Se dijo, por segunda vez: “Yo soy Manuel Tarascón y estoy donde debo estar”. Pero había algunos detalles molestos. Al menos, que no coincidían con sus expectativas. ¿Acaso porque estuviese soñando todavía? ¿Acaso porque algo hubiese perturbado lo que debió soñar? Se preguntaba cosas debido a las inconsistencias, pero el propio hecho de preguntarse esas cosas ya era en sí mismo algo inconsistente. ¿Qué tal hacer un pequeño y muy concreto resumen para fijar ideas? La noche, por ejemplo. Eso, que en ese momento fuese de noche, eso estaba bien. Miró luego en derredor, buscando otros signos positivos, pero no los encontró. Incluso, haber aparecido así, tan desprotegido, en medio de la calle, no, eso no estaba demasiado bien. La calle misma o la expectativa que le costaba ignorar se contraponían, una de las dos estaba fuera de lugar, aunque fuesen, ambas, reales, muy reales. Tembló de arriba abajo, el frío era espantoso. Era ridículo estar allí con ese pantalón corto y esa camiseta con lo que solía dormir todas las noches del año, suerte de pijama de algodón y lino más que aceptable para estar en la cama de su cuarto, pero completamente inapropiado para la ocasión por más que se tratase de un excéntrico como él, eso sí, como él era y como debía ser según su conocimiento.
Algo había fallado, y no precisamente él.
Por lo demás, todo parecía estar en regla, es decir, era una noche fría y las casas eran del estilo de las que podía esperar ver. Como correspondía a esa hora (tenía una idea muy aproximada de la hora que era), las calles se encontraban desiertas, lo que al menos reducía su temor a estar confundido o perdido. Sí, temor, aunque no comprendía cómo podía experimentar algo así cuando tan sólo un instante antes se estaba mesando los cabellos mientras se decía: “¿Cómo se me pueden ocurrir esas cosas? Venga, Manuel, vete a la cama que mañana va a ser un día muy duro con todos esos tipos que vendrán a auditar el proyecto y a decidir si meterán o no más dinero en él.” Recordaba esos pensamientos a la perfección y también la idea peregrina que lo había hecho levantarse de la cama para ir hasta la ventana a contemplar la calle desierta donde estaba su casa, una calle por cierto que no era ninguna de las que tenía a su alrededor. Y recordaba que se había quitado esa idea repugnante de la cabeza sin ningún remordimiento. Todo lo contrario, como si con ello hubiese reafirmado su salud mental. En todo caso con algo de condescendencia hacia sí mismo, con un poco de clemencia.
¿Es que había sucedido algo impropio en el…? ¡Vaya, de eso se había olvidado! ¿Habría hecho algo más? ¿Algo que no recordaba, algo que no hizo bien durante…? ¿El… S.A.I.A.? ¡Sí, pero eso…! ¿Debía recordar esas cosas que todavía no habían…? ¿Podía hacerlo? ¿No era, se dijo, un poquito repugnante, como aquella idea peregrina?
El pavimento estaba mojado como después de una fuerte lluvia y ello volvió a poner en cuestión su grado de certeza, quizá todavía… ¿inmaduro? La inteligencia no parecía estar de acuerdo, pero no lograba determinar con qué. "No lo comprendo", se dijo por fin, sin moverse de donde se hallaba, "¿Pudo haber cambiado el clima mientras venía hacia aquí?" La explicación era plausible y, si era una justificación, sentía que se la estaba dando a otro. Pero, si esa era una conclusión plausible, también eso de “haber llegado de este modo” debía tener una explicación razonable, una causa, un origen… “anterior”. También estaba la cuestión de si debía o no preguntarse ese tipo de cosas, si debía tener esos pensamientos absurdos, “repugnantes”, si debía preocuparse o sorprenderse. ¿No sería más sensato que se dejase llevar?
Manuel dio algunos pasos por la mitad de la calle y se detuvo ante la fachada del bar en cuyo letrero luminoso parpadeaban ocho de sus diez letras ("Ba... ¿Lagarto?"). El guiño del neón había estado haciendo bailar la calle y sus adoquines húmedos mientras pensaba y tiritaba. Se aproximó. Las ocho letras estaban distribuidas como si fuesen un acertijo: BA LAGA TO, con dos espacios oscuros entre BA y LAGA y otro entre LAGA y TO. Dos segundos, un segundo. Dos pasos, un paso. Dos individuos, un individuo… Pero había otra cosa, si no fuese porque los gatos no balaban, él habría reagrupado las letras para leer BALA GATO. Para que todos lo leyeran. ¿Y eso? ¡Otra cosa muy rara! También habría dicho VA LA GATA, adonde fuera que fuese; algo que tenía mucho más sentido, ¿verdad? ¡Muy raro, sí, ponerse a corregir en esas circunstancias un evidente error gramatical! De inmediato se acercó hasta el escaparate y miró dentro a través del cristal. La luz intermitente sacaba cada dos por tres el interior desierto de las penumbras en que se encontraba. Las sillas estaban apiladas sobre las mesas y, al mirar hacia abajo, pudo observar los hilillos de agua jabonosa que se escurrían por la hendija de la puerta hacia la calle, donde se mezclaban con el agua que había dejado la lluvia. Habían cerrado hacía poco, acabada la limpieza.
