Orwell, a acabar con el resto (o a marginarlo, tal y como suede en la novela con los proles y su vida cotidiana). Y es que esa sociedad, es la porción dominante, lo era en 1949 y hoy lo es aún más.

Juzgad si no es así... y comparad con lo que últimamente tenemos tan a mano para después juzgar...

1) "El enemigo circunstancial representaba siempre el absoluto mal, y de ahí resultaba que era absolutamente imposible cualquier acuerdo pasado o futuro con él" (pág. 47)
2) "Todo lo que ahora era verdad, había sido verdad eternamente y lo seguiría siendo" (pág. 48)
3) "Saber y no saber, hallarse consciente de lo que es realmente verdad mientras se dicen mentiras cuidadosamente elaboradas, sostener simultáneamente dos opiniones sabiendo que son contradictorias y creer sin embargo en ambas; emplear la lógica contra la lógica, repudiar la moralidad mientras se recurre a ella, creer que la democracia es imposible y que el partido es el guardián de la democracia; olvidar cuanto fuera necesario olvidar y, no obstante, recurrir a ello, volver a traerlo a la memoria en cuanto se necesitara y luego olvidarlo de nuevo; y, sobre todo, aplicar el mismo proceso al procedimiento mismo. Esta era la más refinada sutileza del sistema: inducir conscientemente a la inconsciencia, y luego hacerse inconsciente para no reconocer que se había realizado un acto de autosugestión. Incluso comprender la palabra doblepensar implicaba el uso del doblepensar." (págs. 48-49)
4) "La expresión por la nueva y feliz vida (...) eran las palabras favoritas del Ministerio de la Abundancia. (...) Por lo visto, habían habido hasta manifestaciones para agradecerle al Gran Hermano el aumento de la ración de chocolate a veinte gramos cada semana. Ayer mismo, pensó, se había anunciado que la ración se reduciría a veinte gramos semanales. ¿Cómo era posible que pudieran tragarse aquello, si no habían pasado más que veinticuatro horas? Sin embargo, se lo tragaron." (pág. 77)
5) "Se hablaba allí de los obispos y de sus vestimentas, de los jueces con sus trajes de armiño, de la horca, del gato de nueve colas, del banquete anual que daba el alcalde, de la costumbre de besar el anillo del Papa. También de una referencia al jus primae noctis (...) según la cual todo capitalista tenía el derecho de dormir con cualquiera de las mujeres que trabajaban en sus fábricas." (pág. 94)

En estos cinco ejemplos, ¿vamos a negar que están representados nuestros Mas y Zapatero, nuestros Rajoy y Rosa Díez, etc., etc., y sin duda y casi en ese primer lugar que se conoce como el de los "más papistas que el papa", los periodístas que se han puesto y aún están al servicio de las más flagrantes de las mentiras desconcertantes? ¿Y vamos a seguir negando que muchos son los que lo niegan en nombre de unas diferencias que no son capaces de fundamentar sino en nombre de la fe y la esperanza... es decir, las mismas defensas inútiles que sirvieron al desarme antes de que la serpiente abandonara el huevo y comenzara a correr libremente por los campos de Europa y del resto del mundo? Y no digamos acerca del alcance que la neolengua está alcanzando (en la calle y desde periódicos, televisión, radio y desde las tribunas políticas)... obligando a los académicos de la (vieja) lengua a arrinconarse y a calzarse el monóculo de aumento y hacerse el miope fijando la atención en el nombre de la y griega y otra serie de viejas costumbres formales producidas a lo largo de la Historia, ahora, como en 1984, a reescribir desde "la lógica contra la lógica"... Y todo porque se deben a su perfil socio-profesional... y al régimen del que viven cómodamente como jerifantes.

Y esto me lleva directamente a la segunda oportunidad que tuve de las mencionadas al principio.

