En mi "segunda novela" que espero deje de ser un borrador antes de que me jubile (en todo caso antes de que se agote mi escasa participación intelectual en este mundo de locos para iniciar una andadura contemplativa hacia el polvo y el recuerdo) se levanta una Ciudadela semienterrada, especie de palacio de un remedo de Big Brother espartano emergido de la marcha sin meta del hombre a la vez que de sus pretensiones sistemáticas e inevitables de fijarse alguna. Es decir, de la artificialidad que nace de lo más instintivo, de lo que se impone desde la vida a la vida.
Como sucede al menos en mi caso, una vez creados los condicionantes iniciales y ciertos momentos puramente estéticos, la novela se fue construyendo cada vez con más riqueza de contenido y... muchos centenares de páginas que habrá que recortar un poco. ¡Esa es la fatigosa tarea que me espera ahora!
Pero, entretanto, y en conexión con el post que escribí en mi otro blog sobre la cuestión que he denominado "los molestos", quiero desarrollar aquí una reflexión un tanto más literaria sobre el caso; un caso que me temo de mucho de que hablar en un futuro previsible, tal vez a cuenta de mi posible paranoia, tal vez de mi posible aguda intuición.
En las honduras del bunker mencionado, he situado con un método puramente dadaista las que podrían bien ser consideradas calderas del infierno; unas grandes calderas donde bullen sin cesar fuegos incineradores destinados a desintegrar y volatilizar los deshechos que se generan en ese lugar a consecuencia de la vida cotidiana... Pero resulta que, como todo lo que hay en el mundo, esos dehechos están definidos desde la institución que se da el hombre, o mejor dicho, a la que llega simplemente marchando como he señalado al principio: sin meta aunque inventándose colectivamente una y creyendo individualmente en ella; y por eso, allí también son considerados deshechos todos aquellos individuos que se conviertan en molestos para el mencionado Big Brother, individuos que éste considera inútiles y, por ello sin más, perturbadores, por lo cual deben desaparecer del mapa. No tiene que mediar una Gran Causa (¿quién tiene la autoridad o el derecho de decir qué motivo o razón podría serlo?) ni debe ser dada la más mínima justificación. Eso, allí, en ese mundo, ha sido completamente superado: es el atributo por antonomasia que define al Big Brother como Brother Supremo. En ese mundo sin dioses, un hombre ha aceptado ocupar el lugar vacante de Dios a sabiendas de que es parte de una pantomima; de La Pantomima.
Para facilitar las cosas, en cada rincón de la Ciudadela hay alguna boca que lleva hasta el corazón de Los Incineradores. Y para que no exista posibilidad alguna de suspensión o anulación de la pena infingida ni humana esperanza de rehabilitación o indulto, todas las sentencias son sumarísimas y una vez que son colocados en la boca de los conductos (que están siendo constantemente lubricados), los cuerpos se deslizan en picado, en ausencia absoluta de obstáculos, directamente hasta las calderas, donde crepita el fuego que comienza a quemar ropas y piel en la medida en que se está más cerca, todo lo cual, de todos modos, pasa extraordinariamente rápido.
Oscuros, irremontables, sin asideros, una vez en ellos los individuos se saben irremediablemente condenados de inmediato, y, a pesar de aceptar que su fin está en el orden de las cosas... acaban gritando desesperadamente mientras se precipitan hasta el último momento, incapaces de reprimir el reclamo de una ayuda conscientemente imposible y tal vez pereciendo en el ejercicio mismo de la esperanza...
En nuestra sociedad, por el contrario, los incineradores reales son de los más diversos estilos y no han sido simplificados hasta el extremo gráfico con que los he diseñado para mi Ciudadela de ficción. Entre nosotros, consumen lentamente la vida de los condenados a lo largo de una caída que parece que no cesará nunca, ni para bien ni para mal. A diferencia de los de mi caricatura, suelen consumir antes al individuo desde dentro, desde sus propias vísceras, como si se convirtiesen por anticipado en cadáveres a disposición de los gusanos. Como si se tratara de un viaje realmente instantáneo e irreversible similar a pesar de la apariencia al que se les impone a los molestos para mi Big Brother... En uno u otro caso, a fin de cuentas, se los considerara y se sienten de inmediato muertos.
A veces, también son quemados meticulosamente y trozo a trozo mediante la tortura... Pero esto es tan sólo otro preámbulo que ha sido suprimido: mi Big Brother no busca diversión, sólo pretende ser divinamente expeditivo.
