viernes, 1 de enero de 2010

El dolor crónico del mundo en Shakespeare

Medida por medida es para Lampedusa de lo mejor del gran Shakespeare. El escritor italiano nos dice con palabras sencillas, como si nos hablara de ello mientras comparte con uno un café en un local apropiado para periódicas tertulias, débilmente iluminado, de mesas de madera llenas de historia tallada a punta de ridículas navajas y viejas manchas circunstanciales:
"Gran poema indefinible, gran obra de teatro inclasificable, demasiado trágica para ser comedia, demasiado irónica para ser tragedia, en la que los versos más conmovedores se alternan con la más áspera y maldita prosa; esta obra lleva, como la Piedad Rondanini a la que se asemeja en grosería y escabrosidad, el sello más cegador del genio más trascendente." (Giuseppe Tomasi di Lampedusa, "Shakespeare", Nortesur, Barcelona, 2009, pág. 69). Donde se da la interesantísima situación que podríamos ¿por qué no? llamar nietzscheana, en la que: "Todos los personajes, la mayor parte de ellos despreciables, se expresan con la más feliz de las elocuencias que jamás se haya oído de boca humana. Y todos parecen tener razón." (ibid., pág. 72). Y donde "Este esplendor verbal envuelve como un valioso terciopelo el sarcófago en el que yace nuestro mundo, muerto." (ibid., pág. 73).

Sin duda, el mundo dado se le presentaba a Shakespeare como si él hubiese surgido en él desde "otro lado" y lo hubiese atravesado como una espada flamígera de lado a lado: hiriendo, doliendo a rabiar, cauterizando, hiriendo de nuevo, doliendo... en un periplo circular reiterado.

En referencia a otra de las mejores y más intensas obras del genio inglés más grande de todos los tiempos, Troilo y Crésida, Lampedusa dice, precisamente:
"El mundo ha sido envenenado. (...) está en el estado del vómito, de la diarrea y de los alaridos. (...) es feo y sucio. (...) Son todos unos cerdos (...) Habría que liquidarlos, pero él no osa, él teme, él se aviene a compromisos.

"En raras ocasiones un autor se ha mirado tan fríamente y reflejado con tan escasa indulgencia.

"El mundo ha tratado mal a Shakespeare.

"Pero antes él se ha burlado del mundo (Troilo); luego lo ha despreciado (Medida por medida); y al fin, suprema venganza porque es la mejor, lo perdona (La tempestad)." (ibid., págs. 64-65; y yo debo confesar que los estoy, ¡recién!, comenzando a leer por vez primera...)

El mundo doliente, tal vez el que siente aquel que no podrá sacárselo de dentro de una vez sino una vez tras otra, en cada creación literaria, en cada construcción textual, en cada obra en las que las palabras se ordenan reconstruyendo el orden del desgarramiento que produce la espada clavada en eso que sin serlo sigue quedando tan bien llamar -porque refleja nuestra inevitable sensación de que lo sea- "alma"... o si se prefiere, sin que con ello se gane ciencia, "ser".

El mundo, ay, que no se puede llevar dentro sin paliativos, ardiendo sin cesar, escociendo constantemente, siempre doliendo. Hay que drogarse, adormecerse o... hay que arrancárselo como si pudiera ser dejado fuera de sí de una vez por todas, aunque, mientras el dolor comienza a parir de nuevo, el engendro expulsado se transforme apenas en una criatura más o menos cautiva, atada a uno hasta cierto punto (bella a los ojos de aquellos que no habiéndola parido son capaces de admirarla... y ellos cuando se consigue darla a luz con el arte de un Shakespeare), enjaulada y abandonada a su suerte en el zoológico de los volúmenes encuadernados y las páginas de imprenta, exhibible, visitable, temible, conmovedora, especular... porque, de inmediato, el dolor, como he dicho, regresa y comienza a gestar de nuevo. Eso, eso que el lector habría escrito si supiera, si pudiera, si fuera capaz de sentir el ardor del mundo como espada brutal en su... "alma" en cada momento... y siéndole insoportable supiera, se lo permitiera, animarse de verdad a arrancársela de sí... ay, inutilmente. Sobre todo si y cuando se tratase de uno de esos cada vez más escasos buenos lectores (escritores en potencia, diría yo) y no de alguno de los muchos timoratos en aumento necesitados de opio (del opio "best seller" unliterary -permítaseme éste guiño a George Orwell para un fin sustancial-, de personajes inexistentes -permítaseme éste guiño a Italo Calvino para un fin formal-, de ropajes flotantes, animados aunque en ausencia de carne y de sangre, apenas oferentes de balbuceos y monosílabos plenos de pobreza e insignificancia -aunque muy digeribles-, y mucho mejores habitantes de algún "manga" que de las falsas "novelas" bajo cuya forma desconcertante se apilan por oleadas obcenas en las tiendas de la llamada cultura actual y acompañan los trayectos matinales y vespertinos de los nuevos proletarios modernos.


4 comentarios:

  1. Sin duda unos buenos libros para conocer mejor al autor de la universal frase "Ser o no ser".
    Tomo nota.

    Los letraheridos pululamos por todas partes.

    Saludos

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  2. Hola y bienvenido Antonio. Son una pequeña delicia en sí mismas las "notas" de Lampedusa. Ya me contarás...
    Je... los letraheridos, exactamente.
    Un saludo.

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  3. Desconocía esta obra de Lampedusa sobre Shakespeare, sumamente interesante a juzgar por los breves fragmentos que nos proporciona el autor del blog.

    Como habrá podido comprobar el señor Suchowolski, en la tertulia de Benigánim algunos tenemos debilidad por Lampedusa; no todos debo decir, de allí surgieron críticas poco generosas hacia "El gatopardo".

    Enhorabuena por su blog y muy bienvenido al nuestro. Algo anárquico y disperso, poco cuidado a veces, y es que debo confesarle que la lectura fue la excusa. La realidad se aproxima más a cosas tan prosaicas como la cerveza o más nobles como el mantener la amistad frente al inevitable distanciamiento.

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  4. Bienvenidos "tertulianos", espero que podamos compartir en el futuro brindis a distancia (emigré hace ya 33 años) y el placer por la literatura. ¿Sólo sois lectores o también escribís? ¿Algún otro blog o web? En fin, hasta pronto espero...

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