viernes, 23 de septiembre de 2011

El insoportable peso de la incoherencia intelectual (2): al César lo que es del César...




Como nos cuenta Tólstoi en su Confesión, la ansiedad que se apodera de él en su marha tras la pureza absoluta (o auténtica sabiduría) se originaba en su incapacidad para autolimitarse a ser un simple sirviente incondicional de Dios (en principio en los términos definidos por sus interpretes institucionales). Y esto sólo puede entenderse como un deseo inconfesable e incongruente de suplantar al Dios que se aspira a servir. Se reproduce aquí el ritual del antropófago que pretende hacerse con el poder de su enemigo comiéndose su corazón o su cerebro, e incluso el acto del depredador primitivo cuando daba muerte a los animales más poderosos con los que se medía, no necesariamente para alimentarse, y de cuya fuerza pretendía de ese modo apropiarse. Dios es la imagen sublimada del hombre, y por ello se intercambia al creador y al creado conjeturando que fue el hombre el que habría sido creado a Su imagen y semejanza.

Lo que se da a Dios (sea por parte del César, sea por sus súbditos piadosos) es la carga de la omnipotencia, algunas veces sentida firme y real y muchísimas más (sobre todo cuando se deja uno llevar por los deseos y los sueños de dominación) frustrada luego, hasta tornarse insoportable y de ese modo algo que se desearía castrar; vislumbrándose entonces desde las asunción de una sumisión absoluta (a la manera de Abraham, el personaje del Antiguo Testamento) hasta la de quitarse la vida o en todo caso arriesgarla o desgastarla in extremis (por ejemplo, a la manera del personaje Kressler de Papini en Una muerte mental -El piloto ciego-, aunque maneras de hacerlo hay y se hallarán incontables).

Lo que más insoportable le resultaba en realidad a Tólstoi, como él mismo confiesa es la conciencia del absurdo de la que nos hablará Camus un siglo después recuperando y extendiendo las preocupaciones de los herederos frustrados de la modernidad. Y ello más allá de los estereotipos y lugares comunes en los que cae al intentar hallar refugio en la religión; siguiendo el camino de la adopción formal y visible. Esa molestia esconde igualmente una "rebeldía" (explícita en Camus) que reafirma el hecho de que lo que se pretendía era alcanzar una conciencia del absoluto a la que se atribuiría el don de la tranquilidad, de la paz, de la satisfacción plenas. Y ello sólo revela un espíritu ávido de poseerlo todo como corresponde al más obsesivo de los tiranos, siempre dispuesto a caer en manos del diablo para conseguir para sí las "veinticuatro patas" que Fausto (Goethe) valorara sin tapujos como expresión de un poder siempre insuficiente, siempre deseoso de alcanzar una cota mayor, es decir, el poder representado por el propio Dios. Sin duda, una curiosa alianza, a primera vista contradictoria, obviamente hipócrita, pero demasiado humana para negarla. (1)

No obstante, Tólstoi se detiene al borde de la locura. La racionalidad en la que se ha conformado se lo impide. Ella lo lleva a reconocer que nunca podrá llegar a ser algo semejante a un dios y al fragor de la frustración se encamina en la dirección opuesta: intenta por fin renunciar a la omnipotencia propia y a someterse... y busca a Dios mediante la ritualización que se lo permita.

¡Y sin embargo, Tólstoi descubrirá que ese camino lleva a la pérdida de aquello que más valora y a lo que otorgaba signo de divinidad, de superioridad. Como sucede desde Sócrates y la fundación del espacio filosófico, la pureza del alma parece asociada indisolublemente a liberación de toda incongruencia, a una moral sin contradicciones, sin preguntas ambiguas o ausentes de respuesta, o con respuestas simplemente asumidas ad hoc; a eso que se llama lucidez, como Camus reitera bajo la denominación de "una conciencia atenta"! En definitiva: la renuncia a la omnipotencia humana y el consiguiente reconocimiento de la divina en un más allá inaccesible y oscuro, obliga al hombre a animalizarse, a perder su superioridad, incluso a perder su salvajismo, a volverse, en fin, un animal doméstico, a ser las patas adicionales de Otro. (2)