Esa situación anómala hacía sonar una alarma persistentemente que apuntaba a un lugar vacío en su memoria, un sitio donde encontraba un abismo sin asidero donde, si alguna vez había habido algo, ya había saltado al vacío. Y, no obstante, persistía esa sensación de dejà vu. “Algo ya visto, sí.” ¿Cómo en una premonición, como en un vaticinio? “¿Cómo podía pensar esas cosas un científico?”, se reprochó de inmediato, automáticamente, porque él era un científico. Entonces, ¿qué hacía allí, pasando frío, perdiendo cada vez más tiempo, en lugar de estar en su casa, en la casa del Doctor Manuel Tarascón, investigador de la Facultad de Ciencias Físicas, en la casa donde tendría que despertar cuando llegara el amanecer, siguiendo en todo caso…? ¡Sí, esa última instrucción que aún no había borrado su huella, que se estaba borrando por puro sentido del deber, incluso por sensatez, por sentido de la lógica, como el residuo de un sueño, un sueño muy raro por cierto! Era inaudito sentir con tanta vehemencia que había llegado hasta allí por algún motivo externo a sí mismo y de algún lugar extraño al propio, pero a algo se tenía que aferrar. Debía ser reflejo de esa sensación de extrañeza y remembranza que el lugar le había inspirado vaya a saber por qué, y que lo había desviado de su rumbo de un modo invencible para llevarlo a conclusiones equivocadas, demenciales, que tenía que rechazar hasta que desaparecieran de su mente.
Por intentar algo, probó identificar el supuesto hecho remoto que se encendía y se apagaba en su mente con la frecuencia con que lo hacía el letrero. Quizá se tratara de algo tan simple que más valía recordarlo y acabar así con toda esa incertidumbre perniciosa. Tal vez otro bar, otro letrero tuerto, muchos errores gramaticales. Asfixiado por sus propias indeterminaciones, Manuel se refugió de nuevo en su memoria y volvió a la idea de que pudieran ser restos de algún sueño, restos, por qué no, de aquel sueño del Dr. Tarascón cuyos ecos habían pasado, aunque demasiado vagos, a él durante la transferencia. ¡Vaya, eso también estaba en su memoria, eso de lo que no habría debido acordarse nunca! ¡Y eso no debía ser nada bueno, nada bueno ni para él ni para el mundo! ¡Eran las reglas, el programa o las reglas del programa que había alcanzado a ver de refilón a un lado de la camilla o de la cama, mientras despertaba y se dormía y soñaba un sueño que no había tenido nunca hasta ese momento a la vez que aceptaba esa sensación de haberlo estado imaginando hasta que lo despertaron; hasta que despertaron al otro para algo, para algo que él ya no conocería nunca…!
¡Ay! Manuel hizo un gesto involuntario de hastío y experimentó un ligero mareo cuando intentaba darse la vuelta para alejarse de ese lugar imprevisto y dejar de ver ese texto, el que no se veía especialmente cuando se miraba al letrero, esas dos… letras de menos. Tenía que moverse, quizá avanzar por esa calle hasta encontrar un punto de referencia concreto, realmente conocido por el Dr. Tarascón, que le sirviera de guía para llegar a tiempo a su casa, a tiempo para meterse en la cama donde él, Manuel, debía hallarse, a tiempo para despertar al día siguiente sin que nadie notara que algo había cambiado. La ciudad tenía que ser ésa, y éste el tiempo, hora más, hora menos; de noche porque era cuando casi todos dormían y nadie iba a notar la sustitución. Y bueno, en un lapso muy breve puede cambiar el clima, llover rápida y fugazmente, incluso con fuerza, levantarse un repentino viento frío, algo que ni Manuel Tarascón ni quien sea que estuviera controlando el proceso habría podido prever. Debió ser así. Había que dejarlo así.
