jueves, 19 de junio de 2014

Fantasmas detrás de la fachada o Ráfagas puestas en pie.


Beltrán 372 (puede verse la placa en la pared: la misma). La fachada... apenas protegida por una reja que no había. En la ventana, donde se ve bajada la persiana, sigue mi mirada de entonces a la calle, mis oídos de entonces al bullicio. En los lados simétricos salientes que dan forma de T gorda a la entrada, la reja, hoy, impediría que, como ayer, me siente encima, y, por ejemplo, recite unos versos "gauchescos" que aún hoy recuerdo y que puedo volver a recitar todas las veces que quiera. Me cuesta, por culpa de la reja, verme allí, haciéndolo todavía. Sin embargo, sigo notándome detrás de la puerta blanca que da paso al interior: protesto porque mi padre sale de viaje de nuevo... aunque sé que a la vuelta me traerá un montón de cosas de regalo, y que, a la vuelta, lo podré abrazar. Y sigo notando, detrás, a mi madre que, aún, se maravilla de la pasión que pongo en la protesta; maravillándose de que mi padre se haya hecho querer de esa manera... hasta, según mi madre, que lo consiguieron intoxicar con lo que hoy yo podría definir como la pertenencia al clan, lo que en parte pude haber percibido... salvo que a mi vez yo fuera igualmente intoxicado por otras pertenencias y otros compromisos. Más allá, siguiendo el recorrido, siguen los mismos espacios y los mismos muebles, los mismos platos de porcelana y los mismos utensilios plateados, no sé si de plata ni de cuántos dineros, las dos camas, el hermano compinche, el hermanito incierto, el receptor de radio de partidos de fútbol y novelas de miedo, el cuarto de baño del incendio de hormigas rociadas con alcohol, el misterioso cuarto sin ventanas, la galería y sus enormes toldos donde mil moscas encontraron sus últimos descansos y no pudieron retomar el vuelo y seguir molestando, el patio de la carrera de la carretilla verde y la hamaca de madera de dos asientos en la que la carretilla se engastó lanzándome a un buen golpe contra la pared del fondo del que salí duchado por el chorro desesperado de un sifón..., ay, esos desmayos que no debieron ser más de dos...; y la cocina de las botellas de calcio, la polenta, el sifón; y el cuartito del misterio en el que unas sombras de tetas y figuras que se tienden en un colchón delgado sobre el suelo, en medio de una baraúnda de objetos que poco a poco se acumulan hasta que las sombras dejan de caber y se van, expulsadas... Todo, distribuido tal cual, sigue del otro lado, donde, ignorantes de los fantasmas, se parapetan los intrusos de hoy.


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