Una combinación que a priori parece aceptable es la solución cristiana: la asunción racional del dogma da más juego al pensamiento humano que la simple y utópica obediencia a La Ley sin discusión, como pretende la propuesta mosaica. El dogma (que convive con la filosofía y nace en oposición a la Tradición, esto es, contra la legitimación levítica de Isra-el) permite, contempla, abriga compasivamente, la realización de una cierta práctica reflexiva (una filosofía... la escolástica... a cuyo tribunal se somete en apariencia para que le dé una validez absoluta). En ese sentido, el dogma reconoce La Razón como la facultad más elevada del hombre y más distintiva... siempre y cuando sea una razón para justificar a Dios, a su servicio proselitista. El dogma puede incluso convivir con la duda siempre que esta se limite a las incongruencias que contengan las fantasías religiosas, que se dedique a limarlas, como hizo la escolástica y en especial Tomás de Aquino para conciliar la razón con la iconografía simbólica tomada como realidad misteriosa e inexplicable (Agamben hace un interesante relato de las discusiones escolásticas que surgen en torno al Día del Juicio Final y las contradicciones que provocan los intentos racionalistas al querer conciliar el realismo con la promesa de retorno a la vida para los justos que debe ser entendida como Real -véase Agamben, Lo abierto-). (3)

El drama de Tólstoi lo que sintió igualmente en carne propia Kierkegard al descubrirse incapaz de "simplemente obedecer a La Ley" a la manera del ejemplarísimo Abraham... (el mito bíblico narra la aceptación sumisa por parte de Abraham del encaprichamiento divino o juego cruel al que Dios lo somete como su siervo para probar el alcance de su fe, lo que se manifiesta en la orden irracional -y aceptada como inescrutable- de sacrificar al hijo que Él mismo le regalara tras una espera agotadora); algo que, por otra parte, ninguno de los sacerdotes judíos que pergeñaran ese pasaje bíblico, se le habría ocurrido pedirle a nadie en términos efectivos. El lenguaje del Antiguo Testamento es alegórico (véase Mary Douglas, El Levítico como literatura) que no deja lugar a la discusión, que se remite sólo a La Tradición y no a La Razón (Mary Douglas da el ejemplo del padre que prohibe al hijo tocar algo "porque sí" y "sin más" y que sigue reproduciéndose y multiplicándose hasta nuestros días en la educación cotidiana de nuestros niños). Lo que se se habría pretendido con la alegoría, en realidad, debió ser construir precisamente un caso inimitable, el caso de un santo que por definición no podía ser imitado sino tan sólo venerado por los mortales corrientes, un ejemplo al que en todo caso habría que aproximarse, con el que se identificara el ideal y en todo caso la autoridad del guía, estandarte de carne y hueso, encarnación vislumbrable del invisible Dios en el que se debía creer justamente por haber sido reconocido de esa forma y hasta ese punto por un hombre dignificado que de otro modo no habría podido llegar tan lejos de no ser santo y creyente. Una referencia mítica. Y, como tal, un típico enredo educativo y proveedor de identidad judía propia del lenguaje levítico (se trata en buena medida esta cuestión para Mary Douglas, ibíd.) y en todo caso del de la Antigüedad. "Ejemplo" del que, sin embargo, Kierkegard hará una lectura racionalista y moralista, es decir, una lectura cristiana (Kierkegard, Temor y temblor), algo que nos brinda otra faceta del conflicto del hombre reflexivo en la que nos detendremos. (4)