Manuel tiró del cuello de la camiseta con la que el Doctor Manuel Tarascón debió volver allí esa noche, saliendo de la cama, llegando hasta este sitio de algún modo y por algún motivo, para cubrirse de ese modo un poco. Pero, al mirar en torno, volvió a sentir que ese barrio donde se encontraba le resultaba desconocido por completo. "Ahora recuerdo que eso me sucede a veces.", pero se dijo eso sin ninguna convicción, como si hubiese intentado justificar a alguien y de ese modo enmendar el error que debió cometer todo el Sistema; otra cosa incorrecta y ridícula que no debía ser de su incumbencia ni por lo que debía sentirse ni mínimamente culpable. De todos modos, seguía estando claro que no recordaba haber estado allí con anterioridad. Salvo en lo concerniente a ese letrero del BA LAGA TO que, a pesar de no poderlo situar en ningún otro contexto, le venía a la memoria como algo que ya la había pertenecido a su memoria en origen y que, sobre esa base, él debería ser capaz de situar sin dificultad en el espacio y el tiempo. ¿En qué? Se pidió un poco de concentración y volvió a lo que le preocupaba. Una posibilidad: que se tratarse de un sueño de su inmediato pasado, del pasado del Dr. Manuel Tarascón que había despertado y que tenía que volver a despertar en su propia casa para retomar así la actividad interrumpida. ¿Interrumpida? Por el sueño, sin duda, por ese sueño olvidado. Una posibilidad...
Pero Manuel seguía dejando pasar lastimosamente el tiempo sin hacer nada y eso le parecía peligroso. Una vez en casa, se volvería a acostar (nuevamente recordó que había estado mirando a través de la ventana, aunque no hacia esa calle mojada y rescató ese recuerdo como propio y cercano), se repondría de los efectos del proceso y ya avanzada la mañana haría eso que el Dr. Tarascón hacía generalmente, bajar a comprar el periódico antes de desayunar. Y leería los titulares y observaría otra vez la calle desde la ventana para confirmar la corrección de su destino y acabaría el café y saldría por fin hacia la Facultad, quizá llegando un poco tarde, algo que no resultaría sospechoso aunque esa mañana lo estuvieran esperando. ¿Quién sino el Dr. Tarascón habría de estar allí, en ese mundo de siempre, presentándose, aunque fuese un poco tarde a esa reunión vital para sus propios intereses? Entonces, él podría desaparecer, poco a poco pero definitivamente. Y olvidaría, como a una pesadilla, su origen futuro, la transferencia y el viaje, la sala, la camilla, aquellas reglas, esas dos letras… ¡Sí, quería olvidarlo todo, todo lo que no fuera propio de… de lo que fuera, qué más daba! Olvidaría las reglas y el programa, referencias que no debieron recordarse nunca; olvidaría ese barrio, el Bar Lagarto y la humedad de las calles y el agua jabonosa y el inesperado aire frío; se olvidaría de él y del Manuel Tarascón tal como ahora lo recordaba, como a otro, y dejaría paso a la vida cotidiana del Doctor Tarascón bien guiada por sus propios y auténticos recuerdos que fue coleccionando hasta que se durmió esa misma noche no debía hacer sino algunas horas, tal vez menos. No quedaría nadie en el mundo capaz de imaginar la verdad; él mismo la desconocería por completo.
No obstante, seguía prácticamente inmóvil, clavado al pavimento, preocupado por la ausencia de esas dos letras en el letrero de neón a pesar de la voluntad y del deseo de acabar con todo eso. Era como si una potencia escabrosa, completamente imprevista, hubiera salido de una caja imperceptible al llamado de esas deserciones mágicas que aparecían cuando todo se apagaba. Y ahora esa fuerza que se había ido afirmando en lugar de apaciguarse tomaba la forma de una invitación poderosa a que entrara en ese lugar en busca de alguna respuesta. Manuel no podía continuar resistiéndose; estaba condicionado precisamente para hacer todo lo contrario. El era, desde la transferencia, más Manuel que nadie, el único e indiviso Doctor Manuel Tarascón de ese tiempo, su verdadero tiempo.
Se acercó decidido hasta la puerta e intentó abrirla. Tiró en vano del picaporte consiguiendo hacer bastante ruido aunque sin lograr vencerla. Y cuando se disponía a buscar otro medio de entrada, otro camino, sintió que una mano le doblaba el brazo por detrás de la espalda mientras otra lo empujaba de cara contra la pared.
-¡Quieto, no te muevas, no se te ocurra hacer nada!
Manuel pudo ver media cara de un policía de uniforme por encima del hombro.
-¿Qué haces rondando por aquí a estas horas? ¿Qué se te ha perdido dentro?
-Precisamente, agente, ha dado usted en el clavo -dijo Manuel automáticamente, como si todo ese tiempo le hubiera hecho falta esa idea, esa pieza perdida del rompecabezas-. Olvidé mi portafolios en este bar y me di cuenta cuando ya estaba llegando a casa. Y lo necesito para mañana.
El policía palpó a Manuel en busca de armas ocultas. Al comprobar que no las llevaba lo dejó libre.
-Disculpe, nunca se sabe -dijo el policía empleando un trato diferente aunque sin demasiada convicción y sin dejar de estudiarlo. Ese individuo tenía modales.
