jueves, 7 de noviembre de 2013

La peste


Un día como hoy, la vida y la producción intelectual de Camus se vieron repentinamente interrumpidas, según muchos dicen... "prematuramente", por un accidente de coche. Esto bien puede ser atribuido al "absurdo" sobre el que Camus reflexionara hondamente y como el hombre que ha dejado de creer en el destino y los dioses siente y en todo caso piensa. No obstante, el accidente y la interrupción de su "carrera" de escritor y pensador sólo puede ser atribuidos a mi entender a la carretera, a la mecánica, a la imprudencia de quien fuese, etc., en diversas proporciones...; algo a lo que cualquiera está sujeto en estos tiempos del mismo modo que en la antigüedad lo estaban a las batallas y las riñas (que hoy perduran, claro, y también pueden ser causa de accidentes mortales), o la contracción de enfermedades, de, precisamente, "La peste"; o de la concurrencia entre las muchas posibles de tiempo, situación y presencia. El "absurdo" es en realidad otra de las tantas construcciones simbólicas de "última instancia", una "causa primera" que sustituyó y puede aún sustituir al "capricho divino" al que apelarían los creyentes; lo que, como "la peste", "se esfuerza en sorprender". En fin, uno más de los tantos absolutos erigidos por la orfandad del hombre para darse una explicación causal que le permita ocupar una posición de privilegio a sus ojos respecto de los demás componentes del universo, de los que tan distinto se siente..., en relación a los cuales se entiende tan especial... y necesita sentirse y entenderse. Y esto se hace especialmente notable cuando se trata de un intelectual, cuando la necesidad de diferenciarse de todo lo demás, desde las partículas elementales hasta los simios, toma la forma más excelsa de la "dignificación", en donde el cuerpo, arrebatado por la muerte y retirado como apoyo de la vida reflexiva (que es la que se siente perder), es despreciado, y los productos de la imaginación y de la reflexión son considerados manifestación del alma y de lo divino; como... "el conocimiento y el recuerdo", por nombrar los dos productos del hombre mencionados por Camus, lo que consideraba con dudas que fuese "Todo lo que el hombre pueda ganar..." y "Es posible que (...) Tarrou llamaba ganar la partida". Lo que, "vencido el plazo" del "terror", sirve para "negar" que seamos "aquel pueblo atontado del cual todos los días se evaporaba una parte e las fauces de un horno, mientras la otra, cargada con las cadenas de la impotencia, esperaba su turno".

Camus, haciendo equilibrio sobre la cuerda tendida sobre la nada, por la que había logrado hacerse un hecho hábil funambulista, habría tendido, o algo más, a atribuir al Absurdo su propia muerte estúpida (la más estúpida posible, según él mismo opinaría antes del accidente, antes de suponer que lo sufriría él mismo...), aunque por momentos acariciaría la nada y de haberse realmente separado en el instante de la muerte su alma de su cuerpo destrozado y entreverado con lo inerte y lo artificial del coche accidentado, esa alma habría podido reflexionar hasta el extremo de reconocerse... como nada "digno" de alguna "extrema distinción", como, más allá como siempre de las intenciones esperanzadoras y alentadoras que nos damos todos, dejó de este modo documentado mediante una frase puesta en boca de su personaje, Tarrou:

"... ¡qué importa!, la muerte no es nada para los hombres como yo. Es un acontecimiento que les da la razón."

Y para concluir que sólo nos queda un recurso disponible para alcanzar la paz: "la simpatía"... lo que, de todos modos, no le había "servido de nada", ya que encontraría la añorada paz "sólo (...) en la muerte, cuando ya no podía servirle de nada" (es decir, satisfacerlo a ratos).

Porque Camus, a fin de cuentas, "Siempre quiso salir", y en eso, yo, me siento unido a él y a tantos otros, "olvidados" o, de manera equivalente, tergiversados.



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