En efecto, la figura de Abraham tiene una faceta paralela de la que podemos sacar partido para comprender a los intelectuales, filósofos y hombre reflexivos en general. Abraham es un ejemplo de un individuo que logra dejar de pensar por sí mismo para someterse, pura, explícita y absolutamente a una colectividad (mediante la adopción de sus mitos, dogmas o reglas de conducta) por muy absurda o poco fundamentada racionalmente que se encuentre instituida, se conserve y justifique su supervivencia; la colectividad que se funde con su identificación con un Dios y unos preceptos morales o de conducta inscritos en su culto, un Dios como el que define los marcos de lo bueno y lo malo, de la continuidad o no en ella (La Alianza en el caso que nos ocupa). Una comunidad, a fin de cuentas, del estilo del Gran Hormiguero Humano descrita en 1984 en otros términos igualmente alegóricos, como en buena medida es fácil equiparar a la Unión Soviética o a la Kampuchea Democrática. Es decir, una maquinaria (social) donde globalmente impera el absurdo, la insensatez y el capricho inexplicable (e inescrutable so penalización extrema) conducente al caos, mientras sin embargo se crean y mantienen unas islas interiores aisladas, de racionalidad extrema, bastante autorregulados y autónomos respecto del resto (el Partido, el complejo militar secreto, los sistemas educativos, la policía, los correos, el ejército en guerra...), que se reviste a sí misma, mediante la ocultación y la acomodación pragmática a las circunstancias inmediatas, de imbatible, eterna, absoluta, inconmovible e inconmensurable... La colectividad definida como tal por la propia Ley (autolegitimada so pena de caer fuera del mundo) y la propia narrativa simbólica (lo que se consigue por oposición a los demás grupos sobre la base de un proceso de adopción de "lo contrario" y "lo notable", lo que puede ser "exclusivo" y "visible", lo que aparezca como "vacante" o "sin dueño"). Se trata de un fenómeno antropológico que ha sido mostrado acertadamente por Mary Douglas como identificación "contra todo lo demás" o realizada por medio de la negación o la oposición (Estilos de pensar), y a cuya panacea los opresores de todos los tiempos (y fundadores de mitos y regímenes) han apelado (entre los inventos de tal índole más próximos a nosotros y más ampulosos debemos incluir inventos tacticistas, de inmejorable factura burocrática, como la Alianza de civilizaciones y la Ley de la Memoria Histórica). (5)

Al intentar interpretarlo con un criterio racionalista, tanto Kierkegard como Tóstoi recaen en la desesperación, comprobándose que un ser humano cuanto más reflexivo es más en las antípodas está de lo que pretende: ser divino, dar pasos en esa dirección donde el poder se hace absoluto y donde, de ese modo, se comprendería el sentido de la autoconciencia y cesaría la angustia y la vivencia del absurdo. Como señala Camus: "La impotencia nunca ha inspirado acordes tan conmovedores como los de Kierkegard" (El mito de Sísifo). Se trata de la impotencia que se desearía asumir por entero (y es de igual índole que el deseo expresado de Tóstoi)... pero que no se consigue asumir, por lo que se sufre sin escapar de la angustia, sin dar "el salto", incluso retrocediendo espantado y huérfano, vedado el acceso por obra de lo que se supone más divino y más diabólico, "la conciencia atenta", a fin de cuentas... un castigo que una y otra vez expulsa a los hombres reflexivos del Paraíso... por no poder dejar de pensar (de tributar a "la nostalgia" que "es más fuerte que la ciencia" -Camus, ibíd.-... ya que en realidad esta ha sido igualmente determinada por aquella), por no poder dejar de ansiar hacerse con el árbol del conocimiento refundado de la greicidad y de nuevo de la modernidad. "Curarse es su deseo frenético", como dice también Camus en referencia a Kierkegard, pudiendo aplicársele igualmente a Tólstoi y a toda la intelectualidad occidental, creyente en La Razón.

No estamos ante un descubrimiento nunca visto hasta ahora. Aunque sí sucesivamente dejado de lado, no afrontado e incluso olvidado. El problema específico del hombre reflexivo, del pensador o si se quiere del intelectual había sido bien enmarcado muchas veces. Kant señala al respecto:
"El hombre reflexivo siente una desazón (desconocida por el que no lo es) que puede dar lugar a la desmoralización. Se trata del descontento con la Providencia que rige la marcha del mundo en su conjunto, cuando se pone a calcular los males que afligen al género humano con tanta frecuencia y -a lo que parece- sin esperanza de una mejora." (Probable inicio de la historia humana, en "Qué es la Ilustración", Alianza Editorial, Libro de bolsillo, Madrid, 2007, pág. 174)
Pero hasta ahora no se ha explicado el por qué de todos esos fenómenos: el por qué y la historia o genealogía de esa diferencia idiosincrásica señalada (entre intelectualidad y los demás, pueblo llano pero también sus dirigentes viscerales); causas de unas y otros o de su conformación, motivaciones reales de esa supuesta empatía y sensibilidad así como de su ausencia aparente; etc.
autopunición.