-Pero está cerrado. Tendré que esperar hasta que abran y eso complicará las cosas -dijo Manuel.
-No podrá ser, es lunes -dijo el policía señalando el cartelito que colgaba del otro lado del cristal y en el que Manuel no se había fijado- "Lunes cerrado: descanso del personal."
-¿Mañana, o sea hoy, es lunes? ¿Y qué voy a hacer yo este lunes sin mi portafolios?
Manuel seguía sin vacilar el hilo que había empezado a desmadejarse solo desde la justificación y que iba enlazando solidamente sus nuevas respuestas en un tejido cada vez más coherente. La coherencia le parecía la mayor garantía contra la sospecha ajena, posible o no, no estaba seguro, en ese mundo todavía desconocido, todavía hostil, todavía extraño. Aunque ese hilo conductor, al apuntar tan bien al objetivo final al que se debía, le hizo pensar nuevamente que más que de azar de lo que se trataba era de un recuerdo perdido (no transferido) que tenía que recuperar y que tenía que ver con ese Bar, con lo que experimentaba al respecto, incluso con ese portafolios supuestamente inventado. ¿Y si el Doctor Manuel Tarascón había estado allí la noche anterior, antes de la transferencia? ¿Y si se había dejado efectivamente un portafolios en ese sitio, seguramente el suyo? Sin embargo, Manuel no recordaba en absoluto ese suceso. ¿Sería tal vez la deformación de un sueño, una asociación con imprecisas reminiscencias y no una vieja y olvidada realidad, un pequeño y remoto suceso en la vida real de Manuel Tarascón, que por lo que fuera no debió recibir íntegramente o en el orden adecuado, él, Manuel, en el futuro, hacía ya más de media hora del presente? Quizás la voluntad de mantener la coherencia de una serie de mentiras no era la única causa, el hilo principal que las unía, sino el hecho de que, por añadidura, se había burlado inexplicablemente el proceso de transferencia, o se había mostrado imperfecto, algo hasta ahora inadmisible para Manuel y, lo suponía, también para sus creadores y utilizadores. El problema era de una importancia vital para el futuro. ¿Podía ser Manuel quién lo descubriese antes que nadie gracias a ese viaje? No se lo podía creer. Pero le gustaba la idea. ¿A quién, a qué Manuel, al androide o al hombre de apellido Tarascón que maduraba en él y a la vez se resistía a hacerlo? ¿A ser o a no ser?
De improviso, y de resultas de sus reflexiones, Manuel sintió miedo. Bajo la vigilancia del policía, Manuel miró, una vez más, hacia el final indefinido y deseado de la calle.
-Creo que tengo que tomar esa dirección -dijo en voz alta sin pensar en el policía.- Creo que será mejor que me olvide de mi portafolios para siempre.
-¿Le sucede algo? Usted no parece encontrarse muy bien.
-¿Qué? Oh, sí, no se preocupe, agente, muchas gracias. Sólo necesito llegar a casa y descansar.
Y dicho esto, Manuel habría debido moverse, reemprender la marcha, pero no lo hizo. El episodio volvió a quedar en suspenso como en una foto fija. Tal vez el policía comenzó en ese momento a sospechar que podría tratarse de droga y comenzó a observar con mayor detalle a ese individuo, sus ropas inoportunas, su mirada extraviada, silencios sin sentido… No tenía otra cosa que hacer.
Mientras, Manuel ya no podía evitar que lo asaltaran los recuerdos del proceso de transferencia y del viaje al pasado. Comenzaba a ser cada vez más consciente de que, en el curso del día siguiente, en cuanto iniciara la vida cotidiana de Manuel, se iría olvidando de aquello. Ahora volvía a repetírselo como si se aferrara a un palo ardiente, como si quisiera vencer la resistencia a olvidar que se perfilaba peligrosamente. Sabía que en muy poco tiempo sería enteramente Manuel Tarascón y sólo él. Que, en la misma medida en que los acontecimientos reafirmaran los datos obtenidos mediante la transferencia desde el original, que una vez que los hechos por venir se eslabonaran con los recordados, Manuel llegaría a sentirse tan bien y seguro como Manuel Tarascón que ya no podría distinguirse de él en lo más mínimo para el resto de su vida, ni al recordarse, ni al mirarse en un espejo, ni al verse en los ojos de sus contemporáneos. Que esa mecánica sería imparable (e irreversible) y que ella desdibujaría al viejo y circunstancial androide.