En estos días, tuve ocasión de asistir a la proyección de un documento que, a su manera, abunda en este asunto, no sólo por lo que se pone en evidencia a través de los personajes que participan en la historia sino por la actitud del propio director y de los espectadores. Todo ello vuelve a enseñarnos hasta qué punto somos prisioneros de una marcha que cualquiera ve como peligrosa y nefasta... sin que pueda dejar de marchar hacia su increíble repetición con variaciones.
En el documental cinematográfico (Vídeo. VOSE. 101’) que he visto ayer en el marco del ciclo organizado por los Archiveros Españoles, "S-21: La Machine de mort Khmère rouge (S-21: La máquina de muerte Jemer Roja), realizada en 2002 (Camboya/Francia) por Rithy Panh, pintor y uno de los pocos supervivientes de ese campo (S21), interroga a los funcionarios también supervivientes para tratar de comprender cómo se pudo llegar a tanta absurdidad y horror... y todo indica que no logra obtener otra respuesta que lo lleve más allá de la némesis divina o de la intromisión del maligno y la malignidad en la vida de los hombres... No obstante, la respuesta es simple, se la quiera o no ver, y es señalada por uno de los guardias: "Teníamos que hacerlo para conservar la posición y mejorarla...". Está muy claro para mí, la maquinaria se había impuesto a cualquiera fuese el plan racional (ideológico) que la justificase. La maquinaria había legitimado una figura socio-profesional, los guardianes-torturadores, a los que ésta figura se les habría impuesto hasta dar significado a su vida, un significado patriótico y revolucionario para el que "los otros" (por usar el término de otra película exhibida dentro del mismo ciclo y en ese sentido vinculada a esta) habían dejado de ser miembros de su propia humanidad, la de los revolucionarios para ser meros engranajes de la maquinaria enemiga, simples piezas a "destruir", a "aniquilar", en una rediviva reproducción involuntaria de la barbarie nazi. La supervivencia y la mejora profesional de ellos estaba vinculada a un hacer las cosas bien que no tenía consideración alguna por la lógica moderna y el cosmopolitismo (al que se aferra el autor) ni por criterios occidentales de amor al prójimo y demás consideraciones eufemísticas que ni las más puras de las religiones (a las que se aferra también el autor) ha dejado de lado cuando se trató de pensar en términos de "los enemigos". Y ahí está La Inquisición y Las Cruzadas para certificarlo.

¿Por qué, cómo fue posible, qué lleva "al hombre" a una conducta que se dice propia de animales siendo por el contrario inencontrable en ningún animal; una conducta que se dice salvaje como una forma de expulsarla vergonzosamente de nuestras propias tendencias idiosincrásicas y de esa forma ponerla en cualesquiera sean los otros?

Si, precisamente, estudiamos de cerca y radicalmente esa mecánica de expulsión, de clara separación y alejamiento de nosotros mismos de esas etiquetas, vemos que ello se hace en dos situaciones diferentes mediante dos artilugios opuestos que desde cada una de ellas la otra resulta incomprensible... Una de esas situaciones es la que viven los individuos que no necesitan tomar partido extremo, la otra, opuesta, es la que viven los que se hallan inmersos en una de esas. En el primer caso, la supervivencia está garantizada por unas condiciones dadas cuyas causas se atribuyen a la racionalidad humana y demás virtudes. En las segundas, se explican las conductas en nombre de la falta de otra salida que la obediencia. En las primeras, se ignora sin embargo que las mismas nacieron de situaciones previas en donde los ancestros hicieron lo que ahora consideran salvaje y aborrecible: conquistar a sangre y fuego, ganar y conservar el poder a cualquier precio, desatar guerras, producir matanzas masivas y asesinatos convenientes, oprimir y explotar hasta el agotamiento, aniquilar y repoblar, etc. Todos los países occidentales avanzados deben su actual estatus a un pasado del que se rescatan unos valores que estuvieron al servicio de mezquinos intereses y que no tuvieron escrúpulos de ningún tipo, es más, fueron amparados por una rígida moral que primaba desde los diez mandamientos hasta la virtud y la honradez... 

El mismísimo pasado debería mostrarles que quienes se aprestan a conquistar lo que no tienen (y por supuesto no hablo ni de justicia ni de bienestar... como se dice en sus slogans y lo hicieran antes y en los demás casos, sino... de territorio y hegemonía para el propio grupo, ¡nada más!) no hacen sino, crueldad y absurdo más o menos, que lo que hicieron ellos. 