Para llegar a la raíz, debemos tomar en cuenta algo que está más allá de lo meramente psicológico (admisible hoy incluso desde una óptica socrático-cristiana que impulsa la "superación").

Que se abrace el Dogma y la Fe en la Verdad Revelada (fe que expresa una previa necesidad reflejada en la imagen que se construye de la propia experiencia como trascendental -como, por ejemplo, Voegelin dice en sus intercambios epistolares con Strauss-) en contraste y oposición al materialismo marxista o relativista, tiene razones de ser identitarias más que de fondo (ese fondo no pasa de ser "construido", como diría Goodman -Maneras de hacer mundos- sin que nos llegue a explicar empero la dinámica real que subyace tras esa construcción... de algún modo dada en un sentido que se contradiría con su propia tesis). Cuando se alza la Moral Cristiana contra el Cálculo Frío de los Comunistas se reproduce la alternativa de Dios en lucha con Diablo y poco más (lo que da lugar a la construcción de nuevos edificios racionalistas a cual más rocambolesco en sus intentos de conciliar la función nueva con el dogma antiguo). Sin embargo, la elección encierra algo aún más sustancial: en realidad, el Dogma Teista combate la supuesta pretensión que le atribuye al oponente de reemplazar a Dios por la divinidad humana, de apropiarse de la omnipotencia que le correspondería a Dios. En la lucha entre izquierdas laicas y derechas religiosas, lo que vuelve a tomar cuerpo es la imposibilidad humana para encontrar un lugar satisfactorio desde el punto de vista del sentido de su existencia como seres autoconscientes. La autoconciencia impone un estado de inestabilidad existencial que se mueve entre la certeza del propio poder (omnipotencia) hasta la entrega tendencial a las fuerzas de lo incomprensible (Dios, como animal doméstico; el instinto, como animal salvaje). Y como bien supo ver Kant, no es algo que afecte a todos los hombres por igual.

Estamos nuevamente ante el problema de la reflexión como problema específicamente intelectual, donde el problema humano de la conciencia es particular o fundamentalmente vivido por aquellos individuos que engarzan en el mundo en calidad de pensadores, de seres cuya reflexividad se convierte o más bien se conforma como el arma decisiva de su supervivencia. Sea esto por las causas combinadas que sea (genéticas, sociales, históricas... y hasta coyunturales), a quienes el rol adoptado, nunca del todo voluntariamente, les impone una actividad (o la elección y la conservación de una actividad) determinada, la cual, a su vez, los obliga a respetar y/o intentar modificar ciertas reglas más o menos ineludibles, como la de reproducir los rituales adoptados y construir discursos y narrativas coherentes, la de adivinar o la de calcular, cosas que a su vez retroalimentan las idiosincrasias específicas y consolidan los roles respectivos.

Toda la historia humana puede leerse desde este enfoque, en particular la inflexión que indudablemente aconteció el "día" (en el entorno de un tiempo) en que se legitimó la Filosofía como espacio separado del de los Reyes, hasta ese tiempo, sabios y decisivos, portadores de la Ley, la Verdad y la Justicia en una unidad (véase Michel Foucault, El orden del discurso)

Este problema, específica y demarcatoriamente occidental, da lugar a la formación de un estamento socio-profesional y a una práctica, la filosófica (que no la científica que se separará de ella luego mediante un proceso de inflexión menor -por estar incluso- pero igualmente significativo) que, desde su institucionalización en sentido estricto en el marco de la greicidad donde se constituye como espacio capaz de justificar el rol y su práctica, va adentrándose en su propia decadencia y ruina posmoderna hasta negarse cada vez más por ausencia de lugar para el ejercicio de un rol perimido (en un sentido objetivo y no como valoración). Decadencia y ruina con las que en germen nace en tanto pretende ocultarse a todos y a sí mismos sus pretensiones tiránicas y defender un método a la postre utópico: la recepción del poder absoluto en nombre de una semidivinidad imaginaria (la que se basa en que

Un fenómeno que en su dimensión humana global y en última instancia, nace y evoluciona (no siempre hasta sus últimas consecuencias) a lo largo de un proceso de lenta maduración a partir de la entrada del hombre en la era de su fragmentación social, donde se instituyen las primeras formas de domesticación de unos hombres por otros. Proceso en el que se cae necesariamente gracias a dos cosas: la omnipotencia innata e instintiva y la creatividad que se deriva de su aplicación, proceso que puesto en marcha sólo podrá realimentarse, reproducirse, consolidarse siguiendo las leyes de la evolución y adaptación tal y como hoy deben comprenderse.