Ese proceso ya había comenzado después de todo. En consecuencia, ¿por qué Manuel habría de tener algún motivo para temer ese resultado; un resultado esperado, un resultado consciente? No, el único inconveniente estaba en ese extraño suceso en el que se había visto envuelto y que hacía que peligrara todo, que ponía todo en cuestión. Que hacía temer a Manuel que lo esperado y lo natural pudriesen fallar. Porque, ¿cómo podría sobrevivir Manuel en un mundo en el que al menos un acontecimiento minúsculo estuviese fuera del programa? ¿No era inevitable preguntárselo? ¿No era inevitable interrogarse acerca de la incógnita que encerraba ese Bar, que se ocultaba tras ese nombre aparente (¿Laga to, la gato, la gata?)? ¡Ojalá Manuel Tarascón se hubiese olvidado allí el portafolios esa noche, el portafolios que Manuel había escamoteado conciente o inconscientemente a la transferencia dejando apenas una huella difusa! ¿Pero era eso posible? Mientras seguía sin moverse y sin escuchar las nuevas preguntas del policía, hizo un esfuerzo y volvió a recuperar la confianza: podía ser que esa sensación de recuerdo olvidado que había llegado hasta LA GATA fuera un síntoma positivo de que Manuel Tarascón se afirmaba en su cuerpo artificial, en su mente recientemente renovada, por lo que había que actuar según los impulsos que nacían por más incomprensibles que pudieran parecer. Quizá fuese una suerte que Manuel recordase quién era y para qué estaba allí. Miró al policía que había callado y que lo observaba perplejo e inquisidor, esperando que se aclarase.
-¡Oh, disculpe, agente, no ha sido nada! Es que el portafolios... mis notas de clase, ya sabe... Me he quedado en blanco pensando en cómo lo podré solucionar. En fin, no seguiré entreteniéndolo. Lo mejor será que vuelva el martes. Bueno, me tengo que marchar, gracias por todo.- Y dándole la espalda comenzó a alejarse por la calle.
-¡Oiga! -llamó el policía- ¡Un momento! ¡No ha contestado a mis preguntas!
Manuel se detuvo sin volverse. En realidad había decidido no alejarse mucho de ese lugar. No estaba dispuesto a permitir que la entrada en el mundo de Manuel Tarascón borrara para siempre esa molesta vivencia que amenazaba el buen desempeño futuro, a saber con qué consecuencias.
El policía lo esperó, pero, como no retrocedía acabó por acercarse, con aprehensión creciente, se volvió a colocar ante el individuo y le pidió la documentación personal. "Entiendo que es una buena copia", pensó Manuel entregándole el carné de identidad que llevaba en el bolsillo de la camisa. Luego, mientras el policía utilizaba su linterna para verlo, él se cruzó de brazos para darse algo de calor. ¡Sí que la noche estaba fresca!
-¿Manuel Tarascón, es ésta su dirección actual?
-Así es -respondió Manuel recordando la calle, la casa, el dormitorio, la última mujer que había dormido con él hacía de esto... ¿un par de días?, la última actualización de su documentación, una cara que…
-¿Y esta calle, por dónde cae? -preguntó el policía.
-Cerca del Palacio Real -lo recordaba perfectamente, recortada su torre contra el cielo despejado.
-¿Y qué vino a hacer tan lejos de su casa, amigo?
Manuel respiró hondo y despacio sin poder evitar que se le notara. El colmo habría sido que esa no fuera la ciudad o que ese no fuera el tiempo apropiado. Aunque peor habría sido llegar mientras el otro Manuel siguiese allí. La ridiculez le hizo gracia y sonrió de un modo extraño, pero el policía esperaba una vez más.
-Vine a tomar una copa. No recuerdo cómo llegué hasta aquí. En taxi, creo... y creo… sí, eso fue, pasábamos por aquí y de repente vi el letrero, me hizo gracia eso de LAGA TO, ¿lo ve usted?, y le dije: "Déjeme aquí", y me bajé.
Manuel no entendía de dónde estaba sacando esa estúpida historia. El policía ni siquiera miró más arriba ni más allá de la cara de Manuel, donde enfocaba la linterna con insistencia.
-Eso no pudo ser en las últimas veinticuatro horas -dijo el policía.
-¿Cómo?
-Ese paseo en taxi. Hoy hicieron huelga, amigo; mataron a uno al intentar atracarle. Y aún no hemos dado con el asesino. Sabe, amigo, creo que me está mintiendo. Vea, señor... Tarascón -dijo el policía releyendo el nombre del documento de identidad-, será mejor que me acompañe, nosotros, luego, lo llevaremos a su casa. Tal vez sean unas horas; lo necesario para que llame a alguien que lo pueda identificar. ¿De acuerdo? Tengo el coche aparcado a la vuelta de la esquina. ¿Vamos?
