jueves, 2 de julio de 2009

Refugiarse en la ironía: Aristófanes y la salida de la desolación y la debilidad

En "Las Nubes", Aristófanes pone en escena la pugna entre el Discurso Malo y el Bueno por la educación del joven Fidípides, y la resuelve con el triunfo del primero. La discusión, que se mantiene en su mayor parte en el terreno de la Lógica, es una lucha retórica en más de doce de las casi catorce páginas que ocupa. Empero, al final, no se dirime en ese campo sino gracias a la repentina y brutal apelación del Discurso Malo a la cruda realidad. Entonces es cuando este Discurso logra vencer al otro el cual, curiosamente, acepta el resultado y se retira con una ciertamente exagerada resignación, ciertamente presentada de un modo muy simplificado y alegórico. Al final, los hechos fácticos y tangibles zanjan la discusión fuera del terreno en el que inicialmente se planteara...

Acerquémonos un instante al final tal y como me llegó traducido (Cátedra, Letras Universales, Madrid, 2006):


Discurso Malo: -¿Qué dirás si te derroto en este punto (en el que el Bueno ha considerado que a instancias de su oponente, Fidípedes no podrá evitar ser visto como un "culo ancho" -lo que en la traducción que uso deviene "maricón" tal como reproduzco fielmente- lo que tal vez podríamos transcribir como "cabrón" a efectos de una lectura más adaptada a nuestros tiempos, lo que en todo caso no considero que haga a la cuestión esencial que pretendo resaltar aquí. En este sentido: no se trata de compartir con Aristófanes las diversas cosas que le molestaban de su mundo a su criterio y según su visión ni a qué le atribuía sus miserias y defectos; este paréntesis es mío, CS)?

Discurso Bueno: - ¿Qué cosa podría hacer?

Discurso Malo: - Pues venga, dime los procuradores, ¿de dónde salen?

Discurso Bueno: - De los maricones.

Discurso Malo: - Te creo. ¿Y los actores trágicos?

Discurso Bueno: - De los maricones.

Discurso Malo: - Dices bien. ¿Y los políticos?

Discurso Bueno: - De los maricones.

Discurso Malo: - ¿Reconoces pues que no dices más que tonterías? Y los espectadores, fíjate de qué grupo son la mayoría de ellos,

Discurso Bueno: - Ya me fijo.

Discurso Malo: - ¿Y qué es lo que ves?

Discurso Bueno: - Mayoría aplastante de maricones, por los dioses. A este de aquí lo conozco, y a ese de allí, y al melenudo aquel.

Discurso Malo: - ¿Y ahora qué dices?

Discurso Bueno: - Nos han derrotado. ¡Oh jodidos!, tomad mi manto, en nombre de los dioses: deserto y me paso a vuestro bando.


La escena encierra obviamente ciertas ambigüedades y algunas incoherencias aparentes: ¿por qué el Discurso Malo aceptó inicialmente la discusión en el terreno de la dialéctica retórica, por qué esperó o perdió tanto tiempo para abandonarla y apelar a... La Realidad o Evidencia -casi como si la hubiese descubierto de improviso, o como si tras intentar triunfar en el terreno noble y concluir en que eso no sería posible puesto que en él no hay vencedor posible... o simplemente porque hubiese acabado por aburrirse-?, ¿por qué el Bueno acaba rindiéndose ante la evidencia y no insiste más en la lógica?

Aritófanes es el autor de este montaje alegórico, un tanto forzado y, como dije antes, muy simplificado (en todo caso, yo diría que abrupto y sorprendente); él y su propio discurso deben darnos la clave para comprenderlo todo.

Convengamos antes en que la evidencia que se señala de repente estaba al simple alcance cotidiano de la vista, e incluso presente en el teatro...: la realidad del Mundo de los Hombres que puede repasarse recordando lo que nos rodea y mediante ejemplos servidos del propio público. El mundo está ahí, es el que viene hasta el teatro a reírse del hombre... es decir, de ellos mismos...