Así, la autovaloración que hacen los intelectuales de su carácter y rol semidivinos es equivalente a la autodivinización en la que caían los tiranos clásicos desde los reyes más "sabios" -allí donde y cuando el rey y el sabio se reunían en una única persona- hasta las expresiones más extremas de la simple fuerza bruta. Estar "por encima" de los demás hombres, un fenómeno que no puede producirse ni se produjo jamás sin un cierto grado de concenso generalizado, al menos el mínimo necesario para consolidar una conquista y un sometimiento de unos sobre otros (camarilla, liderazgo consentido...), parecía confirmar que se trataba de unos hombres muy cercanos a los dioses. Los débiles eran los primeros en reconocerlo y en contribuir así a cimentar esa autoestima perturbadora para todos. Y de ahí a sentir que ello les daba derecho a unos honores o a entender que ello era la contrapartida justa que tal rol les confería, sólo había un paso: soportarlo lo hacía creíble, como apuntaría Kant.

Está más que visto y admitido que el punto de vista socrático-cristiano atribuye a la carne (y por extensión a la mundaneidad) un enorme e irresistible poder corruptor del alma o el espíritu, es decir, lo propiamente divino sustancialmente hablando. Sin embargo no podemos quedarnos sin intentar comprender algo más que un galimatías invitando a la penitencia, a la autocondena sin remedio, a la muerte en vida que a fin de cuentas significaría la consagración absoluta a Dios... por la vía de la autoestigmatización tolstoiana o la resignación kiergegardiana que se recrean sobre la base psicológica de quien sufre y lamenta la impotencia de no ser más que un hombre, y ello sin atreverse a comprenderlo o a asumirlo hasta las últimas consecuencias. Pero no se trata de una condena que se remontaría al pecado original. Se trata sólo de un fenómeno derivado directamente de la autoconciencia, un fenómeno por tanto... "demasiado humano" (y "natural") que por tanto no puede ser entendido sino como una emergencia surgida de resultas de la larga historia precedente y de las dependencias naturales sucesivas que la fueron definiendo. Y esto, a su vez, pone unos límites que no sólo derrumban las alusiones idealistas, platónicas, metafísicas (¡o filosóficas!), sino la propia idea subyacente de que la divinización es de uno u otro modo alcanzable por "el hombre" y que ella está vinculada a esa facultad en particular que exhiben los más reflexivos a costa de todas las demás (la astucia, por ejemplo, y la intuición...) menos pretensiosas en cuanto a los alcances de la capacidad imperfecta de cálculo y siempre entrelazadas las unas con las otras en un ser que crea o inventa para conservarse y nada más... aunque a veces se extralimite con todo tipo de consecuencias imprevisibles y hasta nefastas.

Se trata de algo que ha sido producido de esa forma y ha dado de sí todo lo demás, todo eso que llamamos mundo que tras cada instancia pesa más. ¿Reclamo así una especie de "realismo"? (6)

Tal vez... Uno, a fin de cuentas, es lo que es.


* * *


Notas:

(1) El paralelo entre intelectuales y tiranos repugna instintivamente al intelectual medio y es lisa y llanamente negada a priori sobre la base de su mediocridad e hipocresía. He tratado este tema varias veces con referencia a Nietzsche, que dejara buen registro del fenómeno, aunque sin completar la descripción de su dinámica, la cual no es sino una expresión más de la conducta "demasiado humana" que se repudia por "demasiado animal".