Manuel tembló: no estaría en casa de Manuel al amanecer sino en un calabozo del siglo veintiuno. ¿Qué consecuencias podría tener ese cambio, no en lo inmediato sino en el tiempo, en el futuro? Sin duda alguna había cometido un grave error llamando la atención antes de haber completado la sustitución. Las instrucciones del programa eran precisas. Pero también lo eran en el sentido de que sólo se debía guiar por los recuerdos del Manuel original. Y la aparición de ese BA LAGA TO... "¿Y si", se preguntó audazmente, "fuera LA OVEJA, la que BALA?"
-No lo comprende –dijo Manuel- Mi agenda está en ese portafolio. Mi memoria fue siempre un desastre. No podré llamar a nadie hasta que la Facultad haya abierto. Llegaré tarde. Se sorprenderán. Dirán que he muerto.
Se sorprendió a sí mismo con ese argumento desproporcionado que sin embargo le resultaba tan convincente, tan real. Entonces tuvo un impulso irrefrenable que se presentó como a instancias de una situación ideal en la que Manuel lo borraba todo para comenzar de nuevo, como cuando salió con la mente virgen del depósito. Eso ya no era posible, lo sabía, pero algo había que borrar y cuanto más mejor. Eso le permitiría buscar tranquilamente, sigilosamente, "Como un gato", en el bar, en la memoria, en el pasado, donde fuese necesario, antes de que fuese tarde. El único que sabía que Manuel Tarascón se encontraba en esa calle desierta cuando debería hallarse en la cama era ese maldito policía. El único que podía perturbar el futuro. Y se trataba de un maldito y minúsculo individuo del presente, nada más. Con un único movimiento juntó las manos, entrelazó bien los dedos y golpeó de abajo hacia arriba, como con un palo de golf. Dio en el mentón del agente, luego lo hizo de lado, entre el cuello y la mejilla, luego le dio una patada en la cabeza y lo mató. Arrastró el cuerpo malogrado hasta un rincón. Allí le sacó la chaqueta y se la puso. En la muñeca del cadáver brilló el reloj y se lo quitó también para colocárselo en su muñeca viva. Eran las tres de la madrugada; tenía de dos a tres horas más de oscuridad. Ya tenía la medida del tiempo de su época adoptiva. ¡Bien, esto iba a mejor! Por fin tomó la gorra y se volvió hacia el bar. "Camino de vuelta a casa echaré el reloj por una alcantarilla, no vaya a ser…", se dijo. “Y la chaqueta.” De nuevo ante la puerta, Manuel usó la gorra, dentro de la que metió el puño izquierdo (el Dr. Manuel Tarascón siempre había sido zurdo) y golpeó de ese modo el cristal. Se produjo el ruido de una botella al romperse contra la acera, nada extraño en ese barrio sin duda. Manuel pasó la mano por la abertura astillada, apartó la persiana de plástico y encontró el cerrojo. En un par de segundos estaba dentro. Todo había funcionado esta vez según los esquemas: "¡Llevas el cine en la sangre! ¿Verdad, Dr. Tarascón?", se dijo, y fundió en negro la secuencia cuyo recuerdo lo había ayudado desde que tuviera detrás al "maldito policía". "Y ahora", continuó, "¿dónde pudieron poner el portafolios de Manuel, si es que lo encontraron, si es que lo olvidó aquí?" Se dirigió hacia la barra americana y pasó del otro lado. Se puso a buscar a tientas en la parte de atrás. La luz del letrero de neón flasheaba sobre Manuel proyectando intermitentemente su silueta en negro sobre los espejos: quien hubiera observado desde el exterior habría creído que se trataba de imágenes de un kinetoscopio de otro tiempo, capturadas mucho antes y en otro lugar.
Un par de veces, Manuel se detuvo como si se hubiera descubierto a sí mismo desde una conciencia ajena para la cual su comportamiento fuera absurdo y hasta delirante. Se había visto cara a cara en el cristal con el Dr. Tarascón que lo miraba sorprendido. En ambas ocasiones lo asaltaron las mismas preguntas: ¿qué hacía allí buscando algo que sólo había tenido lugar en su imaginación, que en un principio le había servido sólo para darle una explicación plausible a un policía? ¿Acaso Manuel había estado allí esa noche, la anterior, alguna vez? ¿No se estaba desviando peligrosamente del auténtico recuerdo de Manuel, no estaba creando, desde el instante en que había llegado, meras fantasías que, vinieran de donde viniesen, se habían entrelazado con los verdaderos recuerdos de Manuel, los únicos que pudieron y debieron reproducirse y sobrevivir pero que parecían haberse contaminado de algún modo? Pero dos veces retomó la búsqueda del hipotético portafolios sin hallarlo, sin poderlo evitar. Por fin, presa de la impotencia, comenzó a merodear por entre las mesas sin ton ni son. El sitio seguía resultándole desconocido. No, Manuel Tarascón no había estado jamás en ese sitio. La luz del letrero continuaba encendiéndose y apagándose, marcando el paso del tiempo. El letrero, en cambio, seguía diciéndole algo, algo, algo. Manuel consultó el reloj del policía. Amanecería en poco más de hora y media y el Dr. Manuel Tarascón no estaría en su casa, durmiendo y soñando o con un ataque de insomnio inhabitual, mirando absorto por la ventana de su casa e imaginando alguna cosa, algo absurdo, algo ilógico, que podía haberlo despertado, sino allí, en ese absurdo Bar Lagarto, confundido de pies a cabeza, sin poder explicarse cómo había llegado hasta ese barrio, cómo se había llegado a convencer de que esa noche había perdido su portafolios en ese bar, cómo había sido posible que atribuyera a ese hecho tanta importancia, cómo había podido matar a alguien. Manuel se estremeció: ¿y si se hubiera tratado de una premonición del Doctor Tarascón?
