lunes, 1 de julio de 2013

En torno a los espejos... (refrescando una primera versión)

Fue por pura casualidad, en parte provocada por eso de llevar todos los días el cántaro a la fuente, en este caso tras sistemáticos intentos de dar con el rostro soñado. Pero, fuese como fuese, supo de inmediato que había dado con la solución perfecta. De inmediato corrió a la calle para comprobarlo y buscó al sabio más sabio y, colocándose frente a él, cara a cara, alzó el espejo entre ambos y se contempló unos instantes. Luego corrió hasta dar con el más joven y apuesto mozalbete, y repitió el experimento. Había aún muchos para elegir, incluso más allá de las murallas de la ciudad...; sí, por fin tenía todas las posibilidades a la mano. Una sonrisa iluminaba su rostro como hacía mucho no pasaba. Involuntariamente alzó el espejo para contemplarse, pero sólo consiguió ver a través un trozo de la ciudad circundada por un óvalo de madera. ¡Es verdad!, se dijo; había olvidado que lo que sostenía era el marco vacío del espejo del que el cristal se había desprendido. Pero no se trataba de una antigua fábula oriental sino de la realidad, y no podía suceder que perdiera para siempre la posibilidad de volver a contemplar el propio rostro. En el mundo real, en el que él seguía moviéndose, sólo sería necesario contar con dos espejos, uno para cada menester, uno para cada momento de la vida.

Madrid, 27-9-2012
 

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