Esta cuestión ha sido objeto de estudio y de debate (aún no del todo radicales), como se aprecia en torno al Hierón de Jenofonte, en el estudio del mismo por Leo Strauss (Sobre la tiranía) y en los debates que suscitó este texto con Kojeve y Voegelin, donde el discípulo de Sócrates pone en escena un diálogo que enfrenta a un tirano visceral con un filósofo al que le pide consejo para sobrevellar el rol asumido. En su comentario, Kojeve reconoce el común deseo de obtener honores que asiste a ambos y que sin duda es un punto en común que sin embargo será resuelto de un modo diferente por cada cual.

(2) Este punto es una de las piezas clave de mis tesis: los no-intelectuales a diferencia de los intelectuales pueden seguir fácilmente esas sendas de adopción de rituales y de mitos sin preocupación por la existencia de contradicciones discursivas/narrativas. Esta preocupación se manifiesta como casi obsesiva en el intelectual que filosofa, en el filósofo, en el individuo que se siente obligado por una u otra causa a dar cuenta del mundo para conservarlo y curar sus supuestas enfermedades o para revolucionarlo y extirparlas.

(3) Agamben señala que el "reconocerse hombre" que sería distintivo de la autoadjudicación instituyente según Lineo, impondría... Sin duda, el símbolo etiqueta con fines identitarios y en este sentido sin duda hay un artificio ("máquina") cultural
instituyente: ¡justamente por eso es inextirpable y ni siquiera autoreprimible... salvo en el marco de la dominación u opresión en el cual impera la hipocresía y el angaño, es decir, la apariencia oportunista, o en todo caso la represión. El problema que representa la emergencia de la omnipotencia humana como resultado de la actividad consciente (que necesita creerse capaz de todo y avanzar en la consecución de su pulsión aún a costa de frustrarse y reponerse de la frustración) es que no es ni extirpable ni reprimible a la vez que es irrealizable, la condena es trágica, el resultado ruinoso, caótico, colapsante... Las esperanzas se pueden poner en la educación o en la represión o en una combinación de ambas... y todo intento esconderá siempre el dejar en manos de algunos el ejercicio de la hipocresía, en otros el autoengaño, en la mayoría el silencio y la práctica solapada del subterfugio (el echa la ley, echo el engaño). Lo que sucede no es que se sea semidivino ni semianimal, sino que se es superanimal.

(4) Kierkegard (con un claro carácter herético desde el enfoque de la institución establecida, a la que se acusará otra vez de mentirosa y desconcertante -en esto se puede ver un significativo paralelismo con relación a los marxistas consecuentes y las experiencias comunistas institucionales), dando por real la figura de Abraham que da la Biblia, se reconoce incapaz de imitar a quien sólo puede ser un personaje de ficción de una moraleja, inventado con fines identitarios (para la fundación del pueblo que rompe con El, o Isra-el; véase más al respecto en mi nota 5): "no soy capaz", dice, "de...." (Temor y temblor). Su conducta débil o de segundo orden ante la fe que no osa poner en duda y en cierto modo, parece desear haberlo podido evitar, es decir, haber sido capaz de la conducta que indiscutiblemente admira en Abraham (un personaje sin duda simbólico e identirario al que, por fe, da por un ser humano vivo en su época... pero ¡ya hoy irreproducible!). El ejemplo de Abraham, que considera imposible de seguir por sí mismo (y de hecho no ve reproducible en el presente), sólo puede ser considerado "un caso particular" de "santidad" que sin embargo soporta el acompañamiento inconsecuente de fieles de segundo orden, pecaminosos, débiles, inseguros, inestables, confusos... La propia jerarquía es expresión de más inconsecuencia que muchos "caballeros de la fe". Sin embargo, el ideal de conducta sigue siendo referencial, y lo que propone en el límite no es ni más ni menos que un abandono de la omnipotencia humana, un reconocimiento de la impotencia propia, de la subordinación de toda acción a los designios divinos. No se trata pues sólo de rellenar los huecos que deja "la descripción humana de la realidad" mediante referencias metafísicas de diverso orden, sino de anular idealmente (o en todo lo posible) esa "falsa" convicción que despierta en el hombre debido a su conciencia y a su capacidad creativa. Sin duda, siendo esta última limitada, siendo frustrante no poder ser igual al Dios que por fin se construye como proyección del deseo, cabe cedérselo todo, incluyendo la facultad más o menos aparente, más o menos cierta (en tanto artículo de fe colateral), del libre albedrío cuya aplicación sólo será finalmente juzgada (se deja para que no se ejerza, se deja con la misma crueldad paternalista con la que se deja a Abraham sufrir durante todo el camino hasta el monte).