En definitiva... buscar el medio para sobrevivir mediante el más cómodo y simple método depredador que esté al alcance de la mano, método en el que se cifran todas las aparentes garantías de éxito. Y puede parecer que se equivocan, que una extraña ceguera los conduce hacia lo que nos parece una barbarie. Pero no es así si se mira con atención y desprejuicio. Los que gozamos del poder (o mejor dicho, los que gozamos de sus migajas poniéndonos a la sombra de los depredadores absolutos y dándoles nuestro apoyo a cambio) sugerimos con mucha facilidad a los demás que se resignen, que procuren transitar una vía de paulatino virtuosismo y honestidad, de trabajo duro y leal, de solidaridad, fraternidad, etc. Pero esos jefes jemeres rojos que organizaron en la selva a sus milicias con la promesa de conducirlos al paraíso... no podían pensar de ese modo, un modo que los condenaba a envejecer sin nada, o al menos sin todo el poder que deseaban para sí... Y esos guardianes que actuaban como las herramientas últimas del régimen... a quienes una férrea disciplina ponía contra la espada y la pared en un crecendo alucinante... miembros de una sociedad que les daba esa profesión particular o los condenaba a la misma aniquilación (como los jemeres rojos llamaban a las ejecuciones sumarias y articialmente justificadas por sus jueces-abogados-verdugos todo en uno) que merecía todo  el que llegara hasta allí, etiquetándose por ese hecho de contrarrevolucionario... ¿salvo huir, ser uno más de los prisioneros o ser golpeado en la cabeza por detrás al borde de una fosa común... qué podía quedarle, qué debía preferir, partiendo de la base de que hay de todo en este mundo? Como dice uno de ellos en la película, además de "obedecer": era "la única manera de hacer carrera". Se refería nada más ni nada menos que a torturar vilmente para arrancar confesiones imaginarias, e incluso retocarlas apoyándose en su mayor sapiencia, cualificación y experiencia acumulada (para lo cual contaban con manuales a los que debían ceñirse) en los casos en los que el pobre prisionero no tuviera suficiente imaginación ni supiera escribir aceptablemente bien.

¿No es algo que nos inculcan y a lo que nos sentimos obligados y que se llama profesionalidad? ¿No es exactamente eso lo que sentía Winston Smith, el protagonista de 1984, a quien "Lo único que le angustiaba era el temor de que la falsificación (esta era la misión en su trabajo en el Ministerio de la Verdad) no fuera perfecta" (ibíd., pág. 226)?

¿Qué cabe pues sino admitir que nuestra conducta nace de la conformación y reconformación que se origina en base a las relaciones entre una idiosincrasia dada, el grupo en el que la misma se refuerza y la situación en la que se encuentran los demás grupos respecto del nuestro? Esos tres elementos definen a un ser débil, y señalan cómo esa debilidad congénita, contrapartida de la posesión de un cerebro capaz de reflexionar y gestionar un lenguaje, etc., obliga al agrupamiento, el sometimiento, la adopción de patrones y estilos de pensar, de mitos, de banderas, de trampas y mentiras, de conductas y prácticas, etc., etc., etc. En fin, de nada que no intuyera Esquilo entre otros y reflejara en las palabras de aquel noble que, tal como lo invoca mediante el parlamento asignado a Aquiles en una de sus obras, dijo al ver...
"...el plumaje de la flecha que lo había atravesado: no hemos sido víctimas de otra cosa que de nuestras propias alas" (Esquilo a través de Aquiles, citado de Sófocles de Karl Reinhard, Ensayos/Destino, Barcelona, 1991, pág. 18). 
En fin, tal y como rezaba uno de los tres lemas de 1984 -síntesis honda y radical de las reglas generales de conducta a las que se tiende a responder en sociedad, y a las que aquellos  celosos y profesionales guardianes del S21, tomados de entre millones de seres similares, poseedores todos de un cerebro humano básicamente idéntico, respondieron sin necesidad alguna de haber leído la novela ni, como es obvio, de haber pretendido llevarla a la práctica-... para muchos, para cada vez más en la medida en que el mundo fragmentado y complejizado de la humanidad se reproduce bajo el progreso de la domesticación...

"...la libertad es la esclavitud"

Reconozcámoslo en lugar de negarlo hasta que la ceguera ilusa nos lleve por delante a todos.




(*) En la entrevista a la que me refiero, Miguel Henrique Otero señala que el caso venezolano (entre otros que no menciona pero con los que formaría un espectro de regímenes "mucho más inteligentes") es "más sofisticado" ya que mantiene y "usa el aparato legal" contra la oposición en lugar de anularlo. Dejo aquí el enlace que permitirá corroborar estos detalles y si acaso ampliarlos mediante la audición directa de la entrevista: 

 

Entrevista a Miguel Henrique Otero

Esta caracterización, por otra parte, se corresponde con el criterio general de que la democracia representativa engendra burocratización y que a su vez ésta se conforma en el límite como dictadura camuflada; lo que vengo exponiendo en mi blog Una nueva conciencia desde sus primeros posts propiamente políticos, como por ejemplo, en el post "Leonas y leones". Esto no es algo completamente nuevo (Platón en cierto modo si no lo comprendía bien al menos reconocía las evidencias), aunque sí intenta ser ignorado, pero su tratamiento merece ser tratado más exhausivamente, por lo que lo dejaré para otra oportunidad.

 

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