viernes, 11 de junio de 2010

"Medida por medida"

Medida por medida, según Lampedusa, refleja la profunda decepción alcanzada por Shakespeare por la humanidad y en todo caso por su tiempo. Esto aparte de constituir la obra un exponente de una técnica teatral que es lógico que no fuera aceptada hasta mucho más tarde, cuando por lo que sea la actualidad se dispuso a valorarla (después de todo Shakespeare ya era Shakespeare).

Coincido con Lampedusa, que entiendo que haya visto decepción en esa crítica de Shakespeare a la realidad política y social en la que se las tuvo que arreglar para apropiarse de algo de vida y esperanza (eso que se llama querer sobrevivir), en donde unos se culpabilizan a otros de la propia miseria y mezquindad y de la pusilanimidad heredadas. Se habla mucho de la coerción, de la opresión, del lavado de cerebro realizado por el Poder o sus esbirros (y antes de caer el muro ya se ha hablado... y algunos lo hicieron aún antes y sin ser del todo comprendidos ni por los defensores de la libertad -en realidad, de mercado, y ni siquiera-)... pero se deja de lado al propio fumador del opio de los pueblos: la esperanza en que alguien proveerá o en que llegará el mesías. Es decir, se mira hacia cualquier parte menos hacia dentro de uno mismo, donde está el abismo y la necesidad.

Sin duda, Shakespeare estaba bastante apesadumbrado cuando escribió este drama. Dolido por las injusticias que en tal estado son vistas por el individuo que de ellas se siente afectado, generalmente de manera repentina y por todas partes (lo que suele decirse: La Sociedad), como expresiones de la miseria humana.

Sin duda, este estado parece ser el más idóneo para observar el comportamiento de los gobernantes, la corrupción, el abuso de autoridad, la estrechez de miras, la veleidad sin limites... en fin: el mundo tal y como se compone y da de sí esa continuidad que se nos impone... hasta para los que somos conscientes de ella. O los que nos sentimos conscientes frente a ello. Cuando se vive una situación de orfandad como esa, se pierde toda o casi toda pusilanimidad, se está en situación de rechazar toda prebenda, se puede resistir toda propuesta de prostitución... porque no viene ninguna, porque sólo cabría imaginarlas...

Indudablemente, hay rasgos comunes entre los individuos... pero también es evidente que hay cosas, facultades o grados diversos en que están en uno, que nos diferencian y nos empujan a vidas paralelas. La fuerza, la astucia, la capacidad de engaño, la vehemencia, la capacidad para mistificar...

Desde la perspectiva de algunos, la mía por ejemplo, y en el estado en el que se hallaba también por lo visto de Shakespeare, los que tenían el poder en sus manos, ya por delegación (como Ángelo, el delegado), ya por que la Historia (que sea y que el autor no detalla y que con él presuponemos obligados) lo ha situado en ese lugar (el Duque Vicentio, que delega momentáneamente el poder en Ángelo... por lo que no puede ser considerado sino un capricho o un juego que él se puede permitir), son en todo caso muy poco "virtuosos", por decirlo brevemente y obligaros a mi vez a que presupongais lo que esto significa (un significado a fin de cuentas grupal, inserto en la visión moral que se tenga de las cosas como y desde el grupo y a la que se intente atenerse más o menos seriamente, más o menos hipócritamente).

Los poderosos y sus "leales" (que incluso resultan "traicioneros") son mezquinos y ruines, superficiales e inconsecuentes... y como tales son pintados por Shakespeare... que indudablemente estaba fuera de ese ámbito e incluso sufriendo estarlo.

Cuando los creadores, los que descubren que tienen una facultad que les granjea tendencialmente cierto respeto por parte de la sociedad (y esto se experimenta con apenas la formación de un pequeño círculo de admiradores y sostenedores) y esa facultad no consigue por su propio ejercicio hacerse el lugar más alto (o casi) que se pueda conseguir (el poder, qué otra cosa), o por lo menos no se avanza de manera notable hacia la cumbre... ¿qué queda sino el resentimiento? Es en estas situaciones bipolares donde a Shakespeare y a mí y a todos los que en otros tiempos y también hoy se descubren marginados por ser el mundo extraño a nuestros interesados ojos, cuando vemos que los "necios son los listos" (Adorno dixit) o que en nuestros pueblos "los tontos hacen los relojes".

El desprecio y la crítica que nacen de los creadores y pensadores hacia poderosos e igualmente hacia los que se someten, es en realidad desprecio por la absurdidad del mundo, pero esta absurdidad no es sino la propia realidad del hombre, en donde es la fuerza y el capricho y no la racionalidad y la sabiduría (que autodefinimos según nos conviene, ¿qué si no?) trazan los caminos y circunscriben los espacios.

4 comentarios:

  1. En la falta de acomodo, se instala mejor la lucidez.
    A Shakespeare debió pasarle lo mismo.

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  2. Sí, Camino a Gaia, yo creo lo mismo. Incluso el tipo de molestia parecería orientar la lucidez hacia su objeto. Gracias por pasar por permitir que te incluya en mi botella... No dedes de volver.
    Un saludo.

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  3. De hecho algunas naciones como la española, y, de forma intensiva, su idiosincrasia reposan sobre los pilares de lo absurdo.

    Pero también tiene su gracia.

    Cosa diferente, mucho más seria e incluso peligrosa, es el tonto que calibra un reloj. ¡Pobre de nosotros!

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  4. Así es, Fer, el absurdo es la forma extrema de la arbitrariedad, cuando ésta se hace demasiado evidente y ostentosa. Tiene su gracia como las mejores partes de cualquier espectáculo. En cuanto a los tontos... en realidad es una forma de llamarlos astutos, pícaros, siendo que son sin duda "simples", "elementales", unos "animalitos especializados".
    Un saludo y gracias por entrar en la Botella...

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Déjate oir... déjate atrapar...