(5) El carácter de personaje construido en función del mensaje bíblico es racionalmente evidente. Abraham no puede existir ni pudo existir como persona de carne y hueso y del mismo modo que el Dios de Isra-el componen la conjetura identitaria de un "pueblo" que se funda en la idea de un tipo particular de Dios y un tipo particular de conducta humana legítima y sagrada. Son ambos elementos de esa fundación identitaria de la que Mary Douglas dio tan buenas pautas en relación al Levítico. Esa conducta ejemplar propone un abandono absoluto de la propia omnipotencia que es enteramente cedida a Dios, al que hay que obedecer ciegamente, sin comprender, y al que (a la vez) se lo inviste de Instructor Principal o Máximo: con la conducta por fin puramente educativa, paternalista-patriarcal, benevolente y cariñosa para con sus siervos obedientes, Dios acaba por ser digno de confianza y de amor; lo que constituye el final de la lección o del mensaje capaz de reforzar la identidad de un pueblo. ¡Estareis siempre a prueba so pena de ser expulsados del grupo y de los objetivos que este promete alcanzar para todos!: este es el mensaje proselitista.


(6) ...en todo caso a la manera en que Nietzsche pidiera que fuese reconocida "la realidad" (Ecce homo y/o Más allá...), negando sin embargo (ideológicamente) el movimiento real que sin embargo ella seguía, es decir, conservando las esperanzas "a pesar de...", como auténticos alcoyanos y... como auténticos prisioneros de la propia "obra" (la "jaula", la autoestima, la omnipotencia, que Heidegger llega a señalar como "peligrosa" aunque inevitable ¿salvo vía aislarse?).

La posibilidad de un pensamiento no ideológico, y no mítico, podría referirse a aquel que pudiera ser no socio-profesional (que entre otras cosas no puede atribuirse estar basado en algo así como una "ciencia en sentido estricto" que vuelve a reinstalar en pie la esperanza de una conciencia capaz de realizar su esencia o destino de divinidad (lo que Husserl y Heidegger proponían como factible de hecho). cabe sin duda la defensa de la crítica que reconoce su impotencia práctica o dominadora y que sabe que toda propuesta tiene tal intención y llevaría a su propia tergiversación, como ha sucedido hasta ahora con toas las utopías bienintencionadas.

Rescato en cualquier caso el coraje reflexivo que se afirma en la premisa del "cuanto más hay que dudar" de Nietzsche y reconoce la dependencia de la época y del mundo que a pesar de lo deseado contribuye a conservar. Rescato pues estar preparado, con la "conciencia atenta" que reivindicaba Camus para apreciar las "vivencias necesarias para ver y oír". A fin de cuentas, se trata del ejercicio de la facultad de cálculo que le permite rehuir del riesgo a los intelectuales... facilitándoles la marginación y haciendo que la sufran.

3 comentarios:

  1. Hola Carlos, primero me gustaría disculparme pues, me quité de seguir los blogs, de todos, en la creencia que seguir, no es estar “presente” por medio de una foto o clik ocasional, sino seguir de manera activa y entendida esta, por los comentarios serios que se realizan, a la manera que ahora, no sé si con acierto, me propongo. Luego, de lo que puedo leer en esta misma entrada – la única hasta el momento- entiendo, que rondamos, salvando las distancias - pues advierto en ti, de tus escritos, un alma intelectual que yo no poseo-, digo, que rondamos una misma frontera desde la que vemos diversos los horizontes, quizás, pues atisbamos éste desde distintas perspectivas o en él propósitos igualmente distintos que alcanzar-, aunque, para confirmar esto te habré de leer más y por lo que veo bastante más-. Normalmente, no saco nunca conclusiones de una primera lectura de texto (cuando considero lo leído un trabajo serio, y el tuyo, además, extenso) y no será ahora la excepción, con lo que confirmo que prepararé alguna respuesta o comentario, relativa-o a algún punto de tu discurso (que seguro me costará sintetizarlo) del que pueda hablar con propiedad y conocimiento, en cuanto a mis posibilidades. Un abrazo.