Por otra parte, no podemos sino concluir que El Bueno no cuenta con tales recursos. Su fuerza relativa está en la retórica, en la pura presentación argumental basada en la lógica formal y el mundo de los conceptos puros. La realidad para él resulta contrapuesta a sus argumentos y sin duda ha tratado de ignorarla. A fin de cuentas la admite sin embargo como prueba irrefutable de su error (es en esto más honesto -o Bueno- que muchos amigos nuestros y seguramente muchos de nuestros propios espectadores), y se da por vencido, tal vez demasiado fácilmente, quizás alegóricamente y no como habría sido de tratarse de una discusión real entre un virtuoso idealista y un pragmático pesimista... de los nuestros.

Lo cierto es que el Discurso Malo descubre La Realidad como argumento... sabiendo de antemano que con ella ganará. Para él, entre otras cosas (aunque por ser éste mi guión, es el que marca los significantes), la realidad es contundente cuando se la considera inamovible o, si se prefiere, natural. En este enfoque coinciden el Malo, el Bueno... y Aristófanes (que no tiene prurito alguno en montarlo de ese modo). Y ahí está ya la conclusión, la... moraleja...

Aristófanes muestra un desprecio básico por todo el mundo y se burla de todo y de casi todos: de Sócrates y de la Filosofía, del pueblo llano, de la vejez, de la juventud y del futuro... Para él, dicho sea de nuevo, no hay remedio, no existe cura posible, ni mucho menos redención. El hombre (su naturaleza, como él lo entiende) está condenado a repetirse, a hacer una y otra vez del mundo lo que fue, es y será en lo que a él más parece importarle: su sempiterna estupidez. A ser lo que debe ser, como dirá el Acreedor 1ro. A engendrar su propio castigo. En su fuero interno, guarda sin embargo el recuerdo atávico de un supuesto tiempo pasado donde la virtud parecía llenar el mundo (y tal vez fuera su casa). Pero es pesimista incluso respecto de la hipotética y deseada restauración de la Tradición que añora. Un pesimista que sufre su impotencia.

En el horizonte, el telón cae sobre la mezquindad y las formas más rudimentarias del arrepentimiento: el que acaba culpando a los demás, a los que habrían educado en el error y la falsedad, que son los que filosofan (¿qué otra cosa argüirán los que escuchan?), los que crean las leyes tanto para el funcionamiento de la Justicia como del Pensamiento. La ciudad de los inútiles y de los ilusos reacciona linchando a los inútiles e ingenuos. Todo se resuelve entre ellos como siempre, con canibalismo irracional y simple, elemental, como bien se podría decir. En ausencia de salvación o redención.

Pero, sin duda, la pugna entre el Discurso Malo y el Bueno, sitúa al comediante mejor que cualquier otra de las escenas de la obra. El comediante está detrás del decorado y de la acción, entre bambalinas, invitando simplemente a todos a reírse con él... de todos. Ahí está La Realidad que tan deseablemente nos gustaría que siguiese nuestros guiones, que funcionase según nuestras narrativas imaginarias y nuestros sabios modelos lógicos. Y de la frustración que La Realidad produce se deriva su única salida: Aristófanes, decepcionado, se ha refugiado en la ironía porque ha comprendido suficientemente que no podrá hacer nada para cambiar las cosas o reencaminarlas.



* * *


Adendums (junio 2013):

He encontrado un enfoque muy coincidente respecto del sentido de la ironía en general y en Aristófanes en particular en Kierkegard, Temor y temblor, de lo que me congratulo.

Asimismo, he encontrado la siguiente visión sobre el tema debida a Northrop Frye que simplemente transcribo: "...la literatura no sólo [40] nos conduce hacia la restauración de la identidad, sino que también separa este estado de su contrario, del mundo que no nos gusta y del que queremos huir. El tono que adopta la literatura hacia este mundo no es un tono moralizante, sino el tono que llamamos irónico. El efecto de la ironía es permitir que nos elevemos por encima de una situación." (Northrop Frye, La imaginación educada)



2 comentarios:

  1. Haha, como siempre tu blog deja mucho que pensar, gracias. Suerte.

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  2. Gracias por todo, Basurero Usurero; todo un apodo-firma irónico por cierto ante la impotencia de conseguir que lo deseado sea efectivo... ¿o me equivoco?

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Déjate oir... déjate atrapar...