Imaginó al Doctor Tarascón tendido en la cama de su casa momentos antes de que a él lo sacaran de la cámara en estado de latencia, allá, en el futuro. Intentaba dormir, quizá pasaba revista a los acontecimientos del día, o revivía reiteradas fantasías, deseos, rencores. De repente, zas..., "Ga-to, Ga-to", o un letrero luminoso de neón con un nombre que puede contener otro nombre, un letrero con letras ausentes como una dentadura que no tiene algunos dientes, o un error gramatical que toma forma de letrero, luego de bar, etcétera. Y en ese momento, zas..., el extraterrestre de algún tiempo que le solicita al Servicio de Aprovisionamiento de Inteligencia Aplicativa del planeta Tierra, mil años en el futuro (respecto de la hora que marcaba el reloj del policía en ese instante), que le asignen a ese ser humano llamado Manuel Tarascón que en su propio tiempo vive en Madrid, en el 15 de la plaza de Ramales, a su equipo de investigación. Según las reglas, le basta demostrar que ha leído su pensamiento y ha comprobado que "Su imaginación lo ha empujado hasta la frontera nuestra investigación y en ese punto retrocederá”, señala entre las justificaciones de la petición. El Sistema procesa, verifica los sucesos del entorno y responde aceptando. Luego determina las coordenadas del punto del espacio-tiempo donde se establecerá “el espejo” mediante cinco fórmulas que el extraterrestre entenderá, cinco fórmulas ocultas entre dos signos iguales con forma de R, algo así como “R R”, y donde el Doctor Manuel Tarascón y el androide se deben encontrar antes de volver a separarse, un punto de simultaneidad donde el extraterrestre debe recoger al Doctor. Y de inmediato, el Sistema se pone a trabajar. "En cualquier caso, será más útil conmigo que en su tiempo”, piensa el responsable del Centro mientras se entretiene vigilando el proceso sólo por esa redundante seguridad típica de los humanos. El extraterrestre sonríe en la holografía flotante con su irónica cara triangular llena de pequeñas escamas blancas. “No se, preocupe”, responde el responsable, “todo irá bien.” “Sí”, responde el extraterrestre, lástima todos esos que se perdieron por adelantarse a su tiempo.” “Hubo uno que estudié hace poco por curiosidad, se llamaba Saccheri y rechazó toda geometría no euclidiana por resultarle “repugnante a la naturaleza de la línea recta"; ¿una pena, verdad?" El extraterrestre adivina la preocupación del humano y lo interrumpe: "Lo estudié también, pero, a diferencia de Saccheri, Tarascón no mostó jamás inclinaciones estéticas colaterales hasta su muerte prematura." Dice esto como sonriendo, con esa supuesta ironía que el humano no sabe muy bien a qué se debe de ser auténtica. El responsable del Servicio de Aprovisionamiento de Inteligencia Aplicativa menea la cabeza, y observa que la transferencia se está completando con éxito. El Doctor Tarascón, raptado de su tiempo, ya se ha cruzado en “R R” con el androide previamente revitalizado y ha replicado en su cerebro virgen su memoria intelectual y emocional como correspondía al proceso. Manuel cobra vida, adquiere entidad e identidad en décimas de segundo y es depositado en el punto del espacio-tiempo donde deberá sustituir al Manuel Tarascón del pasado (para garantizar, según la teoría imperante, que el curso de los acontecimientos no resulte alterado.) Entretanto, el Manuel original, que cree que está soñando despierto, cruza el espejo en una dirección diferente y es hibernado sin pérdida de tiempo para un largo viaje durante el cual será debidamente preparado para lo que lo rodeará cuando despierte.
Ha transcurrido media hora. Manuel sale del Bar Lagarto presa de una fuerte decepción. Sigue anclado en un territorio extraño que no es el futuro ni responde a los recuerdos que almacena en su memoria. Por un instante piensa que tal vez le quede una oportunidad de ser Manuel Tarascón e intenta reponerse de la depresión que lo ha invadido. Levanta la mirada.