En nuestras circunstancias, los millares de millares de conductos que están al capricho de nuestros Grandes Hermanos y sus cohortes de trolls, de clones, de bufones y de cobardes prontos a traicionar... incluso a ellos, no confluyen en una única Gran Caldera, sino que acaban en millares de frías y apagadas calderas, oscuras, húmedas o calurosas, viciadas, inmundas, todas más o menos terminales, donde las llamas no brillan ni siquiera para celebrar la muerte ni dejan ver las circunvalaciones que describe cuando danza en torno. Otra cosa son las cárceles civilizadas, donde se interna a quienes son juzgados por un tiempo previsible. Incluso aquellas en donde los asesinos aguardan su ejecución legal.
No, mis incineradores, aunque única opción para cualquier supuesta falta o puesta en evidencia digna de la medida, no son nada que se pueda asimilar a estos espacios de aislamiento, ni siquiera a los actuales psiquiátricos. En realidad, lo más parecido a ellos han sido los gulags soviéticos, pero sobretodo son la versión fantástica de las prisiones totalitarias en general, esas a donde se aherroja a los que fuera molestan demasiado a criterio de los hermanotes de turno, donde algunos desaparecen para siempre (incluso, muchas veces, tras volver al mundo exterior). Me refiero a otra cosa que, de hecho, no está allí para nadie (salvo para los carceleros y los verdugos), que se pierde al final de un conducto que no se ha recorrido porque eso sólo se hace una sola vez en la vida, que parece al común de los mortales una pura fantasía como la de mi Ciudadela u otras: historias, historias que se cuentan para asustar a los niños... Los únicos que se enteran son... los profesionales, los que cumplen sin más con un trabajo por el que no sólo cobran un salario -nunca demasiado aceptable- sino que son condecorados y amados por el Brother y sus leales, además de deleitarse cuando aplican la oreja a las paredes del submundo para deleitarse con la música tenebrosa del dolor y de la angustia, apreciando las diferentes escalas, los diferentes registros, para los que sus oídos se han desarrollado
La esperanza, que en cuanto se comienza a caer por los conductos (o mientras te llevan embolsado) comienza a diluirse, acaba, por fin y generalmente, por quebrarse, hasta inducir incluso deseos antinaturales, deseos de que llegue de una vez el sueño eterno. Y muchos de los que salen, en parte por lo menos, se ya no son sino espectros que no saben decir por qué siguen allí, por qué y para qué están aún en ese mundo que antes de que los encerraran creían conocer bastante...
Todos tenemos mucho de lo que ocuparnos, de lo que alegrarnos y de lo que sufrir; de modo que esos gritos no llegarían hasta nosotros ni aunque los trasmitiesen por la tele. En todo caso, los hermanotes nos lo ahorran con ponerles una prioridad, mostrar sólo algunos aspectos, integrarlos en una narrativa tácticamente apropiada, distorcionándolos o, en caso de juzgarlo conveniente, borrándolo del mapa como se borrara de las fotos a Godwald tras dejarle el gorro a Clementis, como nos contara Kundera (El libro de la risa y del olvido).
En cualquier caso, siempre estarán allí, por todas partes, esos conductos, abiertos a los que se ganen el castigo de desaparecer del mapa. Nacemos rodeados de letreros y de voces que nos lo advierten desde el primer día. Es lógico que respondamos a esa sistemática invitación a la buena conducta que reprime el deseo de saber demasiado y de decir lo que sabemos en voz alta. Nacemos, además, ávidos de saber y de ganarnos las simpatías del prójimo. De ahí que pasar desapercibidos y en silencio, mirando a lo sumo por el rabillo del ojo y murmurando para adentro, equivalga a no haber siquiera nacido.
La botella que el marinero Simbad pescó en el mar de las mil y una noches y logró arrojar al mar de nuevo, ha vuelto allí para volver a ser pescada... abierta... despertada... engañada... resellada... repescada...
En algún previsible futuro del futuro del futuro... mi ciudadela, erosionada y semicubierta por arenas negras (lo son realmente en ese mundo donde todavía, hoy, no ha sido levantada), tal vez sea alguna vez desempolvada...
...o rescatada de las aguas al modo de una hipotética Atlantida invertida que en lugar de desaparecer emerge.
...o rescatada de las aguas al modo de una hipotética Atlantida invertida que en lugar de desaparecer emerge.
Voy leyendo y es excelente, me gusta. He encontrado un curioso blog de criticas que me gustaría dejarlo aquí por lo escogido de los temas de las novelas.
ResponderEliminarhttp://noespaisparaburros.blogspot.com.es/
Gracias, personaje anónimo e inidentificable... porque en tiendo que no eres el autor del blog recomendado, supongo?
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