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  2. Querido Jorge: Te agradesco doblemente el comentario: siempre es de hacerlo cuando dejan constancia de que han leído algo que en el fondo destinas "al mundo" (para eso se escribe, ¿no?), pero también por darme una nueva muestra de sensatez y un criterio maduro. Estoy muy de acuerdo que añadirse a los "seguidores" o señalar "me gusta" en FB no significa nada, y esto lo agradesco también. Lo que queremos (me repito) es que nos lean y... nos digan lo que lo dicho le ha sugerido al lector, sea ello más o menos profundo, aunque sí deseando que sea sincero, más visceral que intelectual, y, especialmente, nunca según lo que "debe ser", sea para aplaudir (¡aj!) sea para oponerse (de un modo dogmático y/o ideológico, ¡aj! igualmente); y estas cosas lamentablemente abundan. Así, apabullarse ante la "erudición" y callar o "pegar aullidos" (de uno u otro signo) parecen bastante extendidos hoy en día. Así que, de nuevo: gracias por el comentario. También te agradesco que me permitas tocar un asunto que sin duda afecta a la imagen que doy con esa "erudición" y con tanta "reflexividad": el carácter "intelectual" al que acabo adscrito.
    En ese sentido, debo "declarar" que si bien he seguido una trayectoria intelectual y aún la sigo en las formas, la misma ha ido derivando desde un primer momento hacia una especie de "quintacolumnismo", de la de un "saboteador" del "intelectualismo" y de un intento de situarlo precisamente en un plano que lo pone en cuestión, o que, más precisamente, pone en cuestión su "base" sagrada que TODOS los "homo-occidentalis" contribuyen a sacralizar; a saber: el carácter de Don Divino de la inteligencia y de la facultad de reflexionar.
    Ese es en gran medida el trabajo que me he propuesto no sólo en los dos posts en los que trato de una de las consecuencias de esa "creencia" (lo "divino" de la Conciencia y de su capacidad de "cálculo"; se "viva" de un modo visceral o se haya "elevado" al grado de teoría, dogma, mito, etc.); una consecuencia que revierte en contra de la idiosincrasia intelectual: el sufrimiento por la "dificultad" (imposibilidad) de alcanzar una visión racional del mundo e, incluso, de poner el mundo en consonancia con esa "racionalización", de esa "perfección"...
    No es, por cierto, mi única meta investigadora, ya que mis "descripciones críticas" (radicales, porque intentan ir a la raíz) buscan poner en evidencia la mecánica de todas las idiosincrasias sociales, como, también, la de la burocracia gobernante o la de las masas en su debilidad "congénita". El cuadro se completa así dando una panorámica de lo que creo que ha devenido "nuestro Occidente", y lo que permite aventurar qué lo amenaza en su marcha ciega. O sea, una vez más, realizar la tarea humana de "calcular" lo que se podría prever. Y en eso la pescadilla se ha vuelto a morder la cola, y yo vuelvo a ser, en cierto modo, lo que tal vez no me quede más remedio que ser (puesto que respondo a las armas recibidas y las prácticas desarrolladas): un intelectual... en todo caso "saboteador".
    Por último: la burla, la risa y la ironía (tal como la mentaba Nietzsche y tal y como la practicaron Aristófanes y los grandes novelistas desde Cervantes y algunos poetas, como Quevedo). Para que tengas una idea de a qué me refiero, no te preocupes por la teoría y lee un cuento mío (y con esto acabo esta perorata que me has permitido desplegar aquí): "El hombre que aprendió a alterar la armonía del Universo", al que puedes acceder desde la solapa de este blog.
    Muchas gracias de nuevo y hasta la próxima.
    Un abrazo,
    Carlos.

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  3. La última versión del cuento mencionado está en realidad aquí:
    http://botellallenadeluciernagas.blogspot.com/2011/09/un-cuento-tambien-para-bulgaros-y-rusos.html

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Déjate oir... déjate atrapar...