-¡Cuidado! -dice alguien alzando la voz- ¡Puede ir armado!
-Sí, debió ser él, ha roto el cristal, cuidado.
Dos policías lo encañonan desde la puerta abierta y Manuel se da por vencido; ya no puede seguir intentándolo. En un instante, el instinto desplaza al programa transferido. Alza las manos y confiesa:
-Soy un androide enviado al pasado por el S.A.I.A. para sustituir al Dr. Tarascón. Pueden comprobarlo mediante un análisis genético: mi ADN es sintético y mi memoria es regrabable.
Uno de los policías parpadea nervioso, la vista se le nubla un instante. De repente se le cruza por la mente un recuerdo imposible. No puede admitir una alucinación de esa clase, ese hombre que parece loco le resulta perturbador. Ha matado a un compañero. Merece morir.
-¿Qué ha dicho? -grita el otro policía sorprendido al mismo tiempo por los disparos de su compañero.
Un instante más tarde, el responsable del S.A.I.A. repasa de nuevo la Base de Acontecimientos extrañado aún por lo que le dijo el extraterrestre. El primer informe del Sistema no decía que iba a morir ese mismo día. Y no es la primera vez que observa detalles curiosos que lo llevan a pensar que la teoría según la cual hace falta sustituir al sujeto secuestrado no es más que un viejo mito. Estaba ya en el pasado que el Dr. Tarascón sufriría un extraño desequilibrio. Todo lo sucedido debía de saberse con antelación. "Es obvio, nunca peligra el curso del tiempo", reflexiona, "Las localizaciones temporal y espacial para el sustituto las tomamos siempre del registro histórico y una y otra vez, después del intercambio, todo queda en orden. Por algún motivo, el androide sustituto representa el papel que el curso natural del tiempo le reservaba al original. No obstante, algunos casos dejan entrever eslabones oscuros. ¿Por qué tuvo que pasarle aquello al Dr. Tarascón? ¿Debido a que ya no lo era? ¿Le hubiera pasado igualmente si hubiese aparecido donde se suponía según había visto antes en los registros que ya habían cambiado? Hum, ¿y si hubiese sido al revés; y el secuestro y la sustitución hubieran estado definidas y camufladas en el espacio-tiempo? ¿Y si yo debía ver lo que ví en los registros, ese pasado que no tenía ese final ni ese desarrollo?"
El responsable del S.A.I.A. se lamenta de que la Base de Acontecimientos no sea capaz de captar y almacenar con la suficiente precisión todos los detalles y que en todo caso acabe acomodándose a los hechos posteriores, borrando la predicción aparente y el pasado que pareció ser por el que realmente fue. El sabe que toda simulación es engañosa, no obstante... Tal vez al Sistema se le escapan los pequeños sucesos, como por ejemplo que en una calle el letrero de un bar encienda y apague todas las noches un par de letras de menos. ¿Toda una casualidad? Por supuesto, tampoco tiene registro previo de lo que pasaba por la mente de los protagonistas. Muchas cosas no han trascendido. Por eso el responsable del S.A.I.A. no cuenta tampoco con lo que le sucederá muy pronto a él mismo: el Sistema le augura, por el momento, otro destino. El, por su parte, permanece aún un instante con la mirada clavada en la pantalla del Sistema. Lee de nuevo las distancias temporales que separan el presente suyo y el tiempo a donde fue el viejo Tarascón del suceso anómalo. La primera es casi el radio de la burbuja; ¡estaban al límite del espacio-tiempo conocido! Y se queda atónito, dejando que su mente discurra sin concierto, obnubilada, como en sueños, por senderos imaginarios. Entonces, de repente, exclama: "¡Eso significaría que el tiempo es una...!", pero inmediatamente se reprime sin poder evitarlo y concluye recordando y comprendiendo a Saccheri: "¡Oh, no, no tiene sentido, he debido confundirme, es algo realmente repugnante!". Por ello, por pensar de ese modo, se descubre de nuevo, un segundo más tarde medido localmente, sentado igual que estaba en el mismo sillón del responsable, de regreso de su ensoñación, con la conclusión ya establecida: ilógico, ilógico, ilógico, verdaderamente repugnante. Y continúa su trabajo. En su memoria se diluye el mísero recuerdo de que fue un androide hasta hace poco en estado de latencia.
Nota: este cuento fue seleccionado y traducido por Khristo D. Poshtakov para la Antología que editó en 2009 la Editorial Lingaya de Sofía, Bulgaria como correlato del Congreso Búlgaro de Ciencia Ficción de ese mismo año. Asimismo se transcribió en el mismo idioma en la web "Ficciones argentinas" que dirige Claudia con enlace a la versión castellana aquí registrada.
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